A RE NA A B1ERTA

De la ingenuidad al fraude científico

o ERT lo PAR~(
ARENA ABIERTA es una colección dirigida a
un público amplio interesado por temas de
actualidad en el campo de la historia, la socio-
logía, la ciencia, la política, la economía o las
nuevas tecnologías, y está abierta al ensayo, la
biografía o el reportaje de investigación perio-
dística. ARENA ABIERTA quiere proponer los
temas más relevantes del mundo que nos
rodea, expuestos por autores acreditados en su
área de conocimiento, con un estilo informativo
y accesible.
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Ni hippies ni yuppies: un retrato
de la nueva clase triunfadora
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JAQUE A LA GLOBALIZACIÓN
Cómo crean su red los nuevos
movimientos sociales y alternativos
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De próxima aparición:
CRÓNICAS PALESTINAS
Árabes e israelíes ante el nuevo milenio
Edward W. Said
FUERA DE LUGAR
Memorias
Edward W. Said
EL FUTURO DEL SEXO
Robin Baker
¿Qué tienen en comlin la fusión fría, la máquina de movimiento perpetuo, el
empleo de la mecánica cuántica como «alternativa al envejecimiento», la
afirmación de que las líneas de alta tensión provocan cánce~ la homeopatía
o la comercialización de la «vitamina O» como fuente suplementaria de
oxígeno? Según el profesor Robert L. Park se trata de casos flagrantes
de seudociencia o «ciencia vudú». En este libro el lector encontrará una
entretenida y detallada explicación de por qué es imposible que estos falsos
descubrimientos, panaceas médicas y máquinas milagrosas puedan funcio-
nar tal como defienden sus autores y proclaman algunos medios de comuni-
cación, recibiendo de paso una magistral lección de verdadera ciencia y de
sentido común.
«El libro de Robert L. Park debiera ser lectura obligatoria para cualquier
autor, periodista o político interesado en la ciencia.»
Wilfred Drew, State University of New York
«Me. acabé el libro en un día y a continuación padecí tal síndrome de absti-
nencia que regresé a la primera página y comencé de nuevo. No sólo disfru-
tará leyéndolo, sino que dejará de malgastar su dinero con astrólogos,
'curanderos cuánticos', homeópatas, dobladores de cucharillas, mercaderes
del movimiento perpetuo o fantasías de abducciones alienígenas.»
Richard Dawkins, autor de El gen egoísta
 ROBERT L. PARK
,
CIENCIA O VUDU
De la ingenuidad al fraude científico

Traducción de Francisco Ramos

grijalbo mondadori
 Índice general

PREFACIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

1. No ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO, o Cómo tratan a la

ciencia vudú los medios de comunicación 15
Joe Newman y la máquina energética .. 15
Ciencia vudú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
La pila de Patterson y las cuentas mágicas 25
La fusión fría y los químicos de Utah . . . 30

2. EL GEN DE LA CREENCIA, Cómo la ciencia ofrece una

O

estrategia para resolver la verdad ..... 51

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyrigllt, bajo La más común de todas las locuras . . .. 51
las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta o~ra por ~ualquler
medio o procedimiento, comprendidos la reprogra6a y el trata,nllemo I~formatlco, asl como la
El gran debate del calentamiento global 55
distribución de ejemplares de la misma medIante alquIler o prestamo publicos. Parque pleistoceno . 59
¿Q ue' es 1a CIenCIa.
. '? . . 64
Título original: De vuelta a la guerra del dióxido de carbono 72
WOODOO SCIENCE
Traducido de la edición original de
Oxford University Press, Nueva York 3. Los PLACEBOS TIENEN EFECTOS SECUNDARIOS, O Cómo
© 1999, Oxford University Press, Nueva York
© 2001 de la edición en castellano para todo el mundo: la gente vuelve a la medicina «natural» . . . . . . . . 75
GRlJALBO MONDADORI, S.A. Cuando los cadáveres se amontonen .. 75
Aragó, 385, 08013 Barcelona
www.grijalbo.com ¿Es el canto del gallo el que hace que salga el sol? 79
© 2001, Francisco Ramos, por la traducción Cuanto menos, mejor 82
Primera edición
Rservados lodos los derechos Agua inteligente . . . 85
ISON: 84-253-3595-7 Atracción magnética 91
Impreso en Italia por Milanostampa Farigliano

7
 CIENCIA O VUDÚ ÍNDICE

Las alternativas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98 Tejemanejes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 209

La polémica actual 218
4. EL ASTRONAUTA VIRTUAL, o Cómo la gente sueña con La puerta se cierra de golpe . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 230
mundos artificiales 105
El sueño de una estación espacial. . . . . . . . . . . . . . .. 105 8. EL DÍA DEL JUICIO, o Cómo los tribunales se enfrentan
Más allá de la ionosfera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 112 a la «cien~ia basura» 237
La retirada a la órbita terrestre baja . . . . . . . . . . . . . .. 119 Los campos electromagnéticos atraen a los «tiburones» 237
Crónicas marcianas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 122 Principios científicamente válidos 239
Inventando el futuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 130 La avalancha que nunca ocurrió 244
Los astronautas virtuales 132 Los tribunales revisan la ciencia basura . . . . . . . . . . .. 246
El viajero del tiempo 135
9. SÓLO LOS CHAMPIÑONES CRECEN EN LA OSCURIDAD,
5. DEBERÍA HABER UNA LEY, o Cómo el Congreso esta- o Cómo el secretismo oficial favorece a la ciencia vudú 251
dounidense trata de derogar las leyes de la termodiná- El incidente de Roswell 251
truca 139 Abducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 254
La fusión fría se presenta ante el Congreso . . . . . . . .. 139 El proyecto Mongol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 256
Joe Newman se presenta ante el Congreso. . . . . . . .. 147 La «guerra de las galaxias» 264
Garabed Giragossian se presenta ante el Congreso ... 158 El mítico láser de rayos X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 267
La muerte de la Oficina de Evaluación Tecnológica .. 161 El «avión husmeador» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 275

6. PERPETUUM MOBILE, o Cómo la gente sueña con una 10. ¿Es TAN EXTRAÑO EL UNIVERSO?, o Cómo las antiguas
energía gratuita e ilimitada 165 supersticiones reaparecen en forma de seudociencia .. 279
El retorno deJoe Newman . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 165 Las rarezas de Newton 279
De nuevo la pila de Patterson 169 Ascendente Marte 283
Los curas fornicadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 174 Contra las mariposas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 291
Dennis Lee y el motor de Fisher . . . . . . . . . . . . . . .. 183 Heisenberg tenía razón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 295
«Cariño, he encogido el hidrógeno» 194 El universo inconsciente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 299
El escudo gravitatorio de Podkletnov . . . . . . . . . . . .. 198 La científica más joven 301
El genio rural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 202 El zoom cósmico 304

7. CORRIENTES DE TEMOR, o Cómo las líneas eléctricas ÍNDICE ALFABÉTICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 309

son sospechosas de producir cáncer 205
Es llIejor evitar la pobreza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 205

8 9
 Prefacio

En 1982, William (Willy) Fowler, el eminente fisico del Instituto

de Tecnología de California cuyo influyente trabajo sobre la abun-
dancia relativa de los elementos le haría acreedor al Premio Nobel
un año después, me llamó para preguntarme si pensaba utilizar mi
año sabático para establecer en Washington una oficina de relacio-
nes públicas de la Sociedad Física Norteamericana. Los fisicos de
dicha ciudad necesitaban estar informados de aquellos avances que
estaban produciendo un profundo efecto en ellos y en las cosas
que valoraban. Quizás -me dijo-, también sería posible comuni-
car las preocupaciones de la comunidad de los fisicos, no sólo a los
jefes de gobierno, sino al público en general.
Iba a ser todo un experimento. Durante la mayor parte de su
existencia, la Sociedad Física Norteamericana, que por entonces
tenía su sede central en Nueva York, no había sentido la necesi-
dad de estar presente en Washington; pero los tiempos estaban
cambiando. La cuestión del apoyo público a la ciencia había em-
pezado a aclararse durante la guerra de Vietnam. Los científicos,
que habían gozado de la adulación pública por sus contribuciones
a la victoria en la Segunda Guerra Mundial y por poner a un hom-
bre en la Luna, veían cómo se les denunciaba por mantener unos
vínculos con el gobierno que hasta hacía poco tiempo se conside-
raban patrióticos. En el seno del gobierno mandaba la guerra ma.
Los censores gubernamentales trataban de controlar el intercam-
bio de artículos científicos no clasificados en los congresos cientí-

