En julio de 2016 se lanzó el juego Pokemon Go en todo el mundo y en su
primera semana de lanzamiento se convirtió en la app para móvil más descargada
del mundo. Como muchos de los jóvenes saben, este juego se basa en el concepto de realidad aumentada, que consiste en una visión del entorno del mundo físico mediante un dispositivo tecnológico, que añade elementos virtuales a la realidad percibida. También conocemos a la realidad virtual, algo distinta de la realidad aumentada, porque consiste en proporcionar una visión completamente virtual, de apariencia real, mediante un dispositivo tecnológico como unas gafas y un casco. ¿Qué tiene todo eso que ver con la Transfiguración? Permitidme una brevísima reflexión. Las dos visiones de las que hemos hablado, realidad aumentada y virtual, representan efectivamente dos maneras en que los hombres intentan percibir más allá de la realidad que ven. Le añaden datos u objetos en un caso, o la transfiguran por completo, en el otro. En el fondo satisfacen el deseo de ver “más”. El mundo así como se nos presenta no nos satisface: ¿nos aburre? ¿nos fastidia? ¿no lo entendemos? Queremos enriquecerlo echándole algunos ingredientes que lo conviertan en más sabroso. Cuando vamos de un sitio a otro, nos gusta añadirle una banda sonora, escuchando música con nuestros auriculares o con la radio del coche. Cuando vamos de excursión queremos decorar el lugar que estamos viendo con nuestra simpática figura mediante un selfie. Ahora, cualquier lugar en que estamos se convierte en un divertido terreno de caza para un Pokemon. Condimentamos la realidad. ¿Qué nos dice la experiencia de la Transfiguración? En este caso los discípulos ven a Jesús resplandecer no gracias a un dispositivo electrónico, sino porque la luz misma nace de él. La transformación se produce desde dentro, no mediante algo exterior que le añade elementos. Él mismo es la luz. En cristiano, nunca mejor dicho: el Espíritu Santo que está en nuestro más profundo centro se irradia hacia fuera, penetrando, transformando, iluminando nuestra mente y nuestros cuerpos. Por la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, siento las cosas de otra manera, oigo las cosas de otra manera, veo las cosas de otra manera. A los monjes del Monte Athos, le hacían pintar el icono de la Transfiguración para probar su madurez espiritual, unos años después de haber entrado en el monasterio. Viendo la pintura, los ancianos entendían si el monje se había convertido, si esta iluminado, porque el cuadro tenía una luz especial. Nosotros también, en la oración, esperamos esta luz, la “luz tabórica”, una iluminación que nos haga comprender más profundamente a nosotros mismos, a Dios, al mundo. Puedo contemplar a lo que me rodea percibiendo la luz que brilla en él, la huella de la presencia de Dios. ¿puedo ver la belleza de Dios en la hermosura de la naturaleza? Al final del día puedo contemplar la presencia de Dios en mi historia preguntándome: ¿qué me ha querido decir Dios con todo lo que me ha pasado hoy?