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UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DE GUAYANA

VICERRECTOADO ACADÉMICO
COORDINACIÓN GENERAL DE PREGRADO
PROYECTO DE CARRERA: EDUCACIÓN, MENCIÓN LENGUA Y
LITERATURA
UNIDAD CURRICULAR: LITERATURA VENEZOLANA
ESTUDIANTE: NICIEZA, ELIZABETH

VALORACIÓN QUE SE TIENE DE LA LITERATURA VENEZOLANA Y SU


ROL COMO DOCENTES DEL ÁREA PARA SU PROMOCIÓN

Para conocer la valoración que se tiene en la actualidad de la Literatura


Venezolana, es necesario recorrer de manera sucinta cuales han sido las
diferentes etapas de la misma hasta el día de hoy, y como el paso del tiempo, la
transculturalidad e incluso la globalización han incurrido de manera significativa
en su uso y promoción.
Recordemos pues, que la primera referencia escrita que se posee con respecto
a nuestra literatura es la relación del tercer viaje de Cristóbal Colón, durante el
cual descubrió lo que se conocería posteriormente como Venezuela. En esa
epístola (31 de agosto de 1498) él la denomina como la "Tierra de gracia".
Adicional a esa carta, otros registros siguen siendo los escritos por los españoles
tras su llegada, que no es de extrañar sean descripciones geográficas, físicas y
por qué no, emocionales. Posteriormente, los cronistas de Indias con un estilo
conservador pero realista, contarían la conquista, lucha y crueldad que trajo
consigo la población de la Provincia de Venezuela.
Así, poco a poco aparecerán los escritores de literatura: Bartolomé Fernández
de Virués, alto y fornido. El “bien quisto” Jorge de Herrera. Fernán Mateos y
Diego de Miranda. Son estos cuatro, los poetas-soldados que aparecen
mencionados en el largo poema de Juan de Castellanos y de quienes apenas
quedan sus nombres y una mala estrofa, de Herrera, en español antiguo. Fueron
ellos la ilusión que iluminó de poesía los terribles días de una isla (Cubagua) que
inauguró el comerció perlífero en el Nuevo Mundo. Fueron ellos nuestros
primeros poetas que iniciaron allí la historia de la literatura venezolana. Fueron
esos cuatro nombres armados con espadas, escudos y libros, quienes fundaron
la historia de una cultura que después continuó con el misterioso Fernán de
Ulloa, de quien jamás ha podido ubicarse su oda a la fundación de Caracas.

Durante los tres siglos coloniales la actividad literaria sería constante, pero los
textos que se conservan en la actualidad son escasos, debido a la tardía
instalación de la imprenta en este país (1808), lo cual impidió a muchos
escritores editar sus libros. Pese a ello, la “Historia de la conquista y población
de la provincia de Venezuela” de José de Oviedo y Baños, escrita alrededor de
los años de 1722 al 1725, la mayor obra literaria del barroco venezolano; de las
últimas décadas del siglo XVIII procede el Diario (1771-1792) de Francisco de
Miranda, la mayor obra en prosa del periodo colonial. A este punto, y tomando
como referencia la llegada de la imprenta a Venezuela podríamos ir
vislumbrando cual es el estado de valoración de nuestra literatura en la
actualidad, porque ¿quién ama aquello que desconoce?

