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Humania del Sur. Año 11, Nº 20. Enero-Junio, 2016.

Nelson García
Boko Haram y la expansión de la violencia en Nigeria... pp. 57-72.

Boko Haram y la expansión


de la violencia en Nigeria

Nelson García
CEAA-ULA
Mérida-Venezuela
gpnelsonjavier@gmail.com

Resumen
Desde el surgimiento en el año 2002 del grupo extremista Boko Haram, en
Maiduguri, capital del estado de Borno, la federación nigeriana ha vivido momentos
de creciente inestabilidad por las arremetidas contra las instituciones públicas,
así como hacia la población civil, situación que se ha manifestado en secuestros,
asesinatos y desplazamientos forzados, llevando al gobierno nigeriano a entablar
una lucha sin tregua en alianza con los países vecinos (Chad, Camerún, Níger y
Benín) que busca neutralizar al grupo. De ahí que el interés del presente trabajo
radique en analizar el impacto de este grupo insurgente en Nigeria.
Palabras clave: Boko Haram, Estado de Borno, Maiduguri, Nigeria.

Boko Haram and the expansion of violence in Nigeria

Abstract
Since the emergence in 2002 of the extremist group Boko Haram in Maiduguri,
capital of Borno State, the Nigerian federation has lived moments of growing
instability that are onslaughts against public institutions as well as to the civilian
population, manifest in kidnapping, murders and forced displacement, leading the
Nigerian government to engage in a relentless struggle in alliance with neighboring
countries (Chad, Cameroon, Niger and Benin) that seeks to neutralize the group.
Hence the interest of this work is to analyze the impact of this insurgent group
in Nigeria.
Keywords: Boko Haram, Borno State, Maiduguri, Nigeria.

Recibido:12.12.15 / Aceptado: 15.2.16

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1. Introducción
Nigeria, al igual que la totalidad de los países que conforman el
continente africano, son creaciones estatales artificiales que emergieron a
partir de 1950-1960 (con las excepciones de Egipto y Etiopía, que no fueron
colonizados y Liberia que adquirió la independencia en 1847) luego del
proceso de dominación que se institucionalizó con la Conferencia de Berlín
(1884-1885)1. Este hecho sentó las bases que condicionarían al continente,
no sólo durante la avanzada imperialista sino posterior a la misma, dado que
después de finalizado el dominio europeo las dificultades heredadas fueron
diversas por cuanto han condicionado la cimentación de la institucionalidad
que emerge. Las contradicciones a lo interno de cada país que accedía a la
independencia política no se hacían esperar para diseñar las respuestas que
harían frente al fenómeno de la descolonización como un hecho irreversible.
Las amenazas que se cernían sobre los noveles países no eran problemas
menores, es decir, “la necesidad del desarrollo económico, la modernización
de las sociedades, el progreso social y la defensa de la independencia y la
soberanía” (Álvarez, 2006: 38).
La formación del Estado postcolonial en Nigeria ha sido en buena
medida dramática, tortuosa y en muchos casos se llegó a dudar de la vialidad
y consolidación por las fuerzas internas que han mediado en el afianza-
miento de este ámbito. Así, la variable étnica se ha hecho sentir con gran
fuerza desde que este país accedió a la independencia, ya que su edificación
se planteó sobre una amalgama de culturas yuxtapuestas cuyo modo de
organización se formalizó una vez instaurada la tutela colonial por Gran
Bretaña a finales del siglo XIX. En adelante, se organizó el actual territorio
de Nigeria sobre la base de tres regiones delimitadas cultural y políticamente,
en función de los intereses de la metrópolis. De esta forma, la zona norte de
mayoría musulmán, habitada por hausas y fulani mantendrá su integridad
cultural y política bajo el estatuto de protectorado y controlada bajo la
administración indirecta; en tanto que el sur, dividido al mismo tiempo en
la región occidental y del este mantuvo el carácter autónomo. En cuanto a
Nigeria occidental, habitada por los yoruba como grupo étnico mayorita-
rio, se componía de un paisaje religioso predominantemente animista con
algunos sectores islamizados, mientras que el este, habitada por los igbos,
serían en buena medida endebles ante el avance del cristianismo durante
la ocupación británica.
Estas tres fuerzas culturales se han hecho sentir en sus respectivas
regiones, actuando de contrapeso en la dinámica interna de Nigeria desde

