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AE l Un visitante inesperado Hatin caido ta noche y el viento aulaba con fuerza por toda la ciudad, Poco a poco se iban apagando las ventanas de las casas y el silencio ‘empezaba a reinar en las calles. De vez en cuando pasaba algiin automsvil, se ofa sonar su bocina, cada vez mas lejos, y de nuevo todo quedaba en absoluta calma, —Me siento muy contento de que en una noche como ésta no me vea obligado a andar por Jas calles en busca de ladrones y asesinos —mur- muré Nap, disponiéndose a leer un gtueso libro que acababa de escoger de entre los muchos que habia en su biblioteca. BL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI —Es una suerte para los dos que esta noche podamos estar tranquilos —dijo Moisés, echando- se hacia atrs en un enorme sill6n, junto al fuego de la chimenea, donde le gustaba dormitar algunas horas, después de comer, hasta que se resolvfa a ‘marcharse a su cama, luego de bostezar ruidosa- mente y de estirarse con una pereza que siempre desesperaba a Nap. —¥ ya que estamos tranquilos esta noche, como dices —declaré Nap, sentéindose junto a la lémpara—, conviene que no te duermas todavia, como de costumbre, y escuches lo que voy a leer en voz alta. Eres muy poco instruido, Moisés, y me gustarfa ver que siquiera te interesas por la historia de nuestro pais, —{ Qué piensas leerme? —interrogé Moisés, poniendo cara de angustia y de aburrimiento, —Leeremos Introduccién a la Historia de Animalandia, escrita por el més sabio de nuestros compatriotas. —(El mono Birma? —pregunté Moisés, ha- ciendo un gesto de disgusto—, Yo no sé si sera sabio 0 no, pero la verdad es que me aburre con 8 EL CRIMEN DELA CALLE BAMBL eee gus interminables descripciones, : Nap grufé con visible desagrado y Te dijo “Moisés que, le agradara o no lo que Birma escribia, ‘esa noche tendrfa que ofr la lectura, sin dormirse, hasta que fuera hora de acostarse. Moisés no contesté nada y miré la punta de sus zapatillas, prometiéndose no disgustar a su patrén, que al fin y al cabo era el que mandaba en la cas Y aquf —segiin creemos— es muy oportuno que digamos unas pocas palabras acerca de los personajes de nuestra historia. Nap era un perro bulldog, de origen francés, negro y robusto, con una pinta blanca alrededor de los ojos. Se habia hecho célebre en Animalandia por una razén muy sencilla: era el mejor detective del pafs. No habfa crimen misterioso que no descubriera; y cuando se le encomendaba a Nap un caso dificil, todo el mundo estaba plenamente convencido de que, en el instante menos pensado, el misterio quedarfa esclarecido como si se tratara de un simple juego. En cuanto a Moisés, era el ayudante de Nap, y pertenecfa a esa raza de perros alemanes largos 9 Pe BL CRIMEN DELA CALLE BAMBI como salchichas, de patas cortas y hocico pun- tiagudo, que siempre andan olfateando el suelo. Esta cualidad le habfa valido ser contratado por el famos{simo Nap, que, como buen detective, sabia que el menor rastro —ya fuese una pisada oun olor determinado—podfa llevar al descubtimiento del més astuto malhechor. —Asi, pues, escucha lo que voy a leerte — dijo Nap, abriendo el libro en la primera pagina—. Aqui no se trata de cuentos fantisticos ni de cosa por el estilo. Es algo muchisimo mejor. Birma, el mono sabio, nos cuenta en su Introduccidn a Ja Historia de Animalandia cémo hemos podido llegar a ser lo que somos. {No te parece un tema digno de suma atenci6n? —Indudablemente —contests Moisés, escon- diendo un bosteo—. Escacharé lo que leas sin per- der una sola palabra. Puedes empezar enseguida. Y Nap empezé a leer con su voz sonora, de bajo profundo, que muchas veces habia merecido las alabanzas de los entendidos en el arte del canto. —‘En un principio existian los hombres, y los animales eran sus esclavos —leyé Nap—. 10 aS CaM me Durante muchos siglos, los hombres persiguieron a los animales por la tierra, el mar y los cielos. Y los animales podian ser divididos en dos clases: los que fécilmente se iban con los hombres, y a éstos se les lamaba animales domésticos; y los que, resueltos a mantener su libertad, no querfan pactar con los hombres de ninguna manera, y a éstos se les llamaba animales salvajes. Los anima- les domésticos servian para dos menesteres: para compaiieros del hombre, como algunos caballos, algunos perros y algunos gatos; y para ser comidos por el hombre, como las gallinas, los patos, los cerdos y otros infelices antepasados que dieron su vida sin gloria ni fortuna cuando més se podia esperar de ellos, "Después de innumerables acontecimientos, como luego contaremos detenidamente en este libro, los hombres Hegaron a una edad que ellos Haman atémica, y nosotros llamamos civilizada. Entonces cambiaron en absoluto de conducta: se alimentaron de otra manera, nos dejaron en libertad, no quisieron saber nada més de nosotros, y todos los animales —tanto los domésticos como Ios salva- 12 LCRIMEN DE LA CALLE BAMBI FX — formamos un mundo propio: Animalandia. *Tenemos una larga historia, una tradicién que se pierde en la noche de los tiempos, y nues- tro deber consiste en conocer todas esas cosas y honrarlas. Por eso escribo este libro, que segura- mente todos ustedes leerén con el mismo interés con que yo lo escribo, robandole horas al sueiio, porque ya estoy viejo y es mucho el trabajo que tengo por delante. Lo que quiero decir, ante todo, como predim- bulo de la historia de Animalandia, es que con pro- fundo agrado veo cémo a los animales més famosos de nuestra vieja historia se les recuerda con carifio, Nuestras ciudades principales, nuestros parques, nuestras plazas, nuestras calles Hevan los nombres de animales que se tienen ganado el respeto de las generaciones actuales y futuras, La mayor de nues- tras ciudades se llama Bucéfalo; el mas hermoso de nuestros castillos, donde reside nuestro Presidente, se llama Rocinante; hay calles muy bellas que Ile- van los nombres de Pluto, Bambi, Jumbo, Donald, Mickey, y otros que pertenecen a nuestra vida his- rica 0 a nuestras tradiciones literarias...” jes 13 HL CRIMEN DBLA CALLE BAMHE ros sei lc En los momentos en que Nap Ilegaba a este pasaje de su lectura, se oy6 en la puerta de la casa un golpe bastante fuerte, que resoné en la noche. Moisés dio un brinco en su sillén, sobresaltado, al sentir que se le despertaba de modo tan descortés. Nap dejé el libro, se sacé los anteojos, los puso encima de la ‘mesa, y dijo a su ayudante con acento apenado: —;Te habfas dormido, Moisés! —No, Nap. Escuchaba atentamente, pero ese maldito golpe me ha sobresaltado, —Y ahora tendras que ira ver quién es el que lama —dijo Nap. —Se me ocurre que es el viento —repuso Moisés—. Esperemos un poco. ;Esté el fuego tan agradable! Y ya Nap iba a continuar su lectura, conven cido de que era el viento el que llamaba, cuando volvié a ofrse un golpe seco, vigoroso. Moisés, rezongando, se levant6 y fue a abrir, Nap le oyé ha- blar con alguien en la puerta, y poco después sintié ‘unos pasos por el corredor, Y aparecié en el umbral un personaje conocido y respetado: Tomasito, el Joro millonario, que aunque era un poco calavera 4 BL CRIMEN DELA CALLE BAMBI SS y amaba demasiado los bailes y el bullicio, habia conseguido la direccién de uno de los més impor- tantes partidos politicos de Animalandia. —-jUsted por aqui, y a estas horas? —pre- gunt6 Nap, asombrado—. Tome asiento, por fa- vor. Aqui, junto a la chimenea, para calentarse un poco. Tomasito le dio una mirada a Nap, indicén- dole a Moisés, con Io cual le dio a entender que deseaba hablar a solas, sin testigos. —Moisés —dijo Nap—, ya es un poco tarde y puedes irte a dormir, El ayudante no se hizo repetir la invitacién, y con toda la rapidez. que le permitfan sus cortas patas subié las escaleras, hasta el tercer piso, donde tenfa su donmitorio. Poco después dormfa lanzando ‘unos ronquidos que demostraban, por lo vigorosos, a robustez de sus pulmones. La carta misteriosa rs Ebntetanto, en ia sala de la chimenea, Nap le preguntaba a Tomasito qué era aquello que le Ievaba, cerca de la medianoche, a su casa, Toma- sito pidi6 insistentemente que se Ie perdonara tan inesperada visita, y aseguré que las razones que tenia para hacerla eran muy graves. —Veamos cules son —dijo Nap, frunciendo el cefio—. En todo caso, bien sabe usted que aqui estoy para servirle Entonces Tomasito entreabri6 su abrigo de plumas y sacé un papel, que al ser desplegado tenfa el tamaiio de los periédicos de la localidad. Se lo pasé a Nap, y mientras éste lo leia, Tomasito 7 ELCRIMEN DE LA CALLE BAMBI estiraba hacia el fuego una de sus patas, calentén- dosela con extraordinatio placer —Es curioso, muy curioso, y si no se trata de una simple broma, creo que vamos a tenet que preocupamios muy seriamente de este asunto —murmuré Nap. —No es una broma —aseguré ‘Tomasito— Le juro que me siento aterrado, y le ruego que usted se preocupe, Nap, de esta misteriosa carta. Lo que Tomasito llamaba una carta distaba muchisimo de serlo. No por eso, sin embargo, merecfa menos atenci6n, $e trataba, simplemente, de la primera pagina del diario de mayor circula. ci6n en el pats: El Ratén Agudo. ¥ con lapiz rojo se habfa subrayado algunas palabras, de manera que leyéndolas ordenadamente, a través de la pa- gina, se tenfa de principio a fin una amenaza muy inquietante, Nap ley6 en voz alta: : —"Deseamos ser fuertes, alcanzar el pleno desarrollo de nuestros instintos, y no ser simples imitadores de los hombres. Nos hemos propuesto cexterminar alos que se oponen a nuestros propésitos. Si descas salvarte,retrate a tu casa de campo y no in- 18, HL CRIMEN DELLA CALLE