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El mensajero

Personajes principales:
Srta. A
Padre

A las seis de la mañana la habitación se ilumina con los primeros rayos del sol, se cuela
a través de las cortinas y baña la habitación con una luz clara. Las estanterías están
llenas de libros antiquísimos, coleccionados por los abuelos, los padres y los nietos.
Aunque la sala luce vacía se siente llena de vida, de recuerdos, tiene alma por sí misma.
Cuando son las siete una alarma se escucha desde una habitación cercana y le siguen
los pasos de la Srta. A.
La Srta. A es una joven respetable, reconocida por sus habilidades en los quehaceres
de la casa, tiene unos bellos ojos negros y muy grandes. Son de esos ojos que no
ocultan nada, que no pueden ocultar nada. Desde que nació fueron pocas las veces que
pudo ver a su padre. Casi siempre estaba de viaje de negocios y cada vez que se daba
un tiempo para visitarla le traía un libro nuevo. Sin embargo no era un libro sin sustancia,
al contrario eran libros que le mostraban realidades distintas y que le ayudaron a formar
su carácter sin que tuviera el consejo de persona alguna.

El árbol más viejo de la casa


Es verano pero el clima no es el común de un verano. En las mañanas se siente la brisa
fresca, esa brisa que repara el corazón de los dolores del ayer. Y el árbol sigue ahí,
frondoso y verde. Ese árbol que me acompañó en la niñez, al que abandoné cuando
entre a la secundaria y al que casi olvido cuando empecé la universidad y que
seguramente no miraré por las preocupaciones del trabajo. Ese árbol que me acogió en
sus ramas cuando quería divertirme, cuando quería escapar, cuando quería estar sola,
cuando me sentía dueña del mundo. Ahora sus ramas ya no son tan fuertes, algunas
ramas han perdido su forma, están apolilladas y quizá ya no florezca tan
esplendorosamente como yo lo recuerdo.
Les contaré los maravillosos años del árbol más viejo de la casa. Recuerdo que me
dijeron que quien planto el árbol fue uno de mis tíos mayores, a quien siempre le gusto
la naturaleza. Él lo sembró y lo cuido hasta que el árbol se mantuvo solo con sus fuertes
raíces. Cuando yo nací, el árbol estaba floreciendo esplendorosamente. Toda su copa
estaba llena de flores rojas llenas de vida, y sus hojas eran de un verde tan fuerte que
podía llegar a segarte los ojos. Cuando cumplí seis, le ataron una soga para que tuviera
un columpio donde balancearme. A los ocho ya podía treparme sola sin la ayuda de
nadie, para lograr esa hazaña pase por muchos arañones y moretones.

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