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Juanarmelo se quedó mirsdidables de una presentadora de comerciales? Al otro día, no iría a vender su
dignidad nuevamente ante el condenado escritorio, escribiendo las amalgamas medúseas de la razón de
occidente, jugando a ser grande, recreando con cada poro las diez mil formas de hacerse uno con la
máquina repugante, convirtiendo a guisa de gusano de compost lo hermoso y perecedero en una letanía
parsimoniosa de nunca acabar. Entonces, tampoco se quedaría frente al tele, porque aquello era
retomar el mismo hilillo de baba que dejaron los caracoles de la sinrazón, en su devenir tranquilo por
las avenidas de la costumbre, de la domesticación. No, se levantaría, tomaría el cuaderno y dibujaría
una gruesa línea que se ira angulando hasta conformar un círculo casi imperfecto. Dentro el universo,
afuera el ser, tratando de crecer y expandirse, ahogando la realidad en aquel claustro palpitante, ese
corazón rojo estrechado por el perímetro de una vivencia inquietante. Allí estaría su respuesta, en aquel
pequeño glifo garabateado con premura, una forma de entender su posición, o su caida más bien.
Entendió que no su ego era demasisdfado grande para caber en los lindes de la realidad. Pensó en su
corazón palpitante, en aquel músculo perpetuo que se detiene con el tiempo, y como sus carnes lo
aprisionaban, decidió bajar un poco de peso, para darle espacio, cambiar de ciudad para darle aire y
quizás nadar. La forma circular le recordó el reloj, y que era tarde. Pensó nuevamente en dejar el
trabajo, pero ya era muy tarde. Hablaría con su jefe la otra semana.