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HISTORIA DE LA ÉTICA (Filosofía antigua y medieval)

1.- MITOLOGÍA Y ÉTICA.


Muchos estudiantes griegos aprendieron ética al hilo de la mitología. Todos los relatos con que cuenta la mitología griega
son extraordinariamente aptos para la reflexión ética. Algunos no son precisamente edificantes, pero la mayoría sirven para
extraer muy positivas consideraciones morales aunque sea por contraste. No está claro el crédito que los maestros de ética
concedían a esos cuentos legendarios, pero para el caso es lo mismo: a la vez que alimentaban maravillosamente la
imaginación y las mentes de sus alumnos -pocos pero muy influyentes en el futuro-, servían también como meditaciones
de hondo calado humano. Los dioses podían ser interpretados como la personificación de los más altos deseos humanos,
de tal manera que lo que el hombre deseaba pero no podía lograr, lo conseguían los dioses. A veces esos mismos dioses
favorecían a los pobres y despreocupados humanos y, en otros casos les entorpecían, cuando no les quitaban
completamente el libre albedrío. En muchas ocasiones pueden verse dioses con sentimientos tan humanos que delatan
por sí mismos quién los ha creado. Pero sirve asimismo para ver con más claridad hasta donde puede llegar el hombre con
su amor o con su odio llevado al extremo.

Unos cuantos mitos servirán de ejemplo para estudiar algunas enseñanzas éticas muy claras:

El mito de Narciso: Narciso era un joven muy bello que enamorado de sí mismo murió de inanición
contemplándose maravillado en las aguas de un estanque. Viéndose en el espejo del agua que reflejaba su belleza
corporal ya no fue capaz de otra cosa que seguir mirándose hasta perder a sus amistades, su familia y la propia
vida. Tiresias ya había advertido a sus padres que Narciso tendría una larga vida si evitaba contemplarse a sí mismo.
Aunque el joven Narciso enamoró a muchas doncellas asombradas de su belleza, no les hizo ningún caso. Una de ellas,
la ninfa Eco, irresistiblemente enamorada de Narciso y viéndose rechazada por él corrió la misma suerte, pues se dedicó
a vagar por las montañas y, dejando de comer adelgazó tanto que quedó convertida en una voz capaz de repetir
únicamente el final de las palabras que escuchaba. En el lugar donde murió nació una flor llamada «narciso» que desde
entonces recuerda la belleza del protagonista del mito. El comentario sobre la actualidad de este mito no puede ser más
propio. La abundancia de espejos por todas partes, de salones de belleza, gimnasios, clínicas de estética corporal etc.,
prueba la existencia de múltiples Narcisos y Ecos. Y el final de esas historias actuales también concuerda con lo narrado
por el mito. Lamentablemente existen demasiados enfermos y enfermas de egoísmo en clínicas de rehabilitación.
Anorexia y bulimia son enfermedades muy graves, como también lo es el mirarse a uno mismo hasta perder de vista a los
demás.

El mito de Prometeo y Pandora: Prometeo robó a los dioses las semillas de Helios para que los hombres pudieran
alimentarse. Indignado Zeus por este robo ordenó la creación de Pandora, una mujer adornada de muchas cualidades.
Hefesto le dio forma, Atenea le cedió su ceñidor y la adornó lo que pudo. Las Gracias y la Persuasión le dieron collares,
las Horas le pusieron en su cabeza una corona de flores pero Hermes puso en su pecho mentiras, un carácter voluble y
palabras seductoras. Epimeteo, hermano de Prometeo aceptó a Pandora enamorándose perdidamente de ella a pesar de
la advertencia que le había dado su hermano de no aceptar regalos de los dioses. Pandora llevaba con ella una caja sin
abrir que contenía todos los males y desgracias (vejez, enfermedades, vicios, tristeza, pobreza, crimen) que hasta entonces
no existían en el mundo. En un momento dado Pandora abrió la caja difundiendo todos los males por el orbe y la cerró
justo cuando iba a salir también la esperanza, con lo que la humanidad se vio sumida en una realidad desgraciada. Como
no salió la esperanza la existencia de todos los hombres se convirtió en un drama.

Con este mito se quiere explicar cuál es el enigmático origen del mal ¿Por qué si todos queremos el bien, sin embargo no
lo hacemos? ¿por qué tantas veces hacemos el mal sin quererlo? ¿por qué lo que a unos les perjudica a otros les beneficia?
La caja de Pandora da una respuesta mítica bien diferente del cristianismo, y mucho más negativa.

El mito de Las Sirenas: Las Sirenas son el prototipo de la seducción. Los cantos de sirenas son esas sugerentes
llamadas hacia algo muy atractivo, pero que conlleva la destrucción. Todos los vicios se podrían definir como cantos de
sirenas porque prometen mucho y en realidad no dan nada, exigiendo de paso un sometimiento incondicional. Ulises,
sabiendo que iba a pasar con su nave cerca de la isla de las Sirenas, y haciendo caso a la advertencia de Tiresias,
ordenó a sus marineros que le atasen al mástil del barco y que no pararan de remar hasta haber sobrepasado la isla. Por
si acaso, tanta era la precaución que se tomó que, reblandeciendo un poco de cera tapó los oídos de los marineros para
que no escucharan la melodiosa voz de las Sirenas. Y es que Ulises conocía bien la debilidad de los seres humanos que
ceden fácilmente a la tentación que siempre se presenta provocativa engañando fácilmente a todo aquel que, creyéndose
valiente no toma precauciones. Las Sirenas embelesaban a muchos con sus cantos para después devorarlos y, Ulises,
que imprudentemente no se había taponado los oídos, al escuchar a las sirenas que le anunciaban que ya había llegado
a Ítaca dónde le esperaba su esposa Penélope, gritó a sus marineros para que le soltaran e hizo lo imposible para
desatarse, pero no lo consiguió. Y estos, al no oír nada, franquearon el peligro. No hacen falta muchos comentarios para

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deducir que las diferentes seducciones que a lo largo de la vida asaltan a los hombres, con todo su atractivo, son cantos
de sirenas; y todas las precauciones son pocas si no se quiere terminar devorado por ellas. Pero ¿quién tiene la fortaleza
de atarse al mástil del barco o de taponarse los oídos con cera? ¿Quién sabe alejarse con decisión de las fascinaciones
que llevan a la ruina?

2.- EL PASO DEL MITO AL LOGOS.


Para determinar el comienzo de la filosofía, y por tanto de la ética, suele decirse que ésta comienza cuando la humanidad
da el paso del mito al logos. Lo que esto quiere decir es que unos pocos hombres comenzaron a no conformarse con la
mitología para explicar el porqué de las cosas, y buscaron sus causas naturales. Se debe añadir que filosofía y ciencia no
se distinguen en sus comienzos. Nacen a la vez cuando esos sabios pusieron en duda esos relatos fantásticos y buscaron
respuestas racionales naturales. Si, por ejemplo, se ponía a llover y a tronar, esto no tendría que atribuirse al enfado de
unos dioses, sino a unas causas naturales que desde entonces se investigan con mayor o menor éxito. Las predicciones
meteorológicas fallan cada vez menos. Las primeras teorías que esos filósofos aportaron pueden verse hoy como
rotundamente falsas y, sin embargo, ya no eran simplemente mitológicas. Si por ejemplo, Tales de Mileto (639 – 546 a.C.)
afirmó que todas las cosas provenían del agua y a dicho elemento le atribuyó condición de origen del resto de la naturaleza,
en efecto, el filósofo se equivocó, pero su explicación pertenece al ámbito de la ciencia y de la filosofía y no a la simple
mitología. Si sus discípulos rectificaron al maestro y trataron de exponer el origen del mundo atribuyéndolo a otras causas,
asimismo inciertas, también esas explicaciones se revelaron erróneas, pero no eran tampoco mitológicas sino científicas.
No tuvieron otros medios para observar el mundo que les rodeaba más que sus sentidos y su razón, y con esos medios,
trataron de alcanzar alguna verdad y consiguieron además sembrar la inquietud de seguir indagando. Los primeros filósofos
se ocuparon sobretodo de la naturaleza, y sólo mucho más tarde de la antropología y consiguientemente de la ética.

El primer autor destacado que se ocupará del hombre, de la ética, y consecuentemente de la política es Sócrates. Y ese
interés por la verdad sobre el hombre y sus respuestas le costará la vida a manos de sus contemporáneos, los sofistas.
Los sofistas eran considerados unos sabios a los ojos de todos. Enseñaban retórica, el arte de convencer, como instrumento
para la política, y así, por las enseñanzas de Sócrates veían peligrar su posición privilegiada. Pero Sócrates, una vez
iniciado el camino de la razón y de la objetividad no renuncia a buscar la verdad, el bien y la belleza, no para unos pocos
sino para todos. La mitología ha quedado ya como fabulación literaria magnífica, pero falsa. Mucho mienten los poetas,
dirá Aristóteles. Sin embargo, no deberemos despreciar la mitología. Como hemos podido comprobar, la buena literatura
puede muy bien servir a la ética cuando aborda los temas humanos de siempre. Y la mitología la consideramos desde hace
tiempo, literatura, literatura didáctica y moral en la mayoría de los casos.

