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Un futuro ya pasado

sHaYcH

Descargo nº 1: Los personajes y el trasfondo de Xena, la Princesa Guerrera son propiedad de


MCA/Universal (¡Qué suerte tienen! :-) ). Este relato es propiedad de la autora. (Sí, tengo muchííííísimo
tiempo libre últimamente... :-) ).

Descargo nº 2: Advertencia de amor/sexo. Si sois de esos a quienes los modos de vida alternativos os
resultan ofensivos (y francamente, eso es triste... con lo raro que es el amor en estos días...), buscad
otra cosa para entreteneros. (Por favor, hay muchas historias maravillosas ahí fuera... :-) ). Si sois
menores de edad (no os preocupéis, que eso también se pasa) o este tipo de historia es ilegal donde
vivís (mudaros podría ser buena idea...), haced el favor de respetar las leyes de vuestro lugar de
residencia y leed algo menos subidito de tono. Aunque esta historia no debería ser peor que una
película clasificada para mayores de 13 años.

Descargo nº 3: Violencia. Jo, vaya si la hay. Ésta es la historia más lúgubre que he escrito en mi vida.
Quedáis advertidos. Preparaos para una violencia extrema. Parte es bastante gráfica y parte no. Sí, ya lo
sé... ponte a tratamiento, Shay. :-)

Descargo nº 4: Precisión histórica. Niños, esta historia no se basa en absoluto en datos históricos totales.
Aunque algunas de las situaciones y nombres forman parte de nuestra historia, no pretendo en modo
alguno que esta obra de ficción retrate hechos exactos. Es decir, que me lo he inventado para que
encajara con el argumento. Mis disculpas a los historiadores del Xenaverso.

Descargo nº 5: Ningún reloj Timex fue víctima de ataques orales mientras se escribía este fanfic, sin
embargo, varios relojes Swatch se quejaron por haber recibido picaduras de insectos.

Se agradecen comentarios, alabanzas y lo que sea en: shaych3@aol.com.

[Nota de Atalía: Los apellidos Watchman y Hunter de dos personajes significan "Vigilante" y "Cazadora"
respectivamente.]

Título original: Tomorrows Passed. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2005

Prólogo
Una mano ajada por el tiempo desenrolló el antiguo pergamino con temblorosa reverencia. Unos ojos
nublados se llenaron de lágrimas al empezar a leer las palabras escritas con esa caligrafía clara y fuerte...

Capítulo 1: Días del presente futuro

Mañana, los dioses bailarán entre los huesos de la confusión de la muerte.

—Desconocido

Ardiendo de amor silencioso, me quedé contemplando el mar de rostros que no significaban nada para
mí. El suave pelo dorado que antes resbalaba entre mis dedos yacía ahora inerte alrededor de tu cara
cenicienta. Esta triste instantánea en el tiempo es mía para siempre. Una sacerdotisa entonaba palabras,
pero yo no las oía. En cambio, oía tu voz que resonaba huecamente en mi mente. Palabras dichas ayer
mismo, ¿o fue hace cinco años?

—Tasha, amor mío, nunca volverás a estar sola. Nunca mientras me tengas.

Pero, mi dulce amor, resulta que ya no te tengo. La cronofagia te arrancó de mis brazos y me dejó vacía
y sola. Sentí que una parte de mi alma se rendía y moría, igual que tú.

Los arqueros tensaron los arcos y Ariana intercambió una breve mirada de pena con su compañero
Christopher, y luego asintió. Los arqueros dispararon y al poco, tu hermoso pelo dorado se convirtió en
cenizas que flotaron con el viento del anochecer...

Unas gotas de agua fragmentaban la pantalla del monitor mientras Natasha Catherine Romanoff,
guardiana de las cronovías, introducía sus notas más recientes en la matriz de almacenamiento de
memoria de Tarot, S.A. Su Gabrielle, la risueña y amorosa mujer de ojos verdes, había fallecido hacía
una semana, y quería registrar los últimos recuerdos que tenía de su amor antes de que el tiempo se los
llevara.

La política de Tarot, S.A., cuartel general de los guardianes, era animar a sus empleados a registrarlo
todo, pues nunca se sabía qué se podía encontrar uno al regresar de las cronovías. Las cronovías eran las
corrientes del tiempo que fluían a través y alrededor del universo, haciendo que todas las cosas
avanzaran hacia un destino desconocido. Los científicos habían descubierto la existencia de las vías
muchos años antes, pero habían sido relativamente incapaces de utilizarlas de una forma significativa.
Luego alguien violó todas las normas y logró lo imposible.

Ese alguien era la doctora en ciencias físicas Erica Silverstein. En una salina iluminada por el sol, en
medio de Utah, la doctora Silverstein rompió la velocidad del tiempo. Con sus recién adquiridos
conocimientos, la doctora Silverstein también adquirió una gran responsabilidad. Como sabía que no iba
a ser la última en hacer este descubrimiento y como también sabía que el resto de la humanidad era
demasiado indigno de confianza para compartir esta nueva información, acudió a la única instancia que
pensó que la escucharía: Cronos. Le vinieron a la mente las historias que le contaba su abuela al
acostarla, susurrándole que sólo el dios del tiempo en persona comprendería la naturaleza de su
descubrimiento y sus posibles ramificaciones. Tras hacer una copia en soporte físico de sus datos, la
doctora Silverstein viajó a Atenas y de allí al pie del Monte Olimpo, donde pasó varias semanas
asimilando su propia estructura de creencias, y luego presentó sus hallazgos en el restaurado Templo de
los Olímpicos. Se quedó atónita cuando sus plegarias no sólo fueron escuchadas, sino atendidas. Cronos
acudió a su llamada y en cuanto revisó sus hallazgos, se marchó con la promesa de que trataría el tema
con sus contemporáneos.

Cronos acudió a varios de los Sumos Poderes en nombre de la doctora Silverstein, pero los únicos
inmortales que le prestaron atención fueron su hermana Artemisa y la guerrera convertida en diosa
Calisto. Le extrañó que los demás dioses se burlaran de la idea de que una mera mortal pudiera
atravesar los límites de una ciencia que les daría la capacidad de viajar en el tiempo sin tener que
arriesgarse a agotar sus propios poderes. Hasta el más débil de los dioses sabía que había algo en las
fuerzas que rodeaban la energía del tiempo que producía un grave desgaste en cualquier inmortal que
decidiera hurgar en los continuos. Sólo Cronos era inmune a esos efectos debilitantes y hacía mucho
tiempo que los dioses habían dictado unas normas estableciendo hasta qué punto el Amo del Tiempo se
podía permitir involucrarse en las estratagemas de otros inmortales para manipular el tiempo.

Aceptar la ayuda de Artemisa y Calisto era un arma de doble filo. Sabía que podía confiar en Artemisa
implícitamente, pero Calisto era imprevisible. Reconocía que era más que probable que Calisto ayudara
en las investigaciones para su propio beneficio, pero pensó, y su hermana se mostró de acuerdo, que la
mejor manera de tener vigilada a la inadaptada diosa era teniéndola lo más cerca de ellos que fuera
posible. Sus temores se hicieron realidad cuando Calisto se fugó con su prototipo de cronovehículo y
cintas de datos llenas de toda la información que habían reunido. Pero Artemisa, la doctora Silverstein y
él no se dieron por vencidos, sino que reconstruyeron todo y siguieron adelante.
Calisto no tardó en asimilar la información robada, se estableció por su cuenta y juntó los recursos
necesarios para inaugurar su propia empresa. Tras bautizar a su negocio mercantil de "adquisiciones de
la antigüedad" con el nombre de "Sociedad para la Resurrección de Cirra", por la pequeña aldea que la
vio nacer, Calisto pronto tuvo a varias de las familias más ricas del mundo como únicos clientes. Sus
objetivos parecían bien sencillos: robar los preciados objetos de la historia y venderlos al mejor postor.
Nadie sabía por qué la demente diosa quería el dinero, sólo que lo estaba consiguiendo a espuertas.

Para luchar contra los crecientes robos temporales de la diosa de la obsesión, Cronos y Artemisa
adoptaron forma humana y asumieron la identidad de Christopher Watchman y Ariana Hunter. Junto
con la doctora Silverstein, fundaron Tarot, S.A. Tras contratar a ex militares, ex policías, especialistas en
informática y a cualquiera que tuviera sólidos conocimientos de historia, formaron el primer equipo de
"cronoguardianes". Llamados simplemente "guardianes", su trabajo consistía en introducirse en las
cronovías y "arreglar" el tiempo, dándole en esencia un empujón para que volviera a su cauce original.

Cuando el primer grupo de guardianes estuvo preparado para empezar a solucionar los desmanes de
Calisto, la doctora Silverstein ya había creado una forma de trazar un mapa de los parámetros de la
historia y sus efectos en el presente. Armados con "cronoescáneres" portátiles, los guardianes podían
entrar ahora en las cronovías con un dispositivo capaz de indicarles en qué momento su misión había
conseguido enderezar la historia. Por desgracia (o por suerte, si uno se dedicaba a la prestidigitación),
los c-escáneres de la doctora Silverstein no conseguían penetrar el velo del futuro. Cronos le aseguró
que en realidad era una bendición, pero eso no impidió que la buena de la doctora siguiera intentándolo.

En un momento dado, Calisto empezó a ampliar sus "rapiñas temporales" para incluir algún que otro
asesinato y colocar a la gente en otros sitios. Empezó a ofrecer "cronovacaciones" en cualquier punto
del tiempo, en cualquier punto de la historia, a los muy, muy ricos. De modo que, una vez más, Tarot,
S.A. contrató a más agentes para combatir a la Sociedad para la Resurrección de Cirra de Calisto y
reparar las cronovías.

Corría el año 2090 y Natasha Romanoff se acababa de graduar por la Universidad de Harvard. Por fin
había terminado su doctorado en historia de la antigua Grecia y había empezado a solicitar trabajo
como profesora cuando la doctora Silverstein decidió sondearla.

—Doctora Romanoff, le agradezco mucho que me conceda esta entrevista. Sé que debe de ser una
joven muy ocupada. —La doctora Silverstein sonrió cálidamente al tiempo que estrechaba con
entusiasmo la mano de la joven de 18 años.
—Para mí también es un placer conocerla, doctora Silverstein —replicó Tasha, sonriendo a su vez.
Estaba un poco abrumada por encontrarse en presencia de la distinguida científica de más edad.

—Se debe de estar preguntando por qué he venido a verla.

—Sí, sé que no puede ser por sus ganas de asistir al té de la facultad. ¿De qué se trata, doctora
Silverstein?

—Oh, llámame Erica, por favor. Lo de doctora Silverstein suena a adefesio viejo y me niego
rotundamente.

Tasha tuvo que morderse la lengua para no echarse a reír.

—Está bien, si tú me llamas Tasha. Bueno, Erica, ¿por qué estás aquí? Porque yo no soy física, ni en
realidad científica. ¿A menos que necesites saber algo sobre Pitágoras? De quien no te podría decir gran
cosa salvo el lugar que ocupaba en la sociedad griega.

—Oh, no, querida, no vengo en busca de otro científico aburrido. Acudo a ti porque eres justamente lo
que necesita mi compañía... una historiadora. —Los ojos castaños de la mujer de más edad chispearon
de risa al ver la cara de confusión de Tasha.

—¿Para qué necesitáis a un historiador? ¿No trabajas para una especie de grupo de estudios sobre la
entropía y el caos?

Erica se echó a reír al oír aquello.

—No exactamente —dijo riendo, y luego dedicó las siguientes horas a explicarle a Natasha lo que era
Tarot, S.A. y su batalla continua contra la Sociedad para la Resurrección de Cirra.
—Esto es... muy interesante, Erica, ¿pero qué Hades tiene que ver conmigo?

De modo que Erica continuó explicando que Tarot, S.A. necesitaba a personas como ella: personas con
inmensos conocimientos de historia.

—De hecho, dado que tus conocimientos son tan específicos, eres perfecta para muchísimos trabajos
que se quedan sin hacer porque no tenemos el personal adecuado para ocuparse de ellos.

Tasha se echó hacia delante en la silla y apoyó los codos en la mesa que la separaba de la mujer de más
edad.

—A ver si te entiendo... ¿tu compañía me quiere contratar como policía de la historia?

—¡Sí! ¡Exacto! Creemos que serías una guardiana perfecta.

—¿Por qué?

La doctora Silverstein intentó decir que era sólo por el doctorado de Tasha, pero a ésta le dio la
sensación de que había algo... más en todo ello. Por fin, la doctora Silverstein alzó las manos con un
gesto de exasperación.

—Está bien. Está bien, tú ganas. Además de estar maravillosamente cualificada desde el punto de vista
académico y psicológico, eres la única persona que queda con vida de tu familia.