11
 CIENCIA O VUDÚ
ficos abiertos, el presupuesto federal norteamericano para investi-
gación fundamental se había recortado y la carrera armamentística
nuclear había entrado en una espiral fuera de control.
Hacía ya tiempo que iba retrasando mi año sabático. Pero no
había habido ni un solo momento en el que sintiera que podía
marcharme: los alumnos graduados necesitaban una guía, estaba la
constante demanda de propuestas por escrito para mantener en
funcionamiento un amplio grupo de investigación, yo editaba una
revista internacional en el ámbito de la fisica de superficies, y ade-
más presidía el Departamento de Física y Astronomía de la Uni-
versidad de Maryland. En la primavera, sin embargo, Ellen Wi-
lliams, que venía del Instituto de Tecnología de California y se
había unido a mi grupo de investigación en el marco de su pos-
doctorado, fue nombrada profesora adjunta. Ahora podía dejar el
grupo en sus manos durante un año. Al acabar ese año otra perso-
na se haría cargo de lo de Washington, y yo volvería a la docencia
y a la investigación de la estructura atómica de las superficies cris-
talinas, que había ocupado la mayor parte de mis horas de vigilia
durante más de veint~ años.
Sin embargo, cuando hubo transcurrido el año no había nadie
dispuesto a ocupar mi plaza en Washington. No hay mayor privile-
gio que gozar del cargo de profesor vitalicio de fisica en una gran
universidad, pero dicho cargo comporta la obligación de hablar cla-
ro contra los errores de nuestra época. Elegí dividir mi tiempo entre
la enseñanza en la Universidad de Maryland y la dirección de la ofi-
cina de Washington. Mi participación directa en la investigación
disminuyó cuando mis alumnos graduados completaron sus investi-
gaciones, y hacía tiempo que mi grupo de investigación se había
convertido en el grupo de Ellen, prosperando bajo su dirección.
Entre los principales problemas a los que se enfrenta la socie-
dad -y que afectan al medio ambiente, la seguridad nacional, la
salud y la econonúa"':' hay pocos que se puedan abordar de una
manera sensata sin apelar a la ciencia. Sin embargo, y en la medi-
12
PREFACIO
da en que yo aspiraba a defender a la ciencia, seguí luchando con-
tra aquellas ideas y postulados científicos que están total, indiscu-
tible y extravagantemente equivocados, pero que, a pesar de ello,
atraen a un largo séquito de defensores, apasionados y, a veces,
poderosos. Me di cuenta de que muchas personas eligen sus creen-
cias científicas del mismo modo que deciden ser metodistas, o de-
mócratas, o hinchas de un determinado club de fútbol. Juzgan la
ciencia en función de cómo concuerde con el modo en que qui-
sieran que fuera el mundo.
Cierto guro sanador y autor de best-sellers sostiene que su línea
de curación espiritual se asienta firmemente en la teoría cuántica;
la mitad de la población cree que la Tierra está siendo visitada por
extraterrestres que conocen el modo de viajar más rápido que la
luz, y mucha gente culta lleva imanes en sus zapatos para recupe-
rar la energía natural. ¿Debemos condenarlos por ello? ¿Acaso,
debido a nuestro entusiasmo por compartir la emoción del descu-
brimiento, los científicos hemos difundido el mensaje de que el
universo es tan extraño que en él todo es posible? ¿Qué podemos
decir a la gente para ayudarla a decidir qué postulados son ciencia,
y cuáles «vudú»?
Empecé a hablar de mis encuentros con la ciencia vudú en mi
columna electrónica semanal, What's New, así como en diversos
artículos publicados en periódicos y revistas de divulgación. A
uno de estos artículos, aparecido en el New York Times, el editor le
dio el título de «Ciencia vudú». Tanto el artículo como el título
parecieron hallar cierto eco entre los lectores, y recibí la invita-
ción de ampliarlo para incluirlo en un maravilloso libro de ensa-
yos, Dumbing Down: Essays on the Strip-Mining of American Culture,
editado por Katherine Washburn y John Thornton en la editorial
WW Norton. Mi agente, Theresa Park (que no es pariente mía),
me instó a ampliar todavía más «Ciencia vudú» hasta convertirlo
en un libro. Ella ha sido una constante fuente de aliento y de apo-
yo, incluso después de un desastroso primer intento.
13
 CIENCIA O VUDÚ
Obviamente, me encantaría que los científicos leyeran mi libro
y lo encontraran entretenido; pero no lo he escrito para ellos. No
tenía ningún interés en escribir un libro académico que sólo leye-
ran otros académicos. Kirk Jensen, mi editor en Oxford Univer-
sity Press, estaba de acuerdo conmigo, y me sugirió que, en la
medida de lo posible, hiciera un libro que se leyera como una na-
rración y careciera de la pesadez de las referencias bibliográficas y
de las notas a pie de página. El precio de este planteamiento es
que apenas deja oportunidad para reconocer las obras de otros
autores, especialmente las de los lúcidos defensores de una visión
del universo racional y científica: Richard Dawkins, Martin
Gardner, Ursula Goodenough, Steven Gould, James Randi, Mi-
chael Shermer, Steven Weinberg y E.o. Wilson.
También estoy en deuda con todos aquellos que robaron tiem-
po a su propia obra para leer todo o algunas partes del manuscrito:
Barry Beyerstein, K.c. Cole, Alex Dessler, Ursula Goodenough,
Francis Slakey, David Voss y Peter Zimmerman. Todos ellos me
sugirieron numerosas mejoras y me ahorraron algún bochorno,
aunque yo soy el único responsable de los defectos que hayan po-
dido quedar. Deseo dar especialmente las gracias a mi hijo, Ro-
bert T. Park, quien me ayudó a pensar sobre muchas de las ideas
del libro durante nuestros largos paseos dominicales por North-
west Branch. Finalmente, deseo expresar mi agradecimiento a la
Sociedad Física Norteamericana, que durante dieciséis años me
ha permitido compartir mis pensamientos con un elenco de lec-
tores constituido por algunas de las personas más inteligentes del
mundo, pidiéndome únicamente que incluyera en mi columna
semanal una nota aclarando que «las opiniones aquí expuestas son
del autor, y la SFA no las comparte necesariamente, aunque debe-
ría hacerlo).
14
1
No es noticia: es espectáculo
o Cómo tratan a la ciencia vudú los medios de comunicación
JOE NEWMAN y LA MÁQUINA ENERGÉTICA
Telefoneé a Joe Newman a su casa, en Lucedale, Mississippi. Me
sorprendió que fuera él quien contestara: había probado ya varias
veces, y siempre me salía un mensaje grabado en el que se ofrecía
su libro, The Energy Machine ofJoseph W Newman, por 74,95 dóla-
res. Le expliqué que estaba escribiendo un libro sobre diversas
ideas que generalmente no son aceptadas por los científicos, y que
éste no resultaría completo sin una descripción detallada de la má-
quina energética. Pareció recelar.
-Lea mi libro -contestó secamente.
Le dije que ya lo había leído en 1986, coincidiendo con su au-
diencia en el Senado, pero me preguntaba si sus ideas habían cam-
biado con los años. Su voz se suavizó. Bueno, me dijo, el libro se
había ampliado y yo debería comprar un nuevo ejemplar, pero él
seguía manteniendo todo lo que había dicho anteriormente acer-
ca del funcionamiento de la máquina energética.
Aguardé durante un largo silencio mientras él pensaba qué
más debía decirme. Entonces empezó a hablar. El gran cambio
desde la audiencia en el Senado había sido que Joe Newman había
encontrado a Dios. Criado en un orfanato metodista hasta que se
15
 CIENCIA O VUDÚ
escapó a los catorce años, Joe se había hecho ateo porque no po-
día creer que Dios permitiera que los niños pequeños sufrieran
tanto. Pero ahora se daba cuenta de que la máquina energética es-
taba destinada a aliviar el sufrimiento humano, y que Dios había
elegido a Joe Newman para que hiciera aquel descubrimiento
porque «Él sabía que Joe Newman sería un buen administrador de
su don».
Sin embargo, a Newman le entristecía el hecho de que, a pe-
sar de sus esfuerzos, los beneficios de la máquina energética toda-
vía no alcanzaban a la población mundial.
-Lo hago por la raza humana -me dijo-, pero la gente en la
que más confiaba me traicionó a mí y a la raza humana.
El abogado que había defendido la patente, la empresa que su-
ministraba las baterías para su máquina, e incluso quienes habían
testificado a su favor en los tribunales y en la audiencia en el Se-
nado: todos ellos habían utilizado o vendido sus ideas. Ahora mis-
mo existían en el mercado motores basados en dichas ideas, me
aseguró, con una eficacia mayor del cien por cien; sin embargo,
los fabricantes se negaban a admitirlo, ya que no querían pagarle
derechos. No le importaba que le robaran sus ideas si eso signifi-
caba que éstas se hubiesen de convertir en cosas que ayudaran al
mundo; pero esas personas estaban ocultando la verdad acerca de
su descubrimiento.
-No les importa la humanidad -añadió tristemente.
El viejo Joe Newman pareció resurgir por un momento cuan-
do juró que demandaría a quienes le habían traicionado. La nega-
tiva de la Oficina Estadounidense de Patentes y Marcas a conce-
derle la patente de «una fuente de energía ilimitada» ya no
importaba, me explicó: había patentado la máquina energética en
México y, gracias a los acuerdos NAFTA y GATT, su patente
ahora era válida en todo el mundo.
-Un jurado enterrará a toda esa gente -me aseguró.
Mientras tanto, un montón de personas siguen creyendo que
16
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
joe Newman realmente ha encontrado un modo de generar can-
tidades ilimitadas de energía. Newman me dijo que seguía exhi-
biendo su máquina energética por todo Mississippi y Luisiana, y
que de vez en cuando le entrevistaban en programas de radio. Me
dijo que en dichos programas era muy apreciado.
-No porque me crean, sino porque hago subir para los índices
de audiencia. Las personas creadoras -suspiró joe- mueren po-
bres. -Hizo otra larga pausa-o La gente de Mississippi no ha de-
fendido esta tecnología como deberían haberlo hecho -me dijo-o
Ahora dejo el Estado y me dirijo hacia el oeste. A la gente de allí
le preocupa mucho la contaminación; ellos sabrán reconocer lo
que puede hacer esta tecnología.
¿Hasta qué punto Joe cree realmente en todo esto? Aún hoy
resulta imposible decirlo. Quizás ni siquiera joe Newman lo sepa.
Pero le han quitado de en medio antes de averiguarlo.
La primera vez que oí hablar de él y de su máquina energética
fue el 11 de enero de 1984, en el noticiario Eveníng News de la
cadena CBS.
-¿Cuál es la respuesta a la crisis energética? -se estaba pregun-
tando el presentador, Dan Rather-. ¿Se imagina que un tipo le
dijera que la respuesta era una máquina que él había desarrollado?
Antes de reírse, eche un vistazo con Bruce Hall.
El reportero de la CBS Bruce Hall se había desplazado hasta el
pueblecito de Lucedale. Tras recorrer algo más de un kilómetro y
medio por una pista sin asfaltar, y pasados los consabidos letreros
de «no pasar» y «prohibida la entrada», Hall se encontró con Jo-
seph Wesley Newman ante su garaje-taller. Describió a Newman
como «un brillante inventor autodidacta». Aquel mecánico, un
hombre apuesto y serio, de unos cuarenta años, vestido con ropa
de trabajo y el cabello negro peinado hacia atrás, hablaba con pa-
labras sencillas y miraba directamente a los ojos de los televiden-
tes. Declaró que su máquina energética podía producir diez veces
la energía eléctrica que consumía para funcionar.
17
 CIENCIA O VUDÚ
-Ponga una en su casa -dijo-, y nunca más tendrá que pagar
un recibo de electricidad.
Es el tipo de historia que les gusta a los norteamericanos. Un
genio que vive en una zona aislada, y que no acabó la enseñanza
superior, realiza un descubrimiento científico revolucionario. En-
tonces ve cómo se le niega el producto de su genialidad por parte
de un pomposo establishment científico y de un inspector de pa-
tentes que rechaza su solicitud de patentar «una fuente de energía
ilimitada» sin examinarla siquiera, basándose en que siempre se ha
negado la patente a todas las supuestas invenciones de máquinas
de movimiento perpetuo. Pero Joseph Wesley Newman no es
hombre que se deje amedrentar, y desana al gobierno de Estados
Unidos, presentando una demanda contra la Oficina de Patentes y
Marcas ante el tribunal federal. Es el hombrecillo luchando contra
un sistema gigantesco e impersonal.
Nadie en el noticiario Evening News de la CBS ponía en duda
el postulado de Newman. Lejos de ello, el reportaje incluía el res-
paldo de dos «expertos» que habían examinado la máquina ener-
gética de Newman. Roger Hastings, un doctor en nsica de aspec-
to juvenil, que trabajaba en la empresa Sperry Corporation,
declaraba:
-Es posible que su teoría sea correcta y que esto pueda revolu-
cionar a la sociedad.
Milton Everett, al que se identificaba como ingeniero del De-
partamento de Transportes de Mississippi, decía a los televidentes:
-Joe es un pensador original. Ha ido más allá de lo que se
puede leer en los libros de texto.
Al ver el programa de la CBS de aquella noche, muchos es-
pectadores debieron de preguntarse cómo la Oficina de Patentes
podía estar tan segura de que Joe Newman no tenía razón.
La Oficina de Patentes basaba su juicio en la larga y pintoresca
historia de los intentos fallidos de construir máquinas de movi-
miento perpetuo, que se remonta como mínimo al siglo XVII. En
18
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
Europa hacía ya siglos que se utilizaba la rueda hidráulica para
moler harina, pero muchas zonas carecían de las corrientes de
agua necesarias para construir un molino. Los agricultores de di-
chas áreas se veían forzados a transportar el grano hasta otros mo-
linos distantes, y luego acarrear de nuevo la harina hasta su lugar
de origen. En 1618, un famoso médico londinense llamado Ro-
bert Fludd se preguntó si no se podría hallar un modo de hacer
funcionar un molino sin tener que depender de que la naturaleza
proporcionara una corriente de agua. Como Joe Newman, el
doctor Fludd estaba dotado de una ilimitada confianza en sí mis-
mo, además de una amplia imaginación (más adelante volveremos
a referirnos a él en su papel de sanador). Al doctor Fludd se le
ocurrió que la rueda hidráulica se podría utilizar para accionar
una bomba además de moler la harina. Luego, el agua que habría
elevado la rueda se podría bombear de nuevo hacia el saetín. De
ese modo, razonaba, se dispondría de un depósito de agua que
permitiría mover el molino indefinidamente.
La idea del doctor Fludd fracasó, pero su fracaso contribuyó a
guiar a otras personas hacia una de las mayores ideas científicas de
la historia, preparando el camino para la revolución industrial. La
cantidad de trabajo que puede realizar una rueda hidráulica se
mide por el peso del agua que entra por el saetín, multiplicado
por la distancia que desciende el agua al girar la rueda. Para que la
idea del doctor Fludd funcionara, el agua se tendría que elevar de
nuevo hasta la misma altura desde la que desciende cuando la rue-
da gira. Así, se necesitaría toda la energía generada al girar la rue-
da sólo para elevar de nuevo el agua hacia el depósito. No queda-
ría, pues, energía para moler la harina.
Pero el concepto de energía o «trabajo» como una cantidad
mensurable no existía en el siglo XVII. Harían falta otros doscien-
tos años para que el defecto de la máquina del doctor Fludd se ex-
presara en la forma de una ley fundamental de la naturaleza: la
energía se conserva. Ésta, escrita como ecuación matemática, se co-
19
 CIENCIA O VUDÚ
nace como la Primera ley de la termodinámica. No hay pilar más fir-
me en toda la ciencia moderna. Ésta es la ley que explica por qué
una pelota, independientemente del material del que esté hecha,
nunca bota hasta una altura superior al punto desde donde se la
ha dejado caer. La conservación de la energía es coherente con
nuestra experiencia cotidiana: no se puede conseguir algo a cam-
bio de nada.
Sin embargo, aunque no moliera nada de harina, la rueda hi-
dráulica del doctor Fludd tampoco se podría mantener en funcio-
namiento: las pérdidas de energía, incluyendo el calor generado
por la fricción de la maquinaria, resultan inevitables. Sin añadir
energía, cualquier máquina real -por muy bien construida que
esté- poco a poco iría perdiendo velocidad, hasta detenerse. Esto
se expresa en la Segunda ley de la termodinámica. En realidad, nues-
tra pelota botadora -insistimos: independientemente del material
del que esté hecha- no puede botar nunca ni siquiera hasta la mis-
ma altura desde la que se ha dejado caer. La primera ley afirma
que no se puede ganar; la segunda, que ni siquiera se puede em-
patar.
En los casi cuatrocientos años transcurridos desde que fracasa-
ra la idea de Robert Fludd, cientos de inventores de todo el mun-
do han tratado de vencer a las leyes de la termodinámica. Pero és-
tas se alzan siempre con la victoria. En su frustración, y quizás en
su bochorno, numerosos inventores han acabado recurriendo al
fraude, construyendo complejos dispositivos dotados de fuentes
de energía ingeniosamente ocultas que los mantenían en funcio-
namiento. Cada fracaso y cada fraude descubierto no han hecho
sino establecer con mayor firmeza las leyes de la termodinámica.
En 1911, el comisario de patentes estadounidense, molesto por el
hecho de que la Oficina de Patentes dedicara tanto tiempo a ideas
imposibles, dispuso que no se aceptaría ninguna solicitud de pa-
tente para una máquina de movimiento perpetuo hasta que no
hubiera transcurrido un año después de que se depositara un mo-
20
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
delo de la máquina real y en funcionamiento en dicha oficina.
Ninguno de los dispositivos resultó ser perpetuo del todo y, así, la
nueva disposición pareció poner fin a las solicitudes de patentes
para máquinas de movimiento perpetuo.
Ninguno de estos antecedentes se abordaba en el reportaje del
noticiario de la CBS, que acababa con un plano final de Joe New-
man con la mandíbula apretada, afirmando:
-Seguiré luchando, y lucharé hasta el día del juicio.
Aquel hombre tenía algo que lo hacía convincente. Sea lo que
sea el carisma, el caso es que Joe lo tenía. Pero no importa, pensé:
nadie lo tomará en serio. Aquella sería la primera y la última vez
que vería a Joe Newman y a su máquina energética.
Por supuesto, me equivoqué. Los telespectadores con un esca-
so conocimiento de la conservación de la energía no tenían nin-
guna razón para mofarse. Los expertos habían respondido por
Newman, y el presentador, Dan Rather, un huésped de confianza
en millones de hogares, había invitado a la gente a que se tomara
el asunto en serio. Decenas de miles de personas lo hicieron. Joe
Newman es el clásico norteamericano pintoresco en la línea de
Elmer Gantry; * y, sean cuales sean sus defectos, los norteamerica-
nos quieren a Elmer Gantry. Y querían que Joe Newman tuviera
razón.
El noticiario de la CBS convirtió a Joe Newman en una cele-
bridad. Apareció en el sho/./J de Johny Carson, un programa de
gran audiencia, y alquiló durante toda una semana el Superdo-
me** de Nueva Orleans, donde miles de seguidores pagaron un
dólar para ver la exhibición de su máquina energética. El rudi-
mentario aparato, de más de doscientos kilos de peso, con sus
* Personaje del escritor Sinclair Lewis, y protagonista de la novela del mismo título y de
la película Elfuego y la palabra (1960), representa la figura de un líder religioso falso e hipócrita,
infiltrado en la Iglesia protestante. (N del T)
** Gigantesco estadio cubierto, inaugurado en 1975, con capacidad para unos 70.000
asientos y una estructura de 30 pisos de altura. (N del T)
21
 CIENCIA O VUDÚ
enormes electroimanes, que él y su esposa habían enrollado labo-
riosamente a mano en su cocina, se hallaba ahora oculto bajo el
capó de un lustroso coche deportivo rojo, que Newman conducía
a lo largo de la pista del Superdome a la majestuosa velocidad de
seis kilómetros por hora mientras la multitud aplaudía.
Tras salir triunfante del automóvil como si hubiera ganado las
500 millas de Indianápolis, dijo a la multitud que podía haber
conducido eternamente. Los aplausos se convirtieron en ovación.
-¡Esta máquina va a cambiar el mundo! -proclamó-o ¿Y sabéis
por qué puedo decir eso? Es muy sencillo. La verdad es como un
rayo láser de gran intensidad, que se abre paso quemando la basura.
La multitud estaba emocionada.
-¿Podéis creer que este coche se movía por la corriente de una
sola pila de transistor? Quiero oíros -gritó, sosteniendo una dimi-
nuta radio de transistores sobre su cabeza.
La multitud rugió de aprobación; los silbidos y las voces críti-
cas fueron acalladas por los vítores. Newman estaba preparado
para la traca final. Entonces, desafió a cualquier fisico que se en-
contrara presente a que bajara y discutiera con él. Entre los espec-
tadores se hizo un momentáneo silencio. Luego empezaron a reír-
se mientras Newman entornaba los ojos, pretendiendo buscar en
vano algún fisico que apareciera en las gradas.
La mayoría de los científicos, sin embargo, se limitaron a no
hacer caso de loe Newman. La perspectiva de que alguien con es-
casa educación y sin ningún logro científico en su haber pudiera
echar abajo las leyes más básicas de la fisica, leyes que han resistido
a todos los desafios, parecía demasiado poco probable como para
preocuparse por ella. Así, hicieron la vista gorda mientras se mal-
trataba a la ciencia. Pero ¿acaso podían haberlo evitado? Quizás la
característica más atractiva de los norteamericanos sea su simpatía
por los desvalidos, mientras están resentidos con los arrogantes
científicos que les hablan con condescendencia en un lenguaje
extraño y los burócratas que se esconden tras las normas. Además,
22
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
el postulado de loe Newman apelaba a uno de los mitos más per-
sistentes del mundo industrializado: la energía gratuita. ¿Quién no
ha oído hablar del automóvil que funciona con agua del grifo,
pero que, por supuesto, la industria del petróleo se encarga de
ocultar? La gente nunca se cansa de esta historia.
Más adelante volveremos sobre el sueño de la energía gratuita,
y tropezaremos de nuevo con loe Newman. Quizás lleguemos a
comprenderlo. Pero su máquina energética no constituye más que
un pequeño ejemplo de cómo se maltrata a la ciencia a nuestro al-
rededor.
CIENCIA VUDÚ
La ciencia nos fascina por su capacidad para sorprendernos. Re-
sultados inesperados que parecen infringir las leyes aceptadas de la
naturaleza pueden presagiar avances revolucionarios en el conoci-
miento humano. En el siglo pasado, tales descubrimientos cientí-
ficos duplicaron nuestra esperanza de vida, nos liberaron del tra-
bajo pesado y entumecedor que había marcado el destino de la
gente corriente durante toda la historia, revelaron la inmensidad
del universo y pusieron todo el conocimiento del mundo al al-
cance de la mano. Con el inicio del nuevo siglo, la biología mole-
cular está desentrañando los secretos de la propia vida, y los fisicos
se atreven a soñar en una «teoría final» que daría sentido al univer-
so entero.
Por desgracia, muchos descubrimientos «revolucionarios» re-
sultar ser erróneos. El error constituye una parte normal de la
ciencia, y descubrir los defectos de las observaciones o de los ra-
zonamientos de la ciencia constituye el trabajo cotidiano de los
científicos. Éstos tratan de evitar atribuir significado a unos resul-
tados espurios repitiendo las mediciones y diseñando formas de
controlar los experimentos. Pero incluso científicos eminentes han
23
 CIENCIA O VUDÚ
visto deslucida su trayectoria profesional por interpretar errónea-
mente acontecimientos sin importancia de una manera tan con-
vincente que desde ese momento son incapaces de liberarse de la
convicción de que han realizado un gran descubrimiento. Ade-
más, los científicos tienen tendencia -como todo el mundo- a ver
lo que esperan ver, y una conclusión errónea formulada por un
respetado colega suele arrastrar a otros científicos por la senda de
la ignominia. Se trata de una ciencia patológica, en la que los cientí-
ficos logran engañarse a sí mismos.
Si los científicos pueden engañarse a sí mismos, ¿cuánto más
facil no resulta fabricar argumentos deliberadamente orientados a
confundir a juristas o legisladores con pocos o ningún conoci-
miento científico? Ésta es la ciencia basura, que suele consistir en
elaborar retorcidas teorías acerca de que podría ser así, sin aportar
