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Vivir de martillazos

Existe entre los seres humanos un tema de discusión intrínseco e insoslayable. No


acudir a él a menudo –yo diría que casi siempre– significaría perder nuestra esencia y
naturaleza misma: el dinero. Rousseau planteaba que desde el mismo momento en que
algún hombre ubicó cierta cosa y la delimitó, dejando claro entre los demás que le
pertenecía, tuvo lugar el nacimiento de la propiedad privada.

Desde entonces se inició la feroz lucha por la supervivencia. A como diera lugar. El
universo vino a parecérsenos como una fuente inagotable, y de hecho lo es, donde todo
lo que es materia, y hasta lo que no, debía y debe ser absolutamente susceptible de
pertenecer a alguien. En algún momento apropiado. Entra la interrogante de ¿Y si
dejásemos que algo simplemente fuese, sin dueño?

Eso me recuerda a la famosísima canción del ex-Beatle Paul McCartney “Let it be”
(Deja que sea). Una expresión que llama a la conciencia. Y ser consciente no es hoy una
práctica muy extendida. Más bien se mira la conciencia con pánico. De ahí que
paradójicamente podríamos afirmar que se está dando un “let it be” a la consciencia.
Claro, cuando nos conviene. Pero no usamos ese “let it be” con los elementos naturales
mismos; con los ingredientes que originan la vida; con los atributos que facilitan un
desarrollo del individuo.

Es de ahí de donde nace la incuestionable recurrencia al tema dinero. No puede evitarse.


Ni siquiera es posible. El dinero lo mueve todo; lo sostiene todo. Así como la frase muy
en boga en redes sociales: “Es mejor llorar las penas en un yate, que en medio de la
miseria” –al menos algo así decía, no me acuerdo muy bien”. En fin, que entre los
hombres el dinero viene a ser, dentro de su estrecha cosmovisión, una especie de
divinidad material y tangible, al que sí se tiene un acceso físico y que “virtualmente”,
parece resolverlo todo. Tal es su capacidad resolutiva que los oficios ya se escogen por
conveniencia y únicamente por provecho. Poco queda de la una vez resaltada necesidad
de dedicarse a una profesión po la que exista “vocación”.

Al morir la vocación, asesinada fríamente por estos tiempos de capitalismo salvaje,


quedó gravemente herida en esa sanguinaria balacera de principios, la vida del escritor.

Luis Eduardo Lora –Huchi–, a quien he bautizado como “El Periodista de la Patria”, sin
perjuicio de otros de nuestro país de semejante calidad, habló una vez de cómo se dieron
sus inicios en el oficio de escribir. Su pasión le vino siendo un niño, cuando fundó un
periódico llamado “El Martillazo”. El nombre vino a raíz que su máquina de escribir, ya
apaleada por el tiempo, y supongo por que el fructífero uso que le daban, al presionar
las teclas parecía encestar un martillazo. En esa dinámica se convirtió en un auténtico
martillero. De los mejores que ha tenido nuestra patria.

La vida de Huchi, y su dilatada carrera como periodista, experimentó los cambios


tecnológicos, obviamente, olvidando la vieja máquina del martillazo para darle cabida al
cómodo y moderno teclado de computadora. Así la rapidez en la redacción y las
ventajas que representa tan eficaz dispositivo, promovieron el cambio. A menos que él
conserve, quizá para mantener vivos los recuerdos, una máquina de escribir y la use
frecuentemente. Todos hemos mandado al olvido la máquina de escribir –los que la
usaron, yo no soy tan viejo–.

Pero, la máquina de martillazos y su operario no murieron arrastrados por la


modernidad. Murieron por el desaliento. Por la pérdida del entusiasmo. Como mencioné
en “Escribir por Moda”: entramos en la era de la falta de atención. Y esa falta de
atención se añade a las causales que nos condujeron a dejar de vivir de martillazos. Esta
era de entusiasmarse-procrastinar-entusiasmarse-procrastinar, llevó directo al sepulcro a
los trabajadores del martillo.

En cierto sentido, es aceptable decir que la modernidad trajo nuevo martillo. Sin
embargo, el nuevo martillo no vino con instrucciones incluidas, porque las instrucciones
son las mismas del viejo martillo. Vienen añadidas al martillero. Entonces no nos
quedaría otra salida que admitir que quizás a los martilleros se les olvidó dejar
descendencia. Esta es una afirmación radicalmente absurda. Los martilleros pueden
concebir seres estériles para las ideas. Yo diría que la misma sociedad los ha hecho
perder la bendición de dar nueva vida. Así como si les arrancaran con cuidado la
facultad de concepción.

Para una corriente de pensamiento de nuestros días, no sé si llamarle teoría, la creación


vino de la Consciencia. De allí nació la materia. Todo lo que es lo creó, adicionalmente,
unido. Esto supone que aún en el apogeo del pensamiento dualista, o sea de que todo
está separado, cada ente individual en realidad vino conectado con todo lo demás.
Aunque en apariencia lo veamos desvinculado. Denominemos esa consciencia Dios.

Entonces, si la Consciencia lo creó todo, el martillero vendría a ser un hijo de cualquier


otro ente. En términos claros, necesariamente un escritor no viene de otro escritor. O
también, una época pueda dar escritores o no. Huchi nació en tiempos de martilleros, y
quizá no de un martillero. En el 2016, y los hay, no se andan viendo martilleros. No
vivimos en días donde escribir sea común. Se lo debemos a que martillar nunca ha
representado ventaja económica. Pero hay que admitir que martillar antes sí era una
actividad placentera y gratificante. La euforia era tremenda.

No quisiera que este artículo se viera idéntico a “Escribir por moda”. Hoy me puse
teleológico. Es decir, vine a filosofar, a dar razones del ocaso de vivir de martillazos.
Sumido de lleno en estas letras vi la necesidad de concatenar todo.

Finalmente, quiero decir que hoy he puesto muchos clavos. Ustedes, deberían hacer lo
mismo. Y como dar consejos a veces es parcialmente bueno, les lanzo este. Escribir
1002 palabras nunca me había resultado tan fácil. Puse todos esos clavos yo solo.
Martillé como el gran Huchi aun lo hace. Vamos, sin miedo, vivamos de martillazos. El
dinero, si no lo tenemos, vendrá cuando estemos alineados con el universo. Mientras
tanto, que retumbe el dulce sonido de los martillos al estilo Lora.

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