3.- ÉTICA SOCRÁTICA. EL INTELECTUALISMO ÉTICO.


Sócrates (470 – 399 a.C.) ha pasado a la historia como un modelo de hombre íntegro que prefirió morir antes que renunciar
a sus ideas. Atenas le condenó a muerte injustamente y él aceptó la sentencia con la conciencia clara de su inocencia.
Prefirió dar la vida como ejemplo de sometimiento a las leyes antes que huir de la justicia o abdicar de su pensamiento.
Sus amigos le facilitaron la huida pero él rehusó y aceptó la muerte sin miedo. En la Apología de Sócrates, su discípulo
Platón relata el caso y la defensa que su maestro hizo de sí mismo. Sócrates creía en la inmortalidad del alma y por eso
no le importó dejar esta vida dando muestra a sus discípulos de entereza moral. La historia, con muy pocas excepciones,
ha juzgado muy negativamente a los sofistas y encumbrado a Sócrates.

En el fondo, su condena a muerte se debió al enfrentamiento doctrinal que mantuvo con los sofistas que no soportaban oír
a Sócrates rebatiéndoles en el punto más vital de su pensamiento. La controversia consiste en la búsqueda de la objetividad
socrática frente a la subjetividad y relativismo sofista. Dicho de otro modo, los sofistas pensaban que la ley la hacen,
caprichosamente, los hombres que ostentan el poder sin más referencias y, en cambio Sócrates partía de la existencia de
una ley natural que puede y debe ser alcanzada racionalmente por cualquiera que haga el esfuerzo necesario que todo
trabajo intelectual conlleva. Los sofistas enseñan la retórica y elocuencia necesarias para convencer, no de la verdad en la
que no creen, sino de lo que más convenga en cada momento. Sócrates quiere enseñar la verdad.

Que sepamos, Sócrates no dejó nada escrito. Lo que conocemos de este autor se lo debemos casi todo a su discípulo
Platón, y alguna referencia en los escritos de Aristóteles. Las obras de Platón son diálogos entre varios interlocutores entre
los que destaca Sócrates que lleva siempre el peso de los argumentos, y la conclusión de los mismos. Podría pensarse
que esto es debido simplemente a un mero homenaje del discípulo hacia su maestro, pero puede aventurarse la hipótesis
de que esto se corresponde con el reconocimiento de su pensamiento, que es fiel al de su maestro. Nunca sabremos
completamente qué es lo propio de uno y del otro y, sin embargo podemos establecer que el intelectualismo ético es
socrático y que Platón lo asumió enteramente.

El intelectualismo ético consiste en la convicción de que para hacer el bien hay que saber lo que éste es. Según esta
teoría ética, el que sabe lo que es el bien, lo hace necesariamente. Y al revés, si no se hace el bien es que no se percibe
con rotundidad lo que significa, es decir, no se hace uno cargo de lo que el bien supone. Los que discuten este principio
aducen que, en la práctica los hombres, aun sabiendo lo que tenemos que hacer sin embargo no lo hacemos, y coligen de
ahí que por eso somos libres, y que en eso consiste la libertad. La cuestión no es sencilla. Da la impresión de que la historia

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se desarrolla inconscientemente contando con ese intelectualismo ético, cuando tanto se han esforzado los hombres en la
educación de las generaciones, una tras otra. Los Ministerios de Educación de todos los países buscan la mejora en la
enseñanza confiando en que si los niños y jóvenes aprenden más, serán mejores y la sociedad avanzará en todos los
sentidos. Cuestión distinta será el contenido de los conocimientos más convenientes, pero todos parecen estar de acuerdo
en que saber más es condición necesaria para ser mejores. Por vía negativa y con otro ejemplo se puede llegar a la
misma conclusión: en los establecimientos penitenciarios se busca que los internos se formen, adquieran conocimientos
prácticos y se eduquen en valores para que no vuelvan a delinquir, es decir, para que sean mejores. Y también por vía
estadística se puede comprobar que entre los internos de las cárceles abundan los que poseen una educación deficiente
o muy escasa. Así pues, la conclusión lógica del intelectualismo ético es que los «ignorantes» hacen el mal, porque no
saben lo que es «bueno». Y la propuesta social que pretenden es mejorar el conocimiento a través de la mejora en la
calidad de la educación, manteniendo que así mejora la sociedad necesariamente.

4.- ÉTICA DE PLATÓN.


El pensamiento ético de Platón (427 – 347 a.C.) como es comprensible, se deduce de su antropología, es decir, de
su concepción del hombre. Pero no tenemos ninguna obra de Platón que trate selectivamente de este tema. Su ética la
hemos de entresacar de su filosofía que por lo demás está repartida de forma no sistemática en sus escritos. Sus
diálogos abordan diversos temas en forma literaria, pero no es difícil apreciar el fondo de su pensamiento. Ha quedado
para los estudiosos de la filosofía elaborar la sistematización de sus ideas.

Para el filósofo griego el hombre está compuesto de dos sustancias, el cuerpo y el alma. Esas dos sustancias son tan
distintas como la materia y el espíritu y lo insólito es que estén unidas siendo de naturaleza tan diferente. De la misma
forma que el agua y el fuego no se pueden combinar por su distinta naturaleza, asimismo el cuerpo y el alma son
irreconciliables y no pueden llevarse bien. Uno prevalecerá sobre el otro. O bien el cuerpo manda y entonces ahoga el
espíritu, o bien, mandará el espíritu y entonces deberá someter al cuerpo como un jinete ha de sujetar a su caballo, como
sugiere el mito del auriga[1] que nos propone el filósofo griego. Para Platón, el cuerpo es la cárcel del alma, pero ésta es
espiritual e inmortal y, por el contrario, el cuerpo material y compuesto. La muerte es claramente la escisión de ambas
sustancias y, mientras que el cuerpo se descompone al separarse, el alma escapa hacia otra vida superior. También en
esto Platón parece seguir a su maestro Sócrates. La vida moral así entendida consistirá en el trabajo del hombre por
liberarse de la esclavitud material del cuerpo y ascender, con la sola inteligencia, al mundo de las Ideas, mundo espiritual
que le es familiar al alma. De esta forma, el ateniense se declara contrario al hedonismo[2] porque supone que dar
satisfacciones al cuerpo y sus pasiones impide al alma elevarse hacia lo que le es propio, el mundo eidético o de las Ideas.
La virtud se entiende así como purificación, como combate del alma contra el cuerpo, combate de lo espiritual que debe
imponerse a lo material. El alma desea la verdad que no se encuentra en el sujeto sino más allá, en el mundo de las Ideas,
pero el cuerpo tiene unas necesidades materiales inevitables que ha de satisfacer. De esta manera para Platón la falta de
virtud se puede identificar con la ignorancia.

En La República, uno de sus más conocidos diálogos, Platón nos habla de las virtudes principales que hacen referencia a
las distintas partes del alma. El siguiente cuadro es ilustrativo también para ver la relación entre ética y política:

Partes del alma: Racional Irascible Concupiscible

Virtudes: Prudencia/ Sabiduría Fortaleza Templanza

Situación: Cabeza Tórax Vientre

Carácter: Inmortal Mortal Mortal

Política: Filósofo - gobernante Guardianes Pueblo llano

La prudencia racional marca al individuo lo que debe hacerse, pero hace falta la fortaleza y la templanza para llevarlo a
cabo. El ejercicio constante de esas virtudes hace al hombre y a la ciudad, felices. Si individualmente los hombres consiguen
la virtud y con ella la felicidad, también la ciudad, la polis lo será. La virtud que parece faltar, la justicia, es virtud social y
consiste precisamente en dar a cada uno lo suyo, lo que significa que cada miembro de la ciudad cumpla su papel y no se
trastoque el orden que Platón considera natural: el gobernante deberá gobernar prudentemente, el guardián cumplirá con
moderada fortaleza las órdenes del filósofo gobernante y el pueblo llano mantendrá su vida con templanza, es decir, con
moderación de los placeres sensibles. Si el orden se invierte y por ejemplo quisiera gobernar un mero guardián, no lo haría
con prudencia y por tanto gobernaría mal. Mucho menos, si gobernara alguien del pueblo llano no lo podría hacer bien,
puesto que no conoce la Idea de Bien y por tanto no está capacitado para saber qué es lo que más conviene hacer en la
práctica. Según el pensamiento platónico, la política va ligada a la ética, lo que significa que el estado ha de organizar las
cosas para que la educación selectiva ponga a cada uno en el lugar que le corresponde, según el nivel de conocimiento
que alcance. Si el intelectualismo ético es verdadero, el filósofo gobernará teóricamente bien pues conoce la verdad de la
Idea de Bien. Para Platón, solo es filósofo el que conoce la Idea de Bien.