BAMB) eX sh tervengas en la direccién de nuestra vida pili —Como usted ve, se me amenaza muy cla- ramente —dijo Tomasito, poniendo una cara de grave preocupacién que impresioné a Nap. —No me cabe duda de que son sus enemi- g08 politicos los que le amenazan asi —murmurd Nap—. Habri que vigilarles. ta pagina del diario la encontré dentro de mi automévil cuando se anunciaba que yo pronunciarfa, en la inauguracién de nuestro Museo Nacional, un discurso acerca dela conveniencia de mantener las mas sabias tradiciones, representadas por los animales domésticos —dijo Tomasito. —2Y pronuncié ese discurso? —pregunt6 Nap—. Me gustarfa saber, en resumen, qué es lo que usted dijo, c6mo fueron recibidas sus palabras y si ocurti6 algo después. —E] Museo Nacional estaba de bote en bote el dia de la inauguracién. Todo el mundo lo sabe. No han hablado de otra cosa Jos diarios. Pues bien: yo pronuncié mi discurso y fui aplaudido de tal ‘manera, que muchos me dijeron que no habfa en Animalandia un orador que pudiera compararse 19 FLCRIMEN DELLA CALLE BAMBI 5 conmigo. Lo que dije fue muy sencillo: estamos gobernados por el partido que representa a los antiguos animales domésticos, y no debemos dejar que los animales que vinieron de las selvas, ¥ que no tienen sino una tradicién de sangre y de muerte, logren apoderarse del Gobierno en las elecciones préximas. —Muy bien pensado —murmuré Nap—. Pero ahora quiero saber si, después de ese discurso, le ocurrié a usted algo sospechoso. —Comf con unos amigos en el palacio La Ballena de Jonds y estuve allf hasta después de la medianoche —dijo Tomasito—, Después me fui a casa y me acosté. Me sentia muy cansado. Apenas habfa apagado la luz, senti pasos. Escuché desde mi cama, sin moverme, conteniendo la respiraci6n, Los pasos se acercaban a mi dormitorio. Sentf que destizaban algo por debajo de Ia puerta y que se alejaban después. AI principio cref que todo era una ilusién, pero encendf la luz, miré y vi que en el suelo, junto a la puerta, habja un papel. Era otra hoja de El Raton Agudo. Y s6lo habjan subrayado una palabra: “Morirds”. 20 FL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI pa ‘Tiene ahi el periédico? —pregunts Nap. —Adui lo tiene —respondié Tomasito, sacan- do la hoja de uno de sus bolsillos. Nap la mir6 atentamente y la guard6, junto a Ja otra, en uno de los cajones de su mesa, después de pedirle al loro millonario que se las dejara, Porque querfa examinarlas con todo detenimiento, Luego pregunté Nap: —Y no sali6 usted a ver quién era el que ttafa esa amenaza? —Sali, pero fue intitil, pues ya habfa perdido mucho tiempo —respondié Tomasito—. Lo tinico que pude advertir fue que mi enemigo no habfa en- trado por la puerta principal, sino por la del fondo de la casa. Y la dejé abierta al marcharse, —{Usted vive solo? —interrogé Nap. —Solo. Es decir, tengo una vieja empleada, Ja gallina Cocora, que duerme junto a la cocina, y no sinti6 nada esa noche. Es un poco sorda, y no me extraiia, — {Usted tiene plena confianza en Cocora? éNo cree que acaso haya sido ella Ja que dejé abierta la puerta para que el otro pudiese entrar ccc. EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI —Se me ocurre que no —dijo Tomasito—. Cocora es vieja y sin amigos ni amigas. Sin em- bargo, si usted cree que debo dudar de ella, haré Jo que me indique. —jHace mucho tiempo que no le da usted vacaciones? —pregunté Nap —Dos afios. No ha querido salir. Tiene su familia en el campo, pero dice que no se aviene con sus hermanas. —Bueno, Tomasito. Debemos tomar ciertas medidas. La primera serd exigirle a Cocora que se vaya al campo. Moisés, mi ayudante, se ird a su casa, como criado suyo, y dormir en la pieza contigua a su cuarto. Yo le daré instrucciones Y, mientras tanto, me encargaré de hacer ciertas averiguaciones. Puede usted estar completamente seguro de que no le ocurriré nada. —Le agradezco, Nap, su generosa ayuda —dijo el loro con voz conmovida—. Y sepa usted que puede hacer todos los gastos que crea necesa- 8, Soy bastante rico, como usted sabe. —Por ahora —dijo Nap—, lo primero que 23 BL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI P ot ag hharé serd despertar a Moisés. Le acompafiaré hasta su casa. Y mafiana despide usted, temporalmente, @Cocora. No quiero que nadie viva a su lado sino mi ayudante. ;Entendido? —iEntendido! —declaré Tomasito, con su s solemne Entonces Nap hizo una breve inclinacién de cabeza, dejé solo a Tomasito y subi6 al tercer piso, a despertar a Moisés. —iDespierta! (Despierta! —grufié Nap, re- meciéndole con todas sus fuerzas, que eran muchas, ‘Moisés dejé de roncar, lanz6 un gruiftido sordo ¥, siempre profundamente dormido, comenz6 a sofiar que iba montado en un elefante y que éste, en loca carrera, le zarandeaba de una manera infernal —iNo tan ligero, Jumbo, no tan ligero! —co- menz6 a gritar Moisés en su suefio. ‘Cémo que no tan ligero? —grité Nap— Despierta inmediatamente, infeliz, si no quieres que te rompa todos los huesos, Moisés abti6 un ojo, luego otro, y se senté en Ja cama visiblemente asustado, —Te vestiras enseguida —e dijo Nap— 24 FL CRIMENDELA CALLE BAMBI : Porn ss Quiero que acompafies a Tomasito a su casa. Se trata de algo de vida o muerte, {Date pri Y salié del cuarto, mientras Moisés empeza- ba a vestirse. Pero cuando Nap lleg6 al segundo piso, sintié un aire frfo que le azotaba de repente las orejas. “Tomasito debe de haber abierto las ventanas —pensé Nap—. ; Vaya una idea en una noche como ésta.” ¥ se precipit6 a la sala en que habia dejado al millonario. Pero se detuvo en el umbral, sintiendo que el corazén se le detenia. Era posible aquello? Una de las ventanas, que daba a la calle, estaba abierta, entraba el viento en la sala, agitando las cortinas, y, en medio de la amplia pieza, tendido, yerto, se hallaba Tomasito. El crimen de la calle Bambi oy Atcie siguiente, todos los pingiiinos ven- dedores de periddicos gritaban por las calles, con voces estrepitosas: —iBdicién especial de El Ratén Agudo! {Con el crimen de la calle Bambi! jEl caso més sensa- cional de todos los tiempos... Todo el mundo se arrebataba los ejemplares del diario, y un par de horas después fue necesario hacer una segunda edicién, El relato, ilustrado con buenas Fotografias, estaba escrito con el estilo mis novelesco de que fue capaz el redactor policial de El Raton Agudo, un zorro aventurero que conociaa Jos vagabundos, los ladrones y los asesinos hasta el punto de que nadie podfa competir con él en seme- 7 EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI Jante conocimiento, si no era Nap, el detective. A continuacién copiamos, palabra tras pala- bra, el relato del zorro, cuyo titulo, a ocho colum- has, no era sino éste, con letras gigantescas: EL. CRIMEN DE LA CALLE BAMBI. “Todos los habitantes de Animalandia, desde los més ricos hasta los més pobres, se sentirdn profundamente conmovidos, indescriptiblemente aterrados, al saber que el crimen més sensacional de nuestra historia ha puesto un fin irremediable a una de las existencias més valiosas del pats. Nos referimos a Tomasito, el loro multimillonario, presidente del Partido de los Tradicionalistas, cuyo Iema todos admiramos, porque declara, con muy pocas palabras, una de esas verdades que nadie Puede discutir, y que es ésta: “Lo que fue siempre debe ser’. Defensor de este principio, el multimi- Honario se gané el respeto de todos, menos de ese ‘grupo de animales violentos que, con incalificable osadia, protende cambiar la vida de nuestro pueblo y dar el poder a los descendientes de los habitantes de las selvas. "Porque hay que decirlo con toda claridad: éste 28 EL CRIMEN DELA CALLE RAMBE Pr a! esun crimen politico, y las més elementales nocio- nes de seguridad colectiva exigen que se adopten, con toda severidad, las medidas mas radicales. "Pero no divaguemos. Atengémonos a los hechos, y que cada cual opine después como no- sotros opinamos, "Tomasito, el querido multimillonario, vivia feliz en su palacio de la calle Pluto, y amenudo nos deslumbraba con sus fiestas maravillosas. Habia heredado de sus padres una cuantiosa fortuna, y sabfa gastarla con generosidad. Huérfano desde hace apenas.tres afios, y duefio de su destino, si- gui6 la tradici6n de su familia y se entreg6 de lleno a las actividades politicas. Cierta noche, después de haber pronunciado un discurso sensacional en Ja apertura de nuestro Museo, recibié una amenaza gue le inquiet6 muy hondamente. Era la segunda que recibfa en pocas horas. Entonces decidié aconsejarse de Nap, el célebre Nap, cuya visi6n detectivesca es la més extraordinaria de cuantas han existido hasta hoy. Asf, pues, anoche, mientras Por la ciudad soplaba un viento aterrador, Tomasito se desliz6 por las calles y pudo llegar hasta aquella 29 ELCRIMEN DELA CALLE BAMBI Po que lleva el nombre de Bambi. Se detuvo en la casa N° 40 y Ilam6 dos o tres veces. Nadie ignora que en la calle Bambi N° 40 vive el célebre Nap, y fue éste quien le atendié desde el primer momento. Habia un buen fuego en la chimenea. Tomasito se sinti6 tranquilo momenténeamente, Se encontraba en casa del policfa més famoso de Animalandia. {.Qué podia amenazarle? Sin embargo, el destino es cruel, indescifrable, caprichoso, ciego, terrible y descorazonador: estaba escrito que en la calle Bambi N° 40 habria de encontrar la muerte eterna ‘Tomasito, el multimillonario a quien todos hemos crefdo siempre feliz. "Después de haber puesto en conocimiento de Nap la amenaza que pesaba sobre su vida, To- masito se qued6 solo momenténeamente, mientras Nap subfa a despertar a Moisés, su ayudante, que se habia recogido a sus habitaciones. El plan de Nap era el més inteligente de cuantos se hubie- ran podido trazar. El célebre detective pens6 que Moisés debia acompafiar desde esos precisos mo- mentos a Tomasito, sin abandonarle un segundo, para proteger su valiosa vida. Pero ya hemos dicho 30 L-CRIMEN DELA CALLE BAMBI rr ———e—— —o vamos a decir ahora— que la calle Bambi N° 40 estaba sefialada por la suerte para que allf se ‘cometiera el crimen feroz. Cuando Nap bajaba las escaleras de su casa, dirigiéndose a la sala en que haba dejado a Tomasito, se encontré con una de Jas ventanas —Ia que da hacia la calle— de par en par, y el multimillonario yacfa, con los ojos vidriosos, sin vida, en el suelo. ”Hemos alcanzado a cambiar algunas pala- bras con Nap, el detective, y nos ha dicho que por ahora no puede adelantarnos nada. Pero a una pregunta nuestra de si cree no que éste es un crimen politico, Nap nos ha contestado con una significativa mirada. Dejemos en sus manos este caso sensacional y aguardemos nuevas noticias. No dudamos de que serdn sobrecogedoras y que lenardn de horror a los pacfficos habitantes de nuestra bella ciudad. Nosotros, en cumplimiento de nuestras obligaciones periodfsticas, manten- dremos constantemente informados a nuestros ectores de todo lo que ocurra.” ‘Todos lefan una y otra vez el relato del crimen, y se hacfan las mas contradictorias conjeturas. 