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Martes Yeta
Martes Yeta
#1
MARTES Y*TA
Natalia Romero
Andrea Franco
Primera edición: Buenos Aires, 2017
Impreso en Buenos Aires
Publicado por:
NO ES COMO UNA RUBIA EN EL
AVIÓN
Contacto:
noescomounarubia@gmail.com
NATALIA ROMERO
Natalia Romero
www.todaslascostas.blogspot.com.ar
HERIDA
Con la herida abierta,
me dijo.
acercarse al suelo
y no grité.
atravesando su cuerpo
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Ser la culpable
y yo lo sabía.
en la punta de la mano
El mal no es real,
quise decirle.
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CRÍA
Es simple.
Ayer la ví,
la cintura marcada
Trato de oír
pero a veces olvido la forma.
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La tarde que vinieron los teros
y sentí orgullo.
La vida de mamá
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TEMPERATURA
Entré a la pileta
sin detenerme.
me despabiló.
Me puse de rodillas
y fue,
se transformó.
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MILAGRO
creí verla.
parecida a la luz
cuando amanece.
que también a mí
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me nombra, el rumbo
Nací
una fuga,
que después
olvidará
va a olvidar.
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EL TALA
Me asomo a la ventana
ya es otoño.
uno a uno
aleteando fuerte
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pían mientras picotean la hierba,
el resto de la cosecha.
No puedo moverme
Poder verlos,
Pican y vuelan
pican y vuelan,
los benteveos
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Entonces me acuerdo del tala
custodiaba la casa.
esperamos el secreto
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tengo un corazón
he vuelto,
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EL PASADO
Vas a estar bien, me digo
dice él,
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QUÉ ES EL AMOR
Qué es el amor, me dijo.
Levanté la vista
vi sus ojos
plenos y dispuestos,
otra vez.
húmeda y floreciente.
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Le dejó un agua.
Como nadar,
eso.
Nadar
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y no se ocultó
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ANDREA FRANCO
Andrea Franco
andreafhoch@gmail.com
fb: /andrefhoch
SIEMPRE MAÑANA ES
MEJOR
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en el lugar en el que estoy y todo mi ateísmo sien-
te haber sido tocado por la magia de algún dios del
subte. Escucho el obsesivo teclear de Lola desde el
living comedor, sus dedos largos y elegantes dejan
por sí mismos algo de sabiduría en el golpeteo lento
y premeditado, como si cada letra llegara después
de una búsqueda en la cual, para el mundo de Lola,
sólo una opción fuera la correcta. Abro la ducha
y me meto así como estoy, con el cuerpo-alma-ro-
pa sucia, la esponjaguante azul fue muy prácti-
ca hasta que me di cuenta de que en cierto punto
siempre hay que cambiarla de mano para enjabo-
nar el brazo que hasta entonces se utilizaba para
lavar. Me duele todo un poco y más que nada los
dientes que, apretados, me oprimen la mandíbula,
los siento latir, independizarse, silbar entre las co-
rrientes de aire; están rasposos por culpa del ácido
estomacal, del dolor que ya subió hasta las encías;
sin querer digo en voz alta los ojos no importan, los
dientes son más importantes y abro la boca debajo
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de la ducha porque el mar lo cura todo y por ahora
de todo lo que hay a mano, esto es lo más parecido
que tengo. Pienso que todo es cíclico, y tal vez por
eso hoy, cuando de una vez por todas decido irme
de esta casa, todo parece igual al día en que llegué.