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la independencia. El más emblemático de estos momentos que dejó al des-


cubierto las debilidades y fisuras del joven país fue el intento de secesión
que derivó en la República de Biafra, liderada por Odumegwu-Ojukwu al
este del país en 1967, la crisis duró hasta 1970 bajo la mirada cómplice de
varios países occidentales y africanos. El conflicto dejó miles de víctimas
fatales y la necesidad de reorganizar el país en más estados para diversificar y
equilibrar el peso étnico dentro de la federación. A pesar de tales esfuerzos,
la característica más sobresaliente del devenir histórico de Nigeria después
de la década de los setenta fue la falta de consenso en el entorno nacional,
que se manifestó de forma abierta en los constantes golpes de Estado2 hasta
finales del siglo XX.
La relativa estabilidad política que vivió el país con el ascenso a la
presidencia de un gobierno civil en 1999 liderado por Olusegun Obasanjo,
buscó devolverle el papel que estaba llamado a jugar a nivel continental
como potencia, siendo uno de los objetivos planteados como prioridad. Sin
embargo, las contradicciones siguieron condicionando el curso de Nigeria,
esta vez en la localidad de Maiduguri, capital del estado de Borno con el
surgimiento en el año 2002 del grupo fundamentalista Boko Haram, que
en lengua hausa significa “la educación occidental es pecado”. El argumento
esgrimido por los radicales es la abolición de todo vestigio cultural prove-
niente de Occidente y la aplicación de una versión extrema de la Sharia
como regla de vida en todo el país y no exclusivamente en el norte. Las
medidas para la consecución de tal fin van desde el secuestro y asesinato en
masa hasta atentados terroristas en espacios públicos frecuentados por la
población especialmente cristiana. Esta nueva amenaza y la falta de acciones
del gobierno dejan al descubierto la debilidad institucional para hacerle
frente, lo cual se ha convertido en foco de inestabilidad en África occiden-
tal, logrando expandir sus operaciones en Chad, Camerún y Níger. En este
sentido, el presente trabajo busca analizar el impacto que está teniendo esta
secta fundamentalista en el seno de la federación nigeriana, así como la
respuesta por parte de los países vecinos, los cuales buscan a través de una
coalición internacional contrarrestar el avance para evitar que se convierta
en una amenaza que socave la frágil estabilidad continental.

2. La administración británica y su incidencia en la conformación


del Estado postcolonial
La entrada en la escena mundial de un gran número de países
afroasiáticos después de 1950-1960 como consecuencia de los procesos

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de descolonización modificó sustancialmente la organización del sistema


internacional. El fenómeno descolonizador representó el final de un pe-
ríodo de dominación configurado durante el siglo XIX y que tuvo su fase
final —por lo menos de forma directa— después de la segunda mitad del
siglo XX. Así, la descolonización significó “la lucha de esos mismos pueblos
sometidos contra el predominio de las metrópolis europeas, que pierden de
esta forma sus respectivos imperios coloniales, con todas las consecuencias y
repercusiones que este decisivo cambio lleva consigo y plantea una compleja
y amplia problemática en el plano internacional” (Martínez, 2001: 508),
tras la consecución y la puesta en práctica de modelos sociopolíticos que
incluyeran al grueso de la población.
En lo que respecta a África, los retos revestían enormes proporciones
por cuanto el continente se adentraba en una visible crisis que derivó en
la desarticulación del dominio europeo, planteándose como necesidad la
organización de cada uno de los países que accedían a la vida independiente.
La toma de conciencia por parte de los líderes nacionalistas hacia la inde-
pendencia política surgió a tenor de fenómenos exógenos y endógenos que
derivaron en la puesta en marcha de las luchas anticoloniales. A lo interno
del continente se crearon condiciones concretas que posibilitaron y catali-
zaron la ruptura metrópoli-colonia, donde se dio paso a transformaciones
de carácter económico que fueron acompañadas de cambios sociales que se
manifestaron en el crecimiento demográfico así como en la fermentación de
sistemas ideológicos que fueron configurando los diversos escenarios políti-
cos. La forja del modelo político-ideológico se desarrolló en buena medida
en el marco de dos dimensiones, es decir; “por un lado, sobre la base de la
tradición y la historia del propio pueblo como herencia de una identidad y
comunidad nacional y por otro, a través de las coordenadas creadas por el
colonialismo como configuradores de algunos de los elementos componen-
tes de la nueva nación” (Ibídem: 520). Así, visualizado el deslinde colonial
después de la segunda mitad del siglo XX, las dificultades que se cernían
para la edificación del Estado en el continente africano no eran problemas
de orden menor; es decir, la organización de los proyectos nacionales que
ondeaban los líderes nacionalistas con el reto de incluir a una diversa po-
blación organizada bajo los patrones coloniales
En este sentido, la Nigeria contemporánea adquiere fisonomía a partir
de la primera década del siglo XX, su organización sociopolítica y socio-
cultural fue establecida en función de los intereses del imperio británico en
una de las zonas diversas y ricas en recursos naturales, así como por poseer
una de las rutas fluviales de importancia como el río Níger, que facilitaba el

