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B - Bourdieu - Gostos de Classe e Estilo de Vida
B - Bourdieu - Gostos de Classe e Estilo de Vida
Traducción de cátedra.
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Bourdieu, Pierre, “Gostos de classe e estilos de vida”, Coleção Sociología, S.P., Ática, 1983, pp. 82-108.
Traducción de cátedra.
El lujo y la necesidad
La más importante de las diferencias en el orden del estilo de vida y, más aún, de la
“estilización de la vida”, reside en las variaciones de la distancia con el mundo – sus
presiones materiales y sus urgencias temporales – distancia que depende, al mismo
tiempo, de la urgencia objetiva de su situación en el momento considerado y de la
disposición para tomar distancia frente a esa situación. Tal disposición, que mal
podemos llamar subjetiva, puesto que ella es objetividad interiorizada y sólo puede
constituirse en condiciones de existencia relativamente liberadas de la urgencia,
depende, a su vez, de toda la trayectoria social. 3 Así que las preferencias de los obreros
recaen, con más frecuencia que para las otras clases, en interiores aseado y limpios,
fáciles de mantener o en ropa de corte clásico sin los riesgos de la moda tal como lo
imponen su necesidad económica. Donde las clases populares, reducidas a los bienes y
las virtudes de “primera necesidad”, reivindican la limpieza y la comodidad, las clases
medias, ya más liberadas de la urgencia, desean un interior cálido, íntimo, confortable o
cuidado, o un vestuario a la moda y original. Por estar ya muy arraigados, esos valores
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Destinado a manifestar la unidad, que la intuición inmediata aprehende y por la cual se guían las
operaciones ordinarias de clasificación, de todas las propiedades ligadas a un grupo, el esquema teórico
de las prácticas y de las propiedades constitutivas de los diferentes estilos de vida yuxtapone
informaciones relativas a dominios que el sistema de clasificación ordinario separa – a punto de tornar
impensables o escandalosas simples aproximaciones: el efecto de disparate que de allí resulta tiene la
virtud de romper las jerarquías ordinarias, es decir, las protecciones que envuelven las prácticas más
legítimas, y de dejar transparentar las jerarquías económicas y sociales que ahí se expresan bajo una
forma irreconocible.
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Mostramos, en otros escritos, como la disposición muy general – que podríamos llamar “teórica” por
oposición a práctica – de que la disposición estética es una dimensión, no puede ser adquirida sino sobre
ciertas condiciones económicas, aquellas que tornan posibles la experiencia escolar y la suspensión de las
necesidades y urgencias que ella presupone y realiza.(ver Bourdieu, P. y Boltanski, L, “Le fetichisme de
la langue”, en Actes de la Recherche en sciences Sociales, I, (4), julio 1975, p. 2-32).
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Bourdieu, Pierre, “Gostos de classe e estilos de vida”, Coleção Sociología, S.P., Ática, 1983, pp. 82-108.
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les parecen como naturales, evidentes y son relegados a un segundo plano por las clases
privilegiadas. Enfrentándose a las intenciones socialmente reconocidas como estéticas,
tales como la armonía y la composición, las clases privilegiadas no pueden distinguirse
mediante las propiedades, prácticas o virtudes que, poseídas desde hace mucho, no
precisan más ser reivindicadas o que, por haberse tornado comunes, mantienen su valor
de uso pero han perdido su valor distintivo. 4 Los gustos obedecen, así, a una especie de
ley de Engels generalizada: a cierto nivel de distribución, lo que es raro y constituye un
lujo inaccesible o una fantasía absurda para los ocupantes del nivel anterior o inferior, se
torna banal o común y se encuentra relegado al orden de lo necesario, de lo evidente,
por la aparición de nuevos consumos, más raros y, por lo tanto, más distintivos.5
Ajustadas a una condición de clase y en tanto conjunto de posibilidades e
imposibilidades, las disposiciones son también adecuadas a una posición, a un nivel en
la estructura de clases y, por lo tanto siempre, son referidas, al menos objetivamente, a
las disposiciones asociadas a otras posiciones. Por una especie de adhesión de segundo
orden a la necesidad, las diferentes clases consideran como ideal ético las elecciones
implícitas del ethos que esa necesidad les impone rechazando, al mismo tiempo, las que
otros, por sus propias necesidades, consideran “virtudes”. No hay práctica pequeño-
burguesa de ascetismo, ni elogio de lo limpio, lo sobrio, lo bien cuidado, que no
encierre una condena tácita a la suciedad, ni existe inconveniencia en las palabras o en
las cosas, que no condene tácticamente la intemperancia, la imprevisión, el impudor o la
imprudencia; como si los agentes sólo pudiesen reconocer sus valores en aquello que los
valorizan, en la última diferencia, que es también, muchas veces, la última conquista, en
la distancia genética y estructural que propiamente los define. Del mismo modo, no hay
reivindicación burguesa de la desenvoltura o de la discreción, del desprendimiento y del
desinterés que no repare en las pretensiones – siempre marcadas por demás o de menos
– de la pequeña burguesía, tacaña y extravagante, arrogante y servil, inculta o escolar.
