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Opinión
Combinando una rigurosa investigación de esta etapa hegemonizada por la financiarización del capital y
hundiendo su bisturí crítico en los fundamentos ideológicos del neoliberalismo, los autores van mostrando de
qué modo el discurso y la práctica del “nuevo espíritu” del capitalismo se fue apropiando de las experiencias
y las propuestas contraculturales desplegadas en los años sesentas cuando la busca de un nuevo
paradigma de libertad individual y de una violenta crítica a las formas autoritarias y jerárquicas de la
sociedad burguesa dominaron la sensibilidad y las acciones de la generación de Mayo del 68. En todo caso,
se afanan por comprender el paso de un capitalismo centrado en la producción y organizado a partir de
estructuras verticales y jerárquicas a un capitalismo “de seducción” orientado hacia los placeres y el llamado
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al goce permanente capaz de introducir en la vida cotidiana la ficción de la diversidad, la libertad sin límites y
la transgresión normativizada. Sus inquietudes están dirigidas a interrogar por la construcción de nuevas
alternativas que logren sustraerse a esas formas de seducción que le ha permitido a la economía global de
mercado imponer en casi todas las latitudes sus estructuras de dominación. Desafío de quienes siguen
reivindicando ideales emancipatorios en la época en la que la lógica represiva y autoritaria del capitalismo ha
mutado hacia prácticas capaces de enmascarar la actualidad de la desigualdad y la injusticia que, lejos de
disminuir, se han multiplicado y acelerado a nivel planetario. “El capitalismo artístico –escribieron Gilles
Lipovetsky y Jean Serroy– no hace pasar del mundo del horror al de la belleza radiante y poética”. En
nuestra geografía sureña eso lo podemos comprobar al experimentar la diferencia que existe entre la
publicidad de una “revolución de la alegría” propuesta por Cambiemos y la despiadada implementación de
un programa de transferencia de recursos desde los sectores populares y asalariados a las grandes
corporaciones financieras, a los dueños de la soja y a las empresas multinacionales. En todo caso, entre la
ficción propagandística y la realidad de un aceleramiento de la desigualdad se ha colado una nueva y
pujante maquinaria de producción intensiva de subjetividades sujetadas al engranaje del consumo infinito
que encuentra su otro rostro en las nuevas formas de exclusión.
Veamos lo que destacan Boltanski y Chiapello: “No es difícil reconocer aquí (los autores están reflexionando
sobre los cambios en la formación de los cuadros empresariales en los años 90) el eco de las denuncias
antijerárquicas y de las aspiraciones de autonomía que se expresaron con fuerza a finales de la década de
1960 y durante la de 1970. De hecho, esta filiación es reivindicada por algunos de los consultores que, en la
década de 1980, han contribuido a la puesta en marcha de los dispositivos de la nueva gestión empresarial y
que, provenientes del izquierdismo y, sobre todo, del movimiento autogestionario, subrayan la continuidad,
tras el giro político de 1983, entre su compromiso de juventud y las actividades que han llevado a cabo en
las empresas, donde han tratado de hacer las condiciones de trabajo más atractivas, mejorar la
productividad, desarrollar la calidad y aumentar los beneficios. Así, por ejemplo, las cualidades que en este
nuevo espíritu son garantes del éxito –la autonomía, la espontaneidad, la movilidad, la capacidad rizomática,
la pluricompetencia (en oposición a la rígida especialización de la antigua división del trabajo), la
convivencialidad, la apertura a los otros y a las novedades, la disponibilidad, la creatividad, la intuición
visionaria, la sensibilidad ante las diferencias, la capacidad de escucha con respecto a lo vivido y la
aceptación de experiencias múltiples, la atracción por lo informal y la búsqueda de contactos
interpersonales– están sacadas directamente del repertorio de Mayo de 1968. Sin embargo, estos temas,
que en los textos del movimiento de mayo de 1968 iban acompañados de una crítica del capitalismo (y, en
particular, de una crítica de la explotación) y de su anuncio de un fin inminente, en la literatura de la nueva
gestión empresarial se encuentran de algún modo autonomizados, constituidos como objetivos que valen
por sí mismos y puestos al servicio de las fuerzas que antes trataban de destruir. La crítica de la división del
trabajo, de la jerarquía y de la vigilancia, es decir, de la forma en la que el capitalismo industrial aliena la
libertad es, de este modo, separada de la crítica de la alienación mercantil, de la opresión de las fuerzas
impersonales del mercado que, sin embargo, era algo que la acompañaba casi siempre en los escritos
contestatarios de la década de 1970”.
Lo interesante de este análisis es, precisamente, que nos muestra de qué modo el sistema logró apropiarse
de las críticas más radicales, en especial de aquellas que hacían hincapié en las formas autoritarias y
jerárquicas que dominaban la esfera de la producción y del mundo económico, para, generando una
metamorfosis sorprendente, ponerlas al servicio de la reconfiguración del propio capitalismo. Resulta
imposible explicar la expansión cultural (y ya no sólo estructural-financiera) del neoliberalismo sin establecer
estas genealogías y estos vínculos que, a simple vista, parecerían ser visceralmente contradictorios. ¿Cómo
es posible que los movimientos contestatarios y anticapitalistas de los 60 y los 70 se hayan convertido en la
materia prima para la refundación todavía más salvaje de la dominación burguesa sobre el conjunto de la
sociedad? Seguramente es posible encontrar la respuesta en el meticuloso estudio que los autores realizan
de la erosión que el nuevo individualismo libertario y hedónico generó en el interior de la vida de la sociedad
de finales del siglo pasado y, sobre todo, de la “genial” apropiación que la nueva cultura empresarial fue
capaz de hacer de las energías contestatarias que marcaron a una generación e hicieron inviable la
persistencia de un modelo autoritario de organización de la sociedad (aunque también se llevó puesta, esta
labor erosionante, el entramado comunitario para potenciar el híper individualismo). Pero, lo fundamental,
fue la sagacidad con la que rápidamente comprendieron la fluidez que surgía entre las nuevas necesidades
del capitalismo neoliberal y la ruptura de los límites, de las jerarquías y de las tradicionales y anquilosadas
formas de organización del trabajo que estaban en la base de la crítica de los jóvenes rebeldes de los 60 y
70. Del mismo modo que, utilizando los cuantiosos recursos de los medios de comunicación y de la industria
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Del espíritu anticapitalista extrajeron aquellas características que se correspondían con las exigencias de la
época de la fluidificación económica, de la imprescindible apertura de las fronteras mercantiles y de la
radical financiarización del sistema económico que apostaba a lo flexible frente a lo sólido, a lo fugaz frente a
lo permanente, a lo descentrado frente a lo orgánico, a lo horizontal frente a lo jerárquico. Bajo la impronta
de un nuevo concepto de “libertad” (en gran medida extraído de la crítica de la generación del 68, lo que
otros autores han llamado la “crítica artística del capitalismo”), el neoliberalismo fue modificando de cuajo las
formas cultural-simbólicas y se preparó para producir una profunda mutación en la subjetividad. Difícil, por
no decir imposible, desentrañar la emergencia de la “nueva derecha” (entre nosotros del macrismo) sin
dilucidar las características centrales de esta etapa del capitalismo global.
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