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comercio —no solo en este lugar— sino en buena parte de África occidental.
La administración a lo interno de este espacio una vez delimitada las zonas de
influencias por las potencias europeas en la Conferencia de Berlín, se edificó
bajo la clásica lógica imperial británica manifiesta en el “divide et impera”
que condicionó el destino de cada posesión, donde para el caso específico de
la administración inglesa se llevó a cabo bajo la concepción del indirec rule
(Calchi, 1970:21) como principio de dominación. A partir entonces, surge
“en 1914 de la amalgama hecha por el colonizador británico de los territorios
que denominó: Protectorado de Nigeria del norte y Colonia y Protectorado
de Nigeria del sur” (Zoctizoum, 1992: 310). Lo cual se reforzará una vez
consolidado el dominio imperial a través de disposiciones legales como la
Constitución Richard, promulgada en 1946 por el gobernador sir Arthur
Richard que ratificaba la división del “país” en tres regiones, norte, este y
oeste, donde cada una tendría una asamblea autónoma que haría frente a
las dificultades que se presentaran.
Después de lograda la independencia política del Reino Unido en
1960 y posteriormente dar el paso hacia el establecimiento como República
en 1963, Nigeria enfrentó diversos escenarios, entre ellos: el de unificar en
un territorio de 923. 768 km2 a diversos grupos étnicos,3 cuyas diferencias
habían sido alimentadas durante el proceso de colonización. Por ello, los
conflictos interétnicos no se hicieron esperar, lo que derivó en el primer
golpe de Estado en enero de 1966, a través del cual Nnamdi Azikive es
derrocado por Aguyi-Ironsi disolviendo el sistema federal y estableciendo una
república unitaria, generando niveles elevados de violencia, especialmente
en los estados del norte, donde los igbos que vivían fuera de su tierra —la
región oriental— fueron muertos o forzados a marcharse (Álvarez, 1976: 46).
En adelante, la situación nacional fue compleja en todos los ámbitos,
lo que hacía más recurrente el ascenso de gobiernos por medio de la fuerza
como una de las “vías rápidas” hacia la toma del poder. Así, el ambiente de
inestabilidad política propició la llegada de Yakubo Gowon a la presiden-
cia, el cual restablece el sistema de gobierno federal. Con ello, las débiles
estructuras del Estado siguieron exhibiendo contradicciones, al tiempo que
afloraron las rivalidades entre el gobierno federal presidido por Gowon
y la región oriental, que se encontraba bajo el dominio de Odumegwu-
Ojukwu. De esta forma, los vínculos entre ambos líderes se volvieron tensos,
dando pie para que Ojukwu pidiera ante la Asamblea regional declarar la
independencia de esta zona del país, que a partir del 30 de mayo de 1967
se llamaría República de Biafra, siendo uno de los intentos de secesión de
mayor impacto en África. El conflicto duró tres años (1967-1970), bajo

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la mirada cómplice de varios países occidentales y africanos, entre los que


destacaban: Costa de Marfil, Tanzania, Zambia y Gabón. Al mismo tiempo
dejó cerca de 1 millón de víctimas fatales y la urgente necesidad de una
reorganización a lo interno de la federación. El proceso de reconciliación
post conflicto se llevó a cabo bajo un clima de cordialidad, lo que permi-
tió “la reintegración inmediata de los empleados públicos de Biafra a sus
antiguos trabajos, seguidos por la restauración de un gran número de los
militares a sus antiguos puestos, ayudó a suavizar los sentimientos heridos”
(Langellier, 1978:40).
El devenir sociohistórico de Nigeria después de la década de 1960
ha sido los constantes golpes de Estado como una de las vías rápidas para
acceder al poder. Así, después de lograda la independencia, Nigeria ha
visto en menos de medio siglo de vida independiente la redefinición de su
aparato estatal en cuatro momentos: la Primera República (1964), cuyo
derrumbamiento se dio por factores de carácter étnico y constitucional. El
catalizador de tal “fracaso fue la negativa de los dirigentes políticos del norte
(Congreso de los Pueblos del Norte) a acatar los procedimientos legales
establecidos para la región occidental, y bloquear el derecho legítimo de
los grupos de acción regionales a gobernarse” (Lubeck, 1989: 155-156). En
adelante la institucionalidad nigeriana se vio sacudida en tres momentos que
derivaron en la Segunda República (1979), la Tercera República (1993) y la
Cuarta República (1999) cuando se estableció el sistema democrático bajo
Olusegun Obasanjo. En este sentido, “el acceso al Estado nigeriano, desde
el período colonial hasta el presente, se ha ido transformando en meollo
de la lucha social por el control de los recursos escasos (y ocasionalmente
abundantes)” (Joseph, 1989: 172), lo que ha significado la expansión del
paisaje de la pobreza,4 especialmente en el norte del país donde buena parte
de la población es presa del fenómeno.
Con la instauración de la democracia finalizaba un prolongado pe-
ríodo de dominio militar que dio paso a finales del siglo XX a un proceso
de transición hacia un gobierno civil, siendo liderado por Abdulsalam
Abubakar, un militar del norte quien asumió la presidencia tras la muerte
de Sanni Abacha, desde el 9 de junio de 1998 hasta el 29 de mayo de 1999,
cuando gana las elecciones Olusegun Obasanjo del Partido Democrático
Popular. Con todo, las contradicciones siguieron afectando el curso de la
federación nigeriana que no ha logrado establecer nexos entre el Estado y
la sociedad civil como base hacia la consolidación institucional. Por ello,
Las realidades posteriores a 1999 muestran cómo el comienzo del siglo XXI
ha puesto de manifiesto y ha magnificado los importantes retos socioeco-