apenas evidencias que demuestren que realmente es así.
A veces no hay evidencias en absoluto. Hace doscientos años
la gente culta imaginaba que la mayor contribución de la ciencia
sería liberar al mundo de la superstición y la mentira. Pero eso no
ha ocurrido. Las antiguas creencias en los demonios y la magia si-
guen recorriendo el paisaje actual, vestidas ahora con el lenguaje y
los símbolos de la ciencia; así, y como ya mencionábamos antes:
cierto gurú sanador y autor de best-sellers explica que su línea de
curación espiritual se asienta firmemente en la teoría cuántica; la
mitad de la población cree que la Tierra está siendo visitada por
extraterrestres del espacio que conocen el modo de viajar más rá-
pido que la luz, y mucha gente culta lleva imanes en sus zapatos
para extraer energía de la Tierra. Esto es seudociencia. Puede que
quienes la practican crean que es auténtica ciencia, del mismo
modo que seguramente las brujas y los curanderos creen realmen-
te que pueden invocar poderes sobrenaturales.
Sin embargo, lo que puede empezar siendo un honesto error
suele hallar el modo de evolucionar, a través de etapas casi imper-
ceptibles, desde el autoengaño hasta el fraude. La línea que separa
24
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
la necedad del fraude es muy delgada. Y, dado que no siempre re-
sulta facil saber cuándo se ha cruzado, utilizaré la expresión ciencia
vudú para referirme de forma conjunta a todas estas variedades:
ciencia patológica, ciencia basura, seudociencia y ciencia fraudu-
lenta. El presente volumen pretende ayudar al lector a reconocer
la ciencia vudú y a comprender las fuerzas que parecen conspirar
para mantenerla viva.
El primer contacto que tiene la mayoría de la gente con cada
nuevo postulado científico se da a través de los noticiarios de los
medios de comunicación, normalmente de la televisión; y ahí,
justamente, empieza nuestra historia.
LA PILA DE PATTERSON y LAS CUENTAS MÁGICAS
El 6 de febrero de 1996, el noticiario Morning News de la cadena
ABC incluía un reportaje sobre otro inventor, James Patterson, y
otra fuente de energía inagotable.
-Cuando Jack plantó sus semillas mágicas obtuvo un tallo de
judía -empezó el presentador del noticiario-, pero cuando el in-
ventor James Patterson coge sus cuentas -unas cuentas casi perfec-
tamente redondas- y las mezcla con agua, dice que obtiene ener-
gía, y montones de ella. Pero su invento podría resultar como la
gallina de los huevos de oro. Damos paso a Michael Guillen.
De nuevo, un noticiario de una cadena de probada seriedad
invitaba a la gente a tomar en serio una historia «científica».
El corresponsal Michael Guillen estaba de pie junto a James
Patterson en el desordenado garaje-taller del inventor. Patterson
había logrado cierto éxito en un proceso para fabricar minúsculas
cuentas de plástico, que tienen diversos usos bastante anodinos.
De setenta y cinco años de edad, cabello blanco, aspecto alegre y
vestido con una bata de laboratorio, parecía una especie de carica-
tura del típico inventor de aspecto bonachón.
25
 CIENCIA O VUDÚ
-Soy más que millonario. He modificado la alquimia para que
convierta pequeñas cuentas en oro -dijo con una risita.
Le explicó a Guillen que, cuando cubría sus cuentas de plásti-
co con níquel y paladio, las mezclaba con agua salada y hacía que
una corriente eléctrica las atravesara, obtenía una energía doscien-
tas veces superior a la empleada. ¿Cómo sucedía eso? Afirmaba
que no tenía ni idea.
¿Paladio? ¿Pilas electrolíticas? Empecé a prestar más atención. El
postulado de Patterson se parecía sospechosamente a la desacredita-
da «fusión fría» formulada siete años antes por Stanley Pons y Mar-
tin Fleischmann, dos químicos de la Universidad de Utah. Es muy
probable que Michael Guillen, también nsico, reconociera aquella
similitud; pero, si lo hizo, no informó a su público. En lugar de ello,
Guillen se dirigió directamente a la cámara con rostro serio:
-Ha habido montones de supuestas fuentes de energía ideales
en todo el mundo, pero este aparato es distinto, debido a los presti-
giosos antecedentes del inventor y debido a que ya ha atraído seria-
mente el interés de grandes empresas. Y, lo que es más importante,
parece ser que ha sido confirmado por científicos independientes
de prestigiosas universidades. Pero para algunos, simplemente eso
no suena a cierto.
Estas palabras sirvieron para dar paso a lo que en la jerga tele-
visiva se conoce como «bustos parlantes» (personajes de los que
sólo se ve el busto), en este caso varios «expertos», identificados
únicamente por un breve rótulo, haciendo breves declaraciones
previamente grabadas. Éstos suelen constituir la guarnición habi-
tual en el tratamiento que la televisión da a la ciencia. El primer
busto parlante, que apareció acompañado del rótulo de (~ohn
Huizenga, científico nuclear», afirmó:
-Estaría dispuesto a apostar que no sirve para nada.
En menos de tres segundos llegó el punto de vista opuesto.
Una segunda eminencia, identificada como Quentin Bowles,
profesor de la Universidad de Missouri, discrepaba:
26
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
-Funciona, pero no sabemos por qué. Ése es el qu·id.
El «debate» íntegro había durado apenas siete segundos.
Quentin Bowles era un ingeniero poco conocido. Por su par-
te, John Huizenga era un distinguido profesor de química nuclear
en la Universidad de Rochester, miembro de la Academia Nacio-
nal de Ciencias, director del grupo de expertos convocado por el
gobierno en 1989 para investigar la supuesta fusión fría de
Fleischmann y Pons, y autor de la obra más autorizada sobre la
polémica de la fusión fría. Guillen no podía haber encontrado a
un experto mejor cualificado. Cualquier científico que hubiera
seguido el tema de la fusión fría sabía quién era John Huizenga,
pero la mayoría de los telespectadores no habían oído hablar nun-
ca de ninguno de los dos. Esto creaba lo que Christopher Tou-
mey, en su obra Conjuring Science, denomina «seudosimetría»: la
falsa impresión de que la opinión de los científicos se halla dividi-
da por igual respecto a cuestiones que, en realidad, pueden tener
muy poco respaldo científico, o ninguno en absoluto.
Busqué en los periódicos de la mañana alguna mención a la
pila de Patterson. Los noticiarios de televisión resultan inestima-
bles cuando hay que advertir de algún peligro, pero no sustituyen
a la prensa escrita: con la televisión, por ejemplo, uno puede du-
dar si en un rótulo ponía Missouri o Mississippi, pero no puede
volver atrás para comprobarlo. Pero en este caso los periódicos no
decían nada. Un sencillo aparato que produce doscientas veces la
energía que consume alteraría el curso de la historia. Se podría
suponer que James Patterson y sus cuentas mágicas constituirían
una importante noticia y, sin embargo, en ninguna otra edición
de ningún otro medio de comunicación se les mencionaba. Y
además, ¿por qué Michael Guillen había evitado tan cuidadosa-
mente mencionar la fusión fría? ¿Se estaba confundiendo al públi-
co deliberadamente?
Es posible. Aquella historia no era noticia, y ciertamente tam-
poco era ciencia: era espectáculo. Patterson, como Joe Newman,
27
 CIENCIA O VUDÚ
es un personaje atractivo y pintoresco. La expresión fusión fría se
evitó cuidadosamente porque evoca una imagen negativa: la ma-
yoría de los telespectadores estadounidenses recuerdan vagamente
que la supuesta fusión fría había quedado finalmente desacredita-
da. Al evitar utilizar dichos términos, sin embargo, Guillen oscu-
recía la historia realmente interesante: ¡la fusión fría no ha muer-
to! Sigue entre nosotros.
Aunque la fusión fría desapareció de las portadas hace años, un
grupo de creyentes, cada vez más reducido, ha seguido reunién-
dose anualmente desde 1989 para celebrar una reunión en algún
centro turístico internacional de moda con el fin de poner en co-
mún sus esfuerzos para resucitarla. Así, el lugar donde se celebró
el Congreso Internacional sobre la Fusión Fría de 1996 fue un lu-
joso hotel de Sapporo, Japón, que disponía de su propio campo de
golf. En 1995 la reunión fue en Montecarlo; el año anterior, en la
isla de Maui (en Hawai). Como en anteriores encuentros, el con-
greso de Sapporo fue una reunión pacífica, ya que no se le suele
dar publicidad fuera del pequeño grupo de creyentes conocidos:
quizá sea porque se sienten asediados por el resto de la comunidad
científica, el caso es que prácticamente no hay discrepancia entre
ellos. Incluso cuando parece que han obtenido resultados contra-
dictorios, evitan criticar abiertamente el trabajo de los demás y
luchan por encontrar un denominador común. Uno de los po-
nentes del congreso sobre fusión fría de Sapporo fue el inventor
James Patterson.
Quienes albergan dudas acerca de la fusión fría no se sienten
cómodos en dichas reuniones, y raramente asisten a ellas. Una no-
table excepción es Douglas Morrison, un físico de altas energías
nacido en Gran Bretaña y que actualmente trabaja en el CERN,
sede del gran laboratorio y acelerador de partículas europeo, radi-
cado en Suiza. Morrison se encarga de asistir a todas y cada una de
esas reuniones y de mantener informado del contenido de sus actas
al resto de la comunidad científica. Hace dos años, antes de la reu-
28
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
nión de Sapporo, Morrison se jubiló oficialmente; pero para él,
como para muchos científicos prominentes, eso significaba única-
mente menos ingresos y mayor libertad para dedicarse a cualquier
cosa que considerara interesante e importante. No parece afectarle
el hecho de ser tratado con recelo e, incluso, con abierta hostilidad
por otros asistentes, muchos de los cuales aparentemente creen que
está a sueldo de alguna poderosa organización internacional empe-
ñada en eliminar la fusión fría. Morrison, que tiene que pagar su
asistencia de su propio bolsillo, explica simplemente que le gusta la
buena ciencia y le disgusta la mala. Recuerda que Pons, en una en-
trevista realizada en 1989, había mostrado lo que él afirmaba que
era una pequeña caldera de fusión fría.
-Dicho de manera sencilla -había explicado Pons-: tal como
está ahora podría proporcionar agua hirviendo para una taza de té.
Cada año, en el congreso sobre fusión fría, Morrison pregun-
taba cortésmente:
-Por favor, ¿puedo tomar una taza de té?
Los partidarios vuelven cada año esperando buenas nottclaS,
pero las noticias de 1996 eran preocupantes. La principal fuente de
financiación para la investigación sobre fusión fría en Estados Uni-
dos había sido el Instituto de Investigación sobre Energía Eléctrica
(EPRI), gestionado conjuntamente por varias compañías eléctricas
privadas. Unos meses antes, el EPRI había anunciado que daba por
finalizado su apoyo a la investigación sobre la fusión fría. Ahora co-
rría el rumor de que el Ministerio de Industria y Comercio Inter-
nacional japonés, que patrocinaba la reunión de Sapporo, también
había decidido abandonar la fusión fría. Para sus partidarios, aquello
parecía inexplicable. ¿Por qué dichas organizaciones retiraban su
apoyo precisamente cuando la investigación estaba a un paso de de-
sentrañar finalmente el rompecabezas de la fusión fría?
Por desgracia, siempre ha estado a un paso. Cada año, en el
congreso sobre fusión fría se producía una gran excitación acerca
de los últimos resultados, que, se decía, finalmente van a dar a co-
29
 CIENCIA O VUDÚ
nacer una prueba incontrovertible de que la fusión también se da
a bajas temperaturas. Quizá sea una nueva evidencia de neutrones
y de rayos gamma característicos de la fusión del deuterio; o que
se ha encontrado helio, el producto de la fusión, en la estructura
metálica; o que por fin un experimento fidedigno ha demostrado
que existe la ganancia de energía, o que un nuevo análisis teórico
ha mostrado que, después de todo, la fusión fría resulta ser cohe-
rente con las leyes fisicas conocidas. Pero para la siguiente reunión
muchos de aquellas ponencias han sido desacreditadas o retiradas
porque se han descubierto problemas con el equipo, o porque se
ha encontrado un defecto en el análisis teórico, o porque otras
personas han sido incapaces de obtener los mismos resultados. La
fusión fría no está hoy más cerca de verse confirmada de lo que 10
estaba el día en que se anunció.
Se trata de científicos; presumiblemente se les ha formado para
observar cualquier nuevo postulado con escepticismo. ¿Qué les hace
volver un año tras otro llenos de esperanza? ¿Por qué este pequeño
grupo cree tan fervientemente en algo que el resto de la comunidad
científica rechazó hace años como una fantasía? Fax Mulder, el po-
pular agente del FBI de la serie Expediente X, encargado de casos
que parecen tener relación con 10 paranormal, tiene un póster col-
gado en una de las paredes de su despacho que reza simplemente:
«Quiero creen>. Al igual que el agente Mulder, los creyentes en la fu-
sión fría quieren creer. Si deseamos comprender por qué han elegi-
do creer precisamente en la fusión fría, primero debemos repasar los
extraordinarios acontecimientos de la primavera de 1989.
LA FUSiÓN FRÍA Y LOS QUÍMICOS DE UTAH
Una de las razones por las que los científicos parecen incapaces de
aceptar los postulados de Joe Newman era que éste no había se-
guido ninguna de las «reglas». Los nuevos hallazgos científicos
30
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
normalmente se comparten inicialmente con algunos colegas cer-
canos, y a veces se someten a prueba en un grupo reducido. Tam-
bién es posible que se presente oficialmente el trabajo en un con-
greso científico, aunque seguramente no se vería con buenos ojos
que el lugar de reunión fuera el Superdome. Si no surgen proble-
mas, el trabajo se somete a una revista científica adecuada para
que lo publique. El editor de la revista elegirá a una serie de ex-
pertos anónimos para que revisen el trabajo en busca de errores
obvios en sus métodos o en su razonamiento, y para que se asegu-
ren que se tiene en la debida consideración todo el trabajo ante-
rior realizado en ese ámbito. Revisar los manuscritos de otros
científicos cuidadosa y objetivamente se considera una obligación
sagrada.
De todas formas, ésa es sólo la teoría. En la práctica, el proce-
dimiento resulta en ocasiones escandaloso y desagradable. En los
congresos científicos pueden darse acalorados debates. A veces se
acusa a los revisores de obstruir la publicación de resultados que
contradicen a sus propios trabajos, y a los editores, de falta de ob-
jetividad. Surgen rivalidades que llegan a ser tan fuertes como las
que se producen en el terreno deportivo. Trabajos estúpidos lo-
gran llegar a la imprenta, mientras que una idea sensacional puede
quedar enfangada en un debate mezquino. Y sin embargo, en su
conjunto el sistema funciona sorprendentemente bien: los huenos
trabajos acaban por aflorar, mientras que el revoltijo de la ciencia
de pacotilla sigue siendo manejable. El método científico trascien-
de los fallos humanos de los científicos individuales; pero en el
caso de la fusión fría este método sufrió una violenta sacudida.
Era jueves, 23 de marzo de 1989. Ese día el Sol calentaba la
Tierra como lo había hecho durante cuatro mil quinientos millo-
nes de años, gracias a la fusión de núcleos de hidrógeno a altas
temperaturas. Y seguirá haciéndolo durante muchos miles de mi-
llones de años más, lo que significa que, incluso en el tremendo
caldero del Sol, la fusión es un proceso bastante lento, lo cual re-
31
 CIENCIA O VUDÚ
sulta estupendo para nosotros. En Salt Lake City, la Universidad
de Utah convocó una conferencia de prensa para anunciar que
dos químicos, Martin Fleischmann y Stanley Pons, habían descu-
bierto una fuente de energía ilimitada y no contaminante. La de-
nominaban «fusión fría».
-Hemos desencadenado una reacción de fusión sostenida por
medios considerablemente más simples que las técnicas conven-
cionales -declaraba el profesor Pons.
De ser cierto lo que decían, habian logrado copiar la fuente de
la energía del Sol, iY en un tubo de ensayo!
Moshe Gai, fisico nuclear de Yale, recuerda que se encontraba
en la autopista de camino a casa cuando escuchó la noticia en la
NPR (Radio Pública Nacional). Si aquello era cierto, sería el des-
cubrimiento cientifico del siglo. Gai se acercaba rápidamente a la
salida 51, y apenas tuvo tiempo de maniobrar para coger el carril
de salida. Cruzó por encima de la autopista y volvió a entrar en
sentido contrario, dirigiéndose de nuevo hacia la universidad.
Pensaba que sabia cómo poner a prueba el postulado de Utah.
En realidad, la historia había salido a la luz aquella mañana.
Horas antes de la conferencia de prensa de Salt Lake City, había
aparecido ya en el Financial Times de Londres y en el Wall Street
journal de Nueva York. Durante las semanas siguientes este últi-
mo publicaría con infatigable optimismo diversos reportajes so-
bre la fusión fría, y hasta incluiría un editorial utilizando el episo-
dio para jactarse de ser el número uno a la hora de informar de
los nuevos desarrollos tecnológicos. La Universidad de Utah es-
taba utilizando el Wall Street journal para vender la fusión fría, y el
VVall Street journal utilizaría la fusión fria para vender más ejem-
plares. Un descubrimiento así podía engendrar una industria ma-
yor que cualquiera de las que hasta ahora ha conocido la Tierra;
y el hecho de que la historia se hubiera filtrado a los diarios fi-
nancieros más influyentes del mundo, ciertamente, no era acci-
dental.
32
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
Pero si hubo un accidente aquella noche. Cuatro minutos des-
pués de la medianoche, por alguna cruel travesura de los dioses, el
superpetrolero Exxon ~ldez encalló en el arrecife Bligh Reef, si-
tuado en el canal Prince William Sound, en Alaska, dando lugar
al mayor vertido de petróleo de toda la historia de Estados Uni-
dos. La noticia del desastre del Exxon ~ldez llegó demasiado tar-
de para aparecer en los periódicos de la mañana de la Costa Este,
pero el descubrimiento de una fuente de energía ilimitada y no
contaminante saltaba a la portada del New York Times. En los días
que siguieron, las trágicas imágenes de aves y focas moribundas,
cubiertas de una gruesa capa de negro petróleo, constituirían un re-
cordatorio cotidiano del precio que paga la civilización por la ener-
gía que la impulsa. La contaminación de Prince William Sound se
añadia a la lluvia ácida, la minería a cielo abierto, Chernóbil, el
efecto invernadero y los residuos nucleares; la civilización parecía
estar ahogándose en los excrementos de su propia producción de
energía. La fusión fría prometía liberar a la Tierra de su lento es-
trangulamiento.
La reacción de la comunidad científica a las noticias proceden-
tes de Salt Lake City contrastaba marcadamente con la indiferen-
cia con la que se había acogido, cinco años antes, el postulado de
Joe Newman acerca de su fuente de energía ilimitada. Al fin y al
cabo, Pons era profesor de química en la Universidad de Utah,
con una larga lista de trabajos de investigación publicados, mien-
tras que Fleischmann, profesor invitado en Utah, era profesor en
la Universidad de Southampton y miembro de la Royal Society
británica, un símbolo de considerable distinción científica. No se
les podía dejar de prestar atención.
El día después de la conferencia de prensa, en los laboratorios
de todo el mundo los científicos se reunieron en torno a sus piza-
rras para debatir los fragmentos de información que habían apare-
cido en las noticias. El primer paso era preguntarse si el postulado
de Utah era coherente con los principios fisicos aceptados. Los
33
 CIENCIA O VUDÚ
cálculos iniciales no parecieron prometedores. Sin embargo, la in-
formación proporcionada por la prensa carecía de ciertos detalles
que podrían permitir a otros científicos juzgar la fuerza del postu-
lado de Utah o repetir el experimento. Las llamadas a la Universi-
dad de Utah pidiendo más información sólo dieron como resulta-
do una nota de prensa, que se preocupaba más por el potencial
económico de la fusión fría que por su evidencia científica.
Pero no sólo se había roto el protocolo. La ciencia se basa ínte-
gramente en la disposición de los científicos a poner a prueba sus
ideas y resultados en confrontación directa con sus colegas. La
Universidad de Utah estaba infringiendo flagrantemente este pa-
trón de conducta científica. Fleischmann y Pons salían en todos
los noticiarios, pero no contestaban a las llamadas de los otros
científicos. Al igual que hiciera Joe Newman, se habían dirigido
directamente a los medios de comunicación, y los científicos de-
pendían totalmente de éstos para obtener información.
Como decía Cad Sagan, es de esperar que los postulados ex-
traordinarios se vean refrendados por evidencias también extraordi-
narias. Normalmente, un anuncio de tal importancia habría venido
precedido por un cuidadoso examen en el seno de la comunidad
científica, y en el momento de la conferencia de prensa se habría
puesto a disposición de los científicos interesados un informe deta-
llado. Sin embargo, el postulado básico de los dos químicos estaba
claro: durante la electrólisis del agua pesada (agua en la que el deu-
terio reemplaza al hidrógeno ordinario), los núcleos de deuterio se
agrupan tan estrechamente en un cátodo de paladio que llegan a fu-
sionarse, liberando grandes cantidades de energía. El deuterio es un
isótopo del hidrógeno, estable, que se produce de forma natural; su
núcleo contiene un neutrón, además del único protón que también
se halla en el núcleo del hidrógeno ordinario. Dado que el deuterio
representa aproximadamente el 0,014 % de todos los átomos de hi-
drógeno que hay en los océanos, sus reservas son prácticamente
inagotables.
34
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
La fusión de dos átomos de deuterio para formar helio fue es-
tudiada por Ernest Rutherford, en Cambridge, ya en 1934. Desde
entonces, hay pocos procesos nucleares que se hayan explorado
tan a fondo. Debido a su carga positiva, normalmente los núcleos
de deuterio se repelen entre sÍ. Sin embargo, si se les puede forzar
a acercarse lo suficiente interviene la denominada «interacción
débil», una fuerza nuclear de corto alcance, y los dos núcleos se
«fusionan» para formar un núcleo compuesto formado por dos
protones y dos neutrones. Se trata de las mismas partículas que
forman el núcleo del helio ordinario, o helio-4; sin embargo,
mientras que el núcleo del helio-4 es muy estable, el núcleo com-
puesto despide violentamente su exceso de energía.
Este exceso de energía es expulsado en forma de radiación nu-
clear. Aproximadamente la mitad de las veces, esta radiación con-
siste en un neutrón despedido del núcleo que viaja a velocidades
muy elevadas. Esto convierte al núcleo en un núcleo de helio-3,
un isótopo del helio más ligero, pero estable. Tanto el helio-3
como los neutrones cargados de energía constituyen una eviden-
cia inequívoca de que ha tenido lugar la fusión. Dado que los
neutrones no tienen carga eléctrica, escapan facilmente a través de
las paredes de la pila experimental, y se pueden detectar con el
equipo adecuado.
Sin embargo, incluso para las más elevadas concentraciones de
deuterio en el cátodo de paladio, no parece que los núcleos de
deuterio lleguen a acercarse nunca tanto como para llegar a fusio-
narse. Fleischmann había explicado en una entrevista en televisión
que la elevada concentración de deuterio en el paladio era equiva-
lente a una presión muy alta.
-Los fisicos -añadió condescendiente- han concentrado sus
esfuerzos en las altas temperaturas; nadie ha pensado en utilizar
una presión elevada.
Aquel comentario me sorprendió. Llevamos años estudiando
las altas concentraciones de isótopos de hidrógeno en los metales.
35
 CIENCIA O VUDÚ
De hecho, en metales como el titanio, el escandia y el erbio los
isótopos de hidrógeno pueden alcanzar concentraciones dos o tres
veces mayores de las que son posible en el paladio. Incluso se uti-
lizan dichos metales para almacenar deuterio y tritia (un isótopo
radiactivo del hidrógeno con dos neutrones en el núcleo) en de-
terminados componentes de las armas nucleares, y resultan per-
fectamente estables. Normalmente, cuando los científicos creen
que tienen una nueva idea, lo primero que hacen es acudir a la bi-
