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Rolando Astarita Teorías del valor: austriacos vs marxistas

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Teorías del valor: austriacos vs marxistas (2)

El nudo del debate está en los conceptos elementales

Por lo que hemos explicado en la primera parte (aquí), las cuestiones decisivas ya están
planteadas en el capítulo 1 de El Capital. Marx afirma que en una sociedad de
productores simples de mercancías, el trabajo es la fuente del valor y descarta que pueda
serlo la utilidad. Rothbard en su Historia del pensamiento económico. sostiene que la
explicación del intercambio y del valor del capítulo 1 de El Capital es lógicamente
absurda; los economistas austriacos saben que éste es el punto nodal. Me centro
entonces en esta cuestión, que comprende las cuestiones básicas y elementales. Debido a
varias confusiones y cuestiones que se han suscitado en el debate, he decidido darle a
estas notas toda la extensión necesaria; esto es, por encima de lo que había concebido
originariamente como un apunte para una intervención oral.

Conceptos elementales
Valor de uso

Empecemos señalando que el valor de uso, en Marx, es una condición necesaria para
que haya valores de cambio y valores. Si una mercancía no tiene valor de uso para
alguien, o para algunos, no se la demanda, y por lo tanto no tiene valor (su precio es
cero). De manera que no es cierto, como sostienen los economistas austriacos, que
según Marx el valor de uso no tiene importancia. El concepto incluso es clave para
entender la noción de trabajo productivo de Marx: si un trabajo no afecta al valor de
uso, no genera valor, y por lo tanto es improductivo. Por ejemplo, el trabajo implicado
en los actos de compra y venta -que afectan sólo al cambio de forma social, de dinero a
mercancía o viceversa- es improductivo, aunque necesario para la sociedad productora
de mercancías.

En segundo término, el valor de uso se relaciona con la utilidad que obtiene el


consumidor del bien, y desde este punto de vista afecta al ámbito de lo subjetivo. Sin
embargo, también tiene anclaje en las propiedades físicas de la mercancía. Este aspecto
es cuestionado por muchos austriacos porque buscan desconectar la valoración de la

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utilidad de todo aquello que tenga que ver con propiedades objetivas (esto es, del objeto
y objetivamente medibles). Pero la realidad es que las propiedades físicas de los objetos
afectan al valor de uso y a la utilidad; cualquier ingeniero, por ejemplo, tendrá muy en
cuenta la resistencia de los materiales a la hora de elegir las piezas que componen una
máquina o una estructura, o la conductividad de un metal, si se trata de transporte de
electricidad, etcétera. Son propiedades físicas, objetivamente medibles, que existen por
fuera de la valoración de los sujetos, y son determinantes en la utilidad que los seres
humanos obtienen de los bienes.

Por otro lado, esas propiedades materiales existen con independencia de la forma social,
o propiedad social. Por ejemplo, una pieza de acero puede tener determinada
resistencia, con independencia de si es una mercancía, o si su precio aumenta o baja.
Éste es el punto de partida para comprender por qué el valor de uso se ubica en otro
orden de análisis del que lo hacen las propiedades sociales, entre ellas el valor. Dicho en
otros términos, el grado de utilidad está condicionado por las propiedades materiales,
en relación a las necesidades humanas, y por lo tanto es independiente de la forma
social: el trigo o el hierro tienen utilidad con independencia de que se trate de una
sociedad capitalista, productora simple de mercancías o comunista. El precio, en
cambio, no existe si no hay mercancías y mercado, o sea, si no existen determinadas
relaciones sociales entre los productores; esto es, el precio se inscribe en el orden de una
propiedad social, cualitativamente distinta de la propiedad física.

En tercer lugar, dado que los valores de uso son distintos, según las mercancías,
también las utilidades (o los “servicios” que prestan los bienes como valores de uso;
véase Marx, 1980, p. 20) que los consumidores obtienen de los bienes que consumen
son muy distintas. Además, las utilidades que los individuos sacan de los bienes que
consumen no convergen hacia alguna medida social común. Aunque las necesidades
están condicionadas socialmente, no existe fuerza social que mueva hacia la
convergencia de las utilidades.

