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1. ¿Conoce lo que es la eutanasia?

Sí.

2. Puede explicarme qué conoce sobre el tema


Atendiendo a su significado etimológico, en la antigüedad fue considerada una muerte dulce sin
sufrimientos atroces. Pero en la actualidad, se refiere más bien a la intervención de la medicina
encaminada a atenuar los dolores de la enfermedad terminal o de la agonía; aquí cabe precisar que
dicha intervención es usada para “causar la muerte por piedad” con el fin de eliminar radicalmente
los últimos sufrimientos o evitar a los enfermos incurables la prolongación de una vida desdichada.

Evidentemente, en numerosas situaciones la causa principal suele ser la compasión o el miedo ante
el dolor. Se realiza en los casos en que ha desaparecido la esperanza de impedir la muerte a corto
plazo o de superar una situación de enfermedad gravemente deshumanizante.

Atendiendo a la persona que la solicita, se puede distinguir la eutanasia “voluntaria” y la


“involuntaria” o “impuesta”. La primera se refiere a aquella que es solicitada por el propio sujeto, ya
sea de palabra o por escrito, durante o incluso antes de la enfermedad. La segunda, implica que la
decisión ha sido tomada por otras personas -normalmente familiares o médicos- sin contar con la
voluntad del enfermo.

No obstante, cabe señalar con claridad que aún con la buena intención que se pretenda, buscando lo
que se cree el mayor bien para el enfermo, esto no impide que la acción de emplear la eutanasia se
considere homicidio.

3. ¿Usted la aprobaría?
No.

4. ¿Permitiría la practicaran en su persona o en algún familiar?


No.

5. ¿Qué opina la Iglesia sobre este tema?


La Santa Sede se ha expresado al respecto en la “Declaración sobre la eutanasia” emitida por la
Congregación para la Doctrina de la Fe (1980), ahí, se define la eutanasia como: “una acción u
omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier
dolor”.

La Iglesia ha condenado tradicionalmente la eutanasia:


 “Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia
y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por
ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para
dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones
infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la
prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que
reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la
responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí
mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus
víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador” (Const. Past. Gaudium et
Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, n 27).
 “Es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un
ser humano, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante.
Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su
responsabilidad, ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede
legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina,
de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad” (Congregación para la
Doctrina de la Fe, Declaración sobre la eutanasia, n 2).
 “Hechas estas distinciones, de acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión
con los Obispos de la Iglesia Católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de
la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona
humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es
transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y
universal” (Carta Enc. Evangelium Vitae sobre el valor y el carácter inviolable de la vida
humana, Juan Pablo II, n 65d).

Lo anterior no quita el que puedan darse casos en que el dolor insoportable, razones de tipo afectivo
u otros motivos diversos, induzcan a alguien a creer que puede legítimamente pedir la muerte o
procurarla a otros. En estas circunstancias puede darse una situación de conciencia invenciblemente
errónea que exima de pecado. Pero esto no quita la malicia objetiva del hecho.

De modo paralelo se ha extendido también el uso de la que se ha llamado «distanasia», es decir, “la
práctica que tiende a alejar lo más posible la muerte, prolongando la vida de un enfermo, de un
anciano o de un moribundo desahuciado o sin esperanza humana de recuperación, utilizando para ello
no sólo los medios proporcionados, sino también los desproporcionados, muy costosos en sí mismos
o en relación con la situación económica del enfermo, de la familia o de la sociedad”. Sin embargo,
la práctica de la distanasia lleva a lo que se ha llamado «el encarnizamiento terapéutico», que no
respeta el derecho a una muerte digna.

Al respecto, la Iglesia afirma: “Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina
puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cura
que, aunque ya esté en uso, todavía no está libre de peligro o es demasiado costosa. Su rechazo no
equivale al suicidio: significa más bien o simple aceptación de la condición humana o deseo de evitar
la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían
esperar o bien una voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o a la
colectividad. Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito
en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una
prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir, sin embargo, las curas normales
debidas al enfermo en casos similares a una persona en peligro” (Congregación para la Doctrina de
la Fe, Declaración sobre la eutanasia, n 4).

En virtud de lo anterior es lícito moralmente (con las condiciones que determine la ley justa) retirar
los aparatos de respiración artificial (lo que los médicos llaman el «ventilador») al enfermo que está
en una situación terminal e irreversible, al que el uso de estos aparatos solamente darían el
alargamiento de una vida destinada a morir en breve tiempo.

En todo caso, lo que la moral y la Iglesia proponen para estas situaciones es la «ortotanasia»: la
conducta ante la muerte que tiene en cuenta dos valores: el respeto a la vida humana y el derecho a
morir dignamente. El primer valor es conculcado por la eutanasia, el segundo por la distanasia.
Cuando ambos valores se mantienen en equilibrio y se respetan tenemos el «recto morir» u
«ortotanasia».
Lo que llamamos el derecho a una muerte digna conlleva una serie de exigencias. Estas son las
principales:
1) No privar al moribundo de morir en cuanto «acción personal». Para ello recordar que el
enfermo terminal tiene derecho a saber la verdad de su estado, aunque haya que extremar
la prudencia y la delicadeza en el momento de decírselo.
2) Organizar los servicios hospitalarios de tal modo que la muerte no sea un «hecho
anónimo», sino un acontecimiento asumido conscientemente, en cuanto se pueda, por el
enfermo, por los familiares y por el personal hospitalario.
3) No escamotear la vivencia del misterio humano-religioso de la muerte. Para ello favorecer
la recepción consciente y oportuna de los sacramentos (ya no existe la extrema unción,
sino la unción de los enfermos) o de los servicios religiosos.
4) Pertenece también al contenido del derecho a morir dignamente el proporcionar al
enfermo en fase terminal todos los remedios oportunos para calmar el dolor, lo que hemos
llamado «cuidados paliativos», aunque este tipo de terapia suma al moribundo en un
estado de inconsciencia y suponga una abreviación indirecta de la vida.

Sin embargo, no se puede privar al moribundo del derecho de asumir su muerte con plena lucidez y,
por lo tanto, de la libertad de optar por vivir conscientemente sus últimos momentos, aun en medio
de fuertes dolores. En una sociedad que ha hecho del dolor uno de los principales tabús es lógico que
esto no se comprenda, pero a la luz de la fe cristiana es preciso comprender la postura de aquellos
que desean participar en la pasión del Señor en los últimos momentos de su vida, sin caer por ello en
una postura masoquista (Carta Enc. Evangelium Vitae sobre el valor y el carácter inviolable de la vida
humana, Juan Pablo II, n 65c).

El significado de la ortotanasia se refleja en los llamados «testamentos vitales». Es interesante el


que ha propuesto la Comisión Pastoral de la Conferencia Episcopal Española, y que a continuación
se transcribe:

TESTAMENTO VITAL

A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:

Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos
que me vayan a aplicar, deseo y pido que esta Declaración sea considerada como expresión formal
de mi voluntad asumida de forma consciente, responsable y libre, y que sea respetada como si se
tratara de un testamento. Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios,
pero no es el valor supremo y absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia
terrena, pero desde la fe creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.

Por ello yo, el que suscribe................................................................pido que si por mi enfermedad


llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos
desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni se me prolongue
abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte: que se me administren los tratamientos adecuados
para paliar los sufrimientos.

Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder
prepararme para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres
queridos y el consuelo de mi fe cristiana.
Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que cuidarme
respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente
para compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado
y firmo esta declaración

Firma y fecha.

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