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Sus dedos golpeaban inquietas las teclas de su computadora, mientras intentaba sin suerte torcer
el nudo de la historia que desde hacía mucho tiempo estaba escribiendo.
Como era metódico había realizado un esquema pormenorizado de los personajes, hechos,
lugares, pruebas y decisiones que su personaje principal debía tomar a lo largo de los capítulos,
mucho antes de comenzar a desarrollar la historia.
Sin embargo hoy, su personaje central, su protagonista, había hecho algo que él no tenía en
cuenta que pudiese suceder, luego de encontrarse frente a un dilema que lo colocaba en una
situación de ansiedad, casi de desesperanza, no encontraba una salida.
Hasta ahora siempre había podido adelantarse a las posibles alternativas, sin embargo el escritor
sentía que sólo podía actuar sólo a las consecuencias: Ser, o no Ser feliz.
Ya había desarrollado varias alternativas para el final de la historia, sin embargo casi sin remedio
todas conducían a la desventura.
Agotado de pasar toda la noche en vela tratando de resolver su historia, reclinó la cabeza sobre
sus brazos y se durmió.
El protagonista de la obra, cansado de participar en una trama tan insidiosa que sólo lo arrastraba
a optar por decisiones que lo entristecían, había tomado el control de la historia…
“Corrió las pesadas cortinas que lo separaban del resplandor de la montaña. Tomó su abrigo, y
abrió la puerta con la alegría del que sabe que cada despertar encierra una promesa, y que el
mañana… el mañana… es hoy.
FIN”
El autor se quedó en silencio por un instante, vació el termo de café hasta la última gota, guardó la
hoja impresa junto a las otras en la carpeta, sonrió en silencio… y… Corrió las pesadas cortinas que
lo separaban del resplandor de la montaña. Tomó su abrigo, y abrió la puerta con la alegría del que
sabe que cada despertar encierra una promesa, y que el mañana… el mañana… es hoy.
Nancy Díaz