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RESUMEN:

La editorial expone la problemática que está viviendo Corea del Norte: el conflicto que se vive
en la península coreana como la mayor amenaza a la paz y a la seguridad del mundo. Es por
esta razón que representantes de la ONU han hecho un llamado urgente para encontrar
soluciones diplomáticas ya que se desea evitar el lanzamiento de misiles con capacidad
nuclear, por parte de Pyongyang (Corea del Norte).
Al respecto, Donald Trump pareciera desear el conflicto armado al expresar que no hay salida
pacífica para este problema. Entre los antecedentes de la disputa se encuentra la guerra que
fracturó la península coreana entre 1950 y 1953, el conflicto bélico entre Pyongyang y Seúl (con
un respaldo permanente de E.U.A. así como la inclusión de Corea del Norte al “eje del mal”
(compuesto por países como Irak, Irán, Libia, Siria y Cuba.

RELACIÓN CON LA FORMACIÓN CIUDADANA:

Al leer esta editorial y tratando de relacionarla con el curso, surge una pregunta interesante: ¿la
guerra es un hecho justo? Con base en las primeras escrituras de La República, el conflicto
armado podría llegar a parecer justo frente a los ojos de cualquiera de los adversarios porque
están haciendo un mal al enemigo que, al parecer “malo”, se lo merece. Considero que la guerra
es la expresión máxima del deseo que tenemos los seres humanos por el poder, en algunos
casos, pero también por la libertad. En el primero de los casos, me parece un acto aberrante
que despierta los sentimientos más profundos y oscuros de las personas. Pero, volviendo a la
pregunta ¿es la guerra justa? Pienso que esto varía de acuerdo a la finalidad del conflicto, como:
defender los derechos, reclamar lo propio y la libertad. Al ser estos los motivos pienso que sí
sería justa porque miles de individuos están pensando en su bienestar, pero también pelean
por un objetivo común. Sin embargo, no creo que la guerra sea justa cuando se está luchando
por dinero de otras naciones o personas, conquistar a otros pueblos o por cuestiones racistas.
Aun así, el tema de la guerra despertó en mis muchas dudas: al pelear por la libertad y la paz,
como en la Revolución, ¿no es curioso que esperemos ver nacer a la paz a través de actos
violentos? Y otra cuestión es que, para bien o para mal, las guerras invitan a la ciudadanía a
participar y, seguramente, durante los conflictos bélicos es en donde existe una mayor
participación social (forzada o no).
La ofensiva de Trump contra la OMC y la moraleja para México

El representante de Estados Uni-dos en la XI conferencia de la Organización Mundial de Comercio


(OMC), Robert Lighthizer, afirmó ayer en ese encuentro, que se celebra en Buenos Aires, que ese
organismo se desvió de su objetivo de constituir un marco para las negociaciones comerciales, criticó la
proliferación de litigios judiciales en detrimento de los acuerdos negociados, fustigó las prácticas
comerciales chinas y se quejó por el establecimiento de reglas que favorecen de alguna manera a países
en desarrollo.

Ciertamente, el alegato del enviado del presidente estadunidense, Donald Trump, no es el único
señalamiento crítico hacia la OMC; los representantes de 40 de los 164 gobiernos integrantes del foro,
encabezados por la delegación Suiza, firmaron una declaración en la que asientan su preocupación por los
desafíos que enfrenta el organismo y por la necesidad de retomar en su seno el paradigma del desarrollo
sostenible.

Pero las palabras de Lighthizer adquieren relevancia especial si se considera que el actual gobierno de
Estados Unidos acabó de golpe con las negociaciones para establecer el Acuerdo Transpacífico (TPP, por
sus siglas en inglés) y está a punto de hacer otro tanto con el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN), es decir, la diatriba en contra de las prácticas en el seno de la OMC debe verse como un
capítulo más en la ofensiva generalizada de Washington para imponer en todos los ámbitos términos más
favorables para su economía. De manera más general, el discurso del funcionario estadunidense forma
parte de la arremetida de Trump hacia la legalidad internacional y sus organismos, a fin de reconfigurar
un orden mundial a modo de los deseos e intereses de Washington.

En tales circunstancias, lo ocurrido ayer en Buenos Aires debiera ser tomado por el gobierno mexicano
como una señal adicional del rumbo a la vez proteccionista y autoritario en el que se mueve la
administración republicana del país vecino, y actuar en consecuencia. A su manera, en sus primeros 11
meses en la Casa Blanca Trump ha ido cumpliendo sus amenazas, pero en México no se vislumbra una
estrategia internacional acorde con la nueva situación. Ello coloca a las autoridades nacionales en un punto
de preocupante debilidad, dado que la única ruta que ofrece Washington para la interacción es la de la
subordinación casi total, y ello no sólo vale para nuestro país, sino también para los organismos
internacionales.