La alusión a su orfandad hizo que el corazón de Tasha se estremeciera con una pequeña punzada de
dolor, pero la dejó a un lado por el momento, pues estaba más interesada en oír el resto de la fascinante
explicación de Erica. Estaba bastante segura de que aquello era una tomadura de pelo, pero quería
concederle a la doctora el beneficio de la duda.
—¿Y eso por qué es tan importante?

—Porque lo que harás, si decides convertirte en guardiana, es cambiar la historia. Mínimamente, sí,
pero así y todo, algo de lo que hagas puede cambiar el curso del mundo para siempre o dejarlo como
está. Y por eso, para un guardián es muy necesario desde el punto de vista psicológico que no tenga que
intentar adaptarse a los nuevos cambios teniendo que volver a aprender la dinámica familiar cada vez
que vuelve a casa del trabajo.

La tranquila explicación de Erica por fin hizo profunda mella en la mente lógica de Tasha, que se dio
cuenta de que, con independencia de lo que estuviera pasando, aquello no era en absoluto una broma.

—¡Por los rayos de Zeus! ¡Lo dices en serio! ¿Verdad? Al principio, creía que me estabas tomando el
pelo, pero ahora... ahora no estoy tan segura.

—Claro que lo digo en serio. Esto es sumamente serio. Así que, Natasha Romanoff, ¿quieres unirte a
nosotros? No puedo garantizarte que te vayas a hacer rica o famosa, pero verás lugares apasionantes y
visitarás tiempos interesantes...

Tasha dedicó tan sólo quince minutos a pensárselo en silencio y por fin miró a los ojos castaños de la
doctora Silverstein y asintió.

—Sí. Lo haré.

Al cabo de seis años, una compañera de vida y más viajes en el tiempo de los que era capaz de recordar,
Tasha estaba sentada en su despacho de Tarot, S.A. contemplando con la vista borrosa el arco iris
creado por la refracción de sus lágrimas en el monitor de mesa. Ahora tenía que tomar una decisión y lo
sabía. Podía dejar Tarot, S.A. o seguir trabajando como guardiana, con la esperanza de que el trabajo
acabara con el agujero vacío y doloroso de su vida donde antes estaba Gabrielle Elaine Brighton. Los
dedos de Tasha pulsaron el comando de envío y sus recuerdos quedaron una vez más encerrados en la
matriz de almacenamiento de Tarot. Secándose los ojos, continuó mirando sin ver el holograma de
Gabrielle, que tenía los brillantes y alegres ojos verdes rebosantes de la felicidad del momento. Era una
instantánea tomada el día en que intercambiaron sus Votos Eternos y se entregaron el corazón la una a
la otra.

Entonces llegó la cronofagia y le arrebató la felicidad. La cronofagia era el sida del siglo XXI: en cuanto la
medicina moderna descubrió una forma de curar la mortífera enfermedad de la inmunodeficiencia, la
madre Gea desencadenó un nuevo horror sobre la vida de sus humanos. Nadie sabía con exactitud qué
era lo que causaba la cronofagia, pero sí se sabía que cualquier viajero que entrara en contacto con una
versión más joven de sí mismo tres o más veces contraía esta enfermedad desintegradora del ADN. El
aspecto más terrorífico de la fagia era que se contagiaba en las fases finales. En el cuerpo de las víctimas
de la fagia se formaban llagas que emitían esporas víricas que se transmitían por el aire y encontraban
un huésped en cualquier persona sana que estuviera cerca del paciente enfermo de fagia. El gran
público no tenía ni idea de cómo se originaban las esporas mortales que contagiaban la temida
enfermedad, sólo sabía que sus seres queridos morían a un ritmo alarmante.

Su Gabrielle había sido una excelente guardiana. Con sus conocimientos sobre el pasado reciente, era la
perfecta agente infiltrada para atrapar criminales que intentaban evitar que sus versiones más jóvenes
acabaran en la cárcel. En dos ocasiones, Gabrielle tuvo la desagradable desgracia de toparse de frente
con una versión más joven de sí misma. Una vez, mientras perseguía a un pirata informático por el
sistema de alcantarillado de Nueva York, se encontró consigo misma cuando realizaba su primer trabajo
en las cronovías. Hablaron un momento y Gabrielle tuvo muchísimo cuidado de no revelar ningún
detalle del futuro a su versión novata. La segunda vez, estaba persiguiendo a un notorio asesino en masa
por un laberinto temporal que la llevó a terminar un día antes de empezar. Ese trabajo en concreto
asustó tanto a Gabrielle que tardó dos semanas en sentirse lo bastante entera como para volver al
trabajo. Tasha recordaba con dolorosa claridad cómo abrazaba a su amante con fuerza mientras el
pequeño cuerpo de Gabrielle se estremecía por los espasmos causados por sus pesadillas.

Tasha no conocía en absoluto las circunstancias en las que Gabrielle contrajo la mortal cronofagia. Parte
del legado que le había dejado su amor era el acceso completo a los recuerdos que había conservado
detalladamente en la matriz de almacenamiento de Tarot, S.A. Cuando Tasha empezó a leer el diario de
Gabrielle, se sintió atravesada de dolor al ver a su amada repantingada en la cómoda butaca reclinable
de su estudio, mientras sus dedos volaban por el teclado de su ordenador personal. Su Gabrielle siempre
fue muy concienzuda a la hora de tomar nota de todos sus recuerdos, y ahora agradecía la
perseverancia de la mujer más joven. Había miles de entradas de todo tipo, desde una descripción
agridulce de un refresco compartido apresuradamente antes de un salto temporal hasta un informe
detallado de la primera noche que pasaron juntas. Fue mientras leía estos recuerdos de los dos últimos
años cuando encontró la entrada que describía el tercer encuentro de Gabrielle consigo misma.
El trabajo era sencillo. Gabrielle había sido enviada al año 2073 para impedir que un anarquista
asesinara a Ángela Muniez, la actual presidenta del Conglomerado Norteamericano. En 2073, la señora
Muniez estaba ingresada como paciente en el Hospital para Neonatos de Brazelton, dando a luz a su hijo
primogénito. El plan del anarquista era hacerse pasar por un médico de obstetricia e inyectarle a la
embarazada un narcótico imposible de rastrear que los habría matado a ella y al niño durante el parto,
haciendo que las muertes parecieran un trágico accidente.

Por suerte, Gabrielle detuvo al idiota a tiempo y lo envió de vuelta a 2097 para ser juzgado y condenado
por su crimen. Cuando se dirigía al punto de regreso, una mujer histérica y en pleno parto la agarró del
brazo y le suplicó que la ayudara. Gabrielle, que estaba disfrazada de enfermera de partos, no pudo
negarse a las súplicas de la embarazada. Decidió llevar a la parturienta a la Sala de Partos y cuando ya
estaban en un ascensor, la mujer soltó un alarido espantoso y se desplomó. Tras detener el ascensor a
medio camino, Gabrielle examinó rápidamente a la mujer y descubrió que estaba dando a luz. Pobre
Gabrielle, pensó Tasha, su amada apenas tenía conocimientos médicos suficientes para hacer de técnica
sanitaria y mucho menos para ejercer como la enfermera profesional por la que se había hecho pasar.
Pero como era propio de Gabrielle, ésta no se arredró ante el desafío, sino que se puso un par de
guantes estériles y procedió a traer el bebé al mundo. Tasha sonrió y se secó las nuevas lágrimas al leer
las notas que había añadido Gabrielle en las que decía que algún día quería tener sus propios hijos.

Cuando la cara de la mujer, contraída por el dolor, se relajó hasta hacerse humana de nuevo y se suavizó
con los tiernos rasgos del amor, Gabrielle cayó en la cuenta de la horrible verdad. La nueva madre a
quien acunaba en su regazo, con el bebé recién nacido bien pegado a su pecho, era su propia madre. El
sobresalto fue devastador. Cuando el ascensor volvió a ser activado por un padre nervioso en la planta
de Partos, el hombre se llevó la sorpresa de su vida. Las puertas se abrieron y revelaron a una agotada
pero orgullosa mamá Brighton y a una enfermera histérica. Llegaron los médicos, la señora Brighton y su
nueva hija, Gabrielle, fueron trasladadas a una habitación, y Gabrielle mayor logró apenas salir de su
estado de shock para regresar a toda prisa al año 2095.

Eso sucedió dos años antes. Gabrielle había ocultado los motivos de su retraso a todo el mundo menos a
la doctora Silverstein y a Chris Watchman, a quienes hizo prometer solemnemente que no revelarían lo
que había ocurrido. Cuando dos años después cayó enferma de fagia, recibió la noticia con calma, besó
apasionadamente a la petrificada Tasha, salió de la clínica y se suicidó. Tasha se quedó destrozada.

La repentina muerte de su amada sumió a Tasha en la ira y en una depresión motivada por la culpa.
Creyendo equivocadamente que no podía seguir adelante sin Gabrielle a su lado, intentó quitarse la vida.
Ariana la encontró, borracha como una cuba, hasta arriba de barbitúricos y llorando a moco tendido
mientras veía holovídeos de Gabrielle y cantaba sin parar "Ya voy, mi amor". Después de llevar a toda
prisa a la moribunda Tasha al hospital, de quedarse a su lado mientras la mujer deshecha
emocionalmente se recuperaba y de preparar el hermoso funeral por Gabrielle, Ariana hizo todo lo que
pudo para demostrarle a Tasha que todavía había cosas por las que merecía la pena vivir.

—Aunque nunca volveré a tocar tu preciosa cara, amor mío, no puedo abandonar el deber que tengo
con Ariana. Pero volveré a estar contigo. Eso te lo prometo —le juró Tasha al holograma en un susurro.
La última entrada que había en la matriz de Gabrielle era una sola frase dirigida a Tasha: "Siempre estaré
contigo, mi amor".

Una llamada a la puerta disipó la bruma de recuerdos en la que se había sumido Tasha. Se incorporó, se
secó la cara una vez más y apagó el holoemisor.

—Pase. —La puerta se abrió y apareció el rostro ajado por la edad de la doctora Silverstein—. Buenas
tardes, Erica. ¿Qué se te ofrece? —Hasta para la propia Tasha su voz sonaba áspera, ronca y embargada
por todo el dolor de los últimos días.

—Hola, Tasha, preciosa ceremonia. He venido para decirte cuánto lo siento. —La doctora se sentó en
una de las sillas de la oficina.

—Gracias. Pero Erica, tú nunca has sido dada a las visitas sociales, así que desembucha. ¿Por qué has
venido de verdad?

La doctora Silverstein se echó a reír por lo bajo. Incluso en sus peores momentos, Tasha seguía siendo
capaz de atravesar la fachada de Erica.

—Tienes razón, por supuesto. Ya tendría que haber sabido que no podría engañarte. Bueno, está bien.
He venido para ver si estás preparada para un nuevo trabajo.

Tasha se echó hacia atrás en la silla. Un trabajo... ¿Estaba preparada? Meterse en las vías, la gloria
palpitante de la persecución... podía ser lo que necesitaba para distraerse del dolor aplastante que le
sacudía el corazón todas las mañanas desde que se enteró de la muerte de su amada. También querría
decir que pasaría muchos días lejos de los lugares donde el olor de Gabrielle... su esencia todavía
permanecía. ¿Estaba preparada para renunciar a eso? Dio vueltas a la idea, estudiando los rasgos
serenos de la doctora Silverstein con silencioso descaro. Erica intentaba ocultar lo importante que era
para ella que Tasha aceptara este trabajo, pero algo debió de colarse a través de su expresión de
indiferencia perfectamente asumida, porque de repente Tasha se echó hacia delante, clavó los ojos en
los de la doctora y aferró el borde de la mesa.

—Me da la sensación de que éste no es un trabajo normal y corriente —dijo suavemente.

Capítulo 2: La oportunidad de una vida

Retorciéndose y girando a la luz de la luna, el baile de la araña está lleno de alegría, ¿pero quiénes
somos nosotros para juzgar?

—Desconocido

—No podrías estar más en lo cierto —dijo la doctora Silverstein tras un largo momento de silencio—. De
hecho, se podría decir que este trabajo dista tanto de ser normal que resulta casi tan increíble como al
principio te pareció que lo era el viaje en el tiempo.

—Menudo chispazo tiene que haber soltado en el escáner para merecerse semejante introducción, Erica.
Dispara. ¿Qué se trae entre manos últimamente la reina de la obsesión?

—Es una larga historia. ¿Te apetece beber algo primero? —La doctora Silverstein se levantó, pulsó el
cierre de la puerta y llamó a uno de los numerosos ayudantes de oficina para que les trajera algo.

—Sólo un refresco, por favor.

—Avery, ¿nos puedes traer dos refrescos a la doctora Romanoff y a mí?


