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Enrique Bocardo Crespo

......
(Editor)

EL GIRO CONTEXTUAL
CINCO ENSAYOS DE QUENTIN SKINNER,
Y SEIS COMENTARIOS

,/

RAFAEL DEL ÁGUILA


JOAQUÍN ABELLÁN
PABLO BADILLO O'FARRELL
ENRIQUE BOCARDO CRESPO
SANDRA CHAPARRO t·
JOSÉ M.ª GONZÁLEZ~ARCÍA
KARI PALONEN . ·:·.e ,

. -.'._), '
Diseño de cubierta:
JV Diseño gráfico, S. L.-

_, _.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protekido-_


por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las co-
rrespondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes re-
produjeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo
o en parte,. una obra literaria, artística o científica, o su transformación,
interpretación o ejecución artística fijada-en cualquier tipo de soporte o
comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© RAFAEL DEL ÁGUILA TE.lEruNA, JOAQUÍN ABELLÁN GARCÍA, PABLO BADILLO O'FARRELL,
ENRIQUE BOCARDO CRESPO, SANDRA CHAPARRO, JOSÉ M.ª GONZÁLEZ GARCÍA y
KARr PALONEN, 2007
© EDITORIAL TECNOS (GRUPO ANAYA), S. A., 2007
Juan Ignacio Luca de T~na, 15 - 28027 Madrid
ISBN: 978-84-:309-4550-4
Depósito Leg¡¡I:
). -.M. :--24.856-2007
~ .
' ~

Printed in Spain. Impreso ei:J:España por Femández Ciudad


ÍNDICE

NOTA SOBRE LOS PARTICIPANTES ................................................................... Príg. 9


SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN ................................................................................... 11
AGRADECIMIENTOS....................................................................................................... 15
PREFACIO: ALGUNAS MITOLOGÍAS EN LA HISTORIOGRAFÍA RECIENTE ESPA-
ÑOLA ........................................................... :.............................................................. 17

l. INTRODUCCIÓN ............................................................................................ 43

LA HISTORIA DE: MI HISTORIA: UNA ENTREVISTA CON QUENTIN


SK.INNER ........ ;:..:........................................:.: ...•..................................... ;......... 45

II. CINCO ENSAYOS DE QuENTIN SKINNER .....................................


d;;. '
61

l. SIGNIFICADO Y COMPRENSIÓN EN LA HISTORIA DE LAS IDEAS...... 63


2. MOTIVOS, INTENCIONES E INTERPRETACIÓN :,~.................................... 109
3. INTERPRETACIÓN Y COMPRENSIÓN EN LOS ACTOS DE HABLA ....... 127
4. LA IDEA DE UN LÉXICO CULTURAL.......................................................... 161
5. AMBIGÜEDAD MORAL Y EL ARTE DE LA ELOCUENCIA DEL RENA-
CIMIENTO......................................................................................................... 183

ID. SEIS COMENTARIOS ................................................................................... 213

l. EN TORNO AL OBJETO DE LA <<HISTORIA DE LOS CONCEPTOS» DE


REINHART KOSELLECK, por JoaquínAbellán ............................................. 215
2. EL MAQUIAVELO DE SKINNER: ACCIÓN, LIBERTAD Y REPÚBLICA,
por Rafael del Águila y Sandra Chaparro.......................................................... 249
3. LIBERTAD Y LIBERTADES EN QUENTIN SKINNER, por Pablo Badillo
O'Farrell ............................................................................................................ 275
4. INTENCIÓN, CONVENCIÓN Y CON1EXTO, por Enrique Bocarda Crespo ... 305
5. RETÓRICA Y CAMBIO DE LOS CONCEPTOS EN QUENTIN SKINNER,
por José M ª González García............................................................................. 367
6. EL LENGUAJE RETÓRICO DE LA POLÍTICA PARLAMENTARIA, por Kari
Palonen .............................................................................................................. 387

IY. BIBLIOGRAFÍA GENERAL DE QUENTIN SKINNER .................. 413

[7]
De Ideas y Política
Colección patrocinada por la Obra Cultural de la Caja San Femando

Directores de la colección: Enrique Bocardo Crespo y Pablo Badillo O'Farrell

Consejo Asesor de la Colección:

Joaquín Abellán García (Universidad Autónmna de Madrid)


Rafael del Águila Tejerina (Universidad Autónoma de Madrid)
Noam Chomsky (MIT, Estados Unidos)
Anthony Pagden (UCLA, Estados Unidos)
Antonio E. Pérez Luño (Universidad de Sevilla)
Philip Pettit (Princeton University, Estados Unidos)
J.G.A. Pocock (John Hopkins University, Estados Unidos)
Quentin Skinner (Cambridge University, Reino Unido)
Femando Vallespín Oña (Universidad Autonóma de Madrid)
NOTA SOBRE LOS PARTICIPANTES

JOAQUÍN ABELLÁN. Licenciado en Filosofía y Letras, en Ciencias Políticas y


Sociología, y en Derecho. Doctor en Ciencias Políticas (Universidad Complu-
tense de Madrid). Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complu-
tense de Madrid. Profesor invitado en la Universidad Humboldt de Berlín{l992-
1993, 1999-2000, 2002, 2004). Autor de El pensamiento político de Guillermo
de Humboldt (1981 ), Nación y nacionalismo en Alemania (1997), Poder y polí-
tica en Max Weber (2004). Editor y traductor de varias obras de Max Weber
[Sociología del poder (2007), La política como profesión (2007), Conceptos
sociológicos fundamenta}es (2006), entre otras] y de otros clásicos .del pensa-
miento alemán (Lutero, Kant, I!umboldt, Lassalle, Rotteck, Mohl, Be¡:nstein).
Autor de numerosos trabajos sobre historia de la teoría política; prepara actual-
mente una monografía sobre Max Weber para la editorial Tecnos.

RAFAEL .DEL ÁGUILA. Catedrático de Ciencia política y de la Administración


en la Universidad Autónoma de Madrid y Direc.tor del Centro de Teoría Política
(CTP). Ha sido profesor visitante, entre otras instituciones, en la University of
California (Berkeley), la Universidad Veracruzana (México), el Asia Europe Ins-
titute (University Malaya) y en el Instituto Universitario Europeo (Florencia). Su
especialidad es la Teoría Política y en este campo ha publicado trabajos sobre:
la teoría política renacentista, el liberalismo, la democracia, la legítimidad, la
postmodernidad, la teoría política contemporáJ1ea, los intelectuales, el fanatis-
mo y los ideales, la tolerancia, la responsabilidad, etc. Recientemente ha publi-
cado: La senda del mal. Política y raz6n de Estado, Taurus, Madrid, 20QO;
«Machiavelli and the Tragedy of PoliticalAction>>, QuademiFiorentini, 4, 2003;
Sócrates furioso: el pensador y la ciudad, Anagrama, Barcelona, 2004; La repú-
blica de Maquiavelo, Tecnos, Madrid, 2006 (en coautoría con S. Chaparro),

PABLO BADILLO O'FARRELL. Catedrático de Filosofía Moral y Política en la


Universidad de Sevilla y miembro de varios comités consultivos de revistas
españolas e internacionales, es autor o editor de una decena de libros --espe-
cialmente centrados en la historia de las ideas políticas, y que van desde la patrís-
tica hasta la filosofía anglosajona actual-, y de entre los que cabe destacar La
filosofía político-jurídica de James Harrington (1977), ¿Qué Libertad? (1991 ),
Fundamentos de Filosofía Políticá (1998), Pluralismo, tolerancia, multicultu-
ralismo. Reflexiones para un mundo plura/(2003), De repúblicas y libertades
(2004), Entre Ética y Política (2004). Ha coeditado con el ,Profesor Bocardo
Crespo: Isaiah Berlín. La mirada despierta de la historia (1999), y R. G. Colling-
wood. Historia, Metafísica y Política (2005). Asimismo es autor de numerosos
artículos monográficos.

ENRIQUE BOCARDO CRESPO. Profesor Titular de Filosofía Moral y Política


en la Universidad de Sevilla. Máster en Humanidades por la Universidad de
[9]
10 EL GIRO CONTEXTUAL

Chicago y Visiting Fellow del Wolfson College en la Universidad de Cambrid-


ge. Ha publicado Tres Ensayos sobre Kelsen (1993), y en la colección «Clási-
cos del Pensamiento» de Tecnos ha editado y traducido El sentido común y otros
escritos de Thomas Paine (1990), Un Fragmento sobre el Gobierno de Jeremy
Bentham (2003) y LaLey de la Libertad en una Plataforma de Gerrard Wins-
tanley (2005). Ha coeditado con el Profesor Badillo O'Farrell, Jsaiah Berlin: la
mirada despierta de la historia (1999) y R. G. Collingwood. Historia, Metafí-
sica y Política (2005). Por su parte, es autor de cerca·de una veintena de ensa-
yos sobre historia intelectual de la ética, filosofia moral y conceptos políticos.

SANDRA CHAPARRO. Licenciada en Derecho y en Historia. Actuahiiente rea-'


liza su tesis doctoral en el Departamento de Historia Moderna en la UAM. Es
profesorá de los Talleres de Historia de las Mujeres. Recientemente ha traduci-
do, entre otros, a B. Parekh (Repensando el multiculturalismo, Istmo, 2005)y
a L. Ferry (Aprender a vivir, Taurus, 2007). Ha publicado trabajos sobre teófo:.
gía y teoría política (Revista de Librós, 62, 2002), sobre Q. Skinner (Foro Inter-
no, 5, 2005), sobre los orígenes premodernos d_el concepto de individuo (Revis-
ta de Estudios Políticos, 130, 2005). También ha publicado un libro sobre La
república de Maquiavelo, Tecnos, 2006 (en coautoría con R. del Águila).

JosÉ M.ª GONZÁLEZ GARCÍA. Profesor de Investigación en el Consejo Supe-


rior de Investigaciones Científicas, de cuyo Instituto de Filosofia es director
desde 1998. Ha-sido profesor visitante en numerosas universidades como Hei:.
delberg, Konstanz, la Universidad Centroamericana de El Salvador, o la Uni-
versidad Pontificia Bolivariana, entre otras muchas. Es lije member de Clare
Hall en la Universidad de Cambridge; Es autor de más de un centenar de publi-
caciones. Entre sus libros destacan: La sociología del conocimiento hoy (1979);
La máquina burocrática: Afinidades electivas entre Max Weber y Kajka (1989),
La sociología del conocimiento y de la ciencia (con Emilio Lamo de Espinosa
y Cristóbál Torres, 1994) y La diosa Fortuna, metamoifosis de una metáfora
política (2006).

KARI PALoNEN. Es Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Jyvas-


k:yHi. (Finlandia) desde 1983 y actualmente dirige el Finnish Centre ofExce-
llence in Political Thought and Conceptual Change. Su campo de investigación
se centra principalíhente en la historia de los conceptos políticos, teoría políti-
ca europea y la retórica parlamentaria. Entre sus publicaciones destacan: Eine
Lobrede auf Politiker. Kommentar zu Max Webers «Politik als Beruf» (2002),
Quentin Skinner: History, Politics, Rhetoric (2003), Die Entzauberung der
Begriffe. Das Umschreiben der politischen Begriffe bei Quentin Skinner und
Reinhart Kosellei::k (2004), The struggle with time: a conceptual history of«Poli-
tics» as an activity (2006): Es editor jefe de Redescriptions, Yearbook ofPolj-_
tical Thought and Conceptual History. · ··
SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN

Es la primera vez que se traducen al castellano los.cinco ensa-


yos de Quentin Skinner que aparecen en este volumen. La elec-
ción de esos ensayos fue una decisión personal del Profesor Skin-
ner, que respondió a mi sugerencia original de ofrecer una visión
amplia de su metodolOgía histórica, de la que escaso c.onocimien-
to se tiene en castéllano. La incorporación del último ensayo se
concibió como un ejempfo para ilustrar sus presupuestos básicos
metodológicos. El texto de los cuatro primeros ensayos: «Signifi-
cado y comprensión en la historia: de las.ideas», «MótiVos, inten-
cicmes e interpretación>>, «Intefpretacióny compfensióp. en los
actos de habla» y «La idea de un léxico cultural» corr~spoiide a
los tapítulos 4, 5, 6 y 9 del primer volumen de Visioris ofPolitics
(Regarding Method) que editó la Cambridge University Press en
2002. Por su parte, el últiino titulado <<Ambigüedad moral y el arte
de la elocuencia en el Renacimiento» es el capítuló 1O del segun-
do volun1en de Visions of Politics (Renaissdnce'Virtues) (Cam-
bridge University Press, 2002). · ... . · ~ . -
La entrevista que aparece como introducción fue el résultado
de algunas discusiones que mantuve con ·el Profesor Skinner én
Cambridge en el otoño de 2005, y.qué después decidí presentai":-
le en forma de pregurifas.'Acc~dió 'amablemente a mi pe.ticic)n y
conformamos él formato de la entrevista entre diciémbreye:ó.ero
de 2006.
El propósito de este ·volumeri ha sido en primer lugar ofrecer
un conjunto de materiales básicos de la metodologí~ bistórica'con-
tempórán~a y en segundo revisar al misll1o tiempo algunos de sus
presupuestos. teórico~. El volumen de invesiigaciqnes que ha pro-
ducido la escuela de Cambridge desde principios de la.década de
los años. ochenta déLsiglo pasado ha sido ver4adenimerite impre-
sionante. Algunos trabajos relevantes están yá disponibles en cas-
tellano, pero lamentablemente no contábamos con riillguna tra-
ducción de las aportaciones más significativas dél Profesor Skipner
a la metodología histórica contemporánea. Si sus trabajos pudie-
ran dar lugar a una profunda revisión de los enfoques que hafü::-
tualmente se han utilizado para hacer historia intelectual en nues-
[11]
12 EL GIRO CONTEXTUAL

tro país, es posible que la tarea siempre ingrata de traducir no sea


un empeño vano. En cuanto al segundo objetivo, todos los autores
que han participado en la elaboración de este volumen plantean
problemas sugerentes para que el lector sea también consciente de
algunas de las limitaciones que presentan las propuestas históri-
cas del Profesor Skinner.
Joaquín Abellán en «En torno al objeto .de la "historia de los
conceptos" de Reinhart Kosellecl0> desarrolla una exhaustiva inves-
tigación de la noción de concepto de Koselleck con el objeto de mos-
trar algunas diferencias particularmente significativas con respecto
a la metodología de Skinner, como son la posibilidad de desarrollar
una metodología alternativa que explique la noción de progreso con-
ceptual. Sus conclusiones son pertinentes para revisar la estrecha
noción de hi;storia que parece reivindicar Skinner entendida cómo
<<una variedad de enunciados hechos por una gran variedad de agen-
tes con una gran variedad de diferentes intenciones», sin que en prin.:.
cipio parezca que sea legítimo exigir una concepción del lenguaje
que no sea estrictamente «preformativa». .
Rafael del Águila y Sandra Chaparro son los autores de «El
Maquiavelo de Skinnet: acción, libertad y república» en donde ·
argumentan que Maquiavelo nunca buscó refugio en una concep-
ción monista del bien que sirviera de justificación al uso del mal,
sobre la base de que hay no razones para pensar que creyera en la
existencia de un fin moral absoluto, sino que más bien se limitó a
hablar de las exigencias y costes que tendríamos que afrontar para
mantener nuestra autonomía y libertad.
Pablo Badillo O'Farrell ha escrito «Libertad y libertades en
Quentin Skinnern, un ensayo en el que acentúa la importancia
del argumento de Skinner para demostrar que no pasa de ser una
mera ilusión ófrecet una definición ahistórica de libertad. Tomi;i.
conciencia de la contraposición entre la noción de bien y de dere-
chos y desarrolla la 'concepción de 'Skinner para explicar la pro-
tección que debe de contar un individuo para hacer lo qúe desea
en libertad.
José M.ª González García en «Retórica y cambio de los con-
ceptos en Quentin Skinnern ha intentado relacionar a Quentin Skin-
ner con algunos pensadores de la amplia·tradición alemana que se
sitúan en un marco teórico similar y donde se pone de relieve que
Skinner escribe después del llamado «giro lingüístico» eh filoso-
fía y en ciencias sociales, lo que le lleva más lejos, hacia un nuevo
SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN 13

giro en el que la atención a la retórica, a los <rjuegos del lenguaje»


y a las maneras de «hacer cosas con palabras» pasa a primer plano.
Kari Palonen, por su parte, en «El lenguaje retórico de la polí-
tica parlamentaria» ofrece un sugerente resumen de las aportacio-
nes más sobresalientes de Skinner para entender su vinculación
con el estudio de la retórica en el Renacimiento inglés. Sus obser-
vaciones en la segunda parte del trabajo sobre la retórica parla-
mentaria podrían servir de estímulo para iniciar nuevas investiga-
ciones en esa área.
Finalmente, Enrique Bocardo ha producido, sin duda abusan-
do de los privilegios que tiene como editor, el trabajo más largo,
y esperemos que no por eso sea más tedioso de leer: «Intención,
contexto y convención», donde plantea dos dificultades. Una trata
sobre la imposibilidad de recuperar las intenciones de un autor,
si los actos de habla se entienden como actos convencionales, es
decir como actos que los autores hacen siguiendo una cierta con-
vención lingüística. La sugerencia principal es que la noción de
convención no es relevante para comprender el sentido de un
texto. La otra señala las dificultades que presenta la concepción
de Skinner para explicar la capacidad del lenguaje para generar
acciones o producir ciertas actitudes proposicionales en la audien-
cia, dos actividades que no se pueden describir significativamente
como siguiendo las directrices de una determinada convención
lingüística.
AGRADECIMIENTOS

He contraído una gran deuda con el Profesor Quentin Skinner.


Gracias a él fui admitido como Visiting Professor en la Facultad
de Historia de la Universidad de Cambridge en el otoño de 2005,
donde hizo todo cuanto estuvo en su mano para facilitarme el es-
tudio y la discusión de sus escritos. También le estoy agradecido
al personal administrativo de la Facultad de Historia de Cambridge.
Asimismo la Dra. Elizabeth Haresnape demostró una eficacia valio-
sa para resolver todos los trámites administrativos, lo que ayudó
en gran parte a facilitar el desarrollo de mi trabajo. Debo de citar
también al Profesor Eugenio F. Biagini por la amabilidad y las
atenciones que tuvo conmigo mientras estuve en Cambridge. El
Profesor Badillo O'Farrell sufrió las consecuencias de mi ausen-
cia y se hizo cargo amablemente de mis clases. Debo de agrade-
cer a D. Luis Navarrete, Presidente de la Caja San Femando, el
apoyo que desde el principio le dio a este proyecto editorial, sin
cuya ayuda y financiación el libro probablemente no se hubiera
llegado a publicar.
Nada de lo que he hecho editando este volumen lo hubiera podi-
do hacer sin la colaboradón de mi mujer, Inmaculada Reina Coba-
no. Durante dos meses se hizo cargo de nuestros hijos para que
pudiera investigar en Cambridge, aunque logre vivir mil años jamás
podré devolverle el amor que pone en todo lo que hace.

[15]
PREFACIO

ALGUNAS MITOLOGÍAS
EN LA HISTORIOGRAFÍA RECIENTE ESPAÑOLA
ENRJQUE BOCARDO CRESPO

I shall thinl< it my gain, as. do es the experienced master,


when by laying himselfopen now andthen to the pushes ofhis Pupil,
he teaches him to discover the secret of his strength.

JEREMY BENTHAM

Se podría decir con cierto viso de verosimilitud que la contri-


budón más significativa de Quentin Skinner a la historia concep-
tual contemporánea ha sido ofrecer una nueva concepción que nos
permita entender el significado genuino de los textos políticos y
filosóficos. Aquí la palabra genuino significa que no llegaremos
a ·comprender lo que un autor quiso decir hasta ·que estemos en
condiciones de identificar las i:ritenciones originales con ias que
escribió el texto. Lo que sugiere que, enprindpio, la propuesta
hermenéutica de Skinner se basa sustantivamente en la posibili-
dad de recuperar la~ intenciones originales del autor. No
estoy muy
seguro que Skinner esté diciendo que sólo sabemos lo que un texto
significa hasta que descubramos las intenciones originales· de su
autor, más bieri que es esencial para entender el significado que
sepamos qué fue lo que originariamente quiso decir su.autor cuan-
do lo escribió. La primera posición dejaría fuera de la compren-
sión de un texto lo que PáUl Ric;oeur ha llamado el szgrzificado exce-
dente, como parte del significado que un texto va adquiriendo a
medida que es inter¡}retado por las generaciones posteriores.
Entender un téxto significa ser. capaz de verlo. esencialmente
como un acto de comunicación que el autor establece dentro del
contexto original.en donde se emitió .. El planteamiento tiene dos
implicaciones para la historia de las ideas. La primera es que el
[17]
18 EL GIRO CONTEXTUAL

significado de un texto viene condicionado por los actos de habla


que el autor tiene a disposición para expresar su pensamiento, como
los actos de habla son actos convencionales, la intención de un
autor sólo se puede recuperar si es posible identificarlas conven-
ciones lingüísticas que tiene a su disposición para expresar aque-
llo que se propone decir o quiere decir. Estrictamente hablando,
las intenciones --entendidas como entidades subjetivas- no son
recuperables. Lo que nos permite hablar de recuperar las inten-
ciones es el conjunto de actos de habla que viene determinado por
las convenciones del lenguaje de su época. La tesis que se encuen-
tra detrás de la recuperación de las intenciones de un autor es que
se asume, sobre la familiaridad del lenguaje que usa, que cada vez
que el autor tenga la intención de expresar algo se guiará por la
convención lingüística de utilizar la expresión adecuada para hacer-
lo, de suerte que sobre este hecho su audiencia reconozca el sig-
nificado de lo que quiera decir. La idea es que existe una conven-
ción que regula el uso de la emisión de las intenciones de manera
que si el autor quiere que se entienda lo que dice como, por ejem-
un
plo, un ataque a doctrina particular, o la propuesta de una nueva
solución a un problema, utilizana aquellas expresiones lingüísti,..
cas que regula la convención para que su audiencia reconozca su
intención original. La base la proporciona un conjunto estable de
usos más o menós normativos del tipo. «éste es el tipo de cosas
que alguien diría dentro del uso_ de est~ lenguaje si quisiera que
lo que dice sea entendido como una broma, un nuevo plan-
teamiento o como una crítica a los planteamientos de cierto autor
relevante».
Y la segunda es que no existen problemas perennes en la histo-
ria de las ideas. Una tesis que ya adelantó Collingwood basada, sin
embargo, en otra clase de argunientos. Si el significado de un texto
viene determinado primariamente por· su contexto de emisión,
entonces el significado de;las palahra,s vendrá. determinado por el
acto de comúnicación que se estableée y dependerá, por lo tanto,
del conjunto de convenciones que gobiernan en esa época el uso
de las :fras~s. Como los contextos de emisiót1 no son siempre los
mismos y las conveneio:q.es lingiíísticas varían con el tiempo, no
es posible suponer que el significado de una fiase sea el mismo a
lo largo del tiempo. No puede haber, por consiguiente, problemas
perennes, porque el significado de esos problemas varía según vaya
variando los diferentes contextos de emisión. Como corolario de
ENRJQUE BOCARDO CRESPO 19

esta implicación tenemos una curiosa conclusión: estrictamente


hablando; no podemos hacer una historia que se base en la persis-
tencia de ciertas ideas, en realidad, como lo enuncia Skinner,
no hay una idea deterrpinada a la que hacen su contribución los diversos
escritores, sino sólo una variedad de enunciados hechos por una gran
variedad de agentes con una gran variedad de diferentes intenciones, lo
que descubrimos es que no existe una historia de la idea que se tenga que
escribir. Sólo existe la historia de sus diferentes usos y de la variedad de
intenciones con las que se utilice 1• ·

Esta tesis parece que entrara en conflictO con la idea que con
más frecuencia se asume de pensar que las palabras que leemos en
el texto que queremos entender deben de significar lo mismo que
pensamos que significan para nosotros. Que el sentido de .las pala-
bras que utilizaron los escritores pasados sigue siendo el mismo
que tienen las nuestras, y que en el fondo están tratando y discu-
tiendo los mismos problemas que nos preocupan a nosotros.
Maquiavelo expresa esta peculiar tendencia mental en una carta
que le escribió a su amigo Vettori: ·
Llegada la noche regreso a casa y entro en mi estudio; y en el umbral
me despojo de aquella ropa cotidiana, llena de barro y lodo, y visto pren-
das reales y curiales; y decentemente vestido, entro en las antiguas c"or-
tes de los hombre antiguos, donde récibido amorosamente por ellos, me
alimento de esa comida que es sólo mia, ya que nací para ella; allí no me
avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles la razón de sus acciones;
y ellos, por su humanidad me responden; y durante cuatro horas de tiem-
po no siento tedio alguno, olvido todo afán, no temo la pobreza, no me
asustá la muerte: me transfiero del todo en ellos2•

