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Los caudillos representan la

indignación”
A poco tiempo de presentar su último libro, “Caudillos federales”, Pacho O’Donnell habló
extensamente con Los Andes sobre aquellos que “representaban la indignación provincial
contra el centralismo despótico e insensible de Buenos Aires”. El escritor ofreció también su
polémica opinión sobre la figura de Julio Cobos, entre otros temas. Además, un fragmento
de la curiosa historia del caudillo mendocino Aldao, un sacerdote intrépido y violento.
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El controvertido historiador habló con Los Andes de su último libro, que refleja el
prolongado periodo de las guerras civiles del siglo XIX.
Notas Relacionadas
 El mendocino Aldao, cura y líder federal
 Funcionario nunca más
domingo, 04 de enero de 2009
Escritor, dramaturgo y psicoanalista, Mario O'Donnell, conocido como Pacho, acaba de
publicar “Caudillos federales” (Editorial Norma), un trabajo que aporta una nueva mirada
sobre la figura de los caudillos más relevantes de la historia argentina.

El hombre que vivió el exilio durante la última dictadura militar, que fue senador, secretario
de Cultura de la Nación y embajador en Bolivia y Paraguay, ostenta una producción
historiográfica considerada por muchos dentro del neorrevisionismo, cuyo objeto es iluminar
aspectos ocultos de la historia oficial de nuestro país.

Versátil y curioso, O’Donnell es también mentor de ficciones como “La seducción de la hija
del portero”, “El tigrecito de Mompracén”, “Las hormigas de Carlitos Chaplín”, entre otras y
numerosas obras de teatro.

-¿Cuál fue el criterio al que apeló para elegir a los caudillos que aparecen en su último libro?

-La elección de los caudillos surge naturalmente de mi orientación historiográfica. Yo me


considero de la línea del revisionismo histórico. Algunos han hablado del neorrevisionismo y
posiblemente esto sea así, considerando al neorrevisionismo como algo distinto al
revisionismo de los años ’30.

En todo caso ambos se proponen corregir, en la historia oficial, aquellas cosas que fueron
dictadas por la conveniencia. La historia oficial fue aquella que se escribió después de las
guerras civiles y fue escrita, como siempre pasa, por los que ganan para justificar su proyecto
de organización nacional.

Entonces se oscurecieron ciertos personajes y circunstancias y se iluminaron otras y, algunos


de los muy castigados dentro de esa historia oficial, fueron los caudillos, porque de alguna
manera fueron los principales derrotados de la guerra civil. Los caudillos son personajes
fascinantes que representan la indignación provincial contra el centralismo despótico e
insensible del Buenos Aires de aquellos años. Buenos Aires había heredado de España el
puerto y el puerto de Buenos Aires era el puerto de donde salían las riquezas que se extraían
de las colonias suramericanas.

Tras la Revolución de Mayo, Buenos Aires se adueña de los beneficios económicos y


políticos del puerto y no los comparte con las provincias, condenándolas a la miseria y a la
ignorancia. Puede decirse que la historia del siglo XIX, y metafóricamente la historia
argentina, podría escribirse desde la ventana de la Aduana... Una situación que sigue vigente
hoy.

-En ese contexto, los caudillos fueron mostrados como la barbarie...

-Sí, los caudillos, que son descriptos en la historia que siempre nos han contado como seres
feos, peludos, salvajes, crueles, algo así como la representación de la barbarie, no lo eran.
Inclusive algunos, como el tucumano Alejandro Heredia o el cordobés Juan Bautista Bustos,
eran hombres que uno podría decir hoy que tenían una formación académica.

Martín Miguel de Güemes, por citar otro, era un hombre que pertenecía a la alta clase
salteña, lo mismo que el santiagueño Juan Felipe Ibarra. Generalmente eran terratenientes;
las montoneras iniciales estaban compuestas por sus propios peones. Fueron hombres de
esta clase que se comprometieron con los intereses de sus provincias y, sobre todo, con los
sectores populares.

-Hábleme un poco más sobre los paralelos que se pueden establecer entre aquel pasado y el
presente…

-El centralismo se afianza con la constitucionalización del país y el establecimiento no casual


de la Capital a orillas del Río de la Plata. Y ese centralismo se traslada al gobierno nacional y
hoy también sigue habiendo un poder central rico y provincias pobres y dependientes.
Vemos, por ejemplo, que la coparticipación federal, que es la repartición de los gravámenes
nacionales, paga un 30 por ciento para todas las provincias y un 70 por ciento para el
gobierno nacional.

El famoso impuesto del cheque, paga un 10 por ciento para todas las provincias y un 90 para
el gobierno nacional, hemos todos aprendido que las retenciones no son coparticipables.
Hay un poder central omnímodo que tiene una gran capacidad de coaccionar, lo que
produce un desbalance contra el cual combatían aquellos caudillos y que es muy negativo
para el funcionamiento republicano.

Si usted es gobernador de provincia y quiere hacer un puente, va a tener que ir a negociar a


Buenos Aires y le van a decir: "Yo te doy la plata para el puente, pero me das tu diputado
para aprobar tal o cual ley". El poder central tiene un poder de negociación muy discutible.

-¿Cree que el mote de caudillo es aplicable a alguien en el presente?

