Está en la página 1de 2

Juan Pablo II se equivoca

Recientemente, y ante los últimos y agónicos instantes anteriores a la guerra, Juan Pablo II afirmó -a través
de su vocero, Joaquín Navarro Valls- que quien declarara la guerra debería rendir cuentas ante Dios, ante su
conciencia y ante la historia. Y, permítame el Santo Padre, decirle que está equivocado. Gravemente. Y paso a
explicar por qué.

Rendir cuentas ante Dios

Decir “Dios”, lamentablemente puede ser muy genérico. Ciertamente no es “el mismo Dios” el de quien
“mata en nombre de Dios” que de quien decide “no matar en nombre de Dios”; no es el mismo Dios el que
supuestamente manda ser kamikaze en su nombre que el que nos dispone a “dar la vida por los que amamos”; no es
el mismo Dios el que aparece en los billetes verdes, diciéndonos que “en él creemos” (en él, el dios de los billetes, se
entiende) que el que elige de su lado a los pobres. ¿En qué Dios cree Bush? Por lo que sabemos, su asesor espiritual
es nada menos que Bill Graham, el a su vez “padre espiritual” de nuestro visitante Palau. Bush es un converso a ese
Dios que lo ha llevado a abandonar el alcohol (aunque no nos quede claro si el alcohol lo ha abandonado a él), que
le dirige la palabra y le hace saber que él es el representante del apocalíptico “eje del bien”. ¿Cómo podría Dios
pedirle cuentas si es “en nombre de Dios” que enfrenta esta moderna cruzada contra los enemigos de la libertad,
contra los adversarios de Dios. Musulmanes, además, para más cruzadas.
Ciertamente Dios debería rendirle cuentas a Bush para darle el debido interés por “todo el bien que le
hizo”. Al fin y al cabo, alguien está poniendo todas sus fuerzas (armadas) al servicio de la causa divina. Y Dios
mismo le ha hablado, y lo ha alentado en el conflicto. Y ese alguien es el Todopoderoso George W. ¿Cómo podría el
ilustre “presidente” rendir cuentas ante Dios, si no rinde cuentas ante sus manifestaciones? Ha manifestado
abiertamente despreciar “la verdad”; se ha declarado en abierto conflicto con “lo bueno”; es ciertamente ignorante
de “lo bello”; y discapacitado para comprender “lo uno” (y que se me disculpe lo platónico). Y poniendo ejemplos
más cristianos, ha manifestado una sistemática negación para mirar -simplemente mirar, por lo menos- a los pobres,
las víctimas, los sufrientes. Quien ha manifestado manifiestamente ser sordo a Dios, ¿podrá entender que debe rendir
cuenta a Dios? Si casi, casi, Dios se le parece.
Quedaría por entender, marginalmente en este caso, pero no por eso menos cierto, que lamentablemente el
“Estado Vaticano”, alguna vez recientemente, le hizo saber al país de Bush que era su aliado incondicional, que su
enfrentamiento con un enemigo común estaba por encima de otras cosas, y que entre ambos estados había verdadera
amistad. ¿Cómo no habría de haberla ahora que “el mal” es un hereje, o un pagano, o un enemigo de la fe y de
nuestros bienes?
¿Tendrá que rendir cuentas ante Dios un fundamentalista convencido que precisamente obra en nombre de
Dios? ¡Si se ha limitado a obedecerlo!

Rendir cuentas ante su conciencia

La conciencia es “la sucursal de Dios en uno” (Facundo Cabral), así que no ha de decirse nada muy
diferente a lo ya expresado. Si Dios ha hablado, la conciencia se tranquiliza; si Dios bendice, la conciencia se
pacifica; si Dios nos lanza a la lucha, la conciencia se moviliza. Por otra parte, es difícil señalar esta cuestión, ya que
un psicópata, no tiene conciencia de conciencia. Él es su conciencia. El psicópata no tiene contacto con la realidad, y
por lo tanto no puede evaluarla razonablemente. La “realidad” va por otro lado, él es la realidad. Y por lo tanto, su
conciencia es el patrón de todas las cosas; así, su conciencia juzga todas las otras, las avala o condena según sean o
no acordes a la propia. Así, desde cierta mirada, es un “inconsciente”, ya que no puede, no sabe y es incapaz de
evaluar la realidad.
La misma teología ha enseñado persistentemente, que la conciencia errónea no conlleva responsabilidad ni
culpa. Un creyente en sacrificios humanos para complacer a la divinidad, no puede ser acusado ante su conciencia
por obrar coherentemente con esto (y de esto se trata, precisamente: de divinidad que exige sacrificios). Es cierto
que la conciencia debe ser educada, pero para ello hace falta conciencia de que debe ser educada (capacidad de
aprendizaje) y docentes, que conduzcan al inconsciente a la conciencia. Lamentablemente, también el “Estado
Vaticano” no parece haber tenido las agallas de decirle al inconsciente, al psicópata, al poderoso, que debía educarse,
ya que obraba (y pensaba) fuera de la realidad. Las declaraciones (y acciones) que los medios de estos días,
publicaron sobre las relaciones del ex-nuncio Pio Laghi y la familia Bush, nos recuerdan terribles momentos: ¡si
hasta jugaba al tenis con ellos! ¿Quién si no el embajador del Estado Vaticano para decirle que la conciencia debe
formarse rectamente, porque sino no estamos ante una conciencia errónea invencible, sino ante otra cosa? No basta
que “el Señor” nos saque del camino del alcohol, lo que es bueno; es necesario que también nos saque del camino de
dar muerte, que es más grave. Subir un peldaño no es haber llegado a la cima, aunque repetir la hazaña del padre se
lo haga creer. Eso en psicología tiene otras explicaciones.
Si la conciencia nada te reclama, puede ser que uno tenga “la conciencia tranquila” o la “inconsciencia a
flor de piel”. En ambos casos, la conciencia no lleva a un cambio de actitud, y por lo tanto no hemos de rendir
cuentas ante ella.

