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Casa tomada Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores íbamos más allá de la puerta de roble, salvo

es íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer


Julio Cortázar y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en
esas salidas para dar una vuelta por las librerías y los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y preguntar vanamente si había novedades en literatura eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay
antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se
más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba Argentina. palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre
los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo
paterno, nuestros padres y toda la infancia. de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el
qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer aire, un momento después se deposita de nuevo en los
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo un libro, pero cuando un pullover está terminado no se muebles y los pianos.
que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón
personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y
mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su
yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se
repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el
mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y
hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando
almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y la entretenía el tejido, mostraba una destreza escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El
cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de
llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de
casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un
motivo, a mí se me murió María Esther antes que constantemente los ovillos. Era hermoso. segundo después, en el fondo del pasillo que traía
llegáramos a comprometernos. Entramos en los desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la
cuarenta años con la inexpresada idea de que el Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de
nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba
era necesaria clausura de la genealogía asentada por dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo
nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un para más seguridad.
allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte
con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse del ala delantera donde había un baño, la cocina, Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de
con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos nuestros dormitorios y el living central, al cual vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
la voltearíamos justicieramente antes de que fuese comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a
demasiado tarde. la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel -Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado
daba al living. De manera que uno entraba por el parte del fondo.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los
Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos
día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué pasillo que conducía a la parte más retirada; cansados.
tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de
encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o -¿Estás seguro?
nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, bien se podía girar a la izquierda justamente antes de
tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que Asentí.
chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba
lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que
era gracioso ver en la canastilla el montón de lana daba la impresión de un departamento de los que se vivir en este lado.
encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo
horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte
un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía pensar. pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un
un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco. golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en no se oía nada.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua
habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la -Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba
que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por garganta. Irene decía que mis sueños consistían en de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se
ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en grandes sacudones que a veces hacían caer el perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían
una botella de Hesperidina de muchos años. Con cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en
días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el -¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté
mirábamos con tristeza. ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos inútilmente.
y frecuentes insomnios.
-No está aquí. -No, nada.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido eran los rumores domésticos, el roce metálico de las Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil
al otro lado de la casa. agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde
filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era ahora.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando
simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las
nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de
estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a
ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la
almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No
mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y
platos para comer fríos de noche. Nos alegramos callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para se metiera en la casa, a esa hora y con la casa
porque siempre resultaba molesto tener que abandonar no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, tomada.
los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me
nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las desvelaba en seguida.)
fuentes de comida fiambre. Continuidad de los parques
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene Julio Cortázar
para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua.
libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la Había empezado a leer la novela unos días antes. La
revisar la colección de estampillas de papá, y eso me cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla
sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba
cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los
dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a
decía: los ruidos, notando claramente que eran de este lado su apoderado y discutir con el mayordomo una
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad
dibujo de trébol? pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado del estudio que miraba hacia el parque de los robles.
nuestro. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un puerta que lo hubiera molestado como una irritante
cuadradito de papel para que viese el mérito de algún No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda
sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a
leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en cayeron sobre unas líneas: En el cubículo, la luz
esfuerzo los nombres y las imágenes de los la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta mortecina le alcanza la su cara en el espejo manchado.
protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los Maquinalmente se pasó la mano de dedos abiertos por
seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo
el pelo. Se levantó de un salto. Con el dedo entre las
desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una
a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en novela. páginas fue a mirar asombrado el espejo, como si
el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos necesitara corroborar con alguien lo que estaba
seguían al alcance de la mano, que más allá de los El libro pasando. Volvió a abrirlo. Se levanta de un salto. Con
ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los los dedos entre las páginas va a mirarse asombrado…
robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida Sylvia Iparraguirre
El libro cayó dentro del lavatorio transformado en un
disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las objeto candente. Lo miró horrorizado. Su tren partía en
imágenes que se concertaban y adquirían color y El hombre miró la hora: tenía por delante
veinticinco minutos antes de la salida del tren. Se diez minutos. En un gesto irreprimible que consideró de
movimiento, fue testigo del último encuentro en la
cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; levantó, pagó el café con leche y fue al baño. En el locura, recogió el libro, lo metió en el bolsillo del saco y
ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el cubículo, la luz mortecina le alcanzaba su cara en el salió. Caminó rápido por el extenso hall hacia la
chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella espejo manchado. Maquinalmente se pasó la mano de plataforma. Con angustia creciente pensó que cada
la sangre con sus besos, pero él rechazaba las uno de sus gestos estaba escrito, has el acto elemental
dedos abiertos por el pelo. Entró al sanitario, allí la luz
caricias, no había venido para repetir las ceremonias de caminar. Palpó el bolsillo deformado por el peso del
de una pasión secreta, protegida por un mundo de era mejor. Apretó el botón y el agua corrió. Cuando se
dio vuelta para salir, de canto contra pared, descubrió libro y rechazó, con espanto, la tentación cada vez más
hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba
el libro. Era un libro pequeño y grueso, de tapas duras, fuerte, más imperiosa, de leer las páginas finales. Se
contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada.
Un diálogo anhelante corría por las páginas como un anormalmente pesado. Lo examinó un momento. No detuvo, faltaba tres minutos para la partida. Que hacer.
arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba tenía portada ni título, tampoco el nombre del autor o el Miró la gigantesca cúpula como si allí pudiera encontrar
decidido desde siempre. Hasta esas caricias que de la editorial. Intrigado, bajó la tapa del inodoro, se una respuesta. ¿Las páginas le estaban destinadas o
enredaban el cuerpo del amante como queriendo el libro poseía una cualidad mimética y se refería a
sentó y pasó distraído las primeras páginas. Miró el
retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la cada persona que lo encontraba? Apresuró los pasos
figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada reloj. Faltaba para la salida del tren.
hacia el andén pero, por alguna razón inexplicable,
había sido olvidado: coartadas, azares, posibles
errores. A partir de esa hora cada instante tenía su Se acomodó y leyó parte al azar, con mayor volvió a girar y echó a correr con el peso muerto en el
empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso atención. Sorprendido reconoció coincidencias. Volvió bolsillo. Atravesó el bar zigzagueando entre las mesas
despiadado se interrumpía apenas para que una mano atrás. En una página leyó nombres de lugares y de y entró en el baño. El libro era un objeto maligno en su
acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer. personas que le eran familiares; más todavía, con el mano; luchó con el impulso casi irrefrenable de abrirlo
correr de las páginas encontró escritos los nombres de en el final y lo dejó en el piso, detrás de la puerta. Casi
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los
esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella pila de su padre y su madre. Unos tres capítulos más sin aliento cruzó el hall. Corrió por el andén como si lo
debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la adelante apareció completo, sin error posible, el de persiguieran. Alcanzó a subir al tren cuando dejaban la
senda opuesta él se volvió un instante para verla correr Gabriela. Lo cerró con fuerza; el libro le producía estación atrás y salían al aire abierto; cuando el
con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en inquietud y cierta repugnancia. Quedó inmóvil mirando conductor elegía una de las vías de la trama de vías
los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma la puerta pintada toscamente de verde, marcada por que se abrían en diferentes direcciones.
malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa.
inscripciones de todo tipo. Pasaron unos segundos en
Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El
mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los que sintió el ajetreo lejano de la estación y la
los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre máquina express del bar. Cuando logró calmar un
galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la insensato presentimiento, volvió a abrirlo. Recorrió las
mujer: primero una sala azul, después una galería, una páginas sin ver las palabras. Finalmente sus ojos

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