Acercándonos más a estos tiempos, es imposible dejar a un lado los esfuerzos


en 1875 de Rojas Hermanos editores en Caracas donde se publica la Biblioteca
de Escritores Venezolanos Contemporáneos Ordenada con Noticias Biográficas
del venezolano José María Rojas, Ministro Plenipotenciario de Venezuela en
España para esa fecha. La obra, como lo plantea su autor en la introducción,
pretende dejar a la posteridad “los títulos de Venezuela como nación inteligente”,
siendo su objetivo el “coleccionar las obras dispersas de los escritores
venezolanos, ordenarlas cuidadosamente en un cuerpo, ilustrarlas con noticias
biográficas de cada uno de los escritores” (xvii). De esta manera, y bajo esta
concepción, sale a luz la obra considerada como el primer texto historiográfico
de la literatura venezolana. A partir de ella, se instaura el canon de obras
literarias y de autores que serán considerados desde ese momento literatura en
nuestro país (instalación de una memoria), y con ella se justifica y se suprime el
largo período de nuestra historia literaria en época de la colonia (instalación de
un olvido). Posterior a eso, y en especie de contraposición, en el año de 1895,
la Asociación Nacional de Ciencias, Literatura y Bellas Artes de Venezuela,
publica la obra Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, el
cual reúne los ensayos de un buen número de intelectuales venezolanos que
pretenden sentar la historia de las letras venezolanas. Donde por ejemplo, el
ensayo del Dr. Rafael Seijas titulado “Historiadores de Venezuela”, se encuentra
lo siguiente: “como quiera que sea, el historiador de Venezuela haría mal en
prescindir, de lo que fue ella cuando colonia” (ii). Lo que para algunos reafirma
la idea de que nuestra literatura tiene su origen con la llegada de los españoles.

Más adelante, en 1906,Gonzalo Picón Febres manifiesta: “La poesía venezolana


propiamente dicha, en la que ya se ven clarear las verdaderas gracias del
ingenio, la gentileza de la forma y los esplendores del arte, la que merece
después admiración y es digna de alabanza, comienza en los diez primeros años
del siglo XIX” (47); y esta misma posición llega, incluso, hasta 1940, cuando el
maestro Mariano Picón Salas publica su obra Formación y proceso de la
literatura venezolana, considerada la primera historia crítica de nuestra literatura.
Picón Salas se acerca con una mirada acuciosa a la literatura venezolana,
indagándola desde sus primeras manifestaciones y aunque llega a afirmar:
“Venezuela no tuvo una Literatura colonial que pueda compararse, pálidamente,
por lo menos por su volumen, con las de México, Perú o Nuevo Reino de
Granada.” (35), su obra rompe un silencio de muchos años e inicia un nuevo
ciclo de estudios crítico- literarios desde una perspectiva más amplia e
integradora. Estas posiciones sellan la posibilidad de investigar, recopilar,
conservar con criterio literario, el segmento hispánico de nuestra historia,
sometido a la exclusión y objeto de una prolongada censura desde la fundación
de la República. De allí que la mayor parte de las historias y otros estudios
literarios de Venezuela, evitan o reducen el período colonial venezolano a simple
nota introductoria, pues son historias o estudios de la literatura-nación. Suprimen
los textos por considerarlos “no literarios” y opacan el período por considerarlo
“no nacional”. Así queda recortado de acuerdo con el criterio político nacional
que tienen los líderes de la independencia en el siglo XIX.

