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Las Alas Heredadas

En una mañana adornada de hermosos destellos dorados cual


campo de trigo meciéndose al viento, se asoma Abigaíl por la ventana de
su habitación para observar como las aves van bordando el cielo con
sublimes movimientos. Un penetrante aroma a café recién hecho recorre
sus sentidos abriendo las puertas de su curioso pensamiento.

-Que feliz han de sentirse las aves, con sus alas extendidas al
viento, libres, sin ataduras- dijo para sí misma dejando escapara un
profundo suspiro - ¡Bueno!, jamás conoceré ese placer, al parecer eso solo
está reservado para ellas.

Después de pensar un rato sumergida en sus ideas de libertad y


plenitud, decidió salir de su habitación, se dirigió al pórtico de su pequeña
casa, se sentó en la escalinata y observó el colorido paisaje que le
rodeaba. La brisa matutina acariciaba su piel, se encontraba nuevamente
sumida en sus pensamientos cuando de repente escuchó un gran
estruendo; se levantó de un sobresalto y observó a su derecha como del
costado de la casa emergía de la nada una imagen pequeña, brillante, con
destellos tornasolados al reflejo del sol.

¡No lo podía creer!

Aquella figura tan hermosa y delicada era un querubín, había venido


del cielo seguro, pero, ¿En la tierra? ¿En mi casa?, pensó un poco
desconcertada Abigaíl.
- ¡Hola! - dijo el querubín apenado por haberla asustado.

- Hola, ¿de dónde has venido?

- Del cielo - respondió el querubín sonriendo.

- ¿Cuál es el motivo de tu visita? - sonrió Abigaíl aún un poco


asombrada.

- Me he escapado del cielo, ya no quiero ser un ángel, quiero ser


un niño común, poder jugar e ir a la escuela.

- Pero… ¿Cómo así? ¿Y esa idea tan absurda? ¿Acaso no eres feliz
en el cielo?

- ¡Si lo soy! – respondió el querubín con cierta tristeza en los ojos.

- ¿Y por qué ya no quieres estar allá? – preguntó Abigaíl con rostro


de sorpresa y confusión.

- Quiero saber que ser siente ser un niño real, jugar en estos
hermosos campos, disfrutar del cielo desde aquí, escuchar las campanadas
de la escuela invitándome a aprender algo nuevo cada día, dormir y soñar
con lo que haré el día siguiente – contestó el querubín con un tono de
ilusión en su hablar mientras sus ojos se iluminaban cada vez más.

Ambos se sentaron en la escalinata y continuaron la tertulia,


después de pasar algún tiempo conversando, sentados frente a aquella
casita acogedora rodeada de un campo cubierto de flores multicolores, y,
entre preguntas y risas Abigaíl dejó saber su deseo de poder volar y dejar
atrás las preocupaciones que tanto le agobiaban.

- ¿Quisieras tener mis alas? – preguntó el querubín a Abigaíl.


- ¡Me encantaría! –
- Hagamos algo, quiero ser un niño común y tu deseas libertad…
¡Puedo darte mis alas!
- ¿En serio? – preguntó Abigaíl muy emocionada.
- Sí, toma mis manos y cierra tus ojos.

Ambos se tomaron de las manos, cerraron sus ojos y el querubín


comenzó a recitar algunas frases en una lengua extraña pero con hermoso
sonido a los oídos de Abigaíl quien al abrir los ojos pudo observar como
el querubín ya no poseía sus alas; volvió su cabeza y vio el reflejo de
unas grandes y hermosas alas, suaves al tacto como el terciopelo y con
hermosos colores al reflejo del sol.

Aquél hermoso niño sonrió a Abigaíl y le dijo:

Ahora soy por fin un niño, mis alas te he heredado, ahora puedes
cumplir tu sueño y finalmente ser feliz.

- ¡Muchas gracias! – agradeció emocionada dejando rodar sobre sus


mejillas algunas lágrimas de felicidad.

Abigaíl se volvió dándole la espalda, extendió sus hermosas alas y


con un suave movimiento emprendió a volar.

Autora: Yairene Valbuena


San Francisco
6 de Diciembre de 2.016

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