32 FL-CRIMEN DELA CALLE BAMBL EP roo) a Hubo tal agitacién, que muchos desearon ir a quemar el club politico en que se reunfan los con- trarios a las ideas de ‘Tomasito. Se hizo necesario poner una fuerte guardia ante sus puertas. Mientras tanto, las estaciones de radio de todo el pais, cada cinco minutos, repetian estas curiosas palabras: “Podemos anunciar a nuestros auditores que Ja investigacién del crimen de la calle Bambi sigue su curso normal. Nap ha encontrado, al parecer, una pista segura. Dentro de unos momentos volve- remos a informar, con nuestra acostumbrada pron- titud, acerca de otros detalles reveladores, Mientras tanto, pedimos calma a nuestros radioescuchas, y les rogamos que oigan con atencién ‘Sonata para tres cuetnos N°18", de que es autor el divino biiho Tricola, orgutlo de Animalandia”. En todas partes, en las casas, continuamente, sonaban con estrépito los receptores de radio, y habia zorros, cuervos, ratas, lechuzas, cerdos que escuchaban sin pestafiear las mtisicas de cdimara y de baile que, repentinamente interrumpidas, daban paso a los anuncios de los diltimos jabones, de las 33 EL CRIMEN DE.LA CALLE BAMBI BP a mejores pildoras y de las noticias del crimen. De repente, hubo en toda la ciudad una ex- traordinaria conmoci6n. Las radios dejaron of unas trompetas, pidiendo atencién inmediata, y luego dijeron los numerosos locutores, casi a un mismo tiempo: “Se nos acaba de comunicar que el crimen de la calle Bambi se complica tan misteriosamente, que los mas perspicaces sabuesos, entre ellos Nap, el inigualable, se inclinan a pensar que éste seré el caso més dificil de cuantos puedan presentarse en muchos afios. Ya todos nuestros auditores saben que el cuerpo de Tomasito no presentaba lesién alguna cuando fue encontrado por Nap, a unos cuantos pasos de la chimenea de su casa. Pues bien: mientras se asesinaba a Tomasito en la calle Bambi, también era asesinada la criada del multi- millonario, la gallina Cocora. Y tampoco hay en su cuerpo la menor huella de violencia. Este nuevo crimen, de la calle Pluto, ha llenado de consterna- cién al vecindario. Interrogados los habitantes de Jas casas mis préximas, han declarado no haber ido ningtin rumor sospechoso. El cuerpo de Co- 34 e 1 CRIMEN DELA CALLE BAMBI s cora ha sido trasladado a la Morgue, donde seri examinado. En cuanto al cadaver de Tomasito, se encuentra en estos instantes en el Hospital La Paloma del Arca, donde, por orden judicial, se le hard la autopsia dentro de corto tiempo. Rogamos, pues, a nuestros auditores que se mantengan alerta, pues no tardaremos en comunicar la opinién de nuestros médicos més prestigiosos”. El misterio de la calle Pluto V civamos ahora al Indo de nuestro amigo Nap y tratemos de saber que ha sido de él, mientras los periédicos y las radios han estado dando tan sensacionales noticias. Habjamos dejado a Nap en los momentos en que, al entrar en la sala del primer piso, donde ardfa el fuego de la chimenea, se encontré con una ventana abierta y con el cadaver de Tomasito tendido en el suelo. Nap dio entonces grandes gritos, lamando a su ayudante, y Moisés no tardé en bajar, com ojos asustados. —Ilan matado a nuestro amigo —dijo Nap—. Cierra esa ventana. Y corre a darle aviso al juez. 37 PL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI Pr cae ag —Mejor seré que yo no toque la ventana dijo el ayudante—, Puedo borrar las huellas del asesino. —Saca del armario unos guantes, péntelos y cierra esa ventana, porque con este viento no vamos a poder seguir aqui —declaré Nap, con voz autoritaria. Obedecié Moisés, y al cabo de unos minutos partia en el automévil de Nap camino de la casa del Juez de tumo, un cuervo respetado por la rectitud de sus juicios. Apenas Nap se qued6 solo, abrié las narices y respir6 con fuerza. Sintié un olor apenas per- ceptible y se acercé a la chimenea. Se incliné a mirar atentamente. Y vio, entre los grandes lefios que se quemaban, unos pedazos de papel, ya casi del todo devorados por el fuego, Entonces Nap, con suma presteza, corrié al cajén en que habia guardado las dos hojas del diario El Raton Agudo, en las cuales se amenazaba a Tomasito. Las hojas habian desaparecido. Esto hizo fruncir los ojos @ Nap, que encendié una pipa y empez6 a pasearse por la sala, sumido en profundas reflexiones. EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI “El asesino —pensaba Nap— ha seguido hasta aqui a Tomasito, Nos ha estado espiando por la ventana. Cuando ha visto a Tomasito solo, no ha querido perder tiempo, se ha introducido en Ia sala, lo ha asesinado, y después ha tomado del caj6n las dos hojas del periédico y las ha echado al fuego. No cabe duda de que el asesino tiene sangre fria, valor y grande astucia, Tendré que recurrir a toda mi inteligencia para conseguir ponerle la mano encima,” Y Nap, al pensar esto, se habfa aproximado a la ventana, sin darse cuenta, Entonces dio de repente una chupada profunda a su pipa, eché un chorro de humo por las natices, y se pregunté con inaudito asombro: “zCémo ha podido abrir la ventana desde afuera? Es imposible. Lo nico que ha podido ocurrir es que yo me haya olvidado de cerrar bien esa ventana, Y ha bastado empujarla para abrirla, Pero, entonces, {Dios mio!, ;c6mo es que no la abrié antes el viento?” En esos instantes amaron a la puerta. Era Jerénimo, el gato de Angora, uno de los mas 40 4. CRIMEN DE LA CALLE BAMBI Eevee, afamados médicos de la ciudad, que acudia al Hamado telefénico que Nap le habfa hecho apenas cometido el crimen, Jerénimo le dio una mirada a ‘Tomasito y opiné: —No hay nada que hacer. Esta muerto, sin duda. ‘Y comentando el caso con todo detenimiento, esperaron Ja legada del juez, que no demoré mucho. —Todo esto me parece muy misterioso —de- claré el juez, en cuanto Nap terminé su larga declaracién—. Creo que lo mas conveniente es hacerle la autopsia a Tomasito. Me inclino a pensar que ha sido envenenado. ;Cémo? Eso lo dirdn los médicos. Entonces, como concesién especial, se de- cidié que Tomasito seria Hevado al Hospital La Paloma del Arca, donde al dia siguiente se le ha- ria el examen capaz de lanzar alguna luz sobre el impenetrable misterio de su muerte. Antes de que el juez se marchara, Nap le pidié autorizacién para visitar la casa de Tomasito, en la calle Pluto. —Acaso alld encuentre algdin detalle de inte- 41 FL CRIMPN DE LA CALLE BAMBL Be 5 rés para la pesquisa —dijo el detective. —Estamos en la obligacién de agotar todos los medios que puedan ponernos en una pista segura —murmuré el juez, estrechando la mano dle Nap, y retiréndose poco después en compatifa del médico. Nap esper6 que vinieran en busca del cuerpo de Tomasito, y apenas se lo Hevaron al hospital abri6 un cajén, sacé un manojo de Ilaves, una linterna y una pistola. Vamos —Ie dijo a Moisés—. Quiero legar hasta la calle Pluto y examinar Ja casa de Tomasito, Partieron en automévil y al cabo de diez mi- hutos se detenfan ante Ia casa. Bajaron, La calle estaba dormida. No habfa luz en una sola ventana, Nap tocé el timbre. Volvi6 a tocarlo. Nadie salié a abrir, Eniraremos, entonces, de otra manera — dijo Nap, sacando su manojo de aves. Y poco después el detective y su ayudante pe- netraban en un elegante vestibulo. Encendieron la luz y vieron que todo estaba en orden. En un rinesn habfa una vieja percha, y bajo ella una placa de 42 BL CRIMEN DELA CALLE BAMBI —— metal. Se acercaron y pudieron leer estas palabras: “Esta percha pertenecié a mis abuelos. Fueron loros del Brasil, alegres y despreocupados”. En uno de los muros habia un retrato magni- fico, del mejor pintor de Animalandia, Era un loro grueso, de mirada astuta, —EBste era el padre de Tomasito —dijo Nap~ Fue un foro respetable, trabajador y supo reunir una fantastica fortuna, Pero no estaban allf para admirar los objetos de arte. Habfan ido a algo mucho més urgente. Y Nap, seguido de Moisés, comenzé a recorrer la casa. Habia un silencio absoluto. ‘Todo estaba en orden. En el dormitorio de Tomasito, la cama es- taba lista para recibir a su dueiio, Junto al velador se vefan unas zapatillas de piel fina. Siguieron inspeccionando. Pasaron ante la cocina y dieron una mirada adentro, Pudieron ad- mirar una gran limpieza. Y, no lejos de la cocina, habja un cuarto. La puerta estaba cerrada. —Aqui duerme Cocora, la empleada de To- masito —dijo Nap. Golpearon. No hubo la menor sefial de que se 43 EL CRIMEN DELA CALLE BAMBI x les hubiera ofdo, —Tiene el suetio mas pesado que yo —co- menté Moisés Volvieron a golpeat, y como no tuvieran res- puesta, Nap abrié la puerta y encendio su litera antes de entrar, — {Que es esto? —dijo Nap en voz alta, De un brinco estuvo junto a la cama. Alli repo- saba Cocora, con los ojos muy abiertos, inmévil. —Esté muerta —dijo Nap, después de ponerle el ofdo junto al corazén, Poco después daban el aviso correspondiente, y Cocora era conducida a la Morgue. —Este crimen es tan raro como el otro —mur- mur6 Nap, pensativo—. No hay sefial alguna de violencia, Realmente, no me explico este caso ni el anterior. No se ve la menor huella de que haya entrado alguien en 1a casa. Todas las puertas y ventanas estén cerradas. Seguramente me romperé la cabeza y no descubriré nada, —Eso es imposible —declaré Moisés—. No se ha dado el caso todavia de ver a Nap, el mejor de nuestros detectives, derrotado por un ascsino. 