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La leyenda de los filósofos sin cabeza

Se publican por primera vez en español dos libros clave. Uno reúne los cuatro números de la legendaria
revista "Acéphale", fundada en 1936 por Georges Bataille, Pierre Klossowski y otros pensadores que,
bajo el signo de Nietzsche, se oponían a sujetar al hombre a una existencia racional. El otro, la
iluminadora "Discusión sobre el pecado", que mantuvieron —entre otros— Bataille, Sartre y Jean
Hyppolite en 1944. Aquí, un recorrido por esos materiales que todavía encienden polémicas furiosas.

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SOMOS FEROZMENTE RELIGIOSOS y, en la medida en que nuestra existencia es la condena de todo
lo que hoy se reconoce, una exigencia interior reclama que seamos igualmente imperiosos. Lo que
emprendemos es una guerra. Es tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz. Es demasiado
tarde para pretender ser razonable e instruido, pues esto condujo a una vida sin atractivos. Secretamente
o no, es necesario convertirnos en otros o dejar de ser". El 24 de junio de 1936, con el título de "La
conjuración sagrada", Georges Bataille, Pierre Klossowski y Georges Ambrosino se declararon con furia
en contra de la modernidad en momentos en que Europa estaba por entrar en la peor de sus pesadillas:
ese año Mussolini ya lleva trece en el poder; Hitler, tres, y estalla la Guerra Civil española.

La revista Acéphale ("Acéfalo"), que tuvo apenas cuatro números y no duró más allá de 1939, fue el
órgano de esta proclama. Con eso le alcanzó para convertirse en una experiencia mística para sus autores
y mítica para la historia del pensamiento contemporáneo. Las críticas furibundas y los efusivos elogios
que recibieron los miembros de Acéphale de varias de las principales figuras intelectuales del siglo XX
imitan la intensidad de su apuesta.

La publicación de la revista completa en español en formato de libro, con las ilustraciones en facsímiles,
marca el lanzamiento de la editorial Caja Negra. Acéphale integra una colección que se completa por
ahora con El arte y la muerte y otros escritos de A. Artaud y Nietzsche, filósofo dionisíaco de E.
Martínez Estrada.

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La comunidad secreta

"Acéphale sigue ligado a su misterio. Los que participaron en él no están seguros de haber formado parte
de él. No han hablado, o los herederos de su habla han mantenido una reserva todavía firmemente
sostenida", escribió Maurice Blanchot en La comunidad inconfesable (1983).

Si bien participaron varios autores (Roger Caillois, Jules Monnerot, Jean Rollin, Jean Wahl), Acéphale
se apoyó en Bataille, Klossowski y André Masson, cuyos grabados muestran, en toda la revista, escenas
de ese individuo desnudo sin cabeza, las piernas abiertas y los brazos en cruz, con una granada en una
mano y un puñal en la otra, un cráneo en lugar de sexo, las tetillas convertidas en estrellas y un dédalo
por vientre. Ese ser acéfalo era para Bataille y Klossowski la representación más cercana al superhombre
nietzscheano: si hay un signo bajo el que se despliega la aventura, es el de Nietzsche.

Sin embargo, la publicación acéfala sí tenía cabeza, y era Bataille. Hacia 1936, su figura había alcanzado
relieve en los medios intelectuales franceses. Para entonces, había creado varias revistas. Había militado
en el surrealismo hasta pelearse con André Breton. Había pasado al Círculo de Comunistas
Democráticos. Pero también había publicado artículos cuya pertenencia al pensamiento de izquierda era
al menos dudosa. En especial dos: "La noción de gasto" y "La estructura psicológica del fascismo",
publicados en La critique socialeen 1933. En ellos Bataille intentó hacer algo improbable para la época,
marcada por el marxismo más tradicional: "trasladar la discusión a las arenas de los procesos simbólicos
y retrotraerse a un punto de mira que no podía comenzar con el capitalismo y la modernidad", como dice
en el prólogo al libro su traductora, Margarita Martínez.

Se trata de un punto de mira vinculado a la religión. No es algo demasiado excepcional. Desde Max
Weber hasta Emile Durkheim, pasando por su principal alumno Marcel Mauss, la sociología construyó
sus categorías extrayendo la modernidad de los análisis de las religiones. Por eso Bataille decide
acompañar la vida de Acéphale con un Colegio de Sociología, anunciado en el nø 4/5 de la revista, que
se dedicaría "al estudio de la existencia social en todas sus manifestaciones en donde se haga presente la
presencia activa de lo sagrado".