—Ahora mismo, señora. —El joven salió corriendo y regresó al poco con las latas húmedas de
condensación de una bebida con cafeína. Erica se volvió a sentar, encendió un cigarrillo y abrió su lata.

—Está bien, te escucho —dijo Tasha después de que la doctora bebiera dos largos tragos.

—Antes de nada, dime qué sabes de Xena, la Princesa Guerrera.

—La verdad es que no sé mucho. Mm... Fue una serie de televisión bidimensional de finales de la década
de 1990, una de las primeras en las que aparecían mujeres fuertes como personajes protagonistas...
mucha acción exagerada y aventuras. Se emitió hasta el año 2000, terminando sus cinco exitosos años
de emisión con el típico final "y cabalgaron hacia el ocaso". Ah, sí, creo que hicieron dos o tres películas,
pero para entonces la derecha religiosa había adquirido mucha fuerza en el gobierno americano y
consideraron que la relación entre las protagonistas de la serie era "moralmente degradante" y
exigieron a los creadores que dejaran de producirla. Para cuando unas mentes más cuerdas tomaron el
mando y se formó el Conglomerado, la base de seguidores de la serie había desaparecido casi por
completo. Por no hablar de que las actrices de la serie ya eran muy mayores. —Tasha recitó los hechos
con sequedad, como si estuviera leyendo un libro de texto.

—Ésa es una historia. ¿Y si te dijera que de verdad existió una Xena?

—¿En la historia de la antigua Grecia? Nunca he oído hablar de ella —dijo Tasha con tono incrédulo.

—Ahí, querida, es donde entramos nosotros. Verás, ayer, si te hubiera hecho esa pregunta, me habrías
dado una respuesta totalmente distinta.

—¿Alguien ha manipulado el tiempo?

—Eso podríamos decir.

—Ese alguien no habrá sido la Sociedad para la Resurrección de Cirra, ¿verdad?


—Has acertado a la primera. Verás, querida, Xena era de lo más real. Echa un vistazo a esto. —La
doctora Silverstein le pasó a Tasha una cinta de datos. Tasha cogió la fina tira de información encriptada
y la metió en el lector de cintas de su consola. Tan rápido como parpadeaban sus ojos, los datos
empezaron a volcarse en su pantalla. Su vista mejorada quirúrgicamente absorbió la información,
mientras la forma y la historia de la princesa guerrera se apoderaban de su mente. Al parecer, Xena era
una señora de la guerra de poca monta que llegó a dominar toda Grecia a base de conquistas años antes
del nacimiento de Cristo, creando el caos y convirtiéndose en un monumental grano en el culo para los
griegos. Entonces sucedió algo y cambió repentinamente de actitud. Renunció al poder, desmanteló su
ejército y se puso a viajar por el mundo conocido, actuando como una especie de vigilante contra otros
dedicados a su anterior profesión. También era madre de Solón de Atenas, una de las primeras personas
que definió los derechos de los seres humanos. Sólo que Tasha no recordaba a ningún Solón de Atenas.
De hecho, que ella recordara, la primera persona en la historia que había dado un paso al frente para
hablar en contra de la esclavitud era Abraham Lincoln. La cosa, efectivamente, se estaba poniendo
interesante.

—Vale, ya veo a qué te refieres. ¿Qué tengo que hacer? —Ahora sí que estaba interesada.

—Lo que ha pasado, por lo que hemos podido averiguar, es que un agente de la SRC, posiblemente la
propia directora de la compañía, ha regresado en el tiempo y ha asesinado a la princesa guerrera antes
de que ésta pudiera hacer ciertas cosas.

—Ya. ¿Entonces mi trabajo consistiría en regresar y asegurarme de que la princesa guerrera no muere?

—Ojalá fuera así de sencillo. Por desgracia, en el caso de Xena, las cosas nunca son sencillas. Verás, la
persona que la ha asesinado lo ha hecho con total eficacia. Ha destruido el cuerpo.

Tasha frunció el ceño. La destrucción del cuerpo era señal inequívoca de que alguien quería que el
muerto en cuestión siguiera muerto. Aunque regresara y salvara a la princesa guerrera, en el momento
exacto en que su cuerpo fue destruido, se desvanecería igualmente. Paradojas, puaj. Detestaba las
paradojas.
—Vaaaaleee. Así que alguien quiere que la princesa guerrera desaparezca para siempre. Aparte de
perder a un excelente estadista, la verdad es que no veo por qué eso tiene que causar tal alteración en
las cronovías.

—La causa no es tanto la pérdida de la princesa guerrera. Es la pérdida de las vidas a las que afectó, por
breve que fuera el contacto, tras su redención. Millones de personas que deben su existencia misma a la
princesa guerrera no han nacido porque ella no estaba allí para salvar a sus antepasados —explicó la
doctora Silverstein.

—Ya te entiendo. ¿Qué tengo que hacer entonces? ¿Encontrar a una sustituta? —Lo dijo en broma, pero
la cara de Erica le dijo que había contestado a su propia pregunta—. Oh, por los dioses, ¿qué persona en
su sano juicio ocuparía el puesto de alguien que vivió hace 3000 años? Porque esto sería para toda la
vida, ¿no?

La doctora Silverstein dio una última calada a su cigarrillo y luego lo apagó en el cenicero de la mesa.

—Teníamos la esperanza de que lo hicieras tú, doctora Romanoff.

—¿Disculpa? —preguntó Tasha sin dar crédito—. ¿Queréis que lo haga yo? Ya sé que soy la única
experta en historia griega con conocimientos suficientes para comprender todo esto, pero no sé si estoy
dispuesta a abandonar este siglo para siempre.

—Tasha, escucha, no te hemos pedido que lo hagas por tus conocimientos históricos, y sabemos que te
estamos pidiendo que lo sacrifiques todo por una sola mujer... —empezó a explicar Erica.

—¿Entonces por qué me habéis elegido?

—Tienes derecho a saberlo... Tasha, tú eres la única descendiente que queda con vida de la auténtica
Xena de Anfípolis.
¿Qué debería estar sintiendo en estos momentos?, se preguntó Tasha mientras esperaba tumbada en la
inmaculada mesa de acero del laboratorio de Tarot. Tenía las muñecas, los tobillos, el pecho y la cabeza
atados a la superficie metálica, como precaución, le habían dicho, y empezaba a comprender las razones
por las que la gente se volvía loca. Por encima de ella pendía una moderna espada de Damocles,
dispuesta a robarle no la vida, sino la consciencia. Tenía unos parches llenos de cola pegajosa adheridos
a diversas zonas afeitadas de la cabeza y el zumbido electrónico de una multitud de escáneres le llenaba
los oídos hasta el punto de que estaba convencida de que en estos momentos agradecería infinitamente
un ataque furibundo de tinitus. La peste química de los desinfectantes para la esterilización le quemaba
los pelos de la nariz y Tasha sintió que el estómago le empezaba a subir por el esófago.

—Decidme otra vez que hago bien —susurró roncamente mientras Ariana, Christopher y la doctora
Silverstein preparaban el flujo neuro-mnemotécnico. La operación a la que se iba a someter secretaría
los recuerdos genéticos de Xena de Anfípolis en el hipotálamo del cerebro de Tasha, recuerdos a los que
tendría acceso y entrarían en el córtex cerebral nada más saltar a las vías. Tasha no tenía ni idea de
dónde habían sacado Ariana y Christopher los recuerdos de la ahora inexistente mujer guerrera y estaba
bastante segura de que tampoco quería preguntarlo. Todavía estaba intentando convencerse a sí misma
de que no estaba a punto de cometer el error más grande de su vida.

Al principio, había dicho que no, pero luego volvió una vez más a su piso vacío, vio todos los objetos que
Gabrielle y ella habían acumulado a lo largo de los años que habían estado juntas y no pudo soportarlo
más. En el siglo XXI no tenía nada. Mejor renunciar a su vida por unos cuantos millones de personas que
seguir adelante sin el amor que había sido su fuerza. Se puso en contacto con Erica y Ariana a las cuatro
de la mañana, anunció aturdida: "Iré", y eso fue todo.

—Claro que haces bien, Tasha. No seas tonta. Ahora relájate. Lo único que vas a sentir es un pinchazo.
—La doctora Silverstein movió la jeringa preparada para penetrar en el córtex hasta las coordenadas
definidas por láser justo encima del caballete de la nariz de Tasha. La joven historiadora se encogió un
poco al notar el ardor del anestésico que le subía por el brazo, pero esa sensación no tardó en
desvanecerse, al igual que su conciencia de lo que la rodeaba.

Tasha sintió que se deslizaba por las cronovías, con la columna vertebral atravesada por las sensaciones
de desgarro, retorcimiento, revoltijo y mareo. Una voz resonó lejanamente detrás de ella:

—Relájate, Tasha, y observa.


Asintió y en sus oídos sonaron más palabras:

—Tasha, es fundamental que tengas éxito en tu misión. Ahora vas a ver por qué.

Tasha abrió los ojos y la vista de un hermoso valle se abrió ante ella. Desde esa posición vertiginosa en lo
alto, veía el pueblecito que hervía de actividad por la cosecha. Un niño risueño y de pelo claro corría por
un sendero salpicado de terrones de barro, con una cesta llena de verduras frescas. La visión cambió y el
pueblo se transformó en un cascarón hueco y quemado lleno de cadáveres mutilados y resecos. Los ojos
internos de Tasha se cerraron y la escena desapareció. ¿Pero qué...?

—Observa... y recuerda...

Cuando la visión de su mente regresó, estaba en medio de una sangrienta batalla, había hombres
hechos trizas a su alrededor y el suelo estaba cubierto de sangre y entrañas. A lo lejos oía los ruidos de
hombres y mujeres agonizantes y las descargas irregulares de disparos pasaban a ráfagas por encima.
¿Dónde estoy?, preguntó a su guía interno.

—Estás viendo lo que ha sido/será. Esto es Francia, hacia 1918. ¿Ves a ese soldado de ahí? —Alrededor
de un joven apareció un leve resplandor blanco—. Está destinado a ser un gran escritor, uno de los
mejores de la historia, pero como la princesa guerrera dejó de existir, un joven cuya aldea fue salvada
hace tanto tiempo no se casó con una mujer, que no tuvo un hijo... y así seguimos hasta que la niña que
debía nacer y salvar a este hombre y devolverle la salud no nació. Ahora este hombre, este joven
moribundo, no tiene razón para vivir, ni para escribir.

¿Y si esa persona sí existiera?, quiso saber Tasha.

—Entonces este hombre inspirará a muchísimos otros autores y personas, así como parte del amor más
grande del siglo XX.

Vale. Y cerró los ojos.


Una vez más, se quedó flotando en la bruma atemporal. Destellos y trozos de imágenes le salpicaban la
mente. Gente que debía nacer, morir, vivir y amar, que existiría y no existiría. A través de todo ello, una
niña, luego una mujer, de pelo dorado rojizo, aparecía una y otra vez, primero como jovencita en una
aldea, luego como bardo, actuando en un gran anfiteatro de una ciudad sumida en las sombras del
atardecer. Esas imágenes cambiaban a la joven encadenada, mientras un hombre tras otro se echaban
encima de ella y sus palabras morían en su corazón. De su vientre nacían hijos y más hijos y entonces su
séptimo hijo se liberaba a empujones, nacido muerto. Una breve visión del rostro de una comadrona,
deshecho de pena mientras envolvía al bebé muerto en un paño gris y luego echaba la sábana del parto
por encima del rostro petrificado por la muerte y ajado por el tiempo de la madre. Un rostro que Tasha
conocía, incluso dormida por las drogas. Su Gabrielle.

—¡Gabrielle! —Se incorporó, rompiendo la tela de las correas que la sujetaban—. No... —Se le
hundieron los hombros al dejarse vencer por la pena que dominaba su alma. Unas manos cálidas la
sostuvieron, unas manos cálidas le enjugaron las lágrimas.

—Sshh, tranquila. Sé que es difícil. —La voz de Erica estaba ahogada de cansancio. Siguió acariciando el
pelo empapado en sudor para apartarlo de la cara de Tasha—. Ahora esos recuerdos se ocultarán en la
oscuridad de tu mente, donde serán el núcleo de tu lucha. Duerme ahora, joven. Duerme y deja que
Morfeo se lleve tu dolor.

El cerebro de Tasha, aturdido por las drogas, aceptó la sugestión y la obedeció.

En cuanto Ariana y la doctora Silverstein estuvieron seguras de que Tasha había sucumbido a la
anestesia, emprendieron el arduo proceso de implantación de musculatura cibernética y mejoras óseas,
así como el aumento de la producción de las glándulas suprarrenales y la pituitaria. Una vez completas
las modificaciones cibernéticas, introdujeron una serie de nanoordenadores quirúgicos de
autorreparación en la sangre de Tasha.