Esta idea de familiaridad semántica atemporal se encuentra ási-


mismo presente en los escritores políticos neo-romanos con res-
pecto a las ideas de esclavitud y libertad que utilizaron Tito Livio,
Salustio o Tácito. También puede verse en la relación que la mayor
parte de los autores de los panfletos radicales de la Revolucjón
Inglesa mantenían con los .textos de las Sagradas Escrituras, el libr()

1
Quentin Skinner, «Significado y comprensión en la historia de las ideas», pp. 98-
99. La referencia de las páginas corresponde a la traducción castellana que aparece en
este volumen. · · ·
2
Citado por Maurizio Viroli en La sonrisa de Maquiavelo, p. 183, traducción de
Atilio Pentimalli, Tusquets Editores, Madrid, 2000.
20 EL GIRO CONTEXTUAL

de: Daniel, Samuel y en particular con el Apocalipsis. No existe


separación entre el significado de sus palabras y el significado de
los textos antiguos que utilizan, como en el caso de Maquiavelo,
ven en los textos del pasado «esa comida que es sólo mía». Pero
la expresión «esa comida que es sólo mía» puede tener unas con-
notaciones históricas decisivas; se puede entender como si estu-
viera expresandó la creencia, común por lo demás en la mayoría
de los escritores políticos del pasado, de que los autores anterio-
res escribieron para nosotros, la expresión del predicamento ego-
céntrico con el que interpretamos la historia intelectual de las ideas
que hemos recibido del pasado.
La actitud en su forma más cruda consiste en asumir, como un
asunto que no admite discusión, que todos los autores cuyas obras
nos proponemos entender han escrito para nosotros, y que, por
consiguiente, es nuestra responsabilidad construir esquemas his-
tóricos que justifiquen esta actitud. Estos esquemas están pensa-
dos para mostrar principalmente el desarrollo de las doctrinas filo-
sóficas, porque ahora la tarea del historiador se entiende como la
elaboración de las doctrinas desde una perspectiva que no toma en
consideración la distancia histórica que nos separa de las ideas que
queremos comprender. Una doctrina es una elaboración nuestra
que refleja nuestro punto de vista egocéntrico, que probablemen-
te no tenga nada que ver con las intenciones originales con las que
actuó su autor en su época. · ·
En el momento en que asumimos que las historia del pasado ha
sido elaborada para resolver nuestros problemas, y· que podemos
acceder a ella con el mismo conjunto de presupuestos ideológicos
con los que operamos en nuestro tiempo, estamos dando el primer
paso para crear una nueva mitología basada en un predicamento
egocéntrico: lós intereses y los fines de los que hablan los autores
del pasado, así como sus respuestas y sus preguntas son esencial-
mente los mismos que los nuestros.
Cuando Skinner plantea la cuestión de recuperar las intencio-
nes originales de un autor está proponiendo una metodología his-
tórica que evite algunas de las distorsiones interpretativas que sur-
gen precisamente de un conjunto de mitologías específicas de la
historiografía contemporánea. Una mitología es el conjunto de pre-
supuestos interpretativos egocéntricos que proyectamos sobre un
texto y que invariablemente conducen a distorsionar el sentido del
texto que queremos comprender. Lo que queremos que un texto
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 21

diga cuando, por proseguir con la expresión de Maquiavelo, con-


vertimos el texto en «esa comida que es sólo nuestra». Skinner dis-
tingue al menos dos tipos de mitología. La primera es Ja mitolo.:.
gía de las doctrinas, en esencia, el historiador parte· inicialmente
de un conjunto de doctrinas específicas sobre un tema, y analiza
e~ sentido de la obra de un autor como la contribución que ese .autor
ha hecho a la doctrina que previamente ha elaborado. Desde esta
presunción inicial elhistoriador.ha de elaborar una teoría que expli-
que el sentido de un texto en base a la contribución particular que
hace el autor a la doctrina, y en segundo que le permita identifi-
car ciertos errores de apreciación por parte del autor en la com-
prensión de los elementos esenciales que forman parte de la doc-
trina que está exponiendo3 •
El segundo tipo de mitología es lo que Skinner llama· la bús-
queda de la coherencia en los escritos de un al1tor4. No sólo se trata
de presentar la doctrina, también hay que hacerlo de tal manera
que la contribución de un autor a una cierta,doctrina se convierta
a su vez en una doctrina coherente; lo que implica en primer lugar
descartar cualquier enunciado que haga el autor sobre sus inten-
ciones como un asunto irrelevante para entender el sentido .de la
doctrina; y en segundo,· que debe de ser posible explicar las supues-
tas incoherencias en las que incurre un autor, aun cuando nunca
hubiera sido consciente de ellas.
El resultado son dos notorias distorsiones del sentido de un
texto: una la necesidad de presentar los escritos de un autor libres
de cualquier contradicción, de lo contrario su contribución no sería
significativa. Es posible que ese autor nunca hubiera sido cons-
ciente de que tenía que salvar las dificultades lógicas que le impo-
ne la interpretación del historiador, pero forma parte de la mito-
logía suponer que lo hubiera querido. Y la otra la de presentar lo
que dice como si lo que el autor hubiera querido es que su obra se
entendiera como su particular contribución a una doctrina especí-
fica, lo que le autoriza al historiador a pensar que pu autor no hubie-
ra sido consciente de apreciar algunos de los presupuestos básicos
de la doctrina que presumiblemente esté. elaborando.
El problema que tiene este enfoque es que fuerza al autor a decir
cosas que nunca· se le hubiera ocurrido decir y que el historiador

3
Skinner, «Significado y comprensión en la hisforia delas ideas», p. 71.
4
Ibíd., p. 76.
22 EL GIRO CONTEXTUAL

tiene que asumir que pudo haber dicho o incluso debió de haberlo
dicho, para que sus textos encajen dentro del esquema que impone
la noción de doctrina. Naturalmente nos encontramos con dos con-
juntos incompatibles de intenciones, una las intenciones con las que
escribió originariamente el autor, y el otro las intenciones históri-
cas que maneja el historiador para formú.lar el sentido. de los tex-
tos dentro de los presupuestos previos de la doctrina. Estas inten-
ciones históricas no forman parte del contexto histórico en donde
aparece la obra ni tiene nada que ver con las circunstancias y suce,..
sos que vivió el autor, forman parte de la elaboración teórica que
hace el historiador para entender el significado de una doctrina, lo
que implica descartar como irrelevantes todas aquellas circunstan.;.
cías que contribuyen a pensar que un téxto se dio en una determi-
nada época, dentro de un, contexto .diferente, con unas presuposi-
ciones ideológicas diferentes, tratando unos problemas diferentes,
y con una visión también ·diferente. Pero todas estas diferencias _son
irrelevantes para la mitología de las doctrinas. Si pensamos que
entender el significado de un texto es analizar la contribución espe-
cífica que su autor ha hecho a una cierta doctrina,lo natural es que
no nos preocupemos de averiguar las relaciones que tenía con los
problemas de su época, si discutía o no algunas creencias estable-
cidas o si se mantiene en una cierta tradición de pensamiento, o pro-
pone, por el contrario, otra visión, silo que dice está relacionado con
otras concepciones cú.lturales de su tiempo ya sean estéticas, cien-
tíficas, filosóficas o religiosas, o en qué medida los sucesos histó-
ricos contribuyeron a presentar esos problemas, o qué nos propon-
gamos averiguar si los problemas quela gente de una determinada
época percibían como acuciantes o perentorios siguen siendo real-
mente los mismos que nos preocupan a nosotros.

II

Afortunadamente, la historiografia española más reciente pre-


senta una gran variedad de mitologías, unas entran en la tipología
original de Skinner; otras, ~esafiando cualquier intento de clasifica-
ción, constituyen ejemplos dignos de una audacia intelectual sin
precedente en la historiografia intelectual contemporánea. Cu_ap.-
do se habla de entenderlas motivaciones que le llevaron a Hobbes
a escribir se nos advierte que la cuestión central estriba en saber
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 23

elegir entre dos tipos de orientaciones: una es la orientación sin-


táctica representada por Tonnies o Watkins, Oakeshott, Robertson
o Gauthier centradas en la noción de coherencia. La otra es una
orientación más analítica en lá que se trata de averiguar los móvi-
les, las finalidades y la función histórica5 que incluyen los traba-
jos de Horkheimer y Habermas. Después se afirma que <<para com-
prender algunas de las más importantes construcciones teóricas de
Hobbes hay que analizar el peso específico que tiene el miedo»,
porque «ese miedo estimula su producciónteórica»6; La asunción
básica estriba en encontrar el motivo fundamental que le lleva a
un autor a escribir su obra, aun cuando el autor mismo no sea del
todo consciente. Sin embargo, para no caer én un reduccioiiismo
excesivamente simplista se nos insiste en. que:
el miedo en Hobbes no se explica sólo psicológicamente. Una explica-
ción psicologista reduciría el problema_ en exceso y haría olvidar los com-
ponentes exteriores, institucionales, políticos y religiosos que producen
ese ethos del miedo ante la realidad, que condiciona la representación
que de ella se formule 7• ·

A pesar de ello la presencia del miedo es general en la «cosmo-


visión de Hobbes», un aspecto que se apoya en una Cita de Mary
Douglas para acentuar que puesto que toda sociedad posee una
estructura de miedo», también deberá de haberla tenido la socie-
dad en la que vivió Hobbes, y por consiguiente para entender el
sentido de la obra de Hobbes ha de ser esencialdescubrfr la estruc-
tura del miedo de su sociedad. A pesar de la advertencia inicial de
evitar la reducción que implica las explicaciones psicológicas nos
seguimos moviendo en el terreno psicológico de la motivación. De
esta manera, el paso de la sociedad natural a la sociedad política se
explica en gran parte a dos citas de Freund y Habermas como la
necesidad de someterse a la obediencia para superar el miedo. Así,
se entiende que «el contrato social>~, en una cita cie Roux, sea «el
producto del miedo y de la esperanzá,un comproilliso entre nues-
tra agresividad ilimitada y nuestra angustia infiiiita»8• Posiblemen-

5 Victoria Camps (ed.), Historia de la Ética, 3 vals., Crítica, Barcelona, 1992,

vol. 2, p. 75.
6 Ibíd., p. 77.
7
Ibíd.
8
Ibíd., p. 78.
24 EL GIRO CONTEXTUAL

te nos encontremos ante una nueva mitología, la de los motivos


esenciales. Si un motivo es un motivo psicológico inconsciente,
entonces el sentido de los escritos debe de responder siempre a esa
motivación fundamental. Es comprensible que desde esta perspec-
tiva no se entienda que el miedo tal vez pueda estar relacionado con
las convulsiones sociales que se produjeron en Inglaterra entre 1642
y 1649, o con la necesidad de ~xplicar la legitimidad de un nuevo
régimen político o incluso con la controversia del juramento polí-
tico. Establecida la motivapión, sólo nos queda comprender su ethos.
Es cierto que para conjurar el peligro de ver a Hobbes como si
fuera un filósofo existencialista avant la lettre, se nos dice.que el
miedo de Hobbes tellía como fundamento el escalofrío existencial
que se debe de experimentar cuando se pierde «el suelo metafísi-
co que había sostenido siglos de cultura occidental>>, que en el caso
de Hobbes, «se veía agravado por la sensación de soledad en el
universo humano», porque es natural pensar que «estas sensacio-
nes de vacío, soledad y de falta de fundamentos metafísicos pro-
ducen miedo»9•
La mitología qel motivo fundamental ofrece además un juego
adicional importante para hacer algunas relaciones históricas con
otros autores. Resulta que el miedo de Hobbes «se trata del cona-
tus del endeavour tan querido· de Espinoza», o del temor de los
dioses delque hablaba Lücrecio y naturalmente del temor que
infunden las instituciones religiosas, porque como se nos asegura
citando a Sombart «el Dios de Calvino y de John Knox era un Dios
terrible, un Dios que infundía pavor, un tirano sanguinarim> 10• Un
hecho que nos ayuda a corrobor~ por qué en la sociedad en la que
vivió Hobbes reinaba tanto miedo. ¿Cómo se podría entender de
otra manera las obras de Hobbes más que como la manifestaci6n
de la conciencia del miedo que era un factor psicológico tan deter-
minante en la sociedad en la que vivió?
También encontramos ciertos trazos de la mitología de las doc-
trinas. Hobbes no sólo guarda semejanzas con Lucrecio, Espinó-
sa y los filósofos existencialistas del siglo XX, también anticipa
algunas tesis de Hegel, si se examina detenidamente el papel que
hace en su filosofía política el estado de naturaleza. Primero la
referencia a Hegel:

9 lbíd., p. 80.
JO lbíd., p. 81.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 25

Hegel rechaza el mito del estado de naturaleza por carecer del menor
fundamento histórico y ofrece a cambio un ser en sí; un hombre gober-
nado por el deseo, presa de sensaciones primarias y de su satisfacción
que, a través del proceso de desarrollo que se describe en la fenomeno-
logía del espíritu llega a ser un ser para sí capaz de crear el Estado 11 •

Después la conclusión, por consiguiente: «No hay tanta dife.,.


rencia entre Hobbes y Hegel». Y para justificarla una cita a Roux:
<<Louis Roux cree incluso que Hobbes anticipa la dialéctica hege-
liana del amo y del esclavo» 12•
Nos encontramos con tina explicación hegeliana para enténder
el papel que desempeña el estado de naturaleza en el pensamien-
to político de Hobbes. Según esto, lo que Hobbes quería decir, sólo
que no pudo haberlo dicho· como debería de haberlo dicho, es que
el hombre en el estado de naturaleza es un ser en sí, porque está
gobernado por el deseo y es presa de las sensaciones primarias y
de su propia satisfacción, y cuando pasa al estado de· la sociedad
civil se convierte en un ·ser para sí, que es lo que le capacita pre.:.
sumiblemente para crear el Estado. Que Hobbes no hubiera leído
a Hegel o no fuera consciente del desarrollo de la fenomenología
es sólo un accidente secundario. Lo esencial, al parecer, consiste
en darse cuenta de que entender el sentido de un: texto es lo mismo
que percatarse de las relaciones que guarda con el desarrollo del
pensamiento político posterior, por consiguiente, elhistoriadores
libre para elegir la categoría que más le convenga pata explicar el
sentido del texto, aun cuando no fuera una catégoria disponible
dentro del vocabulario del autor que se quiere estudiar.
La referencia al miedo también es responsable de ofrecer una
explicación alternativa a la que describe él propio Hobbes en el
capítulo XVII del Leviathan de la creación de estado artificial.
Aunque Hobbes no lo cita, debe ser esencial tener en cuenta el pro-
ceso de formación metafísica, no natural, de Aristóteles, para enten-
der la originalidad de la posición de Hobbes:

En este proceso aristotélico de incorporación se van dejando atrás los


accidentes, y son las esencias las que progresan hacia niveles superiores
de integración. Pero este proceso supone unas realidades metafísicas que

11
Ibíd., p. 88.
12
Ibíd.
26 EL GIRO CONTEXTUAL

el empirismo de Hobbes no admite. En consecuencia, para Hobbes, el


Leviatán se constituye de una forma artificial, impuesto desde arriba y
efectuado mediante el terror. Tiene que ser así, en virtud de un nomina-
lismo sobre el que será necesario volver enseguida13 •

La explicación es bien simple. Primero es necesario contar con


una referencia que Hobbes no hace, pero que es conveniente hacer
sobre dos postulados previos. Uno, la teoría del motivo fundamen-
tal: el miedo; y el otro, el empirismo y el nominalismo de Hobbes.
Sobre esta base se afirma que aunque Hobbes no mencione el terror
en ninguna parte de los capítulos XVI y XVII del Leviathan, tenía
que haberlo hecho en virtud de su profesión al empirismo y al
nominalismo, dos corrientes filosóficas con las que Hobbes estu-
vo comprometido toda su vida y que debieron de guiar-sin saber-
lo, una vez más- su pensamiento. Cuando se explica el sentido
de u:n texto político sobre la base de los motivos fundamentales o
sobre la profesión de ciertas corrientes filosóficas no es necesario
prestar atención a lo que el propio autor dice en su texto. Una vez
más, la referencia que hace Hobbes a la noción de persona y a su
etimología, la noción de autor y autorización, los textos que cita
de Cicerón, el problema de saber si una comuni_dad puede o no ser
representada si se la entiende como «universitas», tampoco son
relevantes para entender el sentido de lo que dice, en gran parte
porque ese sentido ya viene definido por los motivos esenciales y
las corrientes filosóficas que dominan el pensamiento del autor.
Presumiblemente este hecho sería el responsable de que el histo-
riador de las ideas políticas se tome la libertad de hacer enuncia-
dos normativos que incluso contradicen la expresión verbal del
autor que pretende estudiar; y también que se pueda señalar cier-
tas insuficiencia,s en su pensamiento.
El pensamiento político de Hobbes tiene tres grandes insufi-
ciencias. La primera está relacionada con «limitar el momento
democrático a la constitución del Leviatán>> 14, la segunda con
«dejarnos privados de toda instancia utópica positiva» 15 y la ter-
cera es que «Hobbes se habría hecho responsable de suministrar
argumentos a los sistemas totalitarios» 16 , La primera sería verda-

13 lbíd., p. 90.
14
lbíd., p. 103.
15 lbíd.
16
lbíd., p. 102.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 27

deramente una insuficiencia, si Hobbes hubiese querido hablar de


democracia, pero no lo hace. La cuestión no es la de saber si el
Leviatán recibe su «autoridad original» de arriba o de abajo, sino
más bien la de saber qué condiciones son las que se estipulan en
el acto de autorización, dos cuestiones que no tienen nada que ver
con la noción de democracia formal, que por otra parte es com-
pletamente ajena al pensamiento político de Hobbes. -Por otra parte,
la solución que sé presenta a esta insuficiencia no dejaría de ser
ingeniosa: <<un «Leviatán a plazos» que salvase la:s formalidades
democráticas pero que ignorase la verdadera nátuíaleza de _un
gobierno respetuoso con las libertades de las mayorías y de las
minorías» 17 , si no fuera por el hecho de que Hobbes nunca pénsó
en la noción de un gobierno respetuoso con las libertades de las.
mayorías y de las minorías, de hecho, la noción de máyoría es un
concepto ajeno al pensamiento de Hobbes, lo qué hace inviable
que pudiera pensar en las·formalidades democráticas, o en la rioción
de un gobierno democrático respetuoso con las libertades de las
mayorías o de las minorías.
Por lo que respecta a la segunda insuficiencia:, se admite-que
«es dificil hacer sugerencias ya que la distancia que nos separa de
Hobbes es grande, y las utopías es bueno que se fa1Jriquen para
cada momento» 18 • Pero el totalitarismo es otra cuestión: «más radi-
cal, y hacia ello deberían dirigirse las criticas», porque el gran error
de Hobbes consiste, aunque no lo cometa de manera explícita, en
haber identificado la noción de Estado con la de sociedad19, la con-
clusión es que «es inútil tratar de ser indulgente con Hobbes en
esta cuestión del totalitarismo. Hobbes la proclamó y la apoyó con
argumentos pretendidamente científicos»2º. La explicación se
encuentra en el motivo fundamental que se esconde detrás de su
obra: «El miedo a la guerra civil y el caos le obligaron a ello, y ahí
reside la insuficiencia de su pensamiento polític0»21 • La noción de
totalitarismo es enteramente extraña al pensamiento de Hobbes,
no tiene sentido pensar que conscientemente la hub~era apoyado
con argumentos pretendidamente científicos, si se comprende que

17 Ibíd., p. 103.
18 Ibíd.
19
Ibíd.
20
Ibíd., p. 104.
21
Ibíd., p. 143.
28 EL GIRO CONTEXTUAL

los totalitarismos aparecen en el siglo xx y que no guardan rela-


ción alguna ni -por su justificación ideológica ni en sus contex-
tos sociales-· con los argumentos pretendidamente científicos de
Hobbes. Seria como decir que Darwin apoyó el genocidio nazi por-
que sus teorías sobre la evolución natural fueron utilizadas por los
seguidores de la Liga Monista para defender la pureza de la raza
aria y justificar el genocidio.
Por su parte, para entender la filosofía política de John Locke
es necesario plantear dos cuestiones preliminares. La primera:
«¿[e]s Locke un filósofo de la política o, más bien, un político
ansia.so de dar una salida racional y justa a las sucesivas crisis de
la historia de Inglaterra?». Y la segunda: «¿[e]n los Treatises está
justificando la revolución whig o, más allá de la circunstancia his-
tórica, quiere hallar el fundamento filosófico de la obligación polí-
tica en general?»22 • La respuesta es que Locke está haciendo
«ambas cosas»23 • Tenemos, pues, a Locke hecho todo un filósofo
de la polí~ca y un político. ansioso de dar una salida racional y justa
de las crisis de Inglaterra, y además está justificando la revolución
whig más allá de }a circunstancia histórica, porque Locke:
es un lúcido ejemplo de lo que todo filósofo de la práctic~ debería hacer:
elevar la anécdota a la categoría, emprender la reflexión a partir de la rea-
lidad vivida, de las dificultades y problemas de la vida política del momen-
to, para acabar con una propuesta que transciende el prppio contexto his-
tórico24.

Primero nos hacemos una idea de lo que todo filósofo de la


práctica debe de hacer, «elevar la anécdota a la categoría [ ... ] para
acabar con una propuesta que trasciende el propio contexto histó-
rico». Una vez que tenemos la idea la aplicamos para entender el
sentido de sus escritos, de manera que entender lo que un filóso-
fo de la práctica. hace es lo mismo que verificar si satisface o no
las condiciones que hemos estipulado en nuestra idea; y después
identificamos las contribucio,nes qu~ ha hecho a los problemas con
independencia del contexto histórico en el que vivió, que, al pare-
cer, no debe ser más que un mero accidente para que el filósofo
de la práctica pueda elevar la práctica a la noción de categoría.