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nómicos y políticos que han caracterizado al Estado nigeriano desde su


independencia de Gran Bretaña en octubre de 1960 (Olonisakin y Ismail,
2008:461), dejando al descubierto las fisuras y debilidades del Estado en
su fase de consolidación.

3. Entre el terrorismo y el establecimiento del Estado islámico


Los movimientos islámicos5 dentro de la federación nigeriana son un
fenómeno que ha tenido lugar en el norte del país específicamente. Durante
el siglo XIX se producen las primeras manifestaciones dentro del grupo étnico
de los fulani, que iniciaron luchas para lograr la purificación de las creencias
dentro del Islam. En este sentido, se adhieren a dos grupos: los Qudiriyyah6
y Tijaniyyah,7 que cuestionaban a los líderes de la etnia hausa de vincular
los preceptos del Islam con el sistema de creencias tradicional animista de
esa parte del continente. Ambos movimientos fueron coordinados por Ibn
Fodio Sokoto quien lideró la creación en 1804 del califato que llevaría su
nombre o Imperio fulani, haciendo de la doctrina islámica la base que lo
regiría. Así, instituido el dominio colonial surgirán nuevos movimientos
que le harían firme oposición a la administración británica como lo fue
Mahdiyya,8 siendo un grupo transahariano que se convirtió en una vertiente
islámica que se oponía a la administración colonial europea. El objetivo
de esta corriente fue el establecimiento de un Estado fundamentado en la
doctrina coránica, que buscaba hacer oposición a la administración británica.
Durante la década de los setenta del siglo XX, los movimientos islá-
micos en Nigeria se vieron inspirados en buena medida por la revolución
iraní de 1979, lo cual significó para Irán la conquista de “la hegemonía sobre
el contenido del Islam, imponiendo sus propios valores y esforzándose en
marginar o en no tener en cuenta las demás interpretaciones de la religión”
(Kepel, 2000:55), lo que permitió que se convirtiera en referente dentro del
mundo árabe-musulmán. En este sentido, surgirán nuevos movimientos
como Maitastine, que bajo el liderazgo de Alhaji Marwa Maitastine, en
el estado de Kano, intentó darle una interpretación literal al Islam, tras la
búsqueda de las bases fundacionales de este sistema religioso, sus prédicas
atrajeron a la población joven. Sin embargo, su duración fue escasa, por la
lucha entablada de la seguridad nigeriana por el rigorismo que exhibían sus
sermones. En el norte de la federación nigeriana aparecieron tendencias no
radicales que buscaban darle vigorosidad al Islam como doctrina represen-
tativa de esa parte del país, como el Movimiento Islámico de Nigeria,9 que
le dio fuertes impulsos al movimiento islamista en el norte tras el objetivo
de instituir la Sharia como regla de vida en todos los estados norteños.

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La proliferación de grupos islámicos radicalizados es un fenómeno


