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La Justicia del Oro

— Pinta peor de lo que esperaba —comentó uno de los dos que se habían acercado a un
famoso callejón de la urbe más decadente de aquel Rincón.
— Y que lo digas —El otro se agachó para acercarse al cuerpo que estaban observando.
—Una mujer joven. Por los ropajes intuyo que noble, pero no quiero asumir nada.
Doknod y Theriad eran en aquel momento dos cazarrecompensas que habían sido
contratados para encontrar al asesino de aquella muchacha. Tarbean ofrecía muchas
oportunidades para ese tipo de personas para llenar sus bolsillos.
— ¿No crees que es extraño que ni siquiera nos digan quién era esa pobre chica? –
inquirió Doknod. Como siempre, iba vestido con el primer harapo que había podido
encontrar, haciendo de antítesis de Theriad, impecable y limpio.
— Nuestro cliente debe de estar metido en mucha más mierda de lo que pensábamos…
— Venga, dime —se le acercó justo cuando Theriad dejó de inspeccionar el cadáver —
¿no creerás que…?
— No quiero hablar del tema, Dok.
Ambos se dirigieron hacia su cliente, en aras de brindar un poco de luz al misterio. El
cliente era un noble de nacimiento, descuidado e ignorante. Había heredado de su padre
unos cuantos prostíbulos.
Como cabría esperar, su mansión era imponente. Al acercarse Doknod los dos guardias
de la puerta se alarmaron. Tuvo que aparecer Theriad explicando quiénes eran para que
les dejaran pasar. Nada más entrar los sirvientes los recibieron con una mueca
desagradable. Doknod, extrañado, preguntó al que más cerca se hallaba:
— ¿Cuál es el problema, mentecato? ¿Tengo monos en la cara?
Theriad se le acercó y se dirigió hacia el alarmado sirviente. Doknod nunca había brillado
por su sentido de la cortesía o amabilidad.
— Mi colega y yo queríamos saber…
— Nuestro Señor está en La Lechuza de Yll. —La primera impresión de Doknod había
conseguido que temblara hasta el extremo. Theriad le dedicó una sonrisa, Doknod una
mueca bufona y entonces se acercaron al prostíbulo.

La miseria y desgracia de la ciudad de Tarbean eran evidentes a plena luz del día. Mientras
que los adinerados eran escoltados por varios guardias pagados con su peso en oro, en
cada rincón de las sucias calles habitaban mendigos, los cuales se caracterizaban por
padecer hambrunas y haber abandonado toda esperanza.
La Lechuza de Yll, uno de los mayores prostíbulos de la región, se encontraba en una de
aquellas calles. Similares guardias a sueldo actuaban de vigías en las puertas del
establecimiento.
Theriad les enseñó el documento que demostraba que estaban bajo las órdenes de aquel
señor. Los guardias, habiéndolo leído con dificultad, los dejaron entrar. Lo primero que
se podía escuchar dentro de aquel lugar era lo que Doknod llamaba “el grito de pasión”.
Decenas de ricachones se encontraban en todos los rincones del establecimiento rodeados
de multitud de mujeres.
Con un similar ritual, otro guardia les dejó, entonces, subir al tercer piso, en el que se
encontraba el despacho del Señor.
— ¡Doknod y Theriad! –Los recibió el cacique de aquel negocio. Era un hombre de
mediana edad, no muy atlético y sin rastros de haber tenido una vida dura.
— Señor Adelmar, venimos por el caso de la muchacha asesinada —anunció Theriad.
Doknod había tomado ya asiento ante su incredulidad.
— Y veo que andáis con prisas. —Adelmar miró con desdén a Dok, antes de recordar
que los modales no eran su marca personal.
— Así es, Adelmar. No sabemos ni el nombre de la chica y las circunstancias de su
muerte son un tanto extrañas.
Adelmar, interesado, hizo que los sirvientes de su despacho les llenara una jarra a cada
uno e invitó a Theriad a sentarse, pues era lo que Doknod había hecho nada más entrar.
— Contadme lo que sepáis.
— La mujer tiene una quemadura en la espalda, desde la nuca hasta la cintura.
Probablemente ésa sea la causa de la muerte, pero curiosamente tiene una la marca de una
puñalada en el cuello. —A Theriad le brillaban los ojos mientras lo contaba. Sin duda
había sido una imagen perturbadora.
— Sería muy beneficioso para el caso saber quién era esa pobre muchacha, Adelmar —
intercedió Doknod.
Adelmar se levantó de su asiento y lanzó un suspiro sincero. Se dio la vuelta, dirigiéndose
al ventanal de la sala.
— La víctima era una de mis mejores chicas. Su nombre es… era Sabine —anunció. —
Sabía que andaba metida en líos, pero jamás sospeché que iba a llegar a esto…
— ¿Quién andaba tras ella?
— ¿Quién no? Era una mujer… de carácter fuerte. Tendía a contar la verdad siempre
que se le antojaba.
— Y supongo que una persona así no puede ganarse la vida de esta forma —sugirió
Doknod tomando un trago a la jarra. Sorpresivamente era vino de una buena cosecha, que
Dok recibió con una sonrisa de cabo a rabo.
— No sin ganarte enemigos.
— Veamos —dijo Theriad intentando tomar las riendas de la conversación. —Nuestro
modus operandi no incluye tratar tanto con nuestros clientes, sobre todo si queremos tener
fama de discretos. ¿Sabe de alguien que la quisiera muerta por alguna razón personal?
Las quemaduras parecen más un método de tortura. Le prometo que con eso lo próximo
que sabrá de nosotros será que hemos resuelto el caso. —Le ofreció una sonrisa que no
recibió respuesta por ninguno de aquel despacho.
— Supongo que los chicos de Niklas. Sabine había humillado públicamente a algunos
de ellos.

