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Enjaulado.

La noche caía sobre aquel pequeño pueblo, del que ya nadie recuerda el nombre,
nadie recuerda nada desde la catástrofe, desde aquel pilar de luz que trajo la locura a este
mundo, que levantó a los muertos y dejo pasar a los demonios desde el mismísimo infierno.
Cuando el astro rey se ocultaba empezaba el caos, los vivos querían matar por placer, los
muertos por alimentarse y los demonios por puro vicio a la tortura, pero unos pocos
soportaron la locura del juicio, que es así como la apodaron la mayoría de católicos que
tomaban esto como el final de los días tan descrito en sus sagradas escrituras.

Nuestro protagonista estaba sobre una azotea contemplando aquel pilar de luz que fue
la señal definitiva, en sus manos un cigarro se desvanecía al igual que la luz solar, mientras
apagaba esa colilla sobre el suelo de aquella estructura agarró su mochila y su hacha que
descansaban a su lado y se dispuso a bajar aquellos tres pisos para volver al refugio, pero de
nuevo la locura del mundo se la jugó y la escalera por la que el había subido ahora era otra
totalmente distinta, era una escalera vieja rodeada de paredes que goteaban un zumo espeso
de color marrón, que olía a pura descomposición, entre gorgoteos podía ver como se
formaban caras en las paredes a través de ese rezumamiento, caras que él podía oir gritar.
Asustado abrió los ojos como platos y se llevó la mano a la boca pensando que había caído en
la locura del juicio, hizo un gesto de negación mientras sacudia la cabeza, trago saliva y se
decidió a bajar

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