Rendir cuentas ante la historia

Acá nos encontramos con lo quizá más grave de lo dicho por el Santo Padre: la historia, ¿qué es? Según
muchos, y especialmente muchos de los que valen, la historia es una mirada del pasado según Hollywood. Así
podremos conocer el pasado, y evaluarlo desde la mirada justa. Es la historia en cinemascope, la historia brevemente
narrada para que ¡hasta el más mediocre! pueda comprenderla; y sobre todo, la historia contada desde la mirada de
los vencedores, que -especialmente en Hollywood- son siempre los mismos. “Si la historia la escriben los que
ganan”, es el punto de partida. Habrá otra historia, pero esa no interesa. La historia es como veo yo la cosa. ¿Cómo
podría, entonces, esa historia evaluarme, juzgarme o pedirme cuentas? Si el viejo rey dijo “L’état ce moi” (el estado
soy yo), o el viejo Papa: “la tradizione sono io” (la tradición soy yo), no ha de extrañarnos que un megalómano
pueda decir “I’m the history” (la historia soy yo). Al fin y al cabo, como serán los vencedores, tendremos cine, y se
escribirán libros, o columnistas convenientemente pagados, hablarán en la TV explicándonos las maravillas que
podremos alcanzar con esta victoria. Al fin y al cabo, ¿no son militares, y presentados en caballos guerreros,
nuestros máximos próceres? La historia mal podría pedir cuentas a quien la escribe, obviamente.
La teología nos muestra un Dios vivo que actúa en la historia de su pueblo, pero un pueblo que ha pasado
por derrotas, calamidades, y hasta por el asesinato de los enviados de Dios. La historia sabe mostrarnos diferentes
lecturas; algunas que divinizan el éxito, el triunfo, la fuerza, el dinero, y otras que reconocen al Dios de los pobres
en el caído al borde del camino, en el hambriento y el sediento de la historia. Ciertamente es difícil hacer historia de
los derrotados, de las víctimas, de los que no tienen nombre, de los que no cuentan y no tienen voz. Siempre es más
sencillo escribir de caricaturas, de lo que aparece en la superficie, que de las honduras del dolor y la muerte. Es más
exitoso históricamente el triunfo de los fuertes que la derrota de los débiles, aunque la razón generalmente esté de
este lado. Y Dios. La historia se alimenta de ídolos más fácilmente que de verdades, y tiene más rating la muerte
que la vida.

El Papa se ha equivocado

El Papa está acostumbrado a hablarle a los miembros de su comunidad católica romana, que se supone lo
escuchan, meditan seriamente sus palabras, y tratan de obrar en fidelidad al Evangelio y el presente de la Iglesia.
Pero el Papa habló a un autista: a uno que cree que es Dios, es la historia y no tiene conciencia. ¿De qué servirá,
entonces, que diga lo que dijo? Quizá para decidir a los cristianos temerosos a comprometer su vida con la paz,
aunque esta sea derrotada; quizá a jugar una nueva apuesta por la vida, aunque la muerte parezca más todopoderosa;
quizá a seguir alentando la vida del amor, aunque el odio y la codicia parezcan tener siempre la última palabra.
El Papa se equivocó, y por eso los misiles tienen -hoy- la última palabra. Si se dirige a quien se cree Dios,
quien se cree la conciencia de la humanidad, y quien se cree la misma historia, se equivocó de destinatario. Quizá el
Papa hubiera hecho mejor en dirigirse a los soldados, e invitarlos en nombre de Dios a negarse a disparar, negarse a
matar a sus hermanos iraquíes, algo así como “les ruego, les pido, ¡les ordeno, en nombre de Dios!” cesen la guerra.
Es verdad que muchos creemos que Dios, y la historia dirán cosas distintas mañana; pero lamentablemente
los inconscientes se han vuelto sordos a escucharlo; el petróleo les tapa los ojos, el dinero les cierra la boca y las
balas les confunden los oídos como para entenderlo. Pero ya desde hoy, el Dios amigo de las víctimas está hablando,
ya la historia está escribiendo renglones con sangre, y alguien mañana sabrá leerlo, aunque los todopoderosos de hoy
no quieran hacerlo. Y cuando mañana -y ya hoy- muchos y muchas lean las palabras escritas con llanto y escuchen
los clamores del pueblo, podrá empezar a tejerse una nueva historia, se abrirán los oídos de la inconsciencia y un
nuevo rostro de Dios empezará a conocerse, a quererse y a predicarse. Desde Roma al Tibet, de la India a Bagdad,
de Moscú a Ciudad del Cabo, de Buenos Aires a Sydney. Y quizás también, ojalá, tal vez, a los Estados Unidos.

Eduardo de la Serna
20 de marzo 2003

También podría gustarte