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EL LAGARTO DE LA MAGDALENA
Otra leyenda también muy arraigada a la ciudad tiene que ver con la excelente
talla de ''El Abuelo'', el nazareno que tanta devoción tiene en Jaén. Cuenta la
leyenda que un abuelo pasó por una posada y en la puerta vio un tronco de olivo.
Al verlo le dijo a los dueños que de ahí saldría un buena nazareno. Ante el
comentario del anciano los posaderos le preguntaron que si podría hacerlo y éste
asintió. le pidió que le dejasen el tronco en una habitación solitaria sin ruidos y que
no le dejasen herramientas, porque no las necesitaba. los posaderos aceptaron
tan simple petición y dejaron al abuelo a solas con el tronco. pasó un rato pero no
se escuchaba ningún ruido. Los dueños de la posada tocaron a la puerto del
anciano pero al no tener respuesta alguna decidieron entrar al entrar se
encontraron con la hermosa talla del Nazareno. De ahí viene el nombre de ''El
Abuelo''.
Una mañana del año 1667 llegó a Jaén un escultor llamado Antón acompañado de
su esposa y dos pequeños hijos gemelos. Encontraron vivienda en una modesta
casa de la Magdalena, pero los vecinos se extrañaban pues la mujer y los niños
jamás salían a la calle. Antón comenzó a trabajar como escultor en las obras de la
Catedral. Salía por las mañanas temprano y regresaba a casa a la noche. Tenía
un carácter muy reservado y procuraba no mezclarse demasiado con la gente.
Evitaba conversar con nadie y siempre caminaba en solitario por las calles menos
transitadas. Nadie conocía nada acerca de su vida o su familia. Pero a pesar de
ello, su trabajo con la piedra y la madera era exquisito y muy admirado, así que la
demanda del mismo fue aumentando al igual que su fama.
Sin embargo, una noche desapareció con la familia sin dejar rastro. Los vecinos
dijeron que habían escuchado fuertes gritos de gente en la casa, así como galopar
de caballos y tropel de lucha. Algunos dijeron haber visto a Antón aquella noche
corriendo desesperado hacia la puerta de Martos tras el rastro de una gran
polvareda.
Un día, unos diez años después de aquellos hechos, volvió a verse a Antón por
Jaén. El hombre tenía muy mal aspecto y había envejecido mucho más de lo
normal para su edad. Mostraba claros signos de sufrimiento en su rostro.
Antón fue al convento de los Carmelitas Descalzos, donde se conservaban varias
obras suyas, y pidió asilo a cambio de trabajo. El padre superior accedió, y se
convirtió en la única persona con la que Antón cruzaba algunas palabras. Después
de mucho tiempo y con gran paciencia, el superior logró que Antón relatara todo lo
ocurrido.
El hombre contó que había sido hecho prisionero cuando prestaba servicio en un
barco de guerra español y conducido a tierras africanas donde estuvo prisionero
cuatro años. Cuando lo dejaron en libertad le dieron la opción de regresar a su
tierra, pero él no contaba con medios económicos para hacerlo así que se puso a
trabajar en casa de un rico musulmán. Allí conoció a la hermosa hija de éste y se
enamoró de ella, siendo su amor a su vez correspondido. Pero por supuesto el
padre no aprobaba dicha unión, por lo que ambos decidieron huir juntos de
aquellas tierras. Así fue como llegaron a la Península. Primero se asentaron en
Sevilla, donde nacieron sus dos hijos gemelos, y finalmente decidieron trasladarse
a Jaén.
Decidieron guardar el secreto a todo el mundo y tratar de pasar totalmente
desapercibidos por miedo a que su paradero llegara a oídos del padre de ella. Sin
embargo, finalmente ocurrió lo temido y una noche se presentaron en la casa seis
hombres armados y a caballo, los cuales, sin mediar palabra, le arrebataron a su
esposa y sus dos hijos.
Antón no podía dejar de llorar recordando aquellos amargos momentos y las caras
de dolor de su familia. Decía tener grabados en su mente los rostros
contorsionados por la pena y las lágrimas de sus dos pequeños hijos. Había
buscado a su familia hasta la extenuación, pero todo había sido en vano. El padre
superior se quedó muy acongojado al conocer la triste historia y trató de darle todo
su apoyo para ayudarlo a soportar el día a día.
Antón comenzó a trabajar en un precioso retablo para la Virgen de las Angustias,
pero en sus ratos libres tallaba unos angelitos que lloraban amargamente con
gran dolor. En aquellos rostros plasmó las imágenes de sus dos amados hijos en
aquel triste momento en que fueron arrancados de su lado. Todos en el convento
quedaron sorprendidos ante la belleza y realismo de la obra y los angelitos fueron
colocados al pie de la imagen de Nuestra Señora.