Resulta evidente, pues, la urgente necesidad de diversificar los intercambios, buscar otros mercados
externos, preparar la economía para un final abrupto del TLCAN –que cada día que pasa parece más
probable–, alinearse en la defensa de los foros internacionales constituidos y manifestarse con claridad
por un orden multipolar menos desequilibrado que la unipolaridad que Estados Unidos le está exigiendo
al mundo. La única manera de evitar que nuestro país quede uncido a los caprichos y designios de la
presidencia republicana es, en suma, reconfigurar la economía, diversificar los intercambios y reconstruir
la política exterior tradicional de México, que fue durante décadas la principal línea de defensa de la
soberanía.
Corea del Norte: doble rasero y desarme nuclear

Después de que el subsecretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para Asuntos Políticos,
Jeffrey Feltman, visitó Corea del Norte la semana pasada, representantes de dicho organismo emitieron en Nueva
York una declaración en la cual sitúan el conflicto que se vive en la península coreana como la mayor amenaza a
la paz y la seguridad en el mundo. La advertencia fue acompañada por un llamado urgente para encontrar
soluciones diplomáticas a la crisis desatada por el reiterado lanzamiento de misiles balísticos con capacidad
nuclear por Pyongyang.

Lo primero que debe señalarse es la pertinencia del comunicado del organismo multilateral en un momento en que
la administración estadunidense de Donald Trump se empeña en convencer a sus ciudadanos y a la comunidad
internacional de que no hay salida pacífica al conflicto, con lo cual no hace sino azuzar la belicosidad del gobierno
de Kim Jong-un.

En segundo lugar, es necesario analizar los antecedentes que han llevado a esta situación, cuya gravedad sin
duda se encuentra en el orden indicado por la ONU. Es evidente que las posturas de Pyongyang –es decir, el
amago de usar sus capacidades bélicas contra sus antagonistas– deben ser rechazadas en tanto suponen la
amenaza de una conflagración nuclear cuyas consecuencias serían catastróficas e irreversibles. Pero resulta
asimismo ineludible situarse por encima de la histeria propagandística, para reconocer las razones históricas
concretas que condujeron al actual frenesí armamentista en esa nación.

Entre ellas, la que se remonta más en el tiempo es la devastadora guerra que fracturó la península coreana
entre 1950 y 1953, cuyo término nunca se vio sancionado por un tratado de paz. Es decir, que formalmente persiste
un conflicto bélico entre Pyongyang y Seúl, este último con el respaldo permanente de Estados Unidos, con cuyas
fuerzas armadas no ha dejado de celebrar ejercicios militares conjuntos, percibidos y denunciados como actos de
intimidación por el régimen norcoreano. El siguiente factor a tomar en cuenta es la inclusión del país en el
denominado eje del mal –junto con Irak e Irán y la posterior inclusión de Libia, Siria y Cuba– por el ex presidente
George W. Bush.

En este sentido, el hecho de que Irak haya sido ocupado por el ejército estadunidense en 2003, mientras el
presidente libio fue derrocado con apoyo aéreo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en 2011, y desde
ese mismo año Siria enfrenta una guerra civil en la que diversos grupos opositores al gobierno han contado con
ayuda de Occidente, no pueden ser leídos por el régimen de Pyongyang sino como amenazas a su propia
existencia. Por último, la pérdida del respaldo militar largamente brindado por Moscú y Pekín dejó al gobierno de
Kim en una situación de vulnerabilidad que busca compensar con mecanismos que disuadan a sus enemigos de
cualquier pretensión intervencionista, en primer lugar mediante el desarrollo de sus capacidades nucleares, medida
que constituye una lectura comprensible de la invasión contra Irak: si Saddam Hussein hubiese poseído las armas
de destrucción masiva que fueron el pretexto propalado para derrocarlo, probablemente la agresión militar de
Estados Unidos se habría cancelado o al menos demorado.

Dicho lo anterior, debe remarcarse que el desarme de Pyongyang es un imperativo ético, además de la única
perspectiva aceptable en términos de la seguridad internacional. Sin embargo, exigir la entrega de sus armas
nucleares a Corea del Norte sin hacer lo mismo con los arsenales de los cinco miembros permanentes del Consejo
de Seguridad –Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña–, así como aquellos en manos de Israel,
India y Pakistán, constituye una doble moral impresentable que mina cualquier salida justa y realista al conflicto en
la península coreana. Como agravante de este doble rasero aplicado por Washington y sus aliados, no puede
pasarse por alto el cinismo implícito en la demanda de desnuclearización unilateral de Pyongyang por parte de
Estados Unidos, el más peligroso poseedor de armamento atómico en tanto es el único país cuya disposición a
usarlo está demostrada. Por elemental responsabilidad es impostergable que todos los actores transiten hacia vías
diplomáticas y pacíficas, con la premisa de que una reducción de las tensiones en la península conducirá a menor
hostilidad de Pyongyang, así como a la pérdida de impulso para los promotores del armamentismo dentro del
régimen. En segunda instancia, debe avanzarse hacia la desnuclearización generalizada a fin de conjurar
definitivamente el peligro atómico, pues queda claro que pedirlo únicamente a Corea del Norte es un acto arbitrario
que nada abona a la seguridad global.

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