Minutos después de aquella conversación se encontraban cerca de la taberna de Niklas,


una figura criminal influyente de la ciudad. Su negocio se centraba en enterarse de todo
de lo que pasaba en la ciudad. El problema era que utilizaba medios legalmente
cuestionables. Sin embargo, aún no se habían conseguido pruebas válidas para delatar el
negocio.
Siguiendo la tónica del resto de la ciudad, en la entrada de la taberna un hombre con un
garrote vigilaba quién entraba y quién salía. Al ver a Theriad puso una mala cara, pero
nada más ver a Doknod sonrió y les dejó entrar. El más aseado de los dos se extrañó y le
cuestionó sobre el tema. Dok simplemente afirmó que se había movido por esos negocios
de joven.
Dentro del establecimiento, lleno de hombres con cara de pocos amigos, fueron recibidos
igual que en la puerta. Theriad estuvo a punto de pensar mal de su fiel compañero, pero
luego recordó en qué circunstancias lo conoció y se disuadió.
— Theri, yo hablaré en esta —anunció Doknod justo antes de entrar en el “despacho”
de Niklas.
— No nos metas en un lío.
— Yo me preocuparía por Niklas. —Después de pronunciar esas palabras entraron.
Aquella habitación no se podría considerar pulcra, pero aun así se alejaba de aquella
atmósfera paupérrima que habían encontrado en la taberna.
Niklas, por otra parte, no era nada de lo que se esperaba Theriad. Para empezar, era mujer
y su apariencia física no tenía nada que ver con la taberna y la ciudad en general. Eso fue
lo que distrajo a Theriad.
— Doknod y un hombre al que no conozco. —Niklas se levantó y desenfundó uno de
sus cuchillos. —Dok, sabes que este lugar es privado.
— ¡Tranquila! —se alarmó Doknod. Theriad, asustado, levantó ambos brazos en señal
de rendición. —Theriad es mi compañero en el negocio y un amigo. No vayas a matarlo
delante de mí.
— Delante de… —empezó antes de ser callado por Niklas, que ordenó que se sentarán.
— Decidme qué buscáis y antes podremos volver a nuestras vidas.
— Nos han contratado para encontrar al asesino de Sabine, la chica de…
— Adelmar, sí. Estaba contando el tiempo hasta que enviaran a un cazarrecompensas a
encontrarme. No me esperaba que fueras tú.
— Llevamos un par de meses en la ciudad, sí. ¿Tienes algo que ver con la muerte? —
Theriad vigilaba atentamente los acontecimientos con una mano sutilmente posicionada
cerca de una de sus dagas.
— Te va a sonar a patraña, pero no. No puedo decir lo mismo de mis subordinados, que
aunque fueran advertidos de que no permitiría cualquier violencia, suelen hacer más caso
al alcohol.
— Te estás excusando demasiado rápido —comentó Theriad. Niklas le lanzó una mirada
asesina.
— Si quieres hablarme, primero suelta la patética arma que estés a punto de blandir hacia
mi persona. No funcionará.
— Perdona a mi compañero —dijo Doknod rompiendo el incómodo silencio que se
había creado en la habitación. —Volviendo al tema que nos concierne, ¿estás sugiriendo
que tus hombres pueden haberte desobedecido?
— Espero por su bien que no. Sabes que siempre me ha costado más que respeten por el
mero hecho de ser mujer.
— Sí… ¿Sabes de algún hombre en concreto que tuviera motivos para asesinarla?
— Puede ser, puede ser… —Niklas puso en orden los documentos que tenía a mano.
Finalmente señaló uno de ellos y lo se lo pasó a Doknod. —Se hace llamar Felig. Hace
un par de meses vino hasta este mismo lugar en busca de trabajo. Me dijo que conocía los
movimientos de los carruajes hacia Imre, hacia la Universidad.
— ¿La Universidad? —Theriad no pudo evitar sorprenderse. —Yo pensaba que los
envíos eran secretos.
— Y lo son, pero Felig decía saber cuáles eran las rutas. Antes de que preguntéis, no.
No asaltamos ninguna de las caravanas. De hecho, dudo que sean caravanas. Si han
conseguido estar escondidos tanto tiempo deben de ser un grupo reducido de personas.
Quizás es solo una persona.
— ¿Una persona llevando envíos completos? Me parece muy poco —Doknod le
devolvió el documento mientras apoyaba ambos brazos en el escritorio.
— En cualquier caso, os interesa saber el paradero de Felig para ejercer justicia o lo que
hagáis ahora.
— Es el oro lo que me… nos sigue motivando, Nik. —Dok le sonrió y se relajó una vez
más en su asiento. Theriad le sonrió también, pensando que por fin había encajado en
aquella conversación.
— ¿Y qué ganaría yo con vuestra pequeña operación?
— Bueno, un peón desobediente desaparecería de tu vista y no te causaría más
problemas.
— Eso puedo hacerlo yo.
Niklas se levantó y se acercó a los hombres. Su largo cabello oscuro impresionó a Theriad,
que no estaba acostumbrado a los encantos de aquella magnate de las sombras. Doknod
se levantó también y le susurró al oído. Niklas le sonrió y asintió.
— Encontraréis a Felig en un pequeño campamento provisional cerca de la ciudad.
Doknod sabe de qué hablo.

