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Novoa Monreal

“Las diversas concepciones jurídicas”

La doctrina del Derecho Natural.


Existe antes y por encima del Derecho Positivo un conjunto de normas o principios rectores capaces
de dar un contenido propio a las nociones de justo e injusto, validos por si mismos y fundados en la
naturaleza del hombre.
Supone un orden jurídico a priori, anterior a todo legislador humano y el legislador positivo debe
ajustarse a este Derecho.
Hay un dualismo en el Derecho. Por un lado un Derecho Natural, superior, verdadero modelo ideal
de principios jurídicos para cualquier pueblo o época; y por otro lado un Derecho Positivo que cada
país dicta en un momento dado dentro de su propio territorio. Si las leyes positivas se apartan de las
normas o principios del Derecho Natural, pasan a convertirse en simples mandatos ilegítimos.
Se inició en la Grecia clásica, y tal vez su más importante especie sea la doctrina Tomista del
Derecho Natural formulada por Santo Tomas de Aquino. Es la variante que alcanzó mayor hondura
filosófica, que ha sido retomada en nuestro tiempo.
Según este, dios creador y providencia del universo crea y da existencia a las criaturas. El
ordenamiento que da la sabiduría divina a la creación, disponiendo todos sus actos y movimientos
rige para todos los seres creados y recibe el nombre de ley eterna. Todas las criaturas están sujetas a
esa ley eterna de una manera pasiva, pues la reciben y soportan quedando sometidas a ella.
El hombre, ser racional capaz de conocer su propia naturaleza y el fin al que esta destinado, y
dotado de una voluntad que le permite dirigir los actos que libremente puede realizar, está en la
posibilidad de conocer inteligentemente las normas de la ley eterna y aceptar su cumplimiento. La
ley eterna pasa a se la ley natural.
El nombre de naturaleza se toma en el sentido de aquello que caracteriza a un ser cualquiera en su
especificidad, aquello sin lo cual ese ser pierde toda realidad y significación.
El precepto fundamental de la ley natural es el que brota de la noción misma de bien, puesto que
bien es aquello a que tiende un ser para realizar su fin. “Hay que hacer y perseguir el bien y evitar el
mal”. Lo que equivale a decir obrar racionalmente.
Las inclinaciones naturales del ser humano son la conservación de la vida, la propagación de la
especie, la vida en sociedad y el conocimiento de la verdad. Estos son principios inmutables y de
validez general.
Cabe distinguir entre sindéresis y conciencia. La primera es la condición innata del intelecto
humano para conocer los primeros principios del derecho natural; y la segunda es el ejercicio de esa
facultad en sus dictámenes singulares, mediante la aplicación practica de los principios así
conocidos a los casos concretos.

El positivismo jurídico.
El positivismo no reconoce otro derecho que el impuesto por el legislador humano. Podría ser
también llamada doctrinad el formalismo jurídico, ya que basa el estudio del Derecho únicamente
en lo textos preceptivos dictados por el legislador .
Tendencias:
 Escuela de la Exégesis: nace en Francia junto con la dictación de los grandes códigos
(comienzos del siglo XIX) que fueron muy prestigiosos, en especial el Código Napoleón. El sistema
legislativo forma la plenitud del orden jurídico, el que debe ser aplicado llanamente, evitando hasta
donde sea posible la interpretación de los textos legales. Si se hace indispensable, debe acudirse a la
intención del legislador que lo dictó. Al juez no le esta permitido crear Derecho, pues tal facultad es
exclusiva del Parlamento.
 Dogmática Jurídica: se desarrolló en Alemania y propone el conocimiento racional y sistemático
de los fenómenos jurídicos a través de la búsqueda de los conceptos generales que se contienen
objetivamente en el ordenamiento jurídico positivo. La dogmática considera al Derecho positivo
como un sistema cerrado que se basta a sí mismo, del que pueden deducirse soluciones para todos
los casos determinados en que este deba aplicarse. Hay un grado alto de racionalización del estudio
de las normas jurídicas positivas, que se efectúa solamente a partir del contenido que recibieron al
ser dictadas.
 Teoría Pura de Derecho: creación de Hans Kelsen. Según este no existe otro Derecho que el que
emana de la autoridad estatal. Elimina del Derecho todos los elementos que le son extraños, en
especial la política. Toma como objeto de la ciencia jurídica al Derecho positivo tal cual es. El
Derecho es autónomo de la moral; un orden coactivo constituido a base de normas, que reglamenta
el empleo de la fuerza en las relaciones sociales y se reserva el monopolio de ésta. Es además una
técnica social destinada a inducir a los hombres a conducirse de determinada manera. Para lograr
esa inducción sanciona toda conducta no deseada. Los deberes jurídicos son el elemento primario
del orden normativo. El Derecho regula su propia creación y aplicación, en forma y en contenido.
Una norma es válida si es creada de acuerdo con las prescripciones de las normas de grado superior.
Hay unidad entre Estado y Derecho. Se rechaza al Derecho Natural porque identifica las leyes
naturales con las reglas jurídicas. Los únicos juicios de valor que acepta la ciencia del Derecho son
los que comprueban la conformidad u oposición de un hecho con la norma. Lo que al Derecho
objetivo le interesa son los hombres y sus conductas.

El Neokantismo.
Tendencia de un movimiento iusfilosófico que se inicia a comienzos de siglo; que se caracteriza en
su conjunto por ser una reacción contra el positivismo y por profundizar el contenido y los fines del
Derecho, aspectos que el formalismo, especialmente la teoría pura del Derecho, habían abandonado
y declarado ajenos a la ciencia jurídica.
Esta corriente comprueba que el concepto positivista de la ciencia se adecua muy bien a aquellas
ciencias que se sirven de los métodos naturales. Pero tales no son apropiados para las llamadas
ciencias de la cultura o del espíritu a las cuales pertenece el derecho.
El verdadero problema consiste en si se puede aprehender la totalidad de la realidad con los
métodos de las ciencias naturales exactas. Si la respuesta fuera negativa se habría demostrado la
necesidad y la justificación de otra clase de ciencias.
Cultura es todo aquello que en virtud de su referencia a valores tiene sentido y significación para el
hombre que reconoce estos valores como tales. Los valores, el sentido y la significación no los
podemos “percibir” sino solo “comprender”. Por ello, si la naturaleza es perceptible, la cultura es en
cambio, el ser lleno de significacion, inteligible.
El hombre transforma la realidad en virtud de los valores a los que tiende. La cultura nace para
realizar valores. El Derecho es un fenómeno cultural que integra en una conexión sistemática el
contenido de las normas reconocidas. Este deriva de su referencia a valores y fines reconocidos
socialmente. El sentido del Derecho es enderezar hacia la justicia la conducta de la sociedad. Dentro
del neokantismo existe una dualidad: realidad y valor.