-Yo dejo la palabra caudillo para los caudillos de aquel momento. Creo que no puede
llamarse caudillo ni a Perón ni a Chávez, que en todo caso son autócratas populistas, otra
cosa. La palabra caudillo arrastra, como parte de la demolición de los caudillos en la
memoria nacional, una connotación negativa. La reservo entonces para aquellos personajes
de esa época.

-Ya que nos venimos al presente, ¿tiene opinión acerca de la figura o el accionar de Julio
Cobos?

-Considero que Cobos estuvo bien en votar lo que votó, pero creo que debería haber
renunciado inmediatamente, porque es absolutamente incompatible con el republicanismo
un vicepresidente que hace campaña contra su presidente, es uno de los grandes disparates
argentinos. Insisto con que lo que hace Cobos está reñido con el republicanismo.

Creo que, a la larga, eso mismo le va a impedir un desarrollo político. Hay una sutileza en
ese sentido: Kirchner lo está eligiendo a Cobos como oposición, Kirchner critica
esencialmente a Cobos, no tanto a Macri u otros, lo elige como oposición porque sabe que el
origen de Cobos está falseado. Si Cobos hubiese renunciado hubiese tenido muchas más
posibilidades políticas que permaneciendo como un vicepresidente que se opone a su
presidente.

-Usted también tiene un libro sobre Juan Manuel de Rosas y en Caudillos Federales hay un
apéndice que es una carta firmada por él…

-No considero a Rosas un caudillo, lo dejé afuera porque es un hombre de Buenos Aires.
Lógicamente estuvo comprometido con la gesta federal y cumplió una gran función de
articulación de los caudillos como se demuestra en esa carta que está al final del libro. Ahí se
ve claramente cómo él manejaba con una extraordinaria información la acción de los
caudillos.

Pero no deja de ser un hombre de Buenos Aires, se queda, por ejemplo, con todos los
recursos de la Aduana, con el pretexto de que enfrentó tiempos muy difíciles. Es verdad, sin
embargo, que tuvo que padecer siete guerras contra Francia, Inglaterra, Brasil, la
Confederación Boliviano-Peruana, etc., y hay que reconocer que no cedió ni un metro
cuadrado, mientras que Urquiza entregó tierra a Brasil.

-Sarmiento también ocupa un lugar importante en el libro…


-Sarmiento es el vocero de la organización nacional, él habla de "civilización o barbarie", un
tema que es clave en muchos de nuestros dramas. Sarmiento era, además, vocero de la
oligarquía portuaria porteña.

A pesar de ser sanjuanino (le decían "El Profeta de la Pampa" aunque había nacido entre
montañas andinas), para la oligarquía que él representó, civilización es Europa y barbarie es
lo nacional, lo gauchesco, las tradiciones cristianas y criollas. Las provincias, los caudillos,
todo eso para él es aquello con lo cual no se puede construir un país. La idea de esa
dirigencia de la que era parte Sarmiento era que había que hacer de Buenos Aires el París
del sur, había que hacer una Europa de este lado.

Ellos se propusieron hacerlo y lamentablemente tuvieron bastante éxito. Con lo cual


tenemos esa identidad confusa, no sabemos bien quiénes somos y tenemos una
extraordinaria capacidad de denigrar lo propio, no tenemos ningún orgullo patriótico ni
sentimiento nacional, sobre todo en la Capital, afortunadamente no tanto en las provincias.

Jauretche decía que la autodenigración era un aspecto de la dependencia, y eso se ve en que


los argentinos, sobre todo los capitalinos, siempre sentimos que lo ajeno es mejor que lo
propio: la música, la ropa, el paisaje, todo lo vemos mejor si viene de afuera, algo así como
padecer el hecho de ser argentinos. Eso está muy profundamente arraigado y es muy difícil
de curar.

-Usted considera a “Facundo” como pieza fundacional de las letras nacionales, en desmedro
del “Martín Fierro”... ¿No es así?

-El debate entre el “Facundo” y el “Martín Fierro” es un debate ideológico. Sin duda el
Facundo es un buen libro, pero fue escrito por razones políticas, para denostar a los
caudillos, estando Sarmiento en el exilio, con el objeto de apuntar al federalismo y más
directamente a Rosas.

Fue escrito, diríamos, contra los sectores populares que estaban absolutamente
comprometidos con el federalismo. “Martín Fierro” tiene un signo absolutamente contrario.

También está escrito en el exilio de José Hernández, que se escapa de la represión de


Sarmiento, y allí “Martín Fierro” es el símbolo del sufrimiento de los sectores populares a
raíz de la organización popular que emprenden Mitre, Sarmiento y Avellaneda, después del
triunfo en las guerras civiles. Además, Hernández encuentra la genialidad de hablar del
gaucho inventando una literatura gauchesca con una forma que es absolutamente original.

Es decir que el formato, digamos, del “Martín Fierro” no copia a ningún modelo europeo
como sí los hace el “Facundo”, que podría ser una novela escrita por un francés. El “Martín
Fierro” es una novela de un argentino que describe una circunstancia dramática y lo hace en
un compromiso literario con los sectores populares.

Es tan evidente la oposición de los sectores intelectuales argentinos hechos a la medida


europea, que el genial “Martín Fierro” no deja de ser tomado como el poema gauchesco,
curioso, sin llegar a ser considerado (por ellos) literatura.

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