Lo que generaba asperezas era la definición de lo sagrado. El paso por distintas militancias y la difícil
recepción de sus escritos habían convencido a Bataille de que su pensamiento no podía ser tamizado por
la discusión franca en la plaza pública. Se convenció, y trató de convencer a los demás, de que había que
llevar a fondo la máxima nietzscheana de revelar la verdad a unos pocos cuya comprensión del mundo
no sería sólo intelectual sino vivencial, en una suerte de "comunidad de afinidades electivas".
"Convertirse en otros de manera secreta": esto es lo que el filósofo Jean-Michel Heimonet llamó "la
criptopolítica" de Acéphale.

Como la revista, la vida del Colegio de Sociología será breve, no sólo porque esas "afinidades electivas"
se formaban con la misma rapidez con que se disolvían, sino también por la llegada de los nazis a París
en 1940. En las sesiones del Colegio, el escritor fascista Pierre Drieu de La Rochelle compartía asientos
con Walter Benjamin, quien —huyendo de los nazis— dejó a Bataille sus últimos papeles antes de
emprender el camino hacia la frontera franco-española, donde se suicidaría.

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Tras imbuirse del espíritu de Acéphale, Benjamin espetó: "Ustedes trabajan para el fascismo". El
malentendido que rodeaba a Bataille seguía intacto. Y crecería aún más cuando en 1943, durante la
ocupación de Francia, el mismo Jean-Paul Sartre lo acusa de ser "un nuevo místico". Bataille le
responde: "A usted no lo enloquece ni lo embriaga ningún movimiento". Como en la declaración
fundacional de Acéphale, se trata para él de rechazar con todas las fuerzas "pretender ser razonable e
instruido" y llevar "una vida sin atractivos".

Ocurre que Bataille, y en menor medida Klossowski, veían en la política y la economía capitalista —
fascista o no— la proyección de lo sagrado y el drama de la "muerte de Dios" que no termina de
comprobarse más que en la vida y obra de Nietzsche. La democracia como política y el capitalismo
como economía buscan por todos los medios destruir lo sagrado, asociado no con las religiones
establecidas, sino con los cultos de otras creencias; por ejemplo, los sacrificios aztecas.

"El mundo de los civilizados" expulsa lo trascendente para erigir la racionalidad como único criterio de
vida, y se equivoca, no porque Bataille y Klossowski no estén de acuerdo, sino simplemente porque el
movimiento de la humanidad es el de la energía, una energía cósmica que no puede ser ahogada en
mandamientos de rectitud y mesura.

En los dos artículos de La critique sociale, Bataille había partido de esta base para afirmar que, en lo
esencial, el fascismo es un movimiento original en la medida en que asume el carácter de lo sagrado en
la política y que "gestiona" la energía social interrumpida por el juego racional democrático. En
Acéphale son frecuentes las críticas al movimiento antifascista que pretende escudarse en los "valores
democráticos". El fascismo es hijo de las democracias occidentales, pero no por las razones que se solían
invocar desde la izquierda.

Si la argumentación se detuviera aquí, el ataque de Benjamin, el menosprecio de Sartre, la furia de


Breton podrían tener asidero. Pero Bataille no da lugar a dudas, aun en su ambivalencia, acerca del
carácter abominable del fascismo. Sorprendería la acusación de Benjamin en caso de que haya leído lo
que el lector de Acéphale hoy podrá leer, porque los artículos más meticulosos de la revista, apiñados en
el número 2, están enteramente dedicados a denostar al fascismo como el peor de los caminos: es "la
gestión militar y religiosa" de esa energía social. El fascismo reconduce el potencial de liberación en una
idea torpe de lo sagrado, concentrada en la adoración al líder y consagrada a transformar a la sociedad en
una maquinaria nihilista de muerte a través de la guerra.

Es cierto que en el último número de Acéphale, en "La amenaza de guerra", se lee: "El combate es lo
mismo que la vida. El valor de un hombre depende de su fuerza agresiva". Es cierto que el último
artículo de Bataille se llama "La práctica de la alegría frente a la muerte". Pero no se trata de la
glorificación fascista de la muerte. El fascismo es el manejo racional de lo irracional, una astucia que la
democracia no podía exhibir en esos años de guerra y contra el cual no cabe, para Acéphale, balancearse
hacia lo racional sino reivindicar aquella "otra parte" para sacársela de las manos a los fascistas. Quizá la
gramática simplificada de la lucha entre el fascismo y el antifascismo dificultaba la comprensión de este
tipo de intervenciones. La "criptopolítica" de Acéphale era inentendible para las trincheras ideológicas

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de la Europa de las guerras.