El entramado muscular y óseo daría al cuerpo de Tasha una capacidad atlética asombrosa y los nanites
garantizarían que el 98% de las heridas mortales fueran curables. Estos añadidos, unidos al intelecto de
Tasha, sus inmensos conocimientos sobre muchos estilos de lucha y sus anteriores mejoras cibernéticas
crearían un conjunto absolutamente mortífero. Sería la guerrera que sabía hacer muchas cosas.
Se despertó en su propia cama, atontada y hambrienta. Pasándose las manos por el pelo, se levantó a
trompicones de la cama, cogió su bata y fue a la cocina arrastrando los pies. En los armarios no había
nada apetitoso y su nevera estaba espantosamente vacía, pero se conformó con un vaso de sintecola y
un trozo de pan abarrotado de miel. La cafeína del refresco atacó su organismo y al poco estaba
suficientemente despierta para arrastrarse hasta la ducha sónica y vestirse para el trabajo.

El roce rítmico de la tela de su mono resonaba con fuerza por los pasillos de Tarot, S.A. mientras se
dirigía muy decidida a la cronocámara. Erica la esperaba junto a la puerta del cronovehículo, Ariana
estaba dentro del vehículo con forma de bala haciendo unos pequeños ajustes en el interior y
Christopher estaba sentado detrás de un banco de maquinaria y ordenadores que no paraban de
parpadear.

—Buenos días, doctora Romanoff —dijo Ian, el afable guardia de seguridad que estaba justo nada más
pasar la entrada de la cámara. Escaneó su tarjeta de identidad y asintió para que pasara—. Todo
funciona correctamente. Pase. La están esperando.

Había otros técnicos por allí cerca, repasando las listas de comprobación que llevaban como si fueran
biblias. "A falta de un clavo, se perdió la batalla" era una de las expresiones preferidas del personal
técnico de Tarot, S.A., que se enorgullecía de su capacidad para ocuparse de cada detalle con una fría
profesionalidad que a la mayoría de la gente le habría dado escalofríos.

Nada se dejaba al azar. Todo se comprobaba y se volvía a comprobar mil veces antes de enviar a un
guardián a las vías. Nadie quería que hubiera un accidente y aunque ocurrían, los incidentes eran pocos
y cada mucho tiempo. Tasha sonrió a todo el mundo y se acercó a la doctora Silverstein.

—¿Estamos listos? —preguntó, advirtiendo que el cronovehículo era uno de los modelos más nuevos,
equipados con neurorredes.

—Casi. Ariana quería asegurarse de que no había pasajeros "extraoficiales".

—Buena idea. Si esta Calisto está tan chiflada como la pintáis, podría convertirse en mosca y hacer un
viaje al baúl de los recuerdos.
—Eso no sería bueno, Tasha. —Erica sonrió a su protegida, contenta de que la joven controlara lo
suficiente sus emociones para bromear. En ese momento, Ariana sacó la cabeza desde las entrañas del
cronovehículo e hizo un gesto dando el visto bueno. Sonriendo a la científica de más edad, Tasha le
guiñó un ojo.

—Oye, nunca me habéis dicho qué le pasó a la Xena de esta línea temporal —dijo Tasha alegremente,
apoyada en el panel trasero del cronovehículo. Ariana resopló y Erica se rió.

—No sabíamos si lo ibas a preguntar. Nuestros informadores nos han dicho que Calisto se coló en la
tienda de la guerrera justo después de una batalla y la acuchilló por la espalda —dijo Erica por fin.

—Oh, qué agradable. ¿Cuándo fue esto? —Tasha enarcó las cejas con curiosidad.

—Un año antes de que conociera a César. Unos dos años después del ataque de Cortese a Anfípolis,
creo yo —contestó Ariana, limpiándose las manos con el trapo que llevaba en el bolsillo trasero de su
mono de trabajo.

—Oh, estupendo. Si no recuerdo mal, eso quiere decir que ahora tengo que vivir diez años de sangre,
tripas y despojos. Dioses, las cosas que hago por vosotros.

—Tasha, no te haces idea de cuánto te lo agradecemos. Si está en mis manos, pídeme lo que sea y haré
todo lo posible por concedértelo —dijo Ariana suavemente al tiempo que rodeaba el morro del vehículo
temporal.

—Pues deséame suerte. Creo que la voy a necesitar. Ah, no os cortéis y leed mi testamento, estoy
segura de que éste es un viaje sólo de ida. —Sonrió con timidez, esperando que no se le notara el
nerviosismo.

—Te vamos a echar de menos, Natasha —dijo Ariana en voz baja, abrazando estrechamente a la
historiadora. Erica y el resto del personal corearon los sentimientos de su directora y luego Tasha se
metió en el vehículo para viajes temporales y se colocó la red de cables que iba a conectar su cerebro al
ordenador central del vehículo.

—Buena suerte, guardiana Romanoff. Que los dioses te acompañen.

—Vamos allá.

La escotilla se cerró con un suspiro y las luces que la rodeaban se apagaron. Tasha cerró los ojos y colocó
las manos en los asideros de los brazos. Oyó cómo se cerraban las abrazaderas protectoras y notó el
conocido pinchazo de la aguja que le inyectaba en las venas la droga para el sueño crepuscular. Tenía
una última oportunidad para reconsiderar lo que estaba a punto de hacer.

Estoy a punto de ocupar el lugar de alguien que deja en pañales a Jack el Destripador y luego tengo que
intentar convertirme en la Madre Teresa. ¿Cuál seré? Si la cago demasiado, ¿Ariana enviará a alguien
para matar a esta nueva persona que voy a ser? ¿Saldré de ésta con vida? Me preg... Sus pensamientos
se vieron interrumpidos por el resplandor láser de la interfaz neural que atravesó su mente consciente y
le introdujo en el cerebro todos los conocimientos que iba a necesitar para convertirse en Xena,
Princesa Guerrera. Una serie de pensamientos, sensaciones e imágenes cruzaron su mente a tal
velocidad que apenas le dio tiempo de darse cuenta de que algo estallaba en su interior y luego ya no
supo nada más.

Capítulo 3: Resurrección

Para siempre es un dios en el que nadie cree de verdad, pero que todo el mundo desearía que fuera
verdadero.

—Desconocido

Xena se despertó sobresaltada. Estaba tumbada totalmente desnuda en un campo de trigo y el sol de la
mañana acariciaba su cuerpo con sus cálidos besos veraniegos. Incorporándose, se pasó las manos por
el cuerpo lleno de cicatrices de combate y descubrió consternada que tenía tres nuevas heridas apenas
curadas. No tenía ni idea de dónde había sacado las cicatrices, pero se alegró al advertir que aunque
estaba desnuda como cuando vino al mundo, estaba viva.
—Supongo que eso quiere decir que he ganado. Bueno, ¿y dónde Hades están mis cosas? ¿Y qué Tártaro
he hecho con mi ejército? —rezongó. Tras buscar por su alrededores, encontró un baúl cerrado, pero sin
que le hubieran echado la llave. Al abrirlo, encontró su armadura, sus armas y unos cuantos dinares en
monedas sueltas. Se puso la conocida túnica de cuero bien ceñida al cuerpo, se armó con la facilidad que
da la práctica y miró a su alrededor, tratando de hacerse una idea de dónde estaba. Al no reconocer las
tierras que la rodeaban, soltó un silbido estridente y se alegró al oír el relincho de respuesta de un
caballo. Por el campo de grano apenas madurado se acercaba al galope un hermoso semental gris.
Estuvo a punto de tirarla al suelo por su afán de que lo acariciara y rascara, agitándole el pelo con
resoplidos cálidos que olían a heno. Xena se echó a reír ante la evidente alegría de su montura al verla.

—Oye, oye, está bien, tranquilo, chico. Sí, sí, yo también me alegro de verte. —Acarició y dio palmaditas
al caballo hasta que se calmó lo suficiente para permitirle montar en su lomo—. Bueno, Fantos, vamos a
ver dónde estamos. ¡Jiah!

Fantos salió despedido con un relincho, levantando nubes de polvo a su paso.

Viajaron durante tres marcas y por fin llegaron a una pequeña y apacible aldea. Un cartel colocado fuera
de la aldea proclamaba que se trataba de "Tierne".

—Un pueblecito precioso... listo para ser cosechado. —Xena se lamió los labios llena de emoción ante la
idea de una buena lucha—. De todas formas, me parece que no me vendría mal un poco de dinero. —
Dirigió a su caballo hacia la taberna situada en medio de la plaza del pueblo. Tras atar a Fantos al
oportuno poste, entró con aire jactancioso en la taberna, examinando a la clientela por si había soldados
y/o problemas. Casi todos los ocupantes de la sala eran granjeros que disfrutaban de una bebida
refrescante antes de volver a casa con sus familias, pero había unos cuantos de esos hombres
endurecidos que a ella le gustaba tener en su ejército. Lanzándole un dinar al tabernero, sonrió
ampliamente a toda la sala y dijo con indiferencia—: Cerveza, y que sea rápido. Necesito apagar la sed.

Un guerrero desdentado de barba rala se levantó.

—Oye, mocita, yo estoy dispuesto a apagar tu sed.


Los ocupantes de la sala se rieron por lo bajo. Xena enarcó una ceja.

—¿No me digas? —dijo despacio, recorriendo con los ojos el aspecto desaliñado del hombre—. ¿Qué te
hace pensar que podrías seguir mi ritmo, viejo?

—Je je. Mocita, yo soy Meklos el valiente. En mis buenos tiempos maté a muchos enemigos. Puede que
sea viejo, pero no estoy muerto. Puedo satisfacer tus necesidades. —Se agarró la entrepierna con gesto
provocativo y sonrió lascivamente. Las risas apagadas se transformaron en burlas y carcajadas. El
tabernero, al advertir el brillo peligroso de los ojos de aguamarina de la mujer guerrera, se agachó
detrás del mostrador y se puso a rezar a Dionisos para que su preciada taberna no resultara demasiado
destrozada.

—Bueno, Meklos el valiente, pues yo soy Xena. Y no tengo ninguna necesidad que tú puedas satisfacer.
—Xena sonrió por dentro al oír la exclamación de miedo que soltaron los ocupantes de la sala. Meklos
se dejó caer en la silla con la cara blanca como el mármol.

—¿Xe...Xena? Pero yo... yo... yo creía que estabas m...m...muerta —balbuceó. Al instante ella cruzó la
sala, le incrustó dos dedos en el cuello y le echó la cabeza hacia atrás de un doloroso tirón.

—Acabo de cortar el flujo de sangre a tu cerebro. Te quedan treinta segundos de vida asquerosa. No los
malgastes y dime por qué creías que estaba muerta.

—El... tu comandante... Miken, creo, pasó por aquí... aaajj... brindó por... aaajj... tu memoria... —A
Meklos se le fue apagando la voz y de la nariz le empezó a caer un hilo de sangre. Xena soltó un bufido
de impaciencia y liberó al indefenso borracho. Arrugando la nariz por el repentino y apestoso hedor a
orina, hizo otra pregunta atragantándose.

—¿Cuándo fue esto?

Él tomó aliento entrecortadamente antes de responder.


—Hace como una semana.

Xena pensó a toda velocidad. Una semana... recordaba haberse metido a rastras en su tienda después
de saciar la lujuria de combate que se había adueñado de ella con uno de sus soldados más atractivos.
Borracha, agotada y harta de luchar contra los que se atrevían a amenazar la seguridad de su patria,
Xena se quedó profundamente dormida. Xena se frotó los ojos. Por los dioses, ¿se había pasado una
semana entera borracha? Eso explicaría sin duda que me haya despertado totalmente desnuda en un
campo de trigo, pero no por qué todo el mundo ha creído que estaba muerta... a menos... bueno,
supongo que podría haberme perdido o algo así por la borrachera.

—¿Dijo Miken por qué pensaba que estaba muerta? —le preguntó al borracho.

—Sólo dijo que alguien te había asesinado mientras dormías, princesa. Por favor, no me hagas daño. —
Estaba de rodillas, suplicando. ¿¡Asesinada!? ¿Mientras dormía? ¡Dioses! Entonces le vino un levísimo
recuerdo de haberse despertado en medio de la noche, pidiendo a una esclava, de haber violado a la
asustada mujer y de haberse adentrado después en la noche tambaleándose. Al poco se encontró ante
el altar de Ares y como era una devota seguidora de su dios, se postró ante el altar, ofreciendo su
cuerpo al amo de la guerra. Éste apareció, contento de verla, y pasaron una eternidad intercambiando
historias de guerra. Cayó en la cuenta de que la muerta debía de ser la esclava corporal y que Miken
debía der ser demasiado estúpido, o demasiado ansioso por asumir el mando, para mirar más allá de las
manchas de sangre. Bueno, ya se ocuparía de su ex lugarteniente en cuanto tuviera tiempo. Por el
momento, le estaba empezando a doler la cabeza por tanto pensamiento vertiginoso que se movía por
su cerebro aún aturdido.

