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Para efectos del desarrollo del presente capítulo se considera el concepto de conversión
como el cambio de vida que el ser humano elije abrazar de manera libre y responsable, libre
porque el toma la decisión de responder ante dicho don de la manera que decida;
responsablemente porque al aceptar o rechazar dicho don, está en juego su responsabilidad
ante la vida. Tal definición sintetiza de manera integral las ofrecidas en el capítulo anterior,
y será la que se considere en el presente.
Conviene aclarar que el tema de la conversión se ubica preferentemente dentro de un
campo religioso; aunque también es posible considerarlo, con mayor precisión, objeto de
estudios de alguna ciencia, como la psicología. Ella auxilia de diversas maneras en el
análisis de la conversión: considera de forma más puntual los efectos psíquicos que surgen
a partir de una vivencia de conversión, pues, entran en juego distintos componentes de la
psique humana: pensamientos, ideas, etcétera; b) posibilita un acercamiento
fenomenológico a la conversión en su gestación y desarrollo; c) permite ver con mayor
claridad la sanidad o enfermedad de los distintos elementos antropológicos que intervienen
en la experiencia de conversión: conciencia, culpa, angustia, miedo, etcétera. De este modo,
se puede prescribir una relación integral entre el estudio que nos ofrece la teología y la
psicología con el asunto que nos ocupa. Al respecto, Dionisio Borobio, en su obra
Reconciliación y penitencia escribe:
La conversión es una realidad cuyo misterio puede estudiarse tanto desde la psicología cuanto desde la
teología. La una estudiará los mecanismos internos de conversión, la intensidad de los motivos que la
impulsan, la verdad del compromiso de la libertad. La otra se centrará más en la interrelación del doble
movimiento de llamada y respuesta, en su misterio de gracia y en su exigencia de colaboración.1
A continuación se proporciona un esbozo de aquellos elementos antropológicos que atañen
al fenómeno de la conversión: conciencia, culpa y culpabilidad.
1
Dionisio Borobio, Reconciliación penitencial: Tratado actual del sacramento de la Penitencia Desclée de
Brower, Bilbao, 1988, p. 151.
1.1. La conciencia
Antes de comenzar el estudio que nos ofrece la psicología en torno a la conversión,
conviene detenernos y hablar sobre la conciencia humana, asunto clave para la reflexión de
dicho tema. Por medio de la conciencia, el hombre es capaz de percatarse de todo aquello
que acontece en su interior y a su alrededor, de la carga moral de todos sus actos. Una
definición valiosa de conciencia en términos psicológicos y teológicos, que tiene como
premisa el título de este capítulo, la encontramos en el diccionario teológico:
Conciencia, etimológicamente, significa saber con alguien. Aunque los filósofos griegos precristianos
distinguieron en el hombre el acto por el que uno se conoce a sí mismo y enjuicia las propias acciones,
parece que fueron los latinos los que lo bautizaron y con su palabra conscientia dieron origen al
vocablo griego y a los usados en las restantes lenguas. Hoy el sustantivo conciencia tiene dos
significados: conocimiento que el alma tiene de sí misma (conciencia psicológica) y juicio del
entendimiento práctico acerca de los propios actos, antes o después de realizarlos (conciencia moral,
antecedente o consiguiente). La psicología es un testigo; la moral, un juez.2
La conciencia constituye un elemento necesario para gestar el proceso de conversión,
puesto que solamente el hombre, que es consciente de los frutos que le ha propiciado su
actuar, puede modificar el rumbo de su vida. La decisión del cambio obedece a otro
momento a posteriori, quizá después de una reflexión acerca de su vida: "Recapacitando
entonces dijo: “cuantos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo estoy
aquí muriéndome de hambre" (Lc, 15, 17). Sin embargo, en un momento a priori a la
decisión del cambio de vida, encontramos la conciencia que nos indica que las actitudes
realizadas no han sido benévolas: “Padre he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc. 15, 21).
Gracias a la conciencia que el alma tiene de sí misma (conciencia psicológica), el ser
humano puede interrelacionarse con el sentimiento de culpa; se percata de la moral
existente en las acciones que ha realizado y puede llegar a sentir culpa por ellas.
