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1 2001 Esperemos El Viento Articulo Revista Apuntes
1 2001 Esperemos El Viento Articulo Revista Apuntes
Quiero dedicar estas líneas a mis alumnos, particularmente a todos quienes han
sido mis alumnos en el curso de Actuación I de la Escuela de Teatro U.C.
Hay algo en lo que insisto mucho cuando enseño Verso, Historia del Teatro o
Actuación que tiene que ver con el convencimiento que tengo de que la formación
de los actores no tiene que ver con el traspaso de técnicas (que de todas maneras
se han de adquirir) sino que esencialmente con el despertar en los estudiantes la
necesidad de conocer y de crear por sí mismos. El profesor simplemente abre la
puerta al mundo del conocimiento, pero es el alumno el que debe hacerse cargo
finalmente de su educación.
Y esta “verdad” podría ser refutada, pues en el arte no existen más que las
verdades parciales. La historia del teatro nos da prueba de ello: muchos estilos
artísticos, surgidos en el seno del movimiento que los precede, niegan
rotundamente los principios fundamentales del arte establecido en su tiempo
(pensemos en el Romanticismo, por ejemplo).
Todo trabajo de teatro en el contexto universitario, debe a mi juicio, involucrar un
trabajo de investigación, una puesta en crisis de los lenguajes y los materiales del
arte, y debe por lo tanto, someter a los participantes a un proceso de
descubrimientos y cuestionamiento permanente sobre las técnicas y los contenidos
de la obra artística.
Siendo consecuente con mis propios planteamientos, lo único que pretendo aquí es
señalar mi proceso de aprendizaje y creación de los dos trabajos antes
mencionados, pero de ningún modo pretendo que este sea el único esquema de
investigación escénica posible o el más efectivo, o el más “verdadero” simplemente
ha sido el necesario para las personas que hemos participado de estas dos
investigaciones.
ESPEREMOS EL VIENTO
La vuelta a lo griego
Este proyecto surge de una experiencia docente que viví el año 2000 en otra
Escuela de Teatro donde enseñaba actuación en ese momento. Era la primera vez
que enfrentaría el curso de Tragedia y –como es frecuente que ocurra- el grupo
humano con el que contaba tenía sólo 4 alumnos hombres.
Además yo tenía la intuición –porque aún no era un convencimiento- de que para
vivenciar la experiencia de la actuación de la Tragedia era interesante remontarse
a las fuentes primigenias (las griegas, evidentemente) y para cada muchacho iba
ser mucho más poderosa la experiencia si trabajaban a partir de un gran
personaje, con un desarrollo y contacto con los grandes temas presentes en estos
textos tan antiguos.
Así es que les propuse a los muchachos embarcarnos en el mito de los Atridas,
desde la situación de la manzana de la Discordia hasta las consecuencias finales de
la guerra de Troya. Así nos encontramos con Paris, Helena, Hécuba, Andrómaca,
Casandra, Héctor, Agamenón, Menelao, Clitemnestra, Ifigenia, Electra, Orestes.
Grandes personajes, todos complejos, mucho material para investigar.
Y comenzamos a componer para nuestra puesta en escena de los Atridas un texto
que los contuviese a todos.
Fue un trabajo enorme y nos llevó a textos de Esquilo Sófocles y Eurípides, pero
también a textos contemporáneos.
Por otra parte, otra intuición que tenía es que la tragedia griega debía actuarse en
un espacio en que la relación del actor y el espectador fuese diferente a la que una
sala de escuela, pequeña y delimitada permite.
Esto nos llevó a mi ayudante y a mí a buscar un sitio –no un teatro, literalmente
un sitio- para poder presentar el trabajo. Yo quería un espacio ruinoso, un antiguo
edificio de Santiago sin restaurar, un sitio eriazo donde hubo alguna bella
edificación, pero en general, un territorio que diera cuenta por sí solo de lo que
uniría todo el relato: la destrucción y la guerra.
Por casualidad, como ocurren siempre las cosas, Alejandra Serey –arquitecta y
enamorada del teatro- que era mi ayudante descubrió en la calle Rosal, pleno
barrio Lastarria un lugar que le pareció el adecuado. Después de algunas
averiguaciones, pudo saber de quien era propiedad el inmueble y dos reuniones
bastaron para que la Isapre dueña del terreno se entusiasmara en la idea de hacer
algo en ese espacio que hasta el momento no tenía absolutamente ningún uso.