44 HLCRIMEN DELA CALLE BAMBI Calla, adulador! —dijo Nap, malhumo- rado—. Aqui no se trata de un solo asesino. Son dos, sin duda alguna. —Aungue fueran trescientos mil —replics Moisés, muy contento de haber dicho una cifra considerable. —{Vamonos a casa! —gruiié Nap—. Mafiana volveré a examinarlo todo con mayor atencién BI cadaver desaparecido (Peres Sy A dfa siguiente, mientras los diarios y las emisoras de radio comunicaban lo mejor posible al pablico las noticias que se conseguian, Nap y su ayudante descansaban unos momentos en su casa de la calle Bambi. De pronto soné el teléfo- no. Acudié Moisés, rezongando, Y fue después al cuarto de Nap a darle una extrafia noticia: —Le Haman del Hospital La Paloma del Arca —dijo—. El doctor Jerénimo le ruega que no tarde. Asegura que se trata de algo de suma importancia, —Saca el automédvil, Moisés —ordené Nap— Dentro de dos minutos estaré listo. 47 BL CRIMEN DBLA CALLE BAMBI Pe Y el automévil pattié a tal velocidad, que todo el mundo, en las calles, se volvia a mirarlo. —Esos se matan hoy mismo —decfan los transetintes—. {Qué locos! ;Ni los hombres han sido nunca capaces de tanta temeridad! ;Da ver- gilenza pertenecer a Animalandia! ;Ya no hay leyes ni castigo para los malvados! —Asf es —comenté una lechuza malhumo- tada—., Todos los dias estamos viendo accidentes del trinsito. Y s6lo terminarén cuando se castigue severamente a los que se dejan llevar por el vértigo de la velocidad, Nap, en tanto, corrfa como si pretendiera batir un récord, y Moisés iba aferrado de Ia bocina, de manera que el bullicio era infernal. En un abrir y cerrar de ojos estuvieron a las puertas de Hospital La Paloma del Arca. Nap salt6 del automévil y corriendo se dirigié a la oficina del médico. Encontré a Jerénimo examinando una radio- graffa. Apenas vio asomar a Nap, el médico fue a su encuentro y le dijo con verdadera angustia —;Tomasito ha desaparecido! —No es posible —murmuré Nap. BL CRIMEN DEA CALLE BAMBI mos en _-Si, Nap. Ha desaparecido. Lo tenfam un cuarto de operaciones, en el segundo piso. : cuando hemos subido a hacerle la autopsia, no 1o e \do. hemos encontrai ae {Qué piensa usted de esto, doctor? —in- rerrogé Nap. ; ‘ are se ban robado su cadaver, Han ele: jdo Ja hora en gue almuerzan los enfermeros, Soewramente, Nadie los ha visto, No han dejado lamenor hella. : Es una osadia realmente asombrosa —co- menté Nap—. ;Podria Hevarme, doctor, a Ja sala i masito? en que pusieron a Tor oo - —Con el mayor gusto, Nap. Vamos inmedia: tamente, : Cruzaron unos amplios corredores. Subieron al segundo piso. Al fondo de un largo pasillo se detuvieron ante'una sala, —Aqui es —dijo el médico. ‘Apenas entraron en la sala de operaciones, Nap sacé una Iente poderosa y comenz6 a exa- minar los bordes de la mesa en que habia estado tendido el cuerpo de Tomasito; después examiné 49 el suelo con mucha atencién, y, sin decir palabra, guard6 la lente y le pregunt6 a Jersnimo: —(Habia quedado cerrada con llave la puerta? El médico reflexioné unos instantes y declaré después que seguramente la puerta habia queda- do cerrada, aunque no era capaz de cettificarlo; ¥ agregé que seria ficil saberlo enseguida, pues bastarfa lamar al encargado de las salas que habia enese piso. Pero Nap hizo un gesto de indiferencia y declaré que no valia la pena averiguar nada, —GEs que ha encontrado algo realmente re- velador? —pregunté el médico, ansioso. ~—Creo que sf —contesté enigméticamente Nap, empezando a llenar la pipa que acababa de sacar de uno de sus bolsillos, El doctor Jerénimo no quiso preguntar nada ‘més; conocia a Nap y sabia que serfan vanas todas sus preguntas, Cuando Nap se dedicaba a pesquisar un caso dificil, guardaba silencio constantemen- te; s6lo respondia con vagos grufiidos y, al final, cuando ya tenfa en sus manos todos los hilos del misterio y los asesinos cafan en su poder, tampoco era mas locuaz, “Las cosas son para hacerlas, y no EL.CRIMEN DE LA CALLS EAM Porn para contarlas”, sola decir Nap, y todo el mundo respetaba su opinién: Bajaron, pues, el detective y el médico y se despidieron en 1a puerta del hospital. Moisés aguardaba a su jefe en el automévil, —jHa encontrado alguna pista? —pregunté el ayudante al poner en marcha el motor. —Vamonos a casa —respondié Nap, como sino hubiera ofdo la pregunta. En la calle Bambi N° 40 esperaba a Nap el Jefe det partido politico contrario al de Tomasito. Era un tigre viejo, de aspecto respetable, enormes bigotes blancos y mirada muy intensa. —He venido a verle, Nap —dijo el tigre—, porque deseo con toda mi alma que se descubra cuanto antes el misterio de la muerte de Tomasi- to. Se rumorea que hemos sido nosotros los que Je hemos asesinado. Cuando alguno de nosotros pasa por las calles, le gritan: “|Asesino!” Y esto es insuftible. Yo le aseguro a usted que nosotros nada tenemos que ver en este misterioso caso, Y estamos dispuestos a ayudar, en Ja medida de duestras fuerzas, para que pueda comprobarse que 52 EL CRIMEN DELA CALLE BAMBI ss, pcan eet somos inocentes. —Yo no lo he dudado nunca —respondié Nap—. Puede irse tranquil : El tigte viejo hizo una eeremoniosa inclina- cidn de cabeza y se marché. Moisés, que habia escuichado la conversaci6n, se acereé a Nap y le pregunté: —{De modo que éste no es un erimen po- litico? ;Queé interesante, jefe! Asi se complican ms las cosas y recogeremos mayor gloria cuando consigamos aclarar el misterio. Y siusted me pet- mite dar mi opinién, le diré que no seria raro que en todo esto anduviese metida una lora pizpireta y temible. Nap se puso serio y respondi6: —Si es como tii dices, Moisés, te dejaré a ti Ja misiGn de conquistarla, para que la obligues a confesarlo todo. Moisés no vio una leve sonrisa en el rostro siempre severo de Nap, y se sintié muy contento de la misi6n que se le encomendarfa. —Haré lo que pueda —murmuré el ayu- dante—. Soy capaz de todo, con tal de descubrir 53 BL CRIMEN DELA CALLE BAMBI ~ aaah este misterio, Nap subi a su cuarto, y al bajar dijo a Moisés: —Si vienen los periodistas, contéstales lo ue creas més conveniente. Lo tinico que no debes decir es el sitio en que me encontraré. Dentro de tuna hora Hama a la Morgue y pregunta si algo se sabe ya acerca de cémo murié Cocora. Lego me lamas a la calle Pluto, a casa de Tomasito, Alli esperaré tu llamada, —iEntendido! —respondié Moisés—, Ya veri usted, jefe, e6mo los periodistas quedan muy contentos de mis informes Nap no oy6 estas titimas palabras, pues ya habfa salido. No subié en el automévil que le ‘aguardaba a Ia puerta, Con grandes y sonoros pa- Sos eché a andar camino a Ia calle Pluto, Poco después, los periodistas que habfan ha- blado con Moisés por teléfono o personalmente, comunicaban, através de las estaciones de radio y en suplementos de sus diarios respectivos, las més extraordinarias noticias. Fl ocutor de una emisora decfa, por ejemplo: “Estamos en situacién de adelantarnos a todos 34 EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI nuestros colegas y de informar acerca de la verdad del crimen de la calle Bambi, El multimillonario ‘Tomasito ha sido asesinado por orden de una lora aventurera, que comanda a un grupo de peligrosos mathechotes, Bl célebre Nap se halla en la pista segura, Nadie sabe en estos instantes dénde se encuentra, pero puede adivinarse facilmente que a Ja lora temeraria y asesina le quedan muy escasas horas de libertad”. Nap en la casa desierta EE —— Para no entrar porta puerta principal, el de- tective dio un largo rodeo y se dirigié al fondo del jardinde la casa de Tomasito. Fl jardin daba a una callejuela angosta. Las tapias no eran muy altas y por encima asomaban unos grandes arboles. Nap cruzé la calle, que estaba silenciosa. Las casas de enfrente parecfan deshabitadas. No habia nadie en las ventanas. El detective mir6 a uno y otto lado y después, con agilidad atlética, se trepé en la tapia, tom6 la rama de un Arbol, se balances en ella y se dej6 caer al jardin. Lo atravesé répidamente y leg6 ala puerta trasera de la casa. La abrié con una de sus llaves y, apenas volvié a cerrarla, se detuvo a 37 PL CRIMEN DE LA CALLE BAMBL Fe Hi mirar el suelo. Entonces sonrié a pesar suyo. Y tenfa raz6n para hacerlo, indudablemente, pues cuando habia estado antes en la casa, en compaiifa de su ayudante, tuvo la precaucién de desparramar ante esta puerta una buena cantidad de arena muy fina. Y de este modo advirtié las huellas de unos pasos. Alguien, pues, habfa entrado en la casa hacfa poco. Pero ya no estaba en ella, pues habia pisadas que se dirigian hacia el interior