22
lbíd.
23
lbíd.
24
lbíd.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 29

La historia se mueve una vez más con categorías, que se con-


sideran como las verdaderas contribuciones que debemos de reco-
nocer en los filósofos políticos. Esta asunción nos impone la
necesidad de entender sus contribuciones con una intención que
no está corroborada en sus escritos, a saber: la de, pensar que el
propio Locke tenía la intención original de trascender su propio
contexto y ofrecer una solución, no tanto al problema de obliga-
ción política tal y como se presenta en esa época en Inglaterra, sino
más bien al «fundamento filosófico de la obligación política en
general», una propuesta que se reconoce que transciende el pro-
pio contexto histórico, aun cuando Locke ni siquiera se le hubie-
ra ocurrido plantearlo de esa manera.
Como resultado de la aplicación de la idea, nos encontramos por
una parte que el <<Primer Tratado» es, decididamente, un manifiesto
ideológico contra el absolutismo de los tories, desarrollado en la
obra del contemporáneo de Locke, sir Robert Filmer, titulada
Patriarcha 25 • Una conclusión decididamente sorprendente, porque
Filmer murió cuando Locke tenía veintiún años de edad, circuns-::
tancia que no lo convierte precisamente en su contemporám~o, si
además tenemos en cuenta que Locke murió en 1704, cincuenta y
un años después de que muriera Filmer. Pero debe de ser una de
esas cosas que transciende el contexto histórico. Por otra, «[e]l
Segundo Tratado constituye una apología de la política exclusio-
nista, un ataque a las prerrogativas de [sic] que disfrutan sin escrú-
pulos los monarcas [ ... ] Y, en definitiva, una justificación de la
revolución inglesa de 1688»26 • No es posible mantener al mismo
tiempo que el Segundo Tratado sea una apología de la política exclu-
sionista y que a la vez justifique la revolución inglesa de 1688. Son
dos proposiciones incompatibles. La segunda ignora un hecho his-
tórico básico, a saber: que Locke compuso los dos Tratados entre
1679 y 1683, y aurique una parte del texto del Segundo Tratado
fuera escrita en 1689, no existen razones para pensar, como lo
demostró Peter Laslett27, que la concepción original del libro fuera
la justificación de una revolución que se había consumado. Si el
Segundo Tratado es una apología de la política exclusionista, no

25
Ibíd.
26
Ibíd.
27
Ibíd. Véase Peter Laslett, Introduction a John Locke, Two Treatises on Govern-
ment, particularmente las páginas 45-49, 50-51, 61.
30 EL GIRO CONTEXTUAL

puede considerarse como una apología de la revolución de 1689, a


menos que se suponga que Locke debió de haber tenido un excep-
cional sentido para anticipar acontecimientos futuros.
En este caso los problemas que se plantean y las soluciones que
se ofrecen están estrechamente relacionadas con el contexto político
en el que el texto de Locke apareció: las dificultades que tuvo el
Exclusion Bill de 1679 para que se aprobara en el Parlamento, las
maniobras del conde de Shaftesbury por excluir al hermano de Car-
los II de la sucesión, la supuesta conspiración papista, la legitimidad
del voto negativo del rey, y finalmente el fracaso que tuvo la ley en
el parlamento de Oxford. Ninguno de esos sucesos tiene nada que
ver con la revolución de 1688, constituyen más bien una clase de pro.:.
blemas característicos del reinado de Carlos II entre los años 1678 y
1681. Incluso el problema mismo de la obligación política; que se
entiende como un ejemplo de lo que se considera la elevación dela
anécdota a la categoría, no surge hasta 1679 en el momento en el que
Shaftesbury necesita encontrar mi buen argumento que justifique el
cambio de constitución; lo que hace que sea virtualmente irreleVan~
te sostener que la idea de obligación que defiende Locke se deba dé
enténdér comó. la solución al problema sobre el fundamento filosó'-
fico de la obligación política en general, cuando ni siquiera fue este
el problema que realmente le preócupó a Locke. A pesar de la evi:..
dencia histórica en su contra, se nos dice que en los dos Tratados,
aun cuando Locke jamás hubiera tenido la intención de hacerlo:
Locke acaba distanciándose de la historia concreta y sus Tratados se
convierten en la expresión de los derechos burgueses frente a.los privi-
legios de la sociedad feudal, en la proclamación de la autonomía políti-
ca del ciudadano, base teórica de una política constitucional28•

Una conclusión. admirable si se tiene en cuenta que ni Locke ni


Shaftesbury llegaron a tener la menor conciencia de pertenecer a la
clase social burguesa que tuviera ciertos derechos que deberían de
defender, o que la intención de política del conde no tenga la más
remota relación ni con el concepto de autonomía política del ciuda-
dano que, por su parte, es completamente ajeno a su vocabulario poli::.
tico, ni con la supuesta base teórica de una política constitucionaL

28
Victoria Camps (ed.), Historia de la Ética, 3 vols., Crítica, Barcelona, 1992,
vol. 2, p. 144.
ENRlQUE BOCARDO CRESPO 31

Locke también incurre en «ciertas incoherencias obvias de sus


teorías filosóficas políticas»29 • Naturalmente estas contradiccio-
nes surgen como consecuencia de aplicar la metodología de las
preguntas fundamentales: ¿fue Locke más político que filósofo?
A nadie se le ha ocurrido pensar que esta pregunta es completa-
mente insignificante para entender el pensamiento político de
Locke. En realidad no descubrimos nada sobre el sentido·de sus
escritos, si alguna vez llegásemos a saber si Locke fue un político
o un filósofo; o ya puestos, también nos podríamos preguntar si
fue un filósofo metido en política o un político que se dedicaba a
la filosofia en sus ratos libres,. o si cuando escribe sobre política
hace filosofia política o sólo filosofia, o si cuando escribe sobre
filosofia está escribiendo también sobre política. En cualquier caso,
parece ser que el valoúeórico de estas preguntas reside en su habi-
lidad para señalar algunas «incoherencias» en-el pensamiento de
Locke; incoherencias, se nos advierte, que encierran el peligro pri-
mero paralos intérpretes liberales que «son capaces de leer a Locke
con cierta frialdad, y de clasificarlo _sin escrúpulos como el gran
teórico del constitucionalismo político>~30 • Y en segundo de que los
«intérpretes menos liberales -o decididamente marxistas- se
fijan en Locke como eldefensor acérrimo del derecho de p;ropie-
dad privada, lo que basta para descalificarle como representante y
claro soporte.dél orden burgués». Resulta que según Macphérson,
que .«no ve sino contradicciones», «Locke es ún individualista
incongruente» porque «la individualidad plena de uno se consigue
a costa de la individualidad de los otros» y en con9lusión su indi-
vidualismo resulta que no es más que colectiv.ismo31 • No es rele-
vante constatar que los términqs «individualismo», «colectivismo»
yla incongruencia ~ntre unos y otros sean el producto de las inter-
pretaciones posteriores de la obra de Locke, que son las que en
realidad plantean las contradicciones queLocke, por su parte, jamás
tuvo la intención de plantear. _ .
No hay motivos, sin embargo, para sentirno_~ desesperados; las
dos interpretaciones resultan ser éomplementarias, las dos son
«explicaciones distintas de una clara deficiencia: Ia insuficiente
concepción de la justicia de Locke» porque al final:

29
Ibíd., p. 153.
30
Ibíd., p. 152.
31 Ibíd., p. 153.
32 EL GIRO CONTEXTUAL

[l]a política liberal del laissez-faire será económicamente eficaz; pero no


produce justicia. Si ésta se mide con elcriterio ancestral de «a cada uno
lo suyo» --entendido ahora como «a cada uno el producto de su traba-
jm>-, la función del Estado justo debe ir má.s allá de la simple protec-
ción de ese derecho. Pero el estado del bienestar era una idea desconoci-
da en tiempos de Locke32•

Notable conclusión, si se tiene en cuenta la insuficiente con-


cepción de la justicia que tenía Locke. Resulta que la política libe-
ral del laissez-faire, que no pudo conocer Locke porque -no se uti-
lizó en el sentido en que habitualmente se emplea hasta el siglo XVIII
por los fisiócratas :franceses, nos lleva a pensar que es una incon-
gruencia que Locke no hubiera percibido que la función del Esta-
do justo deba de ir más allá de la protección del derecho de pro-
piedad, porque el estado de bienestar era una idea desconocida en
tiempos de Locke. ·
Además de estas incongruencias, Locke aparece como el
«[p]recedente ya de una filosofia típicamente anglosajona» porque
<<piensa en muchos problemas filosóficos como problemas de carác-
ter lingüístico, pseudoproblemas, por tanto derivados de emedos de
lenguaje»33 :/:H:echo qúe le' debe de otorgar a la filosofia de Locke
un don de anticipación verdaderamente proverbial. Pero en realidad
Locke: no-anunció ni por asomo que fos problemas filosóficos son
pseudoproblemas que surgen como consecuencia de no entender fa
gramática del lenguaje, una tesis que ño aparece-planteada con cla:-
ridad hasta el Tractatus de Wittgenstein. La preocupación por el
lenguaje de Locke no tiene nada que ver con una «filosofia típica:-
mente anglosa:j ona», sino con las tesis que elaboró John Wilk:ilis en
su obra An Essay towards a real character anda Philosohical Lan-
guage que ápareció ·en 1668 y donde planteabá la posibilidad de
construir un lenguaje filosófico que eliminara las ambigüedades
del lenguaje común34• No es casual que se ignoren este tipo de rela-
ciones, si la premisa fundamental de la metodología histórica acen-
túa que es fundamentá.l identificar en la obra del autor las propuestas
que transcienden el propio contexto histórico. ·

32
Ibíd., p. 155.
33
Ibíd., p. 160.
34
Véase Quentin Skinner, «Ambigüedad moral y el arte de la elocuencia en el Rena-
cimiento», p. 183 en esta misma edición; así como James Knowlson, Universal Langua-
ge Schemes in England and France 1600-1800, Toronto, 1975.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 33

Finalmente, una conclusión sobre el conocimiento morál, la


moral se nos dice «es tan susceptible de certidumbre como el mate-
mático», «[p]or la simple razón de que la verdad de ambos proce-
de del acuerdo» 35 • Es cierto que Locke mantiene que la moral es
una ciencia demostrativa y elabora algunos argumentos particu-
larmente en el libro IV (caps. III, IV y XII) del Essay, pero es del
todo improbable que lo creyera porque pensara que, como las mate-
máticas, su verdad se basara en el acuerdo. Las demostraciones
morales no dependen de un acuerdo entre los hombres, sino de la
posibilidad de entender las relaciones morales como nombres de
modos mixtos de ideas simples, que gracias a una definición rigu-
rosa, son capaces de abstraer las consideraciones de las circuns-
tancias particulares36 •
No sólo encontramos mitologías, también existen plantea-
mientos metodológicos innovadores y audaces como los que se
propone para estudiar la filosofía práctica de Kant Parece ser
que la ética de Kant se puede entender siguiendo ciertas metá-
foras muy iluminadoras, o bien prosiguiendo la nueva metodo-
logía de las verdades ocultas. La necesidad de recurrir a las metá-
foras se impone como consecuencia de reconócer que algunas
preguntas metodológicas no son, en contra de lo que pudiera
aparecer, un sin sentido. Todo el mundo sabe que uno de los
aspectos que más han llamado la atención sobre la ética de Kant
es que <<no dice nada a la acción porque se ha contemplado desde
la lente cincelada para no decir nada de la accióm>37, hecho- que
nos inclina a preguntar: «¿Cómo puede tener la filosofía moral
una lente pulida para no decir nada de la acción? ¿No es esto un
contrasentido?»38 • La respuesta podría ser que la lente era defec-
tuosa, o que estaba sucia, o tal vez que no hubiera estado bien
cincelada. Sin embargo no se trata de eso, caeríamos en la tram-
pa de pensar que nos enfrentamos con un sin sentido cuando en

35
Ibíd., p. 162.
36
Aunque los modos mixtos sean asociaciones arbitrarias de ideas simples, eso no
significa que su definición tenga que ser el producto del acuerdo. Para que los hombres
sean capaces de construir una moralidad lo esencial no es que se pongan de acuerdo,
sino que logren ponerse de acuerdo reconociendo las mismas propiedades siguiendo un
sistema riguroso de definiciones.
37
Victoria Camps (ed.), Historia de la Ética, 3 vols., Crítica, Barcelona, 1992,
vol. 2, p. 316.
38
Ibíd.
34 EL GIRO CONTEXTUAL

realidad no lo es, he aquí la respuesta y la solución de la meto-


dología de las metáforas:
Pues no, no lo es. La filosofia de Kant, su sistema, es un juego móvil
de lentes, y este [sic] es su mérito más preciso: su conciencia de que el
mundo no se puede captar de un vistazo. El universo kantiano está des-
centrado, y no asume esa perspectiva caballera de la pintura y de los sis-
temas modernos39 •

El problema del que no nos hemos percatado se hace visible


una vez más con la metáfora de las lentes, de lo que se trata es
ql1e <<hemos mirado al imperativo categórico y el formalismo kan-
tiano con una lente de aumento, tan poderosa, tan precisa, que
podemos descubrir todos sus pliegues, ocurrencias, enunciados y
justificaciones» 4 º~ Para corregir los errores de visión que produ-
cen las lentes de aumento, es preciso cambiar de metodologíahis-
tórica. Pasamos de las lente~ pulidas y de aumento al modelo de
los puzzles: «(p]ara acabar con este equívoco, en la medida en
que esto sea posible, deseo cambiar de método. Para ello me pro-
pongo seguir/el modelo de los niños cuando aprenden a resolver
puzzles»41 . La metodología de los puzzles consiste en ir recom-
poniendo la filosofía moral de Kant como si fuera un puzzle cuyas
piezas debemos aprender a encajar. Primero se comienza con las
piezas de la periferia, después se compone las piezas más com-
plejas, para que al final: «reconozcamos que hay aspectos de la
filosofía moral kantiana que no dicen nada de la acción, pero tam-
bién descubriremos otros que se llenan de carne, de vida, de rea-
lidad»42.
Con el fin de crear la perspectiva adecuada que nos ayude a ver
las piezas de «aristas rectas» se nos presenta otra nueva metodo-
logía, se trata del descubrimiento de las verdades ocultas. A partir
de una cita del libro Das alte Staatwesen vor der Revolution de
Clemens August Perthes que apareció en 1845 se descubre una
«verdad oculta» que es la que nos proporciona la clave para ir
recomponiendo las piezas del puzzle que forma el pensamiento
moral de Kant. El texto de Perthes:

39
Ibíd.
40
Ibíd.
41
Ibíd.
42 Ibíd.
ENRJQUE BOCARDO CRESPO 35

Las últimas décadas del siglo anterior se ven ahora en tan lejano pasa-
do que más parecen pertenecer a la Edad Media que al presente. Entre
nuestro tiempo y el tiempo de nuestros padres se alza la divisoria de la
Revolución43 •

Y ahora la explicación del sentido del texto de Perthes: ,


Lo que la cita dice es que con la Revolución Francesa acaba la Edad
Media en el universo práctico. La tesis no carece de relevancia, porque
si hay un autor que sistematice el campo de fa praxis en las ideas del
siglo XVIII, éste es sin duda Kant44. ,

Y finalmente la verdad oculta que encierra el textó:


La experiencia descrita en el texto incorpora entonces una verdad
oculta que procuraré mostrar en estas páginas: que el sistema moral kan-
tiano es altamente tradicional, que profesa Úna obediencia obstinada, aun-
que no visible, al padre de la ética clásica, Aristótéles. El texto vendría a
decir esta verdad. Mientras que en filosofía teórica, en física, en cosmo-
logía, etc., Galileo pone fin a la Edad Media, en el universo de la praxis
la Edad Media acaba con Kant45•

Se trata, como cabrfade esperar, de una verdad oculta, que habi-


tualmente ha pasado desapercibida para todo el que. la ha leído. No
hay duda, se requiere tener una imaginación histórica muy singular
para ser capaz de ver tantas implicaciones para la filoso:fia.práctica
de Kant en una sola frase; pero hemos de asumir S!J. reto metodoló-:-
gico como parte de la metodología más amplia de la reconstrucción
de un puzzle. Primero se nos informa de una nueva verdad histórica,
que seguramente también habría permanecido oculta: la Edad Media
acabó con la Revolución Francesa de 1789. Lutéro, Maquiávelo y
Calvino, Locke, Shaftesbury, Hutcheson, Butler,Mándeville, Adam
Ferguson y Hume, Grocio, Pufendorf, Rousseau, Voltaire, Leibniz,
Montesquieu y Espinoza, son todos ellos pensadores medievales. Es
un planteamiento audaz porque nos obligará a revisar la historia de
nuestras ideas éticas hasta descubrir alguna con,exión quizá entre la
filosofia medieval de los siglos XIII y XIV y los plánteamientos de
los filósofos modernos, que ahora no son modernos sino que resul-
tan ser medievales. Y en segundo lugar nos propone un dilema:

43
lbíd., p. 317.
44
lbíd.
45
lbíd.
36 EL GIRO CONTEXTUAL

¿cómo es posible entender que el universo de la praxis de la Edad


Media acabe con Kant y que al mismo tiempo el sistema moral kan-
tiano sea altamente tradicional, porque profesa una obediencia obs-
tinada, aunque no visible, al padre de la ética clásica? La riqueza
teórica de la nueva metodología se encuentra precisamente en su
habilidad para resolver este tipo de problemas.
Kant, como Jano, tiene dos cabezas -debe de ser otra verdad
oculta-, porque <<por una parte, ha fundado su sistema nada menos
que sobre la revolución copernicana. Por otra parte, en el campo
moral y político, todo su pensauriento diseña más bien un mode-
lo progresista y evolutivo»46 • Gracias a la.doble cabeza de Kant
podemos entender entonces que al «hablar del uso de la libertad,
de la íntima conexión entre praxis y vida humana, de la fuerte aso-
ciación entre vida y evolución, y de la historia como la forma idó-
nea de estudio de estos fenómenos, tomamos de lleno al universo
aristotélico»47 •
La metodología de las verdades ocultas se basa en la posibili-
dad de identificar el sentido metafisico de los acontecimientos his-
tóricos y explicar los textos de un autor apelando a un conjunto de
categorías -naturalmente ocultas- que dirigen, sin que él lo sepa,
la solución de los problemas que intenta resolver. Así se nos dice
que la filosofia de Hobbes es sobre todo «la constatación más pre-
cisa de laruina del cosmos aristotélicm>48 , lo que le llevó a Hob-
bes a comprender la necesidad de un lenguaje artificial y al nomi-
nalismo. La· guerra civil inglesa es la guerra civil de la metafisica,
de las doctrinas, circunstancia que le condujo a Kant a percatar-
se del hecho de que la razón, «por naturaleza, ha: dejado de orien-
tarse al conocimiento»49 • Lo que hace que la normativa se entien-
da como una solución al problema de la «muerte del ser natural».
Entender la filosofia práctica de Kant es, pues, lo mismo que ser
capaz de responder a la pregunta: «¿qué debe reconstruir la nor-
matividad propiamente dicha?»5º.
La normatividad no es más que una categoría entre otras
muchas. También se habla de la distinción entre Bauel'l y Bilden,

46
lbíd.
47
lbíd., p. 319.
48
lbíd., p. 320.
49
lbíd.
so lbíd.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 37

de un <<territorio civil pacífico en el campo del conocimiento»51 ,


de las «determinaciones de la existencia material del arbitrio huma-
no»52, de una «naturaleza.moral formal» 53 , de un «desorden intra-
humano, un desorden intracultural, y un desorden intercultural»54,
de «suicidio fisico y suicido moral»55 , «de una hermenéutica pro-
pia de la felicidac:l» 56 . La importancia del suicidio moral, por ejem-
plo, es esencial para comprender lo que se llama el «sesgo» del
imperativo:
La humildad ante la ley. se torna elevación. Pero esta elevación tieµ~
m
un escenario público, no privado, ni íntimo secretó. Elevacióllhasta
igualarse frente a todo otro, ese orgullo:que Aristóteles reconoce a los
miembros de las pólis, a los iguales. De eso habla el otro sesgo del impe-
rativo cuyo incumplimiento significaría un suicidio moni.157 •

Asimismo encontramos una copiosa evidencia para constatar la


influencia de Aristóteles cuando «tornamos de lleno al universo kan-:-
tiano». Kant cuando habla de la necesidad de la antropología repro:-
duce la crítica de Aristóteles al agathon de Platón58 , al formular el
imperativo categóricoKant asume la crítica de Arist~téles 59 , sin
embargo su análisis de la noción .de felicidad «na· supera eLpunto de
partida cuya esterilidad ya d1:munc;iara Aristóteles»,Ja noción de
regla moral <<también exige, como Aristóteles; una cierta plenitud
de tiempo» 60 , y si Kant habla de derechos en la Metafísica de las
costumbres <<recupera la vieja tesis aristotélica de que el hombre sólo
es verdaderamente hombre en la sociedad civil»61 .
La mitología de las doctrinas vuelve aparecer en el estudio del
utilitarismo, sólo que en esta ocasión adquiere una tendencia clara-
mente proselitista, el historiador elabora una doctrina con la inten-
ción de presentarla como el tipo de verdades que cualquiera debe-
ría de aceptar si tiene sentido común. Para empezar, existe. una

51
Ibíd., p. 321.
52
Ibíd., p. 324.
53
Ibíd., p. 329.
54
Ibíd., p. 339.
55
Ibíd., p. 385.
56 Ibíd., p. 386.
57
Ibíd., p. 385.
58
Ibíd., p. 325.
59
Ibíd., p. 326.
60
Ibíd., p. 336.
61
Ibíd., p. 389.
38 EL GIRO CONTEXTUAL

variedad de utilitarismos, hay uno <<primitivo» en.Bentham.62, y ade-


más contamos con la doctrina de Mill63 • En el caso de Bentham., más
bien habría que corisiderarlo como «el fundador de la variante moder-
na del hedonismo ético (universal) conocida como «utilitarismo».
Pero se nos dice que no es original porque «la doctrina dela utili-
dad aparece en los anales de la filoso:fia más antigua, desde Epicu-'
ro para acá» 64• Lo esencial sin embargo no es que sólo el utilitaris-
mo constituya una doctrina, además la doctrina utilitarista es <runa
teoría plausible, defendible, interesante y digna de nuestra atención>>
lo que la hace inseparable de «los dictados del sentido común de
cualquier mortal debidamente ilustrado, imparcial y libre»65 •
La historia se convierte así en un poderoso instrumento para
hacer proselitismo filosófico, no sólo hay doctrina, es una doctri-
na tan enraizada en el sentido común que no es posible ser ilus-
trado, imparcial y libre si no se la profesa, como si Bentham. o Mili
fueran unos nuevos apóstoles laicos. Presumiblemente eso expli-
caría que la tarea del historiador consista en:
- .
elaborar, refinar y esclarecer una doctrina filosófica que ha gozado secu-
_larmente· de mala prensa, debido a una cieforinación s!st~mática de sus
postulados, propiciada, a buen seguro, por los enemigos de un tipo de
libertad que puede resultar incómoda a los gobiernos, a las iglesias y a
los grupos dominantes en las distintas sociedades66 •

Como suele ocurrir con las demás doctrinas, el utilitarismo tiene


su fundador que es naturalmente Bentham.67 , también sus antece-
dentes en Hume y en Paine y Godwin por lo que respecta al <<radi-
calismo utilitarista» que se encuentra en Bentham.. Pero el utilita-
rismo es algo más que una doctrina, es sobre todo una «teoría
ético-polític·a», en Ja que Bentham sólo «constituye el primer
momento en la formulación del utilitarismo clásico, por haber esta-
blecido los cánones y directrices principales de esta teoría ético-
política que ha permeado [sic] todo el pensamiento anglosajón,
especialmente desde Hobbes en adelante»68 • ·-

62
Ibíd., p. 467.
63 Ibíd., p. 385.
64
Ibíd., p. 457.
65 Ibíd.
66
Ibíd., p. 458.
67
Ibíd.
68 Ibíd., p. 460. La cursiva es mía.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 39

La doctrina naturalmente admite también algunas revisiones.


Así la. formulación del hedonismo psicológico de Bentham es
«excesivamente tosca y falta de matices» y corre el riesgo de caer
en la falacia naturalista de Moore69 • Para evitar esos inconvenien-
tes se nos recomienda que hagamos una «lectura caritativa>> de
Bentham para que su hedonismo psicológico no se entienda como
algo mecánico70 lo que, por su parte, tiene la ventaja de evitar la
«incongruencia de pedir que las leyes y los individuos se ejerqiten
en la búsqueda de la felicidad de todos, cuando a cada cual le inte;.
resa únicamente la felicidad propia personah>71 • En este caso nos
veríamos ante otra variedad de hedonismo psicológico, al que se
le llama <<hedonismo psicológico no matizado» y cuyo efecto más
inmediato es el de conducirnos «a un egoísmo moral y proclama-
ría la necesidad del Leviatán hobbesiano como único remedio a
las pasiones desenfrenadas de los individuos por incrementar sus
cuotas de poder, de felicidad y bienestar»72 • ·

III

Una buena pregunta para empezar podría ser la de averiguar


hasta qué punto estamos dispuestos a falsear la realidad para some-
ter los textos filosóficos a la' lógica:déspiadada de_ las doctrinás;
Pero a menos que tengamos a nuestra disposición Un criterio.más
o menos efectivo que indique el grado de falsedad que le infringi-
mos a un texto; no estaremos en disposición de calibrar l~-distor­
sión qué causamos al texto que queremos entender. Aceptár ese
criterio pasa por abandonar una de las asunciones básieas de la
interpretación textual: que el sigIÍificado del lenguaje que se uti-
lizó para escribir mi texto es en esencfa el mismo que el que noso~
tros utilizamos para entenderlo. Es posiblé que cuando los auto-
res utilizan las mismas pafabras que nosotros la estén utilizando
con una intención y con un sentido muy diferentes al nuestro,
entonces empezamos a vislumbrar que la historia de las ideas se
convierte en un ejercicio de imaginación creativa que requiere el