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5.- LA ÉTICA DE ARISTÓTELES
Discípulo de Platón, Aristóteles (384 – 322 a.C.) se aparta un tanto del maestro en su filosofía, pero sin embargo su
ética se basa asimismo en las virtudes. La obra principal en la que desarrolla su pensamiento moral es la Ética a Nicómaco
que dedica precisamente a su hijo, que así se llamaba. La ética de Aristóteles suele reconocerse como una ética
eudaimonista. Eudaimonía es una palabra griega que puede traducirse por felicidad pero el significado etimológico es un
tanto distinto: la partícula «eu» significa en griego «bueno» y «daimon» demonio. No obstante, el uso que se hace de
demonio no es de la encarnación espiritual del mal, sino que más bien debe ser traducido por ángel, suerte… . Tener buen
ángel es ser feliz entendiendo por felicidad un estado extremadamente difícil de lograr, algo que no consiste en ser medio
para otra cosa, sino que precisamente es fin. Y el fin es el bien, que es lo que todos quieren conseguir. El fin último del
hombre es desde luego, el bien, la felicidad. Teóricamente cuando se logra la felicidad ya no se quiere nada más y, en
cambio, Aristóteles percibe con claridad que la mayoría de los bienes que suelen perseguirse, siempre se pretenden como
medios para conseguir algo que se valora todavía más. Si, por ejemplo, decimos que queremos terminar los estudios y con
eso seremos felices, probablemente no estamos siendo sinceros porque una vez lograda esa meta, en seguida queremos
otra, como por ejemplo lograr un buen trabajo, y luego otra más, como por ejemplo casarse. Al final de esa larga cadena
está la consabida felicidad, el fin último del hombre.

El hombre es un ser eternamente insatisfecho y sus deseos tantas veces mayores que sus posibilidades. Para Aristóteles,
la ética es una reflexión práctica encaminada a la acción. Pero para cada ser debe desarrollar los actos que le hagan
cumplir lo que le es propio, según su naturaleza. La naturaleza de los peces, por ejemplo, les permite a la vez que les
obliga, a nadar y a vivir en el elemento líquido que le es propio. Si los apartas de su lugar natural, mueren. De la misma
manera, el hombre posee una naturaleza exclusiva y sus acciones deben ser fieles a ella. Pero, nadie discute que lo más
propio del hombre es su racionalidad, luego su conducta más genuina será pensar. De esta forma, el autor griego postula
la necesidad que el hombre tiene de pensar antes de hacer, y a eso le llamará fronesis, prudencia, y consecuentemente,
eso es lo que tiene que hacerle feliz. Actuar prudentemente llevará pues a la felicidad. Desde luego, también percibe
Aristóteles que el hombre no es sólo entendimiento pues posee un cuerpo material. De ahí que postule asimismo otras
virtudes menores, propias del cuerpo, que no hay que despreciar.

Aristóteles está de acuerdo con Platón en señalar a la prudencia como la virtud fundamental. La prudencia es una virtud
intelectual que señala siempre con suficiente precisión lo que debe hacerse y marca convenientemente el punto medio
entre el exceso y el defecto del resto de las virtudes. Le llama asimismo virtud dianoética porque entiende que la prudencia
es la expresión de la racionalidad práctica. A las demás virtudes les llamará virtudes éticas o morales y en todas se destaca
el hecho de ser hábitos, lo cual quiere decir que no basta realizar actos valiosos pero aislados, sino que hay que lograr la
costumbre de hacer el bien continuamente. De ese modo, el hombre virtuoso es feliz porque se sabe dominador de sí
mismo.

6.- ÉTICA HEDONISTA. EPICURO.


Hedonismo es una palabra procedente del griego «hedoné» que significa «placer». Según esta teoría ética, los
hombres buscan el placer en todos sus actos y eso sería, para los seguidores de esta teoría, lo bueno. Pero hedonistas los
hay de muchos tipos. Para algunos, el placer es algo meramente sensible con el que el cuerpo se asegura la supervivencia
individual; y comprenderían los placeres de la comida y la bebida; pero también la supervivencia de la especie lleva
aparejados placeres fuertes derivados de la sexualidad. Otros hedonistas, superando ese primer nivel puramente
fisiológico, dirían que los placeres son, además de los anteriores, otros más elevados como la fama, el dinero o el poder o
incluso mucho mejor, todos juntos. Una ética hedonista más profunda estudiaría los placeres y trataría de investigar una
posible jerarquía de los mismos, procurando definir cuáles son preferibles. De esta forma se llevaría a cabo una clasificación
de placeres según su carácter.

Epicuro de Samos (341 – 270 a.C.) es el filósofo de la antigüedad que más teorizó sobre el hedonismo. Fundó su escuela
en Atenas en un jardín. Epicuro ha sido en ocasiones muy mal interpretado. Es cierto que este autor defiende que es el
placer el más elevado objetivo que el hombre ha de perseguir de cara a la felicidad, pero se suele pasar por alto la distinción
y clasificación que hace de los placeres existentes. Explica Epicuro cuáles son preferibles y llega a la conclusión de que el
placer hay que entenderlo más bien de modo privativo, es decir, como ausencia de dolor. Lo que, en último término hay
que lograr es la ataraxia[3], la tranquilidad de espíritu, que sería el mayor placer posible.

Una primera distinción que Epicuro establece es entre placeres sensibles y placeres espirituales. Y opina que son
preferibles los segundos respecto de los primeros. Los placeres intelectuales son mejores y de más calidad que los
materiales y corporales. Esa primera discriminación no la debieron tener en cuenta muchos de los discípulos que
justificaban ciertas bacanales organizadas en su memoria. Por ejemplo, el poeta romano Horacio, llegó a lamentarse
porque, según comentó, en su juventud fue un puerco de la piara de Epicuro.

En concreto Epicuro distingue entre placeres naturales y necesarios, los cuales hay que satisfacerlos; placeres naturales
innecesarios, los cuales hay que limitarlos y los que no son ni naturales ni necesarios, los cuales hay que esquivarlos. Entre
los placeres naturales y necesarios Epicuro pone el ejemplo de comer, beber, vestirse y descansar. Entre los naturales

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innecesarios el filósofo griego incluye las variaciones superfluas de los anteriores, como comer caprichosamente o beber
licores y vestirse de manera lujosa. Y entre los placeres que no son necesarios ni naturales se encontrarían todos los
nacidos de la pedantería humana como el deseo de enriquecerse, de obtener poder u honor a toda costa, etc.

TABLA DE POSIBLES PLACERES SEGÚN EPICURO

PLACERES Naturales y necesarios Naturales innecesarios No naturales e


innecesarios

¿QUÉ HAY QUE Satisfacerlos Limitarlos Esquivarlos


HACER?

Comer, vestir, descansar Comer caprichosamente, Riquezas, poder y honor


beber licores, vestir con
lujo
EJEMPLOS

7.- ÉTICA ESTOICA.


El estoicismo debe su nombre a la Stoa (Pórtico) de Atenas una escuela filosófica donde se reunían sus partidarios por los
años 300 a. C. con Zenón de Citio (333 – 264 a.C.) hasta el emperador romano Marco Aurelio (121 -180 d.C.) y también
Séneca (4 -65 d.C.) estaría incluido dentro de ella. Vivir conforme a la naturaleza es el principio estoico por excelencia.
Esta escuela buscaba la mejor manera de vivir dentro de una naturaleza interpretada de modo materialista. La ética que
se desprende de la doctrina «física» del destino es de una cierta apatía interpretada como desapego por todo lo que ocurre.
Una ausencia de afección como aproximación a la felicidad. Las cosas que ocurren no me deben afectar y de hecho no me
afectan si no quiero. No puedo dominar lo que ocurre fuera de mí, no soy capaz de dominar a la naturaleza física, pero sí
me puedo dominar a mí mismo, si me ejercito en ello. El dominio de uno mismo constituye el reto estoico a tener en cuenta.
Tomando como punto de partida la fatalidad de la naturaleza no podemos provocar que ocurra lo que deseamos. Vistas
así las cosas, la felicidad consistiría en liberarnos de los deseos, puesto que son los deseos insatisfechos los que provocan
en el hombre la infelicidad. La conclusión que se sigue necesariamente será eliminar los deseos del hombre. El hombre
puede conocer lo que le pasa en su interior y esa introspección[4] es el trabajo que debe tomarse para ser feliz, hasta
dónde se pueda. Para estos autores, el placer no podría ser considerado nunca un fin en sí mismo, -algo que debiera
buscarse-, sino más bien un resultado, es decir, algo que acompaña a ciertas actividades susceptibles de ser en sí mismas
buenas o malas.