En cuanto a las llamadas al orden (“¿quién se cree que es?”, “no es para personas como
nosotros”) donde se enuncia el principio de conformidad, única norma más o menos
explícita del gusto popular y que pretenden promover las elecciones modestas
impuestas, en todo caso, por las condiciones objetivas, ellas mismas encierran una
amenaza contra la ambición de identificarse con otros grupos, de distinguirse y , por lo
tanto, de distanciarse del grupo- Esta pretensión es particularmente condenada en los
hombres, dado que todo refinamiento en materia de leguaje o de vestuario es
inmediatamente percibido no solamente como una señal de aburguesamiento sino
también, inseparablemente, como un indicio de disposiciones afeminadas. Vemos que
toda tentativa de producir un organon estético común a todas las clases está condenada
de antemano, a menos que se juegue sistemáticamente con el hecho de que la lengua, así
como toda moral universal, es al mismo tiempo común a las diferentes clases y capaz de
recibir sentidos diferentes (o incluso opuestos) en los usos particulares que de ella se
hacen.
Los grupos se invisten enteramente, con todo lo que los oponen a los otros grupos,
en las palabras comunes donde se expresa su identidad, es decir, su diferencia. Así, bajo
su aparente neutralidad, palabras tan comunes como práctico, sobrio, funcional,
gracioso, fino, íntimo, distinto, están divididas ellas mismas, sea porque las diferentes
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La proporción de elección de adjetivos que acentúan las propiedades propiamente estéticas del interior -
composición, lleno de fantasía, sobrio, discreto, armonioso – aumenta a medida que nos elevamos en la
jerarquía social (la misma tendencia se observa para el adjetivo artista, al respecto del amigo).
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Un aspecto de acción “moralizadora” de la clase dominante consiste en un esfuerzo para fijar el estado
de la estructura de distribución de bienes, exhortando a las clases que ella llama “modestas” a la
“modestia” y para reforzar, con llamadas al orden explícitas, disposiciones de antemano ajustadas a ese
orden.
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Bourdieu, Pierre, “Gostos de classe e estilos de vida”, Coleção Sociología, S.P., Ática, 1983, pp. 82-108.