69
Ibíd., p. 461.
70 Ibíd.
71
Ibíd., p. 462.
72
Ibíd.
40 EL GIRO CONTEXTUAL

abandono de nuestras formas habituales de pensamientos para


intentar recuperar un sentido que, sin ser ya el nuestro, estamos,
sin embargo, en condiciones de recuperar, sólo si somos capaces
de entender las palabras con un sentido diferente al nuestro.
El aura de familiaridad que creíamos mantener con los textos
del pasado del que hablaba Maquiavelo empieza·a desvanecerse; y
los clásicos ya no nos hablan en nuestra lengua. La genuina histo-
ria que reivindica Skinner nos proporciona antes que nada una pers-
pectiva histórica que nos separa del pasado y lo coloca en un con-
texto que no es el nuestro. Ver así la historia es un proceso de
reconstrucción en el que las palabras de los textos empiezan a adqui-
rir un sentido que no hubiéramos podido descubrir sin haber renun-
ciado antes a nuestra posición egocéntrica. Puede que resulte inte-
lectualmente muy estimulante comprobar que, después de todo, las
palabra~ adquieran un significado que nuestro predicamento ego-
céntrico nos impide apreciar. De hecho, la mitología de las doctri-
nas como las de la coherencia se podrían considerar como la mani-
festación de un cierto predicamento egocéntrico: la tendencia a
pensar que el S,entido de las frases que leemos en los textos del pasa-
do depende én último extremo de la coincidencia que manifiestan
con los parámetros que nosotros utilizamos .para entender lo que
hacemos. La mitología se_ encuentra en. asumir que_ esos parámetros
son precisamente los mismos en cualquier época, y que sólo se nece-
sita descubrirlos para que el sentido .ele los textos se haga accesi-
ble. El resto lo proporcionan las doctrinas que dabOremos.
En segundo lugar podríamos preguntamos sobre qué razones
se justifican los presupuestos historiográficos más corrientes de
la meto_dología española. En conjunto, ningún caso revela la menor
preocupación por justificar con cierto rigor histórico por qué se
habría de estudiar a los autores según el enfoque que utilizan. Unas
veces se trata de lentes pulidas y ae aumentos, otras es una cues-
tión de puzzles que al final nunca se resuelven, otras se trata de la
persistencia de las doctrinas, en. ocasiones hasta de elaborar doc-
trinas éticas que han de ser aceptadas por cualquier mortal con un
mínimo de sentido común, y casi siempre los consabidos cánones
de coherencias o incongruencias formulados sobre preguntas qúe
no aportan nada a la hora de averiguar seriamente lo que un autor
quiso de decir.
Sea como fuere, es dificil escapar a la impresión de que los filó-
sofos del pasado, cuando aparecen como los protagonistas de las
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 41

historias que sobre ellos escriben nuestras autoridades académi-


cas, se convierten en agentes supra-históricos que en primer lugar
no actúan como normalmente lo hacen los seres humanos movi-
dos por las circunstancias históricas en que nacieron, sino por cate-
gorías históricas como la normatividad, el ser para sí o el ser en
sí, o movidos por la fuerza de las doctrinas que se han elaborado
para enseñar filosofía en el bachillerato: el nominalismo, elindi-
vidualismo, el colectivismo o el hedonismo psic9lógico ya sea osco
o más refinado. En segundo lugar, sus textos se han de entender
como si fueran doctrinas que fueron pensadas para trascender el
contexto histórico en el que vivieron y con el que p:~esurniblemente
guardan una ciertarelación, como si el sentido de sus obras sólo
se pudiera entender en términos de las contribuciones que hacen
a las doctrinas que elaboran los historiadores de las ideas. De lo
que se trata es de identificar la doctrina, saber cuáles fueron sus
antecedentes, las inconsistencias que presenta no con respecto al
sistema de sus creencias, sino en relación con un esquema ideoló-
gico más amplio que se supone que debería de saber, como cuan-
do se nos descubre la ausencia de la noción de justicia en Locke,
o se nos dice que no debemos de ser condescendiente conHobbes
por haber anticipado con argumentos pretendidaínente científicos
algunos postulados del totalitarismo moderno, o se nos presenta
el utilitarismo como una corriente de pensamiento que ha permea-
do la historia de la filosofía, y es esencial asimismo percatarse si
Bentham o Mill incurrieron en la falacia naturalista, una cuestión
que se plantea en el siglo XX y que se presume que debieron con-
siderar. Y por último, los autores son esencialmente seres pensan-
tes abstractos, gente con una visión histórica trascendente, que son
conscientes de estar aportando una contribución decisiva a la doc-
trina filosófica que en ocasiones no son capaces de reconocer y
que forma parte de la tarea del historiador identificar. Desde esta
perspectiva no es necesario señalar las relaciones que mantiene
con la cultura de su época, o con los diferentes vocabularios que
se pueden encontrar en su lenguaje. El principio parece ser que las
ideas se bastan por sí mismas y que su sentido depende en último
extremo de la coherencia interna del texto, un texto habla siempre
de sí mismo.
Finalmente nos podríamos preguntar también si hay alguna
manera de evitar las distorsiones de nuestra historiografía más
reciente. La solución más inmediata es verlas como distorsiones y
42 EL GIRO CONTEXTUAL

para eso hace falta que se abandone la mayor parte de los presu-
puestos que se asumen sin la menor discusión. Primero habría que
discutir sobre qué bases se podría hacer una historia de las ideas
políticas y morales. La metodología de las metáforas y de las ver-
dades ocultas es demasiado restrictiva y exige una intuición his-
tórica que no está al alcance de la mayoría, su ejercicio debe ser
una labor de mentes excepcionalmente clarividentes. No es una
opción, por consiguiente, viable para el historiador medio.
Es plausible esperar que algun~s ideas de Skinner puedan resol-
ver el problema para los que quierán. hacer una historia más humil-
de, sin que tengan.la pretensión de exhibir esquema trans-históri-
co alguno y se contenten con descubrir el sentido de un texto, que
vean a un autor como alguien que tiene ciertas. creencias, fines,
motivos o intenciones y que lo que dice se pueda entender, sin
grandes aspavientos metafísicos, como la respuesta de ciertas pre-
guntas cuyo sentido forma parte de un tiempo, de una época que
no es la nuestra, y cuyos presupuestos se justifican sobre ideas o
principios que no tienen nada que ver con los nuestros. Entonces
es posible que esos autores no nos hablen con nuestra propia len-
gua, pero si somos capaces de apreciar la distancia ideológica que
nos separa de ellos, comprenderemos mejor las9lución que die-
ron a sus problemas, y descubriremos tal vez la·inutilidad de esca'."
par hacia ellos buscando el consuelo de un tedio que es el nuestro,
y que ellos no pudieron sentir..

ENRIQUE BocARDo CREs:eo

Sevilla, invierno de 2006


I. INTRODUCCIÓN
LA HISTORIA DE MI HISTORIA:
UNA ENTREVISTA CON QUENTIN SKINNER

It is difficult for a man to speak long of


himself without vanity; therefore I shall be short.

DAVID HUME: My own Lije.

ENRlQUE BocARDo.-Dentro de dos años se celebrará el 30.º


aniversario de la publicación de la que unánimemente es consi-
derada como una de las más innovadoras contribuciones al estu-
dio de la Historia de las Ideas Políticas: l.os dos volúmenes que
componen Los Fundamentos del Pensamiento Político Moder-
no. ¿Cómo se le ocurrió concebir un proyecto de tanto alcance
y cómo explicaría el nuevo enfoque histórico que se propuso
seguir?

QUENTIN SKINNER.-Permítame responder a sus dos preguntas


una por una. Primero cómo concebí el proyecto. Cuando me.nom-
braron por mi primera vez Lecturer para dar clases en la Univer-
sidad de Cambridge en 1965, me pidieron que diera un curso sobre
la historia .de la teoría política desde el Renacimiento a la Ilustra-
ción. Posteriormente di algunos cursos similares durante algunos
años, primero dando 24 clases y después 32. Durante estétiempo
intenté clarificar y ampliar los materiales con los que c9ntaba, que
ya empezaban a tener alguna extensión para que me decjdiera a
pensar que podría reunirlos en un libro.
Upa razón para interesarme en hacerlo así fue que, durante el 1
mismo tiempo, me preocupé de saber cuál era la mejor manera de .
estudiar la historia de la filosofia y. de la historia intelectual más
genéricamente. Publiqué una serie de artículos sobre estas· cues-
tiones a finales de los años sesenta y a comienzo de los setenta,
pero una de las objeciónés que aparecieron cuando estudiaba esas
cuestiones más filosóficas es que no fui capaz de suficientes ejem-
plos para explicar la relevancia práctica de mis preceptos. Comen-
cé a pensar en el libro que tenía en mente no sólo como un estu-
dio general del pensamiento político de principios de. la época
[45]
46 EL GIRO CONTEXTUAL

moderna, sino como un vehículo para ilustrar algunás de mis con-


cepciones generales sobre la interpretación de los textos.
Encontré un gran estímulo para empezar a darfo una forma más
definida a mis planes en uno de mis colegas mayores que yo en-
contré en Cambridge, el profesor J. H. Plumb. En ese momento
estaba' preparando una serie de obras introductorias sobre la histo-
ria del pensamiento político para la Editorial Penguin. Temeraria-
mente, llegamos a un acuerdo para que hiciera una introducción
al volumen que cubría más o menos el mismo período que había
cubierto en mis clases. Presenté una propuesta a la editorial, me
propusieron un.contrato y hacia finales dé 1960 empecé a traba-
jar sistemáticamente sobre este lienzo yá. má.s grande.
Resulta ahora fácil comprender que mis planes originales eran
demasiado ambiciosos, especialmente si tene:µios en cuenta que
tenía la esperanza de escribir algo más desafiante que Un simple
manual. Estoy seguro que habría abandonado mis plane·s iniciales
mucho antes de lo que lo hice de no haberse producidó un gran
cambio en mi vida intelectual en la década de los setenta. Fui nom-
brado para un puesto de visitante en el Institute far Advanced Stu-
dies de Princeton en 1974, y mientras permanecí allí el Instithto me
ofreció una beca durante cinco años que naturalmente acepté. Con
este regalo inmensamente g~neroso de tiempo, me senté en frente
de una enorme torre cómpuesta de notas de clases y esbozos preli-
minares que había acumulado, y por fin comencé a escribir mi libro.
Pronto se me hizo evidente que había grandes áreas dentro de
la extensión en el tiempó que me.había propuesto abarcar en las
que ápenas sí se había hecho alguna investigación histórica. Mere-
ce la pena que resalte que un área de importancia excepcional en
la que me parecía que esto e.ra particularmt'.nte evidente era la teo-
ría política española de priricipios de '.este períocio. Pude ap~eciar
que la Escuela de Salamanca tenía Un.a inmensa'. sígnificaci6n no
sólo en relación eón.el ciesarrollo de las ideas sobre la leyylós
derechos naturales,· sino también en relación con cuestiones. sobre
lajustificación del imperio. Tenia ya esbozado una buena parte del
material sobre el Renacimiento así como con la teorí'! política de
la Contrarreforma que también einpecé en Princeton, aunque lós
capítulos que escribí se.convirtieron eventualmente en la segunda
parte del volumen segundo de mi libro.< . .
Mientras trabajaba en Princeton, dos cosas se hicieron cada vez
más claras. Una era que de alguna manera me vi obligado a ser
QUENTIN SKINNERJENRIQUE BOCARDO 47

más ambicioso con respecto a las aspiraciones de mi libro. Antes


que escribir un libro de texto que cubriera el período que va de
1500 a 1800, llegué a comprender que, si tenía que decir algo que
tuviera algún valor, era necesario que hiciera más investigaciones
y que escribiera con una visión más amplia de la que originaria-
mente había concebido. La otra con la que había cierta relación es
que era fácil de entender que nunca sería capaz de escribir mante-
niendo esa visión si tuviera que hacerlo hasta el período de la Revo-
lución Francesa.. Me habría llevado toda la vida.
Fue el momento en el que decidí concentrarme en el Renaci-
miento y en la Reforma, e intentar escribir algo sistemático sobre
ese período. También fue el momento en el que empecé a pensar
de una manera más práctica sobre el libro que estaba en ese
momento escribiendo. Le pedí a Penguin Books que rescindiera
mi contrato, y poco después contacté con la Cambridge Univer-
sity Press con el objeto de saber si estarían interesados en un libro
que a gran escala abordara la aparición de la idea del estado moder-
no a comienzos de la época moderna. Me animaron de una mane-
ra muy cálida, y gracias en gran parte al excelente juicio de su edi-
tor en filosofia, el Dr. Jeremy Mynott, mi libro comenzó a adquirir
su forma final. Me costó otros tres años acabarlo, trabajando den-
tro del plan que Mynott y yo habíamos acordado; jamás he traba-
jado tanto en mi vida. Completé el libro en la primavera de 1978,
y se publicó en noviembre de ese mismo año. De principio a fin
me llevó cerca de doce años escribirlo.
Me pide usted que diga algo sobre -utilizando sus palabras-·
el nuevo enfoque histórico que yo reclamaba que seguía en mi libro.
No estoy muy seguro hasta qué punto mi enfoque era nuevo, ya en
la Introducción hice hincapié en el nombre de R. G. Collingwood
como alguien cuya teoría sobre la interpretación de los textos había
tenido una gran influencia sobre mí. Si tuviera que decir en una
sola frase lo que significaba mi enfoque diría que intentaba alejar-
me de la manera tradicional de escribir la historia de las ideas polí-
ticas como una sucesión de textos «clásicos». Si usted me pregun-
ta qué hay de erróneo con este enfoque, la respuesta que le hubiera
dado entonces es que no me parecía que fuera genuinamente his-
tórico. Diría que para escribir una historia adecuada del pensa-
miento político se debería de entender el pensamiento político
como una actividad que se hacía con idiomas diferentes, en socie-
dades distintas y en diferentes épocas. Por entonces me gustaba
48 EL GIRO CONTEXTUAL

reivindicar la idea de que pensar se debería de tratar ni más ni


menos que como se abordaban el resto de las actividades de las
que se ocupaba la investigación histórica: la actividad de gober-
nar, de luchar, o las que estaban relacionadas con la producción de
manufacturas.
Intenté, por mi parte, decir algo sobre lo que se pierde al enfo-
car la historia del pensamiento simplemente como una sucesión
de textos canónicos. Una de las cosas que se pierden es que es
imposible esperar explicar de alguna manera por qué se produje-
ron precisamente esos textos. Para remediar este defecto propuse
que teníamos que empezar por estudiar las sociedades en las que
y para las que originariamente se escribieron estos textos, inten-
tando comprender aquellos problemas que los textos procuraban
resolver. Como lo expliqué atrevidamente -en el que se ha con-
vertido en uno de los enunc.iados más discutidos de mi libro-- «la
vida política misma establece los principales problemas para el
teórico de la política, que hace que ciertos aspectos aparezcan pro-
blemáticos, con lo que alternativamente ciertas clases de cuestio-
nes se conviertan en los principales problemas de discusión». Es
fácil darse cuénta que era «la lógica de las preguntas y respuestas»
de Collingwood la que subyacía detrás de la línea de pensamien-
to que tenía por entonces.
La pérdida más grave, sin embargo, que quisiera señalar cuan-
do se entiende la historia como una sucesión de textos, es que este
enfoque en nada nos ayuda a encontrar, como lo indiqué, qué es
lo que están haciendo así como diciendo esos textos. En este punto
me basé en el trabajo que había publicado sobre la teoría de los
actos de habla hacía una década. Para entender una emisión que
se hace en serio, había argumentado, no es sólo necesario enten-
der el significado de lo que el escritor ha dicho. También es nece,..
sario comprender lo que el escritor puede haber estado haciendo
al decir lo que dijo. Se necesita, en la terminología de J. L. Austin,
comprender la naturaleza del acto de habla que se hace. ¿Qué hacía
el .escritor, estaba repitiendo, defendiendo o aceptando alguna acti-
tud o punto de vista? ¿O quizá, por el contrario, estaba negando o
repudiando, o tal vez córrigiendo o revisando alguna creencia que
haya sido aceptada genéricamente? A lo mejor se está mofando de
la aceptación de un punto vista, o tal vez pase delargo en silencio.
Tal vez puede haber estado desarrollando o añadiendo algo a un
argumento que ya se ha admitido, extrayendo algunas conclu,..
QUENTIN SKINNER/ENRIQUE BOCARDO 49

siones de una manera inesperada. Quizá al mismo tiempo haya


estado forzando o exigiendo que se reconozca un punto de vista
nuevo, recomendando o incluso advirtiendo a su audiencia que
es necesario que se adopte. Y así con otros muchos otros casos
parecidos.
En términos generales, mi.punto de vista es que no podemos
decir que entendemos un texto a menos que seamos capaces de
responder a las cuestiones de esta clase. Sin embargo jamás cabría
esperar llegar a encontrar tales respuestas estudiando simplemen-
te los textos mismos .. Para comprenderlos actos de habla ~nten­
der tanto lo que el texto está haciendo como lo que está diciend~
es necesario que nos familiaricemos con el contexto. preciso en
donde sucedió. Es preciso encontrar los medios para recobrar el
diálogo específico dentro del cual el texto aparece conio un paso
más. dentro de la _estrategia de un argumento. Ésta es, como hice
hincapié, nuestra tarea más ineludible si el objetivo es compren-
der los textos ya sean «clásicos» o de cualquier otra índole. Para
realizar esta empresa, también propuse, se requiere un enfoque his-
tórico más amplio para estudiar la historia de la teoría política del
que hasta ahora se ha propuesto. No digo que yo personalmente
haya logrado el nivel requerido de historicidad en lo que he sido
capaz de es.cribir. Pero cuando menos he propuesto un programa,
y, al mismo tiempo, he intentado poner en.práctica mis propios
preceptos tan bien como he podido. De hecho es lo que estoy inten-
tando hacer desde entonces.
·'
E. B.-El enfoque que propuso R. G. Collingwood para estu-
diar .el sentido de las acciones históricas plantea dos dificultades
insuperables que a mime parecen decisivas, y.que no estoy muy
seguro que la historiografia moderna haya s;;ibido resolver. La pri-
mera es que la explicación de las acciones de un agente se basa
principalmente en la asunción de que el historiador es capaz de
recrear los pensamientos pasados que eJ agente tuvo al hacer tal o
cual acción. Y la segunda es que al recrear realmente los pensa-
mientos que el agente tuvo cuando hizo la acción, el historiador se
encuentra en situación de entender las intenciones con las que ori:-
ginariamente el agente obró, por consiguiente·a.men()s que se recu:-
peren -recreándolas en su cabeza- esas intenciones, no se podría
decir que entendemos el sentido de lo que el agente hizo.. Así pues,
parece que e13 necesario contar con la13 intencionessi queremos
50 EL GIRO CONTEXTUAL

entender el sentido de lo que alguien hizo o escribió. La solución


de ambas dificultades me parece que está estrechamente relacio-
nada con su propuesta de entender los textos históricos esencial-
mente como actos de comunicación ~ actos de habla-. cuyo
sentido se puede eventualmente recuperar si somos capaces de
situarlos dentro de su contexto preciso de emisión. ¿Qué papel
desempeñaron la filosofía del lenguaje de Wittgenstein y de J. L.
Austin en la formación de su concepción de los textos políticos?

Q. S.-Como en la pregunta anterior, creo que nos encontra.,.


mos con dos cuestiones distintas, es necesario que empiece por
distinguir una de otra. En primer lugar me parece que.hace usted
una excelente observación crítica sobre la teoría de Collingwood
de las explicaciones históricas entendida como <<recreación>> 9e los
pensamientos del agente. Estoy enteramente de acuerdo con usted
en que este enfoque plantea algunas dificultades insuperables, pero
me apresuro a insistir que nunca llegué a suscribirla. Jamás he
supuesto que tuviéramos la menor posibilidad de volver atrás y me-
ternos en la cabeza de los agentes históricos para ver el mundo
desde su perspectiva; Éste 'fue, en efecto, el objetivo de la herme-
néutica tradicional,' que el propio Collingwood llegó a suscribir;
Pero si es así como se supone que tenemos que proceder para recu-
perar la intencionalidad, entonces estoy enteramente de acuerdo
con Gadamer de que la empresa resulta ser imposible. Se constru-
ye las intenciones como elementos que se encuentran en·la cabe-
za del agente, y si están allí entonces me parece que está claro que
no se pueden recuperar. Ésta esllila observación demasiado obvia,
y aun cuando se haya trabajado recientemente mucho más de lo
que merecía,. no veo cómo no se podría aceptar.
Lo que me gustaría continuar diciendo, sin embargo, es que en
manera alguna estamos comprometidos en pensar en las intencio-
nes cómo si fueran entidades mentales en este sentido, como Gada-
mer no menos que Collingwood parecen suponer. Las intenciones
que me interesan nó son eltipo de intenciones que necesitamos
recuperar si estamos realmente interesados en interpretar el signi-
ficado de los textos: Me interesan las intenciones no en relación
con la recuperación del significado sino en relación con·la explica-
ción de las acciones, y afortiori, con la interpretación-delos actos
de habla. Como le indiqué en la respuesta que antes le di a su pri-
mera pregunta, como intérprete de los textos me interesa sobre todo
QUENTIN SKINNER/ENRIQUE BOCARDO 51

no tanto el significado como el acto de habla, en lo que el hablan-


te y el escritor pueden haber estado haciendo al decir.lo que dicen
o escriben. Así pues, estoy principalmente interesado, como ya le
he dicho, en cuestiones tales como si está defendiendo .o no un deter-
minado punto de vista, o si lo está cuestionando, o criticándolo, o
lo está tratando de una manera sarcástica, o lo está ignorando deli-
beradamente, y otras cosas por el estilo, como se lo indiqué en su
primera pregunta. Para comprender la fuerza y la dirección de un
enunciado en este sentido, necesitamos ciertamente recuperar las
intenciones del hablante y del.escritor en cuestión. Sin embargo no
tenemos por qué pensar en las intenciones como si fueran entida-
des mentales en absoluto. Están incorporadas en los actos de habla
que se realizan, y se pueden recuperar gracias al procedimiento
ínter-textual de relacionar el texto en el que estamos interesados
con el abanico de textos con los que está discutiendo, criticando,
comentando, o haciendo cualquier otra cosa.
Cuando nos proponemos recobrar las intenciones de esta mane-:
ra, no estamos intentando metemos dentro de la cabeza de los escri-
tores del pasado para saber qué fue lo que les pasó por ella. Esta-
mos hablando simplemente de las relaciones que se .establecen
entre los diversos textos. Estamos reivindicando que, cuando hemos
descubierto, por ejemplo, que un texto es una critica de otro, o una
burla, o el rechazo de sus argumentos, entonces hemos recobrado
las intenciones con las que el texto fue originariamente escrito. Por
poner la cuestión en términos de su sentido, lo que hacemos no es
descubrir el significado del texto (que no era lo que en principio
queríamos descubrir), sino más bien lo que elhablanté pudo haber
querido decir cuando escribió lo qU:e dijo en el texto.

E. B.-Pero ¿se recuperan o no se recuperan las intenciones con


las que el autor escribió el texto, o nos. limitaniós simplemente a
postular como una hipótesis probable que las tuvo cuando escri-
bió .el texto de. esa manera?.
..
Q. S.-Bueno, si se objetara que, cuando le imputamos ciertas
intenciones al hablante o a.l escritor, no hacemos más que ppstular
meras hipótesis, respondería qu~. es eso lo que justamente:hacé:-
mos. ¿Por qué se ha de entender eso como. una objeción? Lo que
nos gusta llamar conocimiento científico no es a menudo menos
hipotético ni depende menos de las teorías y de la evidencia que
52 EL GIRO CONTEXTUAL

podamos reunir para justificarlo. Lo importante es que algunas de


nuestras hipótesis explicativas serán mejores que otras, y algunas
hasta pueden dar lugar a creencias (lo que no significa lo mismo
que decir que sean correctas). Mi propuesta es que si situamos a
los textos dentro de los contextos en los que originariamente fue-
ron concebidos, y si lo hacemos con la habilidad y la imaginación
que podamos contar, entonces cabría esperar establecer el sentido
preciso de qué fue exactamente lo que el autor del texto en cues-
tión concibió como su proyecto, con qué propósitos lo escribió y
de qué manera entendió lo que estaba haciendo al escribirlo.
Como puede usted comprender, no estamos hablando de los
fines tradicionales de la hermenéutica en absoluto. Estoy abogan-
do por un nuevo enfoque en la interpretación textual, en el que se
haga hincapié no en los significados sino en los elementos perfor-
mativos de los textos. Una de las ventajas de este enfoque es que
se puede hacer frente a las objeciones presentadas por los críticos
post-modernos en contra del proyecto de recuperar el significado
y la intencionalidad sin dejar de insistir que esos términos tienen
un sentido que los mantienen en el centro de la misma tarea her-
menéutica. No estoy de hecho muy interesado en la crítica post-
modema de la hermenéutica tradicional, las dos partes me pare-
cen que siguen dando vueltas alrededor de lo que me parece que
es un conjunto de cuestiones menos interesantes que aquellas que
se pueden y se deben de preguntar sobre la interpretación de los
textos.