Obśervese por último que si se admite que las necesidades están condicionadas
socialmente, es imposible derivar el comportamiento agregado, o macro, de los
consumidores en el mercado de sus comportamientos individuales. En otras palabras, es

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imposible aplicar el individualismo metodológico en el análisis, como hacen los


austriacos. Si bien lo individual tiene importancia, lo social tiene prioridad explicativa, y
esto se aplica al mercado y el consumo. Somos formados socialmente como
consumidores, diríamos que casi desde que nacemos.

Valor de cambio (precio)

El valor de cambio es definido por Marx como la proporción cuantitativa en que se


intercambian dos mercancías. Si X e Y se intercambian en la proporción de 1:1 el valor
de cambio de X, expresado en Y, es 1. Cuando hay dinero, el valor de cambio es el precio
de las mercancías.

Eñ valor de cambio es objetivo, esto es, se trata de una propiedad del objeto y
constatable por cualquiera que participe en el mercado. Precisemos que objetivo no
significa natural; como ya dijimos, el precio es una propiedad social objetivada en
bienes. Además, y a diferencia de lo que ocurre con el valor de uso, por vía de la
competencia se impone una convergencia hacia un único precio del bien en un mercado
determinado. Por caso, si el productor A quiere vender X a $120 y en el mercado se
vende a $100, A deberá resignarse a venderlo a $100, con independenca de la valoración
que tenga acerca de las virtudes de X (la alternativa es no vender, con lo que puede
conservar un bien que tiene poco o ningún valor de uso para él).

Valor de cambio, mercado y relación social

El análisis de la mercancía y del valor de cambio de Marx se desarrolla en el marco de


una concepción social que es opuesta a la defendida por los economistas austriacos,
quienes hacen eje en el individuo y sus necesidades. El análisis de Marx es histórico y
social. Parte del supuesto de que los individuos siempre trabajaron en sociedad, y que
toda sociedad tuvo que administrar y repartir racionalmente los tiempos de trabajo
dedicados a satisfacer sus necesidades. Ésta es, según Marx, la primer ley económica en
cualquier forma de producción colectiva (el cuento de Robinson es eso, un cuento). Y el
carácter social de los productores simples de mercancías, lejos de desaparecer, se
acentúa. Es que cada productor produce para él, pero no produciendo un bien que tenga
utilidad directa para él, sino para otros. Un panadero que produce 200 unidades de pan,

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y consume por día 0,4 unidades, está produciendo pan independientemente de sus
propias necesidades, porque depende de los otros productores para satisfacer éstas. De
aquí resulta una interdependencia universal dentro de un sistema de producción
complejamente articulado. “La dependencia mutua y generalizada de los individuos
recíprocamente indiferentes constituye su nexo social” (Marx, 1989, 84, t. 1). Una
dependencia que, por otra parte, “se expresa en la necesidad permanente del cambio y
en el valor de cambio como mediador generalizado” (idem, p. 83). Esto es, cada
individuo debe producir valor de cambio (dinero) para satisfacer sus necesidades. Por
eso, el valor de cambio es expresión necesaria de la relación social entre productores.
Éste es el fundamento último de la afirmación que hicimos en el anterior apartado,
acerca de la naturaleza social del valor de cambio (o precio), y su diferencia con el valor
de uso. Es también el fundamento de por qué el precio se explica a partir de catergorías
sociales (como veremos, a partir de una actividad socialmente determinada) y no puede
explicarse desde lo subjetivo, o desde los deseos y preferencias del átomo-individuo,
como pretende la teoría de la utilidad.

Es desde este punto de vista, opuesto al individualismo metodológico, que Marx


también critica una de las ideas centrales de la teoría austriaca del valor y más en
general, de toda la apologética burguesa de la sociedad mercantil. Según ésta, en el
mercado “cada uno persigue su interés privado y sólo su interés privado, y de ese modo,
sin saberlo, sirve al interés privado de todos, es decir, al interés general” (idem, p. 83).
Marx observa que de aquí se puede derivar un escenario de guerra de todos contra
todos, pero sin embargo, hay “un punto verdadero”, que es al mismo tiempo una
negación del principio del individualismo: “El punto verdadero está sobre todo en que el
propio interés privado es ya un interés socialmente determinado y puede alcanzársele
solamente en el ámbito de las condiciones que fija la sociedad y con los medios que ella
ofrece... Se trata del interés de los particulares; pero su contenido, así como la forma y
los medios de su realización están dados por las condiciones sociales independientes de
todos” (idem, p. 84). En este sistema deberá entonces encontrarse un principio que
regule esta relación social mediada por mercancías que se intercambian en determinada
proporción cuantitativa (véase más abajo).