Aun cuando para algunos, la valoración que se tiene de la Literatura venezolana


pudiera reducirse a una respuesta más concreta, el conocer la historia de la
misma nos lleva a identificar cuáles son los aspectos que nos alejan o acercan
a ella. Es evidente, que ha habido una disputa permanente por reconocer desde
cuándo poseemos registros de “lo nuestro” y quiénes pueden ser considerados
como precursores de ello. Por lo que posiblemente algunos de esos saltos y
asaltos, dejan vacíos que repercuten en la apropiación y promoción de la misma.
En un mundo de cambios tan vertiginosos, donde cada día se vuelve más común
olvidarse del lugar de dónde venimos para adaptarnos a lo que se requiere, no
es de extrañarse que nuestra literatura sea dejada a un lado para conocer y
formar parte de aquello que nos acerca más a lo que está en boga: política,
religión, música, artistas, redes sociales, etc. Sin tomar en cuenta, que aquello
que nos permitirá saber a dónde vamos, y por qué estamos dónde estamos es
precisamente eso de lo cual nos estamos, cada vez más, alejando.
Podrá parecer burlesco, pero antes de tanta tecnología, “de la ayuda” del internet
y de los medios de comunicación, nuestros escritores: Rómulo Gallegos, Teresa
de la Parra, Francisco de Miranda, Andrés Bello por mencionar sólo algunos,
formaban parte de nuestro haber y sentir. Hasta aquellos abuelitos que eran –
mal llamados- analfabetas podían hablarnos de historias que tenían de
protagonistas a algunos de ellos. Pero, ¿y que nos pasó?, considerablemente
hay que asumir que familiar, académica y socialmente, con el paso del tiempo
hemos perdido amor a los nuestro por tantas cosas que nos identifican como
cultura, pero que a su vez nos disgregan. Las necesidades políticas y sociales
han influido proporcionalmente en quienes hemos sido, lo que somos y lo que
vamos a ser, y por supuesto, el uso de la tecnología que nos lleva a otros
espacios del conocimiento pero que, paradójicamente nos aleja de él.
Cómo apropiarnos de lo nuestro nuevamente es una tarea compleja que requiere
en primera instancia, de dos aspectos que regularmente siempre convergen
como lo son el amor y el compromiso, volver a nuestras raíces y enamorarnos
de ellas, comprometernos a encontrar en la lectura experiencias enriquecedoras
para el aprendizaje académico pero también, para nuestra cotidianidad, para la
vida.
Nuestro rol como docentes del área es (sumado a los dos aspectos anteriores)
CONOCER, porque -recordando la pregunta de unas párrafos atrás- ¿quién ama
aquello que no conoce? No es posible promover la literatura venezolana si la
desconocemos, si no la usamos, si no vemos en ella más que una obra con
semblante y referencias históricas. Y aún si fuera este último el caso,debemos
pues tomar las riendas e introducirnos con escafandra tipo Jacques-Yves
Cousteau en el fondo de esas aburridoras lecturas para, como buenos
administradores de lo aprendido en las distintas áreas de nuestra formación
como docentes, hacer oposición a esa tesis y encontrar vínculos didácticos que
permitan que los chamos vayan más allá y vean la lectura como una
herramienta para cambiar quienes somos y nuestro entorno, como ente
generador de placer, una vía de escape, de auxilio, una trinchera contra la
ignorancia.