E. B.-Y, siri embargo, no veo yo del todo muy claro la inde-


pendencia que quiere reivindicar para su proyecto. ¿No cree que
no se distancia mucho de la hermenéutica tradicional al insistir en
las interi.cionés individuales del autor y en descubrir el proyecto
que tuvo al escribir el texto? ·

Q. S.-No creo realmente que sea ese el caso, porque la conse-


cuencia que tiene seguir el método ínter-textual del que le he habla-
do es hacer historias no de los autores, sino de los discursos, de
los vocabularios, de lo queJohn Poéock llama'«lenguajes», en la
que los autores individuales en gran medida desaparecen. Si quie-
re usted decir, sin embargo, que lo que tenemos que hacer és dejar
de hablar de los autores individuales, no pondría ninguna objeción.
Si prefiere decir que estamos simplemente hablando de los textos,
QUENTIN SKINNER/ENRIQUE BOCARDO 53

que un texto se puede considerar como un comentario de otro, o


como una crítica, o un intento de desacreditarlo me parece que es
una forma de hablar igualmente buena sobre el enfoque de la inter-
pretación textual que quiero resaltar.
Puede que sea incluso preferible hablar simplemente de los tex-
tos y no de los autores, lo que nos permitiría soslayar tener que
hablar de intencionalidad. No quiero, sin embargo, tener que sim-
plificar tanto las cosas, quisiera retener la categoría tradicional de
autor aunque sólo fuera para ser capaz de explicar el sentido de
todos esos momentos en la historia del pensamiento en los que
queremos decir que alguien fue capaz de alcanzar una concepción
o comprensión genuinamente novedosa. Pero me habría evitado
ciertamente un gran número de confusiones si me hubiera limita-
do a hablar más de los textos y no sobre sus autores, y, como le he
sugerido antes, tal vez la pérdida no habría sido tan grande.
Dejemos estas cuestiones, y permítame que retome su pregun-
ta sobre Wittgenstein y Austin, cuya relación con Collingwood
espero que se haga más evidente tan pronto como empiece a res-
ponderla. .
Siempre me ha parecido que una de las grandeslecciones·que
se puede aprender en las Philosophical Investigations de Wittgens-
tein es que no debemos de pensar en «los significados de las pala-
bras» de una manera aislada. Debemos más bien enfocar la aten-
ción en sus usos dentro de un juego de lenguaje específico y en
términos más generales, dentro de las formas particulares de vida.
Éste fue, creo, el desafio que J. L. Austin había asumido. Empezó
por preguntarse qué podría significar exactamente investigar eluso
de las palabras como algo opuesto en contraste a examinar sus sig-
nificados, y lo que en consecuencia podria significar decir, como
Wittgenstein lo había sugerido, que las palabras también se pue-
den considerar como hechos.
Austin prosiguió argumentando que, en el caso en que quera-
mos investigar la emisión de un enunciado que se hace en serio,
necesitamos comprender algo más que los significados de los tér-
minos que se utilizan para expresarlo. Mientras intentaba respon-
der a su pregunta sobre Collingwood, ya me serví de la fórmula
principal que Austin utiliza para expresar esta observación. Ade-
más, según argumentaba él, encontrar los medios para recuperar
lo que el hablante o el escritor pudo haber estado haciendo al decir
lo que dijo para que podamos comprender lo que el agente puede
54 EL GIRO CONTEXTUAL

haber querido decir cuando expreso tales palabras. Austin intentó


clarificar este punto fundamental al introducir un neologismo con
el objeto de distinguir el sentido preciso del <<Uso del lenguaje» en
el que estaba principalmente interesado. Puso de relieve que, cuan".'
do se habla sobre la fuerza de una emisión, estamos hablando prin-
cipalmente sobre Jo que el agente ha podido estar haciendo al decir
lo que dijo. Se preocupó por distinguir esta dimensión µe otro tipo
de cosas que también podemos hacer cuando utilizamos las pala-
bras. Dentro de este tipo de cosas se encuentra aquellas que se pro-
ducen (ya sean intencionadamente o no) como consecuencia de
hablar con una determinada fuerza. Con el objeto de distinguir la
cuestión sobre qué es lo que podemos estar haciendo al decir algo
de la de qué es lo que podemos llegar a causar cuando decimos
algo, Austin propuso que se hablase de la fuerza ilocucionaria en
primer lugar y de la fuerza perlocucionaria para referirse al efec".'
to que el hablante quiere causar en la audiencia con la emisión de
su enunciado.
Como su pregunta creo que acentúa correctamente, el principal
objetivo de Austin era clarificar la idea de <<Usar el lenguaje» en la
comunicación: De manera que hizo más hincapié en el hechó de
que los hablantes son capaces de sacarle partido a la dimensión de
la fuerza ilocucionaria con el objeto --como el título de su libro
pone de relieve- de hacer cosas con las palabras; En consecuen-
cia, tenía poco que decir sobre la naturaleza de la relación entre la
dimensión lingüística de la fuerza ilocucionaria y la capacidad de
los hablantes de explotar esta dimensión en la_realización de los
diferentes actos de habla, particularmente los. actos ilocuc~onarios
según la clasificación que estaba interesado hacer.
Como ya he dejado Claro, creo que la manera correcta de pen-
sar en esta relación es centrarse en el hecho de que, como Austin
siempre enfatizó, hablar con una cierta.fuerza ilocucionaria nor-
malmente es realizar. uña acción de cierta clase, participar en un
proceso deliberado y voluntario de comportamiento. Como esto
sugiere, lo que sirve para unir la dimensión ilocucionaria del len-
guaje con la realización de actos ilocucionarios debe ser --como
ocurre con todos los actos voluntarios- las intenciones con las
que obra el agente implicado. Así qué volvemos al sentido en el
que la intencionalidad elude, creo,· la interpretación.

E. B.-Las intenciones una vez más.


QUENTIN SKINNER/ENRIQÚE BOCARDO 55

Q. S.-Sí, pero no, como espero haber dejado en claro, por nin-
guna de las razones que ha puesto de relieve la hermética tradicio-
nal, o las que han de-construido los críticos post'."modernos.

E. B.-Para acabar, creo que sería una falta imperdonable por


mi parte que no le pregunte por la filosofia política de Hobbes,
cuya orientación parece haber cambiado ostensiblemente en gran
parte debido al peso de sus contribuciones. Lo cierto es que, vien-
do el volumen de sus escritos, habría que empezar diciendo que
Hobbes ha ejercido sobre usted una considerable influencia.
Me parece que dos de sus primeros trabajos «The ideological
context ofHobbes's Political Thought» (1966) y «Conquest and
consent: Thomas Hobbes and the Engagement controversy» (1972)
trataban sobre Hobbes. En segundo lugar, el tercer volumen de su
Visions ofPolitics trata enteramente sobre Hobbes, y antes había
publicado en 1996 Reason and Rhetoric in the PhilosophyofHob-
bes. Por último, uno de sus trabajos más recientes «Hobbes on
representatiom> (2005) trata una vez más sobre Hobbes. ¿Qué fue
lo que encontró usted en la filosofia política de Hobbes para haber-
le dedicado casi un tercio del trabajo que ha hecho a anali.Zar su
pensamiento?

Q. S:-Tiene razón al decir, cronológicamente como lo ha


hecho; que Hobbes fue el primer filósofo que estudié en serio, y
creo que hasta sería justo decir que ha sido probablemente el único
que haya estudiado en profundidad. De hecho publiqué mi primer
artículo sobre Hobbes en 1964, y el más reciente, como usted ha
dicho, cuarenta años después; así que nunca he sabido cómo ale-
jarme de él. Sin embargo, las razones que he tenido para interesar-
me en su trabajo han ido variando considerablemente a lo largo del
tiempo. Podría caracterizar el cambio como un intento por distan-
ciarme de mi deseo inicial de invocar la filosofia de Hobbes para
plantear ciertas cuestiones metodológicas y poder centrarme en un
compromiso más sustantivo con su teoría política y el lugar que
ocupa en la vida intelectual a comienzos de la era moderna.
Permítame comenzar diciendo algo sobre mis originarios inte-
reses metodológicos en Hobl2es. Cuando empecé primeramente a
investigar a comienzo delos años sesenta, creo·que sería justo decir
que había dos enfoques prevalecientes en el estudio y en la inter-
pretación de los textos en la historia de la filosofia. Me pareció
56 EL GIRO CONTEXTUAL

que la literatura interpretativa sobre Hobbes ofrecía un ejemplo


perfecto de los dos enfoques, y me atrajo inicialmente Hobbes prin-
cipalmente porque el estudio de su pensamiento me ofrecía una
oportunidad de estudiar los dos enfoques y lo que me parecía que
había de debilidad en ellos.
Un enfoque era de inspiración marxista, y surgió con particu-
lar prominencia en la cultura anglófona en 1962, el mismo año,
curiosamente, en el que me licencié y comencé a investigar. Fue
el año en el que C. B. Macpherson publicó su The political theory
ofpossessive individualism, un texto clave en la historia de la teo-
ría política para la gente de mi generación, un libro que me esti-
muló y me enfureció por igual cuando se publicó; Macpherson
concibió la teoría política del siglo XVII como si girara alrededor
de un solo eje, y trató la supuesta línea de desarrollo de «Hobbes
a Locke» (el subtítulo de su libro) como un reflejo ideológico de
una supuesta sociedad burguesa que se está aburguesando. De
acuerdo con esta concepción, a Hobbes se le consideraba el pro-
tagonista antirrealista y antiaristocrático de la concepción hurgue,..
sa del hombre; su filosofia no era tanto una reflexión sobre la socie,..
dad de su épóca como un reflejo de ella;
Permítame decir alguna palabra sobre e'l otro enfoque más
extendido de la filosofía de Hobbes que había en el momento
cuando empecé yo a estudiarlo. Este enfoque surgió a partir de la
creencia general de que la mejor forma de estudiar los principa-
les textos filosóficos es someterlos a un proceso puramente inter-
no de exégesis, con el fin eventual de demostrar las contribucio-
nes que se puede decir que hace a algunos ·de los supuestos
problemas perennes de la filosofia. La filosofía política de Hob-
bes generalI11ente se consideraba en los años de·mijuventud como
una contribución al pensamiento sobre los conceptos de la obli-
gación política y los derechos. A Hobbes eravisto ampliamente
como el prototipo de utilitarista, cuyas opiniones sobre la obliga-
ción política era que sus fundamentos y límites se pueden deter-
minar igualmente calculando los intereses egoístas de los indivi-
duos. En 1957, sin embargo, Howard Warrender publicó un trabajo
provocador, titulado The Political Philosophy ofHobbes, en el que
reivindicaba que la teoría de la obligación de Hobbes adopta una
forma deontológica. Más específicamente, Warrender trataba la
explicación de Hobbes de nuestro deber de obedecer el estado
como una instancia más de nuestro deber de obedecer a las leyes
QUENTIN SKINNER/ENRIQUE BOCARDO 57

de la naturaleza en virtud de reconocerlas como las leyes de Dios.


Le siguió poco después en 1964 el libro de F. C. Hood, The divi-
ne Politics ofThomas Hobbes. Hood había contraído una deuda
con Warrender, pero hizo un esfuerzo más genérico por leer a Hob-
bes como el autor de un sistema cristiano de política basado en la
idea de que nuestra obligación fundamental es obedecer los man-
damientos de Dios.
Pero a mí no llegaban a convencerme del todo ni la visión mar.:.
xista ni la del enfoque puramente interno para estudiar los textos
de Hobbes, y en primer artículo <<Hobbes 's Leviathan», publicado
en 1964, me propuse criticar las dos escuelas de pensamiento. No
me enfrenté, sin embargo, directamente con los argumentos exe-
géticos. Intenté demostrar en cambio que, aunque pudieran pare-
cer plausibles las lecturas de Hobbes que hacían Macpherson y
Warrender a alguien que estudiara solamente los textos de Hob-
bes, son históricamente increíbles. En contra de Macpherson argu-
mentaba que, si se quiere entender la teoría de Hobbes de la obli-
gación política en el Leviathan, lo que es necesario entender no es
el carácter social o económico de la sociedad de su tiempo. Lo que
es necesario entender antes que nada es la manera en que el pro-
blema sobre la obligación política se convirtió en un asunto de gran
importancia política después de la ejecución de Carlos I en 1649
y la exigencia por parte del gobierno de la Commonwealth de que
todo ciudadano tuviera que firmar un «compromiso» (engagement)
explícito para someterse a la autoridad civil. Mantenía que cuan-
do Hobbes argumentaba en el Leviathan, sólo dos años después,
que la obediencia y la protección son correlativos, su objetivo era
ofrecer una solución conciliadora a esta crisis particular de legiti-
midad. A lo que añadí que éste era precisamente eLtipo de contex-
to en el que habría que concentrarse si queremos· alcanzar una com-
prensión genuinamente histórica de su obra.Ya tenía en mente la
idea de que debíamos de intentar recuperar lo que Hobbes estaba
haciendo al presentar sus argumentos característicos --en este caso
sobre la naturaleza correlativa de la protección y de la obedien-
cia-. En contra de Warrender y Hood intenté demostrar que esta
clase de información contextual se podía utilizar para cuestionar
también su línea de interpretación. Mantuve que la teoría de Hob-
bes de la obligación fue concebida y aceptada como una teoría
puramente pragmática; y que no es posible comprender ni la moti;.
vación ni la recepción de su teoría política si suponemos que se
58 EL GIRO CONTEXTUAL

basa en la doctrina tradicional del derecho natural cristiano. En


suma, estudié a Hobbes como parte de la tarea metodológica que
me había impuesto de intentar demostrar que los enfoques preva-
lecientes para estudiar la historia de la filosofia estaban mal plan-
teados.

E. B.-Perdone mi interrupción, pero ¿por qué precisamente


Hobbes? Si su interés era demostrar que ciertas metodologías his-
tóricas~estaban mal planteadas, podría haber construido segura-
mente los mismos argumentos con los demás autores del canon
clásico. Francisco de Vitoria, Locke, Grocio, Suárez, Harrington,
Puffendorf, o Maquiavel -por citar sólo los más representativos-
también estaban en el punto de mira. Insisto; ¿por qué fue Hobbes
yno otro?

.Q. S.-No puedo estar seguro de recordarlo correctamente, pero


creo que debió de haberme influenciado en parte la idea del canon
mismo. A los especialistas británicos de ese período les parecía
obvio (a pesar de ser una concepción sorprendentemente estrecha)
que los dos grandes padres fundadores de la teoría política moder":'
na eran Hobbes y Locke. Al primero se le consideraba el ejemplo
original y sobresaliente de lateoría del estado; al segundo de la
soberanía popular. Si se aspiraba a hacer alguna contribución a la
comprensión de la historia de la teoríapolítica anglófona, era enton-
ces inevitable que por esa época uno tuviera que gravitar hacia el
estudio de Hobbes o de Locke. Mi amigo y gran contemporáneo,
John Dunn, estaba ya trabajando sobre Locke, sobre el que publi-
có su monografia clásica en 1969; así que supongo que debí de
creer (espero no parecer demasiado arrogante al presentarme en
estos términos) que a míme había tocado Hobbes.
Creo razonablemente estar seguro, sin embargo, que mi princi-
pal y peculiar razón para centrarme en Hobbes fue que ympecé a
tener algunas dudas sobre la idea del «canon>> mismo, y mi estu-
dio sobre Hobbes me ayudó a articularlas; Para explicarle lo que
tenía en mente, es necesario que le cuente una anécdota. Tiene que
ver con Peter Laslett, a cuyas clases sobre la historia de la teoría
política asistí como estudiante mientras hacía la licenciatura en la
Universidad de Cambridge, y a quien conocí poco después de licen-
ciarme en 1962. Laslett había publicado su edición definitiva· de
Two treatises of Government de Locke en 1960, leí enseguida.su
QUENTIN SKINNERJENRIQúE BOCARDO 59

introducción con gran interés. Laslett demostraba que los ·dos tra:.:.
tados de Locke, que siempre se habían considerado como una cele-
bración de la Revolución Gloriosa de 1688, se habían escrito en
gran parte casi diez años antes, como una contribución a la cam-
paña que el conde de Shaftesbury había orquestado en oposición
a la supuesta política arbitraria. del rey Carlos It Hablando con
Laslett sobre su descubrimiento, me sorprendió comprobar lo que
él pensaba sobre la significación de su estudio. Creía que había
demostrado que el tratado de Locke era esencialmente el panfleto
de un partido político. Pensaba que, al demostrar cómo había sur-
gido de una crisis política específica, lo había degradado del canon
al sembrar algunas dudas sobre su caráctery significación ahistó-
ricas. Recuerdo haberme dicho que había demostrado que a Locke
no se debería situar a la altura de los arquitectónicos escritores
como Hobbes, sobre el que no se podía hacer este tipo de análisis.
Sentí como si fuera de una manera a priori que debería de haber
algún trabajo de contextualización que se podría aplicar igual-
mente a cualquier texto de la filosofía política. No estoy seguro
de dónde vino esa confianza, pero sospecho que se debía en gran
medida a mis lecturas de Collingwood. Pero cualquiera que haya
sido su origen, el resultado fue que tuve la ambición de hacer con
Hobbes lo que Laslett había hecho con Locke. No lo conseguí
desde luego, y no tengo la menor intención de comparar los ensa-
yos que escribí entonces con el trabajo de investigación que mar-
caba toda una época· de Laslett. Pero creo que fue esto lo que prin-
cipalmente me condujo a poner mi atención en Hobbes, y que a
finales de los años sesenta publicara una serie de artículos sobre
su filosofía política. Como ha observado usted acertadamente, el
título de uno de ellos fue «el contexto ideológico del pensamien-
to político de Hobbes». Pero el fin que perseguía en todos ellos
era el de intentar demostrar que existía en realidad un contexto
ideológico que uno podía invocar para entender el sentido de lo
que Hobbes estaba haciendo al escribir como lo hizo sobre la polí-
tica de su tiempo.
A primeros de la década de los años setenta abandoné a Hob-
bes para estudiar la teoría política del Renacimiento. Esta segun-
da fase de mi carrera continuó hasta mediados de los años ochen-
ta, para entonces ya había publicado mis Foundations of modern
Political Thought, que como le indiqué en su primera pregunta se
centra fundamentalmente en el siglo XVI, así como un gran núme-
60 EL GIRO CONTEXTUAL

ro de artículos que reedité en mi libro Renaissance virtue. Sin


embargo, en 1987 me invitó Franc;ois Furet a dar un curso en la
École des Hautes Etudes en París sobre la teoría política inglesa
del siglo XVII, lo que me recondujo nuevamente a la filosofía de
Hobbes. La razón que me llevó a aceptar esta invitación fue, sin
embargo, el haberme interesado profundamente, durante el tiem-
po que había estado trabajando en la teoría política del Renaci-
miento, las cuestiones relativas a la teoría de la libertad, de mane-
ra que fue manteniendo a la vista las teorías de Hobbes y Locke
sobre la libertad política como desarrollé mis conferencias en París.
Una vez que volví a adentrarme en el mundo de lafilosofía del
siglo XVII, me di cuenta que lo que realmente me interesaba era la
manera en la que la llamada «Nueva Filosofía» del siglo XVII se
podía leer como una serie de reacciones en contra del aristote-
lismo y de los elementos republicanos del pensamiento del Rena-
cimiento, y es lo que he estado intentando hacer desde. entonces.
El resultado es que me ha conducido a estudiar no sólo Ja teoría
de la libertad de Hobbes, sino sus conexiones con sus opiniones
sobre la soberanía, la representación y el carácter del Estado. Escri-
bí una serie de artículos sobre estos problemas en la década de los
años noventa que se reunieron todos en mi libro Hobbes and Civil
Scince. Estoy ahora trabajando, sin embargo, en un estudio más
general de la teoría política de la Revolución Inglesa, en el que
Hobbes, una vez más, está jugando un papel destacado. Parece
pues muy probable que encontraré, como ya lo dejó escrito el
poema inmortal de T. S. Eliot, mi principio en mi fin.
II. CINCO ENSAYOS
DE QUENTIN SKINNER*

* Reproducidos con permiso de © Cambridge University Press, 2006.


© Traducción de Enrique Bocardo Crespo.
1. SIGNIFICADO Y COMPRENSIÓN
EN LA IDSTORIA DE LAS IDEAS*

La tarea del historiador de la ideas 1 consiste en estudiar e inter-


pretar el.canon.de los textos clásicos. El valor que tiene escribir
esta clase de historia surge del hecho de que los textos clásicos
morales,. políticos, religiosos, o de cualquier otra clase de pensa-
miento, contienen una «sabiduría inmemorial»2 en la forma de
«ideas universales»3 • Como résultado de ello, esperamos aprender
y sacar provecho de la investigación de esos «elementos eternos»;
al poseer una relevancia perenné4 • Lo que,.por su parte, sugiere
que la mejor manera de acercarse a estos textos debe ser concen-
trarnos en lo que cada uno de ellos dice 5 sobre estos «conceptos
fundamentales» 6 . y «los perdurables problemas» de la moral, la
política, la religión y la vida sociaF; En otras palabras, debemos
de estar preparados para leerlos textos clásicon<como si hubie-
ran sido escritos por un contemporáneo»8• De hecho resulta esen-
cial considerarlos de esa manera,· centrándonos simplemente· en
sus argumentos y examinando lo que tienen qué decir sobre los
problemas perennes. Si en su lugar nos vemos desViados a exami-
¡,

* Esté ensayo es una vérsión más abrevidáda y exteliSamente reVÍsáda ·de un artícu~
lo que originariamente apareció bajo el mismo título en History and Theory, 8 (1969):
3~3. ,
1
Para la confusa variedad de maneras en la que esta aparentemente ineludible frase
se ha usado véase Mandelbaum, 1965. ·. · · · ··
2
Catlin, 1959: x.
3Bluhm, 1965: 13.
4
Merkl, 1967: 3. . .. •
5
Jaspers, 1962; Nelson, 1962; 32-33. Cfr. Murphy, 1951': v sobré la necesidad de
centrarse en «lo que Platón dijo»; Ryan, 1965: 219 sobre la nécesidad de centrarse eri
<<lo que dijo Locke». ·
6
McCoy, 1963: 7. . . • .· , . ·
7
Sobre las cuestiones «perdurables» y <<perennes» véase Morg'entbau; 1958: 1; Sibley,
1958: 133; Strauss y Cropsey, 1963: Prefacio. Sobré.las cuestiones perenÍles como lá
(única) garantía de <<relevancia» de los textos clásicos véase Hacker, 1954; McCloskey,
1957. Para una exposición más reciente de una posición similar véase Bevir, 1994. ·
8 Bloom, 1980: 128. · · ·

[63]
64 EL GIRO CONTEXTUAL

nar las condiciones sociales o los contextos intelectuales en los


que surgieron, perderemos de vista su sabiduría inmemorial y por
lo tanto seremos incapaces de apreciar el valor y el propósito de
estudiarlos9 •
Éstas son las asunciones que me gustaría cuestionar, criticar y,
si es posible, desacreditar en lo que a continuación sigue. La creen-
cia de que cabe esperar interpretar a los teóricos clásicos sobre un
conjunto determinado de «conceptos fundamentales» ha dado lugar,
me parece, a una serie de confusiones y absurdos exegéticos que
han plagado la historia de las ideas durante mucho tiempo. El sen-
tido, no obstante, en que esta idea resulta ser confusa es difícil de
precisar. Es fácil despacharla como un «error fatal» 1º, pero al
mismo tiempo es difícil negar que las historias de las diferentes
empresas intelectuales hayan estado marcadas por el empleo de un
vocabulario relativamente estable y característico 11 • Incluso en el
caso de aceptar la difusa presuposición de que es sólo en virtud de
una cierta semejanza de parentesco gracias a la cual somos capa-
ces de definir y distinguir esas diferentes actividades; aún así es-
taríamos comprometidos a aceptar algunos criterios y reglas de
uso para que ciertas actuaciones se puedan ejemplificar correcta:-
mente y excluir a otras, como ejemplos de una cierta actividad. De
otra manera no tendremos medios -por no decir nada sobre la
justificación- para delinear y hablar de, por ejemplo, la historia
del pensamiento ético o político, como historias de actividades que
se puedan reconocer de alguna manera. Es de hecho la verdad, y
no lo absurdo, de reivindicar que todas esas actividades deben de
tener algunos conceptos característicos lo que parece ser el origen
principal de la confusión. Porque si tuviera que haber al menos
alguna similifud de parentesco que conecte todas las instancias de
alguna de esas ;:i.ctividades, que necesitamos en primer lugar com-
prender para reconocer la misma actividad, resultará imposible
reconocer dicha actividad, o algún ejemplo de ella, sin tener algu-
nas p:i;econcepcio_nes sobre lo que esperamos encontrar. _
La relevancia de este dilema para lá historia de las ideas-y en
especial a la hora_ de reivindicar que todos los historiadores debe-
rían de centrarse en lo que los textos clásicos dicen sobre1os temas

9
Hacker, 1954; Bluhm, 1965: 13.
10 Macintyre, 1966: 2.
11
Véase Wolin, 1961: 11-17 sobre «el vocabulario de la filosofía política».
QUENTINSKINNER 65

canónicos- aparece ahora con claridad. Jamás será posible estu-


diar lo que algún escritor haya dicho (especialmente en una cultu-
ra ajena) sin poner eri juego tmestras propias expectativas y pre-
juicios sobre lo que debe de estar diciendo. Es· éste un dilema
familiar para los psicólogos como un factor determinante de la
coefzguración mental del obsenfador. Por nuestra experiencia pasa-
da «estamos configurados para percibir ciertos detalles de una
manera determinada», y cuando este marco de referencia se ha
establecido, «el ptoéeso consiste en estar preparado para percibir
o reaccionar de una cierta manera» 12 • Ei dilema que resulta se puede
enunciar, para mis propósitos presentes, en la forma de la propo-
sición en la que los modelos y preconcepciones, en cuyos térmi-
nos inevitablemente organizamos y ajustamos nuestras percepcio-
nes y pensamientos, tenderán por ellas mismas a actuar como
determinantes de lo que pensamos y percibimos. Debemos de cla-
sificar para entender, y sólo podemos clasificar lo que no nos es
familiar en términos de lo que es familiar 13 • El peligro perpetuo,
en nuestros intentos por aumentar nuestra comprensión histórica,
resulta ser que nuestras propias expectativas sobre lo que algliien
está diciendo o haciendo determinaran que enteridamos'que e.l agen-
te esté haciendo algo que n:o habría aceptado ~ induso no podría
aceptar- como explicación de lo que esté haciendo.·
Esta noción de la prioridad de los paradigmas ha sido explo- ya
rada fructíferamente en la historia del arte 14, donde ha producido
úna historia esencialmente historicista sobre el desarrollo del ilu-
sionismo para obtener un lugar como contenido histórico en el des-
pliegue cambiante de las intenciones y convenciones. Más recien-
temente, una exploración análoga no ha sido menos fructífera en
la historia de la ciencia15 • Aquí intentaré aplicar un conjunto sitni-

12
Allport, 1955: especialmente las páginas 23.9-240.
13 Que esto debe de producir una historia concebida en términos de nuestros criterios
filosóficos e intereses (¿de quiénes si no?) lo demuestra enteramente Dunn, 1980: 13-28.
14
Véase Gombrich, 1962: especialmente 57-78 cuya noción de «paradigma» adop-
to yo. Gombrich también ha acuñado el relevante epigrama: «sólo donde existe un cami~
no hay también una voluntad» (p. 75).
15
Véase Khun, 1962: especialmente 43-51 donde desarrolla la noción de «la priori-
dad de los paradigmas». Cfr. la comparable insistencia en Collingwood,' 1940: especial-
mente .11-48, de que el pensamiento de cualquier período se organiza de acuerdo con
«Constelaciones de presuposiciones absolutas». Para un análisis valioso de la teoría de
la ciencia de Khun y de sus implicaciones para el historiador intelectual, véase Hollin-
ger, 1985: 105-129.
66 EL GIRO CONTEXTUAL

lar de consideraciones· a la historia de las. ideas. Mi procedimien-


to será intentar descubrir hasta qué punto el estudio histórico actual
del pensamiento ético, político, religioso y de otros modos de pen-
samiento se encuentra afectado por la aplicación inconsciente de
paradigmas, cuya familiaridad para el historiador, disfraza una falta
de aplicación esencial al pasado. No pretendo, desde luego, negar
que la metodología que critico haya obtenido importantes resulta-
dos. Quiero insistir, no obstante, en las diversas maneras en las que
el estudio de lo que cada uno de los escritores clásicos dice inevi-
tablemente corre el riesgo de incurrir en varias.clases de absurdos
históricos, y al mismo tiempo de anatomizar diversas_maneras en
las que los resultados se pueden clasificar, no como historias, sino
más apropiadamente. como mitologías.

