Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
@cayetanaAT
05/12/2016 09:12
Y lo dicen en serio. Claro que PP, PSOE y C's podrían reformar la Constitución. En una
mañana generosa y lúcida, incluso podrían forjar una gran coalición. Pero ese nuevo
consenso no superaría el del 78. La Constitución fue aprobada con 325 votos a favor, 6
en contra y 14 abstenciones. Hoy, con Podemos en el Congreso y el nacionalismo en el
monte, recibiría 250 votos favorables y hasta 100 en contra. Y eso si el PSOE no se
rompe.
... porque hay que combatir la desafección hacia la política y las instituciones».
Una propuesta que comparten Podemos y C's. Nuevos derechos a la vivienda, a la salud,
a la protección del medio ambiente... Como si España fuera un páramo de injusticia y
exclusión. Y como si el más urgente debate europeo no fuera la sostenibilidad del
Estado del Bienestar. Ahora que tanto preocupa la posverdad, animemos a los valientes
a que encaren la realidad. A que digan que no habrá democracia ni bienestar sin más
responsabilidad.
Ah, por fin la verdad. La que disimulan los tres partidos que se dicen
constitucionalistas, aunque de vez en cuando se les vaya una frase. Rubalcaba: «El
problema es que a la gente la entierran con la senyera y la bautizan con la estelada».
Lógico. El nacionalismo lleva 30 años de hegemonía política, mediática y cultural. Lo
insólito es que, en lugar de rectificar esa dinámica, se proponga su prolongación. La
verdadera finalidad de la reforma constitucional es dar satisfacción al nacionalismo
catalán y, de rondón, al vasco. Esto plantea el grave problema moral del chantaje. En el
caso catalán, se premian la deslealtad y los ataques a la ley y a la libertad. En el vasco,
los 800 asesinatos. ¿Y a cambio de qué? La pregunta que nunca se hace: y el
nacionalismo, ¿a qué va a renunciar? El nacionalismo es sinónimo de reivindicación e
incompatible con la satisfacción. No busca un nuevo encaje en la Constitución sino el
desencaje español.
Sin embargo, en el Wellington los reformistas siguen debatiendo. Ahora explícitamente
sobre cómo solucionar «las preocupantes reclamaciones catalanistas», que es como
Muñoz Machado calificó el chantaje secesionista en su último artículo en El País.
¿Hay alguien ahí, preferiblemente catalán, que recuerde los artículos anulados? No.
Bien. Sigamos. Estamos ante la típica lógica nacionalista y de cualquier populista: yo
incumplo, tú me corriges; yo ¡pueblo! me rebelo, tú te fastidias. Así razonaron los
tabloides británicos en defensa del Brexit. Así razonó Miquel Roca contra el TC. Y
luego apareció Carmen Calvo: «¡Sí, todos debemos sentirnos responsables!» Ah, no, no.
Ni yo ni el Estado de Derecho tenemos la culpa de que Lluís Llach quiera
independizarse. Lean la entrevista de Iván Tubau a Tarradellas en el verano del 82:
«Lo que hay ahora en Cataluña es una especie de dictadura blanca. Las dictaduras
blancas son más peligrosas que las rojas. La blanca no asesina ni mata ni mete a la gente
en campos de concentración, pero se apodera del país, de este país».
... para hacer del Senado una auténtica cámara territorial para que Cataluña se sienta
representada».
Todavía hay quienes creen -Sáenz de Santamaría, por ejemplo- que el nacionalismo se
neutraliza con dinero. Todos los sistemas de financiación autonómica fueron pactados
por el Gobierno central y la Generalidad. Dos momentos para el recuerdo. 20 de octubre
de 1996: el presidente Pujol viaja a Lepe (sí, a Lepe) para defender el acuerdo cerrado
con Aznar. El alcalde socialista le entrega las llaves de la ciudad y Pujol declara: «A
veces hay unas reacciones iniciales que después, con el tiempo, resulta que no estaban
justificadas. Con el sistema de financiación se verá que no hay base para este rechazo».
12 de julio de 2009: Montilla celebra el modelo de financiación pactado con Zapatero.
Dice que «cumple perfectamente» el Estatut y lo califica como «una victoria de la
Justicia» que «hará grande a Cataluña, a su gente y sus valores».
El reformista Xavier Arbós, propuesto por el PSC como candidato al TC, sugirió que el
Poder Judicial tenga como requisito el conocimiento de las lenguas cooficiales. Garzón
se salva por inhabilitado. Todos los demás, a la academia. El argumento lingüístico es
perverso. El catalán nunca ha gozado de mayor proyección que ahora y España es el
único país del mundo donde los niños tienen vetado su derecho a aprender en la lengua
común. El nacionalismo ha pisoteado sistemáticamente el artículo 3 de la Constitución y
todas las sentencias dictadas en su defensa; por cierto, con la anuencia de los Gobiernos
centrales. ¿Y qué plantea el actual? Dar a ese atropello cobertura constitucional. Ayer lo
contaba La Vanguardia: «El Gobierno se plantea reconocer la identidad cultural de
Cataluña en la Constitución». Los escépticos sobre la existencia de una identidad
cultural catalana ajena a la española encontrarán argumentos de refuerzo en un
excelente discurso de Juan Claudio de Ramón en Barcelona
Djo Roca que esto no lo inventó un catalán sino Anselmo Carretero, «de la Castilla
más auténtica». Ya. Y lo hizo suyo Felipe González, en un artículo escrito con Carmen
Chacón: España, «nación de naciones» y Cataluña, «nación sin Estado». Pero esa
nación pasiva no es la nación de los nacionalistas. Ayer, en El País, Urkullu aparentaba
racionalidad: «La Constitución española diferencia nacionalidades y regiones.
Nacionalidad es nación». Estupendo. Pero, entonces, ¿por qué se empeña en revisar el
Estatuto para incluir el reconocimiento del País Vasco como nación? En la misma línea
está Miguel Herrero, padre de la Constitución y ahora defensor de su «mutación» por
la puerta de atrás. Ha sugerido que se reconozca la realidad nacional de Cataluña en una
nueva disposición adicional. Así tendremos una nación española cuya Constitución
afirma y privilegia la nación catalana. Y quizá también la vasca. Y por qué no la
gallega. Y qué decir de la andaluza. Así se llegará a Clavero Arévalo: nación para todos.
Constitucionalismo creativo, lo llaman.