LA LITERATURA EN LA ÉPOCA COLONIA

La época colonia en Venezuela es el periodo comprendido entre 1498 (el


descubrimiento) y la independencia de nuestro país (1810). España fue la
potencia que logró una mayor presencia colonial en América, permitiéndole su
poderío derrotar a los dos imperios más grandes de la región: el imperio Azteca
y el Imperio Inca.
La literatura colonial, de manera general, no es más que aquella producida en
las colonias españolas a lo largo de Latinoamérica y que tuvo lugar mientras “las
potencias” europeas mantenían, o mejor dicho, ejercían el control en estas
tierras. En sus relatos, en ese encuentro-choque cultural, se combina lo que los
europeos conocían, sus costumbres, influencias y literatura, con la cultura propia
y nativa americana en un contexto ¡Vaya contexto! de continuas guerras y
batallas (siempre injustas, criminales, violatorias) por los sueños de
independencia. Como pudimos mencionar anteriormente, (en el párrafo dos de
la valoración de la literatura venezolana) las primeras obras coloniales fueron
escritas por los españoles y no eran más que descripciones, sin embargo, éstas
posteriormente pasaron de ser un simple inventario, a desarrollar un estilo más
literario.
Es necesario hacer el recordatorio de que en ese llamado control la cultura
impuesta fue la más fuerte: la europea, por su fortaleza en factores
determinantes como las armas ya que eran muy superiores a las armas de los
indígenas y al chocar se impusieron los hombres más armados, como
consecuencia al imponerse el hombre, se impone la cultura. Adicional, como su
cultura estaba en esplendor (XVI) aun cuando los primeros colonizadores no
eran hombres de estudio, la gran influencia de ese oro cultural pudo alcanzarlos
y alcanzarnos, por último, muchas de las culturas nativas (aún en las zonas o
regiones más avanzadas) estaban –a diferencia de la española- en decadencia
en lugar de esplendor, por consiguiente, ese estado de debilitamiento no permitió
la resistencia eficaz. Por tanto, muchos rasgos pre-colombinos desaparecen y
otros se adoptan o se adaptan, no sé cuál sea más propicio, a la nueva realidad
cultural.
Por tanto, la literatura colonial podríamos decir (gracias a la influencia cultural
antes mencionada) que se puede dividir en tres etapas: la del descubrimiento
y conquista, donde toda la referencia escrita está marcada por la lucha y la
aventura, lo nuevo y desconocido, mientras que en Europa se vive El
Renacimiento. Una segunda etapa de evangelización y colonización, donde
la preocupación misionera era instaurar la religión y la cultura en América Latina,
mientras que en Europa se vive El Barroco, en esta etapa es preciso mencionar
las cartas de Colón sobre Venezuela, los relatos históricos de Fernández de
Oviedo, Juan de Castellanos, Oviedo y Baños y fray Pedro Simón, que podrían
muy bien relacionarse con aquellos de la actualidad que los han asumido como
hipotextos, ya sea de modo general o parcial Don Pablos de América, El Tirano
Aguirre, Abrapalabra, Infundios, Colombina descubierta, etc.
Además, y retomando a esos autores de la colonia, no se puede dejar a un lado
a Fray Bartolomé de las Casas en su “Brevísima relación de la destrucción de
las Indias”, quien denunció el maltrato y abuso que los españoles estaban dando
a pueblos nativos, a muchos de los cuales aniquilaron por completo. Otros que
pudiéramos considerar, también Cronistas de Indias, tanto españoles como
indios y mestizos: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Bernal Díaz del Castillo, Inca
Garcilaso de la Vega y Felipe Guamán Poma de Ayala, Sor Juana Inés de la
Cruz. Y por último, pero no menos importante, como tercera etapa: las ansias
emancipadoras donde el deseo es alejar al conquistador, en esta etapa se gesta
de manera más precisa cada nacionalidad americana, mientras que en Europa
se vive en neoclasicismo.
Es en ése Neoclasicismo y en esa etapa de efervescencia precursora de la lucha
armada para el logro de la independencia, debemos de situar a Andrés Bello, y
quien para fines de esta investigación es mi autor elegido.

ANDRÉS BELLO, BIOGRAFÍA.

(Caracas, 1781 - Santiago de Chile, 1865)


Fue un filólogo, escritor, jurista y pedagogo venezolano, una de las figuras más
importantes del humanismo liberal hispanoamericano. Andrés Bello tuvo el
inmenso privilegio de asistir, en sus 84 años de vida, a la desaparición de un
mundo y al nacimiento y consolidación de uno nuevo, es llamado un hombre
transicional. Conoció las tres últimas décadas de dominación española de
América, y sucesivamente el período de emancipación de las colonias españolas
en el nuevo continente y la gestación de los nuevos estados nacidos del proceso
de Independencia. Que fuera un privilegio lo que no deja de ser una mera
coincidencia cronológica se debió a su extraordinaria capacidad para
comprender y estudiar desde dentro y para impulsar efectivamente los resortes
de la realidad que le tocó vivir.
Quien lo vio nacer fue Caracas, a
la sazón sede de la Capitanía
General de Venezuela, el 29 de
noviembre de 1781. En su ciudad
natal residió hasta los 29 años de
edad. Sus padres, Bartolomé Bello
y Ana Antonia López, no hicieron
nada por impedir la voraz pasión
por las letras que manifestó desde
su niñez.
Después de cursar sus primeros
estudios en la Academia de
Ramón Vanlosten, pudo
familiarizarse con el latín en el
convento de Las Mercedes, guiado por la erudición del padre Cristóbal de
Quesada, que le abrió las puertas de los grandes textos latinos.
Como punto admirable,a los quince años, Bello ya traducía el Libro V de
la Eneida. Cuatro años después, el 14 de junio de 1800, se recibía de bachiller
en artes por la Real y Pontificia Universidad de Caracas. Y fue en aquel año de
1800 cuando se produjo su primer encuentro con un gran hombre, que abrió ya
definitivamente los diques de su curiosidad e interés por la ciencia: Alexander
von Humboldt, a quien acompañó en su ascensión a la cima del Pico Oriental de
la Silla de Caracas, que entonces se conocía como Silla del cerro de El Ávila.
Bello inició entonces los estudios universitarios de derecho y de medicina. De
familia modestamente acomodada, él mismo costeó en parte sus estudios dando
clases particulares; junto a otros jóvenes caraqueños, figuró entre sus alumnos
el futuro Libertador: Simón Bolívar.
Lección de Bello a Bolívar (detalle de un cuadro de Tito Salas)