El Realismo Jurídico.
Su explicación lógica debe encontrarse en el pragmatismo del pueblo norteamericano. Los realistas
se niegan a concebir el derecho como un sistema lógico o sistemático. Lo consideran un conjunto de
decisiones judiciales.
Corresponde a la “ciencia jurídica” precisar los factores que intervienen en la decisión judicial. Las
normas son una predicción generalizada de lo que harán los tribunales. Lo único que interesa es la
forma que revestirá la aplicación real del Derecho por los órganos jurisdiccionales, con toda la
incertidumbre que ello significa, pues es necesario atenerse a lo único real, que son las
determinaciones del tribunal y los factores que influirán sobre ellas.
Cualquier abstracción es tenida como algo metafísico e inaceptable. Se pretende tener en
consideración únicamente hechos observables y mensurables.
Solamente es científico lo que tiene fundamento en la experiencia.
El Marxismo.
Se contienen en sus escritos algunas referencias a lo jurídico, que no tienen toda la extensión y
consistencia necesaria como para articularlas en una verdadera teoría. Son más completas y
sistemáticas sus referencias al Estado. No hay una teoría marxista del Derecho oficial y
generalmente reconocida y aceptada.
La estructura económica de la sociedad, constituida por la suma total de las relaciones de
producción, forma la base real sobre la que se levanta una superestructura jurídica y política, a la
cual corresponden determinadas formas sociales de la conciencia.
El Derecho es una forma plasmada que irresistiblemente se adapta a la estructura económica de la
sociedad. Es un producto histórico y sociológico.
Aún cuando el Derecho depende de la economía, se rige hasta cierto punto por sus propias leyes. Se
da una interacción entre los hechos jurídicos y económicos. Las formas del pensamiento jurídico
pueden ser reducidas a causas económicas. La superestructura jurídica suele prolongarse por más
tiempo que su fundamento económico y mantenerse aún después de que éste ha sido superado.
La noción de “bien común” parece una ilusión. El estado está al servicio de los intereses comunes
de la clase dominante. El Derecho es una de las expresiones de poder de Estado; y éste es el
instrumento de que se vale la clase dominante para cristalizar su poder.
El marxismo supone una posición positivista en el Derecho, porque considera tan solamente a lo
que la ley aprueba. La idea de valores absolutos es supersticiosa.
Según Marx, la estructura económica de la sociedad constituida por la suma total de las relaciones
de producción, forma la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica. El futuro se
desarrollara en dos etapas: una primera de transición, durante la cual seguirá dominando el derecho
burgués y la fase final con la llegada del comunismo, donde termina la división de la sociedad en
clases.
Se obtendrá la plena realización de la personalidad humana. El trabajo se convertirá en un medio de
vida y en la aspiración primera de la vida.
Los hombres poseerán de sobra para sus necesidades y quedaran descargados de preocupaciones
materiales. Logrado ese pleno desarrollo humano en una sociedad armónica y grata, el derecho se
hará innecesario.
Santo Tomás de Aquino
La ley

¿La ley es algo de la razón?


La ley es cierta regla y medida de los actos, según la cual es inducido alguno a obrar o se retrae de
ello. Mas la regla y medida de los actos humanos es la razón, que es el primer principio de ellos. A
la razón compete ordenar al fin. Por lo tanto, la ley es algo que pertenece a la razón.
El papel que corresponde a la voluntad en la ley es que la razón recibe de la voluntad la fuerza para
mover. Para que la voluntad tenga naturaleza de ley es necesario que sea regulada por alguna razón.
¿La ley se ordena siempre al bien común?
Siendo la razón el primer principio de las operaciones el fin último, y siendo éste la felicidad o
bienaventuranza de la vida humana; necesariamente la ley debe ante todo encaminarse al orden
consistente en la beatitud. Y puesto que toda parte se ordena al todo, y un hombre es parte de la
comunidad, es necesario que la ley atienda propiamente y se ordene a la felicidad común.
Diciéndose ley principalmente a cuanto se ordena al bien común, cualquier otro precepto referente
a una operación particular no tiene razón de ley sino en tanto se ordene al bien común: por lo cual
toda ley se ordena al bien común.
¿La razón de cualquiera es constitutiva de ley?
Ordenar algo al bien común es propio de toda la multitud o de alguno que hace sus veces; por lo
tanto legislar, o pertenece a toda la comunidad, o a la persona pública que tiene el cuidado de toda
la multitud.
¿La promulgación es de esencia en la ley?
Para que la ley tenga fuerza obligatoria, que es su carácter propio, es preciso que se aplique a los
hombres que deben regirse por ella, y esta aplicación se hace en virtud del conocimiento que de ella
se les transmite por la promulgación. Ésta es entonces necesaria para que la ley tenga su fuerza
obligatoria. Así la definición de la ley sería: cierta ordenación de la razón al bien común,
promulgada por el que tiene el cuidado de la comunidad.
¿Hay alguna ley eterna?
Toda la comunidad del universo es gobernada por la razón divina; que tiene naturaleza de ley, y
puesto que esta nada concibe desde el tiempo, sino que tiene un concepto eterno, esta ley es
necesariamente eterna.
¿Hay en nosotros alguna ley natural?
La ley puede existir en uno de dos maneras: como en el que regula y mide; y como en lo regulado y
medido. Como todas las cosas que están sometidas a la providencia divina son reguladas y medidas
por la ley eterna, es evidente que todas las cosas participan en algún modo de la ley eterna. La
criatura racional participa de esta providencia proveyendo a sí misma y a las demás, y así hay en
ella una participación de la razón eterna por la cual tiene una inclinación natural a su debido acto y
fin, y esta participación de la ley eterna en la criatura racional se llama ley natural. La luz de la
razón natural por la que discernimos lo que es bueno y lo que es malo, es la impresión de la luz
divina en nosotros. La ley natural es la participación de la ley eterna en la criatura racional.
¿Hay alguna ley humana?
Así como en la razón especulativa de principios indemostrables naturalmente conocidos se deducen
conclusiones relativas a diversas ciencias cuyo conocimiento lo adquirimos por la industria de la
razón, es necesario que partiendo de los preceptos de la ley natural como de ciertos principios
comunes e indemostrables, llegue la razón humana a algunas disposiciones particulares que son las
que, descubiertas por ella se llaman leyes humanas.
¿Ha sido necesario que hubiese alguna ley divina?
Ha sido necesario, para la dirección de la vida del hombre, que tuviese una ley divina; porque:
1° por la ley es dirigido el hombre a los actos propios en orden al último fin, mas por cuanto el
hombre se ordena al fin de la beatitud eterna que excede la proporción de la humana facultad
natural; fue necesario que sobre la ley natural y la humana fuese también dirigido a su último fin
por la ley dada por Dios.
2° para que el hombre pueda saber sin duda alguna qué es lo que debe hacer y qué evitar, fue
necesario que en sus actos propios fuese dirigido por la ley dada por Dios, de la que hay seguridad
que no puede errar.
3° el hombre no puede juzgar acerca de los actos internos que están ocultos, y sí de los movimientos
externos que se manifiestan. Se requiere para la perfección de la virtud, que el hombre sea recto en
unos y otros; razón por la que la ley humana no pudo reprimir y ordenar suficientemente los actos
interiores, habiendo sido necesario que para esto sobreviniese la ley divina.
4° para que ningún mal quede sin prohibir e impune, fue necesario que sobreviniera la ley divina
por la cual se prohíben todos los pecados.
¿Toda la ley se deriva de la ley eterna?
Siendo la ley eterna la razón del gobierno en el supremo Gobernante, es necesario que todas las
razones del gobierno que existen en los gobernantes inferiores se deriven de la ley eterna. Por
consiguiente, todas las leyes participan de la recta razón, en tanto se derivan de la ley eterna. Nada
es justo y legítimo en la ley temporal que no lo hayan derivado los hombres de la ley eterna.
¿Toda la ley humana se deriva de la ley natural?
En las cosas humanas dícese algo justo por cuanto es recto y conforme a la regla de la razón, y
como la primera regla de ésta es la ley de la naturaleza; toda ley por hombres instituida tanto tiene
de verdadera ley en cuanto se deriva de la ley natural. Si en algo está en desacuerdo con la ley
natural, ya no será ley, sino corrupción de la ley. Algo puede derivarse de la ley natural de dos
maneras: como las conclusiones de los principios; como ciertas determinaciones de algo más
general.
¿La ley humana obliga en el fuero de la conciencia?
Las leyes humanas son justas o injustas. Si son justas tienen fuerza de obligar en el fuero de la
conciencia por la ley eterna de la cual se derivan. Son injustas por dos conceptos: ser contrarias al
bien humano (no obligan en el fuero de la conciencia, a no ser por evitar el escándalo o la
perturbación); ser contrarias al bien divino (no es lícito observarlas en manera alguna por que es
preciso obedecer a Dios más bien que a los hombres).
¿Puede el hombre sin la gracia conocer alguna verdad?
Conocer la verdad es cierto uso o acto de la luz intelectual. Por perfecta que se suponga alguna
naturaleza corporal o espiritual, no puede proceder a su acto si no es movida por Dios. También
proviene de Él toda perfección formal, como del acto primero, y así es que la acción del
entendimiento y de cualquier ente creado depende de Dios en dos conceptos: en cuanto recibe de él
mismo la perfección o la forma por la cual obra; en cuanto es movido por Él mismo a obrar.
Augusto Comte
“El espíritu positivo, discurso”

Ley de la evolución intelectual de la Humanidad o ley de los tres estados.