de la casa y otras vueltas hacia la salida, “En realidad —se dijo Nap—, esto no hace sino complicar las cosas, exactamente como yo me lo temfa.” Y sin preocuparse mas de los rastros que hhabia en el suelo, el detective empez6 a examinar todos los cuartos, Principié por el dormitorio de Cocora, En una mesita que se encontraba a la ca becera de Ja cama habfa un vaso con agua, més 0 menos hasta la mitad. Esto fue lo tnico que parecié imteresar al detective. Visité muchos otros cuartos, pero sin detener- se Jargamente en ellos. En cambio, cuando entré en el escritorio, certé cuidadosamente la puerta, 58 EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI a aK como si temiera que alguien viniese a molestarle, Era evidente que se aprestaba para hacer un exa- ‘men detenido de todo lo que alli habfa. El eseritorio era amplio, En los muros, en quella partes en que no habfa biblioteca, se admi~ raban unos cuadros firmados por buenos artistas de Animalandia. Habfa, por ejemplo, un paisaje muy hermoso; era una maftana de sol, en el campo, y unas esbeltas garzas bailaban en el césped. En un rine6n se vefa una estatua, que representaba a una corza, en actitud de baile, tocando una flauta. “No cabe duda de que al pobre Tomasito le gustaba la buena vida", pens6 Nap, meneando tristemente la cabeza. ‘Al centro de la pieza estaba el escritorio. Nap abrié los cajones y revolvié los papeles. Los clasific6 minuciosamente, reuniendo en montones, separados las cartas, las cuentas, dos o tres libretas con ditecciones, unos recortes de periddicos. “Los examinaré después”, se dijo Nap, levan- tindose y dirigiéndose a la biblioteca. : En los principales anaqueles habfa obras clé- sicas, de historia, de filosofia y de otras importan- 59 ELCRIMEN DE LA CALLE BAMBI x tes ramas del saber. Todos los voltimenes estaban Iujosamente encuadernados. Nap tom6 uno al azar. Se titulaba: La Historia de las Primeras Guerras de los Tigres. Abrié el volumen y advirtié que nunca habia sido lefdo. Poco después, al dirigirse al otro extremo de Ja biblioteca, se apoyé de repente en cl muro y vio, con gran sorpresa suya, que el muro se abria para mostrar una hilera de libros en réstica, amontona- dos de cualquier manera en los anaqueles. Estos libros estaban ajados, y demostraban de modo muy claro que su duefto los habia lefdo muchas veces. Lleno de curiosidad, Nap empez6 a examinar los titulos. Ley6 algunos en vor alta: El Misterio del Tren Subterraneo de la Medianoche, La Alondra Envenenada, El Enigma de los Escarabajos Vaga- bundos, La Encrucijada del Erizo. —iDemonios! —exclamé Nap—. Veo que las novelas policiales y de aventuras fueron la debilidad de Tomasito. Y sonrié al pensar que esta predileccién por los libros de semejante indole la comparte més 0 menos todo el mundo, aunque son pocos los que 60 LCRIMEN DE LA CALLE BAMBI BLCRIMEN DELA CALLE BAMBI SS la confiesan, “Yo también soy un buen lector de aventuras —se dijo Nap—. Y hasta tengo en mi biblioteca algunas excelentes traducciones de obras escritas por los hombres. Son voltimenes muy valiosos. Los imprimié el viejo Cimento hace més de no- venta aiios.” Nap toms uno de los voliimenes —La Encru- cijada del Erizo— y lo abrié por simple curiosidad. Vio que habia parrafos enteros subrayados. Ley6 una de las frases y se rié de buenas ganas, El libro decfa en aquel pasaje: “El crimen perfecto no se ha cometido atin. Todos los demas se descubren”, —jHum! —gruité Nap, dejando el libro en el anaquel—, Yo creo que el crimen perfecto se ha cometido ahora... Y encendié precipitadamente su pipa, lo cual era inequivoca sefial de que se hallaba preocupado. Continué unos minutos mas en el escritorio, y después salié al pasillo. Era impresionante el silencio que reinaba en la casa, En alguna pieza, un reloj de péndulo sonaba su monétono tictac. El detective se dirigié al dormitorio de To- 62 aa a ito. Reinaba un orden perfecto en la pieza. ‘Nap sacé su lente y comenz6 a examinar el suelo. Después se levanté y fue al cuarto contiguo: la sala de bafio, Pegada encima de un espejo habfa una pagina de periédico. Nap se acere6, Alguien habia subra- yado con lépiz rojo algunas palabras. Como era un ejemplar de El Raton Agudo en que se anunciaba la muerte de Tomasito, el nombre de Nap aparecfia en la pagina, y estaba subrayado, El detective ley6: “Nap morird como Tomasito”. — {También se me amenaza? —grui el de- tective, ¢ instintivamente llevé la mano al bolsillo en que tenfa el revélver. Después empezé a examinar cuanto habia dentro de un alacena, cuya puerta se cubria con un espejo. No parecfa haber nada interesante: una maquina de afeitar, una brocha, unos jabones, algunos frascos. Nap tomé cada uno de estos ob- jetos y los examiné detenidamente, como 61 pudiesen ser reveladores. De pronto encontr6 un frasco angosto y largo, de un material irrompible, parecido al vidrio. Estaba lleno de pildoras negras. 63 at Solo faltaban tres para que el frasco estuviese colmado. Nap lo puso en su bolsillo y salié de la pieza, para volver al escritorio. Alli tomé las libretas con direcciones y las guard6 también. Y ya iba a examinar las cartas, con su acostumbrada Prolijidad, cuando soné el teléfono. Se levanté Ientamente: —iAI6! {Eres ti, Moisés? Ya hace rato que esperaba tu llamado, ;Hablaste con el médico de la Morgue? Sf? |Ah! Muy bien. Dentro de algunos minutos estaré en casa, de regreso, Volvié al escritorio, metié en sus bolsillos las carts y sali6, pero esta vez. por la puerta principal, También habfa allf arenilla desparramada; pero no se vefan huellas de pasos, Moisés sigue su propia pista Curnao Nap entré en su casa, se asombré del silencio que reinaba en ella. “Han asesinado a Moisés —pensé—. La ame- naza que se me ha hecho también ha alcanzado a mi pobre ayudante.” : Y Nap comenz6 a gritar con su voz més po- Entonces advirtié, encima de una mesa, un papel. Corrié a leerlo. Haba sido escrito precipi- tadamente por su ayudante y deefa: “Jefe: Mi deber es ayudarle. Ya le he comuni- cado por teléfono que desde la Morgue han dicho 65 BL CRIMEN DE LA CALLE BAMBT Br que Cocora murié envenenada. La naturaleza exacta del veneno no ha podido ser definida atin. Asf, pues, usted no me necesita para nada ahora, y yo puedo serle muy titi fuera de casa. He decidido colaborar con usted siguiendo mi propia pista”. Nap se encogié de hombros, visiblemente desagradado; pero prefirié dominar su ira y sen- tarse tranquilamente en un sill6n a leer las cartas que se habia traido de casa del asesinado. Pasaron dos o tres horas, y ya Nap habfa lefdo E Jas cartas y tomado algunas notas, cuando se abrié la puerta y aparecié Moisés, muy contento, —¢De dénde vienes? —pregunté Nap, grax vemente. —Ante todo —dijo el ayudante—, vuelve a repetir que me perdone, Nap. Me he atrevido a meterme personalmente en este grave misterio y me parece que usted va a tener que felicitarme, No me resigno a ser un simple ayudante, sin iniciativa alguna. Quiero que usted pueda decir en voz muy alta: Moisés, francamente, es mi brazo derecho, —Nada te he pedido —murmuré entre dientes Nap-—. De todas maneras, quiero saber qué tonte- 66 ELCRIMEN DE La CALLE BAMBI tfa has hecho en mi ausencia. ~—éTomterfa? —pregunt6 Moisés, profun- damente herido—. Jefe, yo creo que no repetira usted esa palabra cuando sepa lo que he logrado descubrir, —Habla —dijo simplemente Nap. —Desde que Tomasito fue asesinado —co- menz6 a decir Moisés—, todo el mundo hace los Comentarios més contradictorios. Y a mf me gusta Prestar ofdos. Usted siempre dice, jefe, que hay ue prestar suma atencién a los hechos. Y yo me Pregunto: 10 son hechos los comentarios que se hacen por aqut y por allé?... ___ —Acorta tu historia lo mejor que puedas interrumpié Nap—. No tengo tiempo que perder __—Pues bien: si éste-no ha sido un crimen po- litico, como le ofdo decir a usted, jefe, tiene que ser, forzosamente, un crimen de otra naturaleza como todo el mundo murmura, gno es cierto? —dijo Moisés—. Esta idea de muchas persona inteligentes y astutas la he compartido yo plena- Mente. ¥ decid, por eso, averiguar qué anizos y amigas tuvo Tomasito. Para eso me fui a charlar EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI Li acer ee ea con uno de sus vecinos, el cerdo Grofi, que tiene un restaurante de lujo en la esquina, En cuanto supo que yo era de la policfa, se puso locuaz. Y me dio una lista de nombres que hubiera mareado a cualquiera. {Qué de amistades las de Tomasito! Pero de repente aparecié el nombre de una actriz, Marafa, la lora rubia que trabaja en el Teatro La Serpiente del Paraiso, Inmediatamente no quise oir més. Averigiié dénde vivia, y como nadie supo informarme, me fui al teatro, Tuve suerte, pues estaba ensayando el tercer acto de la obra histérica “Los Centaurs”. Me hice conducir a su camarin y aguardé alli, sentado frente a un espejo. De pronto se abrié la puerta y aparecié Maraiia. Dio un grito y me pregunté muy enojada qué hacfa yo alli. Le respondi sin muchos preémbulos: “Policfa™. Se puso intensamente pélida, cerré la puerta y se acercé a hacerme mil preguntas. Entonces la hice callar, diciéndole: “El que ha de preguntar soy yo. Usted, lorita rubia, no espere conmoverme ni ‘con sus Hantos ni con sus risas. Escuche Jo que voy a decirle y responda con toda exactitud a mis ". Palidecié un poco mas y me dijo: 69 BAMBI “ay, “Hable, sefior. Le juro que contestaré la verdad. Yo siempre he sido honrada”, Entonces le declaré sinceramente, mirdndola a los ojos, para ver c6mo reaccionaba: “De si es honrada o no, otros habran de decirlo. Por el momento, sepa usted que se la acusa de asesinato, Usted ha ordenado matar a ‘Tomasito”... Y no alcancé a decir més, jefe, como yo hubiese querido, pues la rubia Marafia se des- mayé sin dar un solo grito. Quedé inmévil, con los ojos en blanco. ,Se puede pedir mejor prueba de su culpabilidad? —2Y qué hiciste con ella? —pregunté Nap, siempre severo. —Le eché agua encima, hasta hacerla reco- brarse, y luego le dije que se quitara répidamente su traje de teatro y me siguiera. Lloré, suplicé, pero la obligué a obedecer. Estas actrices siempre niegan al principio, pero confiesan después, Nap. Ahora todo depende de la astucia con que usted la interrogue. Yo la tengo detenida, bajo mi respon- sabilidad, en el Cuartel de Policfa de los Bisontes. Podemos ir alld inmediatamente, Me figuro que 10 hay tiempo que perder. 