—Puedes vivir... por ahora. A Hades no le hacen falta más borrachos inútiles. —Regresando al bar,
alargó la mano por encima del mostrador, agarró al hombre asustado que seguía agachado cerca del
suelo y gruñó—: ¿¡Dónde está mi cerveza!?

—¡Marchando! —farfulló el hombre, escabulléndose para servirle la bebida. Al seguir pensando en los
rumores de su muerte le empeoró el dolor de cabeza, cosa que no hizo gracia a la princesa guerrera.
Para acabar con el martilleo incesante que tenía en el cráneo, se dispuso a emborracharse de lo lindo.

Ya salía la luna cuando la guerrera salió a trompicones en busca de un callejón donde desplomarse. Al
chocarse con una mujer que corría a casa en la oscuridad, Xena maldijo en seis idiomas hasta que miró
bien a la mujer que se esforzaba por levantarse. El cerebro de Xena, embrutecido por el alcohol, se
quedó atónito. La mujer era sumamente atractiva y su postura sumisa en el suelo la hacía aún más
deseable para la señora de la guerra. Agarrando a la mujer por el brazo que agitaba, la puso en pie de un
tirón.

—Lo siento —dijo la guerrera, pronunciando despacio por la embriaguez.

—Oh, no, ha sido culpa mía. Tendría que haber mirado por dónde iba. ¡Oh! Pareces muy cansada.
¿Tienes dónde dormir? Oh, claro que sí, tú eres Xena, la princesa guerrera... —La mujer parloteaba a
toda velocidad.

—Nooooo —dijo Xena alargando la palabra—. No tengo. Esta noche iba a dormir en el bosque. ¿Me
ofreces algo mejor? —Sonrió lascivamente. La mujer se sonrojó, pero asintió ligeramente.

—S...sí. Te puedo ofrecer un camastro que tengo de sobra.

Xena se pegó más a la mujer. Clavó un momento la mirada en el bello rostro de la mujer y luego le
sujetó la muñeca con más fuerza.

—¿Sólo un camastro de sobra? —preguntó con voz ronca, dejando que su sexualidad natural tiñera el
tono de la pregunta. La mujer se puso colorada como un tomate, cosa bien visible a la luz de la luna.

—Mm... pues... o sea... bueno... yo... aah... si quieres más, ¿cómo te voy a decir que no? Sólo soy Adara,
nadie especial. —Adara estaba empezando a sudar, aunque la noche era fresca.

—Bueno, Adara-nadie-especial, ¿sabes qué me gustaría? —Xena siguió derramando insinuaciones


eróticas en la conversación.

—N...no. L...la verdad es que no.


—Lo que me gustaría, Adara, es tomarte, aquí y ahora, y follarte viva. —Pasando de las palabras a la
acción, Xena atrapó la boca de la bella muchacha con la suya y atacó su cuerpo con las manos. Adara se
quedó rígida al principio, pero cuando las manos de la señora de la guerra siguieron acariciándole el
cuerpo, su propia sexualidad brotó hasta la superficie y empezó a corresponder a la pasión de Xena con
su propio fuego. Xena reaccionó a la necesidad de la muchacha empujándola bruscamente contra una
pared, levantándole la falda y metiendo dos dedos en la mata de pelo ahora húmeda que tenía entre las
piernas. Adara gimió suavemente por la penetración y luego empujó hacia abajo cuando los dedos
empezaron a entrar y salir rápidamente.

—Ooh. Dioses... —susurró entrecortadamente—. Qué... gusto... da... —jadeó.

—Sí, me das mucho gusto, Adara. Follarte es estupendo —gruñó Xena al oído de la joven y le mordió la
arteria que palpitaba aceleradamente.

—¡Aah! —logró jadear Adara. Los dedos que tenía dentro aumentaron de ritmo y luego se retiraron,
dejándola a punto de... algo—. ¡No! No... —exclamó.

—¿Me deseas, Adara? Llévame a casa y te prometo que te haré sentir cosas... haré que te corras. —A
Adara se le estaban poniendo los ojos vidriosos con cada palabra y empezó a asentir—. Haré que te
corras con tal fuerza que jamás volverás a mirar a nadie sin pensar en mí.

Sin habla, Adara cogió la mano que le ofrecía la guerrera y llevó a Xena hasta su casa.

Xena cumplió su palabra. Estuvo follándose a Adara toda la noche y la mayor parte del día siguiente y
cuando la pasión de la señora de la guerra se agotó por fin, cumplió su otra promesa. Se aseguró de que
la muchacha jamás la olvidara. Justo cuando la agotada campesina se estaba quedando dormida, Xena
sacó su puñal y le cortó dos dedos a la chica. Adara gritó y se incorporó por el choque del dolor y luego
se desplomó en la cama con un gemido al ver la expresión fiera de la guerrera.

—¿Por qué? —sollozó. Xena agitó los dedos cortados bajo la nariz de la muchacha.
—Estos dedos me han dado placer. Creo que me los tendré que quedar para que nadie más conozca su
talento. —Se echó a reír salvajemente al ver la expresión de terror absoluto que se apoderó del rostro
angelical de Adara. Acariciando la mandíbula de la muchacha con el puñal ensangrentado, sonrió
malévolamente y se deleitó en los dibujos que la esencia roja de la muchacha dejaba sobre la cremosa
piel. Inclinándose, besó a Adara apasionadamente y susurró—: Déjame la puerta abierta, preciosa. Has
sido un polvo estupendo.

Xena se marchó de Tierne al día siguiente, en dirección a Therma. Viajó deprisa, cubriendo la distancia
en tan sólo cinco días. En Therma, se encontró con Darfus, un guerrero de segunda categoría que había
servido en su ejército cuando combatió contra los centauros. Huelga decir que Darfus se sorprendió al
verla.

—¡Xena! —vociferó desde el otro lado de la taberna cuando la vio entrar—. ¡Creía que estabas muerta!

—Darfus —respondió ella, estrechándole el brazo y sonriendo de oreja a oreja—. Los rumores sobre mi
muerte eran muy exagerados.

—¡Ya lo veo! Bueno, ¿has vuelto de verdad? Quiero decir, —le sonrió con lascivia—, ¿volvemos a la
carga? Porque sé dónde están casi todos los hombres...

Xena sonrió al ver la sonrisa desdentada de este hombre tan poco atractivo.

—Excelente. Tengo sed, ¿tú tienes sed? Bien. Darfus, acabas de ganarte un ascenso. Vamos a celebrarlo
con una copa.

Y así comenzaron los diez años de mi reinado de terror. Caí sobre Grecia con una ferocidad nacida de la
desesperación y la ira. Ares vino a mí durante un tiempo y en sus brazos aprendí algunos de los actos
más crueles de la humanidad. Después de Ares, conocí a César y de él aprendí la lección de la traición.
Jurando no volver a dejarme controlar nunca más por las emociones, fui a Oriente, alejándome de la
tierra que me había visto nacer y del hogar que ya no me quería. En las grandes llanuras de Rus, conocí a
Borias, un guerrero salvaje y apasionado cuya presencia hacía que me cantara la sangre, llevándome a
sus brazos como un animal en celo. De Borias aprendí cómo aterrorizar el corazón del enemigo y cómo
usar ese terror para obtener el mayor beneficio. Fue Borias quien me presentó a la sabia cuyas
enseñanzas tenían un valor que no reconocí hasta que fue casi demasiado tarde.

Lao Ma. La mujer de Chin que era delicada como el agua y dura como una riada desbocada. Me ofreció
su amor y su sabiduría, pero yo fui incapaz de aceptar ninguna de las dos cosas. Sus palabras me
marcaron el alma y sus poderes me curaron las piernas destrozadas, legado de mi relación con César,
pero así y todo, después de que se hubiera arriesgado tanto para llegar a mí, desprecié sus enseñanzas
para seguir el camino más fácil de la asesina despiadada. Podría haberme alejado de Ares entonces,
pero fui demasiado débil. Traicioné las enseñanzas de Lao Ma cuando maté a Ming T'su y rechacé su
amor cuando amenacé con hacerle lo mismo a su hijo, Ming T'ien.

Nos desterró a Borias y a mí de la tierra de Chin, jurando que si alguna vez volvíamos a poner el pie en
su lado de la Gran Muralla, perderíamos la vida. Me dio igual. Borias era ahora mío por completo y me
dispuse a dejar mi huella en el mundo.

Regresamos a Grecia, formamos un ejército y empecé a aplicar las lecciones que había aprendido para
que mi nombre se extendiera por el territorio como un incendio. Nos encontramos con los centauros y
di a luz a mi hijo, Solón. Borias resultó muerto cuando intentaba llegar a un acuerdo de paz con los
centauros y perdí las ganas de luchar contra ellos. Después de entregarle mi hijo a Kaleipus, en parte
para confirmar mis intenciones pacíficas y en parte para proteger a mi niño de aquellos que querrían
usarlo en mi contra, me alejé de esa parte de mi vida. Pero continué siendo el azote de Grecia y al poco,
fuera a donde fuese, todo el mundo conocía mi nombre. Xena, la Princesa Guerrera.

La batalla de Corinto me llevó hasta Cirra, donde destruí a sangre fría hasta la última viga y teja de ese
pueblecito. Sólo ahora me doy cuenta de por qué mi furia era tan grande que convertí una próspera
aldea en una ruina arrasada por el fuego, pero entonces sólo conocía la bruma roja de la muerte.
Todavía recuerdo a una niña pequeña que se volvió para mirarme, con la cara tiznada de hollín y dolor, y
exclamó: "¿Por qué?" Entonces no supe qué responderle, de modo que me alejé a caballo, sin mirar
atrás.

—Extracto de Ecos de guerra: lecciones de una princesa guerrera, de Gabrielle de Potedaia


Capítulo 4: La lucha interna

¿Cuál es la recompensa? preguntó. No hay una recompensa auténtica salvo la que nosotros mismos nos
damos.

—Desconocido

En la superficie, no quedaba rastro de Natasha Catherine Romanoff. Sólo la Princesa Guerrera era
evidente al mundo exterior. Y menuda guerrera era. Ares se regocijaba con sus matanzas y observaba
personalmente cada campo de batalla en el que ella intervenía. Absorbía el olor de la muerte y la
carnicería que dejaba a su paso. Plantado en medio de un campo salpicado de la sangre de diez mil
hombres, cogió una espada ensangrentada, pasó los dedos por la masa que cubría la hoja y pensó: Esta
Xena me gusta más que la original. Me la tengo que quedar sin duda alguna. Tengo que acordarme de
darles las gracias a Temis y a Cronos en algún momento.

Sin embargo, por la noche, en sus sueños más profundos, Tasha era consciente. Consciente y asqueada
por los horrores que cometía su cuerpo de día. Rabiaba, se desesperaba, lloraba y juraba que al día
siguiente, de algún modo, de alguna manera, lanzaría su cuerpo sobre una espada enemiga, pero todos
los días se despertaba y era Ella de nuevo. Sin control. Sin conciencia hasta que llegaba el sueño.
Entonces las atrocidades empeoraron. Crucifixiones que hacían parecer moderados a los romanos.
Matanzas completas de aldeas sólo por el placer de ver la tierra teñida de rojo. Rapiñas, saqueos... todas
las cosas que hacían temible a un señor de la guerra. Xena era la muerte y el miedo. Cuando llegaba a un
pueblo, ni los ratones lograban escapar. Mataba todo cuanto tocaba. El único escrúpulo moral que tenía
era sencillo. Nada de mujeres. Nada de niños. Tras el horror de Cirra, ni siquiera Xena soportaba ver
morir a un niño. Los crímenes fueron sepultando cada vez más a la lógica y afectuosa Tasha dentro de su
propia psique hasta que ni siquiera ella lograba encontrarse a sí misma en sus sueños y las noches se
hicieron también de Xena.