Valor de uso y precio

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En base a lo desarrollado hasta aquí puede entenderse por qué valor de uso y valor de
cambio son fenómenos de distinto orden. El valor de uso entra en el ámbito de lo
subjetivo, el valor de cambio en la esfera de lo objetivo. Las utilidades son distintas para
cada interviniente en el mercado, y no hay fuerza que las haga converger. Los precios (o
valores de cambio) son iguales para todos los que intervienen en un mercado, en un
momento determinado. La utilidad no tiene una determinación cuantitativa precisa
(aunque hasta cierto punto se pueden ordenar las utilidades, razonando en el margen, o
dada una restricción presupuestaria). El precio no puede no estar definido
cuantitativamente.

Exploremos más a fondo estas diferencias entre valor de uso y valor de cambio a partir
de un ejemplo inspirado en un pasaje del capítulo 4 de El Capital. Supongamos que los
productores, A y B, intercambian los bienes X e Y, valuados en $100 cada uno. Los
intercambian porque para cada uno el bien que entrega tiene menos utilidad que el bien
que recibe. Más aún, en la medida en que se ha profundizado la división social del
trabajo y la especialización, los bienes tienen prácticamente un valor de uso nulo, o casi
nulo, para quien lo ha producido. Por lo tanto, y aunque no podamos cuantificarlo,
podemos decir que una vez efectuado el intercambio tanto A como B, han ganado en
utilidad. Ésta es la base del intercambio, como explica Marx reiteradas veces.

Sin embargo, desde el punto de vista del valor, ninguno ha ganado. A, que poseía X,
valuado en $100, luego del intercambio posee Y, también valuado en $100. Lo mismo
sucede con B. Ambos ganaron en utilidad, pero no en valor. Pero si esto es así, la
utilidad no puede ser valor. Y aquí es donde a Rothbard, y al resto de los teóricos del
valor utilidad, se les presenta un problema insoluble, porque deben demostrar que la
utilidad es valor. Este sencillísimo ejemplo desbarata el intento. Las ganancias en
utilidad de A y B no dicen nada acerca del valor de X e Y. Por eso, no hay forma de
establecer relación cuantitativa alguna entre utilidad y precio. Los precios de X e Y
permanecen invariables, a pesar de las ganancias en utilidad, que además son disímiles,
y apenas comparables (Robbins diría que incomparables). ¿Cómo puede ser que las
utilidades expliquen entonces la determinación cuantitativa que se expresa en el
intercambio, esto es, los precios? ¿Cómo pueden explicar las utilidades el hecho de que

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X e Y se hayan intercambiado en la proporción exacta de 1:1? Ésta es una pregunta clave


que el teórico de la utilidad no puede responder.

Ley económica y medida

El paso analítico que sigue es determinar si existe alguna ley que rija la proporción
cuantitativa en que se intercambian los bienes. Lo que equivale a encontrar una ley que
regule la relación social establecida entre los productores.

La pregunta por esta ley parte de una constatación empírica: las mercancías tienden a
intercambiarse en determinadas proporciones cuantitativas, al margen de oscilaciones
más o menos aleatorias. Esto es, los precios observados oscilan en torno a “centros de
gravitación” o “atractores”, que se hacen visibles cuando los intercambios son repetidos
y muchos productores producen para el mercado. Aparece entonces la determinación
estadística, o de los grandes números. Si volvemos al ejemplo del vendedor monopólico
de botellas de agua en el desierto, allí no es posible detectar los “centros de gravitación”;
no hay atractor del precio del mercado porque éste depende totalmente del capricho o
intensidad del deseo. Lo mismo sucede si la producción es ocasional. En cambio, si los
intercambios son repetidos por muchos compradores y vendedores, aparecen los
“centros de gravitación” de los precios de mercado, centros que se imponen a los
productores “como si fuera una ley natural reguladora” (Marx). Aquí el adjetivo
“natural” no quiere significar que se trate de una ley de la naturaleza, sino de una ley
objetiva, que los productores no dominan. Esa ley debe explicar por qué los precios de
mercado (esto es, agitados por las oscilaciones de la oferta y la demanda) se mueven
como si fueran atraídos, durante períodos más o menos largos de tiempo, hacia
relaciones cuantitativas determinadas.