Gracias a la culpa, el hombre toma conciencia de que está haciendo con y por los demás, consigo
mismo y con Dios […] superando todo tipo de narcisismo, que induce a intentar hacer de los otros, y a
veces de Dios, un uso exclusivo para sí. De ahí que todo narcisista evada el encuentro consigo mismo
2
Pablo Termes, Ros, Diccionario Bíblico, Garriga, S. A, Barcelona, 1983. p. 446.
2
en profundidad, para evitar la culpabilidad que su egocentrismo conlleva y el consiguiente
compromiso de cambio.3
Aunque la conciencia aparezca en el alma, el hombre es libre de hacer caso o no a aquellos
reclamos de ésta; Sólo él decide obrar conforme a ella o simplemente ignorarla: “Si el
hombre escucha la voz de la conciencia y omite la acción que se proponía y que
contravenía las normas vigentes, la conciencia queda de nuevo tranquila [...] Sin embargo, a
la libertad relativa del hombre pertenece el que a veces él no preste el menor oído a la
conciencia que le aconseja la observancia de las normas, sino que intente acallarla y dejarla
fuera del juego”.4
Después de ser consciente de su propia existencia, ha de entender que todas las acciones
que realice, en las cuales esté implicada su libertad, son ejecutadas por él y, desde este
punto de reflexión, le corresponde responsabilizarse de los frutos obtenidos. Al respecto
Karl Rahner comenta:
El hombre no puede hacer de sus actos culpables a un hado oscuro, impersonal, anónimo, como
tampoco a un "yo" del que como agente o paciente pudiera distanciarse y al que pudiera acusar como a
poder trágico que dispone de él, considerado corno agente, de manera incomprensible...hemos de tener
presente que el hombre, cuando reflexiona sobre si mismo, y esto lo hace por razón de su conciencia y
libertad, que son las que constituyen las condiciones a priori requeridas de la culpa en cuanto acción,
se descubre a si mismo siempre como alguien que ya ha tornado una decisión.5
1.2. La culpa
El hecho de darse cuenta de lo mortal de las acciones realizadas y de la aparición del
sentimiento de culpa no garantiza la responsabilidad. Ya escribía Euger Drewermann, en su
obra Psicoanálisis y Teología moral: “Un sentimiento de culpa propiamente dicho, con
claros contenidos morales y el presupuesto de libertad y de la responsabilidad, ya no puede
darse, porque los hombres han dejado de afirmarse como personas […] los sentimientos de
culpabilidad son tan anónimos como la existencia misma. Nadie tiene la culpa, pero todos
saben que una existencia así es injustificable”.6
3
Bonifacio Fernández - Fernando Torres, Recrear nuestra espiritualidad, Publicaciones Claretianas, 2001, p.
135.
4
Lotear Coenen Diccionario teológico del Nuevo Testamento, Vol. I, Sígueme, Salamanca, 1985, p. 289.
5
Karl Rahner, Escritos de Teología, t. II, Taurus, Madrid, 1961, p. 278.
6
Eugen Drewermann, Psicoanálisis y teología moral I, Angustia y culpa, Editorial Desclée De Brouwer,
Bilbao, 1996, p. 111.
Una vez interpelado por el sentimiento de culpa, el hombre puede decidir reestructurar
aquello que sus acciones han quebrantado; en ese momento de su proceso de reflexión es
posible identificar la conversión, debido a la decisión de cambio de vida.
Se expondrán aquí algunas reflexiones en torno a la culpabilidad, se señalará diferencias
que existe entre ésta y la culpa, para de esta manera, esclarecer la confusión que suscitan
los dos términos.