Un día, Xena decidió que inspirar miedo en el corazón de casi toda Grecia no era suficiente. Quería el
mundo. Pero para conseguirlo, se dio cuenta de que tendría que librarse de cualquier obstáculo. Y un
obstáculo gigantesco era Hércules. El hijo de Zeus no se iba a quedar sentado sin hacer nada mientras
ella se divertía con los ciudadanos de Grecia y del mundo. Sabía que tenía que matarlo. La pregunta era,
¿cómo? Dándole vueltas a la idea, se dispuso a formar el ejército más grande que había dirigido en su
vida. Bandidos, ladrones, asesinos, rufianes de tres al cuarto sin nada que perder y todo que ganar
sirviéndola a ella. Juntó a sus fuerzas en Elisia, su fortaleza de Arcadia, y procedió a hacer que todos y
cada uno de ellos le fueran totalmente leales, usando ya fuera su cuerpo, su mente o su espada. Para
cuando estuvo lista para llevar a cabo el plan que tan cuidadosamente había ideado, todos besaban el
suelo que pisaba. Era la Princesa Guerrera y ellos eran sus leales súbditos.
La primera parte del plan consistía en poner a Iolaus, el mejor amigo de Hércules, en contra de éste.
Lograrlo fue sencillísimo. Haciéndose pasar por una mujer que buscaba ayuda contra un señor de la
guerra llamado Patrakus, convenció a Iolaus de que la siguiera. Usar sus encantos para hechizar al
hombre fue tan fácil que le pareció patético. La segunda parte de su plan consistía en enviar a su
lugarteniente Theodorus contra Hércules. Sabía que el muy necio fracasaría, pero su ataque traería a
Hércules hasta ella y socavaría la fe de Iolaus en su amigo. Como era de esperar, Hércules y Iolaus se
pelearon e intercambiaron duras palabras. Había conseguido enemistar a los dos amigos. Hércules se
marchó con el rabo entre las piernas.

Sabía que Estrogón se doblegaría ante la superioridad de Hércules como luchador y cortarle el cuello al
idiota con su chakram fue un acto de puro placer. Tras alejarse velozmente a lomos de Fantos, continuó
desarrollando sus planes para acabar con la vida del hijo de Zeus. Fue facilísimo fingirse herida. Iolaus se
mostró tan solícito como se esperaba e indignado por el "ataque" de su ex amigo y ahora estaba
dispuesto a hacer el trabajo sucio por ella. Xena se permitió una ligera sonrisa de triunfo.

De noche, en los rincones más oscuros de su mente, Tasha se desesperaba. Sabía que todo esto tenía
que pasar, pero la visión constante de una atrocidad tras otra estaba empezando a desgastarla. Temía
que la maldad de la locura de Xena estuviera venciendo y que nunca podría empujarla hacia la
redención que sabía que debía ocurrir.

Los planes de Xena fracasaron. La amistad de Iolaus y Hércules resultó demasiado fuerte para su control
sexual. Huyó derrotada, pero juró vengarse. Tardó un tiempo, pero consiguió reunir más hombres para
apoyarla. De los hombres con los que se había enfrentado a Hércules sólo quedaba Darfus. Por su
lealtad, lo nombró su segundo al mando. Poco imaginaba cúanto le iba a costar este ascenso.

Trasladándose de Arcadia a las provincias partas, Xena se recreaba en el poder que sentía cuando una
aldea tras otra caía bajo su espada. Empezó a haber roces entre Darfus y ella por su férrea decisión de
perdonar a mujeres y niños, lo cual los llevó a los dos, junto con el ayudante de Darfus, a discutir en lo
alto de una colina por el tratamiento que iba a recibir la aldea que tenían debajo. Xena se aferraba
resueltamente a la creencia de que ella no era una bárbara y no quiso ni oír hablar de los planes de
Darfus para atacar esa noche. Darfus se mostró despreciativo hacia sus planes, pero la obedeció por el
momento. Al día siguiente, llevaron a cabo los planes de Xena y atacaron la aldea.
Cuando Xena levantó la mirada y vio a Darfus sacando la espada empapada en sangre del cuerpo de una
mujer, una rabia fría atenazó su alma. Tasha, que seguía luchando por llegar de alguna manera al
corazón de la princesa guerrera, se aferró a este acto como si fuera una tabla de salvación y se puso a
susurrar en la mente de Xena que ella no era el monstruo que creía ser. Que ella podía ser mejor. Xena
sacudió la cabeza para quitarse esas ideas inquietantes de la mente y dirigió una mirada a Darfus que
decía claramente: "Luego hablamos".

Después de la batalla, en su tienda de mando, Darfus y ella discutieron acaloradamente. Ella se marchó
de la tienda convencida de que él cumpliría sus órdenes con lealtad. El viaje hasta las aldeas del norte no
fue largo, pero bastó para fomentar la rebelión en sus filas. Al llegar a los restos calcinados de la aldea
oriental, Xena sintió de nuevo una ira fría y asqueada ante la traición de Darfus. Se enfrentó a él y
cuando estaba a punto de borrarle la sonrisa burlona de la cara a puñetazo limpio, oyó el llanto del bebé.
Ese llanto hizo que Tasha se hiciera casi por completo con el control de su cuerpo y corrió a ver de
dónde salía. El descubrimiento de un solo niño con vida en medio de la carnicería bastó para romper el
ciclo de odio hacia sí misma que giraba dentro de la mente de Xena y permitió que algunas de las ideas
que había estado sembrando Tasha echaran raíces. Cogiendo al niño para ponerlo a salvo de Darfus,
Xena regresó velozmente a su campamento para pensar. Tenía que ocuparse de Darfus. Tenía que
recuperar la lealtad de sus hombres. Dejando al bebé al cuidado del gracioso mercader Salmoncillo, o
algo así, fue a enfrentarse a Darfus.

Apuntar a la garganta del idiota con su espada no bastó para que éste dejara de sonreír con sorna y
cuando sus hombres se pusieron de parte de él, supo que había perdido la batalla. Resignada a su suerte,
se puso en paz con los dioses y se dejó llevar a rastras para enfrentarse al suplicio.

Mientras los hombres formaban dos filas y el ayudante de Darfus le quitaba la armadura y las armas,
sintió que su rabia y su frustración se transformaban en la férrea resolución de superar este desafío, sólo
por tener el placer paradisíaco de despellejar vivo a su traicionero lugarteniente. Llegaron los golpes,
que la tiraron al suelo, y cada uno de sus hombres se fue desquitando con ella por turno. Cada golpe
fortalecía su voluntad hasta que, en lo más hondo de su ser, encontró la fuerza necesaria para luchar a
su vez y por fin vio el profundo surco en la tierra que señalaba el final de su suplicio. Desplomándose,
dejó que las risas triunfales de los hombres de Darfus flotaran por encima de ella. Entonces,
levantándose como si hubiera renacido, se volvió para mirar a cada uno de los hombres, con la muerte
escrita en los ojos. Dejó asomar una sonrisa de satisfacción cuando los hombres se negaron a acatar la
orden de Darfus para que acabaran con ella. Había ganado la guerra.
Mientras se curaba de sus heridas tuvo tiempo de pensar, de planear su venganza. La noticia de que
Hércules estaba en la zona le daba el medio para lograr esa venganza y posiblemente para recuperar la
lealtad de sus hombres.

Luchar con Hércules cuando todavía se estaba recuperando de las heridas sufridas durante el suplicio no
fue tal vez una de las cosas más inteligentes que había hecho en su vida, pero su orgullo le impedía
rendirse. Tumbada boca arriba, con el sol en los ojos mientras el hijo de Zeus sujetaba su espada contra
su garganta, se vio obligada a reconocer que tal vez se había equivocado. Se rindió. Cuando cerró los
ojos para no ver su suerte, se quedó atónita al darse cuenta de que aún no estaba muerta. Cuando él la
liberó y le dijo que había otras formas de vivir, Tasha supo que ahora ya tenía una manera de penetrar
en los pensamientos de Xena. Lo difícil sería conseguir que Xena colaborara con ella. Huyó a las colinas,
con el corazón atenazado por la incertidumbre.

Encontró una cueva en una colina y se derrumbó. Su mente estaba embrollada, librando una batalla
interna que descubrió que no tenía fuerzas para controlar. Xena se quedó profundamente dormida.

Tasha se despertó dentro de la cueva, con el cuerpo entumecido y dolorido por dormir en el duro suelo.
Estirando el cuerpo —su cuerpo— por primera vez desde hacía diez años, hizo un inventario mental de
la década de daños que había aguantado su forma física.

—No está mal, princesa guerrera. En general, yo diría que me has tratado bien. Aunque debo decir que
tu gusto en materia de compañeros de cama ha sido... interesante.

Efectivamente, la princesa guerrera se había acostado con cualquier cosa que tuviera dos piernas para
conseguir lo que quería. La lujuría de combate la había llevado a yacer con soldados sucios, mozas de
taberna tan comidas de viruela que le sorprendía que no vivieran en leproserías y rameras a dos dinares
que no valían ni un dracma. Tenía los músculos más duros que nunca y su dominio de las armas era
increíble, como comprobó Tasha al dejarse llevar por el entrenamiento automático de su cuerpo.
Olfateó enérgicamente y arrugó la nariz.

—Jo, princesa, a ver si te bañas, ¿no? Bueno, vamos a ver si puedo llevarte en la dirección adecuada.
Todos los pensamientos de Tasha sobre el futuro habían quedado purgados por el tiempo que había
pasado como prisionera silenciosa dentro de su propio cuerpo. Ya no recordaba el amor que había
perdido, sólo sabía que tenía un trabajo que hacer.

Sentada de nuevo en el frío suelo de piedra de la cueva, se sumió en un trance meditabundo. Uniendo
su mente a la mente de la princesa guerrera, le mostró a Xena que su futuro no tenía que ser el de una
asesina sedienta de sangre al servicio de Ares. Que podría ser una fuerza del bien, como Hércules. Sacó a
la luz los sueños de infancia de la mujer, en los que era una heroína. Repasó los recuerdos de lo bien que
se había sentido la princesa guerrera cuando hizo huir a los hombres de Cortese, de lo orgulloso que
estaba Liceus de ella. Utilizó las enseñanzas de Lao Ma, la sabia mujer de Chin, para ilustrar cómo verían
otras personas a la fuerza del bien que podía llegar a ser la guerrera, cómo el título de "Princesa
Guerrera" podía estar lleno de honor, no de miedo.

Xena se despertó, confusa y estremecida por sus sueños. Estaba apoyada en la pared de la caverna y una
levísima imagen de la sonrisa de su hermano pequeño Liceus flotaba en los aledaños de su mente.
Luchando por sobreponerse al remordimiento que sentía por sus crímenes, se dejó consumir por su
rabia contra Darfus. No sabía qué iba a hacer con su futuro, pero sabía que tenía que matar ahora
mismo al hombre que había destruido su concepto de la vida.

Capítulo 5: Una meta común

Los tiempos difíciles exigen dar un paseo tonto por el jardín con los zapatos del revés y coletas en el pelo.

—Desconocido

Cuando el cuerpo sin vida de Darfus cayó al suelo ante ella, Xena se dio cuenta de que se había acabado.
Su venganza estaba completa. Darfus y sus traicioneros hombres habían desaparecido y ahora era libre
de marcharse y formar un nuevo ejército, pero por alguna razón esa idea no le apetecía gran cosa.
Hércules la miró y le sonrió cálidamente. Ese regalo de amistad le daba una sensación tan buena. Sus
claros ojos azules se encontraron con los de ella, que tragó con dificultad. Se sintió invadida por una
euforia vertiginosa, cosa que no sentía desde que era una niña que sonreía tímidamente a Mafías
cuando éste le ponía flores en las trenzas.
Devolver al hijo de Spiros era lo mínimo que podía hacer para reparar el daño que había causado y fue
algo que hizo con total sinceridad. Se alejó en la noche para dejar de oler el hedor a muerte y oyó a
Hércules, que se acercó por detrás de ella. Contemplando la luna, oyó carraspear al hombretón.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer ahora, Xena?

Antes había comentado que no le importaría viajar con él, pero ahora no sabía si él podría tolerar su
presencia.

—Pues, mm, decía en serio lo de viajar contigo, ¿si no te importa? —Se volvió con timidez—. O sea, si
me puedes perdonar por intentar matarte.

Hércules sonrió de nuevo.

—Oh, creo que podemos hacer un esfuerzo. —Le estrechó el brazo—. Bienvenida al equipo, Xena. Me
alegro de contar contigo.

Algo en el interior de Xena saltó de alegría.

—Me alegro de estar aquí.

El viaje hasta Ilisia fue muy duro. Mientras el odio de Iolaus le quemaba la espalda y las dudas de
Salmoneus con respecto a sí mismo armonizaban con las suyas, Xena se concentró en lo único que podía
impedirle volverse loca: la destrucción del no muerto Darfus. Enamorarse de Hércules no entraba en
absoluto en sus planes, pero Tasha no podía negarle a la guerrera que llevaba dentro y que ahora era
tan parte de ella como ella era parte de la guerrera cualquier grado de consuelo y guía hacia la
redención que pudiera encontrar. La derrota de Darfus y el Graegus le pareció patéticamente fácil
comparada con la lucha para ahuyentar sus propios demonios internos. El hecho de que Ares no
estuviera dispuesto a renunciar sin luchar a la influencia que tenía sobre la princesa guerrera no hizo
más que fortalecer su decisión de cambiar. En la oscuridad de muchas noches de escasa luna, Tasha
trabajó febrilmente para darle ánimos y una sólida base donde sustentar la creencia de que lo que Xena
estaba haciendo era lo correcto. Era una batalla difícil. Tasha tenía que luchar contra la repugnancia que
ella misma sentía por los crímenes de Xena y contra el odio y las dudas hacia sí misma que sentía la
propia Xena. Lo mejor que se le ocurrió fue recordarle a Xena una y otra vez esos sueños de infancia que
había compartido con Liceus en los que se convertía en la mayor heroína conocida por Grecia.