II

La mitología más persistente ha sido creada por los historiado-


res que tr~pajan con la expectativa de que el escritor clásico (en la
historia, por ejemplo, de la teoría moral o política) se encontrará
enunciando alguna_doctrina sobre.los problemas que se conside-
ran constitutivos de la materia. Es un pequeño paso peligroso para
estar bajo la influencia (por inconsciente que sea) del paradigma
de «encontrar>> las doctrinas de un autor dado sobre los temas obli-
gatorios. El resultado es una clase de discusión que se podrí,a cón-
siderar como la mitología de las doctrinas. ..
La mitología adquiere varias formas. Primero existe el peligro
de conv~rtir algunas observaciones sueltas o casuales del teóric.o
clásico en sus «doctrinas» sobre uno de los temas esperados. Lo
que por su parte tiene el efecto de generar dos clases particulares
de absurdos históricos. Una es más característica de las biografias
intelectuales y de las historias sinópticas del pensamiento, en donde
la atención se centra sobre los pensadores iiidividuales. (o la suce-
sión de ellos). La otra es más característica .de las «historias de las
ideas» en donde la atención se pone en el desarrollo de la misma
«unidad de idea». . . .· _·
El peligro especial de la biografía intelectual es el del anacro-
nismo. A un cierto escritor se le puede «descubrir>> como si hubie-
ra sostenido una cierta opinión, sobre la base de cierta semejanza
casual en la terminología, sobre un argumento al que en principio
QUENTIN SKINNER 67

no tuvo la intención de hacer ninguna contribución. Marsilio de


Padua, por ejemplo, en un punto de su Defensor Pacis ofrece una
observación típicamente aristotélica sobre la función ejecutiva de
los gobernantes a diferencia del papel legislativo del pueblo 16 • El
comentarista moderno que se encuentre con este pasaje estará fami-
liarizado con la doctrina, importante en la teoría y la práctica cons-
titucional desde la revolución americana, de que una condición de
la libertad política es la separación del poder ejecutivo del legis-
lativo. Los orígenes de la doctrina se pueden trazar a la sugeren-
cia historiográfica (esbozada primeramente dos siglos después de
la muerte de Marsilio) que mantenía que el colapso de la república
romana, que dio paso al imperio, ilustra el peligro para libertad de
los súbditos inherente a confiar cualquier autoridad individual al
poder político central 17 • Marsilio no sabía nada de esa historiogra;..
fia, ni de las lecciones que se habrían de sacar de ella. (Su propia
discusión se deriva del libro IV de laPolítica de Aristóteles,.que
nada tiene que ver con el problema de la libertad política.) Nada
de esto, no obstante; ha sido suficiente para prevenir un enérgico
debate sobre la cuestión el.e si.Matsilio tendría que haber dicho algo
sobre la «doctrina» de la separación de. poderes, y si así hubiera
sido, si tendría que haber sido «considerado como el fundador de
dicha doctrina» 18 • Incluso aquellos que le niegan a Marsilio1a·con-
cesión de tal doctrina basan sus conclusiones en este texto 19 , sin
señalarlo inapropiado de la suposición de que hubiera podido con-
tribuir al debate en unos términos que no tenía a su disposición.
La misma clase de anacronismo marca la discusión que se cen-
tra sobre el dictum ofrecido por Sir Edward Coke sobre el caso de
Bonham en el que el derecho común de Inglaterra pueda en oca-
siones sobrepasar a ley positiva. El comentarista moderno (espe-
cialmente el americano) le confiere a esta observación la resonan-
cia de la doctrina mucho más tardía de la revisión judicial. El
mismo Coke no sabía nada de tal doctrina. (El contexto de su pro-
pia sugerencia es el de un político de partido que justifica ante
Jaime I que la característica definitoria de la ley es la costumbre,

16 Marsilio de Padua, 1951-6, vol. 2: 61-67.


17
Véase Pocock, 1965; Bailyn, 1967.
18
Marsilio de Padua, 1951-6, vol. 1: 232.
19
Para más bibliografía, véase Marsilio de Padua, 1951-6, vol. 1: 234n. Para una
impugnación puramente textual de la propuesta véase D'Entreves, 1939: 58.
68 EL GIRO CONTEXTUAL

y no, como parece estar reclamando el rey, la voluntad del sobe-


rano.)2º Ninguna de estas consideraciones históricas, sin embargo,
han sido suficientes para prevenir la repetición de la absurda cues-
tión de «si Coke quería realmente defender la revisión judicial»21 ,
o la insistencia de que Coke debió de haber tenido la intención de
articular esta «nueva doctrina» y haber realizado así esta «Signifi..,
cativa contribución a la ciencia política»22 . Una vez más, aquellos
expertos que han negado que a Coke se le tenga que reconocer tal
aportación han basado sus conclusiones en la reinterpretación del
texto de Coke, antes que admitir previamente el absurdo lógico
que implica la explicación de las intenciones de Coke23 .
Además de la cruda posibilidad de atribuirle a un escritor un
significado que no tenía la intención de expresar, existe el peligro,
más insidioso, de encontrar demasiado fácilmente las esperadas
doctrinas en los textos clásicos. Consideremos, por ejemplo, las
observaciones aristotélicas que RichardHooker ofrece en el libro
I de sus OfThe Laws ofEcclesiastical Polity sobre la sociabilidad
natural24. Podríamos creer que la intención de Hooker era simple-
mente -cómo ocurre con muchos abogados escolásticos de la
época- la de presentar los medios con los que distinguir los orí-
genes divinos de la Iglesia de los orígenes más mundanos de las
asociaciones civiles. El comentarista moderno, sin embargo, que
ve a Hooker en lo alto de una «línea de descenso» que va «de Hoo-
ker hasta Locke y de Locke a los Philosophes» tiene poca dificul-
tad en convertir las observaciones de Hooker en nada menos que
en su <<teoría del contrato social»25 . Consideremos, de manera simi-
lar, las observaciones sobre el fideicomiso que John Locke ofre-
ce en uno- o dos pasajes de su Two Treatises of Government26 •
Podríamos también ·creer que Locke está apelando simplemente a
una de las analogías jurídicas más familiares de los escritos polí-
ticos del período. Una vez más, sin embargo, el comentarista

20
Pocock, 1987: especialmente 30-55.
21
Gwyn, 1965: 50n.
22 Plucknett, 1926-7: 68. Para la reivindicación de que fue «la propia intención» de

Cake de articular la doctrina «que hoy en día aplican los tribunales americanos», véase
también Corwin, 1928: 368 y cfr. Corwin, 1948: 42.
23
Para un rechazo puramente textual véase Thorne, 1938.
2
~ Hooker, 1989 l. 10.4: 89-91.
25 Morris, 1953: 181-197.
26
Locke, 1988 Il. 149: 367; Il. 155: 370-371.
QUENTIN SKINNER 69

moderno que ve a Locke al frente de una tradición del «gobierno


por consentimiento» tiene poca dificultad en poner juntos los «pasa-
jes diseminados» de la obra sobre ese problema, y hacer que Locke
aparezca con la «doctrina» de la «confianza política»27 • Conside-
remos asimismo las observaciones que James Harrington hace en
The Commonwealth of Oceana sobre la función de los legislado-
res en la vida política. El historiador que esté investigando las
supuestas opiniones de los republicanos ingleses de la década de
los cincuenta del siglo XVII sobre la separación de poderes puede
que momentáneamente quede desconcertado al hallar que Harring-
ton («curiosamente») no diga nada sobre administradores públicos
en este punto. Pero un historiador que «sepa» esperar la doctrina de
este grupo tendrá escasa dificultad en insistir en que «ésta parece
ser una vaga enunciación de la doctrina» 28 • En todos estos casos,
donde un cierto escritor puede aparecer estar insinuando algo de
esa «doctrina», nos vemos confrontando la misma cuestión exigi-
da. Si el escritor tuvo la intención de articular la doctrina que se
le quiere acreditar, ¿cómo es que fracasa tan señaladamente en ese
empeño hasta el punto que al historiador se le deja con la recons-
trucción de su supuesta intención a partir de conjeturas y pistas?
La mitología de las doctrinas se puede ilustrar de manera simi-
lar desde las «historias de las ideas» en sentido estricto. Aquí el
fin (en las palabras de Arthur Lovejoy, pionero en la investigación)
es trazar la morfología de alguna doctrina dada «a lo largo de todas
las provincias de la historia en la que aparece» 29 • El punto carac-
terístico de partida es establecer un tipo ideal de uná doctrina dada
-ya sea el de la igualdad, el progreso, la razón de estado, el con:..
trato social, la gran cadena del ser, la separación de poderes y así
sucesivamente-. El peligro de este estudio es que la doctrina que
se ha de investigar de una manera tan expeditiva llega a ser una
entidad al convertirse en una hipóstasis. Cuando el historiador se
pone debidamente a buscar la idea que se caracteriza de esa mane-
ra, llega a ser demasiado fácil hablar como si la forma desarrolla-
da de la doctrina haya sido siempre de alguna manera inmanente
en la historia, aun cuando algunos historiadores no hubieran acer-

27
Véase Gough, 1959: 47-72 (gobierno por consentimiento) y pp. 136"171 (fidei-
comiso político).
28
Gwyn, 1965: 52.
29
Lovejoy, 1960: 15.
70 EL GIRO CONTEXTUAL

tado «a dar con ella» 3º, o se hubiera «perdido de vista»31 durante


varias veces, o aun cuando toda una época no hubiese sabido «sus-
citar su percepción»32 • El resultado es que la historia inmediata-
mente exhibe esa clase de lenguaje propio. de la descripción del
desarrollo de un organismo. El hecho de que las ideas presupon-
gan agentes desaparece de inmediato tan pronto como las ideas se
disponen a hacer la guerra en su propio nombre. Se nos dice, por
ejemplo, que el <<nacimiento» de la idea de progreso fue bastante
fácil, porque «transcendió» los «obstáculos a su aparición» alre-
dedor del siglo XVI33 , y de esta manera «ganó. terreno» en los siglos
siguientes34 • Sin embargo, la idea de la separación de poderes vino
al mundo con mayores dificultades. Si bien estuvo a punto de
«emergern durante la guerra civil inglesa, <<nunca llegó del todo a
materializarse», así que se tomó otro siglo «desde la guerra civil
inglesa hasta la mitad del siglo XVIII para que emergiera entera-
mente dividida en ias tres partes y adquiriera su forma» 35 •
Estas objetivaciones dan lugar a dos clases de absurdos histó-
ricos, que no son prevalecientes simplemente en este tipo de his-
toria, sino que parecen más o menos inevitables cuando se sigue
esta investigación36 • La tendencia a buscar por la aproximación al
tipo ideal produce una forma de historia que casi enteramente se
centra a señalar anteriores «anticipaciones» de posteriores doc-
trinas, y por consiguiente a felicitar a los escritores individuales
por la extensión de su clarividencia. Marsilio de Padua es nota-
ble por. su «extraordinaria anticipacióm> de Maquiavelo37 ; Maquia-
velo es notable porque «pone los cimientos para Marx»38 • La teo-
ría de los signos de John Locke como una «anticipación de la
metafisica de Berkeley»39 • La teoría de Joseph Glanvill es nota-
ble por «efalcance con el que se anticipaba a Hume»4º. ELtrata-
miento del problema de la teodicea de Shaftesbury es notable sólo

30
Bury, 1932: 7.
31
Weston, 1965: 45.
32
Raab, 1964: 2.
33 Bury, 1932: 7.
34
Silmpson, 1956: 39.
35
Vile, 1967: 30.
36
Para una defensa interesante del enfoque de Lovejoy véase Oakley, 1948: 15-40.
37
Raab, 1964: 2.
38
Iones, 1947: 50.
39
Armstrong, 1965: 382.
40
Popkin, 1953: 300.
QUENTIN SKINNER 71

porque «en un cierto sentido anticipaba a Kant» 41 • En ocasiones


incluso la pretensión de que esto sea historia se deja de lado, y los
escritores del pasado se alaban o se les condenan de acuerdo al
esfuerzo de haber aspirado a la condición de ser ellos mismos.
Montesquieu «anticipa las ideas del pleno empleo y del estado del
bienestar»: esto demuestra su «luminosa e incisiva»42 mente.
Maquiavelo pensó la política esencialmente como nosotros lo
hacemos: ésta es su «significación perdurable». Pero sus contem-
poráneos no lo hicieron: lo que hace que sus concepciones polí-
ticas sean «completamente irreales»43 • Shakespeare («un autor
eminentemente político») era escéptico sobre «la posibilidad de
una sociedad interracial y multirreligiosa»: éste es uno de los sig-
nos de su valía como «texto en la educación moral y política»44 •
Y así con otros muchos ejemplos.
Encontramos un absurdo entrelazado en los debates sin fin sobre
si se puede decir si una «idea unitaria» dada ha «emergido real-
mente» en un tiempo dado, y si estaba «realmente allí>> en la obra
de algún escritor dado45 • Consideremos úna vez más las historias
de la idea de la separación de poderes. ¿Existe ya la doctrina «allí»
en las obras de George Buchanan? No, porque no llegó a articn-
larla enteramente, aunque «nadie llegó más cerca» en esa época.
¿Tal vez empero esté ya «allí» en el momento en que nos acerca-
mos a las propuestas constitucionalistas que presentaron los rea-
listas en la guerra civil inglesa? No, porque aún <<no se trata de la
doctrina pura»46 • O consideremos las historias de la doctrina·del
contrato social. ¿Estába ya la doctrina «allí» en los panfletos es-
critos por los hugonotes en las guerras francesas de religión? No
porque sus ideas se han «desarrollado de una manera incompleta».
¿Estaría tal vez sin embargo en las obras de sus adversarios cató-
licos? No porque sus enunciados son aún «incompletos», aunque
sean «decididamente más avanzados»47 •
La primera forma, pues, de la mitología de las doctrinas se puede
decir que consiste, en estas varias maneras, en tomar equivocada-

41
Cassirer, 1955: 151.
42
Morris, 1966: 89-90.
43
Raab, 1964: 1, 11. Para una crítica véase Anglo, 1966.
44
Bloom y Jaffa, 1964: 1-2, 36.
45
Gwyn, 1965: 9.
46
Vile, 1967:46.
47
Gough, 1957: 59.
72 EL GIRO CONTEXTUAL

mente algunas observaciones sueltas y casuales de uno de los teó-


ricos clásicos por sus «doctrinas» sobre los temas que el historia-
dor estáya preparado a encontrar. La segunda forma, a la que vol'-
veré enseguida, supone la conversa de este error. Un teórico clásico
que no sepa producir una doctrina reconocible sobre algunos de
los temas obligatorios se le critica por no estar a la altura de la tarea
apropiada.
El estudio histórico de la teoría moral y política está en la
actualidad poseído por una versión demoníaca de este error. Estas
disciplinas, se nos recuerda en primer lugar, tratan o deberían de
tratar de.<<Verdades canónicas» eternas o por los menos tradicio-
nales48. De esta manera se cree que es apropiado tratar la historia
de estas materias en términos de «una decidida atenuación del
tono» que se dice que es característico de la reflexión moderna
«Sobre la vida y sus propósitos» y tomar como foco de. atención
de esta historia la evaluación de la responsabilidad de este colap-
so49. Thomas Hobbes, en ocasiones Niccolo Maquiavelo, se pre-
senta, pues, como el culpable de la primera desobediencia del
hombre50. A.sus contemporáneos se les elogia o se les condena según
admitan o ·subviertan la misma «verdad»51 . Leo Strauss, el prin-
cipal proponente de este enfoque, en consecuencia, «no duda en
afirmar» que, cuando se toma en consideración la obra política
de Maquiavelo, merece que se la denuncie por «inmoral e irreli:-
giosa»52. Tampoco duda en asumir que semejante tono de incul-
pación es propio de su declarado propósito de intentar «compren-
der» las obras de Maquiavelo 53 . En este caso el paradigma
determina la dirección de toda la investigación histórica. La his-
toria sólo se podría reinterpretar si se llega a abandonar el mismo
paradigma.
La principal versión, sin embargo, de esta forma de la mito-
logía de las doctrinas consiste en proporcionarles a los teóricos

8
4 Strauss, 1957: 12.
49Bloom y Jaffa, 1964: 1-2. Para una crítica de esta creencia en la filosofía política
como articulación o recuperación de ciertas <<Verdades finales», véase Kau:fman; 1954.
Para su defensa véase Cropsey, 1962.
50
Para esta opinión de Hobbes véase Strauss, 1953; para esta opinión de Maquiave-
lo véase Strauss, 1958.
51 Véase, por ejemplo, el ataque a Anthony Ascham y la defensa del conde de Cla-

rendon en estos términos en Coltman, 1962: 69-99, 197-242.


52
Strauss, 1958: 11-12.
53 Strauss, 1958: 14.
QUENTIN SKINNER 73

clásicos las doctrinas que se acuerdan propias de la materia, pero


que inexplicablemente no son capaces de discutir. A veces ésta
adquiere la forma de extrapolaciones a partir de lo que dicen estas
grandes figuras hasta el punto de suministrarles las creencias ade-
cuadas. Tomás de Aquino puede que no se haya pronunciado sobre
la «insensata» doctrina de la «desobediencia civil», pero pode-
mos estar seguros «que no la habría aprobado»54 • Marsilio de
Padua habría aprobado ciertamente la democracia, ya que «la
soberanía que defendía pertenecía al pueblo»55 ; Richard Hóoker,
por el contrario, «no habría estado contento», ya que «su propia
concepción, noble, religiosa y amplia de la ley habría sido dise-
cada por el simple fiat de la voluntad popularn 56 ; Semejantes
ejercicios pueden que parezcan meramente pintorescos, sin
embargo siempre pueden tener un trasfondo más siniestro, como
quizá puedan sugerir los anteriores ejemplos: un medio para pro-
yectar los prejuicios propios sobre los nombres carismáticos bajo
el disfraz de una inocua especulación histórica. La historia, enton-
ces, se convierte de hecho en un montón de trucos que le.hace-
mos a los muertos.
La estrategia más común, no obstante, es apropiarse de algu-
na doctrina que un teórico dado tendría que haber mencionado,
aun cuando no lo haya hecho, y después criticarlo por su incom-
petencia. Tal vez la evidencia más notable del ejercicio que prac-
tica este enfoque es que nunca fue cuestionado como método de
discusión de las ideas políticas, ni siquiera por el teórico político
más esencialista, T. D. Weldon. La primera parte de su libro Sta-
tes and Morals establece las distintas «definiciones del estado»
que todos los políticos teóricos «formulan o bien dan por supues-
tas». Sabemos que todas las teorías del estado se dividen en dos
grandes grupos. «Algunos las definen como una clase de· orga-
nismo, otras como una clase de máquina». Armados con este des-
cubrimiento, Weldon se vuelve «a examinar las principales teo-
rías sobre el estado que se han propuesto». Pero en este punto se
encuentra con que incluso «aquellos escritores que se consideran
generalmente como los principales teóricos en la materia» nos
dejan bastante mal parados, porque pocos de ellos se proponen

54
Craston, 1964: 34-35.
55
Marsílio de Padua, 1951-6, vol. I: 312.
56
Shírley, 1949: 256.
74 EL GIRO CONTEXTUAL

exponer sus teorías sin «inconsistencias o incluso con contradic-


ciones». Hegel resulta ser el único teórico «completamente fiel»
a uno de los dos modelos estipulados que, se nos recuerda, es el
«primer propósito» de cada teórico exponer. Un escritor menos
confiado se puede preguntar, en relación con este punto, si la
caracterización inicial de lo que estos teóricos pensaban que esta-
ban haciendo podría haber sido correcta. Sin embargo, el único
comentario de Weldon es que parece «bastante extraño, después
de más de dos mil años de pensamiento reflexivo», que casi todo
el mundo siga estando tan confundido 57 •
La literatura exegética está llena de ejemplos semejantes·de
esta mitología de las doctrinas. Consideremos, por ejemplo, el
lugar que ocupa en la teoría política las cuestiones sobre el voto
y la toma de decisiones, y sobre el papel de la opinión pública de
manera más general. Estas cuestiones han llegado a tener una
importancia central en la teoría política democrática actual, aun-
que fueran de escaso interés para los teóricos que escribieron antes
del establecimiento de las democracias representativas modernas.
La advertencia histórica puede parecer a duras penas que merez-
ca añadirse, pero no ha sido suficiente para detener a los comen-
taristas que critican La República de Platón por «omitir» la
«influencia de la opinión pública»58 o criticar a lós Dos Tratados
de Locke por omitir «toda referencia a la familia y a la raza» y no
haber sido capaz de haber dejado «enteramente claro» su posi-
ción en relación al sufragio universal59 • Resulta en verdadsor-
prendente, se nos asegura, que ninguno de «los grandes escrito-
res de la política y del derecho» no hayan dedicado espacio a la
discusión de la toma de decisión60 • Consideremos, igualmente, la
cuestión de hasta qué punto el poder político está sometido a la
manipulación de los más favorecidos socialmente. Esto también
representa una preocupación para los teóricos democráticos, aun-
que sea una cuestión de escaso interés para quienes carezéan de
compromiso con el gobierno popular. Una vez más la adverten-
cia histórica es obvia, pero de nuevo no ha sido suficiente para
evitar que los comentaristas critiquen a Maquiavelo, Hobbes y

57
Weldon, 1946: 26, 63-64.
58 Sabine, 1951: 67.
59
Aaron, 1955: 184-185.
6
°Friedrich, 1964: 178.
QUENTIN SKINNER 75

Locke por no haber ofrecido ninguno de ellos una «genuina con,.


cepcióm> en este debate casi enteramente modemo61 •
Una forma incluso más prevaleciente de mitología consiste, en
efecto, en criticar los escritores clásicos según la asunción a prio-
ri de que cualquiera de los escritos que hubieran tenido la inten-
ción de producir tendrían que constituir la contribución más siste-
mática que eran capaces de hacer a su disciplina. Primero se asume,
por ejemplo, que una de las doctrinas que Richard Hooker debió
de haber intentado de enunciar en The Laws fue una explicación
de «las bases de la obligación política», por consiguiente no hay
duda de que es un defecto «de las opiniones políticas de Hookern
que no dedicara atención alguna a refutar la teoría de la soberanía
absoluta62 • De manera similar, si se asume previamente que una de
las preocupaciones básicas de Maquiavelo en fl Príncipe era la de
explicar «las características de los hombres en la política», enton-
ces no es dificil para un científico político contemporáneo demos-
trar que el pobre esfuerzo de Maquiavelo es «extremadamente par-
cial y asistemático»63 • Una vez más, si se asume primeramente que
los Dos Tratados de Locke incluyen todas las doctrinas que podría
haber querido enunciar sobre «la ley natural y la sociedad polí-
tica», es iJ1dudable ento_nces que «se pueda preguntar» por qué
no fue capaz de «defender un estado mundial»64 • Y de nuevo, si se
asume primeramenty que uno de los Óbjetivos d~ Montesquieu en
De ! 'Esprit de~ lois debe .de haber sido el de enunciar socio- luia
logía del conocimiento, entonces es indudable que sea <<una debi-
lidad» que no sea capaz de explicar sus factores determinantes, y
no cabe duda que «debernos de acusarle» de no haber sido capaz
de aplicar su propia teoría65 • Pero con tantos supuestos «fallos»,
como se presenta la fol]Ila conversa de esta mitología, todavía
nos vemos obligados a enfrentamos con la misma cuestión exi-
gida: si algunos de esos escritores alguna vez tuvieron la inten-

61 Véase PlaII1enatz, 1963, vol. 1: 43 sobre la gran omisión de Maquiavelo; Rússell,

1946: 578 sobre el error de Hobbes de «no percatarse de la importancia de la lucha entre
diferentes clases»; Hacker, 1961: 192, 285, notando esta «gran omisión>> en el pensa-
miento de Maquiavelo así como en el de Locke; Lemer, 1950: xxx sobre la ausencia en
Maquiavelo de <<UUa genuina comprensión de la organización social como fundamento
de la política>>; ·
62
Davies, 1964: 80.
63 Dahl, 1963: 113.
64
Cos, 1960: xv, 89.
65 Stark, 1960: 144, 153.
76 EL GIRO CONTEXTUAL

ción, o pudieron haberla tenido, de hacer lo que se les reprocha


de haber hecho.