Es frecuente que el término "culpabilidad" aparezca en la literatura unido al de "culpa", muchas veces
utilizados indistintamente como sinónimos. Otras veces, con intención de una mayor precisión,
aparecen diferenciados e incluso contrapuestos. De hecho, resulta menos equivoco utilizar el término
"culpa" para señalar exclusivamente los aspectos objetivos de la responsabilidad de una acción u
omisión frente a una norma legal, un principio moral o una costumbre social, y utilizar el término
"culpabilidad" para expresar la vivencia (utilizo vivencia y no "sentimiento", con el fin de señalar su
complejidad) que la culpa provoca en la persona. Por lo tanto, la culpa hace referencia a una realidad
objetiva, medible judicial, moral o socialmente, mientras que la culpabilidad tiene un carácter
eminentemente subjetivo.7
La Culpa es, pues, por ende constitutiva del ser humano, es decir, se necesita de ella para
reorientar el camino en la vida, para poder notar el daño causado a nosotros mismos y a
quienes nos rodean. Sin la culpa daría lo mismo caminar hacia una dirección o hacia la otra.
No habría manera de vivir, porque no se tendría conocimiento de valores que ayuden a la
convivencia humana.
En gran parte estamos hechos para la culpa. Ella ha presidido los momentos fundamentales de nuestro
devenir como sujetos humanos. Las primeras fases de integración del yo, el acceso al orden simbólico
y al lenguaje, nuestro paso, en suma, de la naturaleza a la cultura ha contado con la culpa como
elemento clave del proceso. Sería una ingenuidad, por tanto, pretender liberamos de algo que nos ha
constituido y nos constituye. Sin culpa viviríamos desorientados en el mundo de los valores, como
viviríamos desorientados en la realidad física sin los esquemas espacio-temporales. Saber sentirse
culpable en determinadas ocasiones constituye pues, un signo indiscutible de madurez. Sin
reconocimiento de la culpa, no existiría posibilidad alguna de transformación ni de cambio, tampoco
de conversión.8
En cuanto a la responsabilidad ante la culpa, debe tenerse presente la posibilidad de negarla
o bien proyectarla hacia el exterior responsabilizando tanto a los otros como a las
circunstancias. Es importante aprender a soportar el displacer ocasionado por una sana
7
Antonio Ávila, Para conocer la psicología de la religión, Verbo Divino, 2003, Navarra, 2003, p. 173.
8
Carlos Domínguez Morano, Creer después de Freud, Ediciones paulinas, Madrid, 1992, p. 147
9
B. Fernández F. Torres, op. cit., p. 135.
10
Ibídem, p. 148.
nos amase por lo que nosotros somos y no por lo que Él es, o en el daño ocasionado a la
propia imagen ideal. Por tanto, se trata de una culpa egocéntrica que encierra al sujeto en sí
mismo.
Uno de las diferencias entre un sentimiento de culpa maduro y otro enfermizo se centra en
la radicalización del propio sentimiento. Si se traduce la idea referente a la culpa
destructiva, que la psicología nos propone, se entrelaza con la reflexión bíblica, se
entenderá que Jesús siempre se opuso al mal actuar del hombre, pero en muchas ocasiones
se mostró en contra de la vivencia radical del propio sentimiento de culpa:
En efecto, parece como si Jesús se hubiese esforzado en derribar ese muro que separa al pecador de los
otros y que, internalizado, se sitúa también corno una barrera con la que el mismo se separa de Dios; es
decir, parece que el empeño de Jesús fue deshacer el nudo con el que el pecador tantas veces intenta
ahogarse así mismo con la soga de la culpabilidad. Jesús no optó en modo alguno una actitud
complaciente frente al pecado ni mínimamente cómplice con el pecador. Pero, al no situar la culpa en
el primer plano de la relación del hombre con Dios, llevó a cabo una auténtica revolución teológica
que, al parecer, todavía hemos conseguido asimilar.11
Después de las anteriores consideraciones, se analizará la noción de culpabilidad en sus
distintas modalidades y manifestaciones. Este tema resulta fundamental para entender de
manera más significativa la naturaleza de la conversión, debido a que forma parte de la
génesis y vivencia de tal fenómeno. De igual manera que la culpa, la culpabilidad puede
entenderse en dos formas: la madura y la enfermiza. A continuación se presentan algunas
características de ambas.
11
Ibídem, pp. 142-143.