blioteca para ver si alguien ha pensado lo mismo antes que ellos.
¿Cómo es posible -me preguntaba- que Pons y Fleischmann ha-
yan estado trabajando en la idea de la fusión fría durante cinco
años, según afirman, sin ir a la biblioteca a enterarse de todo lo
que ya se sabe acerca del hidrógeno en los metales?
Pero había más problemas: los subproductos de la fusión del
deuterio, además del helio, son los neutrones, el tritio y los rayos
gamma. Con los niveles de potencia que Pons y Fleischmann afir-
maban haber utilizado, lo normal era que su pila experimental hu-
biera emitido dosis letales de radiación nuclear. Y, sin embargo, ahí
estaban los dos flamantes químicos, en una fotografia que aparecía
en las portadas de los periódicos de todo el mundo, vestidos con
chaqueta y corbata, sosteniendo orgullosamente su pila ante las cá-
maras. Como comentó el fisico nuclear Frank Clase, ésta habría
sido la fuente de radiación más caliente al oeste de Chernóbil. En
el Departamento de Física de la Universidad de Utah se mostraban
escépticos, e incluso circulaba allí un macabro chiste que decía:
«¿Te has enterado de la desgracia del ayudante de investigación del
laboratorio de Pons? ¡Se encuentra en perfecto estado de salud!».
Si aquello era fusión, constituía un tipo de fusión nunca visto, en
el que la energía se liberaba en forma de calor sin producir apenas
radiación. Y si la fisica nuclear no podía explicarlo -parecían estar
diciendo los dos químicos- ¡peor para la fisica nuclear!
Unos días después de la conferencia de prensa de Salt Lake
City fui entrevistado por el redactor científico jefe de los noticia-
36
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
rios de la NBC, Robert Bazell. La NBC era la única de las prin-
cipales cadenas de noticias que todavía no había hablado del tema.
Bazell había encontrado entre los científicos, y especialmente en-
tre los fisicos, la firme convicción de que los postulados de Utah
eran erróneos. Pero nadie parecía dispuesto a decirlo abiertamen-
te ante las cámaras, y a él le preocupaba la posibilidad de que no
se le diera al público una información veraz.
La entrevista tuvo lugar en mi oficina de Washington. Resumí
brevemente por qué el postulado de la fusión fría tenía que ser
erróneo. Cuando el cámara de la NBC estaba recogiendo su
equipo para marcharse, Bazell me hizo la pregunta que no podía
formular en amena:
-Entonces, ¿qué es lo que está ocurriendo? ¿Es un fraude?
-No lo creo -le respondí-o Pero espere unas semanas.
Pons y Fleischmann se habían convertido en celebridades mun-
diales de la noche a la mañana; pero al anunciar su postulado de
manera tan enérgica y pública, se habían privado a sí mismos de la
posibilidad de retractarse. Si su postulado no se sostenía -y yo es-
taba seguro de que no lo haría-, su carácter se iba a someter a una
dura prueba.
Una de las razones por las que Pons y Fleischmann tenían que
estar equivocados era que el número de electrones que contabili-
zaban era al menos un millón de veces demasiado pequeño para
explicar la energía que afirmaban obtener. Aun así, si el experi-
mento producía aunque sólo fuera un neutrón, éste constituiría
una prueba de que estaba teniendo lugar algún tipo de proceso
nuclear.
Hay algo que hace difícil esta medición, y es el «ruido de fon-
do» de neutrones procedentes de los rayos cósmicos. Es como tra-
tar de mantener una conversación en medio de una ruidosa fiesta:
de nada serviría un audífono, puesto que éste amplificaría también
la cháchara de fondo. Lo mejor es acercarse lo máximo posible a
la otra persona, y hablarse directamente al oído. En Yale, Moshe
37
 CIENCIA O VUDÚ
Gai y sus estudiantes habían construido un detector de neutrones
de gran abertura, que trabajaba basándose en este mismo princi-
pio: capturar tanta «señal» como fuera posible. Utilizaban el de-
tector para medir niveles muy bajos de emisión de neutrones pro-
cedentes de ciertas desintegraciones poco comunes de núcleos
atómicos.
Para estudiar la fusión fría, Gai tuvo una inspiración: rodearía
la pila de fusión fría de dos capas de detectores y contaría única-
mente los neutrones detectados por ambas capas en la secuencia
correcta. En la analogía de la fiesta, era como disponer de un filtro
que sólo dejara pasar una de las voces. Estaba tan entusiasmado
con la idea que comió y durnúó en el laboratorio de fisica nuclear
durante el mes que dedicó a perfeccionar el nuevo detector. Fi-
nalmente logró reducir el nivel del ruido de fondo a la increíble
cantidad de dos neutrones por día, a los que denominó jocosa-
mente Stanley y Martin. Gai confiaba en que con aquel detector
podría poner a prueba el postulado de la fusión fría, pero no sabía
nada de electroquímica.
El jefe del laboratorio de fisica nuclear de Vale era Allan
Bromley, uno de los más destacados científicos del país, política-
mente conservador, del que se rumoreaba que figuraba en la cor-
ta lista de candidatos a ocupar el cargo de asesor científico del re-
cién elegido presidente Bush. Brornley se dio cuenta de que Gai
necesitaría la colaboración de un experto en electroquímica. Y le
puso en contacto con Kelvin Lynn, un electroquímico de cuaren-
ta y un años que trabajaba en el Laboratorio Nacional de Brook-
haven, situado a sólo dos horas de allí, en el extremo oriental de
Long Island. Resultó que Lynn había estudiado en la Universidad
de Utah, y conocía tanto a Pons como a Fleischmann. Se inclina-
ba a creer que su postulado había de tener algo de cierto, y había
empezado ya a construir el tipo de pila electrolítica que ellos ha-
bían utilizado. Fue una colaboración fructífera: Gai y Lynn abor-
daron el problema con expectativas diametralmente opuestas.
38
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
Gai y Lynn no eran los únicos que estaban obsesionados con la
fusión ma. Científicos que no habían hecho ningún caso de la má-
quina energética de Joe Newman trabajaban ahora día y noche en
la fusión fría, a pesar de que el postulado de Utah parecía infringir
una gran parte de lo que se sabía acerca de la fisica nuclear.
-Si todo el mundo sabe que es un error -me preguntaba, per-
plejo, un periodista-, ¿por qué todos están intentándolo?
Ciertamente, estaba la fascinación de una nueva ciencia; pero
para muchos podía ser también el olor a sangre.
-La multitud grita igual cuando se falla un penalti que cuando
se marca -le respondí al periodista.
Pero la pregunta daba qué pensar. Cualesquiera que fueran los
motivos, el caso era que científicos de todo el mundo, en todas las
ramas de la fisica y de la química, se estaban uniendo a la carrera
por poner a prueba el postulado de Utah. Aquello empezaba a
parecer una estampida.
Una estampida similar la había desencadenado el descubri-
miento, dos años antes, de la superconductividad a altas tempera-
turas, otro resultado bastante inesperado que iba en contra de
muchas ideas preconcebidas. Pero había una importante diferen-
cia: los descubridores de la superconductividad a altas temperatu-
ras, Georg Bednorz y Karl Müller, que trabajaban en ellaborato-
rio de IBM en Zurich y que un año después compartirían el
Premio Nobel por su descubrimiento, se adhirieron meticulosa-
mente a las «reglas» del intercambio científico. El anuncio públi-
co de su descubrimiento coincidió con la publicación en una re-
vista, supervisada por colegas suyos, de todos los detalles de su
experimento. Y todos los que lo intentaron obtuvieron los mis-
mos resultados. Al cabo de unas semanas, los superconductores
de altas temperaturas se fabricaban en las clases de ciencia de los
institutos.
Cualquier científico que quisiera repetir el experimento de
Pons y Fleischmann, sin embargo, habría de averiguar primero en
39
 CiENCIA O VUDÚ
qué conslstla. En realidad, muchos científicos parecían disfrutar
con el desafío de penetrar en el muro de secretismo que rodeaba a
los químicos de Utah. De la noche a la mañana se formó una red
intelectual extraoficial. Internet todavía no existía, pero se creó
un consejo editor de un boletín informático destinado al inter-
cambio de información entre los laboratorios de todo el mundo.
Se utilizó el fax para intercambiar recortes de prensa. Se reprodu-
cían una y otra vez cintas de vídeo con entrevistas a Pons y
, Fleischmann. Se ampliaban las fotografía de los periódicos para
ver con mayor detalle el aparato de Utah, utilizando la anchura de
la muñeca de Pons para calcular sus dimensiones. A los pocos días
ya había otros laboratorios que creían que podían repetir los expe-
rimentos de la fusión fría de Pons y Fleischmann.
Los primeros reportajes de prensa parecieron beneficiar a
Utah. La estampida científica desencadenada por la fusión fría fue
interpretada por muchos periodistas como una evidencia de que
debía de haber algo de cierto, y la fusión fría apareció en las noti-
cias casi diariamente. La manía se alimentaba a sí misma. Los re-
portajes de prensa más optimistas alentaban a otros grupos a hacer
públicos sus propios, y prematuros, hallazgos. Un cable suelto, la
contaminación de los electrodos, errores de calibración, detecto-
res defectuosos: todo se identificaba como «resultados anómalos»
o «confirmaciones parciales».
Cuando se recibían informes de grupos que no hallaban evi-
dencia alguna de la fusión fría, Pons y Fleischmann explicaban
que se necesitaban varios días para «cargan> el cátodo con deuterio
antes de que se iniciase la reacción. Cuando dichos grupos se-
guían sin ver nada al cabo de una semana, los científicos de Utah
decían que a veces se necesitaban diez días; o tres semanas; o que
el cátodo no tenía el tamaño apropiado; o que no estaban utili-
zando el electrolito correcto; o que sólo funcionaba con el pala-
dio colado, pero no con el extrudido. Se extendió el rumor de
que Pons y Fleischmann estaban confundiendo deliberadamente a
40
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
los científicos para ocultar «el secreto» mientras negociaban con
potenciales inversores.
Sin ~mbargo, el 12 de abril, en la reunión anual de la Sociedad
Química Norteamericana, celebrada en Dalias, siete mil químicos
saludaron a Pons con una gran ovación. Era la primera vez, desde
la conferencia de prensa del 23 de marzo, que el hermético Pons
se sometía a las preguntas de otros científicos. Compartía el estra-
do con el físico Harold Furth, el director del laboratorio de Prin-
ceton que había gastado centenares de millones de dólares tratan-
do de crear una reacción de fusión sostenida a altas temperaturas.
Éste era el trabajo sobre el que Pons había ironizado en la confe-
rencia de prensa de Salt Lake City con su comentario sobre las
«técnicas convencionales».
Debemos hacer aquí un breve paréntesis para hablar de qué es
(o, al menos, qué podría ser) la fusión «convencional». Desde la
década de 1950 los científicos han soñado con construir un reac-
tor de fusión práctico utilizando el mismo principio que suminis-
tra la energía del Sol: un plasma a altas temperaturas, donde los
núcleos de los isótopos del hidrógeno chocan entre sí con tal vio-
lencia que superan su repulsión mutua y se fusionan. En física, el
término plasma alude a un gas que se halla a una temperatura tan
elevada que los electrones se separan de los átomos; por tanto, en
lugar de un gas formado por átomos neutros, el plasma es un gas
compuesto por iones cargados positivamente y electrones negati-
vos. Pero incluso en el Solla fusión es un proceso lento, y de ahí
que éste simplemente no explote: lleva miles de millones de años
«quemándose», y seguirá haciéndolo durante muchos miles de
millones más antes de agotar su combustible.
Es bastante fácil reproducir este proceso en el laboratorio; el
problema es que, a la escala que un laboratorio permite, apenas
resulta eficaz. Un gas caliente tiende a expandirse, enfriándose a
medida que lo hace; por tanto, hay que confinar al plasma de al-
gún modo, y ahí radica el problema. En el Sol, qtie afortunada-
41
 CIENCIA O VUDÚ
mente se quema con bastante lentitud, la tendencia del gas calien-
te a expandirse se ve contrarrestada por la intensa gravedad. En un
reactor de fusión práctico el plasma debe estar aún más caliente
que el del Sol. Pero ¿qué recipiente de la Tierra podría soportar
tales temperaturas?
Los científicos han tratado de utilizar lo que se denomina una
«botella magnética», un cilindro que funciona según este princi-
pio: una partícula cargada que se mueva en un campo magnético
experimenta una fuerza que forma ángulos rectos con dicho mo-
vimiento, haciendo que se desplace en espiral por dicho campo
describiendo una trayectoria helicoidal. Cuanto más fuerte sea el
campo magnético, más apretada será la espiral. Estas trayectorias
helicoidales se comportan como las bobinas de un electroimán,
generando su propio campo, que se añade al campo exterior, com-
primiendo aún más el plasma caliente y elevando todavía más la
temperatura. Utilizando este «efecto de constricción» -se creía-,
una botella magnética podría contener un plasma a la temperatura
necesaria para una fusión sostenida. Cuando a finales de la década
de 1950 se demostró el efecto de constricción, se creyó que las
centrales de energía de fusión estaban prácticamente a la vuelta de
la esquina.
Evidentemente, el plasma todavía se podía escapar por los ex-
tremos del cilindro; pero esto se resolvería doblándolo hasta con-
vertirlo en un toro (es decir, en forma de donut), de modo que
no tuviera extremos. Todo pareció funcionar según lo planeado,
hasta que se intentó ampliar la escala para llegar al punto en que la
fusión produjera más energía de la necesaria para calentar el plas-
ma. Cuando se amplía la escala de algo, a menudo surgen sorpre-
sas. Así, por ejemplo, el primer automóvil podía viajar a unos 15
km/h. Varios sencillos adelantos en los motores, la suspensión, la
dirección, la transmisión, etc., han incrementado dicha velocidad
en un orden de magnitud (es decir, en un factor de diez), eleván-
dola a unos 150 km/h. Sin embargo, cualquier intento de aumen-
42
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
tarla en otro orden de magnitud, hasta los 1.500 km/h, choca con
la barrera del sonido, que se sitúa en torno a los 1.200 km/h. Si-
gue siendo posible, pero una serie de principios fisicos que a 150
km/h se podían evitar lo hacen extraordinariamente dificil.
Lo mismo sucede con la fusión. Un reactor de fusión debe su-
perar el punto de· equilibrio, el punto en el que la energía de fu-
sión excede a la energía necesaria para calentar el plasma. Pero
antes de poder alcanzar dicho punto se producen diversas inesta-
bilidades inesperadas, que provocan escapes en la botella magnéti-
ca. Es algo parecido a tratar de comprimir un globo con las ma-
nos: éste empieza a deformarse entre nuestros dedos. Cuando se
encuentra el modo de superar un determinado tipo de inestabili-
dad y se consigue elevar un poco más la temperatura, aparece otro
nuevo. Se sigue avanzando regularmente en la superación de estos
problemas, pero la posibilidad de un reactor de fusión práctico ba-
sado en el confinamiento magnético parece estar más lejana que
nunca. Éste tendría unos costes económicos tan elevados que la
fusión no resultaría práctica a menos que se agotara el resto de las
fuentes de energía. Los cínicos ironizan: «la fusión es la fuente de
energía del futuro... y siempre lo será».
Por entonces, la instalación más avanzada del mundo dedicada
a la investigación de la fusión mediante confinamiento magnético
era el Laboratorio de Física del Plasma de Princeton, dirigido por
Harold Furth. La pieza central del laboratorio de Princeton era
un gigantesco dispositivo de confinamiento toroide de increíble
complejidad, denominado «(tokamab.
Volvamos a nuestra reunión en Dallas. Pons mostró al público
una diapositiva del experimento de Utah, donde se veía un apara-
to de sobremesa metido en una especie de barreño con el fin de
obtener un baño a temperatura constante.
-Esto -dijo impasible- es el «(tokamab de Utah.
El multitudinario público estalló en una carcajada. Impertur-
bable, Harold Furth hizo una sola pregunta:
43
 CIENCIA O VUDÚ
-¿Qué ocurre en su experimento si se sustituye el agua pesada
por agua ordinaria?
Una gran parte de la investigación experimental consiste en
diseñar «controles» para asegurarse de que los resultados muestran
lo que uno cree, y no algún defecto en el equipo o en el diseilo
del experimento. Un experimento de control ha de ser lo más pa-
recido posible al experimento real excepto en un determinado
elemento básico. En este caso, el agua era precisamente este fac-
tor. Dado que en el agua ordinaria los átomos de hidrógeno no
tienen neutrones, éstos no pueden fusionarse directamente para
formar helio, que necesita o uno o dos neutrones en el núcleo. Si
algo que uno ha atribuido a la fusión del deuterio se observa en el
agua ordinaria, eso significa que uno se está engailando.
Pons respondió que no había probado con agua ordinaria,
aunque le parecía una buena idea. ¿Cómo era posible que los
científicos de Utah hubieran estado trabajando en la fusión duran-
te cinco años, según afirmaban, y no hubieran llevado a cabo un
experimento de control tan elemental? Sin embargo, aquella di-
minuta ola en un océano de optimismo no logró advertir a los pe-
riodistas, como tampoco a muchos científicos, de que algo iba
mal bajo la superficie. Muchos de los periodistas interpretaron la
pregunta de Furth como un producto de la envidia, y la prensa
empezó a hablar de una guerra entre fisicos y químicos. Era un
buen titular; sin embargo, en muchos laboratorios los fisicos y los
químicos habían empezado a aunar esfuerzos -como en el caso de
la colaboración entre Moshe Gai y Kelvin Lynn- para abordar el
problema de cómo reproducir el experimento de Utah.
Después de la reunión de DalIas, Pons regresó a Utah aparen-
temente ansioso por probar el experimento de control del «agua
ligera» sugerido por Furth; pero unos días después, cuando un pe-
riodista le preguntó cuál había sido el resultado, Pons se limitó a
comentar en un susurro:
-No obtuvimos los datos de control que esperábamos.
44
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
Aparentemente, el experimento funcionaba más o menos
igual con el agua ordinaria que con agua deuterizada. Pero Pons y
Fleischmann nunca volvieron a mencionar su experimento con
agua ligera.
Esto marcó un punto de inflexión en el desarrollo de la histo-
ria de la fusión fría. Pons había sometido su hipótesis a una prue-
ba básica, y aquélla no la había superado. Pero en lugar de aceptar
la conclusión obvia, eligieron o bien hacer caso omiso del resulta-
do, o bien creer que con el hidrógeno ordinario tenía lugar tam-
bién algún tipo de fusión. ¿Acaso ahora sus deseos gobernaban su
voluntad, borrando toda una vida de formación científica? ¿O era
otra cosa?
Mientras tanto, en New Haven, Allan Brornley había recibido.
una llamada de la Casa Blanca. El presidente Bush, graduado en
Vale, deseaba reunirse con él inmediatamente para hablar del
puesto de asesor científico. Brornley era el candidato natural a
aquel puesto. Había servido al presidente Reagan en el Consejo
Científico de la Casa Blanca, y había asesorado a Bush durante la
campaña electoral. Brornley encajaba perfectamente en el papel.
Los fisicos tienden a ser flacos y de aspecto desaliñado, pues están
demasiado absortos en su trabajo para prestar atención a su apa-
riencia; no se sienten cómodos con los trajes oscuros y las camisas
blancas que se estilan en Washington. Brornley, en cambio, tenía
un aspecto impresionante, vestido con traje de corte clásico y pa-
jarita, con una abundante mata de cabellos negros ondulados que
se rizaban hacia atrás en el cogote, y el tipo de voz que uno le
atribuiría a un senador romano. En todas las reuniones parecía que
él siempre mandaba.
Brornley se dirigió al aeropuerto de La Guardia y cogió el
puente aéreo a Washington. En la Casa Blanca, lo primero que le
preguntó el presidente Bush fue si los informes publicados en
Utah acerca de la fusión fría resultaban creíbles. Tanto la adminis-
tración como el Congreso estaban siendo objeto de una creciente
45
 CIENCIA O VUDÚ
presión para que investigaran en profundidad lo que ya se estaba
vendiendo como la fuente de energía del siglo XXI. Brornley esta-
ba preparado para responder a aquella pregunta; Gai y Lynn, que
materializaban la colaboración entre Yale y Brookhaven, acababan
de informarle de sus descubrimientos preliminares: no había emi-
sión de neutrones. Confidencialmente informó al presidente de
que los informes de Utah estaban equivocados.
En Utah, la asamblea legislativa estatal, sin hacer caso del cre-
ciente escepticismo de la comunidad científica, se reunió en se-
sión especial para votar una dotación de cinco millones de dólares
a la Universidad de Utah para empezar a desarrollar la fusión fría.
La Universidad afirmó que sólo se firmarían acuerdos con empre-
sas que basaran algunas de sus operaciones en Utah. Se informó
de que James Fletcher, director de la NASA a punto de jubilarse y
antiguo presidente de la Universidad de Utah, había aceptado su-
pervisar el programa de fusión fría. Fletcher era un devoto mor-
món, y en Utah muchos mormones estaban convencidos de que
el descubrimiento de la fusión fría provenía directamente de Dios
con el fin de librar al Estado de sus graves problemas económicos.
En el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, en Califor-
nia, Edward Teller, anciano «padre de la bomba H» y casi un hé-
roe mítico para los conservadores, había declarado, poco después
de la conferencia de prensa de Salt Lake City, que la fusión fría
«suena bien». Su protegido Lowell Wood, ansioso por demostrar
que su mentor tenía razón, trató de reproducir el experimento de
Pons y Fleischmann. Poco familiarizado con la electroquímica,
Wood provocó una explosión en su laboratorio al prender el hi-
drógeno liberado en la electrólisis. La onda expansiva hizo añicos
sus aparatos y puso fin a su búsqueda de la fusión fría.
En Washington, la Iniciativa de Defensa Estratégica empezó a
organizar un seminario para examinar si la fusión fría podría pro-
pulsar los misiles de defensa de la llamada «guerra de las galaxias»,
mientras el senador Jake Garn, de Utah, preparaba un vuelo de
46
NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO
transporte de las fuerzas aéreas qué llevaría a un grupo de dignata-
rios de Washington a Salt Lake City, con el fin de que pudieran
echar un vistazo por sí mismos. El diputado Robert Walker, vice-
presidente republicano del Comité de la Casa Blanca, envió una
enmienda presupuestaria por la que se transferían a la fusión fría
cinco millones de dólares procedentes del programa de «fusión ca-
liente», o «convencional», del Ministerio de Energía, y el comité
anunció que celebraría audiencias sobre «los recientes avances en
la energía de fusión». La fusión fría parecía haber dejado a un lado
al resto de la actividad científica.
En New Haven, a las siete de la mañana del 21 de abril, Allan
Brornley estaba en la ducha cuando sonó el teléfono. Lo cogió su
esposa Pat.
-¿Puedo hablar con Allan? -dijo una voz familiar-o Soy Geor-
ge Bush.
Sin arreglar y chorreando agua por todo su estudio, Bromley
corrió hacia el teléfono. Mientras se formaba un charco a sus pies,
el presidente Bush le pidió que asumiera sus deberes de asesor
científico. Le necesitaban en Washington.
Durante este tiempo, el público en general apenas se había en-
terado del creciente escepticismo de los científicos. Obviamente,
no corresponde a los medios de comunicación decidir qué es
buena o mala ciencia, y éstos se limitaban a informar de lo que
oían decir a los científicos. Sin embargo, sólo una pequeña parte
de todos los investigadores han hablado alguna vez con los me-
dios, y la mayoría de los científicos no se han cruzado nunca con
un periodista en toda su trayectoria profesional. Los nuevos resul-
tados e ideas se discuten en las salas de las instituciones de investi-
gación, se presentan en las reuniones científicas y se publican en
las revistas académicas, todo ello fuera de la vista del público en ge-
neral. La ciencia vudú, en cambio, se suele lanzar directamente a
los medios de comunicación, eludiendo el procedimiento normal
de revisión y debate científico. Lo hemos visto en los casos de la
47
 CIENCIA O VUDÚ NO ES NOTICIA: ES ESPECTÁCULO

