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En Comala

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo” es la línea que
inaugura el primero de sesenta y nueve fragmentos que conforman la fascinante novela de Juan
Rulfo: “Pedro Páramo” (1955).
Mucho se ha dicho y escrito sobre esta obra magistral de la literatura hispanoamericana: realismo
mágico, pesimismo existencial, fatalismo, onírico, dual, fantasmagórico, novedoso, vanguardista,
y así podríamos hallar un buen número de términos para empezar a hablar de Pedro Páramo y
difícilmente agotaríamos su riqueza. Pero creo que un punto de partida interesante es su
dimensión mítica-simbólica y precisamente ese es el abordaje que propongo, aunque sin ánimo
de agotarlo.
Muchos críticos han visto en Pedro Páramo analogías con la mitología griega, que sin dudas las
hay, pero creo que también es posible hallar ideas relacionadas con mitos religiosos,
principalmente judeocristianos.
Mircea Eliade conceptualiza el mito como una historia sagrada que relata un acontecimiento
que ha tenido lugar en el tiempo primordial y señala su carácter de historia verdadera cuya
función principal es constituirse en modelo; en este sentido, el mito es una explicación del
mundo y de su forma de existir en él. Pero para hablar de los orígenes y del tiempo primordial es
necesario tener en mente otro término: cosmogonía, que, siguiendo a Eliade, podríamos
conceptualizarlo como modelo ejemplar de toda situación creadora, incluido el hombre, y aquí
me sumerjo en la obra.
Juan Preciado es el hombre que emprende un viaje buscando la verdad sobre sus orígenes,
comienzo que data de tiempos anteriores a su propia existencia y que explicaría su actual
condición. Un mito de origen busca narrar los momentos esenciales de la Creación y que, en la
novela, puede relacionarse con la genealogía de Juan, con el tiempo de su concepción y con un
padre desconocido “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro
Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”.
El viaje de Juan lo lleva a un lugar que él conoce sólo a través de los recuerdos de su madre,
recuerdos que describen una Comala próspera, vital, paradisíaca y que podría relacionarse con el
mito del Paraíso perdido “…Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que
mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el
olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada…”. La Comala de los
recuerdos de Doloritas describen al mismo Paraíso pero, la otra, con la que se encuentra Juan, es
muy distinta, lejana, agobiante, desolada “En la reverberación del sol, la llanura parecía una
laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá
una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía”; hace pensar en la idea del
Purgatorio o del mismo Infierno como diría Abundio “Aquello está sobre las brazas de la tierra,
en la mera boca del Infierno”.
En la tradición judeocristiana el hombre perdió el Paraíso a causa del pecado y esta situación ha
afectado su vínculo con el Ser Supremo. Así, el hombre carga con la culpa que debe expiar en un
lugar que el Creador lo ha dispuesto: el Purgatorio o el Infierno, según sus actos lo ameriten. En
la novela, la Comala de Doloritas ha desaparecido a causa del accionar pecaminoso de los
distintos personajes, han perdido su paraíso por robo, homicidio, violaciones, suicidio, parricidio,
incesto; todos han quedado atrapados, de alguna manera, por el peso del pecado y así lo expresa
la hermana incestuosa “_ ¿No me ve el pecado? ¿No ve esas manchas moradas como de jiote
que me llenan de arriba abajo? Y eso es sólo por fuera; por dentro estoy hecha un mar de lodo”.
La idea del pecado en relación con el Infierno nos muestra no sólo el carácter mítico de la obra
sino, además, su carácter pesimista. Pero, así como en la religión se mantiene la esperanza de
recomponer la alianza con el Creador, en la novela también: cuando Juan puede ver el cielo a
través del agujero en el techo del jacal de Donis “Por el techo abierto al cielo ví pasar parvadas
de tordos, esos pájaros que vuelan al atardecer antes que la oscuridad les cierre los caminos.
Luego, unas cuantas nubes ya desmenuzadas por el viento que viene a llevarse el día”; es el
elemento trascendental que permite pensar en el perdón divino y en una nueva oportunidad.
Juan ha llegado a un lugar desolado, poblado de ánimas que vagan buscando oración para
redimirse. Todos están muertos. Él busca a su padre pero nunca lo hallará. Ambas historias, la de
Pedro y la de Juan, no son más que fragmentos en voces, ecos, murmullos que narran algo
reiterativamente como si todo sucediera en un eterno presente y recomenzara una y otra vez. Y
aquí me inclino a retomar la idea del tiempo sagrado pero concebido como circular, es decir el
eterno retorno. Y la idea de eternidad impregna toda la obra y absorbe las referencias al tiempo
objetivo que puedan aparecer, sumiéndola en una acronía que podría hacer pensar en lo onírico y
así lo siente Juan en el jacal de los hermanos incestuosos “Como si hubiera retrocedido el
tiempo. Volví a ver la estrella junto a la luna. Las nubes deshaciéndose. Las parvadas de los
tordos. Y en seguida la tarde todavía llena de luz”. No sólo a Juan desconcierta esta
atemporalidad, al lector también.
El pueblo de las ánimas, Comala, podría pensarse también relacionado con a la idea de Fin del
Mundo. En la tradición judeocristiana tanto el acto de Creación como el de Fin del mundo son
únicos y absolutos. El fin es producto del pecado del hombre, el mismo que ha llevado a su
término a Comala. Pero el fin también se interpreta como el paso previo a un nuevo comienzo y
la nueva realidad en aquel pueblo es el estado espiritual en que se encuentran los personajes,
viviendo otra vida que ha iniciado, paradójicamente, con la muerte. Y Juan Preciado tampoco
puede escapar a esa situación, pues, fue necesario que pasara a una nueva realidad para
encontrarse con la verdad que buscaba, fue necesario que muriera.
Todos los mitos mencionados: búsqueda de los orígenes, Paraíso perdido, circularidad, eternidad,
culpa aparecen acompañados de múltiples elementos que tienen una importante carga simbólica.
Cielo, nube, viento y estrella simbolizan la trascendencia y la posibilidad de restablecer el orden
cósmico. Las mujeres cubiertas con rebozos son como los heraldos de la muerte así como
Abundio que es quien guía a Juan hasta Comala, un mensajero o un guía. El cruce de caminos
cuando Juan busca Comala o la multiplicidad de caminos de la que habla la hermana de Donis
simbolizan la posibilidad de un cambio trascendental, quizá a otro estado de cosas. La casa de
Donis y la plaza son dos lugares centrales, en el primero Juan puede comunicarse con el
Supremo y en el segundo, que es el lugar en el cual muere a causa de los murmullos, pasa a un
estado espiritual que le permite conocer la verdad que buscaba.
El universo mítico-simbólico de la novela es inmenso, los que mencioné son unos pocos
elementos que pueden advertirse. El mito es uno de los elementos que dan vida a Pedro Páramo,
uno de los hilos que da forma a este vasto y complejo tejido que envuelve al lector en un estado
onírico hasta llevarlo al corazón mismo de Comala, a “la mera boca del Infierno”…
Una obra colosal no por lo que dice sino cómo lo dice, que da para abordarla desde múltiples
perspectivas sin que ninguna la agote fácilmente.-

Rulfo, (J): “Pedro Páramo”, Editorial RM, España 2005.


Eliade, (M): “Mito y realidad”, Editorial Labor, España 1992.
Peralta, (V) y Boschi, (L): “Rulfo: la soledad creadora”, Cambeiro 1975.

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