12
A. Ávila, op. cit. p. 174
1. 2. 2. 1. Culpabilidad tabú.
La culpabilidad tabú hunde sus raíces en las dimensiones más institucionales e irracionales de la
personalidad, revelando un mayor grado de inmadurez y una moral rudimentaria, con un escasísimo
margen de responsabilidad personal. En ella los sentimientos derivados de un acto determinado,
percibido como un tabú, explícita o implícitamente, se ponen en relación con una primitiva vergüenza,
asco, y temor, que en el lenguaje se suele expresar en términos de pureza e impureza, suciedad,
13
Ibídem, p. 175.
7
fealdad, mancha, etc., ligado a unos sentimientos pro-religiosos e incluso pro-morales, de carácter
institucional, fundamentalmente en relación con lo sexual, por ello es frecuente que a esta vivencia se
asocien ideas, sentimientos, lugares, personas, experiencias, cosas, que pueden entrar en ese mundo
misterioso, atrayente y prohibido del tabú.14
La religión puede representar un campo fértil para la puesta en práctica de esta
culpabilidad, debido a la estructura institucionalizada que posee y ofrece al individuo:
Iglesia, doctrinas radicales de religiosidad, dogmas, etc. En muchos casos, las religiones
muestran un alto contenido moral, que no es en gran medida asimilado por una
responsabilidad consciente, sino por una tradición establecida.
Atendiendo las ideas principales de la nota anterior, se observa que el cristianismo tiene
algunas de estas características. Tal es el caso de la sexualidad en el cristianismo
occidental, pues llega a considerarse culpabilidad tabú. Ello obedece a la existencia de la
dicotomía entre alma y cuerpo, en donde la primera es buena y el segundo malo. De tal
premisa resulta que, por ser el malo, todo aquello que tenga que ver con él -pasiones,
emociones, etcétera- es igualmente dañino.
En cuanto a la conversión, se entiende que este tipo de culpabilidad no ayuda para la
vivencia auténtica y responsable de la misma, porque se corre el riesgo de no entender la
conversión como un proceso de fe cristalizado en la responsabilidad personal.
14
Ibídem, p. 176
8
esquema personal, este segundo tipo de culpabilidad meramente psicológica se denomina “narcisista”,
en referencia al mito de Narciso, enamorado de su propia imagen.15
En el ámbito religioso, este tipo de categoría puede generar conflictos serios en la
personalidad, debido al grado de perfección que demanda en términos de moralidad, un
ejemplo de ello lo ubicamos en aquellos clérigos que se han asumido como seres perfectos,
casi divinos, quienes no tienen derecho a errar en su vida. Al momento de enfrentarse con
su realidad humana, surge en ellos una crisis de impotencia por no cumplir con el tipo de
"ser" que se había gestado en él.
Se requiere siempre un horizonte hacia el cual dirigirse, un ideal del yo para ir madurando
en nuestro propio ser. El problema no radica en una proyección "del ser", sino en la
radicalización enfermiza del “deber ser”. Un ejemplo del primero sería aquel hombre que
sabe sentirse culpable como proceso de maduración personal; el segundo caso sería aquel
hombre que lucha por la construcción de su imagen como fin primario.
Todo hombre necesita, para realizar su existencia personal, tener un "ideal del yo", lo que desea y
cómo espera llegar a ser, al que referirse constantemente. Este "ideal del yo" condensa las expectativas,
deseos y peticiones del mundo ambiente. Todo este mundo va creando la imagen del yo idealizada, es
decir, desiderativamente realizadora de todas esas expectativas, y en relación con aquel confronta la
realidad. La constatación brusca o paulatina de lo que le "falta" para estar a la altura del ideal, el
desnivel entre lo que es y lo que los demás interiorizados esperan de él, le conducen a sentirse
culpable.
15
Ibídem, p. 177.