máquina energética de Newman, la pila de Patterson y los postu- energetlca de Joe Newman, o de las cuentas maglCas de James
lados de la fusión fría de Pons y Fleischmann. El resultado es que Patterson. Sigue habiendo lecciones que aprender de estos episo-
una parte desproporcionadamente grande de la ciencia que llega dios, así como preguntas sin contestar. ¿Se trataba -se trata- de un
hasta el público en general ei deficiente. fraude? ¿Se precipitó la comunidad científica al emitir su juicio en
La renuencia de los científicos a enfrentarse públicamente a la la primavera de 1989? Trataremos de encontrar las respuestas a es-
ciencia vudú es exasperante. Aunque constantemente están la- tas preguntas y de buscar paralelismos en otros ejemplos de ciencia
mentando el analfabetismo científico generalizado, los científicos vudú. Pero primero debemos preguntarnos por qué, enfrentadas
se vuelven repentinamente tímidos cuando se les da la oportuni- al mismo conjunto de hechos, unas personas creen mientras otras
dad de ayudar a educar al público expuesto a algún postulado ab- dudan.
surdo. Si llegan a hacer algún comentario, sus palabras suelen estar
tan cargadas de matizaciones que da la impresión de que nunca se
puede saber nada con seguridad. Esta timidez se deriva, en parte,
de un comprensible temor a que se les considere intolerantes con
las nuevas ideas. Proviene asimismo del sentimiento de que airear las
disputas científicas en público tiene, de algún modo, repercusio-
nes negativas en la ciencia. El resultado es que al público se le nie-
ga la posibilidad de observar el proceso por el que las nuevas ideas
científicas ganan aceptación. Hablaremos de dicho proceso en el
próximo capítulo. .
En vista de lo anterior, resulta desconcertante la reacción des-
mesurada de la comunidad científica a unos postulados improba-
bles, basados en las evidencias más endebles y envueltos en el se-
cretismo. Al fin y al cabo, la principal razón para mantener la
ciencia en secreto es que ésta resulta cuestionable. Quizás a mu-
chos científicos la cuestión de la fusión fría les aliviara del aburri-
miento. Una gran parte del tiempo de los científicos se consume
en el trabajo rutinario relativo a pequeños avances; las ideas re-
pentinas -los «momentos de eureka»- que constituyen la recom-
pensa que busca el científico investigador pueden estar separadas
por largos períodos de tedio.
Hemos dejado la historia de la fusión fría inacabada, pero más
adelante volveremos con Pons y Fleischmann, que no tuvieron
suficiente cuidado. Tampoco hemos visto el final de la máquina