70 EL.CRIMEN DELLA CALLE BAMBI Nap dio un terrible pufietazo en la mesa y cordené con voz airada: —-Liama inmediatamente al cuartel y pide que pongan en libertad a Marafia. Eres un imbé- cil, mi pobre Moisés. En vez de ayudarme, has provocado un escandalo mayésculo, Ahora todos los periédicos tomarén el nombre de Maraiia y lo dejardin por los suelos. Y te aseguro que Ia infeliz: es inocente. Moisés se levant6 con cara desfallecida, fue al teléfono y cumplié las érdenes de Nap. Entretanto, el detective buscaba una direccién en una libreta de notas personales, la apuntaba en un papel, ¥ después de decirle a Moisés que no se moviera de casa, partéa velozmente en su automdvil. “«,Dénde demonios puede haber ido? —se pregunté el ayudante—. No me cabe la menor guda de que se ha enfadado conmigo. Ahora ni siquiera me comunica sus impresiones ni me in- forma acerca de sus pasos. (Tanto peor para él! Si le fienden alguna trampa y se encuentran peligro, no podré socorrerle.” Son6 el teléfono. Era el director de El Ratén n FRESE LA cat Agudo, Deseaba saber por qué se habja apresado a Maraita, para ponerla enseguida en libertad. Moi- sé se pas6 una mano por la frente. Transpiraba como si lo hubieran metido en un bafio turco, muy de moda entre los animales gordos del pais. iNo sabe usted qué contestarme? —pre- gunt6 malhumorado el director—, Le ruego que no guarde secretos intitiles, porque mi diario esta dispuesto a descubrir la verdad, aunque sea com- prometiendo a los més altos personajes del pais. «Me ha ofdo? —Si, sefior —susurré Moisés—. He ofdo perfectamente. Pero, por desgracia, usted no habla con Nap, sino con Moisés, su ayudante. ¥ yo no sé absolutamente nada. —iNi siquiera dénde esté Nap ahora, para poder Ilamarle? —pregunté el director, cada vez més violento, —No sénada, nada —murmuré Moisés—. Lo Linco que puedo decitle, seitor, se lo juro, es que Marafia ha sido puesta en libertad porque no tiene nada que ver en este asunto. Todo se ha debido a una equivocacién, 2 EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI —Ya son muchas las equivocaciones y los misterios —grufé el director—. Mi diario gritaré la verdad a todos los vientos, aunque se hunda Animalandia. ;Me ha entendido? Y colg6 el fono con tal furia que hizo temblar el ofdo de Moisés. a. “jMenuda historia esta en que me he metido! —pens6—. Si El Ratén Agudo nos ataca, Nap me despediré. Lo mejor que puedo hacer es ir a ha- blar con el director y confesérselo todo. jAy, Dios mfo! ;Cuéntos sinsabores hay que sufrir antes de alcanzar la gloria!” Nap trabaja activamente Miieniras tanto, ot automévil de Nap eruza- ba las calles principales y se dirigia, velozmente, hacia una avenida, Hamada del Gato con Botas, que Hevaba directamente fuera de la ciudad. Ya habia anochecido. Era una noche clara, repleta de estrellas y con una luna redonda y brillante. El automévil se detuvo frente a un edificio in- menso, situado en pleno campo. En la fachada habia una placa de cobre, que decfa con grandes letras: INSTITUTO DE INVESTIGACIONES QUIMICAS DE ANIMALANDIA. —jQué mala suerte! He Hegado tarde. ;Ya : estd cerrado el Instituto! —murmuré Nap. 15 EL CRIMENDELA CALLE BAMBI —Desea algo el sefior? —pregunt6 una voz junto a la portezuela del automévil ‘Nap vio a un monito de librea, en cuya gorra estaba escrito el nombre del Instituto. —Deseo hablar con el director del estableci- miento, el doctor Probeta —dijo Nap. —Lo encontraré en el pequefio pabellén de la derecha, pasado el jardin. Esa es su casa —dijo el mono. Nap dio las gracias, puso en marcha el motor y se detuvo ante el pabellén indicado. Era una ca- sita blanca, con amplias ventanas. Por los muros trepaban unas hermosas enredaderas, Nap descendié del automévil, tocé el tim- bre y poco después era introducido a una salita pequeiia, en que no habfa sino una mesa, con un jarrdn Hleno de flores, unas cuantas sillas y, en los muros, retratos al dleo de los mas famo- sos quimicos de Animalandia. Al cabo de unos minutos entraba en la sala el doctor Probeta, un mono gigantesco. — {Ti por aquf, Nap? —pregunté—. ;Bienveni- do, como de costumbre! {En qué puedo servirte? 16 BLCRIMEN DELA CALLE BAMBI —Se trata de algo urgentisimo, querido Pro- beta, Ya sabes que ha sido asesinado Tomasito, el oro millonario. Y lo peor es que lo han asesinado enmi propia casa, De modo que tengo puesto todo imi orgullo en el descubrimiento de este crimen. —En todo lo que pueda ayudarte, cuenta con- migo —dijo Probeta, con afecto y sinceridad. Entonces Nap sacé de su bolsillo un frasco largo y angosto, lleno de pfldoras negras, y se lo tendié a Probeta, que 1o mir6 a la luz unos cuantos segundos y se encogié de hombros en- seguida, como diciendo que aquello no le decta absolutamente nada. —Me interesa conocer la composicién de esas pildoras y todo lo que con ellas se relaciona —dijo Nap. —,Ahora mismo? —pregunt6 Probeta. —Ahora mismo, doctor. Es algo urgente. —Bsté cerrado el Instituto —dije Probeta— ‘Tendremos que entrar por una puerta particular y dar Ja vuelta a todo el edificio antes de Hegar al laboratorio, Adem, esto va a tardar mucho, me imagino, porque aunque aqui contamos con todos 1 2 ELCRIMEN DE.LA CALLE BAMBI adelantos modemos, estos anailisis no son féci- les de hacer, si se trata de ser exactos —Te agradeceré que no te niegues —dijo Nap— Yo esperaré aqui hasta saber fos resultados. —En tal caso, Nap, espérame un minuto, que iré a buscar las laves, Y el doctor Probeta salié con sus enormes pasos de gigante. Volvié con un manojo de fla- ves, y le pidié a Nap que lo siguiera, Abandona ron el pabellén, cruzaron el jardin, entraron en el Instituto y empezaron a recorrer interminable corredores. Haba un olor muy fuerte a dcidos picantes, a medicinas, a alcohol, a éter. Se de- tuvieron ante una enorme puerta de hierro, que crujié sonoramente al abrirse. Cuando Probeta encendié la luz, Nap pudo admirar el laborato- rio, una vasta sala repleta de aparatos de vidrio, de méquinas extraias, de frascos, de cajas de metal con sus etiquetas. —jLindo laboratorio! —dijo Nap—. Aunque tantas veces he tenido que recurrir a ti, Probeta, nunca habia puesto los pies aqui, hasta ahora. —Y te vas a quedar por mucho rato —aseguré B re ELCRIMEN DELLA CALLE BAMBI el doctor—. Si no has comido, tendrés que pasar hambre. Lo que es yo, en cuanto me voy a.casa me hago servir la comida, después doy un paseo por el jardin, me acuesto, y me siento, al amanecer, con todas mis fuerzas para el trabajo del nuevo dia, Me levanto siempre a las cinco de la maftana.« Uf! {Qué fifo! —grufié Nap—. Yo te con- fieso que me gusta levantarme tarde, Cuando, por obligacién, tengo que madrugar un par de dias, duermo después site tardes enteras. Y eso fue todo lo que hablaron, pues el doc tor Probeta se puso enseguida a trabajar con toda su atencién puesta en el andlisis. Abria frascos vaciaba un Iiquido en otro, encendia un horno, hacfa funcionar maquinas eléctricas. Nap estaba profundamente interesado y le segufa todos los movimientos, sin perder uno solo. “|Hermosa profesién! —pensé Nap—. Sino hubiera sido detective, creo que con todas ganas habria estudiado para quimico.” A cada instante, el doctor Probeta hacia ano- taciones, completamente sumido en su labor, sin preocuparse para nada de Nap, que para no perder 79 EL CRIMEN DELA CALLE BAMBI s PO Tr el tiempo reflexionaba acerca del crimen. Dos © tres veces el detective oy6 grufir sordamente al quimico, pero no se atrevié a preguntar cosa alguna, porque estaba acostumbrado a respetar ell trabajo, tanto el propio como el ajeno, Pasaron varias horas. De pronto, lejos, un reloj dio tres campanadas. Entonces el doctor Probeta se inguid de entre unos frascos lenos de liquidos y murmurs: —Felizmente, mafiana es domingo, Nap, y podré descansar, Ya son las tres de la mafiana, Y siguid trabajando. Cuando el reloj dio las cuatro, el doctor se volvié repentinamente hacia Nap y le dijo: —No ha sido facil, como has visto. Se trata de una composicién quimica muy extraiia, Estas pildoras tienen el poder de hacer dormir cuando se las toma en pequeiias dosis. ‘Talvez media pil- dora, o menos. Provocan un suelo parecido a la muerte, porque paralizan por completo casi todos Jos drganos. En dosis mayores, dos pildoras, por ejemplo, causan Ta muerte inmediata, —Es todo lo que necesitaba saber —dijo Nap, 80 = HL CRIMEN DB LA CALLE BAMBE s eno de repentino buen humor, —En tal caso, nos vamos ahora a dormir —ijo Probeta, Y asi fue, en efecto, pues al cabo de tres 0 cuatro minutos el automévil de Nap emprendfa el camino de regreso. __ Cuando Nap abrié la puerta de su casa, Moi- sés salt6 a su encuentro: —Cref que no regresarfa nunca! —murmuré— {Qué espantosas horas he vivido esperéindolo! Nap sonrié bondadosamente y dijo: —Ha sido una suerte, Moisés, que no se te haya ocurrido seguir una pista para descubrir mi paradero, ;Buenas noches! Ahora podremos dor- mir tranquilos los dos. Un cheque de importancia e Pasaron dos o tres dias sin novedad alguna. ‘Los diarios y Jas estaciones de radio continuaban ha- ciendo las més inverosimiles conjeturas. Nap. ahora de muy mal humor, no querfa hablar con nadie. De vez.en cuando salfa y regresaba tarde a casa. Moisés no se atrevfa a hacerle la menor pregunta, pues el detective andaba con una cara espantable. “/Terrible profesidn la nuestra! —pensaba & solas Moisés—. Todo el mundo quiere que uno descubra los misterios apenas se presentan, como si se tratara de una adivinanza de salon. (Y nadie sabe cudintos problemas hay que resolver para Vegar a la pista segura!” 