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Volvé a leer los siguientes fragmentos, identificá las fuentes y escribí la referencia bibliográfica en la línea de puntos:

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (….) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo
paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella.... Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso
de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre
puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de los platos sucios.

………………………………………………………………………………………..

El hombre miró la hora: tenía por delante veinticinco minutos antes de la salida del tren. Se levantó, pagó el café con leche y
fue al baño. En el cubículo, la luz mortecina le alcanzó su cara en el espejo manchado. Maquinalmente se pasó la mano de dedos
abiertos por el pelo. Entró al sanitario, allí la luz era mejor. Apretó el botón y el agua corrió. Cuando se dio vuelta para salir, de canto
contra la pared, descubrió el libro. Era un libro pequeño y grueso, de tapas duras y hojas de papel de arroz, inexplicablemente
pesado. Lo examinó un momento. No tenía portada ni título, tampoco el nombre del autor o de la editorial

……………………………………………………………………………………….

Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín,
de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!

Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y
pensaba dedicar la tarde a lavar y a lanchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre: nos abrieron la puerta y entramos, Casilda y
yo, en la casa, con el paquete. Casilda era modista…

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Volvé a leer los siguientes fragmentos, identificá las fuentes y escribí la referencia bibliográfica en la línea de puntos:

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (….) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo
paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella.... Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso
de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre
puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de los platos sucios.

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El hombre miró la hora: tenía por delante veinticinco minutos antes de la salida del tren. Se levantó, pagó el café con leche y
fue al baño. En el cubículo, la luz mortecina le alcanzó su cara en el espejo manchado. Maquinalmente se pasó la mano de dedos
abiertos por el pelo. Entró al sanitario, allí la luz era mejor. Apretó el botón y el agua corrió. Cuando se dio vuelta para salir, de canto
contra la pared, descubrió el libro. Era un libro pequeño y grueso, de tapas duras y hojas de papel de arroz, inexplicablemente
pesado. Lo examinó un momento. No tenía portada ni título, tampoco el nombre del autor o de la editorial

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Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín,
de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!

Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y
pensaba dedicar la tarde a lavar y a lanchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre: nos abrieron la puerta y entramos, Casilda y
yo, en la casa, con el paquete. Casilda era modista…

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