Terminada la batalla, cuando Salmoneus volvió a ser el amable tontaina al que había cogido mucho
cariño y Iolaus aprendió a no odiarla, se despidió del hombre que tanto le había dado. Lo decía en serio
cuando le dijo que él había desencadenado su corazón, su corazón y mucho más. Tasha estaba más que
agradecida por el convencimiento de Hércules de que Xena podía ser todo lo buena persona que
quisiera ser. Quería quedarse más tiempo con él, pero la parte de sí misma que era Xena y que seguía
teniendo la mayor parte del control creía que le iría mejor si seguía adelante sola.

Capítulo 6: Intermedio

¿Qué ha sido de las flores? Se las ha comido el perrito.

—Desconocido

Calisto estaba sentada en su sillón de cuero negro contemplando su cronovídeo con un brillo malicioso
en los ojos. Los rasgos de duende de la mujer se volvieron malévolos mientras sostenía con la punta del
dedo una antigua daga cuya hoja estaba cubierta de herrumbre por el paso de los años. Ah, cómo había
gozado con la sensación de la espada al hundirse en la espalda de la princesa guerrera. Recordaba cómo
se había colado en la tienda de Xena mientras la guerrera dormía después de quemar un pueblecito
miserable y cómo se quedó mirando a la mujer que dormía tras haber pasado la velada divirtiéndose
con un guerrero con cicatrices en la cara.

—Esto es demasiado fácil —murmuró en voz alta y atravesó la espalda de la guerrera con su espada.
Recordó los ásperos crujidos cuando la hoja penetró los huesos y los tendones y se lamió los labios al
recordar con deleite el sabor de la sangre de Xena. Qué cosa tan deliciosa. Sus labios se curvaron en una
sonrisa feroz. Calisto sabía que el satisfactorio chorro del rojo líquido vital que la alcanzó en los ojos
jamás borraría del todo la imagen de su madre y su hermana, acurrucadas en su casa en llamas, pero sí
que hacía que se sintiera mucho mejor. La muerte había sido rápida para Xena y a Calisto casi le daba
pena que hubiera terminado, pero daba igual. Ahora, su madre y su hermana vivirían. Y en alguna parte,
otra Calisto podría crecer hasta convertirse en la mujer que tendría que haber sido.
Entonces la vista de la pantalla de vídeo cambió, se transformó. En lugar de ver a su yo alternativo
pasando por las cosas corrientes de la vida, vio a la princesa guerrera, viva y entera, luchando contra los
vasallos de Darfus en Ilisia. La daga que giraba cayó al suelo con un golpe hueco.

—¡NO! —gritó y se levantó de un salto del sillón. Corrió a su cronovehículo personal para acabar con las
intervenciones de Tarot, S.A. de una vez por todas. Su cerebro iba ideando planes para destruir a todos y
cada uno de los descendientes vivos y muertos de la princesa guerrera y borrar a Xena de la faz de la
historia para siempre. Pero cuando llegó, no estaba sola. Plantados ante su vehículo para viajes
temporales estaban Ariana Hunter, Christopher Watchman y Erica Silverstein.

—Oh, pero qué cosa tan tierna —dijo con desprecio—. Una fiesta de despedida siempre es agradable.
¿Habéis venido a ver cómo le clavo la espada otra vez a vuestra preciosa princesa guerrera? Lo siento,
me gustaría quedarme a charlar, pero tengo cosas que hacer, eras a las que ir y miles de personas que
matar. Ahora quitad de en medio.

—Calisto, no puedes matar a todos los parientes de Xena. —Erica intentó razonar con la diosa demente.

—¿Ah, no? —Dio la impresión de pararse a pensar en lo que había dicho la física. Dándose golpecitos
con los dedos en la mejilla, ladeó la cabeza y sonrió de oreja a oreja—. ¿Y creéis que me lo vais a impedir?
Pues no.

Los tres mortales se apartaron del cronovehículo, lo cual reveló que estaba totalmente desmantelado.
La ira se adueñó del corazón de la maligna diosa, que bajó la mano al costado y sacó su pistola de
plasma. Disparando dos veces contra Ariana y Christopher, se llevó una sorpresa, aunque agradable, al
ver que Erica se interponía en la trayectoria de los dos proyectiles de energía. Dos agujeros rojos
aparecieron en la espalda de la física, que se desplomó en el suelo. Los dos dioses mortales cayeron de
rodillas junto a la mujer agonizante.

—¿Por qué has hecho eso, Erica? No nos habrían hecho daño —dijo Chris entristecido.

—Porque os quiero a los dos más que a mi vida —fue la respuesta ahogada en sangre. Las lágrimas
inmortales se unieron y cayeron sobre el rostro inmóvil por la muerte de la mujer que había descubierto
el viaje en el tiempo. Los dos dioses se miraron, luego se levantaron a la vez y adoptaron de nuevo su
esencia olímpica.

—Estamos hartos de ti, Calisto. Por orden del Tribunal de los Dioses, tus poderes quedan rescindidos. —
Cronos y Artemisa se abalanzaron sobre la enloquecida asesina y cada uno agarró un brazo inmortal. Se
oyó un chasquido sordo y Calisto se desplomó en sus brazos—. Por tus crímenes contra hombres y
dioses, se te condena a pasar la eternidad reviviendo el dolor de cada una de tus víctimas. —Cronos tocó
la frente de Calisto, ahora mortal, y ésta gritó asqueada. De repente, se vio abrumada por tantas
sensaciones, tantos cortes y golpes y ráfagas de dolor, que cayó al suelo.

—Nooooo... —gimoteó.

—Sí —replicó Artemisa con calma—. Cuando aprendas a perdonarte a ti misma por tus crímenes,
encontrarás la paz.

—¡No! —repitió, enloquecida por el dolor. Su mano se posó a toda velocidad en la bomba suicida que
llevaba al cinto. Activando el dispositivo explosivo, se echó hacia atrás, riendo histéricamente—. ¡He
ganado! —Un destello de intenso calor blanco la envolvió y se desmayó.

Cuando Calisto abrió los ojos, estaba tirada en medio de un campo de cuerpos. Mientras miraba, cada
cuerpo se fue alzando y adoptó los rasgos de una de sus víctimas. Intentó levantarse y huir, pero algo la
sujetó. Cuando bajó la mirada, vio las manos cubiertas de sangre de los niños que había matado por el
mero placer de matar que le sujetaban las piernas y tiraban de ella, susurrándole su dolor y su pena.

—Fuera... apartaos de mí... ¡NO! —gritó y gritó y gritó...

Capítulo 7: Redención

Absolución. Libertad. Paz. Lo bueno llega... sólo hay que reconocerlo cuando lo hace.

—Desconocido
La redención no era tan fácil de alcanzar como esperaba Xena. Fuera donde fuese, la gente le escupía
por ser quien era. Lo intentaba una y otra vez, pero lo único que lograba era causar más miedo que bien.
Rescataba a un niño aquí, salvaba a una aldea allá, pero el pueblo llano la miraba con miedo en los ojos y
desconfianza en el corazón. Iba de camino a Anfípolis cuando se topó con las ruinas de una aldea en otro
tiempo próspera. Había un niño entre las vigas ennegrecidas de su casa, pidiendo comida. Le contó que
la princesa guerrera se había llevado su hogar y a su familia. Al principio, no le hizo caso, incapaz de dar
nada más de sí misma, pero mientras escuchaba su relato, el odio que sentía hacia sí misma fue
aumentando en su interior y le lanzó los últimos víveres que le quedaban. En ese momento decidió que
ya no era digna de seguir viviendo.

Encontró un claro a las afueras de otra aldea, Potedaia, creía, y enterró sus armas. Cuando se disponía a
montar en Argo, la yegua que había sustituido al fiel Fantos, que había caído bajo una lluvia de flechas
apenas un mes antes, oyó ruidos de pelea no lejos de allí. Oculta tras unos oportunos matorrales, vio
una fila de aldeanas que bajaba por el sendero al mando de unos guerreros con armadura de tratantes
de esclavos. Al oír la voz de una de las mujeres ofreciéndose a cambio de todas las demás, no pudo
quedarse ahí sin hacer nada. Sobre todo cuando esa voz le sonaba tanto... ojalá supiera de qué. Se
quedó oculta tras los arbustos, a la espera de una oportunidad para intervenir.

El líder de los tratantes agarró a la muchacha e hizo ademán de ir a golpearla con un látigo. Ése era su
momento. Surgiendo vestida tan sólo con su camisa blanca, Xena atacó al tratante. El combate fue breve
y bueno. Jamás se había sentido tan viva como cuando se puso a dar patadas, puñetazos y cabezazos a
todo el que se le ponía por delante. Soltando su salvaje grito de batalla, corrió por el claro, aplicando su
propia justicia a todos y cada uno de los tratantes. Hubo una breve pausa en la lucha, levantó la mirada
y vio a la mujer que acababa de salvar de una dolorosa paliza. Pelo dorado rojizo alrededor de un rostro
delicado y angelical. Xena/Tasha se detuvo y se quedó mirando. Era un rostro que Tasha reconocería en
cualquier parte, en cualquier tiempo. Ese rostro rompió los sellos que había colocado sobre sus
recuerdos y dejó que todo el amor y el dolor y la emoción de los días del futuro que ya habían pasado
inundaran su mente y supo que de algún modo, de alguna manera, los dioses la habían recompensado.
Era Gabrielle. No su Gabrielle, cierto, pero Gabrielle sin duda alguna. Y ella haría todo lo que estuviera
en sus manos para mantenerla a salvo. La guerrera que llevaba dentro le dijo que se preocupara por eso
en otro momento, que ahora había que combatir. Tasha asintió de mala gana y justo entonces la tiraron
al suelo.

Xena derrotó a los tratantes, por supuesto, y de paso averiguó que eran hombres de Draco, su antiguo
lugarteniente. Bueno, tendría que ocuparse de él, pero primero, llevaría a casa a Gabrielle y a su familia.
Como era habitual, los aldeanos se tomaron su presencia como una bendición incierta y le pidieron que
se marchara lo antes posible. Asintió, porque no tenía la menor intención de seguir cerca de la mujer
que tenía la cara de su amor perdido.

Pero Gabrielle era Gabrielle, en cualquier encarnación. Siguió a la princesa guerrera, sin saber muy bien
por qué, aparte de por la idea descabellada de que la mujer podría ayudarla a convertirse en la bardo
que deseaba ser y alejarla de su aburrida vida en Potedaia. Xena se esforzó mucho por ahuyentar a la
chica, por obligarla a ver a la guerrera como nada más que una máquina despiadada de matar, pero
había ocasiones en las que comportarse como una arpía sin corazón le resultaba imposible.

Una vez, mientras ayudaba a una familia cuya granja había sido incendiada por unos bandidos, la
guerrera encontró una muñequita de trapo, con el vestido quemado por las llamas. En lugar de tirar el
juguete quemado al montón de basura, Xena se pasó la mayor parte de la noche lavando la muñeca y
cosiéndole con primor un nuevo vestido. La cara maravillada de la niña compensó con creces los
pinchazos en los dedos y los bostezos. Sus padres dieron las gracias sin parar a la guerrera, con la voz
temblorosa de gratitud y respeto, no de miedo.

En otra ocasión, después de que se encontraran con las amazonas y Gabrielle se hubiera aficionado a
entrenar con la vara, la joven bardo se golpeó sin querer en la cara y se rompió la nariz. En lugar de
quitar importancia al dolor de la muchacha y soltarle con dureza: "Aguántate, Gabrielle", Xena se
desvivió por encontrar un arroyo frío y mojar unos paños hechos con una de las pocas camisas que le
quedaban, evitó que a la bardo se le hinchara la cara y volvió a colocar el hueso con tal perfección que
alguien que no supiera lo del accidente jamás habría notado el bultito que revelaba la rotura.