que progresivamente fue adquiriendo fuerzas en Nigeria una vez iniciado el
siglo XXI. Entre los de mayor resonancia estaría Muhajirun,10 cuya finalidad
estaría en dar creación a un califato. Así, durante los días de vigencia, esta
secta se caracterizó por acciones pacíficas, lo que motivó la retirada hacia las
zonas montañosas de Maiduguri, permitiendo una paulatina radicalización
de sus posturas. Tras la popularidad de este movimiento surgió otro grupo
fundamentalista considerado una transformación de este último llamado
Boko Haram, el cual se ha convertido en un grupo terrorista que pretende
instaurar un Estado islámico.
En el 2002 surge este grupo extremista (que en lengua hausa significa
“la educación occidental es pecado”), cuyo nombre es mucho más largo:
Jama’ at Ahl Al Sunna Li Al Da’wa Al Yihad (Grupo Suní para la Predicación
y el Yihad) (Echeverría, 2014:3). El surgimiento de grupos salafistas yiha-
distas en el norte de Nigeria ha sido un fenómeno que está cobrando fuerza.
Esta tendencia proviene del sunismo y pregona el regreso a los orígenes del
Islam, teniendo como fundamento político-ideológico el Corán y el Sunna.
El principal objetivo es el establecimiento de un Estado islámico, lo que ha
derivado en el aumento de contradicciones entre las distintas comunidades
étnicas en esta zona del país, así como la aparición de grupos armados que
están generando un caos estructural en la población.
El grupo fundamentalista surge de la mano de Mohamed Yasuf,
quien desde el momento del salto a la palestra pública lo denomina los
“Compañeros del Profeta”; propaganda que paulatinamente se vio fortalecida
por los “círculos shiíes inspirados por Irán que los radicalizados suníes más
coherentes con la ideología yihadista salafista que enseguida alimentaría a
Boko Haram desde poco después y hasta la actualidad” (Ibíd.: 4). Durante
los primeros años de fundación, los insurgentes condenaban la creciente
corrupción en el gobierno nigeriano, prédicas que “encontraban mucho
eco en parte de las elites políticas-religiosas del norte de Nigeria y, sobre
todo, en amplios sectores de la población (especialmente entre los jóvenes)
que se sentían con razón excluidos y marginados por el Estado nigeriano”
(Ruiz-Giménez, 2015:14). Con la paulatina radicalización de sus posturas,
la zona norte del país empezó a sufrir las arremetidas del grupo extremista
que busca a través de medios violentos borrar cualquier vestigio cultural de
Occidente, atacando cualquier intento de oposición en sus aspiraciones.
En el 2009 las fuerzas militares nigerianas dieron de baja al líder fundador,
Yusuf, (El Universal, 2014), y si bien es cierto esta acción contrarrestó el
alcance del grupo insurgente no supuso el fin del mismo, asumiendo el lide-

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razgo el emir Abubakr Shekau. En adelante, se incrementaron los atentados


al patrimonio público y la sociedad civil, situación que llevó al gobierno
nigeriano en el 2011 a decretar estado de emergencia en varios estados del
norte y el centro —espacio operativo de la milicia— como consecuencia
de la inseguridad, medida que fue retomada en el 2013 tras las violentas
arremetidas del grupo insurgente.
La matriz ideológica que ha reforzado las posiciones radicales de
esta secta ha sido el grupo Al Qaeda del Magreb Islámico. Además de
expresar su apoyo a Al Qaeda y a los talibanes afganos, más preocupación
suscitó el anuncio en agosto de 2014 de Abubakr Shekau, líder del movi-
miento nigeriano Boko Haram, de que la región de Borno había pasado
a ser “parte de Estado Islámico” (Martín, 2015: 110). Ello ha significado
una internacionalización del conflicto producto de las alianzas terroristas
transcontinentales, que ha motivado la organización de una coalición de
países de África occidental liderados por Nigeria que buscan neutralizar el
avance del fenómeno, entre los que se destacan: Chad, Camerún, Níger, y
Benín. Desde el surgimiento a principios del presente siglo, la milicia ha
adquirido una creciente popularidad en la comunidad mundial por el im-
pacto que está causando en el seno de la federación nigeriana y por la serie
de hechos terroristas que ha llevado a cabo en la búsqueda de establecer un
Estado islámico, no sólo en el norte donde la Sharia como regla de vida
está vigente desde 1999 —con beneplácito del ex presidente Olusegun
Obasanjo en un intento de aliviar las contradicciones étnicas— sino en
los 36 estados del país. Esta iniciativa del Estado nigeriano que buscó dar
un paso firme hacia la instauración de una estabilidad permanente en la
escena nacional en medio de la diversidad cultural, permitió que sectores
radicales allanaran “el camino a las corrientes más rigoristas del Islam que
ya por entonces se estaban asentando con firmeza en el África Occidental
y en el Sahel” (Echeverría, 2014: 4), manifiesto en brotes de radicalización
con elevados niveles de violencia.
Desde la aparición en el 2002 de la secta radical en el noreste de Nige-
ria, la federación ha vivido momentos de inestabilidad que han condicionado
el ritmo del país en los diversos ámbitos, al punto de dejar al descubierto las
fisuras y debilidades de un Estado que ha buscado desde la independencia de
Gran Bretaña en 1960, la estabilidad sociopolítica en medio de la diversidad
étnica. El impacto que ha generado llega al punto que puede revivir los días
del intento de secesión que derivó en la República de Biafra en 1967, por
el alcance y los objetivos que persigue el grupo extremista amparado en la
instrumentalización del Islam como doctrina religiosa. Ante el avance y las