9
hasta convencionalismos sociales, pautas, normas as de grupo, hasta la aceptación personal de la Ley
como expresión del bien común.16
En este tipo de culpabilidad demuestra su inmadurez no en la mayor o menor bondad de la
norma, sino en haberla convertido en un dios y en hacer de lado un medio para la
conversión del bien común y de la realización personal. Este tipo de culpabilidad, en
muchos casos, es fomentado por determinados estilos de educación religiosa -seminarios de
formación, escuelas, etcétera- en los que se cultiva más el apego a determinados tipos de
conductas que se consideran como salvadoras, que fomentan una auténtica experiencia
religiosa.
Una vez descritas algunas de las características de estos tres tipos de culpabilidad, se
analizará de qué manera se relacionan en el proceso de conversión y de cómo constituyen
algún tipo de patología en dichos procesos. De esta manera podremos acercamos al
fenómeno y conocer el tipo de conversión en determinada circunstancia.
Estas ideas nos llevan a pensar que la sanidad de la conversión en términos científicos
depende en gran medida del tipo de culpabilidad operante en el individuo que la padece. Si
el tipo de culpabilidad es maduro, lo conducirá a un proceso de responsabilidad e
integración de su persona; por el contrario, es enfermizo, lo llevará a la desintegración,
pues basará su conversión en la radicalidad del cumplimiento. Al no cumplir sus
expectativas su ser derrumbará mostrando la vulnerabilidad humana.
Ambos tipos de conversión pueden gestarse en el individuo. La forma en que es posible
notar la diferencia entre ellos puede ser por medio de sus frutos. En uno los frutos son:
unidad, integración, crecimiento; en el otro, todo lo contrario. La gestación de un tipo u
otro dependerá de la madurez que se posea en el momento de afrontar los distintos procesos
de culpabilidad.
2. Tipología de conversiones.
Desde el punto de vista de la psicología de la religión, se pueden constatar las siguientes
premisas: existen varios tipos de conversión; la estructura y dinamismo de los mismos es
diferente cada caso, la santidad o enfermedad de la misma sólo puede ser analizada
fenomenológicamentc a posteriori.
16
Ibídem, p. 179
10
Todo ello indica que el fenómeno es de gran complejidad, debido a sus elementos, además
de los distintos procesos personales y dinamismos propios de cada individuo:
El hecho es que, desde el comienzo del estudio de las conversiones por los primeros autores de la
psicología de la religión, éstos tomaron conciencia de la complejidad del fenómeno. No todos los
procesos de conversión se encuentran unidos a una crisis aguda en la personalidad del sujeto. Desde
los primeros acercamientos estos autores afirmaron que la conversión no aparece de igual forma ni con
las mismas características en todos las individuos, sino que se manifiesta como una realidad compleja
y multiforme, con características propias en cada caso.17
Resulta difícil presentar una lista definitiva de los tipos de conversión desde la psicología;
Sin embargo, siguiendo a algunos autores podemos constatar básicamente dos tipos:
volitivo y de autorredención.
Tomando como punto de partida la existencia o no de una crisis aguda en sus proceso, Starbuck y
James señalaron dos tipos de conversión: uno que denominaron volitivo, en el que entran en juego
fundamentalmente los elementos cognitivos y la voluntad, cuya conversión es normalmente
progresiva, paso a paso; y otro, inconsciente e involuntario, que denominaron de "autorredención",
cuya conversión es súbita.18
Una de las diferencias centrales entre estos dos tipos de conversión radica en su periodo de
gestación. Mientras que el primer tipo de conversión obedece a todo un proceso, el segundo
acaece de forma inmediata. Esta premisa puede indicar el grado de madurez existente en
cuanto a la conciencia y a la culpabilidad.
El primer tipo de conversión ofrece un espacio para la reflexión personal en torno a ambos
elementos antropológicos; mientras que el segundo carece de éste. Sin pretender dictar un
resultado definitivo en ambos casos de conversión, existe una mayor madurez -tanto en el
nivel de conciencia como en el de la culpabilidad- en la conversión procesal que en la
súbita. Cada una de las dos tiene su propia explicación psicológica y sus variantes suelen
ser diversas. Raymond F. Paloutzian añade:
“Conversion types have been broken down into two basic categories, sudden and gradual
conversion. A third type of belief acquisition, religious socialization, has been studied in
relation to sudden and gradual conversion. Each type takes a different amount of time.