Las pasiones alejan al hombre de la felicidad porque le provocan desasosiego y le hacen perseguir bienes materiales la
mayoría de las veces imposibles. Según Crisipo las pasiones son de cuatro tipos:

el dolor ante el mal presente,

el temor ante el mal futuro,

placer ante el bien presente y

deseo ante el bien futuro.

Con la razón el hombre debe lograr la indiferencia ante los bienes exteriores y conseguir la virtud interior. Todo lo que no
sea virtud ni vicio no será tampoco ni malo ni bueno. De esta forma, por ejemplo, la salud, la enfermedad, la riqueza o la
pobreza si no son debidos a virtud o vicio nos deben dejar indiferentes, pero para distinguir bien estos asuntos es necesario
aplicar bien la razón, la sabiduría moral. Las virtudes que los estoicos consideran cardinales, es decir fundamentales, son
las conocidas: prudencia, fortaleza, templanza y justicia.

Otra consideración interesante de raíz estoica es que, como todos los hombres poseen la misma razón, sólo puede haber
una sola ley y una sola patria. El estoico es ciudadano del mundo y no de ningún estado particular. A esta postura política
suele llamársele cosmopolitismo.

8.- ÉTICA CRISTIANA Y MEDIEVAL.

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Dice José Ramón Ayllón en su Introducción a la Ética que: «El cristianismo no es una ética, pero la revolución
religiosa que origina tiene, como gran efecto secundario una extraordinaria revolución ética»[5]. La ética cristiana supone,
en efecto, mucho más que unos principios o reglas sobre la conducta humana. El cristiano debe saber que la ética que
debe practicar consiste en imitar a una persona, a Jesucristo, que dio la vida por amor de los hombres. Ese Amor no tiene
medida, es un amor desmedido hacia cada uno de los hombres. Pero ante la dificultad o más bien imposibilidad de lograrlo
se alza la promesa del mismo Redentor que asegura que lo que es imposible a los hombres es posible para Dios[6]. En
otras palabras, que el cristiano ha de contar con la gracia, con el favor de Dios sin el cual no podemos hacer nada[7]. La
ética cristiana puede resumirse en el Sermón de la Montaña, lo cual hace ver que no se trata de una ética de mínimos sino
de máximos. La propuesta que Jesucristo hace a sus discípulos en el Sermón de la Montaña es verdaderamente exigente,
por no decir, utópica. Lo que se le pide al cristiano es superior a sus posibilidades, por eso se requiere el auxilio del mismo
Dios, de su gracia. Dios ayuda al cristiano. El cristiano puede contar con el favor de Dios, con su auxilio para vivir con la
exigencia sublime de superar el egoísmo. Por ejemplo, el mandamiento nuevo del amor, es modelo del empeño que debe
seguir un cristiano: Amaos unos a otros como Yo os he amado[8]. Claramente ello implica dar la vida, o por lo menos estar
dispuesto como Jesucristo que afirma que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos[9]. Y para
eso hay una condición indispensable que el mismo Jesucristo enseña: negarse a uno mismo[10] porque, en efecto, si hay
que seguir al Salvador y tomar la Cruz, eso no puede hacerse con facilidad. Es imprescindible acabar con el egoísmo. Ya
avisa el nazareno: porque el que quiera salvar su vida, la perderá, y el que la pierda por Mí y por el evangelio, la salvará[11]

Hay una cuestión añadida que necesariamente hay que indicar: así como los filósofos han aportado sus teorías tratando
de aportar su granito de arena en la búsqueda de la verdad, el cristianismo, o mejor, el mismo Jesucristo sostiene que Él
es la Verdad, además de Camino y Vida[12]. Ningún filósofo se ha atrevido jamás a decir algo así y de forma tan
tajante. Una de dos: o Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios y por tanto capaz de hacer semejante afirmación, o
no lo es y entonces…. Pero Jesucristo no es sólo portador de ideas atractivas, Jesucristo «encarnó» esas ideas y por eso
tuvo y sigue teniendo sus testigos. La palabra «mártir» significa precisamente «testigo». Los mártires fueron capaces de
afrontar la muerte violenta, como el mismo Jesucristo, porque fueron testigos de sus enseñanzas, pero sobretodo de su
vida, muerte y de la resurrección sin la cual, nada tendría sentido. La fragilidad de tantas propuestas filosóficas se cambia
en el cristianismo por la seguridad de la fe. Además de los motivos clásicos de credibilidad, la fe es razonable también
porque a tal Testigo se le puede y debe seguir. Pero para eso, esa fe ha de estar acompañada de unas obras coherentes
con ella, es decir, una respuesta ética. Repetimos, el cristiano no se enfrenta él solo ante el problema ético. Jesucristo va
Él mismo por delante, le acompaña porque no sólo es Verdad, sino Camino moral, y Vida de gracia.

Por otra parte, los diez mandamientos de la antigua ley mosaica se resumen en la novedad evangélica en dos reglas
básicas que no son propiamente obligaciones onerosas sino compromisos de amor: «ama a Dios sobre todas las cosas y
al prójimo como a tí mismo». Precisamente San Agustín llegará a describir la libertad del cristiano con una sencilla
propuesta ética: ama y haz lo que quieras. Y es que el que ama, hace el bien necesariamente y lo hace libremente.

Los autores medievales que reflexionaron más sobre la teología cristiana y le dotaron de una base filosófica fueron
probablemente San Agustín (354- 430) y Santo Tomás de Aquino (1224- 1274). San Agustín en el siglo IV contó con el
platonismo tomado de un autor llamado Plotino. Santo Tomás, conocedor del platonismo, tiene noticias sin embargo de
Aristóteles a través de los árabes afincados en la península ibérica. No obstante, al sospechar que el Aristóteles que le
llegaba por esa vía pudiera estar mal traducido o interpretado buscó a un compañero dominico que le tradujera directamente
del griego al latín las obras del estagirita[13].

Las Confesiones, y La Ciudad de Dios de San Agustín, fueron dos obras que influyeron muy positivamente en el
pensamiento posterior. En la primera, San Agustín relata su camino de conversión desde el paganismo y maniqueísmo[14]
y reflexiona sobre algunas teorías filosóficas de su tiempo. La ética que se trasluce en esta obra autobiográfica es muy
personal. Parte de que Dios ilumina la conciencia de todos los hombres para que estos le reconozcan en su interior: «Tú
me buscabas fuera, y Yo estaba dentro de Ti»[15]. Y otra cita célebre: «Nos has hecho Señor para Ti y nuestro corazón
está inquieto hasta descansar en Tí[16]». Así pues, San Agustín comprende que las buenas acciones que el hombre está
capacitado para llevar a cabo, en realidad están sugeridas por Dios mismo, que le ilumina desde el interior. Pero hay que
seguir esas indicaciones. El hombre es libre de seguirlas o no, y de esta manera es capaz de lo mejor y de lo peor.

El problema del mal es abordado por San Agustín de forma magistral. El mal no tiene entidad; es negatividad, ausencia de
bien. De alguna forma el mal está emparentado con la nada, pero la nada no es y por lo tanto el mal reside en un bien
mayor, igual que la enfermedad (mal) reside en un ser humano (bueno). El enfermo es un ser humano al que le falta la
salud pero sigue poseyendo otras muchas cualidades. Y el mal físico no es el peor, para San Agustín puesto que el pecado,
mal moral, es la verdadera ignominia y la causa de los mayores desastres de la humanidad. Pero San Agustín supera el
problema por elevación. El “Ama y haz lo que quieras” es una propuesta tan sencilla, como clara y exigente. En el amor se
resume la vida ética cristiana. Sabe muy bien San Agustín que el que ama ya hace después todo lo que tiene que hacer y
mucho más, porque el amor no se contenta con cumplir. Es excesivo y gratuito por sí mismo.

La Suma Teológica es el resumen de doctrina católica que Santo Tomás legó a la posteridad y constituye, todavía hoy, una
obra de referencia en muchos puntos, tanto de teología dogmática como moral, y siempre de obligada consulta. Como es
sabido, la teología requiere de una filosofía básica para desarrollarse y, en este caso, esa filosofía es la aprendida
fundamentalmente de Aristóteles y desarrollada por el propio Aquinate[17]. En cuestiones morales sigue pues básicamente
la Ética a Nicómaco, si bien añade la gracia como ayuda sin la cual no se pueden desarrollar las virtudes, no sólo las

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sobrenaturales, como es lógico, sino también las cardinales. El cristiano debe contar con la ayuda de Dios que recibe a
través de la gracia. Esa gracia le viene por el canal de los sacramentos y la oración y requiere verse acompañada por la
acción libre del sujeto. Esa gracia, más la correspondencia a dicha gracia que es la lucha ascética cristiana, hace al hombre
santo, es decir, sagrado, escogido por Dios como colaborador libre de la redención de todos los hombres. Dios llama a
todos sus hijos a seguir sus pasos mediante la fe, y las obras que confirmen dicha fe.