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arremetidas de los islamistas, se suma al cuadro general la corrupción dentro


de la administración pública y una agobiante crisis económica, producto
de la drástica caída de los precios del petróleo en el mercado internacional,
por cuanto este rubro representa el 75% de los ingresos nacionales y cerca
del 35% del PIB, lo cual ha profundizado las contradicciones del llamado
“gigante de África”. Por ello, lo retos planteados no son problemas de
orden menor en el seno del país más poblado del continente africano con
175 millones de habitantes, donde el 70%, vive con menos 1 dólar diario
(Duverne, 2006: 89).
Este acuciante paisaje cobra mayor fuerza por la zozobra y el caos
que en los últimos meses ha provocado miles de muertes, desaparecidos y
desplazados por los niveles de violencia practicados. Sobre este particular,
el drama de las 276 jóvenes estudiantes secuestradas el 14 abril de 2014 en
un instituto en la localidad Chibok generó conmoción en la comunidad
internacional por cuanto se desconoce la finalidad del secuestro así como
el paradero de las niñas, situación que ha mantenido en alerta al gobierno
nigeriano y organismos como la ONU.
De igual forma, las acciones terroristas han desatado una crisis hu-
manitaria en esta zona, provocando el desplazamiento forzado de 975.300
personas durante el 2014 (Informe Global 2015: desplazados internos por
conflicto y violencia, 2015: 3), cifra que se disparó a 2.1 millones de perso-
nas durante 2015 (Organización Internacional de las Migraciones, 2015),
siendo las zonas más afectadas por la insurgencia Adamawa, Bauchi, Borno,
Gombe, Taraba y Yobe. Todo ello ha significado que un gran número de
nigerianos lleguen a países vecinos como Camerún, Níger y Chad. Al au-
mento de desplazados que han provocado los insurgentes, se suma las bajas
mortales que reflejan la expansión del terror en esta zona del país. Durante
el 2014 la secta radical asesinó a mas de 4.000 personas, la cifra ascendió
considerablemente durante los tres primeros meses del 2015 a cerca de
1.500 fallecidos (Amnesty International, 2015:3), traducido en un abierto
caos que mantiene en alerta a la comunidad internacional.
En medio de la compleja realidad que atraviesa la mayor economía
de África, se celebraron las elecciones presidenciales, la cual estaba prevista
para el 14 de marzo de 2015, debido a la violencia practicada por Boko
Haram en el noreste del país, fueron cerrados los colegios electorales, lo que
obligó a la reprogramación del evento para los días 28 y 29 de marzo del
mismo año. La contienda electoral estuvo dominada por dos candidatos:
Goodluck Jonathan, que aspiraba a la reelección y Mahamadu Buhari,
un ex general de dilatada trayectoria que protagonizó un golpe de Estado

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ocupando la primera magistratura entre enero de 1984 y agosto de 1985,


buscando desde el establecimiento de la democracia en 1999 llegar al poder,
siendo derrotado por la vía del voto en tres ocasiones.
El reparto de los votos fue muy equilibrado para ambos candidatos,
en un electorado que se mostró polarizado por las diferencias religiosas; es-
pecialmente entre musulmanes al norte y cristianos en el sur. Sin embargo,
la balanza se inclinó por Buhari, quien a través de una coalición de partidos
de oposición lideró el Congreso de todos los progresistas (ACP), ganando
con 15 millones votos, lo que representó el 53,2% de la intención de votos,
frente al 12,8 millones y el 45,6% alcanzado por el Partido Democrático
Popular, encabezado por Goodluck Jonathan (Naranjo, 2015), que buscaba
permanecer en el poder. La llegada de Mahamadu Buhari a la presidencia
representa un hecho inédito en la escena política nacional, por cuanto se
abre paso a la primera transición política desde 1999, cuando se establece
el sistema democrático, el cual había estado dominado por el desgastado
Partido Democrático Popular.
La nueva administración debe hacer frente a problemas estructurales
que están condicionando la gobernabilidad, entre ellos: la amenaza que
supone el avance del grupo yihadista en el noreste del país tras el intento
de establecer un Estado islámico, que ha dejado de ser una amenaza no
solo a la federación misma, sino para la región en general por los ataques e
incursiones en países vecinos como Camerún, Níger y Chad, que ha conlle-
vado al desplazamiento forzado de personas. De igual forma, la corrupción
en los entes del Estado sigue siendo uno de los temas sensibles, el cual el
nuevo gobierno tiene como reto controlar para evitar que el fenómeno siga
cobrando espacios en la institucionalidad.
Así, el apoyo militar por parte de los países afectados, concertado
durante los primeros meses de 2015 y respaldado por la Unión Africana
(UA), pretende ser una piedra de tranca al claro avance de los radicales,
donde Chad ha dispuesto 2.000 efectivos, en tanto que Níger aprobó a
través de su Parlamento la movilización de 750 hombres, luego ampliada a
8700 soldados en el marco de una coalición regional con Nigeria a la cabeza
(Naranjo, 2015), además de Benín, son los países que están haciendo frente
al avance de los extremistas con apoyo de países occidentales, como Estados
Unidos, Gran Bretaña y especialmente Francia que se ha comprometido en
la erradicación del yihadismo en el Sahel.

