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7/1/2017 Las paradojas del progreso: datos para el optimismo | Internacional | EL PAÍS

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Las paradojas del progreso: datos para el optimismo


A pesar de que los políticos populistas se aprovechan del pesimismo de la población, estamos
mejorando en casi todos los parámetros

KIKO LLANERAS | NACHO CARRETERO

30 DIC 2016 - 00:00 CET

Los datos señalan que la humanidad está en la mejor situación de su historia y, sin embargo, la mayoría cree que
el mundo empeora. Los políticos populistas están aprovechando esta percepción ignorando que estamos
mejorando en todos los parámetros. El 81% de los votantes de Donald Trump creen que, hace 50 años, se vivía
mejor, que el mundo era un lugar mejor. Una opinión que podría definirse como reaccionaria: cree que los cambios
están empeorando las cosas.

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MÁS INFORMACIÓN Esta visión está lejos de limitarse a los votantes de Trump. La percepción de que el mundo
Trece razones por las retrocede, de que nos dirigimos hacia una suerte de caos, es amplia. Según un estudio del
que vivimos mejor Instituto Motivaction, el 87% de la población mundial cree que, en los últimos 20 años, la
que nuestros abuelos
pobreza global ha permanecido igual o ha empeorado.
Michael Serres: La
humanidad progresa
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adecuadamente

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La paradoja es que los datos dejan claro que esta es una idea falsa. El mundo no empeora, mejora.

No significa esto —vaya por delante— que el mundo sea un lugar perfecto. Ni siquiera un buen lugar. Padecemos
injusticias, guerras, hambre y violencia. Una minoría de la población posee la mayor parte de la riqueza, mientras
760 millones —el 11% más pobre— sobreviven con menos de 2 dólares al día. La pobreza es cotidiana. Pero de
todos los escenarios globales que hemos conocido (no imaginado o deseado, sino conocido) este es el mejor.

"La gente es más rica, goza de mayor salud, es más libre, dispone de mayor educación, es
más pacífica", explica Steven Pinker

El científico cognitivo y profesor de Harvard Steven Pinker es uno de los autores que han aportado más datos en
defensa de esta tesis. Su libro Los ángeles que llevamos dentro trata de demostrar que vivimos en la época más
pacífica y próspera de la historia. “La gente a lo largo y ancho del mundo es más rica, goza de mayor salud, es más
libre, tiene mayor educación, es más pacífica y goza de mayor igualdad que nunca antes”, señala Pinker a EL PAÍS.
“Todas las estadísticas señalan que mejoramos. En general, la humanidad se encuentra mejor que nunca”.

El escritor e historiador sueco Johan Norberg es otra de las voces destacadas de esta corriente de pensamiento.
Defiende en su libro Progress: Ten Reasons to Look Forward to the Future (Progreso: diez motivos para mirar
hacia adelante) que el capitalismo es el sistema que más ha hecho progresar al ser humano y que vivimos en el
mejor momento de nuestra historia. “El mundo está mejorando rápidamente. De hecho, nunca antes el mundo
mejoró así de rápido. Por cada minuto de esta conversación, cien personas salen de la pobreza”, explica.

Los datos respaldan estas afirmaciones.

Nos muestran, por ejemplo, que los adultos disfrutan en la de vidas más largas y que la mortalidad infantil se ha
dividido entre cuatro. En 1960, según datos de la OMS y el Banco Mundial, de cada cinco niños uno se moría antes
de cumplir cinco años; ahora sobreviven 19 de cada 20.

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La riqueza también se ha multiplicado. Desde 1980 el porcentaje de personas que viven en la pobreza extrema se
ha reducido a una cuarta parte. En el sur de Asia la sufrían el 50% y ahora el 15%. En el este de Asia y el Pacífico, la
pobreza extrema pasó de afectar al 80% (cuatro de cada cinco personas) a apenas el 3,5%.

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La alfabetización va camino de ser universal: en 1980 todavía el 44% de las personas sobre el planeta no sabían
leer y escribir; ahora son sólo el 15%, según datos de la OCDE y la UNESCO. Además se está cerrando la brecha
entre la educación que reciben los hombres y las mujeres de todo el mundo. En España cicatrizó en 2005. Muchos
de estos datos provienen de la web Our World in Data, un proyecto que recopila indicadores para mostrar cómo
están cambiando las condiciones de vida de las personas en todo el mundo.

Desde los años ochenta se han reducido las guerras. La violencia retrocede: en las sociedades agrícolas causaba
alrededor del 15% de todas las muertes, según el pensador israelí Yuval Harari, autor de Sapiens. De animales a
dioses. Durante el siglo XX provocó el 5% y hoy sólo es responsable del 1% de la mortalidad global.