[1] El auriga es el conductor de un carro con dos caballos que ha de saber sacarle el partido que posee cada uno. Esos
caballos simbolizan, uno el cuerpo y otro el alma.

[2] El hedonismo consiste en afirmar que “bueno” es lo que da placer y “malo” lo que produce dolor.

[3][3] «Atarax» es un conocido medicamento indicado en el tratamiento de enfermedades de tipo nervioso.

[4] Mirar dentro de uno mismo.

[5] José Ramón Ayllón. Introducción a la Ética. Capt. 6.

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HISTORIA DE LA ÉTICA (Filosofía Moderna)
1. ÉTICA RACIONALISTA DE DESCARTES
2. ÉTICA EMPIRISTA DE HUME
3. ÉTICA FORMAL DE KANT
4. EL UTILITARISMO ÉTICO. JOHN STUART MILL
5. LOS POSITIVISMOS ÉTICOS FRENTE AL IUSNATURALISMO

1.- ÉTICA RACIONALISTA DE DESCARTES.


Con el filósofo René Descartes (1596-1650) comienza la modernidad filosófica. A su filosofía se la conoce como
«racionalista» porque este autor fundamenta todo su pensamiento en la razón, menospreciando el conocimiento de los
sentidos. Descartes fue un hombre inquieto que buscó un nuevo método para la filosofía con el fin de que se convirtiera
en una ciencia segura y fiable, como las matemáticas. Sus contemporáneos le acusaron, entre otras cosas, de que no
tenía una ética que formara parte de su filosofía y, seguramente para responder a esa crítica, Descartes se vio en la
obligación de replicar con lo que él mismo llamó una moral provisional. La llamó de esta forma porque pensaba
probablemente dedicarse más adelante a una profundización en este campo vital para la convivencia humana. Mientras
tanto, pretendía continuar haciendo pruebas con su nuevo método filosófico que quería ser renovador del pensamiento
humano. No obstante, más interesado en el campo de la teoría que en el de la práctica, Descartes no llegó a componer
una moral definitiva, con lo que deberemos conformarnos con lo poco que constituye su moral provisional, y que recoge
en el tercer capítulo de su obra preferente «Discurso del Método». Su muerte prematura a los cincuenta y cuatro años
hizo imposible cumplir su propósito de escribir una moral definitiva. De todos modos, y de acuerdo con todo su sistema,
es fácil concluir que su ética se puede resumir en un «vivir conforme a razón», lo cual busca que el proceder humano
siempre sea racional.

Descartes, en ese tercer capítulo del Discurso del Método resume su ética de la siguiente forma: (…) hube de
arreglarme una moral provisional, que no consistía sino en tres o cuatro máximas, que con mucho gusto voy a
comunicaros.

La primera fue seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando constantemente la religión en que la
gracia de Dios hizo que me instruyeran desde niño, rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más
apartadas de todo exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes
tendría que vivir[1]. En esta primera máxima Descartes incluye la racionalidad de no chocar con el ambiente social que le
rodea. No entra a discutir si esas leyes son o no objetivamente morales, y simplemente se sitúa en una posición moderada
alejada de los extremos que siempre se han considerado más peligrosos. Esa moral acomodaticia no es original de
Descartes, pues esa opción por el punto medio alejado de los excesos, sin entrar en mayores detalles, ya se encuentra
en Aristóteles y en los estoicos.

Mi segunda máxima fue la de ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiera y seguir tan constante en las más
dudosas opiniones, una vez determinado a ellas, como si fuesen segurísimas,(…)[2]. Descartes intenta ahora terminar
con las vacilaciones que pueden producirse a la hora de la decisión. En moral no se puede permanecer constantemente
indeciso, en una duda persistente. Esa indecisión, aunque no lo parezca, es ya una elección de permanecer inactivo. Por
eso, hay que decidirse con firmeza aunque no se esté completamente seguro. Siempre será eso mejor que permanecer
en una perezosa indecisión. Si se produjera un error siempre se podrá rectificar, en cambio lo “no hecho” es posible que
ya no se pueda hacer.

Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el
orden del mundo,(…)[3]. Puesto en primera persona, como no domino lo que me rodea y no puedo transformarlo a mi gusto,
lo que tengo que hacer es aprender a dominarme yo mismo. La conocida y vieja aspiración socrática “conócete a ti mismo”
viene ampliada por Descartes con una véncete a ti mismo, que es su fórmula moral para empezar a cambiar el mundo. Si
se empieza por uno mismo quizá más tarde se pueda lograr algo con lo que nos rodea. Antes de intentar cambiar el
mundo, que es inasequible para mí, intentaré cambiarme a mí mismo con lo que el mundo habrá cambiado un poco.

En fin, como conclusión de esta moral, se me ocurrió considerar, una por una, las diferentes ocupaciones a que los
hombres dedican su vida, para procurar elegir la mejor; y sin querer decir nada de las de los demás, pensé que no podía
hacer nada mejor que seguir en la misma que tenía; es decir, aplicar mi vida entera al cultivo de mi razón y adelantar
cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad, según el método que me había prescrito[4].

Como se lee en el texto anterior su resumen de la moral no puede ser más claro: pensar como medio para vivir éticamente.
Muy simple en la teoría, pero extraordinariamente complicado en la práctica.

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2.- ÉTICA EMPIRISTA DE HUME.
El empirismo filosófico es una corriente de filosofía que considera que el único conocimiento verdadero es el
adquirido por los sentidos. Al contrario que el racionalismo, el empirismo desconfía de la razón y lo que considera
excesos metafísicos. El empirismo es un precedente del moderno cientificismo[5] que juzga que el único conocimiento
válido es el conocimiento científico obtenido por experimentación. Estas conclusiones repercuten en la ética porque
siendo la ética un «deber ser» dependerá siempre de lo que digamos «ser». En otras palabras, para poder decir al
hombre lo que debe hacer, parece imprescindible partir de lo que éste sea. Dicho en forma negativa, si no se sabe lo
que el hombre es, no se le podrá exigir moralmente nada. Como ya se ha advertido varias veces, de la antropología
siempre se ha deducido la ética, o lo que es lo mismo, del ser del hombre, lo que el hombre debe hacer para ser lo
que es.

David Hume (1711 – 1776) es el mayor filósofo empirista inglés. Su empirismo de partida, termina en un escepticismo
filosófico que también se transmite a su ética. En concreto, su crítica empirista a la ética es la siguiente: para Hume, el
«deber ser» no es ningún concepto asimilable a los sentidos, ni por tanto algo de lo que se pueda extraer obligaciones
morales. Con ello, lo que mantiene Hume es que no se podría fundamentar la ética racionalmente. Y como esa conclusión
le parece probablemente excesiva, el empirista inglés buscará otro principio en donde basar la ética. Ese principio será la
sensibilidad. Con un ejemplo del mismo autor se verá más claro: si se busca en el asesinato algo empíricamente malo,
no lo encontraremos nunca. Los sentidos sólo ven aspectos materiales: alguien muerto, la escena del crimen, su autor
etc. La cuestión moral solo se puede apreciar en cambio, sigue afirmando Hume, cuando todo ser humano experimenta
dentro de sí, ese sentimiento interior de desagrado ante tantas conductas que llamamos depravadas. Sólo ahí, en ese
sentimiento interior, encontraremos la moralidad, según él. Podemos observar que con esta conclusión se abandona toda
objetividad moral, puesto que siempre cabe pensar que alguien, con toda libertad, pudiera argüir que no siente nada ante
los asesinatos o depravaciones y sí lo siente en otras situaciones. Los sentimientos son de suyo muy variables a lo largo
de la vida y muy distintos entre unas personas y otras. Por lo cual, de esta manera Hume prescinde de la realidad objetiva,
como origen de la ética, y deja la decisión ética a los sentimientos subjetivos y las emociones. De esta manera, el
individualismo de los sentimientos será ahora el valor dominante, puesto que no hay nada más individual que el
sentimiento. El hecho claro es que ante una situación concreta, cada uno siente las cosas de modo muy diferente.

El sentimentalismo e individualismo morales que en la actualidad se muestran con toda su crudeza en todos los ambientes
son, en parte, claros herederos de la Modernidad filosófica y más en concreto del pensamiento de Descartes y de Hume,
entre otros.