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Universidad de Los Andes, Mérida. Año 11, Nº 20. Enero-Junio, 2016. ISSN: 1856-6812, ISSN Elect.: 2244-8810

4. Conclusiones
Instaurada la democracia en Nigeria a partir de 1999, finalizaba
con ello el dominio de los militares en la dirección del Estado. Este nuevo
momento fue significativo por cuanto dejaba atrás las duras represiones a
los derechos humanos impuestas por los dos gobiernos anteriores (Baban-
gida, 1985-1993, Abacha, 1993-1998). Sin embargo, ello no significó que
las contradicciones en los diversos ámbitos siguieran afectando el curso
de este país del África occidental, donde los conflictos interétnicos siguen
siendo recurrentes, así como problemas de corrupción y el mantenimiento
de los índices de pobreza están haciendo contrapeso a la frágil estabilidad
nacional. A este cuadro general se le suma la violencia que están impulsando
los grupos insurgentes como Boko Haram y Ansaru —este último surgió
como una escisión de Boko Haram en 2012—, lo cual hace más compleja
la dinámica interna.
Por otro lado, es importante destacar que el mundo musulmán en
la hora presente está viviendo momentos de aceleradas convulsiones. La
radicalización de pequeños grupos que han instrumentalizado al Islam
hacia el establecimiento de un Estado islámico ha hecho que la percepción
que se tiene sobre estas sociedades sea objeto de prejuicios, especialmente
en Occidente. Este fenómeno manifiesto en una cruzada yihadista global
ha cambiado de alguna forma especial la política internacional, por varias
razones: en primera instancia, el progresivo avance de estas sectas radicales
deja al descubierto las debilidades de los Estados donde actúan sus células.
Ello resulta de suma importancia por cuanto deja al borde del colapso o en
su defecto exhibe debilidades estatales que pueden marcar su regular curso.
En segundo lugar, la constante violación de los derechos humanos no deja
de captar la atención de organismos internacionales y ONG, traducido en
asesinatos en masas y desplazados internos, lo que ha condicionado sobrema-
nera el ritmo de vida de las sociedades que padecen el fenómeno. De igual
forma, como tercer aspecto está el tema de la defensa en los países que han
decidido entablar una lucha sin cuartel a los patrocinadores e impulsores
del terrorismo. Esto ha significado, que los sistemas de seguridad se vean
reforzados por temor a represalias, que si bien es cierto han sido ratificadas
por los líderes radicales, como por ejemplo las constantes amenazas de
Mohamed Yasuf, líder de Boko Haram a los gobiernos europeos.
Los sistemáticos ataques del grupo radical han hecho que el gobierno
nigeriano asuma medidas contundentes manifiestas en reforzadas acciones
militares ante el claro avance de la secta que toma terreno y que además

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Boko Haram y la expansión de la violencia en Nigeria... pp. 57-72.

de convertirse en una amenaza a la frágil estabilidad de la federación, ha


pasado a ser una preocupación en el África occidental por cuanto el grupo
terrorista ha cruzado las fronteras propiciando ataques en los países vecinos
provocando niveles crecientes de inestabilidad.