Según esta doctrina todas nuestras especulaciones tienen que pasar sucesiva e inevitablemente por
tres estados diferentes: teológico, metafísico y positivo.
 Estado teológico o ficticio: en su primera fase, todas nuestras especulaciones manifiestan
espontáneamente una predilección característica por los temas más radicalmente inaccesibles a toda
investigación decisiva. Nuestra inteligencia busca el origen de todas las cosas, las causas esenciales
de los diversos fenómenos que la impresionan y su modo fundamental de producción: en una
palabra, os conocimientos absolutos. Esta necesidad primitiva se ve naturalmente satisfecha, por
nuestra tendencia inicial a asimilar toda clase de fenómenos a los que nosotros mismos producimos.
Para comprender bien el espíritu, resultado del desarrollo, cada vez más sistemático, de este estado
primordial; es indispensable echar una ojeada filosófica al conjunto de su marcha natural, a fin de
apreciar su fundamental identidad bajo las tres formas principales que le son sucesivamente propias.
 El fetichismo atribuye a todos los cuerpos exteriores una vida esencialmente análoga a la
nuestra, pero casi siempre más enérgica, por su acción generalmente más poderosa.
 El politeísmo retira la vida a los objetos materiales, para misteriosamente trasladarla a
diversos seres ficticios, habitualmente invisibles, cuya activa y continua intervención pasa a ser
la fuente directa de todos los fenómenos exteriores y de los fenómenos humanos. La mayoría de
nuestra especie no ha salido aún de tal estado, que persiste hoy en la más numerosa de las tres
razas humanas, además de en la parte más adelantada de la raza negra y en la menos avanzada
de la raza blanca.
 El monoteísmo es la consecuencia espontánea de una simplificación en la que la razón viene
a restringir cada vez más el dominio anterior de la imaginación, dejando gradualmente
desarrollarse el sentimiento universal de la sujeción necesaria de todos los fenómenos naturales
a leyes invariables. Persiste con una energía muy desigual en la inmensa mayoría de la raza
blanca.
El estado actual del espíritu humano se relaciona indisolublemente con el conjunto de sus estados
anteriores. Hay una tendencia involuntaria que nos lleva a todos sin duda a las explicaciones
esencialmente teológicas para descubrir el misterio del modo fundamental de producción de
cualquier fenómeno y de aquellos cuyas leyes reales ignoramos todavía. Las explicaciones
teológicas han sido cada vez más desechadas como radicalmente inaccesibles a nuestra inteligencia,
que se ha ido habituando a sustituirlas irrevocablemente por estudios más eficaces y más en
armonía con nuestras verdaderas necesidades. La necesidad de recurrir a la intervención directa y
permanente de una acción sobrenatural, cada vez que se intente llegar a la causa primera de un
hecho cualquiera; hoy constituye el único medio de determinar el afán continuo de las
especulaciones humanas, liberando espontáneamente nuestra inteligencia del círculo en extremo
vicioso en que al principio se ve necesariamente encerrada por la oposición radical de dos
condiciones igualmente imperiosas. Para fundar una teoría sólida se necesita un suficiente concurso
de observaciones convenientes; y que el espíritu humano esté dirigido por algunos principios
especulativos previamente establecidos. Sin los principios teológicos nuestra inteligencia no podría
salir nunca de su torpeza inicial. Éstos son los únicos que han podido permitir la preparación
gradual de un mejor orden lógico. No podemos medir nuestras fuerzas mentales y, por tanto,
circunscribir razonablemente el destino de las mismas, sino después de haberlas ejercitado
suficientemente.
El espíritu teológico tuvo que ser, durante mucho tiempo, indispensable para la combinación
permanente de las ideas morales y políticas; por su mayor complicación y porque los fenómenos
correspondientes no podían adquirir un desarrollo característico sino después de un avance muy
prolongado de la civilización humana. Esa filosofía inicial ha sido tan necesaria a los primeros
pasos de nuestra sociabilidad como a los de nuestra inteligencia, para establecer primitivamente
algunas doctrinas comunes, sin las cuales el vínculo social no hubiera podido adquirir ni extensión
ni consistencia; y suscitando espontáneamente la única autoridad espiritual que entonces pudiera
surgir.
 Estado metafísico o abstracto: la participación del estado metafísico propiamente dicho en la
evolución fundamental de nuestra inteligencia puede elevarse casi insensiblemente del estado
puramente teológico el estado francamente positivo. Las especulaciones dominantes han
conservado el carácter de tendencia habitual a los conocimientos absolutos: sólo la solución ha
sufrido una transformación notable, propia para facilitar la marcha de las ideas positivas. La
metafísica, como la teología, trata sobre todo de explicar la naturaleza íntima de los seres, el origen
y el destino de todas las cosas, el modo esencial de producción de todos los fenómenos; pero en
lugar de operar con los agentes sobrenaturales propiamente dichos, los reemplaza cada vez más por
esas entidades o abstracciones personificadas cuyo uso ha permitido a menudo designarla con el
nombre de ontología. Tal manera de filosofar es preponderante para los fenómenos más
complicados. En cada uno de estos seres metafísicos el espíritu puede, a voluntad, ver una
verdadera emanación del poder sobrenatural o bien una simple denominación abstracta del
fenómeno considerado. Ya no es la pura imaginación quien domina; sino que interviene en gran
medida el razonamiento y se prepara confusamente al ejercicio verdaderamente científico. Su parte
especulativa se encuentra aquí al principio muy exagerada. Un orden de concepciones tan sensible
debe llegar mucho más rápidamente a la unidad por la gradual subordinación de las diversas
entidades particulares a una sola entidad general, la Naturaleza.
Tal aparato filosófico es espontáneamente capaz de una simple actividad crítica o disolvente,
incluso mental y social, sin que pueda nunca organizar nada que le sea propio. Conserva todos los
principios fundamentales del sistema teológico, pero restándoles cada vez más el vigor y la fijeza
indispensables a una autoridad efectiva. La metafísica no es en el fondo más que una especie
teológica gradualmente debilitada por simplificaciones disolventes, que le quitan espontáneamente
el poder directo de impedir el desarrollo especial de las concepciones positivas, aunque dejándole la
aptitud provisional para mantener un cierto ejercicio indispensable del espíritu de generalización,