IMAGEN DE ROSAL
El primer paso para lograr mi cometido fue realizar una adaptación del texto que
era una traducción española del original. Además, quise eliminar los personajes de
los dioses no sólo para reducir el elenco, sino para enfatizar el leit motiv de la obra
“Los dioses nos han abandonado”.
Una vez listo el texto, elaboré el proyecto para el Fondart, postulando sólo en
compañía de quien sería el productor de la obra y del diseñador de vestuario. Eso
nos daría el tiempo necesario para encontrar a los actores idóneos para cada uno
de los personajes.
El proyecto se postuló como un laboratorio de trabajo sobre la tragedia de Sartre a
partir de mi versión, pero la obra de Sartre está basada en la de Eurípides, por lo
tanto era la versión de una versión. Y el concepto central de investigación tenía
que ver con la ruina. El texto y el espacio eran ruinas, los despojos materiales de
otro tiempo, que buscaban ser reconstruidos a partir de un punto de vista relativo
al presente, que permitiera a través de un relato tan antiguo entender el porqué
de problemas tan contemporáneos como el desamparo y el dolor de quienes ven
morir en la guerra a todos los que han amado.
Y las cosas se fueron dando de una manera muy particular con la búsqueda del
elenco, una vez aprobado el Fondart: para la protagonista Hécuba queríamos una
actriz de alrededor de 50 años, pero debía estar dispuesta a trabajar en la tierra y
los escombros de Rosal, cosa nada de grata si se quiere. Cuando nos reunimos con
Margarita Barón, a quien le habíamos enviado el texto, recuerdo que nos dijo “Yo
estudié teatro para poder actuar en este tipo de obras”. El coro estaría conformado
por una sola actriz, que sería el testigo y la memoria de toda la masacre. Era un
personaje que sostenía todo el relato junto a la protagonista, y debía ser alguien
de la talla y fuerza en el escenario de Margarita.
Hace algunos años, había conocido a Sara Pantoja como profesora de voz en una
Escuela de Teatro. No sólo me parecía una gran profesora de la línea más difícil de
cualquier escuela de teatro, sino que me parecían particularmente interesantes sus
opiniones sobre el trabajo del actor. Luego recordé que la había visto actuar unos
seis años antes en un Festival de dramaturgia joven organizado por la Escuela de
Teatro U.C. bajo la dirección de Verónica García-Huidobro.
Y le propuse el texto. Ella lo leyó, y aunque entró en pánico de volver a actuar
después de tanto tiempo, aceptó.
Los demás actores se fueron integrando paulatinamente al trabajo, pero la dupla
central era la más permanente, pues todos los otros personajes entran en una
escena donde ocurre su partida desde las ruinas de Troya. Pero Hécuba y el Coro
están presentes a lo largo de todo el relato, viendo cómo ocurre lo inevitable:
todas y cada una de las mujeres supervivientes de la masacre con llevadas como
esclavas a Grecia; en cambio Helena, la responsable de la perdición de la ciudad
será perdonada por el débil Menelao quien es incapaz de resistirse al poder de su
belleza.
Uno de los trabajos fundamentales sería el de texto. La obra está estructurada por
una sucesión de escenas de monólogos y diálogos, pero casi toda la acción de la
obra ocurre en la palabra. Además a cada momento hay citas mitológicas:
relaciones con diversos mitos y personajes del mundo helénico. También en el
texto se profundiza en la narración de las emociones de los personajes frente a la
masacre y la destrucción. Y a partir del análisis del texto, trabajamos sobre las
imágenes que las palabras nos iban ofreciendo, no sólo a nivel de contenido, sino
también sonoramente. Y esta sonoridad buscábamos extrapolarla, llevándola al
límite para permitir que la musicalidad de la palabra diera cuenta con evidencia de
su contenido.
La música sería fundamental, no sólo porque nos preparaba en la emoción de las
escenas, sino porque pensamos que debía ser también un personaje. Gina Allende
hizo la selección musical, a partir de la idea de ser un personaje. Ella me propuso
que ese personaje fuese la ciudad, pues son sólo las voces incrustadas en las
ruinas lo único que permanece de Troya. Para esto buscó obras vocales (para
voces femeninas) y sólo para los momentos en que aparece el mensajero del
ejército griego (Taltybios) y el propio general Menelao la música es instrumental.
