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7/4/2018 Nacionalismo: Carta a algunos colegas europeos | Opinión | EL PAÍS

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Carta a algunos colegas europeos


Desde 1978, España es una Monarquía constitucional descentralizada
que otorga a los ciudadanos las mismas libertades que cualquier otra
democracia de la UE. Con muchos defectos, pero entre ellos no está la
restauración de la dictadura franquista
JOSÉ LUIS PARDO

25 NOV 2017 - 18:00 COT

NICOLÁS AZNAREZ

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En los últimos tiempos he recibido de muchos de vosotros mensajes emotivos sobre


la situación creada en España por el independentismo catalán. Algunos eran
mensajes de ánimo y de apoyo a la “República” frente a la represión “franquista” del
Gobierno de Mariano Rajoy. Os los agradezco. Sé que en la memoria del
izquierdismo europeo pesa aún cierto sentimiento de culpa y de vergüenza porque el
resto de Europa dejó bastante solo a mi país ante el ataque del fascismo en 1936. Lo
comprendo. Pero, como decía Albert Camus, “la guerra de España nos ha enseñado
que la historia no discrimina entre las causas justas y las injustas, sino que se
somete a la fuerza bruta, cuando no al mero azar”. Puede que, desde el punto de
vista moral, aquella tibieza de Europa fuera un error, pero no es posible corregir la
historia porque, según afirmaba Aristóteles, ni siquiera los dioses pueden hacer que
lo que ha sucedido no haya sucedido (aunque es cierto que luego vinieron algunos
dioses más coléricos que se atribuían el poder de cambiar el pasado). Sólo quiero
recordaros que vuestro apoyo llega con 80 años de retraso, si lo que intentáis es
derrotar a Franco, o con 40 si lo que queréis es denunciar la dictadura.

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Es posible que no hayáis reparado en ello, pero desde 1978 España es una Monarquía
constitucional descentralizada que otorga a los ciudadanos las mismas libertades
civiles que cualquier otra democracia parlamentaria de la UE. Con muchos defectos,
lo
  reconozco. Pero entre ellos no está la restauración de la dictadura franquista, por
mucho que a algunos os entristezca enteraros de esta cruel realidad.

Todavía recuerdo cuando, no hace mucho, vosotros mismos me


IN ENGLISH
mandabais mensajes de apoyo a la “liberación del pueblo vasco”
A letter to some of
my European en cuyo nombre la organización terrorista ETA asesinaba
colleagues regularmente a ciudadanos inocentes y constituía la amenaza
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más grave contra la recién renacida democracia española,


porque tampoco estabais al corriente de que España había dejado de ser una
dictadura ni de que el País Vasco es una de las regiones con mayor poder de
autogobierno en el contexto de las democracias avanzadas del mundo. Comprendo
que la imagen heroica y romántica de la alegre y combativa (y también algo
tercermundista y rural, pero por ello mismo más auténtica) segunda República
española levantada en armas contra el fascismo haya quedado congelada en
vuestras retinas como un fetiche que os protege contra los posteriores descalabros
históricos de la izquierda y os asegura una confortable superioridad moral allí donde
las victorias electorales no están a vuestro alcance. Comprendo incluso que, como
algún atlético economista griego que llevó a su país a altísimas cotas de bienestar,
encontréis mucho más cómodo luchar contra el franquismo 40 años después de su
desaparición, porque sé por experiencia que hacerlo cuando aún estaba vivo no era
nada agradable. Y lo comprendo bien porque esto no os pasa únicamente a vosotros,
que podéis excusaros de ello por la falta de información directa de quien habita en el
extranjero, sino a bastantes de mis compatriotas.

Nacionalismo y populismo pretenden terminar con el pluralismo


democrático

No sois, en verdad, los únicos que habéis resucitado al franquismo para obtener
satisfacciones político-emocionales. Lo hicieron también aquí mismo (en paralelo
con fenómenos similares surgidos en otras latitudes europeas) los populistas que
con tanto éxito lanzaron sus redes para pescar descontentos en las turbias aguas del
río revuelto por la crisis económica. Y a ellos se unieron al poco los nacionalistas
catalanes
  (no os voy a descubrir ahora los profundos vínculos existentes entre
nacionalismo y populismo), que desde hace muchos años mantenían —eso sí, hasta
entonces sólo en el discreto ámbito de su hegemonía territorial— ese mismo
discurso anacrónico de “lucha contra la España franquista”, porque el
antifranquismo (más presunto que real) es el único timbre de progresismo que
puede exhibir una ideología tan poco progresista como la suya.

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Se creó entonces en España un conflicto que podríamos considerar “narrativo”


(porque se libra más en el terreno de las palabras y de las imágenes que en el de las
cosas), que enfrenta a dos relatos incompatibles: uno, minoritario pero muy
bullicioso, apoyado en el fetichismo heroico-romántico de la Guerra Civil de 1936 que
tanto os complace, según el cual lo ocurrido en España desde 1978 no ha sido más
que una continuación encubierta del fascismo; y otro, mayoritario aunque muy
silencioso, apoyado únicamente en los prosaicos hechos y en el seco formalismo de
las leyes, según el cual la dictadura del general Franco murió con él, en 1975, dando
paso a un Estado social y democrático de derecho como los del resto de los países
de la UE.

Entre estos dos relatos no hay comunicación posible, porque a quienes niegan los
hechos y las leyes es inútil acusarles de estar en contradicción con la realidad, ya
que es la realidad —la realidad histórica, política, social y económica del Estado
español— lo que ellos impugnan, y por eso el enfrentamiento, no sólo en Cataluña,
ha producido un estado de malestar que atraviesa las familias, las escuelas, las
empresas, las universidades y las amistades. Pero, aunque quienes vocean el relato
nacional-populista sean insensibles a su incongruencia con la realidad, la falsedad de
sus posiciones se revela en una contradicción más grave: su contradicción consigo
mismos. Pues si ellos estuvieran en lo cierto: ¿por qué se presentan a las elecciones,
se aferran a sus cargos y a sus sueldos públicos, recurren a los tribunales o apelan a
la UE (según ellos, contaminada por el franquismo triunfante) en lugar de pasar a la
clandestinidad, tomar las armas contra la tiranía y reclutar entre vosotros unas
brigadas internacionales de apoyo a la república auténtica, a las que seguramente os
apuntaríais con gran ilusión?

 
Es más cómodo luchar contra el franquismo hoy, cuarenta años
después de su desaparición

Algunos me decís que no podemos capitular ante la derecha. También estoy de


acuerdo en eso, y me encantaría volver a la contienda política tradicional entre

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izquierda y derecha. Pero sabéis bien que esa contienda sólo es posible entre
quienes aceptan el marco común del Estado de derecho. Por desgracia, hoy nos
enfrentamos por todas partes a movimientos que cuestionan ese marco, que
combaten contra el pluralismo y contra la prosperidad, que desprecian los
mecanismos de redistribución fiscal de las rentas e invocan una justicia más alta que
la de las leyes democráticas.

Así que permitidme una recomendación: si de verdad queréis luchar contra las
derivas autoritarias, los totalitarismos líquidos y los caudillismos fanáticos, digamos
todos en voz alta que el nacionalismo y el populismo, como ambos reconocen, no
son de izquierdas ni de derechas, sino que pretenden justamente terminar con el
pluralismo democrático y con la distinción entre izquierda y derecha para instituir en
su lugar el reinado de “un solo pueblo” (un pueblo que, os lo aseguro, no es el mío).
Si lo hacéis así, os quedaré infinitamente agradecido por vuestra ayuda.

José Luis Pardo es filósofo.

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