Media hora después empezaron a adentrarse al bosque. Dok no le había respondido


ninguna de las preguntas que sabría que tendría Theriad y éste sabía que preguntar no
serviría de nada, por lo que se mantuvieron en silencio.
Cuando habían perdido de vista la entrada del bosque empezaron a escuchar voces a lo
lejos. Los árboles, alzándose decenas de pies, tapaban casi completamente el azul del
cielo, dejando el bosque en una oscuridad familiar. Habían decidido, por razones obvias,
no recorrer el bosque por el camino.
— Te preguntarás qué le he dicho a Niklas para que nos dijera el paradero de esa rata.
— Sí, pero daba por hecho que no era el momento de preguntar. —Theriad sonrió
sospechando lo que tramaban Niklas y Doknod.
— Eres un buen amigo, Theri.
Tres hombres estaban sentados alrededor de una hoguera apagada. En el documento
Doknod había leído una ficha que había escrito Niklas cuando empezó a sospechar de
Felig. En ella aparecían descritas su apariencia física, su personalidad y sus actividades.
Incluso había un retrato hecho por Nik.
Con toda esa información Doknod, escondido junto a Theriad no muy lejos del trío, pudo
señalarle quién de los tres era Felig.
— El hombre sentado a la derecha. Cabello castaño, sin barba y una espada.
— Lo veo. ¿Cuál es el plan? —Se agachó y observó la escena.
— Yo iré por la izquierda y cuando esté cerca te daré una señal. Lanzaré uno de los
cuchillos de Nik —la sacó con una sonrisa— y tú te acercarás y sorprenderás a Felig.
Recuerda que no lo queremos muerto.
— Son tres, Dok. ¿Y el que está sentado entre ambos?
— Tomo en cuenta que cuando agarres y reduzcas a Felig llamarás la atención del otro.
Cuando eso pase yo me acercaré por detrás.
— Entendido.
Se estrecharon la mano y cada uno se dirigió hacia uno de los extremos. El trío había
localizado su pequeño puesto o campamento cerca de un gran árbol. Su tronco era grueso
y les servía para usarlo de base.
Theriad y Doknod se movían lo más sigilosamente posible. El trío, por otro lado, reían y
charlaban mientras bebían. Los cazarrecompensas lo usaron a su favor mientras se
acercaban.
Cuando estuvieron dispuestos se miraron a lo lejos y Dok dio comienzo a ese pequeño
plan. Lanzó aquel cuchillo lo más fuerte que pudo y cuando el hombre del extremo
izquierdo cayó al suelo mientras se desangraba, Theriad corrió hacia Felig. Dok tuvo
suerte, ya que el cuchillo impactó en el pecho, probablemente en el corazón mismo.
Theriad agarró a Felig por el cuello después de golpearle en la cabeza. Con toda la fuerza
que pudo lo levantó y lo lanzó hacia una de las tiendas. El compañero de Felig desenvainó
su espada y exclamó el nombre de su colega. Sin embargo, antes de que pudiera arremeter
contra Theriad se encontró con uno de los puñales de Doknod. Para cuando quiso darse
la vuelta para enfrentar a su agresor se encontró sin fuerzas, y unos segundos después, sin
vida.
Felig, aterrorizado por lo que estaba pasando, intentó alzarse para escapar. Theriad,
viendo esto, lo cogió por su brazo derecho y lo estiró para alzarlo. Cuando estaba a punto
de ponerse en pie, le ofreció un puñetazo en el estómago que no aceptó sin antes lanzar
