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Dada Christina Soto
Dada Christina Soto
El problema del arte y su relación con la política ha sido uno de los temas más controvertidos del
siglo XX. Las vanguardias fueron las primeras en señalar la simbiosis (o más bien relación
Aquí realizaré, con su perdón, una breve diatriba contra sus especulaciones de Rodríguez
en el volumen de documentos Dadá que publicó. Ida Rodríguez realiza una operación no exenta
de interés, en donde argumenta que todo arte implica una política. Esto es cierto pero, creo que
los factores de causalidad no están necesariamente en orden: el arte crea políticas porque todo
arte es político. No es que la política influya en tal o cual movimiento artístico como pura
hegemonía, poder que dirige a sus títeres, más bien hay arte que reproduce de modo consciente o
no las estructuras de cierto sistema político. También, claro está, todo esto depende del concepto
los dadaístas de ser, por un lado, fascistas y, por otro, de instalarse en la comodidad burguesa.
Empiezo con el fascismo, del cual asevera: “la verdadera irracionalidad triunfante: el fascismo”
(Rodríguez 37). Dentro de todo lo que he leído acerca del fascismo (a su teórico político
fundamental: Carl Schmitt), una de sus características centrales es, justamente, ser un sistema
general es vista como una máquina pura, sin individualidades (y sin filos maquínicos que la
desquicien, de ahí los sistemas totalitarios de exclusión). De este modo, estaría opuesto a todo lo
que asume Rodríguez que es dadá: una irracionalidad. Más bien, dadá es una la ausencia de toda
racionalidad, de todo deseo, de todo. Paso a la segunda parte: la burguesía individualista: “el
señuelo que hace a los jóvenes seguir la pendiente dadaísta, además de la libertad en que se funda
49). Creo que la advertencia que se hace aquí, es un juicio hecho a posteriori y no corresponde
con el “espíritu dadá” de principios del siglo XX. Hoy las vanguardias se han asumido como un
producto más de las masas, un aspecto cultural totalmente domesticado que ya no representa
ningún peligro ni desconcierto para la sociedad, sin embargo, en su tiempo, la negación a todo
individualismo es palpable en dadá, pero responde a un contradecir al sistema social que llegó a
Dadá fue un movimiento profundamente violento y que justamente provocó que el arte no
encajara en la maquinaria, sino que fuera una posibilidad crítica, de distanciamiento, por lo
menos de su propia producción. Si “la sociedad puso la última tuerca para que el arte encajara
principios del siglo XX, sino posteriormente… aunque, esas rupturas que se absorben en el canon
y se reproducen de modo diluido no son lo que fue dadá originalmente. Por otro lado, se queja la
autora de que “los artistas parecen no percatarse de la ilusión que implica esa libertad
irresponsable y ciega” (Rodríguez 49). Más bien, lo que quiere mostrar la vanguardia dadaísta es
justamente la ilusión pura que significa el “Arte” (con mayúsculas, canonizada) dentro del
sistema social. No hay una ilusión en la que estén imbuidos sino que el acto consiste en hacer
visible la ilusión al negar todo: ese es el rol del “payaso” o bufón del que se queja Rodríguez
(50). La revelación de aquello que más nos molesta, de aquello en lo que nos reconocemos de
modo vergonzoso es la función del payaso y no el de la mera burla y bajo la que “seguiremos
alimentando a la ideología que nos permite divertirnos y ser felices” (Rodríguez 56).
Para continuar con el debate, me permito citar un largo fragmento de Badiou que me
todo del arte de la vanguardia. Se trata de hacer ficción del poder de la ficción, tener
por real la eficacia del semblante. Ésta es una de las razones por las cuales el arte
del siglo XX es un arte reflexivo, un arte que quiere mostrar su proceso, idealizar
facticio, el arte está por doquier, porque toda la experiencia humana está atravesada
semblante. Por todas las partes hay ejercicio y experiencia de esa diferencia. Por eso
lo que antes no era más que desecho. Esos gestos, esas presentaciones, atestiguan la
semblante que deja ver, en estado bruto, la distancia de lo real. (Badiou 71)
El planteamiento de Badiou hermana a los vecinos de calle –el cabaret Voltaire y la casa
de Stalin- de un modo estructural. El énfasis posterior que harán los surrealistas en el semblante
puro para revelar los quiebres de lo real es justamente la utopía marxista: no basta la acción, es
quiere establecer el dadaísmo frente a una realidad inadmisible para ellos, se basa, justamente, en
revelar los intersticios de la articulación podrida, en rechazar todo, negar para mostrar. Así pues,
todo arte es político porque produce políticas, produce su propia exterioridad, es decir, todo
Obras citadas
Badiou, Alain. El siglo. Trad. Horacio Pons. Buenos Aires: Manantial, 2005.