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para irme a alguna otra parte en la que continuar
con la lectura que llevo en la cartera, quiere saber
si a mí también me pasa y si sólo recién entonces
me doy cuenta de lo mucho que me gusta el libro
que empecé. Porque no entiendo ni la mitad de lo
que dice, le digo que me deje pensarlo mientras me
cambio, y por un rato eso parece brindarle cierta
satisfacción, la suficiente como para volver al li-
ving comedor y al obstinado tecleo que repiquetea
por toda la casa. Al peinarme descubro que, en la
pantalla, la bandeja de entrada dice (1), y acerco
ojos-mano-boca al ver que esta vez escribe Max,
y entonces su mail, que más bien parece una carta
cerrada a presión con sello de cera, dice en pala-
bras de Max que todavía no puede recibirme, que
la semana que viene sería sí, por qué no, la semana
perfecta para que vaya, que me espera cada día más
y que Angra do rei es el lugar perfecto para insta-
larnos juntos y entre tanto perfeito al final lo úni-
co que pasa es que la que sigue esperando soy yo.
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La tercera vuelta de la gomita es siempre la más
conflictiva y sólo da lugar a dos opciones: o la go-
mita cede bajo la presión, o en el mejor de los casos
el pelo queda ahí, atascado para siempre, en toda
la cilíndricaestrechez que la gomita permite. Lola,
impune, grita a su pantalla, y a mí me llega un tar-
tamudeo incoherente que dice todo es música, hasta
el vaivén de la hamaca amplificado por la falta de aceite,
y que también dice el flan con dulce de leche y crema,
eso es barrio, que dice cualquier cosa con tal de de-
cir. Los mails de Max se apilan unos sobre otros,
se acumulan, se apretujan y ocupan todos los po-
sibles cajones virtuales. Y mientras el contrato de
espera se vuelve insoportable, Brasil, por su parte,
crece exponencialmente: se multiplican las calzas de
lycra, las bikinis diminutas, los colores fluorecen-
tes que rigen la modacaribe, las filas de reposeras
donde el último envión de la ola refresca los pies y
las calles y la arena y el calor. No tengo nada, sólo
una fotopostal, sólo muestras salidas de algún cho-
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ro de Pixinguinha o de una reproducción de algún
cuadro de Tarsila do Amaral. Me gustaría saber si
el mar me curaría los dientes-miedos-ojos o todo
lo demás. Con su boca perfeita hecha sonrisa, Max
fue lo único brasilero que conocí en Brasil. Lola
que sabe que yo no me voy a animar a este viaje,
ya no grita, escupe en un susurro el no te animás y
dice que entonces va a ir ella, porque alguien se tie-
ne que ir. Lo dice con toda naturalidad, como quien
puede decir cualquier cosa y luego llevarla a cabo.
Lola sabe que yo sé que ella puede, si quiere, to-
mar ahora mismo un avión a Brasil. Yo sé que ella
puede, si quiere, hacer sus habituales pases de ma-
gia y dejarme sin Max, sin Brasil, sin nada de nada.
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MIL HOJAS
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después de las tortas y del amor. Las tortas no me
van a servir de nada, no me alcanzarían las manos
para llevarlas a tu funeral. Alimento balanceado
te voy a llevar. La mamá de Juan, todavía del otro
lado del teléfono, me escucha preguntar por qué la
llamaron a ella y no a mí, si yo estoy más que segu-
ra de ser su contacto de emergencia, y pienso que
no habrá habido tiempo para buscar la obra social
con los respectivos contactos de emergencia, que
ni siquiera estoy tan segura de ser su contacto de
emergencia, y que probablemente debería cambiar
el mío en mi obra social. La mamá de Juan prefiere
no responder, situar mis palabras en algún listado
de cosas que la gente puede llegar a decir en esta-
do de límite-‐shock-‐muerte. Ahora dice que, si no
es mucho pedir para un momento así, le gustaría
que yo me encargara de escribir el obituario y al-
gunas palabras para el entierro, porque quién me-
jor que yo para escribir, quién sino la escritora.
Niego con la cabeza pero digo que sí. Y qué si no
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puedo volver a escribir nunca más, Mirta-‐Mar-
ta-‐mamádeJuan. Si no puedo volver a escribir, qué.