Each type has also attracted a different psychological explanation”.19 (Los tipos de
conversión han sido divididos en dos categorias básicas, repentina y gradual. Un tercer
tipo de creencia adquisitiva, la socialización religiosa, ha sido estudiada en relación a la
conversión repentina o gradual. Cada tipo de conversión toma una cantidad de tiempo
diferente. Cada tipo de conversión ha atraido tambien a diferentes explicaciones
psicológicas. )
17
Ibídem, p. 148
18
Ibídem, p.
19
Raymond F. Paloutzian, Invitation to the Psychology of Religion, Second Edition, Ed. Chestnut Hill
Enterprises, Inc. Massachusetts, 1996, p. 145
11
Ejemplo de esta conversión se encuentra en aquellas personas que tienen serios conflictos
personales y familiares, que en su frustración ante éstos, optan por huir de estas
problemáticas realizando así falsos escapismos de su realidad. Atendiendo a estas
explicaciones psicológicas de este tipo de conversión, queda duda de la sanidad y de la
veracidad del mismo. Ante las diversas frustraciones ocurridas al individuo, este tipo de
conversión se constituye una posible solución a su existencia.
La conversión gira en torno de necesidades antropológicas: duda, incertidumbre, angustia,
temor, miedo, culpabilidad, etcétera. Sin embargo, si la conversión se vuelve un escape ante
las problemáticas inherentes a la existencia individual manifestadas en estas necesidades
antropológicas, se convertirá en un problema.
En el primero se ha tratado de la conversión como un cambio radical de vida. Por el
contrario, la conversión súbita pretende ayudar al ser humano en su lucha por seguir
adelante en las dificultades de la vida. En el fondo la conversión se presenta como una
válvula de escape ante conflictos y frustraciones que no han podido ser resueltos.
20
Ídem.
12
Este tipo de conversión ofrece una base fenomenológica más sólida; es decir, el propio
fenómeno no se limita a un tiempo preciso, sino su manifestación suele ser más largo y más
razonado. Por esta razón puede tratarse de un tipo de conversión más maduro, que no
obedece solamente la necesidad de responder ante una frustración de la vida de quien la
padece.
Debido a proviene de todo un proceso, se gesta en los distintos ámbitos humanos:
espiritual, intelectual, psíquico, etc. Por ende, es capaz de proporcionar las bases sólidas
ante las distintas interrogantes y dificultades a enfrentar.
Existen también conflictos y frustraciones para ese tipo de conversión: miedo, dolor, duda;
Sin embrago, no determinan la esencia de la conversión en cuanto tal, lo que si puede
suceder en el caso de las conversiones súbitas, pues, los roles son diferentes en ambas.
Mientras que en las conversiones graduales se gesta todo un proceso de reflexión en torno a
21
13
22
Ibídem, p. 156
14
15
de cumplir con las exigencias de responsabilidad -de los actos, acciones para solucionar el
daño, etcétera-.
De acuerdo con la cita, queda claro que se aleja mucho de las expectativas propuestas por
una autentica conversión: en primer lugar, la conversión ha de ser una experiencia
totalmente libre, en la cual Dios llama y el hombre responde; en segundo lugar, el
sentimiento de culpabilidad ha de surgir de forma espontánea ante el propio actuar no ético
y no de manera forzada por una segunda persona, en tercer lugar, la conversión no puede
reducirse a ningún tipo de doctrina, pues se trata de un retorno a Dios.
25
26
Mihály Szentmártoni, Psicología de la experiencia de Dios, Mensajero, Bilbao, 2000, pp. 184-185.
16
religioso juega un papel fundamental. Una diferencia crucial con las tres anteriormente
mencionadas radica en el tema de la culpabilidad. Mientras en aquellos la aparición de la
culpabilidad es inminente, en la conversión provocada por las experiencias místicas, es
apenas tomada en cuenta.