Además de estas actividades, a las que sumaba el estudio del francés y el inglés,
Bello se sentía atraído sobre todo por las letras, y comenzó a escribir
composiciones poéticas y a frecuentar la tertulia literaria de Francisco Javier
Ustáriz. Tuvo el talento de saber trasladar a la esfera práctica su gran erudición
en terrenos tan diversos como la filología, la lingüística y la gramática, la
pedagogía, la edición, la diplomacia y el derecho internacional. Por añadidura,
aportó a las letras hispanoamericanas, en poemas nutridos de lecturas de los
clásicos latinos, una incipiente conciencia autóctona. En su vasta erudición, en
su talante político y en su sensibilidad literaria se refleja el ideal del clasicismo
europeo, perfectamente aunado a la moderna sensibilidad nacional y patriótica
de su tiempo. Sus primeros pasos literarios siguieron las huellas del
neoclasicismo entonces imperante, y le valieron, en la sociedad caraqueña
ilustrada, el apodo de El Cisne del Anauco. Además de traducciones de obras
latinas y francesas, compuso en estos primeros años de desempeño literario las
odas Al Anauco, A la vacuna, A la nave y A la victoria de Bailén, los sonetos A
una artista y Mis deseos, la égloga Tirsis habitador del Tajo umbrío y el
romance A un samán, así como los dramas Venezuela consolada y España
restaurada.
A los veintiún años recibió su primer cargo público: oficial segundo de la
secretaría de la Capitanía General de Venezuela, del que fue ascendido en 1807
a comisario de guerra y secretario civil de la Junta de la Vacuna, y en 1810 a
oficial primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores. En 1806 había llegado
a Venezuela la primera imprenta, traída por Mateo Gallagher y James Lamb, muy
tardíamente por cierto, si se piensa que la primera instalación de una imprenta
en América se remonta a 1539, en la capital de Nueva España, México. En 1808
comenzó a publicarse la Gaceta de Caracas, y Andrés Bello fue designado su
primer redactor. En estos años de intensa actividad oficial comenzó a gestarse
su gusto por la historia, la historiografía y la gramática, que quedó
tempranamente plasmado en su Resumen de la historia de Venezuela,
extraordinario primer brote en el que ya están presentes los principios
humanistas rectores de su obra futura; en su traducción del Arte de escribir de
Condillac, impresa sin su anuencia en 1824, y sobre todo en uno de sus
fundadores estudios gramaticales: el Análisis ideológica de los tiempos de la
conjugación castellana, obra que comenzó a escribir hacia 1810 y que se
publicaría en Chile en 1841.