hasta que pueda por fin recibir mejor sustento. Por su carácter contradictorio se encuentra siempre
en esa inevitable alternativa de tender a una vana restauración del estado teológico para satisfacer
las condiciones del orden, o impulsar a una situación puramente negativa a fin de librarse del
dominio opresor de la teología. Puede considerarse el estado metafísico como una especie de
enfermedad crónica inherente por naturaleza a nuestra evolución mental, individual o colectiva,
entre la infancia y la virilidad.
Durante los últimos cinco siglos, el espíritu metafísico ha secundado negativamente el desarrollo
fundamental de nuestra filosofía moderna, descomponiendo poco a poco el sistema teológico, que
se había hecho finalmente retrógrado, desde que, a finales de la Edad Media, quedó esencialmente
agotada la eficacia social del régimen monoteísta. El obstáculo más peligroso para la instauración
final de una verdadera filosofía proviene hoy en realidad de ese mismo espíritu que con frecuencia
se abroga todavía el privilegio casi exclusivo de las meditaciones filosóficas.
 Estado positivo o real:
 Carácter principal. La ley o subordinación constante de la imaginación a la observación: esta
larga sucesión de preámbulos necesarios conduce nuestra inteligencia a su estado definitivo de
positividad racional. El espíritu humano renuncia en lo sucesivo a las indagaciones absolutas
que no convenían más que a su infancia, y circunscribe sus esfuerzos al dominio progresivo de
la verdadera observación, única base posible de los conocimientos verdaderamente accesibles,
razonablemente adaptados a nuestras necesidades reales. La lógica reconoce como regla
fundamental que toda proposición que no es estrictamente reducible al simple enunciado de un
hecho, particular o general, no puede tener ningún sentido real e inteligible. Los principios que
emplea son verdaderos hechos, sólo que más generales y abstractos que aquellos a los que deben
servir de vínculo. Su eficacia científica resulta se su conformidad con los fenómenos
observados. La pura imaginación se subordina a la observación, constituyendo un estado lógico
plenamente normal. La revolución fundamental que caracteriza la virilidad de nuestra
inteligencia consiste esencialmente en sustituir en todo, la inaccesible determinación de las
causas propiamente dichas por la simple averiguación de las leyes, o sea de las relaciones
constantes que existen entre los fenómenos observados. Nosotros no podemos penetrar nunca en
el misterio de su producción.
 Naturaleza relativa del espíritu positivo: las investigaciones positivas deben esencialmente
reducirse a la apreciación sistemática de lo que es, renunciando a descubrir su origen primero y
su destino final. Este estudio de los fenómenos debe ser siempre relativo a nuestra organización
y a nuestra situación. Debemos quizá desconocer totalmente la mayor parte de las existencias
reales. La adquisición de un sentido nuevo nos descubriría una clase de hechos de los que
actualmente no tenemos la menor idea. Ninguna ciencia puede poner de manifiesto mejor que la
astronomía esa naturaleza necesariamente relativa de todos nuestros conocimientos reales,
puesto que, al no poder realizarse la investigación de los fenómenos más que con un solo
sentido, es muy fácil apreciar las consecuencias especulativas de su supresión o de su simple
alteración.
Para caracterizar esta naturaleza hay que darse cuenta también que los fenómenos humanos no
son simplemente individuales, sino también y sobre todo, sociales; puesto que resultan en
realidad de una evolución colectiva continua, en la que todos los elementos y todas las fases
están esencialmente conexas. La ley general del movimiento fundamental de la Humanidad
consiste en que nuestras teorías tienden cada vez más a representar exactamente los objetos
exteriores de nuestras constantes investigaciones, pero sin que pueda ser plenamente apreciada
la verdadera constitución de cada uno de ellos, debiendo limitarse la perfección científica a
aproximarse a este límite ideal donde lo exigen nuestras diversas necesidades reales.
 Destinos de las leyes positivas. Previsión racional: el verdadero espíritu positivo está en el
fondo tan lejos del empirismo como del misticismo. Para la ciencia los hechos propiamente
dichos, por muy exactos y numerosos que pudieran ser, no significan jamás otra cosa que
materiales indispensables. La verdadera ciencia tiende siempre a dispensar de la exploración
directa, sustituyendo esta por esa previsión racional que constituye el carácter principal del
espíritu positivo. La exploración directa de los fenómenos cumplidos no bastaría para
permitirnos modificar su cumplimiento si no nos condujera a preverlo convenientemente. El
verdadero espíritu positivo consiste en ver para prever, en estudiar lo que es para deducir lo que
será, según el dogma general de la invariabilidad de las leyes naturales.
 Extensión universal del dogma fundamental de la invariabilidad de las leyes naturales:
comenzó a ser familiar hace tres siglos. Se ha desconocido siempre hasta ahora su verdadera
fuente. No hay ningún motivo racional, independiente de toda exploración exterior, que nos
indique previamente la invariabilidad de las relaciones físicas, sino que por el contrario, es
indudable que el espíritu humano tiene durante su larga infancia, una inclinación muy viva a
desconocerla. En cada orden de fenómenos hay algunos lo bastante simples y familiares para
que su observación espontánea haya sugerido siempre el sentimiento de una cierta regularidad
secundaria. Esta convicción se limitó durante mucho tiempo, a los fenómenos menos numerosos
y más subalternos, sin poder preservarlos de las alteraciones atribuidas a los agentes
sobrenaturales. El principio de la invariabilidad de las leyes naturales comenzó a adquirir
consistencia filosófica cuando los primeros trabajos verdaderamente científicos pudieron poner
de manifiesto su exactitud esencial en un orden entero de grandes fenómenos (astronomía
matemática). Este orden fundamental ha tendido entonces a extenderse a los fenómenos más
complicados. Fue indispensable un primer esbozo especial de las leyes naturales en cada orden
principal de fenómenos para dar fuerza a tal noción. Incluso hoy, por la ignorancia todavía
habitual de las leyes físicas permanece aún sujeto a graves alteraciones. Cuando queda
suficientemente esbozada esa extensión universal; este gran principio filosófico adquiere
inmediatamente una plenitud decisiva. La analogía aplica entonces a todos los fenómenos de
cada orden lo que sólo para alguno de ellos ha sido comprobado, con tal que tengan una
importancia considerable.
Descartes
Meditaciones metafísicas

