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Deudas emocionales: qué son y cómo evitarlas

Leyendo el titulo supongo que muchos lectores no entenderán a que me refiero, pero en
cuanto exponga un ejemplo, seguro que muchos/as os sentiréis identificados/as:

Mikel tiene 8 años y le encanta el futbol. Desde hace años es seguidor del equipo de su
ciudad y le hace muchísima ilusión ver un partido. Un día sus padres compran 3 entradas
para poder acompañar a su hijo y disfrutar con él de este momento.

Sin embargo, este idílico momento se convierte en algo indeseable para Mikel cuando se
da cuenta de las exigencias que se ocultan tras esas entradas:

“Si quieres que vayamos al partido tendrás que portarte bien”, “no insistas con que
quieres jugar a la play, ya tienes las entradas para el partido”, “el sábado estuvimos
contigo en el partido y ahora tú, ¿te enfadas porque tenemos que ir a visitar a la tía?,
solo te importa lo tuyo, eres un egoísta”.

Estos argumentos, que en sí mismos no tienen nada que ver con el partido, son el resultado
de una deuda emocional. Las intenciones de los padres de Mikel, sin duda alguna, son
buenas pero sin darse cuenta han realizado un esfuerzo económico y personal que no
habían valorado bien, y le exigen a Mikel todo tipo de méritos como “agradecimiento”
por su “regalo”.

Esto es una deuda emocional; es aquella situación en la que se cede a algo que supone
mucho para quien ha cedido, y como contra-partida, se exige demasiado a
cambio. Podríamos traducirlo a nivel emocional en algo parecido a “yo he hecho este
gran esfuerzo por ti y ahora tú, para compensarme, tienes que hacer otro esfuerzo por
mí”.

Si esto se explicitara antes de ceder, es decir, si estableciésemos las condiciones de un


intercambio de favores (o de sacrificios), no habría problema, pues ambas partes podrían
decidir si acceden o no al trato.

El problema real viene cuando la parte que cede (en el caso de Mikel, sus
padres) reclaman a posteriori la compensación y generalmente, quien ha salido
“beneficiado” termina siendo víctima de muchas exigencias que no son justificadas ni
justificables, salvo por la deuda emocional.

En ocasiones la deuda emocional se entiende como un chantaje. Ambas se asemejan en


el sentido de que el sacrificio que se le exige a cambio del favor es desmesurado. Sin
embargo, en el chantaje el coste (por llamarlo de alguna manera) está explicitado de
antemano, y en la deuda emocional no, lo que dificulta enormemente su desenlace.

Durante años he comprobado cómo estas deudas son cobradas por padres y madres que
han comprado una mascota que no querían, que han accedido a apuntar a sus hijos a la
extraescolar que les resultaba más difícil de encajar en su horario o que hacían un esfuerzo
económico importante por llevar a sus hijos al viaje de fin de estudios del colegio.
Las deudas emocionales siempre son injustas. Y cuando quien lo ejerce tiene autoridad
sobre aquel a quien se le exige (p/madres a hijos/as, profesores a alumnos/as), es todavía
más injusto.

Enfrentarse a ella resulta casi imposible. Porque no es lo mismo ponerle límite a las
exigencias desmesuradas de un/a compañero/a de trabajo que a las de tu jefe/a, ¿verdad?.

Una vez más, el aprendizaje sobreviene del acto; podemos empezar por descubrir
cuando estamos actuando bajo una deuda emocional y darnos cuenta de que el coste
que finalmente hemos asumido es mayor del que pensábamos. Asumir nuestra
responsabilidad en la decisión es la única manera para liberar al otro de tener que
recompensarme injustamente.

Y para evitar las deudas emocionales, nada como valorar el esfuerzo de antemano y ser
sinceros/as con uno/a mismo/a. Aceptar nuestros propios límites. Un “no” a tiempo es
infinitamente más recomendable que una deuda emocional.

Y tú, ¿eres consciente de las deudas emocionales de las que has sido partícipe?

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