IIl

Quiero ahora considerar un segundo tipo de mitología que se


tiende a crear por el hecho de que los historiadores estén inevi-
tablemente predispuestos a investigar las ideas· del pasado. Puede
que resulte que algunos de los escritores clásicos no sean del
todo coherentes, o que incluso no ofrezcan una explicación sis-
temática de sus creencias. Supongamos, sin embargo, que el
paradigma para conducir la investigación se considere que sea
una vez más el de elaborar las doctrinas de cada autor clásico
sobre los.temas más ·característicos de la materia. Resultará
entonces peligrosamente difícil para el historiador considerar
que su tarea sea la de otorgarle a esos textos la coherencia de la
que parecen carecer. Semejante peligro se ve exacerbado por la
notoria dificultad de preservar el énfasis y el tono apropiados
de una obra-áÍ parafrasearla, y por la consiguiente tentáción de
encontrar un «mensaje» que se pueda abstraer. y comullicar más
fácilmente 66 •
La escritura de la historia de la filosofía moral y política está
dominada por esta mitológía de la coherencia67 • Si la «opinión
actual especializada» no puede ver coherencia en Las Leyes de
Richard Hooker, la conclusión a sacar es que se debe de buscar
con más ahínco, porque la coherencia debe de estar segurám.ente
presente68 • Si hay duda sobre los <<problemas más principales» de
la filosofia ·p_olítica de Hobbes, se convierte en deber del exegeta
descubrir la «coherencia interna de su doctrina» leyendo textos
como el Leviathan una y otra vez.hasta que -en una frase reve-
ladora-el argumento haya «asumido alguna coherencia»69 • Si no
existe un sistema coherente «inmediatamente accesible» al estu-

66
. Para una discusión reciente de los problemas relacionados véase Lemón, 1995:
225-237.
67
Una observación similar sobre el problema de acomodar diferentes «niveles de
abstracción» lo ha planteado Pocock, 1962. Para una crítica del planteamiento de Pocock
y de mis opiniones sobre los mitos de la coherencia véase Bevir, 1997.
68
McGrade, 1963: 163.
69
Warrender, 1957: vii.
QUENTIN SKINNER 77

<liante de la filosofia política de Hume, el deber del exegeta es


<<rebuscar en una obra tras otra» hasta que el «alto grado de con-
sistencia de todo el cuerpo» sea exhibido debidamente (de nuevo
en una frase reveladora) «a cualquier precio»7º. Si las ideas polí-
ticas de Herder están «apenas elaboradas sistemáticamente», y se
encuentran «sueltas en sus escritos, a veces dentro de los contex-
tos más inesperados», el deber del exegeta se convierte en inten-
tar «presentar esas ideas de una forma coherente»71 • El hecho más
revelador de semejantes revelaciones sobre la tarea del especialis-
ta es que las metáforas usadas habitualmente son las del esfuerzo
y la búsqueda. La ambición es siempre «llegan> a <<una interpre-
tación unificada» para «alcanzan> una <<Visión coherente del sis-
tema del autorn 72 •
Este procedimiento le otorga a los pensamientos de los princi-
pal~s filósofos u:p.a coherencia y un cierto aire general de sistema
cerrado, que es posible que nunca hubieran querido conseguir o
hubieran aspirado a tener. Si se asume en primera instancia, por
ejemplo, que la tarea de interpretar la filosofia de Rousseau debe
de centrarse en el descubrimiento de su «pensamiento más funda-
mental», dejará inmediatamente de parecer un asunto de impor-
tancia que hiciera grandes contribuciones durante várias décadas
a diversos campos de investigación73 • Si se asume en primer lugar
que cualquier característica del pensamiento de Hobbes fue dise-
ñada como una contribución a. un sistema cristiano de grandes pro-
porciones, dejará de parecer peculiar sugerir que podemos consi-
derar su autobiografia para elucidar un punto tan importante como
el de las relaciones entre la ética y la vida política74 : Si se asume
en primer lugar en el caso de Edmund Burke que <<una coherente
filosofia moral» subyace detrás de todo lo que escribió, entonces
dejará de parecer problemático tratar «el corpus de sus escritos
publicados como un "único cuerpo depensamiento"»75 • Una idea
de la extensión que pueden tener esos procedimientos se puede
encontrar en un influyente estudio del pensamiento político y social
de Marx en el que se cree que es necesario justificar la exclusión

70
Stewart, 1963: v-vi.
7
1 Barnard, 1965: xix, 139.
72
Watkins, 1965: 10.
73 Cassirer, 1954: 46, 62.
74
Hood, 1964: 28.
75
Parkin, 1956: 2, 4.
78 EL GIRO CONTEX1UAL

de las contribuciones de Engels, para indicar que Marx y Engels


eran «dos seres humanos distintos» 76 •
Ocurre a veces, desde luego, que los objetivos y éxitos de un
cierto escritor son tan diversos que desafían incluso los esfuerzos
de tales exegetas de extraer un sistema coherente de sus pensamien-
tos. Frecuentemente, sin embargo, esto genera simplemente una
forma conversa de absurdo histórico: semejante ausencia de siste-
ma se convierte en Un motivo de reproche. Se cree, por ejemplo,
que es un asunto, tanto de cierta urgencia ideológica como de con-
veniencia exegética, que las diversas declaraciones de Marx debe-
rían de ser accesibles a alguna ordenación sistemátiéa. Apesar del
esfuerzo de sus críticos, sin embargo, resulta dificil encontrar seme-
jante sistema. Podemos atribuir este hecho a la preocupación de
Marx en distintas ocasiones por una gran variedad de diferentes
problemas sociales y económicos. Pero se ha convertido en Uria cri-
tica habitual que nunca se pusiera a elaborar lo que se supone que
es «su» teoría básica cualquier cosa que no sea de una «manera
fragmentaria»77 • Semejante critica se presenta incluso de una mane-
ra más inmediata cuando los escritores se clasifican en primer lugar
de acuerdo éon el modelo al que se supone que aspiran. Si se asume
primeramente que todos los pensadores conservadores deben de
tener alguna concepción «orgánica» del estado, es indudable en' ese
caso que Lord Bolingbroke «tendría que haber tenido» tal concep-
ción, y no cabe duda que es extraño que no organizara' sus pensa-
mientos de esta manera78 • Si primeramente se asume que cualquier
filósofo que escriba sobre la teoría de lajusticia se espera que «con.:.
tribuya» a las tres concepciones «básicas» sobre la materia, enton-
ces no hay duda que el hecho que ni Platón ni Hegel lo hl,cieran se
puede utilizar para demostrar que «parecen resistirse a tomar una
posición>> sobre el problema79 • En todos estos casos, la coherencia,
o su ausencia, que se descubre inmediatamente deja de ser una expli-
cación histórica de los pensamientos que alguien alguna vez tuvo.

76
Avineri, 1968: 3.
77
Sabine, 1951: 642.
78
Hearnshaw, 1928: 243. -
79 Adler, 1967: xi; Bird, 1967: 22; Adler, 1967: ix-xi declara la promésa (en su Pró-

logo a Bird, 1967) que el Institute far Philosophical Research continuará la <<transfor-
mación del "caos" de diferentes opiniones sobre otras materias "en un conjunto ordena-
do de puntos claramente definidos"». Los elementos que se habrían de ordenar
propiamente incluyen el progreso, la felicidad y el amor.
QUENTINSKINNER 79

La objeción es obvia, pero no ha demostrado en la práctica ser


suficiente para anticipar el desarrollo de la mitología de la cohe-
rencia en dos direcciones que únicamente se pueden considerar
metafisicas en su sentido más peyorativo. Primera, existe la asun-
ción, que puede que resulte apropiada en el interés de extraer un
mensaje de máxima coherencia, de descartar las declaraciones de
intención que los autores mismos hacen sobre lo que están hacien-
do, o incluso la de rechazar obras enteras que parecen afectar a la
coherencia de sus sistemas de pensamiento. La literatura exegéti-
ca sobre Hobbes y Locke se puede usar para ilustrar ambas ten-
dencias. No se sabe si, en sus primeros escritos de teoría política,
Locke estaba interesado en proponer y defender una posición mar-
cadamente conservadora o incluso autoritaria80 • Sin embargo es
aun aparentemente posible a laluz de este conocimiento tratar la
política de Locke como un cuerpo de concepciones que simple-
mente se la podría denominar como la obra de un teórico político
«liberal», sin más consideración del hecho de que éstas fueron las
opiniones que Locke sostuvo a los cincuenta años, y que él mismo
habría repudiado cuando tenía treinta81 • Locke a los treinta no es
evidentemente todavía «Locke»-un grado de patriarcalismo al
que incluso Sir Robert Filmer no aspiró-.
. En cuanto a Hobbes, se sabe por sus declaraciones explícitas
el carácter que q11iso que tuviera su teoría política. Su Leviathan,
tal y como nos informa en la Revisión y en la Conclusión, fue
escrito «sin otro fin» que el de demostrar que el «Derecho Civil
de los. Soberanos, y el Deber y la Libertad de los súbditos» se
puede fundar «sobre las sabidas Inclinaciones naturales de la
Humanidad», y que una teoría así fundada se debe de centrar en
«la Relación mutua entre Protección y Obediencia» 82 • A pesar de
ello parece aún posible insistir en que esta «parte científica» del
pensamiento de Hobbes no es nada más que un aspecto muy inep-
tamente desligado de un «todo religioso» transcendente. Además,
el hecho de que el mismo Hobbes pareciera no ser consciente de
este orden superior de coherenéia no provoca ninguna retracción,
sino reafirmación. Hobbes simplemente «no deja élaro» que su
discusión de la naturaleza humana «de hecho» subvierte el pro-

80
Abrams, 1967, 7-10, 63-83.
81
Seliger, 1968: 209-210.
82
Hobbes, 1996: 489, 491.
80 EL GIRO CONTEXTUAL

pósito religioso. «Hubiera sido más claro» si Hobbes hubiera


«escrito en términos de las obligaciones morales y políticas» y le
hubiera dado la <mnidad real» y el carácter básicamente religio-
so de todo su «sistema»83 •
Retomo ahora la otra tendencia metafísica que da lugar la mito-
logía de la coherencia. Puesto que se puede esperar que los tex-
tos clásicos exhiban una «coherencia interna» que es deber del
intérprete revelar, cualquier supuesta barrera a esta revelación;
constituida por aparentes contradicciones, no pueden ser barreras
reales porque no pueden haber verdaderas contradicciones. La
asunción, en otras palabras, es que la pregunta correcta que hay
que hacer en caso de tal duda no es si el autor en cuestión era
inconsistente, sino «¿cómo se pueden explicar sus contradiccio-
nes (o sus aparentes contradicciones)?» 84• La explicación dictada
por el principio de la navaja de Ockham (que una contradicción
aparente puede que sea una contradicción) se deja explícitamen-
te afuera. Tales incompatibilidades, se nos dice, no se deberían de
abandonar a una situación sin resoiver, sino que se debería de faci-
litar «un comprensión completa de toda la teoría» 85 -en la que
las contradicciones, evidentemente, forman sólo una parte no sus-
tantiva-. La idea misma de que las «contradicciones y divergen-
cias» de un determinado escritor se pueden «suponer que prue-
ban que su pensamiento había cainbiadó» ha sido rechazada por
una influyente autoridad como un engaño más de la erudición del
siglo XIX 86 •
Pensar en estos términos es dirigir al historiador de las ideas
por el camino escolástico de la «solución dé antinomias». Se nos
dice, por ejemplo, que nuestro objetivo al estudiar la política de
MaquiavelÓ no es necesario que se restrinja a algo tan sencillo
como un intento de trazar el desarrollo que tuvo lugar en su pen-
samiento entre la terminación de fl Principe en 1531 y la de los
Discorsi en 1519. La tarea apropiada que se considera en su lugar
es la de construir para Maquiavelo un esquema de creencias sufi-
cientemente genérico para que las doctrinas de fl Principe sean
capaces de ser aufgehoben en los Discorsi en donde se han resuel-

83
Hood, 1964: 64, 116-117, 136-137.
84
Harrison, 1955.
85
Macpherson, 1962: viii.
86
Strauss, 1952: 30-31.
QUENTIN SKINNER 81

to todas las contradicciones aparentes87 ; Lahistoriografia del pen-


samiento social y político de Marx revela una tendencia similar.
A Marx no se le permite haber desarrollado y cambiado su pensa-
miento desde los tintes humanistas de los Manuscritos de Econo-
mía y Filosofía hasta el sistema aparentemente mecanicista esbo-
zado veinte años después en el primer volumen de Das Kapital.
Otras veces se nos asegura, en cambio, que la tarea apropiada debe
ser la de construir <<un análisis estructriral de todo el pensamiento
de Marx>>, para que las diferentes divergencias se puedan enten-
der como partes de <<ún cuerpo»88 . Otras veces se nos informa, por
el contrario, que la existencia de un: material anterior demuestra
que Marx estaba siempre «obsesionado con la visión moral de la
realidad», y que éste se puede emplear para desacreditar sus pos-
teriores pretensiones científicas, ya que <<no aparece como el cien-
tífico de la sociedad que pretende ser, sino como un moralista o
un tipo de pensador religiosm> 89 .
Esta creencia en la necesidad de resolver las antinomias ha obte-
nido incluso una defensa explícita. Ésta ha venido de la pluma de
Leo Strauss, quien mantiene que la pista para entender todas las
aparentes «equivocacibnes» cometidas por los «maestros en el arte
de escribir» se encuentra al reflexionar sobre la amenaza de per-
secución y de sus probables efectos en ·1a publicación de sus pensa-
mientos90. En el transcurso de cualquier «era de persecución>> se
hace necesario ocultar las creencias menos ortodoxas de uno «entre
las líneas» de la obra publicada. («La exprésióm>, se llega a saber
con alivio, «es claramente metafórica>>.) Se sigue que, si <<Úll escri-
tor hábil>> en tal situación parece contradecirse al proponer sus opi-
niones ostensible, entonces «podemos razonablemente esperar que
las aparentes contradicciones han sido concebidas deliberada-
mente» como indicaciones para sus «fiables e inteligentes» lecto-

87
Para un examen de e_ste enfoque véase Cochane, 1961. La asunción aparece en la
obra de Federico Chabod así como (y especialmente) en la de Friedrich Meinecke. Para
un comentario crítico dé tales asunciones véase Baron, 1961.
88
Avineri, 1968: 2.
89
Tucker, 1961: 7, 11, 21. Lo que permite la provechosa conclusión de que la
«relevancia» que normalmente se da por sentada en los textos clásicos se queda corta
para el caso de Marx, porque su obsesión religiosa significa que «tenía poco que
decirnos» sobre el capitalismo (p. 233) y <<no sólo no hizo ninguna contribución posi-
tiva, sino que prestó un gran prejuicfo» sobre lo que tenía que decir sobre la libertad
(p. 243).
90
Strauss, 1952: 24-25, 30, 32.
82 EL GIRO CONTEXTUAL

res de que en realidad,se está oponiendo a las opiniones ortodoxas


que puede parecer que mantiene.
La dificultad con esta defensa es que depende de dos asunciones
a priori que, aunque poco plausibles, no sólo se dejan simplemente
sin justificar,. sino. que se tratan como si fueran <<hechos». Primera,
la investigación alcanza: sus objetivos a partir de la asuñ.ción de que
ser original es ser subversivo. Porque es éste el medio por el que sabe-
mos en qué textos hay que buscar las doctrinas entre líneas. Segun-
da, cualquier interpretación basada en la lectura entre líneas está vir-
tualmente protegida de la cr:ítica:por el <<hecho» posterior de que <<los
hombres inconscientes son lectores poco atentos». Se sigue que no
«vern el mensaje entre líneas es ser inconsciente, mientras que verlo
significa ser fiable e inteligente. Pero supongamos que preguntáse-
mos por algunos criterios para verificar si nos encontramos o_no con
una de <<las eras de persecución>> relevantes y si en consecuencia debe-
ríamos o no estar leyendo entre líneas. Se nos responde con dos argu-
mentos obviamente circulares. ¿Cómo reconocemos las eras de per-
secución? Son aquellas en las que los escritores heterodoxos se ven
o]?ligados a cultivar esta <<peculiar técnica de escritura». ¿Debería-
mos de asumii que la técnica se halla invariablemente en juego? No
deberíamos de asumir su presencia «cuando sería menos exacto no
hacerlo». A pesar de esta defensa explicita, no obstante, se hace difi-
cil comprender de qué manera la insistencia de que debemos buscar
la «coherencia interna>> de los pensamientos de un determinado escri-
tor puede dar lugar a algo más que no sean explicacion~s mitológi-
cas de lo que realmente pensaron.

IV

Las dos mitologías que he estado discutiendo surgen del hecho


de que los historiadores de las ideas estarán predispuestos, al exa-
minar cualquier escritor, por algún prejuício sobre las caracterís"."
ticas definitorias de la disciplina a la que se supone que el escri-
tor hace su contribución. Bien podría parecer, sin embargo, que
incluso en el caso en que proliferen tales.mitologías en ·este nivel
de abstracción, apenas si se presentan -,--o será mucho más fácil
detectarlas y rechazarlas- cuando el historiador se mueva sim-
plemente en el nivel de la descripción de la economía: interna y el
argumento de alguna obra individual. Es común insistir en que no
QUENTIN SKlNNER 83

puede haber nada problemático sobre la tarea de anatomizar los


contenidos y los argumentos de los textos clásicos. Por consiguien-
te se hace más necesario insistir que incluso en este nivel aún nos
enfrentamos con más dilemas generados por los paradigmas a prio-
ri, y en consecuencia aún enfrentados con un conjunto adicional
de medios en los que la exégesis histórica puede precipitarse en
una mitología.
Cuando se considera qué significación se puede decir que un
texto particular tenga para nosotros, resulta bastante fácil en pri-
mer lugar describir la obra y su supuestarelevancia de tal manera
que se deje sitio para el análisis de lo que el autor pudo haber que-
rido decir o significar. El resultado característico de esta confu~
sión es un tipo de discusión que se podría titular la mitología de
la prolepsis, la clase de mitología que nos disponemos a generar
cuando estamos más interesados en la significación retrospectiva
de un episodio que en el significado que tuvo para el agente en esa
época. Por ejemplo, se ha sugerido a menudo que con la ascensión
de Pertrarca al monte Ventoux, amaneció la era del Renacimiento,
Ahora bien, se podría decir, de una manera más o menos román-
tica, que esto nos proporciona una verdadera explicación del· sen-
tido de la acción de Petrarca y del interés que tenga para nosotros.
Pero ninguna explicación que caiga bajo esta descripción podría
ser una explicación verdadera de la acción que quiso hacer Petrar-
ca, y, por consiguiente, del significado de su acto 91 • La caracterís-
tica, en suma, de la mitología de la prolepsis es la refundición de
la asimetría entre la significación que un observador puede recla-
mar justificadamente que encuentra en un episodio histórico deter-
minado y el significado mismo de ese episodio.
Una de las prolepsis que se han expuesto constantemente, pero
que constantemente se ha visto contestada, ha sido el intento de
estigmatizar las concepciones políticas de Platón en La República
como las propias de un <<partido político totalitarim>92 • Otra ha sido
la de intentar insistir en que las ideas políticas de Rousseau no sólo
«proporcionaban la justificación filosófica para el estado nacio-
nal totalitario y democrático»93 , sino que la fuerza de esta «dispo-

91
Para estas consideraciones, y otros ejemplos de una clase similar, véase la discu-
sión en Danta, 1965: 149-181.
92
Popper, 1962, vol. I: 169.
93 Bronowski y Mazlish, 1960: 303.
84 EL GIRO CONTEXTUAL

sición» era de tal naturaleza que a Rousseau se le «tendría que


reconocer una responsabilidad especial ante la aparición del tota-
litarismo»94. En ambos casos una explicación que puede ser correc-
ta de la significación histórica de .una obra se ve fundida con la
explicación de lo que el autor estaba haciendo, que en principio
no puede ser verdadera;
Tales versiones crudas de la mitología se pueden poner (y han
sido) puestas al descubierto. Pero no ha sido suficiente para pre-
venir que se incurra en el mismo tipo de prolepsis, de una mane-
ra menos apreciable, en las discusiones de otros teóricos políticos
manifiestamente influyentes. A manera de ejemplo, consideremos
los casos de Maquiavelo y Locke. Maquiavelo, se nos dice a menu-
do, «fue el fundador de la orientación política moderna»95 . Con
Maquiavelo «nos encontramos en las puertas del mundo moder-
no»96. Esto bien podría ofrecer una explicación correcta de la sig-
nificación histórica de Maquiavelo (aunque parece presuponer una
visión un tanto ingenua de la causalidad histórica). Pero tal reivin-
dicación es utilizada con :frecuencia para preceder a la discusión
de los elementos modernos característicos del pensamiento de
Maquiavelo;·e incluso se ha propuesto como explicación de «la
intención de la enseñanza política de Maquiavelo»97 . El peligro
aquí no está sólo en «ven~ de manera inmediata los elementos
«modernos» que el comentarista ha sido programado p:;i.ra encon".'
trar. También existe el peligro que tal interpretación fqmie colación
con lo que pudiera ser en principio una explicación plausible de lo
que los escritos políticos de Maquiavelo tenían la intenci9!1 de
alcanzar. ·
Un problema similar ha plagado la discusión de la filosofia poU-
tica de Locke. Se nos dice a menudo (sin duda. correc_tamente) que
Locke fue uno de los fundadores de la ~s.cuela moderna empírica
y liberal del pensamiento político. Pero resulta demasiado :frecuen-
te que esta caracterización se escatime en la reivindicación de que
el mismo Locke era después un teórico político «liberal»98 . El efec-

94
Chapman, 1956: vii. Las cursivas son mías. Para los juicios que allí se discuten,
véase, por ejemplo, Cobban, 1941: 67 y especialmente Talmon, 1952 donde se reclama
(p. 43) que Rousseau «dio origen a la democracia totalitaria>>.
95
Winiarski, 1963: 247.
96
Cassirer, 1946: 140.
97
Winiarski, 1963: 273. Las cursivas son mías.
98
Como se asume en Gough, 1950; Gough, 1957; Plamenatz, 1963 y Seliger, 1968.
QUENTIN SKINNER 85

to ha sido el de convertir una reivindicación sobre la significación


de Locke, que puede ser cierta, en otra sobre el contenido de su
obra que podría no serlo. Porque Locke dificilmente habría tenido
la intención de hacer una contribución a una escuela de filoso:fia
política cuyo logro, según sugiere esta misma interpretación, fue
precisamente haberla hecho posible99 •. El indicio más seguro, en
suma, de que nos encontramos ante la presencia de la mitología de
la prolepsis es quela discusión estará expuesta a la más cruda forma
de crítica que se pueda nombrar contra las formas teleológicas de
explicación: el episodio ha de aguardar al futuro para comprender
su significádo. ·
Aun cuando se le den a estas precauciones el peso que se mere-
cen, el, aparentemente simple, intento de describir los contenidos
de un determinado texto clásico puede todavía dar lugar a compa-
rables dificultades. Porque aún existe la posibilidad de que el obser-
vador pueda equivocarse al describir, debido a un proceso de escor.::.
zo histórico, el significado que expresa el texto. Este peligro se
deja sentir en cualquier intento de comprender una cultura ajena
o un esquema conceptual poco familiar. Si ha de haber alguna
expectativa en que el observador comunique con éxito semejante
comprensión dentro de su propia cultura, es obviamente peligroso,
pero igualmente insoslayable, que tengan que aplicar sus propios
criterios familiares de clasificación y discriminación. El peligro
que comporta es que el observador pueda «ver» algo aparente-
mente familiar en el transcurso del estudio de un argumento que
no le resulte familiar y pueda, en consecuencia, ofrecer una des-
cripción manifiestamente equivocada.
La escritura de la historia de las ideas se distingµy por dos for-
mas particulares de semejante provincialismo: Primera, existe el
peligro de que el historiador pueda que no sepa servirse de la ven-
taja de su punto de vista al describir la aparente referenciq de algún
enunciado en el texto clásico. Puede ocurrir que el argumento de
una obra1e recuerde al historiador otro similar de otra, o de algu-
na anterior, o puede parecer que lo contradiga. En arribos casos el
historiador puede llegar equivocadamente a suponer que fue la
intención del autor posterior referirse al anterior, y que llegue a
hablar erróneamente de la «influencia>> de la obra anterior.