48 49
 2

El gen de la creencia
o Cómo la ciencia ofrece una estrategia para resolver la verdad

LA MÁS COMÚN DE TODAS LAS LOCURAS

En 1995, el Partido de la Ley Natural logró introducir a su candida-

to presidencial, John Hagelin, en las elecciones de los cincuenta Es-
tados que integran Estados Unidos, un objetivo que se había esca-
pado a otros aspirantes a ocupar el lugar de tercer partido de la
nación, incluido el de Ross Perot cuatro años antes. La plataforma
del Partido de la Ley Natural ofrecía un «plan de acción para revita-
lizar Norteamérica», basado en «soluciones científicamente proba-
das). La pieza central de dicha prueba científica era un experimen-
to realizado en la ciudad de Washington, en el verano de 1993.
Más de cinco mil expertos en meditación trascendental (MT)
procedentes de todo Estados Unidos y de otros ochenta países del
mundo hicieron turnos de dos semanas en la capital de la nación
como parte del Proyecto de Demostración Nacional para Reducir
el Crimen Violento en Washington. En su mayoría jóvenes profe-
sionales de raza blanca, empezaron a llegar el 5 de junio. Su obje-
tivo durante las semanas siguientes iba a ser el de meditar al uníso-
no, creando un «campo de conciencia coherente) que produciría
un efecto tranquilizador, no sólo entre los meditadores, sino en
toda la ciudad. Los organizadores del proyecto, que tuvo un coste