3.- LA ÉTICA FORMAL DE KANT.


Inmanuel Kant (1724 - 1804) es un pensador alemán, autor de obras fundamentales para comprender el pensamiento
filosófico posterior. Fue un profesor consagrado a su trabajo y escribió con gran profusión. El libro más conocido y que
tuvo mayor repercusión fue posiblemente, la Crítica de la Razón Pura, en la que estudia cuáles son los límites de razón,
y cómo se llega a paralogismos[6] cuando la inteligencia intenta ir más allá. A esta primera crítica le siguió la Crítica de la
Razón Práctica en la que el filósofo se adentra con decisión y cierta originalidad en la ética.

Al investigar la ética, Kant hace una distinción, que se ha hecho clásica, entre éticas materiales y éticas formales. Las
éticas materiales para nuestro autor, serían códigos de conducta con los que conformarse, obedeciéndolos sin más. De
esta forma, lo que hace un hombre que sigue una ética material es obedecer lo que está formulado en un código, mediante
unos mandamientos más o menos precisos y además con la esperanza de obtener un premio por la elección realizada.
Para Kant esas éticas serían ciertamente amorales porque responden a un esquema hipotético, del siguiente modo: si
haces A, obtendrás B. Con un ejemplo quedará más claro: Imaginemos un padre que le dice a su hijo: si estudias, te
compraré una moto. Se puede observar que el estudiante que asume dicha conducta, se sitúa fuera de un contexto moral
y se coloca en un ámbito comercial, puesto que hay que entender ahora que su estudio «vale», o es, «a cambio» de una
moto. En cambio, para no caer en ese error Kant propone que el deber se ha de cumplir por el deber mismo, y no por otra
cosa. A este tipo de obligaciones los llama Kant, imperativos categóricos. En el ejemplo propuesto, el que estudia debería
hacerlo sólo porque es su obligación. Si es un estudiante, su obligación moral es estudiar. Un estudiante que no estudia
no es, hablando propiamente, un «estudiante». Se puede apreciar que el autor alemán confía en que en el interior del ser
humano surgen las obligaciones morales y, que por lo tanto, hay que escuchar esa voz de la conciencia y sujetarse a sus
indicaciones.

Propone Kant dos imperativos categóricos que se han hecho famosos:

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1. Obra de tal modo que la norma de conducta que elijas, pueda ser norma de conducta universal.

2. Obra de tal modo que, en tu relación con los demás, tomes a las personas como fines, jamás como medios[7].

Como puede observarse, no se dice qué debes hacer concretamente, sino qué requisitos ha de tener tu conducta. En
esto consiste la ética formal, en qué el sujeto debe «llenar» responsablemente su vida con un tipo de actuaciones surgidas
de dentro, pero que tienen claras repercusiones «fuera». Cualquiera, reflexionando, verá qué es lo que debe hacer, y
consecuentemente se verá impelido a hacerlo. De esta manera, ya no se obedece a un extraño, como podía suceder en
la ética material, sino que el sujeto se obedece a sí mismo. Estamos ante una ética madura, propia de hombres ecuánimes
y equilibrados que acostumbran analizar lo que hacen, y por qué lo hacen.

Es muy conocida la inscripción que hizo poner en su lápida y que recoge su pensamiento como en un resumen: “Dos
cosas me han impresionado por encima de todo: el cielo estrellado fuera de mí, y la ley moral en mí”. Con el cielo
estrellado parece indicar que ese firmamento está excesivamente alejado y no termina de comprenderlo por «excesivo»
y, en cambio, señala que el campo de la moral surge de dentro del hombre como algo necesario y obligatorio, aunque la
experiencia de la libertad lo transforme en contingente. Por eso, no siempre se hace lo que se debe hacer.

4.- EL UTILITARISMO. JOHN STUART MILL. (1806 - 1873)


El utilitarismo consiste en identificar el bien con lo útil y el mal con lo inútil. En cierto modo es una forma de
hedonismo. Se considera posible encontrar una utilidad máxima para el número máximo de personas, lo cual hace
entrever que es imposible contentar a todos y se sospecha que algunos se van a tener que disgustar.

Jeremy Bentham, James Mill y su hijo John Stuart Mill defendieron con distinta fortuna el utilitarismo. Incluso el último
tiene una obra con ese mismo título. Pero esta doctrina es seguramente más fácil de vivir que de teorizar. En la vida
corriente, es cierto que decidimos muchas cosas en función de su utilidad pero no por eso tratamos de justificarlas
metodológicamente.

Es indudable que buscamos la utilidad constantemente y rechazamos ejecutar obras inútiles. Pero esto no significa que
no hagamos bastantes cosas inútiles. Por ejemplo ¿para qué estudiar latín, griego clásico o hebreo, o por qué poner
cuadros en las paredes de la casa? Y sin embargo, en todas las casas hay cuadros y en todas las universidades hay
personas que estudian esas lenguas. No se puede concluir por tanto que estemos todos locos aunque hagamos cosas
inútiles. Habrá que buscar y encontrar otra explicación.

El utilitarismo parece más una ideología que una ética seria y objetiva. Cuando se intenta fundamentar el utilitarismo se
perciben dificultades insalvables. Cuidar a un enfermo moribundo es una necesidad ética, pero el utilitarismo podría no
verlo útil; ayudar a un país en vías de desarrollo constituye asimismo algo éticamente correcto y admitido por todos y, sin
embargo, desde un punto de vista utilitarista no se encontrarían muchas justificaciones para hacerlo. El utilitarismo es
egoísta y llevado a sus últimas consecuencias nos devolvería a la selva, a la ley del más fuerte.

Proponen a veces los defensores del utilitarismo una cierta aritmética como criterio de decisión moral. Valga un ejemplo
sencillo: ante la necesidad de obtener medios económicos, alguien podría plantearse una alternativa consistente en
dedicarse durante años a trabajar duramente, o bien, robar a punta de pistola una sucursal bancaria. Robar aparece al
inicio quizá como lo más fácil, útil y rápido, pero pensando las cosas «aritméticamente, o utilitariamente» mejor, se ve
que conlleva excesivos riesgos: la justicia te puede meter en la cárcel pronto o tarde, incluso se corre riesgo para la propia
vida… etc. La otra alternativa, la de trabajar, se revelaría al final como la más útil porque no reviste excesivos riesgos.
Pero esa aritmética, si se extiende más el ejemplo, chocaría con más alternativas de hacer dinero, por ejemplo, jugar a la
bolsa, o a la ruleta, que te toque la lotería… y las preguntas iniciales que se debería plantear todo utilitarista, todavía
quedarían en pie y sin responder: ¿es necesario hacer ese dinero? ¿cuánto dinero sería necesario? ¿da lo mismo lo que
hagas con ese dinero? ¿qué es el dinero? Para ser una teoría ética fiable, el utilitarismo deja demasiados interrogantes.

5.- LOS POSITIVISMOS Y EL IUSNATURALISMO.

Como observa José Ramón Ayllón[8], los positivismos son herederos de David Hume y Auguste Comte. Si los
sentimientos constituyen criterios morales -como quiere el empirismo moral-, entonces se derivaría el caos ético porque
cada cual podría reclamar para sí la certeza moral. Para evitar ese caos de tipo relativista y conseguir el bien común
necesario, los positivistas llegan a la conclusión de que no existe más exigencia ética que la que procede de la ley escrita.
Dicha ley escrita normalmente procede de la razón del legislador que conocería el bien, mejor que los ciudadanos
normales. De todos modos, otros positivistas más moderados sostienen que dichas leyes escritas deben proceder siempre
del acuerdo al que han llegado los que han de someterse a ella. Dicho de otra forma: el ciudadano se da la ley a sí mismo
y, por tanto, el ciudadano ha de cumplirla. Sea como sea, la ética consiste en obedecer a la ley escrita, a la ley «positiva».

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Los iusnaturalistas deben su nombre a la palabra ius que significa en latín, ley. Sus partidarios postulan la existencia de
una ley natural que el hombre puede conocer en sí mismo, si reflexiona, y si reconoce la naturaleza de las cosas. El
hombre mismo forma parte de la naturaleza, aunque de modo especial, pues es libre de seguirla o enfrentarse a ella.
Concluirían los partidarios de la ley natural conque todas las leyes escritas positivas, tendrían que encontrar su
fundamento en la ley natural no escrita. Y si alguna ley positiva no se fundara en la naturaleza, entonces no sería ley
propiamente y, por consiguiente, no habría que tenerla en cuenta ni obedecerla. Por el contrario, un positivista no
reconocería esa ley natural porque, de acuerdo con su principio empirista, dicha ley es indemostrable al no poder ser
observada por los sentidos y, además, se correría el grave riesgo de la posible interpretación subjetiva que cada cual
hiciera de esa ley natural.

