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Democracia es más que poder

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POLITICA Y GOBIERNO
Lunes, 13 de Septiembre de 2010 00:28

¿Es Colombia una democracia? Tal vez no. Es sólo una democracia
procedimental, lejana de la consolidación y expresión de un real sistema
democrático.

Vivir en democracia quizá sea uno de los retos económicos, sociales,


culturales y por supuesto, políticos, más grandes que tienen hoy la sociedad y
el Estado colombianos. Y es así en la medida en que a pesar de la compleja
condición humana, la democracia debería servir para desechar cualquier
intento de revivir regímenes a autoritarios,
utoritarios, despóticos o dictaduras, que de
alguna manera confirman que de esa condición humana es posible esperar lo
más sublime, pero también lo más degradante y execrable.

En la democracia no sólo se define quién decide o cómo se decide, sino que


es importante
portante preguntarse qué se decide y para qué. La democracia no puede
reducirse a un asunto procedimental y menos aún a las maneras aceptadas
para que un evento electoral discurra en condiciones normales.

En Colombia tenemos una democracia electoral, pero estamos lejos aún de


consolidar un sistema democrático que sea amplio en el ámbito social (respeto
al pensamiento divergente), cultural (reconocimiento de la diferencia), político
(participación y discusión amplia de asuntos públicos) y económico
(posibilidades
dades de una vida digna para todos).

Una democracia entendida desde lo procedimental, desde las circunstancias


regladas, deja por fuera la acción constitucional y con ello, se pierde la
posibilidad de controlar el poder del Estado, e inclusive, en el contexto
conte de un
régimen presidencialista, el poder de un mandatario que puede originar
prácticas de gobierno no democráticas.

Colombia necesita avanzar institucionalmente en mecanismos jurídicos y


políticos que, por ejemplo, permitan controlar a un Presidente que
qu socave en
forma deliberada el equilibrio de poderes, connatural a la democracia, y
erosione los objetivos que debe alcanzar el Estado social de derecho.

Eso fue lo que se vivió en los dos períodos de Uribe Vélez, quien redujo el
Estado, la democracia y e
el derecho al arbitrio de sus decisiones.

Ahora, es también importante sustentar la democracia en un proceso de


cambio cultural que asegure prácticas y principios básicos para vivir dentro de
ese sistema. Sería el caso del reconocimiento real de las diferencias,
diferen que se
explica en la existencia de seres humanos que piensan distinto y que se
oponen a discursos aparentemente consensuados.

De igual forma, es clave para democracia asegurar condiciones de vida dignas


que les permitan a las mayorías discernir en torno a asuntos públicos que
requieren capacidad cognitiva. Esta última se logra cuando el Estado asegura
la calidad de la educación a través de procesos de inclusión.

En Colombia el ejercicio político de la democracia no se apoya en el espíritu


de la Constitución, que busca lograr el bienestar general. Y ello ocurre porque
de tiempo atrás la acción estatal se ha encaminado hacia la consolidación de
sectores poderosos, externos e internos, que históricamente no han permitido
profundizar en el logro de un sistema que garantice los derechos, las
libertades y las condiciones legítimas de una vida digna para las mayorías,
asociados con un territorio, una nación y un Estado social de derecho.

Sobra decir que dichos sectores muestran un carácter pre−capitalista y feudal


que les impide ampliar sus horizontes económicos basados sobre las
deprimentes condiciones de consumo de la sociedad en la que se
desenvuelven.

Vivir en democracia obliga a pensar en la Constitución que le da vida al


régimen democrático. De manera natural entre ambos espacios se generan
tensiones, por cuanto la Constitución se ha pensando teleológicamente para
garantizar derechos y libertades y el régimen democrático, teleológicamente
también, para profundizarlas y desarrollarlas haciéndolas efectivas dentro de
los distintos escenarios humanos.

Cuando la democracia no logra traducir esos objetivos en realidades fácticas,


no sólo falla el régimen político: también lo hace la sociedad, que muestra su
incapacidad para exigir al Estado la ampliación de esos derechos y libertades.

El Estado debe garantizar que lo expresado en la Carta Política se cumpla de


manera precisa, buscando para sí ampliar la legitimidad necesaria para
hacerse viable y creíble, de forma tal que logre entronizar una democracia real
y profunda en la vida ciudadana. Su propósito debe ser el de convertirse en el
único régimen político deseable dentro de los imaginarios individuales y
colectivos.