Nuevamente, en este punto se ponen de manifiesto los distintos puntos de vista de la


teoría del valor trabajo de Marx, y de la teoría del valor utilidad. Esta última se limita a
afirmar que los precios constituyen la expresión de valoraciones subjetivas, sin poder
avanzar más allá, hacia alguna forma de determinación sistemática. O sea, se queda en
el registro empírico de los precios existentes, ya que jamás nadie pudo establecer alguna
relación más o menos sistemática entre evoluciones de preferencias y precios; ni

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siquiera correlaciones (que como sabemos, tampoco conforman una teoría). Por eso
Pareto decía que dada la multiplicidad de las tasas de cambio la construcción de una
teoría del valor era imposible. O, en las palabras de un analista de mercado: “La simple
verdad es que todos los bienes que se pueden comercializar valen lo que el próximo
individuo quiera pagar por ellos. No hay una medida objetiva de caro o barato” (tomado
de la página web de Bloomberg). Expresiones semejantes se vertieron en el curso del
debate con Cachanosky. Pero si esto es así, sólo queda aceptar la diversidad, tal como
aparece en la superficie del fenómeno, y limitarse a decir que “cada precio reflejó la
preferencia del consumidor”.

En la teoría de Marx, en cambio, hay un progreso desde el fenómeno tal como aparece -
las mercancías se intercambian en las más diversas proporciones- hacia el principio
regulador. Esta progresión la encontramos en las primeras páginas de El Capital. Marx
comienza diciendo que, en una primera mirada, las mercancías parecen intercambiarse
“sin orden ni concierto”. En términos del pensamiento dialéctico (la influencia de Hegel
es indudable en esta exposición) estamos en el reino de la diferencia, y parece imposible
encontrar alguna identidad. Aquí se detienen los economistas “a lo Pareto o analista de
Bloomberg”. Sin embargo, el pensamiento que profundiza no puede quedarse en la
epidermis de la cosa. Apenas examinamos la cuestión encontramos que las mercancías
X e Y se intercambian en cierta proporción. Esta proporción, que se repite, nos muestra
el camino de salida de lo contingente (adonde nos dejaba el ejemplo del desierto y la
botella de agua). Como Hegel explica en la Lógica, en la misma razón entre cantidades
se apunta a un subsistente por debajo de la variación cuantitativa. Si, por caso, la
relación cuantitativa entre X e Y es 5 X/Y, los dos cuantos están relacionados por la
proporción 5:1; proporción que se mantiene cuando el intercambio es 10/2 o 20/4,
etcétera. Este simple hecho evidencia que hay un eje ordenador interno; si éste no
existiera, las relaciones cuantitativas serían arbitrarias al variar los valores absolutos de
las cantidades intercambiadas (situación que ocurre en la indeterminación en que nos
deja la tesis “los precios relativos sólo expresan preferencias”).

De manera que si encontramos la permanencia de la razón en que se intercambian las


mercancías, estamos entrando en la esfera de lo determinado. En esa razón emerge una
determinación interna, la medida, que es la unidad de la cantidad y la cualidad (véase

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Ciencia de la Lógica). En otros términos, hay que pasar de los cuantos empíricos (los
precios tal como se registran) a “una forma general de determinaciones cuantitativas, de
manera que ellos se conviertan en momentos de una ley o de una medida” (Doz, 1970, p.
45, comentando el concepto de medida de Hegel). La medida debe entenderse como
proporción; X e Y se intercambian en cierta proporción, y si hay proporción hay ley
interna. Entonces, si hay ley reguladora, lo contingente juega un rol subordinado. Lo
cual explica por qué X e Y a veces se pueden intercambiar en proporción 5,1 o 5,2 o 5 o
4,8, o 4,95... pero no en proporción 1000 : 1. Los órdenes de variación están
determinados por la ley interna. Y éste es el punto de partida para que haya ciencia.

A su vez, para que la relación cuantitativa, o proporción, pueda ser determinada por una
ley, es necesario una unidad común, que tenga existencia propia. De esa manera la
relación cuantitativa es en lo esencial un exponente, entre otros muchas proporciones
cuantitativas, de esa unidad (véase Doz, pp. 59 y ss). Es lo que explico en la siguiente
parte de esta nota.

Textos citados
Doz, A. (1970): Hegel. La théorie de la mesure, París, Presses Universitaires de France.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.

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