Bajo el signo de Nietzsche

En el marco del antifascismo no democrático de Acéphale se acomoda el extenso ejercicio de


pensamiento y de vida alrededor de la figura de Nietzsche. Bataille muestra en toda la revista una
obsesión particular por rescatar a Nietzsche de la utilización nazi-fascista. Klossowski, en cambio,
mucho más allá de las urgencias teóricas de la hora, escribe verdaderas piezas de arte acerca de la vida
del filósofo y sus resonancias con el pensamiento de Sade y de Kierkegaard. Despuntan allí no pocos
hilos de lo que será su libro Nietzsche y el círculo vicioso, publicado en los 60.

Los demás (Monnerot, Caillois, Rollin) buscarán en Dioniso el nexo entre la filosofía nietzscheana y esa
existencia sagrada soterrada en todas las épocas. Hay lugar también para una interpretación de Jean
Wahl, cuyo pensamiento no es próximo al de Acéphale, y para reseñas de los libros de Karl Löwith y
Karl Jaspers sobre Nietzsche.

Por sus temas, por las firmas, por la referencia a pensadores contemporáneos, Acéphale podría ser vista
hoy como una revista de vanguardia en su época. Pero la potencia y densidad de sus escritos, la
oscuridad y el exceso de sus palabras la hacen también atemporal. Como dice Martínez en el prólogo,
hay en Acéphale "una rara cinética del espíritu capaz de oscilar entre lo sagrado arcaico y moderno para
entrar en una espiral vertiginosa que eleva de un golpe la locura del exceso y el afán de gloria al rango
de primer motor inconfesable".

La aventura de Acéphale tuvo que esperar un tiempo para que aparecieran las voces que la destacaran.
Quien habló más fuerte en este sentido fue Michel Foucault. Su "Prefacio a la transgresión", homenaje a
Bataille en ocasión de su muerte, es una oportunidad para realzar en su figura lo que puede ser extensivo
a la revista, la última de sus criaturas colectivas: la elevación del exceso, la transgresión, la tensión hacia
los límites del lenguaje para expresar lo inexpresable, la experiencia. Más tarde, hace un homenaje a
Klossowski, con la edición de La moneda viviente. En ambos casos, Foucault señaló una tríada de
"pensadores malditos": Bataille, Klossowski y Maurice Blanchot, quien no participó de Acéphale pero
fue muchas veces el extremo del cono donde se desató el remolino de la revista.

Al reivindicarlos, al atacar luego a Sartre, Foucault quiso a la vez fijar un nuevo linaje del pensamiento
contemporáneo que tuviera a Nietzsche como faro. Bataille mismo había escrito en Acéphale que, así
como los nazis habían querido apropiarse de Nietzsche, el fascismo en general obedeció mucho más al
movimiento del pensamiento de Hegel; una nueva provocación para el pensamiento de izquierda.

Como lo expresó Foucault, el desgarro de esa "comunidad de afinidades electivas", menos cálida que
desoladora, alcanzó la escritura. Los textos de Acéphale son espesos, difíciles de asir incluso en su
lengua. Martínez escribe con pudor: "La traducción es otra forma de la hermenéutica; tanto más si los
originales juegan al claroscuro de lo ambiguo". Pero otros traductores se han quejado de tal dificultad.
Fernando Savater lo hizo acerca de Sobre Nietzsche, de Bataille, y el argentino Axel Gasquet, de La

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moneda viviente. Los miembros de los que no querían tener cabeza, los que se consideraban prójimos de
Nietzsche —y de Sade—, buscaron llegar con la escritura a las puertas de la locura que atravesó el
pensador alemán. Y la lengua rechinó, del mismo modo en que los sujetos que la extremaban sucumbían
a la experiencia de un rayo. Así como se constituyeron, se disolvieron. Se opusieron a una época en la
que las oposiciones eran distintas a las que ellos planteaban. Y abrieron un camino difícil de divisar,
pero fácil de intuir. Aún hoy.

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