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Biografía Autor
Biografía Autor
Dios marcó su encuentro con el hombre en todas las cosas. En ellas el hombre puede
encontrar a Dios. Por eso, todas las cosas de este mundo son o pueden ser sacramentales.
Cristo es el lugar de encuentro por excelencia: en él Dios esta de forma humana y el hombre
de forma divina.
“La belleza hiere, pero precisamente de esta manera recuerda al hombre su destino último.
Lo que afirma Platón y, más de 1.500 años después, Kabasilas, nada tiene que ver con el
esteticismo superficial y con una actitud irracional, con la huida de la claridad y de la
importancia de la razón.” (Ratzinger, “La contemplación de la belleza”).
Esto nos ayuda a establecer un arte con sentido para darle un espacio que evoque la
trascendencia. Cristo es ese lugar de encuentro. Por consiguiente, el hombre es lugar de
encuentro por excelencia con el misterio.
De este modo, el lugar de encuentro con el misterio, para que abarque todo este sentido y
significación, debe implementar una herramienta o medio que lo traslade o lo comunique
siempre con la realidad material y lo remita a lo trascendente. Este elemento es el símbolo.
Dicho símbolo surca diversas formas y lenguajes, al pasar por el sacramento y consolidarse
en la existencia humana como realidad concreta.
Por ende, como ya hemos venido señalando de tantas maneras, desde la experiencia
cristiana, arquitectura, por una parte, y persona y comunidad, por otra, constituyen una
relación reciproca en la que la fe crece, el creyente y su Iglesia se nutren, y de esta manera
nos abrimos a la gran plenitud de Cristo en nosotros. Así, la arquitectura deja de ser un
montón de ladrillos ordenados, para convertirse en un gran lugar del misterio cristiano,
cuyo centro es Cristo, y él, en el rostro de cada mujer y hombre.
La mística, el espacio y la arquitectura