Primera de las meditaciones sobre la metafísica, en las que se demuestra la existencia de Dios y la
distinción del alma y del cuerpo.
Para establecer un sistema firme y permanente de pensamiento, uno debe dedicarse a la destrucción
sistemática de sus opiniones. No será necesario probar la falsedad de todas. Bastará para rechazarlas
todas encontrar en cada una algún motivo de duda. Excavar los cimientos, atacar los principios
mismos en los que se apoyaba todo lo que uno creía.
Admitiendo como absolutamente cierto lo percibido de los sentidos o por ellos, se descubre que
éstos engañan de vez en cuando. Pero hay cosas de las que no se puede dudar aún cuando se las
reciba por medios de los mismos, como por ejemplo, que “estoy aquí”. ¿Con que razón se puede
negar que estas manos y este cuerpo son de uno? Al imaginar cosas en sueños nos vemos engañados
por diversos pensamientos. Estar despierto no se distingue con indicio seguro del estar dormido.
Puede soñarse que no son verdaderos los actos particulares. Sin embargo, es sabido que durante el
sueño suelen ser vistas imágenes que no pudieron ser ideadas sino a semejanza de cosas verdaderas,
y que por lo tanto existen; puesto que no es posible crear una naturaleza nueva en todos los
conceptos. Incluso se piensa algo nuevo y que nada haya sido visto que se le parezca, ciertamente
deberán ser verdaderas las cosas más simples y generales (como los colores).
La física, la astronomía, la medicina y demás disciplinas que dependen de la consideración de las
cosas compuestas, son ciertamente dudosas; mientras que la aritmética, la geometría y otras
disciplinas de este tipo, que tratan sobre cosas más simples y absolutamente generales, sin
preocuparse de si existen en realidad en la naturaleza o no, poseen algo cierto e indudable.
De acuerdo a una antigua idea, existe un Dios omnipotente, que nos ha creado tal como somos. Pero
es posible que del mismo modo que uno juzga que se equivocan algunos en lo que creen saber
perfectamente, así nos induzca Dios a errar siempre.
Quizás algunos prefieran negar a un Dios tan potente antes que suponer todas las demás cosas
inciertas. Por lo tanto, de todas las cosas que juzgábamos verdaderas, no existe ninguna de la que no
se pueda dudar por razones fuertes y bien meditadas. Debemos abstenernos así, de dar fe tanto a
esos pensamientos como a los que son abiertamente falsos, si se quiere encontrar algo cierto.
Suponiendo que algún genio maligno de extremado poder e inteligencia pone todo su empeño en
hacernos errar. De este modo, aunque no nos sea permitido conocer algo verdadero, debemos
procurar al menos no dar fe a cosas falsas y evitar que este engañador pueda inculcarnos nada.

Meditación segunda: sobre la naturaleza del alma humana y del hecho de que es más cognoscible
que el cuerpo.