Las obras eran de compositores del siglo XX y otras medievales, resultando muy
interesante la fusión de ambas estéticas musicales.
La música fue incorporada a todos y cada uno de los ensayos y no fue en ninguna
medida acompañante del trabajo actoral, sino uno de los pilares fundamentales del
mencionado trabajo sonoro del laboratorio. Fue muy interesante para los actores
involucrarse con la música al punto de no poder realizarse cada escena sin la
necesaria presencia de ella.
Además se construía un trabajo de ida y vuelta. El actor proponía y la música
secundaba su propuesta, o bien, la música proponía y el actor podía con su texto
participar de dicha propuesta musical.
Una vez por semana, que era el momento en que se juntaba todo el grupo,
incluidos el diseñador y el productor, realizábamos un training colectivo para poder
compartir las experiencias y conocimientos de cada uno en su especialidad. Luego,
nos abandonábamos a la Posteriormente, revisábamos escenas ya trabajadas en
la semana, para finalmente hacer una gran mesa de conversación sobre lo
ocurrido en el ensayo.
Esto último siempre arrojaba consideraciones personales sobre qué es lo que cada
actor vivía en el momento de la improvisación particularmente, y en el encuentro
con los otros personajes, pero principalmente cobraba sentido cuando podían
crearse resonancias con temas de nuestro tiempo. Recuerdo fuertemente la
conversación que tuvimos a partir de un ensayo sobre lo feroces que nos
resultaban las correspondencias entre esta historia y sus personajes con nuestra
historia nacional a partir del 11 de septiembre del 73. Esto nos llevaría que en el
montaje final, un personaje que está siendo siempre nombrado pero nunca
aparece que Agamenón, el general máximo de los griegos, nunca fuera llamado
por su nombre, sino que simplemente fuese el general en la boca de Casandra,
Hécuba o Andrómaca.
Pero todo tiene siempre que ver con las personas, y lógicamente el proyecto Sor
Juana era lo suficientemente difícil como para no perdonar un equipo poco
comprometido, aproblemado o difícil en cualquier término.
En fin... La gente idónea ya existía en mi trabajo desde algún tiempo. La actriz
Sara Pantoja, la músico Gina Allende y yo completábamos el trío de mujeres. Pero
pensamos en sumar a la investigación desde sus orígenes una cuarta integrante,
una artista visual, Verónica Barraza, como las otras, profesora de nuestra Facultad.
La convocatoria a trabajar sobre Sor Juana fue veloz. Y comenzamos a trabajar
rápidamente, sin más recursos que las ideas, las ganas y la fascinación por la
figura de la Décima Musa.
Una de las cosas que más nos potenciaba era el sentir que, guardando las
proporciones, Sor Juana representaba un ideal de mujer al que nosotras
aspirábamos, la mujer intelectual, la sensible, la apasionada, la cotidiana, una
mujer creadora, pero paradójicamente si consideramos su condición de religiosa,
una mujer en el mundo, que bien puede hacer disquisiciones filosóficas y
teológicas brillantes, puede alucinarse en la preparación de una receta de cocina
de su autoría, que puede dominar el latín a la perfección, pero admirarse ante las
culturas originarias americanas “de los indio arbolarios” , y que da cuenta de su
doble origen: americana y europeo.
Nuestro trabajo se inició en septiembre de 2002, en una sala de ensayo
gentilmente facilitada para nosotros por la Escuela. Martes y jueves por la tarde
nos encerrábamos para proponer ejercicios, improvisar y ver qué pasa con la
música, el actor y su texto. Nos perdimos como locas, sobre todo cuando la Vero
Barraza nos mostró el video en que aparecía el primer resumen escénico de la
investigación. Entramos en crisis, pero una crisis casi divertida, porque no significó
más que un replanteamiento de los modos de trabajo. Así, venía el momento de
tomar opciones: había que conseguir recursos, designar roles en el trabajo (me
refiero, dramaturgo, director, etc) y ponerse metas.
Y entramos a la etapa de proyectos: había que convencer a otros que era
importante que apoyaran este trabajo, que una investigación así debía encararse
en un espacio universitario y qué mejor que una Facultad de Artes, siendo Sor
Juana una artista integral, prioritariamente escritora, pero también conocedora de
música y pintora.