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clases les confieren sentidos diferentes, sea porque aunque les den el mismo sentido le
atribuyen valores opuestos a las cosas nombradas: así ocurre, por ejemplo, con la
expresión bien cuidado, tan fuertemente apropiada por aquellos que la utilizan para
manifestar su gusto por el trabajo bien hecho, bien acabado, criterio de toda perfección
estética, que está cargado de connotaciones sociales confusamente sentidas o rechazadas
por los otros; o aún divertido, cuyas connotaciones sociales, asociadas a una
pronunciación o una elocuencia socialmente marcada, más burguesa o snob, entran en
contradicción con su sentido evidente y se aleja de aquello que podría reconocerse como
su equivalente popular (gracioso o alegre).6
La propia disposición estética, que, junto con la competencia específica
correspondiente, constituye la condición de la apropiación legítima de la obra de arte, es
una dimensión de un estilo de vida en el cual se expresan, bajo una forma irreconocible,
las características específicas de una condición. Capacidad generalizada de neutralizar
las urgencias ordinarias y de colocar entre paréntesis los fines prácticos, inclinación y
aptitud durables en una práctica sin función práctica, la disposición estética se
constituye en una experiencia del mundo liberada de la urgencia y de la práctica de
actividades que tengan en ellas mismas su finalidad. Dicho de otro modo, ella supone la
distancia con el mundo que está en el principio de la experiencia burguesa. El consumo
material o simbólico de la obra de arte constituye una de las manifestaciones supremas
del desprendimiento, en el doble sentido de condición y disposición que la lengua
ordinaria da a esa palabra. El desprendimiento propio de la observación pura no puede
ser disociado de una disposición general a lo gratuito, a lo desinteresado, producto
paradojal de un condicionamiento económico negativo que engendra una distancia con
relación a la necesidad. De este modo, la disposición estética se define también, objetiva
y subjetivamente, con relación a las demás disposiciones: la distancia objetiva con
relación a la necesidad y a los se encuentran prisioneros de ella, se suma una toma de
distancia intencional, reduplicación deliberada para exhibir la libertad. En la medida en
que crece la distancia objetiva con relación a la necesidad, el estillo de vida se torna,
siempre y cada vez más el producto de una “estilización de la vida”, decisión
sistemática que orienta y organiza las prácticas más diversas, ya sea la elección de un
vino y de un queso o la decoración de una casa de campo. Afirmación de poder sobre la
necesidad dominada, ella encierra siempre la reivindicación de una superioridad
legítima sobre aquellos que, no sabiendo afirmar ese desprecio por las contingencias en
el lujo gratuito y en el desperdicio ostentatorio, permanecen dominados por los intereses
y las urgencias cotidianas: los gustos de libertad sólo pueden afirmarse en cuanto tales
con relación a los gustos de necesidad y, en el orden de la estética, se constituyen frente
a los vulgares. Esa pretensión tiene menos chances que cualquier otra de ser
cuestionada, puesto que la relación sobre la cual ella se funda – de la disposición “pura”
y “desinteresada” con relación a las condiciones materiales, de las existencias más raras
porque más se encuentran liberadas de la necesidad económica – tiene todas las
chances de pasar desapercibida. El privilegio con mayores facultades de distinción y
clasificación tiene, así, el privilegio de aparecer como el más fundado en la naturaleza.
[…]
Distancia respetuosa y familiaridad
Las distintas clases se distinguen menos por el grado en que reconocen la cultura
legítima que por el grado en que la conocen: las declaraciones de indiferencia son
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De allí el interés y la extrema complejidad del “test ético” que consiste en proponer a todos los
entrevistados, cualquiera sea su clase social, la misma lista de objetivos para caracterizar al amigo, la
vestimenta o el interior ideal.
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El efecto de imposición de legitimidad que se ejerce en situación de entrevista es tan fuerte que
podemos, si no tenemos cuidado, producir literalmente, profesiones de fe estéticas que no corresponden a
ninguna práctica real. Así, en una investigación sobre el público de teatro, el 74 % de los entrevistados del
nivel primario (y el 66 % del secundario) aprueban juicios pre-formados, tales como “el teatro eleva el
espíritu” y se pierden en un discurso de complacencia sobre las virtudes “positivas”, “instructivas”,
“intelectuales” del teatro, por oposición al cine, simple distracción, fácil, ficticia y hasta vulgar. Por más
ficticias que ellas sean, esas declaraciones encierran una realidad y no es insignificante que sean los más
desguarecidos culturalmente, los más viejos, los que viven más lejos de París, en pocas palabras, aquellos
que tienen menos chances de ir realmente al teatro los que reconocen más frecuentemente que “el teatro
eleva el espíritu”.
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Bourdieu, Pierre, “Gostos de classe e estilos de vida”, Coleção Sociología, S.P., Ática, 1983, pp. 82-108.