Suponiendo que todo lo que vemos es falso, y que no tenemos ningún sentido. ¿Qué es entonces lo
cierto? Quizás solamente que no hay nada seguro. ¿Somos por lo tanto algo? Si negamos tener
algún sentido o algún cuerpo, ¿qué somos en ese caso? ¿Estamos de tal manera ligados al cuerpo y
a los sentidos que no podemos existir sin ellos? Pero si nos persuadimos de que no existe nada en el
mundo, ¿no significa esto que nosotros no existimos? Ciertamente existimos si nos persuadimos de
algo. Pero hay algo engañador que nos hace errar siempre a propósito. Sin dudas pues, si nos
engaña, existimos; y por más que nos engañe no podrá nunca conseguir que no existamos, mientras
sigamos pensando que somos algo. En conclusión, siempre que decimos “yo soy, yo existo” o lo
concebimos en nuestra mente, necesariamente ha de ser verdad. No alcanzamos todavía sin
embargo a comprender quiénes somos. Recordamos lo que creíamos ser en otro tiempo: hombres.
¿Pero qué es un hombre? Debemos dedicar nuestra atención en especial a lo que se nos ocurre
espontáneamente siguiendo las indicaciones de la naturaleza siempre que consideramos que es.
Cuando no dudábamos del cuerpo y nos parecía conocer definidamente su naturaleza. Pero
¿podemos afirmar que tenemos algo, por pequeño que sea de todo aquello que atribuíamos a la
naturaleza del cuerpo, como tener cara, manos, brazos, y todo ese mecanismo de miembros?. Y las
cosas que atribuíamos al alma como alimentarnos, sentir y pensar, ¿qué ocurre con ellas? Si no
tenemos cuerpo no son sino ficción. ¿Y sentir? No se puede levar a cabo sin un cuerpo. ¿Y pensar?
El pensamiento existe y no puede arrebatársenos. Somos, existimos: es manifiesto. Pero ¿por cuánto
tiempo? En tanto que pensamos. Somos por lo tanto una cosa; una cosa cierta y a ciencia cierta
existente, que piensa.
Conocemos que existimos; debemos preguntarnos ahora ¿quién, pues, soy yo que he advertido que
existo? Imaginar no es otra cosa que contemplar la figura o la imagen de una cosa corpórea. Puede
suceder al mismo tiempo que todas esas imágenes y, en general, todo lo que se refiere a la
naturaleza del cuerpo no sean sino sueños. Nada de lo que se pueda aprehender por medio de la
imaginación atañe al concepto que tenemos de nosotros mismos. Se ha de apartar la mente de
aquello con mucha diligencia, para que ella misma perciba su naturaleza lo más definidamente
posible. ¿Qué es lo que puede separarse de nuestro pensamiento? ¿Qué es lo que puede separarse de
nosotros mismos? Nosotros somos los que dudamos, conocemos y queremos. Por otra parte, somos
también los que imaginamos, dado que aunque ninguna cosa imaginada sea cierta, existe el poder
de imaginar, que es una parte de nuestro pensamiento. Somos igualmente los que pensamos, es
decir, advertimos las cosas corpóreas como por medio de los sentidos. Todo es falso, puesto que
dormimos, sin embrago, nos parece que vemos, oímos y sentimos, lo cual no puede ser falso, y es lo
que se llama en nosotros propiamente sentir; y esto tomado en un sentido estricto, o es otra cosa que
pensar.
Las cosas corpóreas cuyas imágenes forma el pensamiento, son conocidas con mayor claridad que
este no se qué nuestro que no se halla bajo nuestra imaginación. Pero nuestra mente se complace en
errar y no soporta estar circunscrita en los límites de la verdad.
Las cosas que son aprehendidas con mayor claridad entre todas son los cuerpos que tocamos y
vemos. Por ejemplo, en el caso de la cera. Su color, su figura y su magnitud son manifiestos. Tiene
todo lo que parece requerirse para que un cuerpo pueda ser conocido lo más claramente posible.
Pero si se la coloca junto al fuego ¿queda todavía la misma cera? Sí ¿Qué existía por tanto en
aquella cera que aprehendíamos tan claramente? Con seguridad nada de lo apreciado, puesto que
todo lo que excitaba nuestros sentidos cambió, pero con todo, la cera permanece.
Quizás era lo que podemos pensar ahora: que la cera misma consiste en un cuerpo que se mostraba
hace poco con unas cualidades y ahora con otras totalmente distintas. La cera es capaz de
innumerables mutaciones, que no podemos imaginar todas; por lo que esa aprehensión no se realiza
por la facultad de imaginar. No imaginamos qué es esta cera sino que la percibimos únicamente con
el pensamiento. ¿Qué es esta cera que no se percibe sino mediante la mente? La misma que vemos,
tocamos, imaginamos y finalmente, que creíamos que existía desde un principio. Su percepción es
solamente una inspección de la razón.
Nosotros no vemos la cera en sí si esta presente, no deducimos que está presente por el color o la
figura. Lo que creíamos ver por los ojos lo aprehendemos únicamente por la facultad de juzgar que
existe en nuestro intelecto.
¿En qué momento percibimos la cera más perfecta y evidentemente? Cuando separamos la cera de
las formas externas. Entonces, aunque todavía pueda existir algún error en nuestro juicio, no la
podemos percibir sin el espíritu humano.
¿Qué diremos por último de ese mismo espíritu, es decir, de nosotros mismos? No admitimos que
exista otra cosa en nosotros a excepción de la mente. Si juzgamos que la cera existe a partir del
hecho de que la vemos, mucho más evidente será que existimos a partir del mismo hecho de que la
vemos. Lo mismo se concluye del echo de imaginar o de cualquier otra causa. Esto mismo que
hicimos constar de la cera es posible aplicarlo a todo lo demás situado fuera de nosotros. Nos
conocemos a nosotros mismos, puesto que no hay ningún argumento que pueda servirnos para la
percepción, ya de la cera, ya de cualquier otro cuerpo, que al mismo tiempo no pruebe con mayor
nitidez la naturaleza de nuestra mente.
Conociendo que los mismos cuerpos son percibidos tan sólo por el intelecto y porque los
concebimos, nos damos clara cuenta de que nada absolutamente puede ser conocido con mayor
facilidad y evidencia que nuestra mente.
David Hume
Investigación sobre el conocimiento humano

Sobre el origen de las ideas.


Al evocar en la mente sensaciones o anticiparlas en la imaginación; se pueden imitar o copiar las
impresiones de los sentidos, pero nunca podrán alcanzar la fuerza o vivacidad de la experiencia
inicial. Incluso el pensamiento más intenso es inferior a la sensación más débil.
Las percepciones de la mente pueden dividirse en dos clases, por sus distintos grados de fuerza o
vivacidad. Las menos fuertes e intensas comúnmente son llamadas pensamientos o ideas. Las otras
pueden llamarse impresiones, empleando este término para denotar las percepciones más intensas.
Nada puede parecer, a primera vista, más ilimitado que el pensamiento del hombre.
En un examen más detenido encontramos que en realidad está reducido a límites muy estrechos, y
que el poder creativo de la mente no viene a ser más que la facultad de mezclar, trasponer,
aumentar, o disminuir los materiales suministrados por los sentidos y la experiencia. Todos los
materiales del pensar se derivan de nuestra percepción interna o externa. Todas nuestras ideas o
percepciones más endebles, son copias de nuestras impresiones o percepciones más intensas.
Esto puede demostrarse con dos argumentos: primero, cuando analizamos nuestros pensamientos o
ideas, por muy compuestas o sublimes que sean, encontramos siempre que se resuelven en ideas tan
simples como las copiadas de un sentimiento o estado de ánimo precedente.
Segundo, si se da el caso de que el hombre a causa de algún defecto no es capaz de alguna clase de
sensación, encontramos siempre que es igualmente incapaz de las ideas correspondientes. El caso es
el mismo cuando el objeto capaz de excitar una sensación nunca ha sido aplicado a un órgano. Otros
seres pueden poseer muchas facultades que nosotros ni siquiera concebimos, puesto que las ideas de
éstas nunca se nos han presentado por la experiencia y la sensación.
Hay un fenómeno contradictorio, que puede demostrar que no es totalmente imposible que las ideas
surjan independientemente de sus impresiones correspondientes.
Todas las ideas, especialmente las abstractas, son naturalmente débiles y oscuras. La mente tiene un
dominio escaso sobre ellas, tienden fácilmente a confundirse con otras ideas semejantes; y cuando
hemos empleado muchas veces un término cualquiera, aunque sin darle un significado preciso,
tendemos a imaginar que tiene una idea determinada anexa. En cambio, todas las impresiones
(sensaciones) externas o internas, son fuertes y vivaces: los límites entre ellas se determinan con
mayor precisión, y no es fácil caer en error o equivocación con respecto a ellas.