El exilio londinense (1810-1829)


El momento decisivo en la vida y carrera intelectual de Andrés Bello fue la
decisión de la Junta Patriótica, a raíz de los acontecimientos del 19 de abril de
1810, de enviar a Londres una misión diplomática con la encomienda de lograr
la adhesión del gobierno inglés a la causa de la reciente y frágil declaración de
independencia venezolana. El 10 de junio de ese año zarparon en la corbeta
inglesa del general Wellington los miembros de la misión designados por la
Junta, Simón Bolívar y Luis López Méndez, a quienes escoltaba Andrés Bello en
calidad de traductor.
Bello ignoraba que ese viaje que entonces iniciaba lo alejaría para siempre de
su ciudad natal, y que la ciudad a la que se dirigía, Londres, sería su residencia
permanente durante los próximos diecinueve años. El primer acontecimiento
importante de su nueva vida londinense se cifró también en el encuentro con un
gran hombre: Francisco de Miranda. Llegados a la capital inglesa el 14 de julio,
los tres integrantes de la misión recibieron alojamiento, consejos y ayuda de
parte de Miranda, quien a su vez decidió sumarse al proceso independentista
viajando a Caracas.
El 10 de octubre, fecha de su salida de Londres, Miranda dejó instalados en su
casa de Grafton Street a López Méndez y a Andrés Bello, quien residiría allí
hasta 1812. Bello tuvo acceso a la espléndida biblioteca del prócer, que ocupaba
todo un piso. Cuando el 5 de julio de 1811 se declaró la Independencia de
Venezuela, ambos fueron designados representantes del nuevo gobierno
secesionista en la capital inglesa, cargo que perdieron al reconquistar los
españoles el poder un año después.
Andrés Bello

Comenzó entonces para Bello, quien no pudo regresar a Venezuela su pena de


ser procesado ante un tribunal militar por traición, un largo período de penurias
económicas, que se prolongó durante una década. Tuvo mala suerte en las
gestiones que inició para lograr un cargo y un sueldo. Así, en 1815, su solicitud
de un puesto al gobierno de Cundinamarca fue interceptada por las tropas de
Pablo Morillo y nunca llegó a su destino, y su posterior ofrecimiento de servicios
al gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a pesar de ser aceptada,
nunca tuvo efecto, ya que se vio incapacitado para trasladarse a Buenos Aires.
Mientras tanto, fue viviendo de trabajos a destajo: dio clases particulares de
francés y español, transcribió los manuscritos de Jeremy Bentham y se
desempeñó como institutor de los hijos de William Richard Hamilton,
subsecretario de Relaciones Exteriores, puesto que logró gracias a su amistad
con José María Blanco White, el gran intelectual sevillano exiliado en el Reino
Unido y simpatizante con la causa independentista americana.
Pero éste fue también un período formativo de gran riqueza intelectual para
Bello. Se vinculó activamente al círculo de los emigrados españoles, todos
liberales y algunos de ellos, como Blanco White, grandes escritores, que hicieron
de Londres su refugio durante las dos oleadas absolutistas en España. Por otra
parte, en ningún momento dejó Andrés Bello de estudiar y acumular
conocimientos. De su numerosa producción ensayística de estos años, se
destacan precisamente sus trabajos filológicos, escritos o concebidos e iniciados
en Londres, algunos de los cuales adquirirán con el tiempo la condición de
clásicos.
En la esfera de su vida privada, también los años de Londres significaron para
Andrés Bello la asunción de su plena madurez. En mayo de 1814 contrajo
matrimonio con Mary Ann Boyland, de veinte años, con quien tuvo tres hijos y de
quien enviudó en 1821. Tres años después de este luctuoso acontecimiento, se
casó en segundas nupcias con Elizabeth Antonia Dunn, también de veinte años,
quien le acompañó hasta el final de sus días y le dio nada menos que doce hijos,
tres de ellos nacidos en la capital inglesa.
Chile, la patria definitiva (1829-1865)
Andrés Bello partió de Londres el 14 de febrero de 1829, a bordo del bergantín
inglés Grecian, y holló suelo de la que iba a convertirse en su definitiva patria en
Valparaíso, el 25 de junio. Salvo breves estancias en este puerto y en la hacienda
de los Carrera, en San Miguel del Monte, vivió hasta su muerte en la capital
chilena, Santiago. El desempeño de Bello en este país traza el arco ascendente
de una de las carreras públicas e institucionales más brillantes que pudiera
concebir un americano de su tiempo.
También dio un fuerte impulso al teatro chileno con sus comentarios críticos a
las representaciones y sus sugerencias a los actores en El Araucano. En este
sentido, comparte con José Joaquín de Mora el mérito de ser el creador de la
crítica teatral. Tradujo Teresa de Alejandro Dumas e inculcó en sus discípulos el
gusto por la adaptación de obras extranjeras. Su conocimiento del teatro griego
y el latino, el análisis de las obras de Plauto y Terencio y la lectura de Lope y
Calderón le dieron la solidez suficiente para opinar sobre el asunto.
Otro nombramiento, el de miembro de la Junta de Educación, precede su
admisión por el Congreso chileno a la plena ciudadanía, el 15 de octubre de
1832. Dos años después se desempeñaba como oficial mayor del Ministerio de
Relaciones Exteriores, función que asumió hasta 1852, y en 1837 era elegido
senador de la República, cargo que conservó hasta su muerte. En los últimos
años de su vida, sus vastos conocimientos en materia de relaciones
internacionales le valieron ser elegido para arbitrar los diferendos entre Ecuador
y Estados Unidos (1864) y entre Colombia y Perú (1865), honor este último que
se vio obligado a declinar por motivos de salud, hallándose ya gravemente
enfermo.