un grito seco. Cayó de nuevo al suelo. Doknod, después de limpiar y guardar su puñal, se
acercó también.
— Estás en graves problemas, amigo. —El que empezó a hablar fue Theriad, que se
agachó para acercarse más aún a su presa.
— ¿Qui-quiénes sois?
— Aunque te lo dijéramos no nos conocerías —dijo Doknod uniéndose a la
conversación.
— ¡Cazarrecompensas!
— Ajá. Han ofrecido una sustanciosa recompensa por el asesino de una joven llamada
Sabine. ¿Te suena?
— ¡Yo la quería, pero cada vez que me veía huía! —Bajó la mirada. —Decía que había
alguien más en su vida, alguien mejor que yo. ¡Decía que me olvidara de ella, que jamás
podría superarla! ¡Solo era una puta!
Doknod corrió la distancia que los separaba. Lo cogió del cuello y lo arrastró hasta el
tronco.
— Y tú solo eres una pequeña sabandija, una mancha en las páginas de historia que ni
será recordada ni extrañada. ¿Acaso crees que queda alguien al que le importas una
mierda? Theriad, —lo miró— ¿si lo matamos nos siguen dando la recompensa?
— Me temo que solo la mitad. ¿Te lo estás pensando o qué?
— Mucho más de lo que piensas.
Felig empezó a llorar y apartó su mirada de aquellos hombres. Entre llanto y llanto
intentaba recordar y recitar algún rezo que había aprendido de niño.
— Pero si te mato —concluyó Doknod después de unos largos instantes— me pondré a
tu nivel. No, así no funciona esto. Puede que yo sea alguien que se gana la vida yendo
detrás de gente como tú, pero yo no mato, yo no acabo con vuestras vidas. Theriad, toma
este hombre y apártalo de mi vista.
— ¡DOKNOD! —Un grito femenino los sorprendió. Ambos desenvainaron sus espadas
hasta que se dieron cuenta de quién era. Niklas. —Ese bastardo es mío, así que apártate
de él.
Fue Theriad el que intercedió. Se puso en medio de los dos y blandió su espada con toda
la dignidad que pudo reunir.
— Es nuestra presa, Niklas. Eres tú la que se tiene que apartar.
— Dok no te ha contado toda la historia, ¿no? —La mujer sonrió mientras se acercaba
lentamente hacia Theriad. —Sabine no era solamente una de las chicas de Adelmar. —
Una lágrima recorrió todo el camino hasta el suelo, pero mantuvo la compostura y
continuó sonriendo. —Sabine era mi amante, mi pareja, mi amor… ¿Por qué crees que
una mujer de carácter tan fuerte sería una prostituta? —Se acercó aún más. — ¿Por qué
crees que vestiría aún mejor que las demás chicas? —Se paró a un palmo de Theriad. —
¿Por qué crees que Adelmar me señalaría tan rápido? ¡Ella lo era todo para mí y esa
mierda me la quitó!
Theriad entendió entonces la manera de comportarse de Doknod y el secretismo que había
envuelto aquel caso.
— Dok, ¿tú lo sabías? —Doknod había atado las manos de Felig, que se encontraba en
el suelo, totalmente aterrado.
— Desde que supe el nombre de la muchacha. No te conté nada porque…
— Lo entiendo —le interrumpió Theriad. Se apartó y envainó su arma.
— Gracias. —El rostro de Niklas se tornó oscuro. Doknod vio lo que iba a pasar y
también se apartó, no sin antes estrecharle la mano a Niklas. Supuso que en ese caso
cobrar la mitad merecía la pena.

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