De la asociación de ideas.
Es evidente que hay un principio de conexión entre los distintos pensamientos o ideas de la mente y
que, al presentarse a la memoria o a la imaginación, unos introducen a otros con un cierto grado de
orden y regularidad.
Hay tres principios de conexión entre ideas: semejanza, proximidad en el tiempo o en el espacio y
causa o efecto.

De la idea de conexión necesaria.


Parte I
En las ciencias matemáticas, las ideas, al ser sensibles, son siempre claras y precisas; la más mínima
diferencia entre ellas es inmediatamente perceptible, y los términos expresan siempre las mismas
ideas, sin ambigüedad ni variación. Pero los sentimientos más elevados de la mente, las operaciones
del entendimiento, las diversas agitaciones de las pasiones, aún cuando son diferentes en sí mismos,
fácilmente se nos escapan cuando la reflexión los examina. Objetos similares fácilmente se toman
como iguales y finalmente, la conclusión está demasiado alejada de las premisas.
Sin embargo, puede afirmarse que si consideramos estas ciencias desde una perspectiva apropiada,
sus ventajas e inconvenientes casi se compensan y las colocan en situación de igualdad. Si bien la
mente retiene con mayor facilidad las ideas claras y precisas, ha de seguir una cadena de
razonamiento laga e intrincada, y comparar ideas alejadas entre sí, para alcanzar las más absurdas
verdades de esta ciencia. Y si bien las ideas morales tienden a caer en la oscuridad y confusión, las
inferencias siempre son mucho más breves y los pasos intermedios que conducen a la conclusión
menos numerosos. El mayor obstáculo de nuestro progreso en ciencias morales o metafísicas, es la
oscuridad de las ideas y la ambigüedad de los términos. La principal dificultad de las matemáticas
es la longitud de las inferencias y la extensión del pensamiento, requeridas para llegar a cualquier
conclusión.
En la metafísica no hay ideas más oscuras e inciertas que las de poder, fuerza, energía o conexión
necesaria.
Nos es imposible pensar algo que no hemos sentido previamente con nuestros sentidos internos y
externos. Las ideas complejas pueden conocerse adecuadamente con la definición, que es la
enumeración de las partes o ideas simples que las componen. Pero cuando hemos llevado las
definiciones a las ideas más simples, y nos encontramos con alguna ambigüedad u oscuridad, ¿qué
recurso nos queda entonces? Exhibir las impresiones o sentimientos originales de los que han sido
copiadas nuestras ideas. Todas estas impresiones son fuertes y sensibles. No admiten ambigüedad.
Para estar totalmente familiarizados con la idea de fuerza o conexión necesaria, examinemos su
impresión, y para encontrar la impresión con mayor seguridad, busquémosla en todas las fuentes de
las que puede derivarse.
Cuando miramos los objetos externos en nuestro entorno y examinamos la acción de las causas;
sólo encontramos que el efecto y la causa se siguen realmente. La mente no tiene sentimiento o
impresión interna alguna de esta sucesión de objetos. Por consiguiente, en cualquier caso
determinado de causa y efecto, no hay nada que pueda sugerir la idea de poder o conexión
necesaria.
El escenario del universo está continuamente cambiando y un objeto sigue a otro en sucesión
ininterumpida, pero se nos oculta absolutamente el poder o fuerza que mueve toda la máquina y
jamás se revela en ninguna de las cualidades sensibles del cuerpo. Es, por tanto, imposible que la
idea de poder pueda derivarse de la contemplación de cuerpos en momentos aislados de su
actividad.
Puede decirse que en todo momento somos conscientes de un poder interno, cuando sentimos que,
por el mero mandato de nuestra voluntad podemos mover nuestro cuerpo o dirigir las facultades de
nuestra mente. Somos en todo momento conscientes de ello. Pero estamos lejos de ser
inmediatamente conscientes del modo cómo esto ocurre.
En primer lugar, si gracias a la conciencia percibiéramos algo de poder o energía en la voluntad,
deberíamos conocer la secreta unión del alma y del cuerpo y la naturaleza de ambas sustancias en
virtud de la cual una es en tantas ocasiones capaz de operar sobre la otra.
En segundo lugar, no somos capaces de mover todos los órganos del cuerpo con la misma
autoridad, aunque no podemos asignar más razón que la experiencia para explicar una diferencia tan
notable entre un caso y otro. Sólo por experiencia conocemos el influjo de nuestra voluntad. Y
únicamente ella nos enseña que constantemente un acontecimiento sigue a otro sin esclarecernos la
conexión secreta que los liga y hace inseparables.
En tercer lugar, la Anatomía nos enseña que el objeto inmediato del poder, en el movimiento
voluntario, no es el miembro que de hecho es movido. En determinado momento la mente desea
hacer algo. Inmediatamente se produce otro acontecimiento que desconocemos y que es totalmente
distinto al proyectado. Este acontecimiento produce otro más, igualmente desconocido; hasta que
por fin, tras una larga sucesión, se produce el acontecimiento deseado. Si se sintiera el poder
original, habría de conocerse; si fuera conocido, también habría de conocerse su efecto. Y
viceversa, si no se conociera el efecto, no podría haberse conocido ni sentido el poder.
Podemos concluir que nuestra idea de poder no es copiada de ningún sentimiento o conciencia de
poder en nosotros. Es una cuestión de experiencia común que el movimiento sigue el mandato de la
voluntad. Pero el poder o energía en virtud del cual se realizan, es desconocido e inimaginable.
En primer lugar hemos de conocer tanto la causa como el efecto y la relación entre ellos. La
auténtica creación es la producción de algo a partir de la nada. Tal poder no es sentido, ni conocido,
ni representable por la mente. Sólo sentimos el acontecimiento, la existencia de una idea que sigue a
un mandato de la voluntad.
En segundo lugar, el autodominio de la mente es limitado, como lo es su dominio del cuerpo.
Nuestra autoridad sobre nuestros sentimientos y pasiones es mucho más débil que la que tenemos
sobre nuestras ideas, e incluso esta última autoridad se limita a confines muy estrechos.
En tercer lugar, este autodominio es muy diferente según los distintos momentos.
La mayoría de la humanidad jamás encuentra dificultad alguna en explicar las operaciones más
comunes y familiares de la naturaleza. Por largo hábito adquieren una inclinación de la mente tal
que, ante la aparición de la causa, esperan con seguridad su acompañante habitual, y apenas
conciben la posibilidad de que cualquier otro acontecimiento pueda resultar de él. Sólo ante el
descubrimiento de fenómenos extraordinarios, no saben asignar una causa adecuada y explicar el
modo en que el efecto es producido por ella. Los filósofos perciben que incluso en los
acontecimientos más familiares, la energía de la causa es tan poco inteligible como en los más
insólitos y que sólo aprendemos de la experiencia la conjunción constante de objetos, sin ser jamás
capaces de comprender nada semejante a una conexión entre ellos. Los objetos que normalmente
son llamados causas, en realidad no son más que ocasiones, y el verdadero e inmediato principio de
todo efecto nos es ningún poder o fuerza de la naturaleza, sino la volición de un ser supremo que
quiere que determinados objetos estén para siempre unidos entre sí. La ignorancia conduce a la
conclusión. Se afirma entonces que la Deidad es la causa inmediata de la unión entre alma y cuerpo;
y que no los órganos sensoriales los que, siendo alcanzados por objetos externos, producen
sensaciones en la mente. Es Dios mismo quien se complace en secundar nuestra voluntad, en sí
misma impotente, y en dominar el movimiento que erróneamente atribuimos a nuestro poder y
eficacia. Nuestra visión mental o representación de ideas nos es entonces, sino una revelación que
nos hace nuestro Creador.
Por tanto, según estos filósofos, todo está lleno de Dios. Con esta teoría disminuyen, en lugar de
aumentar, la grandeza de los atributos que parecen ponderar tanto.
Como refutación de esta teoría bastan quizás dos reflexiones.
En primer lugar, esta teoría de la energía y la actividad universales del Ser Supremo, es demasiado
atrevida. Aunque fuera absolutamente válida la cadena de argumentos que llevan a ella, ha de surgir
la sospecha, si no la seguridad absoluta, de que nos ha llevado más allá del alcance de nuestras
facultades cuando desemboca en conclusiones tan extraordinarias y tan alejadas de la vida y las
expresiones comunes.
En segundo lugar, ignoramos, es cierto, el modo en que éstos cuerpos actúan entre sí. Sus fuerzas y
energías son totalmente incomprensibles. Pero igualmente no tenemos más idea del Ser Supremo
que lo que aprendamos de la reflexión sobre nuestras facultades. Si nuestra ignorancia fuera una
buena razón para rechazar algo, seríamos llevados a negar toda energía en el Ser Supremo así como
en la materia más tosca. En ambos casos sólo conocemos nuestra ignorancia profunda.
Parte II
En conjunto no se presenta en toda la naturaleza un solo caso de conexión que podamos
representarnos. Un acontecimiento sigue a otro, pero nunca hemos podido observar un vínculo entre
ellos. La conclusión necesaria parece ser la de que no tenemos ninguna idea de conexión o poder y
que estas palabras carecen totalmente de sentido cuando son empleadas en razonamientos
filosóficos o en la vida corriente.
Pero cuando determinada clase de acontecimientos han estado siempre, en todos los casos, unida a
otra, no tenemos ya escrúpulos en predecir el uno con la aparición del otro y en utilizar el único
razonamiento que puede darnos seguridad sobre una cuestión de hecho o existencia. Entonces
llamamos a uno de los objetos causa y al otro efecto. Suponemos que hay alguna conexión entre
ellos, algún poder es la una por el que indefectiblemente produce el otro.
El hombre siente que los acontecimientos están conectados en su imaginación y fácilmente puede
predecir la existencia de uno por la aparición del otro.
Por lo tanto la relación entre objetos es de causa y efecto. En ella se fundamentan nuestros
razonamientos acerca de cuestiones de hacho o existencia. La única utilidad inmediata de todas las
ciencias es enseñarnos cómo controlar y regular acontecimientos futuros por medio de las causas.
En todo momento, pues, se desarrollan nuestros pensamientos e investigaciones en torno a esta
relación. Podemos definir causa como un objeto seguido de otro, cuando todos los objetos similares
al primero son seguidos por objetos similares al segundo. Otra definición puede ser un objeto
seguido por otro y cuya aparición siempre conduce al pensamiento de aquel otro. No podemos
alcanzar otra definición más perfecta que pueda indicar la dimensión de la causa que le da conexión
con el efecto. No tenemos idea alguna de esta conexión.
En conclusión: toda idea es copia de alguna impresión o sentimiento precedente, y donde no
podemos encontrar impresión alguna, podemos estar seguros de que no hay idea. En todos los casos
aislados de actividad de cuerpos o mentes no hay nada que produzca impresión alguna ni que pueda
sugerir idea alguna de poder o conexión necesaria. Pero cuando aparecen muchos casos uniformes y
el mismo objeto es siempre seguido por el mismo suceso, entonces empezamos a albergar la noción
de causa y conexión. Entonces sentimos un nuevo sentimiento o impresión. Y este sentimiento es el
original de la idea que buscamos. Como esta idea surge a partir de varios casos similares, ha de
surgir del hecho por el que el conjunto de casos difiere de cada caso individual. Pero esta conexión
o transición habitual de la imaginación es el único hecho en que difieren. En todos los demás
detalles son semejantes.
Francoise Chatelet
Kant: Pensador de la modernidad.