Por qué no vemos este progreso


Si los datos muestran mejora, ¿por qué existe la percepción de que empeoramos? Hay muchas respuestas. Todas
correctas y ninguna completa. La primera es que somos más críticos, mucho menos tolerantes ante los errores e
injusticias del sistema. Nunca antes la humanidad había sido tan exigente consigo misma. Cosas que hoy nos
parecen intolerables eran la norma: en 1980, el 54% de los españoles pensaba que ser homosexual era
injustificable (esa cifra ha bajado hasta el 8%). Esta exigencia nos hace sentir que no mejoramos (o que, al menos,
no mejoramos lo suficiente).

"Nos enteramos de una mala noticia cada minuto. Por eso creemos que son más
frecuentes", dice Norgerg

Johan Norberg añade otra respuesta: “Tenemos mejor acceso a las noticias y a la comunicación que nunca. Y en
los medios, las malas noticias son las que venden. Nos enteramos de alguna mala noticia o algún nuevo incidente

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cada minuto. Los desastres y las tragedias no son algo nuevo, pero los móviles y las cámaras sí lo son. Y esto hace
que nos dé la impresión de que esos horrores son más frecuentes de lo que eran”.

Steven Pinker coincide: “Mientras el número de incidentes o desastres no baje hasta cero, siempre habrá alguno
para publicar. Cada cosa que sucede es tremendamente visible hoy en día”. Así, las crisis económicas y de
migrantes, los horrores del ISIS o el yihadismo (París, Bruselas, Estambul…) han entrado casi a diario en nuestros
hogares a través de muchos y muy diversos canales. Hoy en día seguimos al minuto un golpe de Estado en Turquía
mientras terminamos la cena. La percepción, el poso final que queda por culpa de estas tragedias, es que hemos
alcanzado cotas de horror inéditas. Los datos —que dicen lo contrario— quedan sepultados bajo la oleada de
malas noticias.

A todo esto cabe sumar otro factor: la nostalgia. “Cuando la gente piensa en ‘los buenos tiempos’, se retrotrae a la
época en la que crecieron, una época en la que no tenían que pagar facturas, no tenían hijos ni responsabilidades”,
explica Norberg. Quizás lo que añoramos no es el mundo de nuestra juventud sino nuestra juventud misma.

Hay una última teoría planteada por algunos científicos y que, grosso modo, defiende que no estamos hechos para
ser felices. La evolución nos dotó de una biología que nos impide estar absolutamente satisfechos, porque así nos
mantiene activos, curiosos, despiertos y ambiciosos.

Arma para los políticos


El debate entre percepción y datos no pasaría de eso, de un debate, si no fuera porque la creencia de que el
mundo empeora se usa con fines políticos. Si el mundo empeora, mejorarlo exige cambiar el sistema (aunque el
sistema, o partes del mismo, siempre según los datos, nos hacen ir a mejor). Quien se oponga a cambiarlo todo
será alguien que se opone a frenar el empeoramiento del mundo. Es decir, un egoísta, un inmoral, o un
irresponsable. O todo a la vez. “Los políticos populistas nos quieren asustados y difunden mitos sobre amenazas
inmediatas para nuestra supervivencia y modo de vida. Porque saben que la gente asustada quiere construir
muros y votar a hombres fuertes que prometen mantenernos a salvo”, reflexiona Norberg.

España ha retrocedido debido a la crisis, pero pocos indicadores nos llevan más allá del
año 2000

¿Qué pasa con la crisis? Muchos políticos esgrimen la crisis como evidencia de que vamos a peor. Y, en cierto
modo, tienen razón. En España parece aventurado decir que vivimos mejor que en el año 2005. Este país atraviesa
la
  crisis más grave en décadas
  y ha retrocedido en los últimos
  años debido al bache económico. Pero eso no
implica que, en términos generales y a largo plazo, estamos empeorando. El PIB por habitante está al nivel de
2004. Pocos indicadores nos han devuelto más allá de 2000 y muchos no han dejado de mejorar. Se trata de
alteraciones puntuales —que provocan sufrimiento a miles de individuos, claro—, pero que forman parte de un
proceso que abarca siglos.

Lo explica Pinker: “Hay periodos de subidas y bajadas, que, en general, no llegan a alterar una progresión
sostenida. Por ejemplo, la tasa de crimen en Estados Unidos creció un poco el año pasado con respecto al
anterior, pero en general la tendencia en global es de descenso. Otro ejemplo: la cifra de muertos por guerras
aumentó tras 2011, debido a la guerra de Siria, pero siguió siendo mucho más baja que en los 50, los 60, los 70, los
80 y los 90”.