Este es el tipo que ha servido como modelo en el paradigma clásico para comprender el resto de las
conversiones. En este grupo se sitúan las conversiones que tienen en su origen y como elemento
desencadenante una experiencia religiosa, que no necesariamente hay que identificar con un fenómeno
extraordinario. [...] Son aquellas en las que la divinidad se presenta súbitamente irrumpiendo en la vida
del sujeto, al que le da una nueva luz, sin que haya existido anteriormente ninguna desazón personal
profunda, ni ningún acontecimiento dramático que puedan justificar aparentemente esta vivencia.27
Al no tener en cuenta la culpabilidad como categoría fundamental para su existencia, se
presenta como la más auténtica de las cuatro. La conversión no puede ser fruto de una ley
que hay que cumplir en el ámbito de lo moral; por el contrario, es el libre deseo de regresar
a la casa del Padre porque se sabe que lejos, como hijos pródigos, nos sentiremos muertos
hasta que volvamos nuestra vida hacia Él, que nos espera con los brazos abiertos.
Conviene aclarar que cualquier tipo de conversión se genera bajo la categoría de la
culpabilidad; sin embargo, en la experiencia mística, esta aparece como un medio de
maduración, no como un fin.
4. Proceso de la conversión
Después de haber realizado un esbozo importante de las diferencia entre los dos tipos de
conversiones, conviene trazar un itinerario que indique el proceso en que la conversión se
va gestando. Los procesos de cada tipo de conversión difieren en tiempo, estructura y
profundidad; no obstante, existen algunos momentos que se pueden ubicar de forma general
en ambos tipos de conversión. Los estadios más importantes del proceso de la conversión
se dividen primordialmente en cuatro:
27
A. Ávila, op. cit., p. 154
17
1. Preparation, in which the person faces a dilemma or problem to be solved with the
existing cognitive structure, 2. incubation, when one is unable to solve the problem and
stops an active attempt to do so, 3. illumination, insight based an new cognitive
reorganization in which the problem is seen in a new way. 4. verification, elaborating and
than testing the idea to see how well it works.28
28
R. F. Paloutzian, op. cit., p. 156.
29
Ibídem, p. 157.
18
30
A. Ávila, op. cit., pp. 148-149.
19
mejoría tras un proceso de conversión. O que señalen que su principal efecto es el dotar al
convertido de un sentido para su vida”.31
31
Ibídem, p. 156.
32
Ibídem, pp. 151-152.
33
Raymond. F. Paloutzian, op. cit. p. l45
20
34
Idem.
21
Este proceso se caracteriza en primer lugar por el hecho de que el sujeto se sienta en presencia de un
ser Supremo que lleva la iniciativa. Esta vivencia, u otras similares, le llevan a un estado de certeza y
armonía que supera toda ambigüedad y duda. Esta segunda característica es la principal del proceso y
común a todos los casos. La verdad encontrada por este medio es percibida como una verdad
anteriormente desconocida, más profunda, y difícilmente expresable en palabras, que lleva al sujeto a
visión novedosa y benéfica del mundo. Estas cuatro características son las que, para James, definen la
conversión religiosa como tal, si bien la primera no aparece por igual en todas las religiones ni en todas
las personas, y la segunda y la cuarta aparecen con más nitidez en las conversiones súbitas que en las
progresivas.35
La conversión es, pues siempre una experiencia fundante y transformante. A nivel
psicológico, ésta coincide con la búsqueda de orientación con la propia vida. Es una
experiencia de respuesta transformante que radicalmente cambia el terreno de la realidad en
la que la persona vive; es una llamada a un cambio profundo e interior de la vida: "Para el
psicólogo la conversión religiosa aparece como la disgregación de una síntesis mental y su
sustitución por otra nueva: la conversión es una reestructuración de la personalidad. Ello
comporta un conjunto de movimientos psicológicos y morales suscitados por motivaciones
intelectuales o afectivas".36
35
Ávila, Antonio, op. cit., 151-152.
36
M. Szentmártoni, op. cit., p. 68
37
Ibidem, p. 157.
22
38
39
Ídem.
23
40
Ídem.
41
24
25