Un régimen político democrático que transcurra al margen de los derechos


humanos, de su cumplimento, y de su extensión, no puede llamarse
democrático. Será siempre un simple remedo de democracia.

La violación constante de los derechos humanos en Colombia por parte de


cualquiera de los actores que participan en el conflicto (guerrillas, particulares,
paramilitares y el propio Estado), ha ido configurando un tipo de democracia
soportada en el miedo, que le señala al ciudadano un camino menos azaroso
que el que le ofrece un normal interés por la política: el de tomar distancia
respecto de procesos de participación y comunicación en los asuntos públicos.
Hoy en Colombia es un riesgo discutir o proponer un proceso de paz, exigir la
libertad de los secuestrados, enarbolar banderas sindicales e inclusive, criticar
a quienes ejercen el poder.

El espíritu y la conciencia democráticos son tan pobres entre los colombianos,


que terminamos por agradecer al Estado o al mandatario de turno el hecho de
que cumplan con su deber. Cuando un gobierno nos asegura la posibilidad de
viajar por las carreteras no nos está haciendo un favor. Por el contrario, sólo
estará cumpliendo con su deber. A su turno, el deber de los ciudadanos es el
de reconocer ese derecho y saberlo exigir.

La existencia de un espíritu democrático exige superar el talante de súbditos


que subsiste en muchos ciudadanos. Las expresiones de agradecimiento
hacia Uribe Vélez por haberle devuelto a unos pocos la posibilidad de regresar
a sus fincas son una demostración de esa forma de entender el gobierno y la
política. Es ahí donde debería trabajar a fondo el gobierno de Santos. Se
requiere borrar de los imaginarios colectivos e individuales el ánimo o visión
feudataria que aún persiste en algunas de nuestras élites y en extensos
grupos humanos.

De igual manera, un régimen democrático que no avance en la necesidad de


limitar el poder del Estado, o de los sectores sociales, económicos y políticos
tradicionalmente opuestos a la profundización de la democracia, será un
simple y fugaz holograma.

La Constitución debe servir para limitar el poder del Estado y del mandatario
que ponga en marcha procesos involutivos en el equilibrio de poderes, el
aseguramiento social y la ampliación de la legitimidad estatal. En Colombia
hemos asistido durante largos periodos a la construcción de una fantasía
democrática diseñada para mantener condiciones históricas de iniquidad e
inequidad, con la que se asegura únicamente el ejercicio interesado de ciertos
sectores poderosos, especialmente en lo político y en lo económico, que hoy
buscan asegurar la continuidad de un modelo antidemocrático. Les vendría
bien a las élites y al presidente Santos leer la propuesta de democracia radical
de Chantal Mouffe.

La democracia radical –dice Mouffe− “exige que reconozcamos las


diferencias: lo particular, lo múltiple, lo heterogéneo, y, en efecto, todo aquello
que ha sido excluido del concepto de hombre en abstracto. El universalismo
no se rechaza, antes bien, se particulariza; y surge la necesidad de una
articulación nueva entre lo universal y lo particular Si la tarea de la
democracia radical es realmente la profundización en la revolución
democrática y la vinculación de diversas luchas democráticas, una tarea de
esa índole requiere que se creen nuevas posiciones del sujeto que permitan
una articulación común de, pongamos por caso, el antirracismo, el antisexismo
y el anticapitalismo. Puesto que estas luchas no convergen espontáneamente,
para establecer equivalencias democráticas se requiere un nuevo ‘sentido
común’ que permita transformar la identidad de los diferentes grupos de
manera que sus reivindicaciones puedan articularse entre sí de acuerdo con el
principio de la equivalencia democrática. El proyecto de una democracia
radical y plural, por el contrario, precisa de la existencia de la multiplicidad, de
la pluralidad y del conflicto, en los que ve la razón de ser de la política”[1].

Nos falta mucho para profundizar la democracia en nuestra acción cotidiana,


en los espacios de trabajo y en los encuentros sociales. La democracia es un
reto humano que indica que hemos avanzado lentamente por los riesgos que
conlleva aceptar que el Otro puede tener razón o que tiene el derecho a
pensar distinto.

* Comunicador social y politólogo

Nota de pie de página

[1] MOUFFE, Chantal. La Democracia radical, ¿Moderna o posmoderna?. Las


Incertidumbres de la Democracia. Compilador Pedro Santana R. Bogotá: Ediciones
Foro Nacional por Colombia, 1995. páginas 287-303.

Disponible en: http://bit.ly/JtcUyg

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