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EL MENDIGO

Había una vez un mendigo, que vivía en la calle y no tenía prácticamente posesiones.
Un día vio a lo lejos una comitiva de acaballo que iba a pasar delante suyo, rodeada de gente de a pie.
Al correrse para dejar lugar vio a lo lejos los destellos dorados inconfundibles de la corona del rey y
pensó: Le voy a pedir una limosna, seguro que al verme así tan miserable, el rey tendrá misericordia de
mí y me dará en forma abundante.
Cuando estuvo frente el rey el mendigo grito: “¿Su majestad me podría regalar una moneda?”, aunque
interiormente pensaba que el rey le daría muchas más.
El rey le miró y le dijo: ¿Oye yo soy tu rey, por qué no me das algo a mí?
Sin saber que hacer el mendigo respondió: ¡Señor soy indigente, no tengo nada!
El rey replicó: “Busca entre tus cosas algo debes tener para darme”
Entre asombrado y ofuscado el mendigo comenzó a buscar entre sus cosas y vio que le quedaba un pan,
una naranja y un poquito de arroz.
En su interior pensó que finalmente como el rey le sacaría sus cosas y no le daría nada, la naranja y el
pan eran su único sustento así que le dio un puñadito de arroz.
El rey mandó a un súbdito a recogerlo y le dijo: soldado, ¿cuantos granos de arroz me dio el mendigo?.
Doce mi rey, respondió el uniformado.
Entonces el rey tomo doce monedas de oro, una por cada grano de arroz y se las dio al mendigo
diciendo: ¡has visto como tenías algo para ofrendar a tu rey!.
De pronto la codicia asaltó el corazón del mendigo y este dijo a gran voz: su majestad, su majestad, no se
marche, ¡aún acá tengo otras cosas para darle y más arroz!
El rey le miro fijo y respondió: ¡guárdalas, yo solo puedo retribuirte por aquello que me has dado con un
corazón sencillo!
Moraleja:
En nuestra vida cristiana, nosotros somos los pobres indigentes y Dios es el Rey.
El mendigo en su pobreza, a diferencia de la viuda que dio las dos últimas blancas que tenía (Lc 21:1-4)
es egoísta y no quiere desprenderse de lo que tiene, aun cuando se lo pide su rey.
A veces Dios, nuestro Rey nos pide algo y, tal cual el caso de la parábola, no porque lo necesite, sino
para probar nuestro amor, fe y devoción hacia Él.
Nos negamos a darle a Dios lo que nos pide, porque desconociendo la gran Misericordia, Generosidad y
Amor que nos tiene, pensamos que no nos va a recompensar como queremos, sin tener en cuenta que
… El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente,
generosamente también segará. (2° Corintios 9:6)
Dios no siempre nos pide dinero o cosas materiales, a veces nos pide que le dediquemos más tiempo a
Él en la oración y el estudio de Su Palabra, que dejemos de hacer cosas que aunque licitas quizás, no
nos convienen ni edifican (1° Cor 10:23), que no nos unamos en un rugo desigual con un incrédulo (2°
Cor 6:14). Etc.
Cualquiera cosa que sea lo que Dios nos esté pidiendo que le entreguemos, hagámoslo con todas
nuestras fuerzas y de todo corazón, y comprobaremos la generosidad de:
Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos, según el poder que actúa en nosotros, (Efesios 3:20)

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