Contrariamente a lo que pensaba la metafísica, no hay conocimiento absoluto, sino conocimientos


verificables. La completa realización de la libertad es improbable, una tarea infinita.
Su Crítica de la razón pura, está esencialmente consagrada al problema del conocimiento. Su Crítica
de la razón práctica, se preocupa por el problema moral, por la conducta.
Kant fue un pensador de la Luces. La “Edad de las Luces”, en su aspecto intelectual, se llama así
porque cierto número de pensadores militantes decidieron usar únicamente la luz natural para
esclarecer la vida del hombre, para facilitar su expansión y su éxito.
La luz natural se opone a la luz sobrenatural, por consiguiente a las explicaciones metafísicas.
El siglo XVIII es el de los filósofos de las Luces, personas que sólo confían en la experiencia, que
se interesan en la ciencia teórica, en las técnicas. Están mucho más cerca de la realidad. Su principal
objetivo es la libertad; la “liberación” del hombre. se da un florecimiento de pequeñas sociedades
intelectuales; y de este movimiento va a nacer la empresa llamada Enciclopedia. Se trata de liberar
al hombre de la naturaleza, de las pasiones y, al mismo tiempo, liberarlo de las tinieblas. Es decir,
de la superstición. Nace una teología que se esfuerza por razonar sobre Dios únicamente con las
fuerzas de la experiencia. El aspecto político es el eje más importante: se trata de liberar al hombre
de la tiranía.
Kant espera una transformación completa de la naturaleza humana. Cree que el hombre es
perfectible. La idea que domina toda esa época es la idea del progreso. El aspecto propiamente
filosófico se presenta como una administración y como un cuestionamiento de la herencia
cartesiana. Descartes es innovador cuando propone una tarea original al hombre – dominar la
naturaleza – pero sigue pensando con los conceptos de la teología y la metafísica clásicas de su
tiempo. Sigue siendo partidario de las ideas innatas.
Hume retoma por su parte la idea de John Locke de que todo conocimiento proviene de la
experiencia y comprueba que la causa no tiene justificación. En el pensamiento cartesiano y el
pensamiento científico que lo sucede, la causa es siempre vista, concebida al mismo tiempo como
razón explicativa del efecto. Hume muestra que al fin de cuentas llamamos “causas” a los
antecedentes constantes que reparamos en el seno de nuestra experiencia y que, por hábito,
instituimos estas causas como razones, pero que no son razones en sí mismas.
La fuerza viva, según Descartes, es igual a un cierto producto de la masa por la velocidad. Leibniz,
mucho más experimentador, verifica que esta ley no es buena; que en efecto, la energía cinética es
igual a un cierto producto de la masa por el cuadrado de la velocidad. La naturaleza tal como la
descubrimos a través de la experimentación es la que debe ordenar, y no un pensamiento previo,
preconcebido.
Hume extrae de sus reflexiones la conclusión de que no existe una necesidad superior que haga que
el mundo sea de este modo más bien que de algún otro. No hay un orden del mundo que
corresponda a una razón superior homogénea y unificada. Hay órdenes del mundo que debemos
tratar de captar, de comprender.
La originalidad de Kant consiste en haber tenido la audacia de plantear una pregunta que afloraba
constantemente en los discursos filosóficos referidos a la verdad desde Platón. ¿Cómo es posible
que haya verdad? Hasta aquí los filósofos, en particular los grandes metafísicos clásicos habían
tenido como evidente que la verdad existía. ¿Cómo es posible que Dios haya creado a Adán
sabiendo desde toda la eternidad que sería un pecador?
El gran problema que se plantea es el de saber cómo es posible que el hombre se engañe. Kant se
plantea una pregunta más radical, más filosófica. Decide adoptar una actitud crítica ¿Qué significa
“crítica” en la Crítica de la razón pura, o en la Crítica de la razón práctica, o en la Crítica del juicio?
La crítica parte del hecho de que existe todo lo dado. Cuando algo ha sido dado se pregunta cuáles
son las condiciones para que ese dato haya sido dado de tal manera más bien que de otra. Kant toma
como punto de partida, en su teoría del conocimiento, el hecho de que el pensamiento humano ha
elaborado la matemática, la física y la metafísica. Plantea la pregunta de cómo se debe concebir el
estatuto del sujeto cognoscente para que exista conocimiento ¿Cómo se debe concebir al objeto
conocido, la “realidad”, para que existan la física y la matemática. Kant se inspira en Hume y se
pregunta qué es necesario para que haya conocimiento del lado del sujeto cognoscente. La respuesta
es que sea afectado, que reciba algo. La primera facultad puesta en juego por el conocimiento es la
sensibilidad. Hay un dato que afecta la sensibilidad humana. Esta no es neutral; lo que recibe, lo
transforma pasivamente. La sensibilidad ya está informada, tiene formas, todo mensaje se da en la
espacio – temporalidad.
El espacio del que habla Kant es el espacio euclidiano. En esa época no se concibe todavía otros
tipos de geometría. En cuanto al tiempo, es el tiempo lineal de la sucesión.
La primera etapa del conocimiento es una pasividad conformadora. El hombre es afectado, pero
organiza estos mensajes según el espacio y el tiempo. Todo esto es “inconsciente”. La segunda
etapa es activa. Kant declara que el yo cognoscente aplica las reglas del entendimiento a esta
materia que es dada a la sensibilidad. A estas reglas las llama “categorías”. Son los principios
generales que gobiernan a la vez nuestra concepción y nuestra percepción de la realidad sensible. El
sujeto cognoscente es el yo que aplica las reglas o categorías del intelecto a la materia dada a la
sensibilidad ¿Pero en qué se convierte el objeto conocido?
Es el resultado de esta operación. Lo que llamamos lo “real”. Lo que conocemos es el mundo de los
fenómenos, que está constituido por un material irreductible que no depende de ninguna manera del
hombre. la naturaleza que percibimos y concebimos evoluciona con el ritmo mismo de las
transformaciones del entendimiento humano. Existe una tercera facultad que se agrega a la
sensibilidad y al entendimiento activo: la razón. Kant la llama la “facultad de los principios”; al ser
el principio lo que es puesto en primer lugar. En el dominio del conocimiento (“teórico”), el hombre
no puede conocer la causa primera. No puede llegar a lo que él llama la determinación integral.
A partir de este señalamiento, Kant desarrolla una crítica de la metafísica. Toda la última parte de la
Crítica de la razón pura, muestra cómo los metafísicos se han equivocado al hablar de sus tres
objetos privilegiados: el alma, el mundo y Dios. Del alma no se puede decir nada. Del mundo no se
puede decir ni que es finito ni que es infinito, ni que es eterno ni que no lo es. De Dios no se puede
demostrar ni que existe ni que no existe. Son objetos que no pertenecen a la jurisdicción del
conocimiento, no podemos tener ninguna experiencia sobre ellos. No hay más conocimiento
verdadero que el que se puede verificar; y no se puede verificar sino lo que es dado en una
experiencia criticada y controlada, es decir, en la experimentación.
Todo conocimiento humano comienza por intuiciones, se eleva luego a conceptos y termina por
ideas. Sin embargo, toda razón en su uso especulativo no puede jamás, con esos elementos, superar
el campo de la experiencia posible.
La razón no tiene más que un solo uso teórico, cognoscitivo, el de criticarse a sí misma, el de ser
capaz de fijarse límites. Kant critica a la razón metafísica, que quisiera poder construir discursos
exhaustivos que dirían todo sobre el ser.
Si dos razonamientos son lógicos, formalmente coherentes, pero no cuentan con experiencias
posibles, no se puede decidir entre los dos. Por lo tanto no hay saber absoluto. La idea del saber
como totalidad es sustituida en Kant por la noción de sistema abierto (de conocimientos verificados
experimentalmente). Para él lo absoluto no es del orden del saber sino de la conducta, de lo que
llama “práctica”.
En la Crítica de la razón práctica, Kant critica (en el sentido de reflexionar sistemáticamente) sobre
la moralidad humana. El punto de partida es la conducta de los hombres en su vida cotidiana. ¿A
qué se llama un “acto moral” en la vida habitual? El acto que no es realizado persiguiendo un fin
personal es del orden de la moralidad. Si es posible enunciar prescripciones sobre la manera de
conducirse cuando se es un hombre, esta moral no puede ser sino universal. La moral para poder ser
recibida debe valer para todos los casos, para todos los hombres y en todas las circunstancias. Puede
ser que no haya ninguna moral posible, pero si hay una, debe fundarse en “actuar siempre de tal
modo de poder erigir la máxima de la acción en ley universal”.
Así se invierte la pregunta que se había planteado y ve que la respuesta nace de esta inversión ¿Está
permitido mentir? Si se interroga sobre lo que conviene hacer según la moral estricta, deberá
preguntarse: ¿puedo erigir en máxima universal el hecho de mentir? La respuesta es negativa.
Admitir el engaño en ciertas circunstancias lo implica en todas, por lo que en tal caso, toda palabra
estaría desprovista de significación, toda comunidad humana estaría comprometida.
El hombre tiene la elección. Entre ser libre y ser determinado. Está en la naturaleza inteligible del
hombre poder, por una decisión, sustraerse a esta determinación, constituirse como sujeto libre, y
querer solamente la realización de la ley moral, de la universalidad. Puede asimismo aceptar la
determinación.
Esas perspectivas deben ser concebidas como una tarea infinita, como eso a lo que nosotros
debemos apuntar a pesar de nuestro estatuto de seres pasionales. Lo esencial de la moral de Kant
reside en el recordatorio de que la libertad es lo más precioso. Afirma que es solamente en el acto
que el hombre alcanza lo absoluto. El hombre se constituye como absoluto cuando se esfuerza por
ser libre a pesar de todas las determinaciones que pesan sobre él.
Aquella materia que escapa al hombre, y por la cual los fenómenos le son dados, ¿qué realidad tiene
en el pensamiento de Kant? Es otra manera de preguntarse sobre el realismo del filósofo ¿El mundo
material existe – y no percibo de él más que el reflejo – o bien ese mundo material no es más que el
resultado de mi propia producción?
La realidad existe exteriormente al pensamiento humano. La cosa en sí existe. El hombre no crea su
objeto; sino que trabaja sobre un material, transforma eso que le es ofrecido. Lo que sea eso cuando
no es ofrecido no podemos saberlo. No es el objeto de un saber. Toda nuestra experiencia cotidiana
muestra que algo existe.
El alma, Dios, el mundo; son cosas inaccesibles al conocimiento. El mundo en particular se acerca a
las posiciones de algunos científicos o filósofos de las ciencias contemporáneos. Algo así como un
límite al control experimental directo.
El discurso que pretende elaborar un saber de lo que es el ser en sí, es ilegítimo. Esto no puede ser
objeto de un conocimiento. Kant establece con gran firmeza que en lo referente a lo real, solamente
la ciencia puede desarrollar enunciados verificables, producir enunciados verdaderos.
Pero decir que la ciencia es la única capaz de producir enunciados verdaderos no es afirmar que ella
va a brindar la totalidad de la verdad. Cuando un científico, a partir de resultados
experimentalmente verificados, los extrapola en el dominio ontológico, también recae en la ilusión.
Puesto que somos razón, y razón teórica, siempre pretendemos llegar al axioma absoluto, a la
explicación definitiva. Esto forma parte del espíritu humano, y al hacer esto, el hombre se engaña.
Kant sería el sostenedor de la idea de que las grandes metafísicas son los grandes mitos de nuestra
época.
Declara también que el hombre tiene la elección entre ser libre y ser determinado. Así se entiende
que el hombre es libre, ¿pero lo es a priori? Es necesario postular que el hombre es libre, de lo
contrario no se puede comprender su conducta. Pero esta libertad esta sin cesar amenazada. Jamás
está del todo adquirida, siempre debe ser el objeto de una lucha corajuda.
La libertad es lo que hay de más precioso; la pasión debe entonces “quererse” voluntad. El hombre
puede esperar constituirse en lo absoluto mediante la acción. Este marco moral convierte a la misma
moral en inaccesible. Es sin embargo, el fin que hay que darse.

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