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son, a veces, pedantes insoportables, pero que tienen su utilidad. Pertenecen al género
inferior y modesto y de ellos depende la mejora de ese género un poco subalterno a
fuerza de tacto, de medida y de elegante levedad (…) Existe un mal gusto (…) y los
refinados sienten eso por instinto. Para aquellos que no lo sienten, es preciso una regla.8
Así, lo que la ideología del gusto natural opone, a través de dos modalidades de
competencia cultural y de su utilización, son dos modos de adquisición de la cultura: el
aprendizaje total, precoz e insensible, efectuado desde la primera infancia en el seno de
la familia, y el aprendizaje tardío, metódico, acelerado, que una acción pedagógica
explícita y expresa asegura. El aprendizaje casi natural y espontáneo de la cultura se
distingue de todas las formas de aprendizaje forzado, no tanto como quiere la ideología
del “barniz” cultural, por la profundidad y la durabilidad de sus efectos, sino por la
modalidad de relación con la cultura que favorece. Él confiere la certeza de sí,
correlativa a la certeza de detentar la legitimidad cultural, verdadero principio de
desenvoltura al cual identificamos la excelencia; él produce una relación más familiar,
más próxima y más desenvuelta con la cultura, especie de bien de familia que siempre
conocemos y del cual nos sentimos el heredero legítimo: la música no son los discos y
el fonógrafo de los veinte años gracias a los cuales descubrimos a Bach y a Vivaldi, sino
el piano de la familia olvidado desde la infancia y vagamente practicado hasta la
adolescencia; la pintura no son los museos, de repente descubiertos en la prolongación
del aprendizaje escolar, sino el escenario del universo familiar.
Más allá de eso, como bien lo sienten los profetas del gusto natural, todo aprendizaje
racional supone un mínimo de racionalización que deja su marca en la relación, más
intelectual, con los bienes consumidos. El placer soberano del esteta dispensa el
concepto. Él se opone tanto al placer sin pensamiento del “ingenuo” (que la ideología
exalta a través del mito de la mirada nueva de la infancia) como al pensamiento
(presumido) sin placer del pequeño-burgués y del parvenu, siempre expuestos a esas
formas de perversión ascética que llevan a privilegiar el saber en detrimento de la
contemplación de la obra a la manera de los cinéfilos que saben todo lo que se puede
saber sobre los filmes que no miran.
No es que, nosotros los sabemos, el sistema escolar realice completamente su
verdad: lo esencial de lo que la escuela comunica es adquirido también por incremento,
tal como el sistema de clasificación que inculca a través del orden de inculcación de los
saberes o de la propia organización de la institución encargada de asegurarla (jerarquía
de las disciplinas, de las clases, de los ejercicios, etc.) Pero el sistema escolar debe
operar siempre, para las necesidades de transmisión, un mínimo de racionalización
sobre aquello que transmite: así que sustituye los esquemas prácticos de clasificación
por las taxonomías explícitas y estandarizadas, fijadas bajo la forma de esquemas
sinópticos o de tipologías dualistas (por ejemplo, clásico/romántico) y expresamente
inculcadas, conservadas en la memoria bajo la forma de saberes susceptibles de ser
restituidos por todos los agentes sometidos a su acción. Produciendo los instrumentos e
expresión que permiten llevara al orden del discurso casi sistemático las preferencias
prácticas y organizarlas expresamente en torno a principios explícitos, el sistema escolar
torna posible en el dominio simbólico de los principios prácticos del gusto, tal como lo
hace la gramática al racionalizar el sentimiento de belleza, dándoles la posibilidad de
referirse a reglas, preceptos y recetas en lugar de remitirse a los azares de la
improvisación, sustituyendo la sistematicidad intencional de una estética por la
sistematicidad objetiva de la estética producida por los principios prácticos del gusto.
Pero por ahí – y es lo que determina el furor de los estetas contra los pedagogos y la
pedagogía – él provee sustitutos para la experiencia directa, ofrece atajos al largo
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Pressac, P. de, Considérations sur la cuisine, París, NRF, 1931, p. 23-4.
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camino de la familiarización, torna posibles prácticas que son el producto del concepto
o de la regla en lugar de serlo de la pretendida espontaneidad del “gusto natural”,
ofreciendo, así, un recurso para aquellos que esperan poder recuperar el tiempo perdido.