83 r BL CRIMEN DELA CALLE DAMBI Al final de una tarde son6 el teléfono y Moisés Je anuncié a Nap que le llamaba el gerente del Ban- code Animalandia. Nap hablo dos o tres palabras, colgé el fono y tomé su sombrero, Poco después su ayudante oy6 partir el autom6vil “jPobre jefe! —pens6 Moisés—. A lo me- jor no ha pagado alguna letra y le van a exigir la cancelacién inmediata. Si es asi, le ofreceré mis ahorros, que aunque no son muchos, de algo pue- den servirle.” Pero en el Banco de Animalandia necesitaban aNap para algo muy diferente, por cierto. Un pato canoso, miope, con anteojos de oro, era el gerente del Banco. Recibié a Nap con mucha cortesia y, sin mayores preémbulos, lo puso al corriente de la cuestién, —Me he permitido tlamarlo—le dijo— por- gue esta tarde hemos pagado un cheque por una suma muy alta, firmado por Tomasito un par de dias antes de su muerte. Nosotros no tenemos des- confianza alguna del cobrador del cheque, conoci- do personaje de Animalandia, el loro Augusto, uno de nuestros més prestigiosos industriales. Pero, de 84 CCRIMEN DELA CALLE BAMBI S - todas maneras, hemos deseado que usted, Nap, tenga conocimiento de este hecho, pues en un caso tan misterioso como la muerte de Tomasito, nos parece que cualquier cosa puede servirle a usted pata sus investigaciones. —Yo se lo agradezco, sefior gerente, y le ase- guro que no se ha equivocado—respondié Nap— ‘Ahora bien: me gustaria saber si Augusto mantenia algin negocio con Tomasito. Dos o tres veces, en algunos afios, ha ha- bido cambio de cheques entre ellos, pero siempre por sumas muy inferiores a Ja actual. —Digame, sefior gerente: ;cémo andaban los negocios de Tomasito, y e6mo los de Augusto? —En espléndida forma, Nap. Se trata de dos millonarios emprendedores, principalmente Au- gusto, y las referencias que puedo dar acerea de ellos no pueden ser mejores. Muchas gracias, sefior gerente, por haber- me llamado para darme esta noticia, que segiin creo tiene més importancia de lo que parece & primera vista, Lo que me gustarfa saber ahora es Ia direccién de Augusto. Quiero conversar con él 85 FLCRIMEN DE LA CALLE BAMBE ag un poco, —Tiene un palacio en la Avenida La Gallina de os Huevos de Oro. Es a la entrada, en el N° 10, Nap tom6 nota, se despidi6 del gerente y par- 1i6 en su automévil. En el N°10 de la Avenida La Gallina de los Huevos de Oro le abrié un criado de librea, un pavo de cara muy venerable que tenia fodos los gestos de un diplomitico. Nap pregunté Por Augusto, y el criado le respondié que su amo no recibfa, pues se hallaba preparando un viaje. —Tengo que verle enseguida —insistié Nap—. Llévele usted mi tarjeta, Estoy completa- mente seguro de que me recibira, asf fue, en efecto. Augusto se present6 casi enseguida en la salita a que hicieron pasar al de- tective, Nap le salud6 cortésmente y le dijo: —Lamento haberle molestado en los precisos ‘momentos en que preparaba usted un viaje. Pero se trata de algo urgente. Usted ha cobrado esta tarde un cheque de Tomasito por una suma muy subida, ¥ yo necesito que me explique usted cudndo y por qué le firmé Tomasito un cheque tan importante, —Es mucha su osadia, sefior —dijo a Nap, 86 EE BL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI S molesto—. Yo soy conocido de todo el mundo en Animalandia y no permito que se me interrogue en la forma en que lo veo a usted dispuesto a hacerlo, Si su visita es para mostrarse insolente, ahi tiene la puerta. jFuera de aqui! Nap se levant6, cerré con lave la puerta de la sala, y lo que entonces sucedi6 alli no podemos saberlo por ahora. Lo tinico que se ha podido averiguar a ciencia cierta es que la conversacin duré més de una hora, y que al cabo de ella salié Nap sobéndose las manos, lo cual ha sido siempre en él, sin duda posible, una de las mas grandes demostraciones de regocijo. Trep6 en su automévil y tomando por la Avenida del Gato con Botas, que leva fuera de Ja ciudad, no tardé en hallarse en pleno campo. ‘Todavfa quedaba un poquito de sol y unos bueyes terminaban de arar sus campos. En una granja, unos terneros jugaban a los soldados, mientras su padre, el toro, lefa los periédicos de la tarde, y la madre, una vaquita blanca, de ojos grandes y serenos, miraba hacia el camino, Uno de los terne- 10s salud6 militarmente al automévil de Nap, y el 88 r PLGRIMEN DELA CALLE BAMBI = detective agité una de sus manos, respondiendo. Pero no cabja la menor duda de que Nap iba mds lejos, pues tomé una carretera que se perdia entre altos montes. Repentinamente, el paisaje quedé desierto. No se vefan casas ni habitantes. Nap dio al automévil su méxima velocidad. Después de mucho correr y de tomar caminos diferentes, Nap detuvo su automévil al pie de un cerro y comenzé a subirlo a pie. Mas 0 menos al llegar a la mitad de su trayecto, se detuvo a mirar la naturaleza y a respirar un poco. Ya habfa oscurecido. Empezaban a titilar, en el cielo, las primeras estrellas. No lejos se ofa el rumor de las aguas de un rio, Nap encendié su pipa y continud su ascensién, Cuando estuvo en la cima, vio a unos treinta 0 cuarenta metros una casita miserable, de madera, En su tinica ventana se vefa luz. Nap se fue acercando con suma precaucién y cuando estuvo delante de la ventana miré hacia adentro. Alguien habia alli, de espaldas a la ventana, sentado ante una mesa, en actitud pensativa. La luz vena de una ldmpara de minero colocada sobre la mesa. Nap examin detenidamente el cuarto y vio que en un 89 ELCRIMEN DF LA CALLE BAMBI rrr incén habia una chimenea diminuta, en la que acababan de encender fuego. Chisporroteaban los lefios, quemindose. En un clavo de la pared, junto a la entrada, habfa una chaqueta corta, de pieles, y encima de ella una gorra con visera. Nap, sin hacer ruido, se aparté de Ja ventana y se dirigié a a puerta. La toc levemente y advirtié que estaba abierta, Bastarfa empujarla para entrar. Y asi lo hizo el detective. La puerta lanz6 un leve ruido, y el personaje que se hallaba ante la mesa se levanté con nervioso gesto. Usaba unos anteojos oscuros, Incfa unas grandes botas y en el cinturdn se vefa Ja funda de un revélver. Nap se acereé lentamente hasta la mesa, se qui- 16 la pipa de la boca e hizo este extraiio saludo: —Buenas tardes, Tomasito. El personaje de los anteojos se estremeci6 visiblemente y, sin decir palabra, se dej6 caer en la silla, como agobiado por el peso de un enorme infortunio. —No quiero comedias —dijo Nap, severo. Ha llegado el momento de aclarar muchas cosas, Y espero que se sienta dispuesto a ayudarme. En 90 EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI —————— caso contrario, sufriré las consecuencias. Desde juego, Tomasito, yo le acuso de la muerte de Co- cora, su criada. — {Soy inocente! {Le juro que soy inocente! —gimi6 Tomasito, quiténdose los anteojos y tiri- tando como si hiciera un frfo muy intenso. —Eso lo vamos a ver con calma —dijo Nap, apartando un poco la lmpara y senténdose encima de la mesa, que crujié con e} peso del detective—, Y para que lo veamos con toda claridad, voy a ha-~ cerle un poco de historia, Tomasito. Asi veré usted que yo soy mucho menos tonto de lo que usted se habia figurado, Resulta, Tomasito, que usted es un gran lector de novelas policiales y siempre se ha refdo al ver que en tales novelas triunfan siempre los detectives. Usted se propuso cambiar Jas cosas, a su manera. Y como es un loro de buen humor, un dia Je dijo usted a su amigo Augusto, el célebre industrial, con el cual comia en el Club de la Calandria de los Tangos: “EI mejor detective gue tenemos en Animalandia es Nap. Hasta ahora, todo lo ha descubierto con relativa facilidad. Yo me propongo ponerlo en ridiculo, nada més que para 1 EL CRIMEN DELA CALLE BAMBI 5 divertirme un poco”. Su amigo Augusto, aficiona- do alas apuestas, le dijo: “Te apuesto, mi querido Tomasito, que no lo consigues. Nap es muy astu- to. ¢Acaso te propones cometer un erimen para demostrar que Nap es un pobre infeliz, incapaz de descubrirlo?” Usted, Tomasito, se eché a refr, ¥ le dijo: “Cometeré el crimen més extraiio de la creacién, Me mataré a mf mismo, y cuando pase el tiempo y nada se descubra, resucitaré y dejaré oft mi risa burlona en toda Animatandia. Y estoy seguro de que no habré nadie que no me celebre la aventura”. La apuesta qued6 hecha. Usted, To masito, pens6 muy bien las cosas y las dispuso lo mejor que pudo. Fue a mi casa una noche y fingié que lo asesinaban en mi propia biblioteca. Para eso abrié una ventana, creyendo que asf daria a entender que por alli habia entrado el asesino mientras yo me encontraba ausente, despertando a mi ayudante para que le acompafiara a usted a Su casa, pues usted habia recibido unas amenazas muy curiosas, Las hojas de los periSdicos en que se le amenazaba a usted las habia guardado yo en un caj6n. Y cuando las busqué, a mi regreso, al 92 BLCRIMEN DE LA CALLE BAMBI Poe ak verlo a usted muerto, las paginas se quemaban