51
 CIENCIA O VUDÚ
de seis millones de dólares, predijeron que en Washington el cri-
men violento se reduciría en un 20 %.
El director del proyecto era John Hagelin, un físico de treinta
y nueve años con entradas en el pelo y una perpetua sonrisa ange-
lical. Ningún pensamiento negativo surcaba su frente. Graduado
en Dartmouth con sobresaliente cum laude, Hagelin había obteni-
do el doctorado en física en Harvard. En 1983 se le consideraba
un competente físico teórico, y fue invitado a realizar una investi-
gación de posdoctorado en el acelerador lineal de Stanford; luego,
agobiado por problemas personales, simplemente se esfumó, rea-
pareciendo un año después como presidente del Departamento de
Física de la Universidad Internacional Maharishi, en Fairfield
(Iowa). Dicha universidad había sido fundada por el yogui Maha-
rishi Mahesh, el gurú indio que saltó a la fama tras convertirse en
el consejero espiritual de los Beatles.
Hagelin celebró una conferencia de prensa en la Sede del Dis-
trito para anunciar el proyecto de reducción de la violencia. Anta-
ño hermoso ejemplo del clásico edificio municipal de mármol
blanco, la ruinosa estructura parecía simbolizar la incapacidad del
Distrito de Columbia para gobernarse a sí mismo. Las salas, antes
amplias, se habían estrechado debido a una serie de destartaladas
separaciones levantadas con el fin de crear más despachos para car-
gos políticos. En una sala de conferencias con desconchados de
pintura en las paredes, Hagelin explicó que el Proyecto para redu-
cir el crimen violento era «una demostración científica que pro-
porcionará la prueba de un campo de supercuerda unificado». La
denominada «teoría de supercuerdas» es una teoría física, abstracta
y extremadamente especulativa, que trata de conectar todas las
fuerzas de la naturaleza. Para Hagelin, una de esas fuerzas es una
conciencia colectiva a la que se puede acceder mediante la medi-
tación trascendental. Un campo de supercuerda, generado por
muchas mentes meditando al unísono, se irradiaría a toda la co-
munidad, reduciendo el estrés y diti.mdiendo la tranquilidad.
52
EL GEN DE LA CREENCIA
Las semanas que siguieron parecieron sacadas de una de aquellas
viejas películas cuyo protagonista era un científico loco y un experi-
mento que salía horriblemente mal. Cada lunes por la mañana, el
Washington Post informaba de las horribles matanzas que habían teni-
do lugar en la ciudad durante el fin de semana. Los participantes en el
proyecto parecían serenan1ente inconscientes de la creciente carnice-
ría que les rodeaba mientras se sentaban con las piernas cruzadas y en
grupos, repartidos por toda la ciudad, con los ojos cerrados, repitien-
do pacíficamente sus mantras. Durante aquellos dos meses el índice
de asesinatos alcanzó unas cifras que nunca antes se habían producido,
y que hasta hoy tampoco se han vuelto a repetir después.
Al final del período de la demostración, Hagelin, con su espi-
ritual sonrisa, reconoció que en realidad los asesinatos se habían
incrementado, «debido a las temperaturas inusualmente elevadas»,
pero que el «crimen brutah> había disminuido. Sólo cabía imagi-
nar que los asesinos habían actuado de una manera más humana,
matando quizás a sus víctimas de un tiro limpio entre ceja y ceja,
en lugar de hacerlo a garrotazos. Durante el próximo año -pro-
metió Hagelin-, los resultados serían cuidadosamente analizados
de acuerdo con estrictos patrones científicos.
Tal como prometió, Hagelin volvió al cabo de un año con un
informe de cincuenta y cinco páginas sobre los resultados del pro-
yecto. Era un caso clínico de distorsión de los datos. Un radiante
Hagelin anunció en una conferencia de prensa que, durante el pe-
ríodo del experimento, el crimen violento se había reducido en
un nada despreciable 18 %.
-¿Un 18 % comparado con qué? -preguntó un desconcertado
periodista del Washington Post, recordando la espantosa oleada de
violencia del verano de 1993.
Hagelin le explicó pacientemente que comparado con lo que
habría ocurrido si los meditadores no hubieran estado meditando.
-Pero ¿cómo puede saber cuál habría sido el índice en ese
caso? -insistió el periodista.
53
 CIENCIA O VUDÚ
Habían llegado a saberlo, respondió Hagelin con apenas una
sombra de irritación, mediante un «riguroso análisis de series
temporales», que incluía no sólo los datos sobre el crimen, sino
también factores tales como el clima y las fluctuaciones en el cam-
po magnético de la Tierra.
Según Hagelin, su análisis mostraba una importante reducción
en las llamadas a los servicios de urgencia psiquiátrica, menos que-
jas contra la policía, y un incremento en el apoyo público al presi-
dente Clinton durante el período del experimento, todo ello co-
herente con la hipótesis de que la acción conjunta de un grupo de
expertos en meditación trascendental puede aliviar el estrés co-
munitario e invertir las tendencias sociales negativas. Esto había
sido cuidadosamente examinado por el «consejo editorial de una
revista científica independiente», varios de cuyos miembros esta-
ban presentes en la conferencia de prensa. Hagelin se mostró visi-
blemente irritado cuando le pregunté cuántos de los miembros
del consejo editorial de aquella revista «independiente» practica-
ban la meditación trascendental.
-Algunos miembros del consejo de la revista tienen ya expe-
riencia con la meditación trascendental -replicó, luchando por
conservar un rastro de su sonrisa.
Abandonó la lucha cuando insistí en saber quiénes eran los
miembros del consejo editorial de la revista científica: todos eran
seguidores de Maharishi.
«La más común de todas las locuras -escribió H.L. Mencken-
es creer apasionadamente en lo palpablemente falso.» La creencia
de los seguidores de Maharishi en el poder de la meditación tras-
cendental no se vio influida en lo más mínimo por el resultado del
«experimento». Aquello era seudociencia: toda la verborrea sobre
la «teoría de supercuerdas», los «campos de conciencia) y los «aná-
lisis de series temporales» estaba destinada a dar una apariencia de
ciencia. Eso no significa que los implicados no fueran sinceros en
su creencia. Es posible que lo creyeran tan fervientemente que se
54
EL GEN DE LA CREENCIA
sintieran responsables de hacer que los hechos sustentaran dicha
creencia. La gente se esfuerza en engañarse a sí misma tanto como
en engañar a los demás, y eso es precisamente lo que hace tan di-
ficil saber dónde está la línea que separa la necedad del fraude.
Obviamente, la inmensa mayoría de los investigadores científi-
cos están muy lejos tanto de la necedad como del fraude. Pero ¿en
qué medida las interpretaciones que se dan a las evidencias cientí-
ficas están modeladas por la cosmovisión del científico? Un buen
lugar para examinar esta cuestión es la actual polémica sobre el ca-
lentamiento global.
EL GRAN DEBATE DEL CALENTAMIENTO GLOBAL
André Gide, el gran moralista francés, escribió en su Diario hace
medio siglo: «La responsabilidad del hombre aumenta a medida
que disminuye la de los dioses). Cada paso dado por la ciencia re-
clama un territorio hasta entonces ocupado por lo sobrenatural.
Mientras que antaño aceptábamos que las tormentas y la sequía
eran producto de la voluntad divina, hoy existen abrumadoras
evidencias científicas de que nosotros mismos podemos influir en
el clima de la Tierra. Y el hecho de que los científicos hayan asu-
mido la responsabilidad de decirnos si nuestro planeta se calienta
por alguna catástrofe climática, o por nuestra propia acción, y, de
ser así, qué pasos podemos dar para evitarlo es precisamente una
indicación de hasta dónde ha llegado la ciencia.
Las evidencias provienen de una revolución en la investigación
climática de la última década, desencadenada por las nuevas técni-
cas de observación, incluyendo los satélites, y el prodigioso incre-
mento de las capacidades de tratamiento y almacenamiento de da-
tos posibilitado por la microelectrónica. Hoy parece innegable
que las temperaturas superficiales son más elevadas que hace cien
ai'íos. Asimismo, no cabe duda de que la combustión de combus-
55
 ClENCIA o VUDÚ
tibIes fósiles desde los inicios de la revolución industrial ha dado
como resultado un significativo incremento del dióxido de carbo-
no atmosférico.
Lo que se debate es cuáles serán las consecuencias a largo pla-
zo del constante incremento del dióxido de carbono para la Tie-
rra y para la calidad de vida. Al dióxido de carbono, o CO 2 , se le
denomina «gas de invernadero» debido a que, al igual que los in-
vernaderos -o como nuestro coche cuando lo dejamos aparcado
al sol con las ventanas cerradas-, atrapa el calor. Una parte de la
luz del Sol que llega a la Tierra es absorbida, calentando el plane-
ta, que luego irradia de nuevo energía. Pero dado que la Tierra no
es ni de lejos tan caliente como el Sol -cuya luz es más intensa en
la región del espectro visible correspondiente a los colores amari-
llo y verde-, aquélla irradia con unas longitudes de onda mucho
más largas, que alcanzan su máxima intensidad en la región infra-
rroja del espectro, invisible. El CO 2 , como el cristal, es transpa-
rente a los rayos de la luz solar visible que calientan la Tierra, pero
impide que el calor sea irradiado de nuevo al espacio. La presencia
del CO 2 y de otros gases de invernadero en la atmósfera ayuda a
mantener caliente nuestro planeta. El CO 2 constituye también la
materia prima para el crecimiento de las plantas. Utilizando la ener-
gía de la luz solar, las plantas utilizan el CO 2 del aire para producir
hidratos de carbono, liberando oxígeno a la atmósfera como sub-
producto. Cuando la planta muere y se descompone, cuando se
quema o cuando es ingerida por un animal, el carbono se recom-
bina con el oxígeno y regresa a la atmósfera como dióxido de car-
bono, completando el ciclo.
Antes de la revolución industrial la concentración de dióxido de
carbono representaba un equilibrio natural, pero en poco más de
un siglo los seres humanos hemos perturbado dicho equilibrio que-
mando combustibles fósiles acumulados en depósitos subterráneos
durante centenares de millones de años. Si esta liberación de dióxi-
do de carbono a la atmósfera continúa -advierten los climatólo-
56
EL GEN DE LA CREENCIA
gos-, podría tener consecuencias desastrosas en el siglo XXI: muchas
de las grandes ciudades del mundo quedarían sumergidas debido al
aumento del nivel de los mares producido por la fusión de los cas-
quetes polares, y una serie de drásticos cambios en los períodos de
lluvias podrían arruinar la producción mundial de alimentos.
La temperatura media de la Tierra ha aumentado aproximada-
mente medio grado centígrado durante el siglo XX, y seguramen-
te este incremento habría sido mayor si no hubiéramos contami-
nado la atmósfera también con hollín, que bloquea una parte de
los rayos del Sol. La mayor preocupación es que existen mecanis-
mos de retroalimentación que podrían hacer que este calenta-
miento gradual se acelerara. El deshielo de la tundra, por ejemplo,
podría liberar el metano ahora atrapado en su interior, otro gas de
invernadero, provocando un calentamiento aún mayor. Asimismo,
el calentamiento podría reducir la cantidad de hielo de los mares.
Una gran parte de la luz solar que cae sobre el hielo es reflejada
al espacio, mientras que el agua la absorbe con bastante eficiencia.
Si el área de la Tierra cubierta por el hielo se reduce, el calenta-
miento se acelerará todavía más. De hecho, hay evidencias de un
calentamiento tan rápido como éste en tiempos prehistóricos. Las
naciones del mundo, afirman numerosos científicos, deberían to-
mar inmediatamente medidas para controlar la combustión de com-
bustibles fósiles, al menos hasta que podamos predecir mejor las
consecuencias. No tenemos derecho, declaran, a poner en peligro
a las generaciones futuras.
Pero no todos los científicos están de acuerdo. Una serie de
destacados investigadores señalan que ya hubo períodos de calen-
tamiento global mucho antes de que los humanos empezaran a
quemar combustibles fósiles, y que el CO 2 es un gas de inverna-
dero de importancia relativamente moderada en la atmósfera.
Afirman que cualquier incremento de la temperatura global desde
1850 puede ser simplemente el resultado de variaciones solares
naturales. Algunos van aún más allá, describiendo el aumento del
57
 CIENCIA O VUDÚ
dióxido de carbono como «un maravilloso e inesperado regalo de
la revolución industrial». El incremento del CO 2 atmosférico ha
estimulado el crecimiento de las plantas, haciendo nuestro mundo
más exuberante y productivo, capaz de sostener a una población
mucho mayor. Además, si existe algún efecto invernadero, puede
que éste sea precisamente lo que la Tierra necesita para escapar a
otro período glacial. Cuanto más desarrollo industrial tengamos,
incluyendo el incremento en el consumo de combustibles fósiles
-afirman-, mejor estaremos. Sólo les falta decirnos que tenemos
la obligación moral de quemar más hidrocarburos.
Si todos los científicos afirman que creen en el método cientí-
fico, y si todos tienen acceso a los mismos datos, ¿cómo es posible
que se produzcan desacuerdos tan profundos entre ellos? Si el de-
bate sobre el clima tuviera que ver únicamente con las leyes de la
fisica, pocas discrepancias podría haber. Lo que separa a ambos
bandos en la polémica sobre el clima, sin embargo, no es tanto
una argumentación sobre hechos científicos, sobre leyes científicas
o, incluso, sobre el método científico. El clima constituye el siste-
ma más complejo ,que los científicos se han atrevido nunca a
abordar. Existen enormes lagunas en los datos relativos al pasado
distante, lo cual, unido a las incertidumbres de las simulaciones
informáticas, significa que incluso los cambios más pequeños en
los supuestos previos dan como resultado proyecciones muy dis-
tintas y desencaminadas. Ninguno de los dos bandos discrepa en
este punto. También coinciden ambos en que los niveles de CO 2
en la atmósfera están aumentando. Lo que los separa son sus cos-
movisiones políticas y religiosas, profundamente distintas. En po-
cas palabras: quieren cosas distintas para el mundo.
Así pues, el gran debate sobre el calentamiento global consti-
tuye más una discusión sobre valores que sobre ciencia. Parecería
ciencia, con números y ecuaciones, y proyecciones lanzadas de un
lado a otro, y los adversarios creen sinceramente que están enzar-
zados en un debate puramente científico. Sin embargo, la mayoría
58
EL GEN DE LA CREENCIA
de científicos han estado expuestos a distintas cosmovisiones po-
líticas y religiosas mucho antes de que lo estuvieran a la ciencia
de una manera seria. Puede que después adopten una visión del
mundo firmemente científica, pero sus primeras cosmovisiones,
«aprendidas en el regazo de sus madres», tienden a ocupar todas las
lagunas que deja el conocimiento científico, y precisamente el de-
bate sobre el clima está plagado de lagunas.
Los críticos de la ciencia posmodernos se valen de este tipo de
disputas para aducirlas como prueba de que la ciencia es un mero
reflejo de un sesgo cultural, y no un medio para llegar a una ver-
dad objetiva. Y describen el consenso científico como una vota-
ción para decidir cuál es la verdad. Que los científicos están influi-
dos por sus creencias es un hecho innegable; pero, para frustración
de sus críticos posmodernos, la ciencia resulta enormemente acer-
tada. La ciencia funciona.
Más adelante, en este mismo capítulo, volveremos sobre nues-
tro ejemplo de la guerra del clima. Pero, para comprender cómo
la ciencia se puede sobreponer a las creencias de quienes la practi-
can, primero debemos saber algo del proceso por el que se gene-
ran las creencias.
PARQUE PLEISTOCENO
Partiendo de la misma premisa que la película Parque jurásico, ima-
ginemos un mosquito que hubiera picado a uno de nuestros ante-
pasados, un hombre de Cro-Magnon, hace 30.000 años, y luego
hubiera quedado atrapado en ámbar, suministrando a la ciencia
actual un ADN humano muy antiguo. ¿Acaso un clan de un
hombre de Cro-Magnon, educado en la sociedad actual, sería una
bestia peligrosa que evitaría y aterrorizaría a la sociedad? Segura-
mente la película Parque pleistoceno no resultaría tan emocionante:
lo más probable es que el hombre de Cro-Magnon no se diferen-
59
 CIENCIA O VUDÚ
ciara del resto de nosotros. Ha transcurrido demasiado poco tiem-
po para que se haya producido una adaptación genética al mundo
moderno. Toda la historia escrita abarca sólo unos 5.000 años; la
revolución industrial, unos 200; la era espacial, apenas unas déca-
das. Cargamos, pues, con unos genes estancados que fueron selec-
cionados para la vida de los candores-recolectores del pleistoce-
no, tratando de enfrentarnos a un mundo de aviones a reacción y
ordenadores. Lo que en los páramos del pleistoceno podía pro-
porcionar una ventaja de supervivencia, no tiene por qué hacerlo
necesariamente también hoy.
Los rasgos de comportamiento forman parte de nuestra heren-
cia genética tanto como las características físicas. Respondemos a
los estímulos externos de maneras que confirieron algún tipo de
ventaja de supervivencia a nuestros distantes antepasados humanos
y prehumanos. El psicólogo James Alcock describe nuestros cere-
bros como «máquinas de creencias», que constantemente están
procesando información procedente de nuestros sentidos y gene-
rando nuevas creencias sobre el mundo que nos rodea. Estas nue-
vas creencias son seleccionadas por el cerebro para que sean cohe-
rentes con las creencias previamente sustentadas, pero se generan
sin preocuparse demasiado acerca de qué es verdad y qué no lo es.
Una creencia se inicia cuando el cerebro establece una asocia-
ción entre dos acontecimientos, en la forma: B sigue a A. Y la
próxima vez que ocurre A, el cerebro se prepara para que B le siga
de nuevo. La ventaja de supervivencia de esta estrategia para nues-
tros primitivos antepasados resulta evidente. Éstos disponían de
muy pocos medios para diferenciar las conexiones causales de las
meras coincidencias; en consecuencia, mejor hacer caso de todas
las conexiones y asegurarse. Así, por ejemplo, evitamos cierto ali-
mento porque una vez caímos enfermos después de haberlo inge-
rido. Puede que nuestra enfermedad no tuviera nada que ver con
dicho alimento; pero, a menos que la alternativa sea morir de
hambre, no perdemos gran cosa si lo evitamos.
60
EL GEN DE LA CREENCIA
Normalmente, la información captada por los sentidos se di-
rige a través del tálamo, un pequeño sector situado en la parte
más interna del cerebro, hasta la corteza sensorial, que la analiza
en detalle para decidir qué importancia se le ha de dar. Una ex-
cepción la constituye la señal olfativa, que aparentemente sigue
caminos evolutivamente más antiguos para llegar a la corteza. Fi-
nalmente, la información sensorial procesada por la corteza llega
a las amígdalas cerebrales, una estructuras en forma de almendra
situadas en los lóbulos temporales. Las amígdalas contribuyen al
componente emocional de nuestra respuesta a los estímulos sen-
soriales. Así, por ejemplo, diversas partes de las amígdalas inter-
vienen en la reacción de miedo. Los animales con lesiones en dichas
áreas dejan de perturbarse por estímulos que antes habían apren-
dido a temer.
Que una creencia se conserve o no depende de lo significativa
que resulte B -por ejemplo, hasta qué punto nos asustamos-, y de
si su asociación con A se ve o no reforzada. Sin el refuerzo, la ex-
pectativa de que B seguirá a A se suele desvanecer con el tiempo.
El hecho de que B siga otra vez a A, sin embargo, puede ser de
nuevo una coincidencia; pero ahora nos resultará aún más dificil
convencernos de ello.
La creencia puede ser también permanente si la información
que entra' en el tálamo coincide con un alto nivel de excitación
emocional, como el miedo o la exaltación de la victoria. Los
mensajeros químicos de la emoción hacen que el tálamo «se salte»
la corteza sensorial y envíe la información directamente a las
amígdalas. Éste suele ser el origen de lo que se podría denominar
«supersticiones personales» (como, por ejemplo, el golfista que no
quiere jugar sin su sombrero de la suerte). La gente desarrolla ela-
borados rituales tratando de recrear las condiciones que rodearon
a una determinada experiencia gratificante, o de evitar aquellas
que su cerebro asocia al miedo o al dolor. Con frecuencia nos
sentimos casi obligados a realizar dichos rituales, aunque nuestra
61
 CIENCIA O VUDÚ
corteza cerebral esté diciéndonos que una conexión causal resulta
sumamente improbable.
Evidentemente, este tipo de generación de creencias se daba ya
mucho antes de que nuestros antepasados empezaran a parecer hu-
manos; pero la aparición del lenguaje abrió un potente y nuevo
canal tanto para la formación de creencias como para su refuerzo.
El habla nos expone a la generación de creencias compartidas, es
decir, creencias basadas no en la experiencia personal, sino en ex-
periencias que nos han relatado otras personas. Esto tiene la venta-
ja de que puede ahorrarnos un montón de situaciones desagrada-
bles. Así, por ejemplo, no hace falta que todo el mundo descubra
de mala manera que una determinada planta es venenosa. Las
creencias compartidas de una familia o tribu constituyen también
una poderosa fuerza de cohesión social, y se ven reforzadas a lo lar-
go de toda nuestra vida. El lenguaje convierte a la experiencia in-
directa en la principal fuente de creencias en los humanos, despla-
zando a la experiencia personal. El poder del lenguaje se vio
enormemente ampliado por la invención de la escritura, y sigue
ampliándose con cada nuevo avance en la comunicación, desde la
imprenta hasta Internet. Ahora, las creencias pueden difundirse
por todo el mundo con el centelleo de un chip de ordenador. Por
desgracia, eso mismo que nos permite aprender de los demás tam-
bién nos expone a ser manipulados por ellos.
Los niños pequeños están especialmente abiertos a nuevas
creencias, aceptando sin preguntar cualquier cosa que les digan los
adultos. Su máquina de creencias funciona sin restricciones, ha-
llando pocas creencias previas que contradigan lo que se les dice.
Para un niño pequeño, que debe aprender rápidamente que las es-
tufas queman y los perros extraños muerden, este tipo de creduli-
dad es importante para la supervivencia. Sin embargo, puesto que
las creencias infantiles no forman parte de una red de creencias
interrelacionadas, los niños parecen capaces de desecharlas casi
con la misma facilidad con que las adoptan. Las historias fantásti-
62
EL GEN DE LA CREENCIA
cas sobre Papá Noel y los cuentos de hadas, que se aceptan de ma-
nera totalmente acrítica, se abandonan del mismo modo cuando
alguien -a menudo un compañero de clase- nos explica que, en
realidad, la cosa no va así. Tampoco parece que los niños alber-
guen dudas acerca de otras cosas que se les han enseñado por el
hecho de que la historia de Papá Noel resulte no ser cierta.
A medida que aumenta nuestro archivo de creencias los con-
flictos con las creencias existentes se hacen cada vez más proba-
bles, y las dudas empiezan a manifestarse. Cuando el niño llega a
la adolescencia las creencias tienden a incorporarse a una matriz
aislante de creencias interrelacionadas. El proceso de generación
de creencias se hace claramente asimétrico: la máquina genera
creencias mucho más facilmente que las elimina. Una vez que las
personas se convencen de que la danza de la lluvia hace que llue-
va, seguirán sin perder su creencia incluso en los años en que per-
sista la sequía. Lo más probable es que lleguen a la conclusión de
que han perdido el favor del Dios de la Lluvia, y quizás añadan un
sacrificio humano al ritual.
El resultado es que la mayoría de nosotros acabamos teniendo
creencias que se parecen mucho a las de nuestros padres y a las de
nuestra comunidad. De hecho, la sociedad suele considerar una
virtud la adhesión a ciertas creencias a pesar de las evidencias en
sentido contrario. La creencia en aquello que niega la razón se
asocia a la resolución y al valor, mientras que el escepticismo se sue-
le identificar con el cinismo y la debilidad de carácter. Cuanto
mas persuasivas sean las evidencias que contradicen una determi-
nada creencia, más virtuoso se considerará perseverar en ella.
Honramos la fe. Ésta puede ser una fuerza positiva, que permita a
la gente perseverar frente a los pronósticos desalentadores, pero la
línea de separación entre la perseverancia y el fanatismo es peli-
grosamente delgada. Llevada a su extremo, la fe se vuelve destruc-
tiva, como demuestran, por ejemplo, los casos de sectas cuyos lí-
deres han inducido a sus seguidores al suicidio: se trata de casos en
63
 CIENCIA O VUDÚ
los que la fe de éstos se ha puesto a prueba y en los que, efectiva-
mente, ha superado dicha prueba.
Lo asombroso no es que podamos ser engañados con facilidad,
sino que funcionemos tan bien en un planeta extraño que, en lo
que respecta a nuestros genes, no se parece en nada al planeta sal-
vaje en el que dichos genes fueron seleccionados. Si esto le parece
desesperadamente pesimista, tenga paciencia: ahora viene la buena
noticia. No estamos condenados a sufrir la tiranía de la máquina
de creencias. La primitiva maquinaria de este aparato sigue en su
sitio, pero la evolución no se detiene ahí: nos ha proporcionado
un antídoto.
¿QUÉ ES LA CIENCIA?
¿Cómo es posible que unos cerebros diseñados para encontrar ali-
mento y evitar a los depredadores en una selva del pleistoceno nos
permitan escribir sonetos y realizar cálculos integrales? Inventa-
mos la poesía y la alta matemática porque nuestro cerebro está
hambriento de pautas. El maravilloso mecanismo de reconoci-
miento de pautas, que reside en los centros superiores del cerebro
humano, permitió a nuestros ancestros adaptarse a los cambios de
situación con notable facilidad, captando rápidamente las pautas
características del nuevo entorno.
Obviamente, también otros animales con el cerebro mucho más
pequeño que el nuestro dependen del reconocimiento de pautas.
Así, por ejemplo, la hormiga Cataglyphis, que vive en el desierto, y
cuyo cerebro contiene unas 100.000 células (mientras que el ce-
rebro humano contiene un millón de veces esa cantidad), recorre
enormes extensiones de terreno aparentemente sin ningún acci-
dente distintivo, vagabundeando de aquí para allá en busca de co-
mida. Cuando, finalmente, estas hormigas encuentran alguna se-
milla arrastrada por el viento, regresan con ella directamente a su
64
EL GEN DE LA CREENCIA
nido en una trayectoria casi recta. Para ello se guían por la luz del
Sol-aunque ésta esté oscurecida por las nubes-, utilizando las pau-
tas de la luz polarizada. Pero la capacidad de la Cataglyphis para re-
conocer pautas, por maravillosa que resulte, es extremadamente es-
pecializada. Transplantada a un entorno distinto, como el suelo de
una selva, donde abundan los posibles mojones pero no se puede
ver el cielo, la Cataglyphis se perdería.
En los humanos, la capacidad de discernir pautas se halla
asombrosamente generalizada. De hecho, nos sentimos impulsa-
dos a buscar pautas en todo aquello a lo que responden nuestros
sentidos. Hasta ahora lo hacemos mejor que el más potente de los
ordenadores, y obtenemos un enorme placer con ello. El recono-
cimiento de pautas constituye la base de todo disfrute estético, sea
música, poesía, ajedrez o física. A medida que nos volvemos más
complejos, buscamos pautas cada vez más sutiles. Sin embargo,
tan atentos estamos a encontrar pautas que, con frecuencia, insisti-
mos en verlas incluso allí donde no las hay, del mismo modo que
construimos formas familiares con las manchas de Rorschach. El
mismo cerebro que reconoce que las mareas se hallan vinculadas a
las fases de la Luna puede asociar las posiciones de las estrellas a una
futura hambruna o a una próxima victoria en la batalla.
Está funcionando de nuevo la máquina de creencias. Pero una
vez reconocemos con qué facilidad podemos ser engañados por la
acción de dicha máquina, podemos utilizar los centros superiores
del cerebro para elaborar conscientemente una estrategia más refi-
nada que combine nuestra aptitud para reconocer pautas con la
acumulación de observaciones sobre la naturaleza posibilitada por
el lenguaje. A esta estrategia la denominamos «ciencia».
La ciencia es la empresa sistemática de recopilar conocimientos
sobre el mundo, y de organizar y condensar dichos conocimientos en
leyes y teorías comprobables.
65
 CIENCIA O VUDÚ
Esta elegante descripción, que hemos tomado de la obra Con-
silience, del biólogo E.o. Wilson, nos proporciona una plantilla
con la que podemos comparar cualquier postulado para ver si per-
tenece o no al mundo de la ciencia. Lo bien que encaje en la
plantilla dependerá de dos preguntas: ¿es posible diseñar una
prueba experimental?, y ¿este postulado hace el mundo más pre-
decible? Si la respuesta a una cualquiera de estas dos preguntas es
«no», no es CIenCIa.
El éxito y la credibilidad de la ciencia se basan en la disposi-
ción de los científicos para obedecer dos reglas:
1. Exponer las nuevas ideas y resultados a la prueba indepen-
diente y a la reproducción por parte de otros científicos.
2. Abandonar o modificar los hechos o teorías aceptados a la
luz de otras evidencias experimentales más completas o fidedignas.
La adhesión a estos principios proporciona un mecanismo para
la autocorrección que distingue a la ciencia de «otras vías de cono-
cimiento», por utiliz;u un eufemismo de moda. Cuando se dispo-
ne de una información mejor los libros de texto científicos se rees-
criben sin apenas volver la vista atrás. A mucha gente le produce
inquietud pisar un terreno tan resbaladizo: busca una certeza que la
ciencia no le puede ofrecer. Para estas personas, los dictados ina-
movibles de las antiguas creencias religiosas, o la absoluta confianza
de los fanáticos, poseen un atractivo más poderoso. Paradójica-
mente, sin embargo, su ansia de certeza suele estar mezclada con el
respeto por la ciencia. Hace ya tiempo que se viene diciendo que
la ciencia moderna respalda las enseñanzas de tal o cual escritura
antigua, o de tal o cual gurú de la nueva era. Los vendedores de
seudociencia se han apresurado a explotar esta ambivalencia.
En general, los científicos creen que la cura de la seudociencia
pasa por incrementar la cultura científica. Debemos preguntarnos,
sin embargo, qué es lo que querríamos que supiera esa sociedad
66
EL GEN DE LA CREENCIA
científicamente culta. Hay algunos conceptos básicos: evolución
darwiniana, conservación de la energía, tabla periódica, etc., acer-
ca de los que todas las personas cultas deberían saber algo; pero el
explosivo aumento del conocimiento científico en la segunda mi-
tad del siglo XX ha dejado a los propios científicos luchando por
seguir el ritmo de los avances realizados en sus propios y reduci-
dos ámbitos especializados. Lo que la gente necesita no es tanto
los conocimientos científicos como una cosmovisión científica: la
comprensión de que vivimos en un universo ordenado, goberna-
do por leyes físicas a las que no es posible sustraerse.
Aunque la vieja maquinaria generadora de creencias del cere-
bro sigue funcionando, se pueden adoptar hábitos de pensamiento
crítico que sometan a cada nueva creencia a un análisis escéptico
antes de que el continuo refuerzo la haga irremediablemente re-
sistente. La primera cuestión que debemos preguntarnos en rela-
ción con una nueva creencia es si B realmente sigue a A con mayor
frecuencia de la que cabría atribuir a la casualidad. Obviamente, la
máquina de creencias no sabe nada de las leyes de la probabilidad;
por tanto, cualquiera de estos análisis lo deben imponer conscien-
temente los centros superiores del cerebro.
Así, por ejemplo, la mayoría de las personas asegurarán que
cuando se arroja una moneda al aire las probabilidades de que sal-
ga cara y las de que salga cruz son las mismas. Incluso aceptarán
que esto mismo vale para cada una de las veces que se arroja la
moneda. Y sin embargo, si sale cara cuatro veces seguidas (y exis-
te una probabilidad entre dieciséis de que eso suceda), se requiere
cierta disciplina mental para no creer que en la quinta tirada la
probabilidad de que salga cruz es mayor. La parte de nuestro cere-
bro que comprende que cara y cruz son igualmente probables es-
pera que la cruz empiece a igualar el número de apariciones de la
cara. Esto se conoce como la «falacia de la apuesta»: a largo plazo
cara y cruz tenderán a igualarse, pero esto no nos dice nada acerca
de la próxima tirada.
67
 CIENCIA O VUDÚ
Debemos preguntarnos también si existe algún mecanismo
plausible por el que A pueda causar B. Aunque estemos convenci-
dos de que la conexión entre A y B es algo más que una coinci-
dencia, eso todavía no significa que A cause B: es posible, por
ejemplo, que ambas tengan una causa común. Lo ideal sería que
conociéramos algún principio fisico que nos ayudara a decidir,
pero en general lo que hemos de decidir es si hay otras cosas que
parezcan comportarse del mismo modo.
En 1934, el gran químico Irving LangnlUir, que en 1932 había
obtenido el Premio Nobel por sus estudios sobre las películas mo-
leculares, leyó algo de la obra del psicólogo lB. Rhine, de la Uni-
versidad Duke (Carolina del Norte), sobre la percepción extrasen-
sorial (PES). Langmuir se sintió fascinado por lo que él denominó
«ciencia patológica: la ciencia de las cosas que no son así,). Quie-
nes la practican -afirmaba- no son deshonestos; simplemente lo-
gran engañarse a sí mismos. Para Langmuir, la PES constituía un
ejemplo clásico de ciencia patológica.
Uno de los síntomas que Langmuir asociaba a la ciencia pato-
lógica era que las evidencias siempre parecen estar en el umbral
mismo de la detectabilidad. En la analogía de la fiesta que men-
cionábamos en el capítulo anterior, eso significaría que uno ape-
nas puede distinguir lo que se dice entre el bullicio del ruido de
fondo. En tales condiciones es lacil equivocarse acerca de lo que
se está diciendo.
Si el postulado es que la mente puede influir en el resultado a la
hora de tirar una moneda al aire, por ejemplo, el supuesto índice
de éxitos podría ser del 51 %, en lugar del 50 % que cabría prede-
cir. Así, se necesitaría hacer muchísimas pruebas para estar razona-
blemente seguro de que una pequeña desviación de la probabilidad
pura es otra cosa que una previsible variación aleatoria. Pero en-
tonces surge un nuevo problema: si existe algún defecto sistemáti-
co en el diseño del experimento -quizás una ligera asimetría en las
dos caras de la moneda, que influye en la probabilidad que tiene
68
EL GEN DE LA CREENCIA
cada una de ellas de salir-, esto sólo produciría un resultado evi-
dente después de un gran número de pruebas. Un experimentador
que midiera un índice de éxito del 51 % después de un número de
pruebas muy grande podría concluir, pues, que el resultado revela
la existencia de un defecto no identificado en el diseño del experi-
mento, y trataría de identificar dicho defecto. Otro, sin embargo,
podría concluir que el sujeto era capaz de influir mentalmente en
la moneda, y no buscaría defecto alguno. En consecuencia, los
postulados científicos que se basan en pequeñas diferencias estadís-
ticas tiene siempre poco peso.
- Otra característica común de la ciencia patológica -observaba
Langmuir- es que no parece haber ninguna manera de incremen-
tar la magnitud del efecto. Para oír un sonido con mayor claridad
-como en nuestro anterior ejemplo de las conversaciones en las
fiestas-, uno se suele acercar más a la fuente; pero ni el tiempo ni
la distancia parecían afectar a la PES. No importaba si la moneda
se arrojaba al aire en otra ciudad: el índice de éxito sería el mismo.
Eso -apuntaba Langmuir- es ciertamente contrario al modo en
que parecen funcionar el resto de las cosas de este mundo.
Sin embargo, si el índice de éxitos fuera realmente mayor del
que cabría atribuir al azar -independientemente de lo pequeña que
pudiera ser la diferencia-, se trataría de un resultado profunda-
mente importante, que obligaría a reexaminar completamente todos
nuestros presupuestos sobre el modo en que funciona el mundo.
Langmuir visitó a Rhine y le planteó sus reservas. Ante su sorpre-
sa, Rhine pareció no inmutarse, e incluso instó a Langmuir a pu-
blicar sus puntos de vista. El resultado -predijo Rhine- sería que
la investigación sobre PES atraería a más estudiantes y más fondos.
Por lo demás, Rhine se mostró bastante dispuesto a enseñar a Lang-
muir cómo realizaba y analizaba sus experimentos.
Rhine había llevado a cabo, durante años, cientos de miles de
pruebas relativas a la capacidad de la gente para imaginar la identi-
dad de cartas colocadas boca abajo. Utilizaba una baraja con 5 car-
69
 CIENCIA O VUDÚ
tas distintas, y en cada prueba se pedía al sujeto que imaginara
la identidad de 25 cartas. Cabría esperar que, como promedio, la
gente imaginara la carta correcta el 20 % de las veces, acertando,
pues, 5 de 25. Obviamente, en ocasiones el sujeto obtenía una
puntuación superior, y en otras, inferior. Pero tras realizar un nú-
mero enorme de pruebas, Rhine encontró que el promedio era
algo mayor de lo que cabría atribuir al azar.
Sin embargo, Langmuir descubrió con asombro que, a la hora
de calcular sus promedios, Rhine excluía los resultados obtenidos
por aquellas personas de las que sospechaba que indicaban delibe-
radamente una carta incorrecta. Rhine creía que las personas a las
que no les caía bien indicaban una carta eql1i·'ocada para fastidiar-
lo. En consecuencia, consideraba que incluir sus resultados indu-
ciría a error. Pero ¿cómo sabía que indicaban una carta incorrecta
deliberadamente?: porque su puntuación resultaba demasiado baja
para deberse al azar. En realidad, estaba convencido de que las pun-
tuaciones anormalmente bajas resultaban tan significativas como
las anormalmente altas en el momento de probar la existencia de
la PES.
Cuando Langmuir trató de explicar a un periodista el fallo en
el razonamiento de Rhine, éste fue incapaz de seguir sus argu-
mentos estadísticos. Lo que escribió fue que un famoso Premio
Nobel estaba investigando la PES. Y Rhine se vio desbordado por
el aluvión de estudiantes y de ofertas de apoyo financiero. Tal
como Rhine había supuesto, Langmuir había dado credibilidad a
la PES simplemente por el hecho de haberle prestado atención.
Esto crea un dilema problemático para los científicos. Puede
que el desafio de Joe Newman a los científicos para que debatie-
ran con él fuera retórico, pero si algún fisico destacado hubiera re-
cogido el guante es casi seguro que habría trabajado en beneficio
de Newman. En este tipo de debates los argumentos simplistas y
el humor burdo suelen resultar más eficaces que citar las leyes de
la termodinámica. El debate tiene el efecto de que parece elevar
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EL GEN DE LA CREENCIA
una controversia a la categoría de discusión entre científicos igua-
les: es terreno abonado para la ciencia vudú.
El último paso a la hora de aplicar una cosmovisión científica
consiste en poner a prueba una creencia nueva. Cuando era un
muchacho interesado en la naturaleza, leí en uno de mis libros
que los mapaches lavan siempre su comida antes de comérsela. Mi
padre me había dicho lo mismo, y, por otra parte, siempre había
visto a los mapaches haciendo chasquear su comida junto a un to-
rrente, de modo que no tenía demasiadas razones para dudar. El
libro explicaba que su conducta no consistía realmente en limpiar
los alimentos, sino sólo en humedecerlos, debido a que los mapa-
ches carecen de glándulas salivales. Me parecía una explicación ra-
zonable, y durante mucho tiempo conservé en mi cabeza aquel
fragmento de saber tradicional, que pasó a formar parte de mi
propia infancia.
Un verano, sin embargo, durante un período de prolongada se-
quía, una familia de mapaches hambrientos empezó a acercarse
hasta nuestra casa cada día al anochecer en busca de comida. Nos
fue imposible no ayudarlos, y empezamos a comprarles galletas de
perro, que guardábamos en un cobertizo detrás de la casa. Dado
que los pobres mapaches no tenían glándulas salivales, yo solía sacar
primero una olla con agua para que pudieran humedecer su comi-
da. Luego, en cuanto abría el cobertizo y sacaba la bolsa de papel
con las galletas, se arremolinaban a mi alrededor. Sin embargo,
muy pronto descubrí que, apenas oían el ruido de la bolsa de pa-
pel, los mapaches empezaban a salivar: la saliva caía literalmente de
sus fauces. ¡Yeso que no tenían glándulas salivales! Después de eso,
probé a darles de comer sin la olla de agua. No pareció importar-
les: comían de todas formas. Si el agua estaba allí, la usaban; si no
estaba, se iban derechos a la comida. Sigo sin saber por qué a los
mapaches les gusta mojar sus alimentos en el agua; supongo que
los lavan. La moraleja es que, por muy plausible que parezca una
teoría, el experimento tiene siempre la última palabra.
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 CIENCIA O VUDÚ
DE VUELTA A LA GUERRA DEL DIÓXIDO DE CARBONO
Esto nos lleva de nuevo al debate sobre el cambio climático plane-
tario. La especial responsabilidad de los científicos es la de infor-
mar al mundo acerca de cuáles son sus opciones. Durante unos
3.500 años de evolución, el medio ambiente ha configurado a
nuestros genes. Ahora éstos están configurando el medio ambien-
te. Pero pueden pasar años antes de que los efectos antropogéni-
cos sobre el clima se conozcan lo bastante bien como para que
nuestras opciones resulten claras. Por un lado, hay científicos que
nos advierten de que no podemos permitirnos el lujo de esperar.
Estos pesimistas malthusianos defienden el «principio preventivo»:
cambiar el comportamiento humano necesita tiempo -sostie-
nen-, y si no empezamos ahora mismo puede que sea demasiado
tarde para evitar una catástrofe.
Por el otro lado están los optimistas tecnológicos, que insisten
en que tomar medidas antes de comprender el problema -si es
que realmente hay un problema- constituye una invitación al fra-
caso. De haber seguido tal política en el pasado -afirman-, se
habría negado al mundo los innegables beneficios de la industria-
lización. Nos recuerdan que la ciencia ha encontrado siempre so-
luciones para los problemas generados por el crecimiento de la
población y por la industrialización.
En la primavera de 1998, un grupo de investigación (grupo
A), analizando datos procedentes de satélites meteorológicos, lle-
gó a la conclusión de que durante un período de veinte años se ha
producido un ligero enfriamiento de la atmósfera superior, en lu-
gar del ligero calentamiento que cabría inferir de las mediciones
en la superficie. Sin embargo, un segundo grupo (grupo B) reexa-
minó los datos, y señaló que el análisis fallaba debido a que no te-
nía en cuenta la resistencia atmosférica: ésta habría hecho que la
trayectoria de los satélites se desplazara 15 kilómetros más cerca de
la Tierra, lo que habría tenido el efecto de convertir un ligero ca-
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EL GEN DE LA CREENCIA
lentamiento en un ligero enfriallÚento. El grupo A dio las gracias
a B por señalar la corrección, pero eso les llevó a reexallÚnar a su
vez los datos. Encontraron que otras dos correcciones, debidas a la
precesión orbital de los satélites y al desajuste de la calibración del
radiómetro, contrarrestaban en gran parte el efecto de la resisten-
cia atmosférica. El grupo B apreció la nueva corrección, pero
consideró que esos efectos eran demasiado pequeños para modifi-
car la conclusión de que la troposfera se está calentando.
La lección más significativa de los datos de los satélites puede
ser que la pasión ideológica de los pesimistas malthusianos, en un
extremo, y de los optimistas tecnológicos, en el otro -en tanto
ambos bandos se adhieran al método científico-, en realidad sirve
como un poderoso estímulo para mejorar la ciencia del clima.
Cada bando sabe que cualquier defecto en los datos o el menor
descuido en sus análisis será aprovechado por sus oponentes. Am-
bos bandos se esfuerzan en producir mejores datos y mejores aná-
lisis, en la convicción de que la verdad favorecerá su idea previa.
Los números, cuando la ciencia finalmente los descubra, decidirán
en última instancia quién es el vencedor. Al final, el resultado será
una mejor comprensión del clima planetario.
De la multitud de problemas que diariamente afligen a la so-
ciedad moderna, parece ser que muy pocos se pueden resolver
atinadamente sin recurrir al conocimiento de la ciencia. Hay ve-
ces, sin embargo, en que la sociedad no puede esperar a que los
científicos acierten. Los tribunales deben resolver disputas, los
Parlamentos deben promulgar leyes, los organismos guberna-
mentales deben imponer reglamentos, los médicos deben tratar
las enfermedades... todo ello basándose en las mejores evidencias
científicas disponibles hasta ese momento. No parece haber ya
ninguna duda razonable de que la actividad humana está afectan-
do al clima de la Tierra. Los gobiernos deben tomar algunas me-
didas preventivas, aun cuando sus consecuencias exactas no estén
todavía claras.
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 CIENCIA O VUDÚ