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dormir hago una recorrida por las alacenas para ver
qué falta y salgo a comprar. Sin alterar la rutina de
las últimas semanas, sólo me muevo por las cuatro
cuadras que conforman la manzana de mi casa, de
nuestra casa. Budín de naranja-‐limón-‐maracu-
yá; mousse de vainilla con frambuesas y cobertu-
ra de chocolate amargo, una cereza en el centro y
algunas más alrededor, y por qué no cerezas para
los budines y para la cheese cake. Me pregunto en
qué momento perdí el criterio, Juan, si habrá sido
cuando te conocí. Eso quedaría lindo en tu obitua-
rio: Juan, el sin criterio, el destruyerroba criterio, el
que nunca probó una sola de mis tortas que ahora
se pudren bajo el calor que oprime todo el departa-
mento cápsula de invernadero. En la revista no hay
recetas para obituarios, sólo tartas, pastas, pastel
de papas y nada me sirve. Se lo prometí a tu mamá,
Juan. Voy a la computadora y busco obituarios mo-
delo. Una cruz, y a continuación la familia escribe
el pésame y todo aquello que quiere que aparezca,
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los nombres de la familia por orden de importan-
cia, la edad del difunto, localidad, fecha, motivo de
defunción; o, en cambio, primero la información
sobre dónde se realizará el velatorio y las exequias
u oficios religiosos y a continuación la familia es-
cribe el pésame; o Soledad Hernández Rodríguez,
quien en sus últimos momentos de vida dejó encar-
gada la publicación de esta esquela para manifes-
tar su perdón a los familiares que la abandonaron
cuando ella más los necesitó, sus hermanos Martín
y Manuel y su hija María por su absoluta falta de
cariño y apoyo durante su larga y penosa enferme-
dad; Nadia Ivanov se despide agradecida de todos
aquellos que la acompañaron en vida; Oswaldo Me-
dero Morales es ahora que la fe en Dios nos hace
más fuertes, nuestra tarea es mantener vivo tu re-
cuerdo en nuestras oraciones de cada día por haber
sido un hombre ejemplar. Nada me sirve de nada.
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los velorios, en loop, repetidos para siempre, y de
fondo un familiaramigo entra y llora, otro espera
en el marco de la puerta, y otro abraza con tal de
no dejarse abrazar. Del diario me preguntaron si
obituario modelo y yo a todo dije que sí. Modelo
esta bien, modelo es correcto y poco memorable
por definición. Juan me mira con ojos de reproche y
le digo bajito que estoy llena de palabras pero muda,
ideas de palabras que no existen, que se vaciaron,
que se fueron mucho antes de que se fuera él. No
me vas a perdonar nunca, Juan. Entro al baño y acá
encerrada todo es más fácil, y puedo olvidarme de
Mirtamarta que golpea la puerta al ritmo de un
solo dedo mientras pregunta si estoy bien y si ne-
cesito algo. Pienso en escribir. Pienso que escribir
podría meterme en un trance de salvación. Que po-
dría, incluso, traerte de la muerte, explicar las razo-
nes, justificarnos. El golpeteo se vuelve insistente y
escucho a la mamá de Juan decir que, en todo caso,
ella se ofrece voluntaria para leer cualquier cosa
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que yo haya escrito, que yo haya decidido escribir.
Toco entonces los bordes de un papel doblado en
dos-‐cuatro-‐cuatromil en las profundidades de mi
bolsillo. Cualquier cosa, Juan. Tu mamá quiere aho-
ra salvarme dispuesta a reponer, en una sola lectu-
ra, todas mis historias que nunca leíste y todas mis
tortas que nunca probaste y todo el alimento balan-
ceado que nunca comimos y todo el aire que ocu-
paba el poco aire que me quedaba. Y qué si no hay
nada más para escribir. Y qué pasa si ese todo sobra
por siempre. Saco el papel y repaso uno por uno los
ingredientes para sólo después, silenciosa-‐suave-‐
única, deslizar la receta por debajo de la puerta.
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