en mi chimenea. Esto me dio mucho que pensar. Me dije que el asesino habia tenido que estar observiindonos desde afuera; pero es el caso que no pudo hacerlo, por la simple razén que los Vidrios estaban empavonados, y no se podia ver através de ellos. Ademés, la ventana no se abria desde afuera sin romper los vidrios, y los vidrios estaban intactos. Asf, pues, descarté Ia idea de due el asesino hubiera entrado por allt. Y como, de todos modos, no cref en que usted pudiese ser Su propio asesino, lo cual resulta extraordinario, dejé que Hevaran su cuerpo sin un solo rasguto al Hospital La Paloma del Arca, donde se le haria a autopsia. Y de pronto, he aqui que su cadaver desaparece del hospital. En el suelo no hay otras huellas que las suyas, Tomasito. Y esto, como usted ve, resulta sumamente revelador. A todo esto se comprueba que su empleada, la gallina Cocora, ha sido encontrada muerta, Se le hace un detenido examen y se comprueba que ha sido envenenada. Yo voy y examino su casa, Toma- sito. Advierto que usted ha entrado en ella, des- 94 FL CRIMEN DELA CALLE BAMBI EP? pués de huir del hospital. Sus pies han quedado estampados en un montén de arena fina que yo he desparramado antes frente a cada una de las puertas, Descubro sus libros policies y esto me hace pensar que usted se ha propuesto vivir una aventura novelesca. Luego descubro un frasco misterioso en su sala de bao, Lo hago examinar por el mejor quimico de Animalandia. Y éste, el doctor Probeta, me declara que las pildoras del frasco sirven, tomadas en mfnimas dosis, para provocar un sueiio parecido al de la muerte, y en dosis mayores para matar de inmediato a quien las pruebe. Asf me explico su falsa muerte, To- masito, y la verdadera muerte de Cocora. —iYo no soy culpable! jJuro que no la he matado yo! —interrumpié Tomasito, Llevandose las manos a la cara—, jSoy inocente! Yo no he querido sino hacer una simple broma. —Le ruego no interrumpirme —dijo Nap— Voy a continuar mi historia. Apenas supe las propiedades de las pfldoras, me dije: Tomasito, al venir a mi casa, tom6 media pildora del frasco, No corria peligro alguno y, en cambio, fingfa una 95 EL CRIMEN DE La CALLE BAMBI PP sh muerte perfecta, Como es un personaje importante, sabfa que se le tratarfa con miramientos. Antes de hacerle la autopsia, tendria tiempo para despertar, huir y esconderse. Pero al salir del hospital se dio cuenta, por un periddico, de que habfa muerto Cocora. Sintié entonces verdadero miedo. La muerte de su criada cambiaba todos sus planes. Si no era usted el asesino, se le tendria por tal all ser encontrado, Fue a su casa, busc6 dinero y vio que no Io tenfa en abundancia. Entonces hizo un cheque y se lo Ilev6 a su amigo Augusto, rogdndole que lo cobrara y se lo llevase a usted hasta la mina abandonada en que hoy se encuentra, deseaso de salir cuanto antes al extranjero. —Yo no he matado a Cocora, Juro que no la he matado —gimié Tomasito~, Todo lo que us- ted ha dicho es verdad. Yo tomé esa pildora para fingirme muerto, convencido de que su efecto terminaria antes de que me hicieran la autopsia. No me propuse sino hacer una broma y demostrar que el mejor detective puede ser engafiado. —Y ya ve los resultados, Tomasito. Ahora tendra que demostrar usted que no es el asesino 96 EL CRIMEN DELA CALLE BAMBL 4 FE de Cocora, El millonario comenz6 a sollozar. —Si hubiera adivinado que todo iba a termi- nar de esta manera, nunca habria hecho semejante cosa —murmuré Tomasito, con acento de profun- da sinceridad. —Fisté bien, Yo no creo que usted sea un asesino, y me propongo ayudarle —dijo Nap—. De este modo, me imagino que no volveré a sentir el menor deseo de cometer un crimen perfecto, para ponerme en apuros. Ahora usted depende de mi. ¥ si le he encontrado a usted, después de conversar con Augusto, el industrial, el cual me lo cont6 todo, porgue le hice ver la gravedad de este caso, asf también encontraré al asesino de Cocora, —Le daré la mitad de mi fortuna —prometié. ‘Tomasito—. Yo no quiero que pese sobre mi una acusaci6n tan espantosa. Nap se qued6 pensativo unos momentos. —{Cuantas pildoras tomé usted cuando se fingié muerto? —pregunt6 de repente el detective. Media pfldora, que levaba en mis bolsillos 97 EL CRIMEN DELA CALLE BAMBI cuando fui a visitarle esa noche a su casa —res- pondié el millonario—. El resto de la pildora lo eché a las aguas del rfo, cuando me dirigfa a la calle Bambi. —Pues bien: en el frasco faltan tres pfldoras —dijo Nap—. Una es ta que empleé usted; las otras dos han sido las causantes de la muerte de Cocora, —{,Cémo puede ser eso? —pregunté Tome sito, levanténdose, presa de enorme agitacién— Ese frasco lo tenfa yo escondido en mi sala de bafio. Alguien ha entrado en mi casa y le ha dado las pildoras a Cocora. —¢Sospecha usted de alguien? —pregunts Nap. —De nadie —respondié Tomasito—, Nadie sino yo conocfa la existencia de esas pildoras. Para mi, el que hayan sido encontradas y enseguida empleadas para matar a Cocora es un misterio impenetrable. —Lo descubriremos —dijo Nap. Ahora, véngase usted conmigo. Tengo mi automévil al pie del cerro, Se aclara el enigma PE esas Ccando legaron a ta ciudad, Tomasito qued6 detenido, por orden del juez, en su propia casa, Se puso una fuerte guardia ante las puertas y fue estricta la prohibicion de que nadie en- trara o saliera, salvo aquellos que pertenecian a la justicia Se cared Tomasito con su amigo Augusto, el industrial. Se comprob6 que, en efecto, ef mi- Honario Tomasito no habia pretendido hacer sino tuna broma. Su propésito era aparecer después y revelar que Nap habia sido incapaz de descubrir el misterio de su muerte. Pero cuando Tomasito supo que habia muerto 99 FL CRIMEN DB LA CALLE BAMBt = Cocora, su empleada, se espanté, —Si no se explica el misterio de su muerte —le habfa dicho Tomasito a su amigo el indus- tial—, la culpa recaera sobre mi. Debo escapar. Te daré un cheque por una fuerte suma, lo co- brards, y con ese dinero podré salir, disfrazado, del pais. {Mi vida ya esté irremediablemente perdida! Entretanto, el enigma de la muerte de Cocora no se aclaraba. Y Tomasito suftia indescriptible- ‘mente, sintiendo que todas las sospechas recafan sobre él. Sin embargo, dos o tres tardes después de ha- ber aparecido Tomasito, y cuando el juez se encon- traba interrogandolo en su propia casa, aparecié Nap en compania de un desconocido, un conejo llamado Roca. Desempeiiaba el cargo de portero en la casa de enfrente a la de Tomasito. —La casualidad me ha hecho interrogar a este portero de la vecindad —dijo el detective—, Y lo he traido conmigo, porque es muy posible que él nos pueda aclarar el enigma de la muerte de Cocora, 100 _BL-CRIMEN DLA CALLE BAMBI _ Tome nota de lo que va a declarar este co- nejo —dijo el juez a su secretario. Y el conejo Roca empezé a contar la historia siguiente: —A pesar de que hacfa un fuerte viento esa noche —dijo el conejo—, yo me encontraba en la puerta de Ja casa. Vi salir a Tomasito y Ine extrafié que lo hiciera a pie, cuando pose uno de los mas hermosos automéviles del pais. Poco después, algo asf como cinco minutos, nada més, vi aparecer a Cocora, que, como todas las noches, venfa a cerrar con tlave la puerta de la casa. ”—Tu patron ha salido le dije, después de saludarla. "—Todas las noches sale —tespondié Coco- ra—. En cambio, yo tengo que irme a la cama y me siento desesperada, i "—¢Por qué, Cocora? ;Te ocurre alguna des- gracia? ;Puedo ayudarte en algo? "—Sufro de insomnio —me dijo Cocora—. Todas Jas noches tomo una pildora para dormir, y esta noche no tengo ninguna. 102 FL CRIMEN DELA CALLE BAMBI “—Acaso tu patrén las tenga —Ie dije—. Si quieres, te ayudo a buscarlas. “Te lo agradeceré mucho —me dijo—. Yo tengo miedo de elegir alguna pfldora que me envenene. *Subimos a la casa de Tomasito. Cocora me dio una copita de vino aiiejo, conversamos un poco y después nos fuimos a buscar la pildora para el insomnio. Beas cosas se guardan en el dormitorio 0 en la pieza de baiio —Ie dije a Cocora. ~y, efectivamente, en la pieza de bafio en- contramos, escondido entre otros frascos, uno que contenfa unas pildoras negras. Yo le dije a Cocora que esas pildoras servfan seguramente para dormir. No creo que tu patron guarde venenos aqui le dije. Por cierto que no —respondié Cocora—. ‘Tomaré dos pildoras. Seguramente me har‘in dor- mir. Buenas noches, Roca, y muchas gracias! —Cocora se toms las pildoras, y como la do- sis era muy fuerte, murié —dijo Nap, echando por 103 ro EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI Kh las narices una columna de humo, pues, como de costumbre, se hallaba fumando su vieja pipa Tomasito fue dejado en libertad, y poco des- pués salié a hacer un largo viaje por el extranjero, Su desgraciada aventura le hizo perder su carrera politica y, ademas, el buen humor. Entretanto, Moisés, el ayudante de Nap, pas6 unos dias de absoluta dicha, En todos los diarios se habl6 mucho del caso, y més de una vez. apareci6 la fotografia de Moisés en la primera pagina de EL Raton Agudo. —Creo que también me estoy haciendo fa- moso —Ie dijo a Nap. —Para eso, Moisés, tienes que instruirte un poco —respondié el detective—, Esta noche te leeré un capitulo de la Introducci6n a la Historia de Animalandia. Y espero que no te duetmas mientras leo. —Prefiero mil veces no aleanzar la fama —te- zongé Moisés entre dientes, muy bajito, temeroso de que Nap le oyera. [EL CRINEN DE LA CALLE BAMBI Pero el detective estaba ocupado en algo muchisimo més interesante: cargaba su pipa y se disponfa a fumarla con su acostumbrada satisfaccién.

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