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Al pensar en la crisis, además, solemos olvidar que el mundo no es sólo Occidente. Mientras Europa y Estados
Unidos padecían la recesión, en otras partes el progreso no sólo no se detuvo sino que se aceleró. Entre 2005 y
2013, en el conjunto del planeta, la pobreza extrema se redujo a la mitad. La esperanza de vida aumentó en 3 años
y se redujo la mortalidad infantil en todos los continentes.

La paradoja de la desigualdad
Por supuesto hay peros, asteriscos que poner al progreso sostenido de la humanidad. Uno es la desigualdad. Las
diferencias han aumentado en muchos países ricos, como Estados Unidos, Alemania o Suecia. En el caso de
España, ese aumento ha hecho que sea uno de los países con rentas más desiguales de la UE.

     

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Pero de nuevo se antoja necesario mirar fuera de nuestras fronteras. Si lo hacemos veremos que la desigualdad
global no crece, sino que se reduce. El motivo es que millones de personas en China, India y otros países han
escapado de la pobreza. “Los pobres se están enriqueciendo más rápido que los ricos”, explica Pinker. Según
cálculos de Tomas Hellebrandt y Paolo Mauro, en un trabajo para el Peterson Institute for International
Economics, la desigualdad de renta se ha reducido de 69 a 65 puntos entre 2003 y 2013. Las diferencias entre
ricos y pobres globales son muy grandes, pero se están estrechando.

Además la relación entre desigualdad y pobreza ha cambiado. “La desigualdad aumenta porque los ricos tienen
más sin que esto —y por primera vez en la historia de la humanidad— suponga que los pobres tengan menos”,
explica el economista Branko Milanovic, autor de Los que tienen y los que no tienen (Alianza Editorial) y Global
inequality: A new approach for the age of globalization. “La riqueza puede crecer sin que afecte a la subsistencia
de
  gran parte de la población”.
  Durante siglos no hubo crecimiento
  y, por tanto, la riqueza de unos era la pobreza
de otros. Esto ya no es así.

“Hay otro punto”, añade Johan Norberg. “La desigualdad se suele medir sólo en dinero, pero hay más ángulos. Bill
Gates es diez millones de veces más rico que tú, ¿pero su vida es diez millones de veces mejor que la tuya? No lo
creo. Sí, tiene un avión privado, pero probablemente use el mismo móvil que tú y el mismo ordenador que tú. Y
seguramente no vivirá 30 años más que tú y no tiene un 99% menos de probabilidades que tú de que sus hijos
mueran antes de los 5 años. En cosas no económicas es posible que haya más igualdad. Por ejemplo en educación
o acceso sanitario”.

Pinker aún va más lejos: “La desigualdad económica no es un un problema fundamental; la pobreza lo es. Si las
personas están más sanas, bien alimentadas, y disfrutan sus vidas, no importa cómo de grande sea la casa de J. K.
Rowling. Y las tasas de pobreza global están cayendo”.

Pero ¿qué es mejorar?


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Pero ¿qué es mejorar?


Pongamos el ejemplo de una tribu del Amazonas que hace 100 años vivía en medio de la jungla sin que nadie ni
nada perturbara su existencia. El año pasado una empresa maderera acabó con su hábitat. El mundo, tal y como lo
conocían, ha acabado de forma traumática para ellos. ¿Cómo aseverar que para esta tribu el mundo ha
progresado? No existe una concepción irrefutable sobre lo que se considera progresar. Es indudable que vivimos
más, hay menos pobreza, más confort y menos violencia. ¿Pero somos más felices?

Algunos pensadores como Yuval Harari plantean este debate. ¿Es más feliz hoy un minero de Siberia que un
cazador-recolector de hace veinte mil años? Resulta imposible saberlo. Un acuerdo para medir si la humanidad ha
progresado es saber si hemos mejorado en los parámetros que exigimos para ser felices. Es decir, si nuestros
gobiernos nos van concediendo lo que les llevamos siglos pidiendo: buena salud, educación, confort, tiempo de
ocio, libertad. Sucesivos estudios han observado que, en general, los países donde tienen estas cosas las
personas se dicen más felices, consideran que han progresado.

Como especie, como civilización, como mundo, hemos avanzado hacia lo que consideramos progreso, hacia lo
que hemos perseguido y entendemos como un mundo mejor. Seguimos lejos de un mundo perfecto o ideal, si es
que existe. Pero los datos nos dicen que, a pesar de percepciones —interesadas o no—, avanzamos por el buen
camino. Aunque cueste creerlo, aunque falte mucho por andar.

     

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