El enfrentamiento entre iusnaturalistas y positivistas permanece actualmente y puede apreciarse en las facultades de
derecho de muchos países occidentales. Pero han triunfado los positivistas porque el flamante título de algunos
Departamentos, llamados antes de Derecho Natural, han visto cambiados sus rótulos por otros «más actualizados» de
Departamento de Filosofía del Derecho. Los positivistas se han adueñado de la dirección de esas facultades y han
decidido cómo hay que llamar ahora al Derecho Natural. Los pocos que siguen defendiendo la existencia y la conveniencia
del derecho natural han sido encerrados en dicho departamento de filosofía del derecho.

[1] Descartes, Discurso del Método, Capt. III.

[2] Descartes, Op. Cit. Capt. III.

[3] Descartes, Op. Cit. Capt. III.

[4] Descartes, Op. Cit. Capt. III.

[5] El cientificismo es una postura filosófica que otorga a la ciencia el paradigma del conocimiento. Sólo la ciencia sería
verdadero conocimiento.

[6] Paralogismos son argumentos racionales aparentemente válidos pero que llegan a conclusiones contradictorias.

[7] Inmanuel Kant. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres .

[8] Cfr. Libro de texto Ética. Ed. Casals.

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HISTORIA DE LA ÉTICA (FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA)
1. NIETZSCHE. LA MUERTE DE DIOS
2. LA ÉTICA DE LOS VALORES DE MAX SCHELLER
3. ÉTICA DIALÓGICA. HABERMAS
4. LA DEONTOLOGÍA
5. LA ÉTICA CÍVICA

1.- NIETZSCHE. LA MUERTE DE DIOS.

Nietzsche (1844 -1900) es uno de los autores de mayor influencia en actualidad. Con él se puede afirmar que concluye
el optimismo en el que había incurrido la Modernidad filosófica. El camino de confianza en la razón como motor del progreso,
iniciado con Descartes, y continuado por Kant y Hegel, puede considerarse completamente fracasado con la crítica del
filósofo alemán. El futuro de la sociedad y los hombres que la componen sería el nihilismo[1]. Es cierto que la crítica de
Nietzsche va más lejos todavía pues llega hasta Sócrates, Platón y Aristóteles y desde luego hasta el cristianismo, el
marxismo, el socialismo y la música de Wagner. Su filosofía puede considerarse como un vitalismo e irracionalismo
extrañamente unidos. De ahí se puede derivar la paradoja de que si quieres "vivir", no deberás pensar; y por el contrario,
si decides pensar entonces no vivirás.

La crítica de Nietzsche alcanza, como es lógico, también a la ética. Se comprende que rechazando la filosofía racional,
también niegue la ética que de ella se deriva. Si, como afirma Nietzsche, la razón no puede alcanzar la verdad del
conocimiento tampoco podrá saber nada respecto del bien.

“Dios ha muerto” es quizá la frase más conocida de Nietzsche, pero esa expresión requiere un esclarecimiento. Que Dios
haya muerto significa para el autor alemán, que toda una cultura basada en la preeminencia de Dios ha dejado de existir y
ya se anuncia una nueva humanidad que tendrá que fundarse sobre otros presupuestos. Nietzsche no tiene dudas al
respecto. Para él Dios no ha existido nunca, pero la humanidad creyó necesitar de un Ser superior para colocarse bajo Él
e imponer un orden social igualitario que de otro modo se veía muy difícil. Los poderosos señores (en lenguaje
nietzscheano) fueron sometidos por los inventores de la religión, los esclavos, que de ese modo trastocaron el orden
natural de las cosas según el cual los fuertes necesariamente han de someter a los débiles. En la interpretación de la
historia que hace Nietzsche, se puede ver a los judíos que inventaron la religión como modo de imponerse a los poderosos
romanos, y asimismo, también el cristianismo (la religión de los débiles en terminología del autor) continuó ese camino. Las
consecuencias de dicha inversión de valores está clara para el pensador alemán: los valores de los débiles se han impuesto
en una sociedad que se ha hecho decadente. Y añade que todo en la naturaleza es desigual; no hay dos hombres iguales
ni dos hojas idénticas. Y de ahí que, la igualdad, solidaridad, humildad, socialismo, democracia son para Nietzsche, valores
falsos derivados de la religión de los débiles judeocristianos que quieren impedir el resurgir del superhombre, el más
desigual de todos.

El Superhombre. Rechazado el viejo logos, reaparece nuevamente el mito sugeridor[2]. El superhombre es probablemente
una metáfora porque a veces parece que el Superhombre que anuncia Nietzsche está por llegar y ya se advierte su
presencia. Otras veces parece que hay que forzar las cosas preparando su llegada. Lo más interesante es sin duda, que
el Superhombre tendrá que ser aquél que supere los límites de esa moral decadente judeocristiana. Superhombre será el
que se imponga con su fuerza sobre los demás, “naturalmente” sin trabas éticas de ningún tipo. Pero para ello no usará la
inteligencia sino su misma fuerza vital. Una vitalidad irracional que no conoce límites fuera de la misma vida. Parece que
nos propone pues una transmutación de todos los valores contrarios al cristianismo: la desigualdad, la originalidad, la
individualidad, la soberbia, serán los valores propios del superhombre pero pueden ser asimismo los valores de la nueva
sociedad que ya amanece.

La crítica a la crítica de Nietzsche ha de ser contundente pues las consecuencias de su pensamiento son excesivamente
peligrosas, si se le toma en serio. No se puede mantener ninguna ética si Nietzsche tuviera razón por lo que deberemos
concluir que se equivoca en todo su planteamiento. La ley de la selva, la ley del más fuerte que se deduce de su filosofía
ya está superada por la historia. Por otro lado, es cierto que en la naturaleza existen las diferencias pero también
encontramos similitudes y por ellas avanzamos, si no hacia la igualdad plena, al menos hacia la disminución de las
injusticias.

La humanidad ha realizado avances importantes y, pese a todo, se puede afirmar que camina paso a paso hacia la paz.
La propuesta nietzscheana tomada en serio termina en la barbarie. Algunos autores posteriores comentan que a Nietzsche

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no se le puede tomar en serio[3]. Y nos da pie para pensar así cuando Nietzsche afirma de sí mismo: “Yo no soy un hombre,
soy dinamita”.

2.- LA ÉTICA DE LOS VALORES DE MAX SCHELLER.

Max Scheller (1874 – 1928) es un autor dedicado casi exclusivamente a la ética. El término “valores” se ha
popularizado hoy y parece que todos en la actualidad se ven justificados para hablar de ellos. La ética de este autor sale
al paso de la que había mantenido Kant por parecerle carente de aplicación práctica. Dicho de otro modo, nadie parece
regirse por la ética formal de Kant que parece “vacía”. El deber por el deber no parece mover a nadie a la acción.

Pero de nuevo el problema es dónde fundamentar la ética y Scheller vuelve a retomar la postura de Hume, aunque con
variaciones importantes. Está de acuerdo con Hume en que la ética no se funda en la razón sino en el sentimiento, pero
no es un sentimiento caprichoso y hedonista. La experiencia de los valores es diferente de la experiencia estética. Cuando
se obra bien, se puede decir que el protagonista de la acción percibe el valor de la acción de alguna manera y esa
experiencia ética la llama el autor “espiritual”. Los valores, según Scheller, son objetivos y no dependen de gustos. Según
él, la belleza y la bondad son objetivas y universales, aunque algunos opinen que sobre belleza cada cual puede apreciarla
de forma distinta. La diferencia con Kant es que Scheller sí dota de contenido a la ética: los valores. Por tanto su ética no
es formal como la de Kant sino material, con contenido, pero no meramente empírica como la de Hume.

Esos valores, como es lógico, se diferencian objetivamente. Todos estarán de acuerdo en que existen valores superiores
e inferiores en una jerarquía relativamente fácil de discernir, de mayor a menor:

Valores de lo santo.

Valores espirituales: el conocimiento, la justicia, la belleza, etc.

Valores vitales: salud corporal.

Valores sobre lo agradable o desagradable que responden a emociones y estados afectivos.

Con esa jerarquía el hombre debe aprender a no perder de vista ese orden y ajustar de ese modo su vida práctica. Si en
un momento dado se contraponen dos valores, la elección deberá recaer siempre en la del valor más alto jerárquicamente.
Por ejemplo, el cuidado del cuerpo, siendo un valor importante es inferior al cultivo de las cualidades espirituales del
hombre.

Hay en Max Scheller una aportación muy a tener en cuenta para entender lo que más tarde será el personalismo ético.
Sostiene este autor que el valor de la persona es un valor superior al de las cosas, organizaciones y comunidades. Y tan
persona es un niño que pide limosna en la calle como el presidente del gobierno. Y añade también que “persona” no se
hace uno con su vida o sus méritos, simplemente se es persona por el hecho de existir como tal. Contra Nietzsche, afirma
Scheller que no existen categorías entre los hombres. Todos somos iguales.