La necesidad de tomar decisiones relativas a cuestiones cientí-

ficas que hasta ahora permanecen sin resolver crea una inevitable
tensión entre quienes desconfían de la tecnología y aquellos que
confían demasiado en ella. En estos dos extremos a veces se sosla-
ya el procedimiento científico, dando origen a la ciencia vudú, tal
como veremos en los dos próximos capítulos.
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Los placebos tienen efectos secundarios

o Cómo la gente vuelve a la medicina «natural»

CUANDO LOS CADÁVERES SE AMONTONEN

Hace poco apareció en la revista USA 7bday un anuncio a toda

página que aludía a la «Vitamina O». Debajo de la fotografía de
un atractivo grupo de gente vigorosa y sonriente, el anuncio decía
que la «Vitamina O» ayudaba a miles de personas a vivir vidas más
saludables. «Es tan inocua que se puede poner en los ojos, tan na-
tural que contiene los elementos nlás abundantes en la Tierra, tan
eficaz que se podría pasar horas y horas leyendo los testimonios
voluntarios de quienes la han utilizado, con resultados espectacu-
lares.» De hecho, el anuncio incluía varios testimonios, que de-
cían cosas como: «Después de tomar la "Vitamina O" durante va-
rios meses, veo que tengo más energía y resistencia, y me he
hecho inmune a los resfriados y a la gripe».
La «Vitamina O» se tenía que tomar por vía oral, como suple-
lnento. La dosis recomendada era entre quince y veinte gotas dos
o tres veces al día. Según el anuncio, «maximiza sus nutrientes,
purifica su torrente sanguíneo, y elimina venenos y toxinas; en
otras palabras, todos los procesos necesarios para prevenir la enfer-
medad y fomentar la salud». Un frasco de sesenta c.c., que se ven-
día por veinte dólares más gastos de envío, debía durar un mes.

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