La primera vez que Xena se encontró con Salmoneus después de empezar a viajar con Gabrielle no fue
en absoluto una experiencia tan agradable como podría haber sido. El intrigante mercader se había
instalado cómodamente como el amo del lugar en una aldea que tenía pozos artesianos. Tras adoptar el
nombre de "Señor Soda" para ocultarse de un señor de la guerra enfurecido que se llamaba Talmadeus,
Salmoneus envió a una de sus ciudadanas a buscar a Xena para que le sacara las castañas del fuego.
Tendría que haber sido un trabajo fácil, pues Talmadeus era un guerrero de segunda categoría en el
mejor de los casos, y en circunstancias normales, Xena lo habría podido derrotar dormida y con las dos
manos atadas a la espalda. Pero las circunstancias no eran normales. En el curso de la primera batalla
contra los hombres de Talmadeus en la fábrica del "Señor Soda", fue alcanzada por la flecha de una
ballesta impregnada de veneno tólmico (una sustancia bastante parecida al curare que Tasha conocía de
su propia época). La droga hizo efecto casi de inmediato, nublándole la vista y embotándole los reflejos.
Con cada gramo de energía que la guerrera gastaba en defensa de Salmoneus y su gente, notaba cómo
el veneno tólmico le quemaba la sangre, hasta que en un momento crítico, cuando se enfrentaba al
propio Talmadeus, el veneno la privó del uso de las piernas. Fue Gabrielle, al lanzar certeramente su
vara, quien salvó a Xena, y por eso le estaría eternamente agradecida. Convencer a Gabrielle para que se
hiciera pasar por ella no fue fácil, pero apeló al sentido de la justicia de la bardo y alabó su capacidad
como actriz, hasta que la joven aceptó y se puso su armadura.

Aunque la bardo estaba casi cómica con su armadura, Xena no se rió. Ver a Gabrielle con los pertrechos
de guerra le dolió más que saber que lo más probable era que no saliera de ésta. Cuando venció a los
dos hombres que Talmadeus había enviado para matarla y el veneno hizo su efecto final sobre su cuerpo,
se hundió en la oscuridad maldiciéndose por haber expuesto a Gabrielle a la maldad de su mundo.

En cuanto la guerrera dejó de luchar con su propio cuerpo, Tasha notó que los nanites que tenía en la
sangre emprendían la laboriosa tarea de eliminar la mortífera toxina. Aunque sabía que casi con toda
seguridad acabaría despertándose, eso no acalló el temor que sentía por dentro cuando notó que la
bardo se arrodillaba junto a su cuerpo amortajado, le acariciaba el pelo amorosamente y luego le daba
un suave beso en la mejilla. Notaba las lágrimas de la bardo que goteaban sobre su cara y en el hueco de
su garganta. Tasha nunca había sabido que en su corazón se podían formar tantos nudos gordianos por
la sencilla expresión de pérdida que le otorgó la bardo. Deseó desesperadamente no ser otra de las
personas a quienes la bardo había querido para perder después. Lucharía por volver y caminar de nuevo
junto a la bardo todo el tiempo que Gabrielle quisiera tenerla a su lado. Cuando los nanites terminaron
su trabajo, que ya era hora, según el criterio de Tasha, Xena se levantó lista para entrar en acción y
derrotó a Talmadeus con la facilidad nacida de su seguridad como guerrera, pero se quedó un poco
preocupada por el incidente del dardo impregnado en veneno tólmico y se juró en silencio descubrir de
dónde había salido.

Calisto. La niña cuyo hogar había destruido Xena con tanta crueldad años atrás y la mujer convertida en
diosa responsable de que Tasha se encontrara en el pasado. Tasha tuvo que ocultar sus propios
recuerdos y conocimientos del futuro de los pensamientos de Xena para permitir que los
acontecimientos siguieran su curso natural, pero cómo deseaba Tasha poder hundir el chakram de la
guerrera en el cuello de esa zorra. La parte de ella que era Xena jamás supo que Calisto se convertiría en
diosa, por lo menos hasta que ese hecho ocurrió de verdad, y para entonces, Tasha se había entregado a
su nueva vida.

Durante el primer año que estuvieron juntas, Tasha pasó muchas noches sentada junto al fuego que
compartían, contemplando el rostro de su amor perdido. Le hizo falta más control del que jamás había
soñado poseer para no alargar la mano y tocar a la joven bardo. Su Gabrielle era distinta... era evidente
en la inocencia y la sinceridad de esta Gabrielle, pero sabía que podía amar a esta Gabrielle con la misma
intensidad, si no más.

No sabía cuándo sus reflexiones se convirtieron en sentimientos, ni cuándo sus sentimientos se


convirtieron en amor, pero Tesalia abrió sin duda los ojos tanto a la princesa guerrera como a la
historiadora desplazada en el tiempo. Para decirlo sin rodeos, Gabrielle murió. La princesa guerrera de
otra época jamás habría sabido cómo traer de vuelta a la bardo, pero dominada por la pena, Tasha
prescindió de toda precaución y, utilizando el método de la reanimación cardiorrespiratoria del siglo XX,
resucitó a Gabrielle. La brusca inhalación de aire fue el sonido más dulce que habían oído en su vida las
dos mitades de la princesa guerrera.

Xena recordaba una hoguera que las dos habían compartido poco después de la casi tragedia de Tesalia.
Gabrielle, que todavía se estaba recuperando de sus heridas, estaba sentada cerca del fuego,
escribiendo en sus pergaminos los recientes acontecimientos de la guerra entre tesalianos y mitoanos.
Xena estaba afilando tranquilamente su espada cuando la bardo levantó la mirada y preguntó:

—Xena, ¿cuál es la diferencia entre un héroe y un cobarde?

La guerrera meneó la cabeza. La bardo nunca hacía preguntas fáciles. Pues, mmm, pensó en silencio,
reflexionando. Pensó en Salmoneus y en todas las cosas que había hecho en nombre de su propia
cobardía y en cómo, en el momento de la verdad, el hombre que la llamaba "orgullosa guerrerísima"
hacía lo que hiciera falta para resolver la situación. Pensó en Hércules y en su fuerza tranquila y en cómo
usaba su fuerza para curar y ayudar, no para hacer daño y mutilar. Pensó en Iolaus, dispuesto a
renunciar a su amistad para ayudarla contra el falso señor de la guerra Patrakus. Pensó incluso en Joxer,
el joven e ingenuo aspirante a guerrero que tenía el corazón de un héroe, sin la habilidad necesaria. Por
último, pensó en sí misma, la "villana" del pasado reciente de casi toda la población de Grecia.

—Gabrielle, creo que un héroe es alguien... que tiene demasiado miedo de ser un cobarde.

La joven bardo la miró entonces con su relucientes ojos verdes y sonrió dulcemente.

—Eso quiere decir que tú debes de ser una heroína, Xena.


Xena se echó a reír con desprecio hacia sí misma.

—No, Gabrielle, yo no soy una heroína. Sólo soy una villana que no podía seguir viviendo con lo que
hacía. Ahora vete a dormir.

Fue el conocimiento de que tanto ella como Xena se estaban enamorando de Gabrielle lo que dio
fuerzas a Tasha para fusionarse más profundamente con la guerrera. Luchó y por fin empezó a
perdonarse a sí misma por algunos de los crímenes cometidos en nombre de la continuidad histórica. Le
costó, pero la propia Gabrielle fue partícipe inconsciente de su lucha, porque por mucho que lo
intentara, la guerrera no pudo evitar que una sencilla aldeana de Potedaia se abriera paso a través del
escudo de hierro de su corazón y se aposentara en su blando interior...

Eso fue hace tres años. A cuántas cosas nos enfrentamos juntas, Gabrielle y yo. Señores de la guerra que
provocaban guerras mezquinas, reyes que no entendían profecías, su muerte y resurrección, mi propia
muerte y resurrección, su matrimonio... oh, y cómo me seguía doliendo aquello... el reciente desafío de
las Furias. Di gracias al poder supremo que me protegió al darme la oportunidad de comer ambrosía,
pues no me cabe duda de que sin la ayuda de ese alimento mágico, Ares habría ganado. Aparté la
mirada del diario en el que llevaba escribiendo casi ocho marcas seguidas y me estiré. Gabrielle seguía
durmiendo apaciblemente en la cálida cama que nos dio madre tras nuestro regreso triunfal a Anfípolis.

Habíamos compartido tantas cosas que no había forma de separarnos, con independencia de lo que
trajera el futuro. Por supuesto que habíamos tenido nuestras diferencias... hasta el punto de separarnos
en algunas ocasiones, pero siempre había algo que nos volvía a reunir. Las partes de mí que eran Tasha y
Xena por separado se habían unido formando una entidad única, sobre todo gracias a la mano curativa
de mi Gabrielle...

—¿Xena? —murmuró la bardo adormilada desde la cama—. ¿Qué haces levantada?

—Escribir un poco, Gabrielle. Vuelve a dormirte.


—Vale, pero no dejes de dormir un poco, princesa guerrera. Te pones como una arpía cuando no
duermes.

—Gabrielle, no sé si ofenderme o reírme. Ah, y no olvides que todavía me debes esos buñuelos.

—Ríete. Tu sonrisa es mucho más bonita que tu ceño. Y no me olvido. Cirene y yo estamos planeando
cocinar un poco juntas más tarde.

Me volví y dejé que en mi cara se formara una expresión risueña y cariñosa.

—¿Y cuándo has empezado a fijarte en mi sonrisa, Gabrielle?

La bardo se puso como un tomate.

—Siempre me he fijado en tu sonrisa, Xena. Forma tanta parte de ti como tu chakram. Y es casi igual de
mortífera.

—Sí, bueno, mi sonrisa nunca ha dejado a nadie sin sentido.

Gabrielle se puso aún más colorada.

—Pues... la verdad es que sí, Xena.

—¿En serio? —Enarqué una ceja—. ¿Y quién ha sido víctima de dicho ataque oral?

Gabrielle me miró como si fuera absolutamente densa.


—Yo, tonta. Cada vez que me sonríes, me derrito. Me vuelvo lela. No consigo pensar ni hablar. —Con
cada frase, se había ido levantando de la cama y acercándose a donde yo estaba sentada hasta quedar al
alcance de mis brazos. Levanté la vista para mirar a mi bardo, a mi amor, a mi Gabrielle, y me propuse
ser buena. Tenía que recordar que esta Gabrielle no era la futura Gabrielle. Esa Gabrielle había muerto
hacía mucho tiempo, o todavía estaba por existir, según se mirara. Esta Gabrielle estaba fuera de mi
alcance para siempre. Me obligué a recordar la imagen de Gabrielle en el día de su boda, con los ojos
relucientes por Pérdicas, no por mí. En mi mente, rompí el holoemisor que había sujetado tanto tiempo
atrás y llené mis recuerdos actuales con la vida de esta Gabrielle. No era Ella, era Gabrielle de Potedaia,
no Gabrielle Brighton, esposa de Tasha Romanoff.

—¿Qué estás diciendo, Gabrielle? —logré graznar por fin. Estaba desesperada por saberlo, tenía que oír
con mis propios oídos que no me deseaba. Gabrielle alargó las manos y me cogió la cara. Estuve a punto
de morirme en ese instante. Por todos los dioses, cómo necesitaba ese contacto. Me despertaría todas
las mañanas y me iría a dormir todas las noches necesitando ese contacto.

—Lo que estoy diciendo, princesa guerrera, es que estoy tan profundamente enamorada de ti que ya no
puedo seguir guardando silencio.

Y entonces me besó. Oh, dioses, estos eran los labios que yo conocía tan íntimamente, y sin embargo
eran los labios más frescos, más suaves y más dulces que había besado en mi vida. ¡Me deseaba, ella,
Gabrielle de Potedaia, me deseaba! Guerrera-historiadora feliz. Sí. Feliz. Rebosante, espástica, hechizada,
excitada... dioses... era igual y era distinto y era perfecto. En ese instante cegador, Tasha se unió para
siempre con los recuerdos de Xena y se convirtió total y enteramente en la Princesa Guerrera. Ahora era
Xena y Tasha era un simple recuerdo de un futuro muy lejano. Gabrielle se apartó un momento y me
susurró al oído:

—Te amaré para siempre.

Y supe que allá donde me llevara la vida, amaría a Gabrielle, mi Gabrielle, durante todos los días de mi
vida y todos los días de un futuro ya pasado.

Epílogo
No hay verdaderos finales, sólo pasajes a nuevas historias.

—Desconocido

Gabrielle cerró el libro, pues el resto de la historia lo conocía en persona. No le importaba que su amor
fuera y no fuera quien siempre había creído que era, porque sabía que, con independencia de la época
en la que estuvieran sus almas, siempre se amarían. Todos los sentimientos que había reprimido
mientras leía la historia que su amada guerrera había escrito tanto tiempo atrás salieron de golpe a la
superficie, ahogándola con su intensidad.

—Lo decía en serio, amor mío, cuando te dije que te amaría para siempre.

Tocó el relieve de la tapa del diario, una reproducción perfecta de los dos lados del chakram de Xena, y
suspiró con anhelo. Gabrielle notaba la rigidez de sus articulaciones y el dolor de sus huesos por haber
estado sentada tanto tiempo. Sabía que pronto se reuniría con su guerrera de cabellos negros en el otro
lado, pero eso tampoco le importaba. Vivirían y se amarían de nuevo, en un futuro ya pasado.

FIN

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