De todos modos, pese a las buenas intenciones del autor alemán, su fundamentación de los valores parece insuficiente.
Si estos son objeto de un “sentimiento” espiritual es muy difícil que no salga alguien con un emotivismo o sentimentalismo
ético que concluya de forma relativista.

3.- ÉTICA DIALÓGICA. HABERMAS (n. 1929).


La ética dialógica arranca según Apel y Habermas de la misma filosofía de Sócrates, autor griego del siglo V. a de C.,
como vimos en un tema anterior. El acento que ponen estos dos autores es criticar a Kant que pensó en una ética
monológica y universal cuando a su juicio la ética tiene un carácter dialógico, es decir que nace en el discurso dialogado
entre varias personas. Etimológicamente “día” significa “entre” y “logos”, razón. Un diálogo es un entrecruzamiento de
razones. Según esta ética dialógica, las personas obtendríamos la universalidad de una norma moral en el diálogo con
otras. Así pues, cuando queramos averiguar si una norma moral es válida, y por consiguiente objetiva y universal, la
deberemos someter al diálogo de todos los afectados por ella para determinar su valor. Ese diálogo recibe el nombre de
“discurso” y a dicha ética, ética discursiva o dialógica. La norma aprobada debe satisfacer intereses susceptibles de
universalización y no intereses particulares o de la mayoría. Pero no es un pacto estratégico, donde los interlocutores se
instrumentalizan o engañan tratando de obtener beneficios particulares sino que, como hemos señalado antes, ha de
satisfacer los intereses de todos. La mayoría de las veces los pactos son meramente instrumentales y lo que se busca
ahora con esta ética es, sin embargo, una comunicación verdadera que tenga en cuenta los intereses de todos.

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La dignidad humana se expresa así en que cada persona ha de reconocerse como participante válido de las normas que
le toquen de cerca. No se debe dejar ajeno a la discusión a nadie que sea afectado por la norma y, de esta manera, todos
son igualmente autorizados para expresar las opiniones sobre la corrección de las normas que se quieren proponer. Hay
que buscar una simetría entre todos los participantes en la discusión sin coacciones ni presiones por parte de nadie. Es
indudable que se exige una seriedad por parte de todos los que dialogan, porque es mucho lo que está en juego.

Como es fácil advertir, la ética discursiva o dialógica está llena de buenas intenciones. Pretende extender la responsabilidad
a todos, puesto que todos caen bajo la norma moral. Y creen necesario avisar de que, en la práctica no existen conductas
individuales que no afecten a nadie más que al sujeto y, si las hay, no se les debería llamar normas. En cambio, dadas las
relaciones sociales existentes es obligatorio ponerse de acuerdo y que nadie se quede fuera de él.

Una vez más, da la impresión de que se ha abandonado la búsqueda de la universalidad moral por una restricción práctica
que parece más asequible. Pero puede que tampoco esa restricción se manifieste posible en la práctica. Son demasiadas
condiciones, aunque estas sean muy comprensibles.

4.- LA DEONTOLOGÍA.
Deontología es una expresión que significa “lo conveniente”. La deontología estudia lo que conviene hacer. En ella se
vuelve a renunciar a esa universalidad tan buscada por la ética y se conforma ahora con dar unas normas prácticas y
sencillas, “convenientes”. La expresión “deontología” la acuñó Bentham (1748 – 1832) de modo ciertamente utilitarista y
cientificista pues con ella pretendía sustituir tanto la ética como la moral consideradas por él como más confesionales, más
dependientes de la religión y la filosofía. Para él, fiel a su utilitarismo, la deontología sería la ciencia de la moral que mediría
las conductas por su utilidad. Como vimos, esa medición resulta imposible en la práctica.

Sin embargo, con el paso del tiempo la deontología se ha especializado porque ahora designa casi siempre un código por
el que se rigen los profesionales de un determinado oficio. La especialización ha tomado forma en los diferentes códigos
deontológicos profesionales. Por ejemplo, la deontología médica estudia los problemas éticos derivados del ejercicio de
esa profesión. Existe también un código para ingenieros, para arquitectos en dónde se recogen las normas que deben
seguir dichos profesionales.

De manera mucho más restringida incluso, en algunas empresas se han detallado cuáles son las normas que deben seguir
los que trabajen en dicha sociedad. Y el incumplimiento de alguna de esas normas lleva prevista una determinada pena
que puede ir desde una sanción económica, pasando por el despido, e incluso la denuncia ante la autoridad civil si se
hubiera incurrido en algo más grave. Puede darse y de hecho se da el caso, que dentro del mismo tipo de empresas
coexisten normas distintas. Pero no hay demasiado problema puesto que el trabajador de esas empresas, al ingresar en
las mismas, firma un contrato que le compromete a regirse por ese código deontológico.

5.- LA ÉTICA CÍVICA.

La ética cívica es una expresión reciente que se aplica a una ética que pretende estudiar cuál ha de ser el
comportamiento civil exigible a los ciudadanos de un estado. Desde sus inicios esta ética cívica quiere ser una ética laica,
pero sus partidarios insisten en que no hay que confundirla con la ética laicista que rechaza toda forma de religión. Tampoco
debe ser confundida con la ética religiosa. En este caso, la ética cívica admite unos mínimos que todos los ciudadanos
deberían alcanzar y deja los máximos para las éticas religiosas que profesan libremente algunas personas. Para los
partidarios de la ética cívica, se equivocaría el que creyera que sólo con una ética religiosa el hombre puede comprometerse
a vivir una moral. La ética cívica, aunque se trate de mínimos, sería prácticamente obligatoria y por eso debería impartirse
como una asignatura en los centros educativos. Es el caso de España con las materias recogidas como obligatorias dentro
de la “ciudadanía”.

Los partidarios de la ética cívica creen que con ella se garantizaría una libertad y un pluralismo suficientes para una vida
ciudadana ordenada y responsable. La tolerancia es para ellos el valor básico de convivencia. Y con la tolerancia, la
sociedad permitiría el ejercicio de cualquier religión siempre que no fuera en contra de la misma tolerancia. Con un juego
de palabras, se podría decir que la tolerancia no tolera a la intolerancia. Y de acuerdo con esto, las autoridades deberían
impedir que alguna religión quisiera imponerse a las otras y no entraría en batallas pseudo-religiosas. Dice Adela Cortina,
catedrática de ética de la Universitat de Valencià y muy interesada en todos estos debates: “A mi modo de ver, fideísmo y
laicismo son dos dogmatismos, igualmente impotentes para ayudar a construir la moral cívica.”[4] Por fideísmo hay que
entender la postura, -rechazada también por la Iglesia Católica-, que solo ve posible la ética como derivación de la religión.
Los fideistas serían partidarios de imponer la religión a todos. Para un cristiano, la refutación de esta postura es sencilla: si
el cristianismo es la religión del amor, el amor se puede encomendar, invitar, recomendar, pero no se puede imponer. Y el

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laicismo también es dogmático para la profesora porque solo podría fundamentar su rechazo a todas las religiones en la
misma intolerancia.

La ética cívica intenta evitar una disputa estéril entre las distintas éticas, y pretendería más bien realizar un esfuerzo para
postular una ética de mínimos universalizables. De todos modos, la ética cívica necesariamente coincidirá con los mínimos
de muchas religiones, incluida la cristiana. Contra las críticas laicistas que suelen girar en torno a una historia negra de la
Iglesia, habría que contestar que no es razonable volver una y otra vez sobre los errores cometidos por algunos personajes
cristianos, que los mismos cristianos pueden lamentar y de hecho lamentan. Además, se podría añadir también que ha
habido asimismo muchos ejemplos históricos contrarios que reflejan la enorme labor en beneficio de la humanidad que han
llevado a cabo muchos santos que han llegado a dar su vida en el nombre de Dios. Gracias a las religiones, muchos
hombres han hecho grandes aportaciones a la mejora de las condiciones morales y sociales.

[1] Del latín “nihil”, nada. El nihilismo sería una pérdida del sentido de la existencia. No se conoce por qué se hacen las
cosas. Ninguna conducta sería mejor que otra.

[2] En la Unidad Didáctica 4, se estudió que la filosofía comienza cuando algunos pensadores griegos superaron una
explicación de los fenómenos basada en el Mito, y respondieron con razones (logos) naturales.

[3] Dice Guilles Deleuze: “Aquellos que lean a Nietzsche sin reírse, y sin reírse mucho, sin reírse a menudo, y a veces a
carcajadas, es como si no lo leyeran”.

[4] Adela Cortina. Ética Mínima. Pag. 147.

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