Notas

1 La conferencia se reunió en Berlín del 15 de noviembre de 1884 al 26 de


noviembre de 1885. La noticia de que se iba a reunir semejante conferencia
aumentó la intensidad de la lucha (Uzoigwe, 1987:52). Participaron las
potencias europeas más representativas, entre las que destacaron: Alemania,
Austria-Hungría, Dinamarca, España, Bélgica, Gran Bretaña, Francia, Holanda,
Portugal, Rusia, Suecia, Italia y los Países Bajos. De igual forma, participaron
como observadores Estados Unidos y el Imperio otomano.
2 Desde la independencia del Reino Unido en 1960 y luego de establecerse como
república dentro de la Commonwealth, Nigeria ha sufrido una serie de golpes
de Estado que han incidido en la no consolidación de sus instituciones. Hasta
finales del siglo XX, la federación vivió en ocho ocasiones la deposición de
presidentes por medio de la fuerza. El primero de esta serie fue el 15 de enero
de 1966, cuando un grupo de militares dirigidos por Chuwuma Nzeogwu
suprimen la Constitución, y el Primer Ministro y el gabinete son asesinados,
posteriormente asume el poder el general Aguyi Ironsi convirtiéndose en jefe
del Gobierno Federal Militar. El segundo se produce el 29 de julio de 1966,
cuando el general Ironsi es asesinado para luego asumir el poder Yakubo Gowon.
El tercero lo llevó a cabo otro militar, Murtala Muhammed, musulmán hausa
del norte el 29 de julio de 1975, cuando derroca a Gowon. El cuarto se dio
13 de febrero de 1976 cuando Muhammed es asesinado en un fallido golpe de
Estado por un grupo de militares que estaban dirigidos por Buka Suka Dinka.
En ese año asume la dirección del país el vicepresidente Olusegun Obasanjo.
El quinto momento de inestabilidad se dio el 31 de diciembre de 1983 cuando
el general Muhammad Buhari se convierte en el nuevo presidente del Consejo
Supremo Militar de Nigeria. Dos años más tarde, el 27 de agosto de 1985 se
produce el sexto golpe en el país cuando Ibrahin Babangida derroca a Buhari,
prometiendo el retorno de un gobierno civil. En abril de 1990, el séptimo
intento de derrocamiento se dio cuando un grupo de oficiales encabezados por
Nguasa Orkar llevan a cabo un levantamiento fallido contra Babangida. En
agosto de 1993 Babangida abandona el poder, traspasándolo a Ernest Shonekan,
sin que este sea escogido: es un hombre negocios del norte, de la etnia yoruba,
y se convierte en jefe de un gobierno nacional interino (Anuario Internacional
CIDOB, 2008:500). Este hecho dio pie para que en noviembre de ese mismo
año se diera otro levantamiento dirigido Sanni Abacha, apartando del poder a
Shonekan y disolviendo todas las estructuras democráticas existentes (Houses

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of Assembly y Asamblea Nacional) y quien sustituye a los gobernadores electos


por administradores militares (Ídem: 500), en lo que sería el ultimo traspaso
de poder por la fuerza antes del establecimiento de la democracia en 1999.
3 El actual territorio de Nigeria está compuesto por 250 grupos étnicos y al menos
400 leguas (Duverne, 2006: 88-89). Dentro de los más numerosos son los
hausas y los fulani con un 29% respectivamente que habitan el norte del país.
Por otro lado están los yoruba que suponen el 21% que habitan el suroeste,
seguido por los igbos con un 18% que ocupan el sureste. Ante tal diversidad,
cada una intenta reclamar su autonomía no sólo ante el Estado federal, sino
también respecto a la hegemonía de la etnia dominante en su región. Este
movimiento en general de reivindicaciones de la autonomía engendra alianzas,
a menudo cruzadas, que pueden desempeñar un papel importante en un golpe
de Estado (Zoctizoum, 1992:305).
4 Nigeria es el país más poblado de África con cerca de 177 millones de
habitantes, así como el mayor productor de petróleo del continente. Sin
embargo, las desigualdades sociales siguen siendo uno de grandes retos que
enfrenta el gobierno. Al respecto, el país ocupa el puesto 152 de desarrollo
humano (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2015: 30), lo
que significa que es una posición crítica por cuanto se toma en cuenta variables
como: condiciones de vida digna, educación y salud, las cuales son demandas
que no logran ser satisfechas. A pesar de las enormes contradicciones internas
la proporción de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza se
redujo del 70 por ciento en 2000 al 54,4 por ciento en 2004. La pobreza rural
sigue superando el 63 por ciento. La desigualdad en los ingresos es mayor en
las zonas urbanas que en las rurales, con unos coeficientes de Gini de 0,554 y
0,529, respectivamente (African Economic Outlook, 2009:330).
5 Estas primeras manifestaciones de grupos islámicos buscaban mantener la
integridad religiosa ante posibles vínculos con otros grupos culturales. Por
ello, su lucha se enmarcó en oponerse a los procesos de modernización y
occidentalización, que intentaban alejar a las poblaciones musulmanas de sus
redes primarias de identidad, relacionadas con la etnia y la religión (Mejía,
2003:145).
6 Es una orden dentro del sufismo de carácter conservador. La hermandad está
fundamentada en una profunda adhesión a los preceptos del Islam.
7 Esta es una hermandad que forma parte de la rama suní del Islam, que se
originó en África del norte a finales del siglo XVIII. Esta tendencia se expandió
a diversos países de África occidental, entre los que destacan: Senegal, Gambia,
Mauritania, Malí, Guinea, Níger, Chad, norte de Nigeria y algunas zonas de
Sudán.
8 Es considerado un movimiento anti-colonial que buscaba liberar Sudán del
dominio extranjero y unificar la Umma musulmana, convirtiéndose más tarde
en la primera expresión del nacionalismo de Sudán.

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9 Es un movimiento que surgió en Nigeria en la década de 1980 de la mano


de Ibrahim Yaqoube El Zakzari, siendo uno de los líderes más visibles de los
musulmanes chiitas en ese país.
10 En el idioma árabe se traduce como emigrantes. Son considerados los primeros
creyentes que siguieron al profeta Mahoma en su retirada de La Meca a Medina.

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