El desposeimiento cultural
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Bourdieu, Pierre, “Gostos de classe e estilos de vida”, Coleção Sociología, S.P., Ática, 1983, pp. 82-108.
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Ese sello del cual habla Marx, ese estigma, no es otro sino el propio estilo de vida, a
través del cual los más desposeídos se denuncian inmediatamente, hasta en el uso de su
tiempo libre, sirviendo de contraste para todos los intentos de distinción y para
contribuir de manera enteramente negativa con la dialéctica de la pretensión y de la
distinción que está en el principio de los cambios incesantes del gusto. No contentos con
no tener por lo menos algunos de los conocimientos valorizados en el mercado de los
exámenes escolares o de las conversaciones mundanas y con no poseer sino habilidades
y saberes que no tienen ningún valor en ese mercado; no contentos, en resumen, con
estar despojados del saber y de la buena educación, ellos son encima aquellos que “no
saben vivir”; aquellos que más se sacrifican por los alimentos materiales y por los más
pesados, los más groseros y los que más engordan – pan, papas y frituras – por los más
vulgares también, como el vino; aquellos que destinan menos al vestuario y al cuidado
corporal, a los cosméticos y a la estética; aquellos que “no saben descansar”, que
“encuentran siempre algo que hacer”; que van a estacionar su casilla a campings
superpoblados, que se instalan para hacer en la vereda, que se meten con su Renault 5 o
su Simea 1000 en los estacionamientos a las salidas de las ferias, que se dedican a los
prefabricados concebidos por los ingenieros de la producción cultural de masas;
aquellos que, por todas estas elecciones tan mal inspiradas, confirman el racismo de
clase en la convicción de que no tienen sino lo que se merecen.
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Sería interesante determinar, por un análisis propiamente lingüístico, como se define esa frontera en el
dominio del lenguaje. Si acertamos el veredicto del “sentido social” de los entrevistadores, buena parte,
no del estatuto lingüístico de la lengua utilizada por los entrevistados sino de la imagen social que de ella
pueden hacer los interlocutores cultos (las taxonomías empleadas para clasificar los lenguajes y las
pronunciaciones son las de uso escolar), veremos que esa diferencia es, en efecto, muy marcada entre los
operarios (y también los artesanos y los pequeños comerciantes) y los funcionarios: entre los primeros, el
42% solamente hablan un lenguaje considerado “correcto” frente al 77% de los funcionarios (a los que es
preciso sumar el 4% de lenguaje “pulido” que se encuentra totalmente ausente entre los obreros); del
mismo modo, la “ausencia de acento” pasa del 12,5% al 28%.
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La “carrera” que se ofrece a los trabajadores es, sin duda, vivida en primer lugar, como lo inverso de la
carrera negativa que conduce al subproletariado; lo que cuenta, en las “promociones” son, junto con las
ventajas financieras, las garantías suplementarias contra la amenaza, siempre presente de la recaída en la
inseguridad y en la miseria. (La potencialidad de la “carrera negativa” es tan importante para explicar las
tendencias de los trabajadores calificados como la potencialidad de la promoción ara comprender las
tendencias de los funcionarios de los cuadros medios).
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El 10,5% de los obreros especializados y de los no-especializados y el 17% de los pequeños
comerciantes citan a Rousseau entre los pintores, contra, por ejemplo, el 6% de los obreros calificados, el
3% de los maestros y de los técnicos, y el 0% de cuadros administrativos medios (parece que el nombre
de Braque, citado por el 10,5% de los trabajadores calificados, es objeto de un conocimiento ex auditu, ya
que la investigación coincidió con la muerte de Braque que fue objeto de numerosos comentarios en la
televisión y en la radio).
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Los efectos de la diferencia de edad y de instrucción se combinan para producir diferencias bien
marcadas en los gustos en materia de música: los contramaestres y los obreros calificados tienden a los
cantores más antiguos y más establecidos, pero también los mejor colocados en la jerarquía de los valores
culturales – Piaf, Bécaud, Brel, Brassens – en tanto que los obreros especializados y los no-especializados
citan a Johnny Halliday y Francoise Hardy.
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