Pero dos días después de bendecidos los angelitos, Antón volvió a desaparecer.
Sólo dejó una nota sobre su cama dirigida al superior, en ella explicaba que no
podía soportar el dolor que le causaba contemplar aquellos dos angelitos y por
ello abandonaba Jaén para siempre. Nunca más se supo de él.
La leyenda cuenta que el santo Rostro fue traída a Jaén por el primer obispo de
Jaén, San Eufrasio, que tenía una villa, fuera de las murallas de Jaén y allí en una
capilla tenía dos diablillos encerrados en una vasija de cristal, los cuales se
pasaban el día discutiendo el uno con el otro. Un día mientras los demonios lo
creían dormido, San Eufrasio se da cuenta que los demonios no están
discutiendo, sino cuchicheando algo en voz baja, escuchando cómo se decían que
hoy era el día en que Lucifer le iba a tender una trampa al Papa y que estaba a
punto de cometer un gran pecado; el obispo, para intentar evitarlo, amenazó a los
diablillos para que le contaran todos los detalles, y al final éstos entraron a
negociaciones con San Eufrasio, de modo que si le ayudaban éste no le diría
nada a Lucifer de que sus diablillos le habían delatado. A cambio del silencio y de
darle todos los días las sobras de su comida a los diablillos, éstos le llevarían
volando por los aires a Roma, a lo que el obispo accedió. Entonces uno de los
demonios se transforma en una gran bestia alada y sus lomo voló hasta el
Vaticano en brevísimo tiempo; una vez allí previno al Papa de su caída en el
pecado, se trataba de una mujer bellísima enviada por el demonio que iba
hipnotizando a todos los hombres a su paso y que caían a sus pies, incluido el
Papa. San Eufrasio llegó hasta ésta mujer y le impuso una cruz en el hombro, y en
ése momento la tierra se abrió y devolvió al demonio hecho mujer al averno. Así,
remediado el problema, el Papa, muy agradecido, le devolvió el Santo Rostro; y
volvió a Jaén con la preciada reliquia de nuevo a lomos del diablillo y luego el
obispo empezó a cumplir su promesa de darle las sobras de sus cenas, que a
partir de entonces decidió que consistirían en comer nueces, con lo que el diablillo
sólo obtenía las cáscaras.
La tabla de la Santa Faz se encuentra colocada en un marco de plata con piedras
preciosas engastadas, al igual que un icono oriental. A su vez este se custodia en
un arca dorada.
Esta joya fue realizada por el platero cordobés José Francisco de Valderrama
en 1731, a petición del obispo Rodrigo Marín Rubio. En ella se incluyeron
191 rubíes, 193 diamantes y 210 esmeraldas. En 1814, la duquesa de
Montemar donó un lazo de brillantes que desapareció en la Guerra Civil, por lo
que fue sustituida por otro, donado por la marquesa del Rincón de San Ildefonso,
realizado por Félix Granda. En la parte posterior la tabla lleva una inscripción en
latín alusiva al autor y a la fecha de realización.
LA MESA DE SALOMÓN
La ciudad siempre ha estado muy relacionada con el esoterismo. Los judíos son,
entre otros, los que durante siglos buscaron el nombre de Dios, es decir: el
conocimiento perfecto que solo encontró Salomón y que dejó escrito en su anillo y
en la mítica Mesa de Salomón, tablero o espejo que, como dice Juan Eslava
Galán, se encuentra oculta en Jaén, en el Santuario de la Diosa Madre que se
identifica con la actual solar de la Catedral. Esa sabiduría daba, además, riqueza y
todos aquellos que en Jaén estuvieron relacionados con este Santuario mítico
tuvieron fortunas ingentes que sus solos medios no podían explicar. Como
Salomón, que construye un gran templo lleno de riquezas que trae -además de
expertos que lo construyen-, de muchos lugares del mundo conocido. Entre otros
de Tartesos, el legendario reino nativo del sur peninsular y estirpe de los pueblos
íberos que dominaron ésta tierra.
EL PÓSITO
Había en la ciudad una pareja de jóvenes que eran novios y estaban a punto de
casarse. Por aquel tiempo volvían de las batallas los caballeros que habían
luchado contra los moros por la Reconquista y uno de ellos, con buen físico y
diestro en palabras se fijó en la joven y la conquistó. Esta abandonó a su
prometido que en un principio no tuvo más remedio que conformarse.
El guerrero se casó finalmente con la joven jiennense, que además resultaba
poseer una gran fortuna, ya que era miembro de una familia importante en la
ciudad. Según cuenta la leyenda, su marido sabía de antemano que podía sacar
provecho con este matrimonio y dejó ver su verdadero carácter.