Andrés Bello (detalle de un retrato de Raymond de Monvoisin, 1844)

Por último profe, un fragmento de un poema de Bello que me encanta llamado


La oración por todos:
I

Ve a rezar, hija mía.


Ya es la horade la conciencia y del pensar profundo: cesó el trabajo afanador y
al mundo la sombra va a colgar su pabellón.
Sacude el polvo el árbol del camino, al soplo de la noche; y en el suelto manto
de la sutil neblina envuelto,
Se ve temblar el viejo torreón.
¡Mira su ruedo de cambiante nácar el occidente más y más angosta; y enciende
sobre el cerro de la costa el astro de la tarde su fanal.
Para la pobre cena aderezado, brilla el albergue rústico; y la tarda vuelta del
labrador la esposa aguarda con su tierna familia en el umbral.
Brota del seno de la azul esfera uno tras otro fúlgido diamante; y ya apenas de
un carro vacilante se oye a distancia el desigual rumor.
Todo se hunde en la sombra; el monte, el valle, y la iglesia, y la choza, y la
alquería; y a los destellos últimos del día, yse orienta en el desierto el viajador.
Naturaleza toda gime: el viento en la arboleda, el pájaro en el nido, y la oveja en
su trémulo balido, y el arroyuelo en su correr fugaz.
El día es para el mal y los afanes.
¡He aquí la noche plácida y serena!
El hombre, tras la cuita y la faena, quiere descanso y oración y paz.
Sonó en la torre la señal: los niños conversan los niños conversan con espíritus
alados; y los ojos al cielo levantados, invocan de rodillas al Señor.
Las manos juntas, y los pies desnudos, fe en el pecho, alegría en el semblante,
con una misma voz, a un mismo instante, al Padre Universal piden amor.
Y luego dormirán; y en leda tropa, sobre su cuna volarán ensueños, ensueños
de oro, diáfanos, risueños, visiones que imitar no osó el pincel.
Y ya sobre la tersa frente posan, ya beben el aliento a las bermejas bocas, como
lo chupan las abejas a la fresca azucena y al clavel.
Como para dormirse, bajo el ala esconde su cabeza la avecilla, tal la niñez en su
oración sencilla adormece su mente virginal.
¡Oh dulce devoción que reza y ríe!
¡De natural piedad primer aviso!
¡Fragancia de la flor del paraíso!
¡Preludio del concierto celestial!

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