99
Para un análisis de esta confusión y su posible solución véase.Dunn, 1969: 29-31,
204-206. Véase, también, Tully, 1993: especialmente 2, 3, 73-79.
86 EL GIRO CONTEXTUAL

Lo cual no significa sugerir que el concepto de influencia carez-


ca de fuerza explicativa. El peligro se encuentra, sin embargo, en
que es fácil utilizar el concepto de una manera aparentemente expli-
cativa sin considerar si las condiciones suficientes o al menos nece-
sarias para su aplicación han sido satisfechas. El resultado frecuen-
te es una narración que se lee como los primeros capítulos del
Primer Libro de las Crónicas, aunque carezca de la justificación
genética. Consideremos, por ejemplo, la supuesta genealogía de
las opiniones políticas de Edmund Bmke. Su objetivo en Thoughst
on the Causes of the Present Discontents era «contrarrestar la
influencia de Bolingbroke» 10º. Se dice que el mismo }3Ólingbroke
escribió bajo la influencia de Locke 101 • Locke por su parte se dice
que fue influenCiado por Hobbes, a quien debió de haber tenido
<<reahnente» en mente en los Dos Tratadós 102, o cuando menos tuvo
la intención de limitar la influencia de Hobbes 103 • Y Hobbes por
su parte se diGe que fue influenciado por Maquiavelo 104, que apa-
rentemente influenció a casi todo elmundo 105 •
La mayoría de estas explicaciones son puramente metodológi-
cas, como seyúede inmediatamente apreciar, si consideramos qué
condiciones necesarias tendrían que darse para facilitar la expli-
cación de la aparición en un determinado escritor B de alguna doc-
trina cuando se invoca la «influencia» de un escritor A anterior106 •

100 Véase Mansfield, 1965: 86 y cfr. también 41, 66; 80. Para la córrespondiente rei-

vindicación de que Bolingbroke «se anticipa» aBurke, véase Hart, 1965: 95, 149 et
passim .
. 101 Mansfield, 1965: 49 et passim. Los rruu:males sobre él périsamienfo oel siglo XVIII
encuentran «la tradición de Locke» indispensable por lo menos como·un vehículo para
explicar algunas de las características releyantes del período. Véase, por ejemplo, Laski,
1961: 47-53, 131;
102 Para esta asurición véase Strauss, 1953 y Cox, 1960.
103 Ésta es la teoría generalmente más extendida. Incluso Wolin, 1961: 26 insiste en

que «un lector atento no puede dejar de vern que Locke se estaba dirigiendo a criticar a
Hobbes. Esta asunción se presenta en la mayor parte de los manuales sobre elpensa~
miento político de principos de la era moderna. Véase, por ejemplo, Martin, 1962: 120.
104
Véase, por ejemplo, Strauss, 1957: 48 para la defender lá asunción ae que Hob-
bes «aceptaba» la «crítica de la.filosofía política tradicional».
105
Véase Raab, 1964; y cfr. Cherel, 1935 y Prezzolini, 1968.
106 Para un ánálisis más completo de los problemas relativos a las «influencias» véase

Skinner, 1966. Para los que reclaman que mi argumento eri este punto es innecésaria-
mente escéptico, incluso inválido, véase Oakley, 1999: 138-187. Sin embargo no niego
que el concepto se puede utilizar de una manera provechosa (yo mismo lo uso en ocac
siones). Sólo afirmo que debemos de tener alguna fe en que nuestras invocaciones del
concepto hacen alguna cosa para verificar el test que he propuesto ..
QUENTINSKINNER 87

Semejante conjunto de condiciones debería de incluir al menos las


siguientes: i) que se sepa que B haya estudiado las obras de A;
ii) que B no hubiese podido encontrar las doctrinas relevantes en
ningún otro escritor a excepción de A; y iii) que B no hubiera lle-
gado a las doctrinas relevantes de forma independiente. Conside-
remos mi ejemplo anterior en térmfuos de este modelo. Se puede
discutir si la supuesta influencia de Maquiavelo sobre.Hobbes, y
la de Hobbes sobre Locke deja de satisfacer el test i). Ciertamen-
te Hobbes nunca discute explícitamente a Maquiavelo, como tam-
poco lo hace Locke con Hobbes. Se puede demostrar que la supues-
ta influencia.de Hobbes sobre Locke,.yla de Bolingbroke sobre
Burke tampoco satisfacen el test ii). Burke bien podría haber encon-
trado igualmente las doctrinas de Bolingbroke, por el que se dice
que fue influenciado, en la gran variedad de panfletos políticos de
comienzos del siglo XVIII que eran hostiles al gobierno de Walpo-
le107. Locke podría igualmente haber encontrado las doctrinas que
se dicen que son características de Hobbes en los ejemplos de los
escritos políticos de facto de la década de los años cincuenta del
siglo XVII --que Locke cuando menos parece haber leído, aun cuan-
do no esté muy claro hasta qué punto leyó la obra de Hobbes 108- .
Finalmente, es evidente que ninguno de los ejemplos citados satis.;.
facen el test iii). [Hasta se podría decir que no está muy claro de
qué manera se podría satisfacer el test iii).]
La otra forma prevaleciente de provincialismo surge del hecho
de que los comentaristas inconscientemente no sepan sacar par..:
tido a la ventaja de suposición, cuando se trata de describir el sen-
tido de una obra dada. Existe siempre el peligro de que el histo-
riador pueda conceptualizar un argumento de manera que sus
elementos ajenos se diluyan en una familiaridad engañosa. Dos
ejemplos obvios deben ser suficientes para ilustrar el problema.
Consideremos en primerlugar el caso de un historiador que deci-
de (quizá acertadamente) que la característica fundamental del
pensamiento político radical de la Revolución Inglesa de media-
dos del siglo XVII fue la preocupación por la extensión del dere-

107
Para un número más amplio y un resumen general véase Foord, 1964: especial-
mente 57-109, 113-159.
108
Para los teóricos de facto de comienzos de la década de los cincuenta en el si-
glo XVII y su relación con Hobbes véase el vol. 3 de Visions ofPolitics, caps. 9 y 10.
Sobre la lectura de Locke véase Laslett, 1965.
88 EL GIRO CONTEXTUAL

cho al voto. Tal historiador puede que llegue a conceptualizar esta


demanda característica de los Levellers en términos de un argu-
mento a favor de la democracia. El peligro se presenta cuando el
concepto de la «filosofia de la democracia liberal» 109 es utilizado
como paradigma de la descripción y comprensión del movimien-
to de los Levellers. ·El paradigma:hace que resulte innecesaria-
mente dificil explicar algunos delos aspectos más característicos
de la ideología de los Levellers. Si nos programamos, por ejem-
plo, para pensar en términos del «republicanismo secular»· del
liderazgo de los Levellers, entonces no es sorprendente que sus
vicisitudes con la monarquía y sus apelaciones a la emoción reli"'.'
giosa empiecen a parecer asombrosas 110 • El paradigma de la
«democracia» también conducirá a la investigación histórica por
direcciones poco apropiadas. Algún concepto anacrónico como
«el estado del bienestar» se ha de encontrar en el pensamiento de
los Levellers, así como la creencia en el. sufragio universal que
nunca llegaron a sostener111 •
Consideremos, en una vena similar, al historiador que decide
(de nuevo con,bástante acierto 112) que el argumento en los dos Tra-
tados de Locke sobre el derecho a resistir al gobierno tiránico esté
relacionado con su argumento sobre el papel del consentimiento
en una comunicad política legítima. Semejante historiador se puede
guiar por el uso de la noción de «gobierno por consentimiento»
como si fuera un paradigma con el que describir el argumento de
Locke. El mismo peligro se presenta. Cuando hablamos de gobier-
no por consentimiento, generalmente tenemos en mente una teo-
ría sobre las condiciones que se deben de cumplir si las ordena-
ciones jurídicas de una asociación civil se han de considerar
legítimas. Resulta así natural volverse con esta conceptualización
a los textos de Locke y encontrar la debida teoría, aunque se halle
expuesta de una manera torpe. Sin embargo, cuando Locke habla
del gobierno por consentimiento no parece que se trate del que
Locke tenía en su mente. El interés de Locke por el concepto de
consentimiento se plantea en conexión con la explicación que da

109
Véase Brailsford, 1961: 118 y cfr. Wootton, 1986: 38-58 sobre la «aparicióru> de
la democracia en el siglo XVII en Inglaterra.
110
Brailsford, 1961: 118, 457.
iu Brailsford, 1961: 233; cfr. Woodhouse, 1938: 83.
112
Como, por ejemplo, en Gough, 1950: 47-72.
QUENTIN SKINNER 89

sobre los orígenes de las sociedades políticas legítimas 113 • Esto


dificilmente lo podríamos considerar como un argumento para jus-
tificar el consentimiento. Pero éste parece haber sido el argumen-
to de Locke, y la única consecuencia de no empezar desde este
punto será una descripción incorrecta de su teoría, y acusarle así
de haber estropeado una explicación, que, en realidad, no estaba
intentando dar.
La dificultad de la que me he ocupado hasta ahora consiste,
pues, en que si bien es ineludible, no es menos peligroso para el
historiador de las ideas enfocar sus materiales con paradigmas pre-
concebidos. Resulta, pues, evidente que del lugar de donde surgen
tales dificultades es donde el historiador en efecto empieza a igno-
rar ciertas consideraciones generales que se aplican a la tarea de
formular y entender los enunciados. Una observación sobre estos
problemas me permitirá resumir las lecciones metodológicas sobre
las que me he esforzado en insistir.
Una de estas consideraciones es que no se puede decir que nin-
gún agente haya querido decir o conseguir algo sobre lo que nunca
haya querido aceptar como una descripc_ión correcta de lo que haya
querido decir o lograr. Esta autoridad especial del agente sobre sus
intenciones no excluye h1 posibilidad de que un observador se
encuentre en posición de ofrecer una explicación más completa o
más convincente de las acciones del agente de la que él mismo es
capaz de ofrecer (en el psicoanálisis se puede hallar esta posibili-
dad). Pero no excluye que una interpretación aceptable de la con-
ducta del agente pueda incluso prevalecer sobre la demostración
de que dependía del uso de los criterios de descripción y de clasi-
ficación que no tenía el agente a su disposición. Porque si una emi-
sión o cualquier otra acción la llevara a cabo un agente según su
voluntad, y tuviera sentido para el agente, cualquier explicación
plausible de lo que el agente quería decir debe necesariamente de
caer bajo, y hacer uso de, la amplitud de descripciones que el agen-
te podría en principio haber aplicado para describir y clasificar lo
que estaba diciendo o haciendo. De otra manera, la explicación
resultante, por necesaria que pueda parecer, no será una explica-
ción de la emisión o de la acción del agente 114•

113Para esta reivindicación véase Dunn, 1980: 29-52.


114
Hampshire, 1959: especialmente 135-136, 153-155, 213-216. Algunos problemas
análogos se desarrollan en Taylor, 1964: especialmente 54-71.
90 EL GIRO CONTEXTUAL

Resultará evidente que es precisamente esta consideración la


que tan fácilmente se olvida cada vez que los historiadores de las
ideas le reprochan a los teóricos clásicos no haber enunciado sus
doctrinas de una manera coherente, o haber elaborado sus doctri-
nas sobre algunos de los supuestos problemas perennes. Porque no
puede constituir una apreciación correcta de ninguna acción· del
agente decir que no fuera capaz de hacer algo a menos que en pri-
mer lugar esté claro que pudiera haber tenido, y en realidad tuvo,
la intención de llevar a cabo esa acción particular. Aplicar este test
es reconocer que muchas de las cuestiones que he considerado
(como la de si Marsilio enunció la doctrina de la separación de
poderes y otras más) son, estrictamente hablando, vacuas ante la
ausencia de referencia. No hay manera de formular tales cuestio-
nes en términos que podrían en principio tener sentido para los
agentes implicados. El mismo test hace que sea patente que las
reivindicaciones sobre las «anticipaciones» que he estado exami-
nando -reivindicaciones del tipo como el que ~<podamos consi-
derar la teoría de los signos de Locke como una anticipación de la
teoría de Berkeley»-- son por lo mismo erróneas 115 ~ Carece de sen-
tido considerar de esta manera la teoría de Locke si nuestra inten-
ción es decrr. algo sobre la teoría de Locke. (Dificilmente habría
tenido Locke la intención de anticipar la metafisica de Berkeley.)
Podemos elaborar tales teorías si nos gusta, pero escribir la histo-
ria (aunque sea una actitud de moda entre los filósofos) no puede
consistir simplemente en narraciones: una característica posterior
de las narraciones históricas es que se supone que hay que seguir-
le la pista a la verdad116 •
Una consideración final digna de resaltar está vinculada con la
actividad misma de pensar. Es necesario contar con el hecho de que
pensar es una actividad hecha con esfuerzo, y no una simple mani-
pulación del calidoscopio de imágenes mentales 117 • El intento de
pensar nuestros problemas, como materia propia de introspección
común y de observación, no parece que adopte la forma, o que sea
reducible, a un patrón o inéluso a una actividad intencional uni-
forme. Más bien nos vemos envueltos a menudo en una lucha into-
lerable con las palabras y los significados, bordeamos los límites

115
Armstrong, 1965: 382.
116
Para la elaboración véase Mandelbaum, 1967.
117
Dunn, 1980: 13-28 incluye una enunciación más amplia de este punto.
QUENTIN SKINNER 91

de nuestra inteligencia y nos confundimos, y con :frecuencia halla.,.


mos que nuestros intentos por sintetizar nuestras opiniones reve-
lan tantos desórdenes conceptuales al menos como doctrinas cohe-
rentes. Pero es precisamente esta consideración la que se olvida
cada vez que un intérprete insiste.en reunir los pensamientos famen-
tablemente «sueltos» de un escritor clásico para presentarlos de
manera sistemática, o en descubrir algún grado de coherencia en
el que los esfuerzos y confusiones que ordinariamente caracteri-
zan la actividad de pensar se hagan desaparecer, y sea extinguida
toda pasión.

A estas alturas puede que parezca que existe una obvia obje-
ción a la línea de argumento que he estado proponiendo. He esta-
do anatomizando los peligros que surg~n si uno examina los tex-
tos clásicos de la historia de las ideas como si fueran· objetos
auto-suficientes de investigación, concentrándose en lo que cada
escritor dice sobre las doctrinas canónicas y pretendiendo en con-
secuencia recuperar el significado y la significación de sus obras.
Se podría responder, no obstante, que con una atención necesaria
y alguna investigación, tales peligros se pueden evitar seguramen-
te. Pero si se pueden evitar, ¿en qué se convierte mi reivindicación
inicial de que hay algo inherentemente erróneo en este enfoque?
A manera de respuesta, me gustaría avanzar una tesis comple-
mentaria, pero más fuerte, a la que hasta. ahora he defendido. El
enfoque que he estado discutiendo, argumentaré, no puede en prin.:..
cipio capacitarnos para llegar a una adecuada comprensión de los
textos que estudiamos en la historia del pensamiento. La razón fun-
damental es que, si queremos entender cualquiera de los textos,
debemos de ser capaces de ofrecer una explicación no sólo del sig-
nificado de lo que se dice, sino también de lo que el escritor en
cuestión pudo haber querido decir al decir lo que dijo. Un estudio
que se centre exclusivamente en lo que el escritor dijo sobre algu-
na doctrina dada no sólo será inadecuado, sino que en algunos
casos puede ser positivamente erróneo, si se le considera una: guía
para entender lo que el escritor en cuestión intentó o quiso decir.
Consideremos en primer lugar la obvia observación de que los
significados de los términos que usamos para expresar nuestros
92 EL GIRO CONTEXTUAL

conceptos cambian a lo largo del tiempo, de manera que la expli-


cación de lo que un escritor dice sobre un concepto dado puede
producir una guía potencialmente errónea a la hora de compren-
der el significado de los textos. Tomemos como ejemplo la recep-
ción de la doctrina del inmaterialismo del obispo Berkeley en las
manos de sus críticos contemporáneos. Tanto Andrew Baxter como
Thomas Reid inciden sobre el «egoísmo» del punto de vista de
Berkeley, y fue bajo este encabezamiento como se discutió la obra
en la Encyclopedie 118 .Así pues tiene ciertas consecuencias saber
que, si los contemporáneos de Berkeley hubieran intentado acu-
sarle de lo que tendríamos que considerar como egoísmo, hubiera
sido más probable que se hubieran referido a su <<hobbesianismo».
Cuando hablan de egoísmo, lo que querían decir era algo más cer-
cano a lo que consideraríamos como solipsismo 119 •
Una segunda, y más importante, razón para pensar que lo que
un escritor dice sobre una doctrina dada puede resultar ser una guía
errónea para entender lo que habría querido decir es que el escri-
tor con frecuencia emplea deliberadamente una variedad de lo que
se podría considerar como estrategias retóricas oblicuas. De éstas
la más obvia,és la ironía, cuyo uso tiene el efecto de disociar lo
que se dice de lo que se quiere significar. Examino alguno de los
problemas planteados por esta estrategia en mi ensayo Interpreta-
ción y la comprensión de los actos de habla. Tomemos, por ejem-
plo, la doctrina de la tolerancia religiosa tal y como se presenta a
los intelectuales ingleses en el tiempo de la TolerationAct de 1689.
Hay buenas razones para decir que las diferentes contribuGiones
al debate reflejan en gran medida una concepción común. Pero
sólo como consecuencia de una exhaustiva investigación histórica
en la que pudiéramos llegar a reconocer, por ejemplo, que la forma
de tratar con· los disidentes .del Shortest-Way de Daniel Defoe, la
Carta a Pope de Benjamin Hoadly sobre el poder de la iglesia y la
Carta sobre la Tolerancia de Locke todos transmiten un mensaje
similar sobre el valor de la tolerancia religiosa disidente. Un estu-
dio de lo que cada uno de los escritores dice sobre el problema
garantizaría una rotunda falta de comprensión en el caso de Defoe
y una considerable confusión ~n el caso_ de Hoadly. Sólo Locke
parece decir algo que se asemeje a lo que quiere significar, y en

118
Baxter, 1745, vol. 2: 280; Reíd, 1941: 120.
119 Bracken, 1965: 25, 59-81.
QUENTIN SKINNER 93

este caso jamás podríamos querer (recordando a Swift) hallar los


medios de asegurarnos de que no existía la ironía. Resulta dificil,
en suma, comprender de qué manera la voluminosa lectura de esos
textos repetida <<Ulla y otra vez», como se nos aconseja hacer, nos
pueda permitir en estos casos a llevarnos de lo que se dijo hasta la
comprensión de lo que se quería decir.
Un problema adicional y más. obstinado sobre las estrategias
oblicuas puede plantearse inmediatamente. Puede que existan algu-
nas razones para dudar si, como un especialista lo ha dicho, es «his-
tóricamente más creíble» decir de un cierto escritor que «creía lo
que escribió» que suponer que no hubiera sido sincero 12º. Conside-
remos, por ejemplo, la manera en que se plantea este problema en
la inte:r:pretación de las filosofias de Thomas Reid y Pierre Bayle.
Cuando Hobbes discute las leyes de la naturaleza, la doctiina que
enuncia incluye la reivindicación de que las leyes de la naturaleza
son las leyes de Dios, y de que estamos obligados a obedecer las
leyes de la naturaleza. Estos sentimientos declarados se han recha-
zado tradicionalmente como la obra de un escéptico que está for-
zando el vocabulario familiar en un uso heterodoxo. Pero un núme-
ro de comentaristas revisionistas han tratado de insistir (la forma
de las palabras es reveladqra) que Hobbes, después de todo, debió
de haber «querido decir muy en serio lo que a menudo dice, quE( .la
«Ley Natural» es el mandato de Dios, que tiene que obedecerse
porque Dios lo manda» 121 • De esta manera el. escepticismo de Hob-
bes se trata como un disfraz, cuando se le quita la máscara, apare-
ce como el exponente de una deontología cristiana. Lo mísmo ocu-
rre con Bayle, cuyo Dictionnaire contiene.la mayoría delas doctrinas
propias de la clase de teología calvinista más rigurosa e implaca-
ble. De nuevo ha sido común rechazar su mensaje declarado insis-
tiendo en que Bayle posiblemente no podría ser sincero. Pero una
vez más un número de comentaristas revisionistas han querido argu-
mentar que, lejos de ser el prototipo de philosophe desdeñoso, Bayle
fue un nombre de fe, un pensador religioso cuyos escritos necesi-
tan ser valorados si se han de entender sus argumentos 122 •

120
Plamenatz, 1963, vol. 1: x.
121
Taylor, 1938: 418. Warrender, 1957 asume una posición semejante, mientras Hood,
1964 ofrece una enunciación más extrema. Para una versión más incisiva del argumen-
to véase Martinich, 1992: 71-135.
122
Véase Dibon, 1959: xv y cfr. Labrousse, 1964: 346-386, discutiendo los artícu-
los de Bayle sobre David y el maniqueísmo.
94 EL GIRO CONTEXTUAL

No me ocupo de preguntar directamente qué lineas de inter-


pretación se ha de preferir en el caso de Hobbes o Bayle. Pero sí
me gustaría señalar la inadecuada metodología por la que se han
guiado estas interpretaciones revisionistas. Se nos dice que «un
estudio más atento de los textos», un enfoque en los textos «en sí
mismos» será suficiente en cada caso para apoyar la pretensión
revisionista 123 • No parece que se .haya reconocido que una acep-
tación de estas interpretaciones implique la aceptación de algu-
nas asunciones muy peculiares sobre Hobbes, Bayle y la época
en la que vivieron. Los dos pensadores fueron aceptados por los
philosophes como sus grandes predecesores en el escepticismo,
y así fueron comprendidos por los críticos contemporáneos así
como por sus simpatizantes, ninguno de los cuales pusieron algu-
na vez en duda que hubieran pretendido hablar tan demoledora-
mente de las ortodoxias religiosas prevalecientes. Es, desde luego,
posible rechazar esta objeción insistiendo en que todos los críti-
cos contemporáneos de Hobbes y Bayle estaban igualmente equi-
vocados, y exactamente de la misma manera, sobre la naturaleza
de las intenciones que subyacen en sus textos. Sin embargo acep-
tar esta hipótésis improbable significa merámente plantear más
dificultades sobre las actitudes mismas de Hobbes y Bayle. Ambos
tenían buenas razones para reconocer que la heterodoxia religio-
sa era un compromiso peligroso. Hopbes (de acuerdo cori. John
Aubrey) temió durante un tiempo que los obispos presentaran
«u.ria moción para que el bueno del anciano caballero fuera que-'
mado por hereje» 124• Bayle-fue despedido de su puesto de profe-
sor en Rotterdam por no ser lo suficiente anticatólico. Si ambos
escritores concibieron sus obras para propagar sentimientos reli-
giosos, se háce imposible comprender por qué ninguno de ellos
suprimió de las últimas ediciones de sus obras -como los dos
podrían haberlo hecho, y como se le apremió-a Baylé que lo hicie-
ra- aquellas partes que aparentemente se habían confundido tan
penosamente, y por qué ninguno de ellos se propuso corregir los
aparentes errores que surgieron sobre las intenciones subyacen-
tes de sus obras 125 •

123
Hood, 1964: vii; Labrousse, 1964: x.
124
Aubrey, 1898, vol. 1: 339.
125 Para estos detalles sobre Hobbes véase Mintz, 1962 y sobre Bayle véase Robin-

son, 1931.
QUENTIN SKINNER 95

En suma, los textos de Hobbes y Bayle plantean cuestiones que


no podemos esperar resolver leyéndolos <<Una y otra vez» hasta
que lleguemos a creer que los hemos entendido. Si decidimos ahora
--como consecuencia de la reflexión sobre las implicaciones que
he resaltado- que es dudoso que sus textos signifiquen lo que
ellos dicen, eso será debido a la información que se encuentra más
allá de los mismos textos. Si, por el contrario, aun nos sentimos
capaces de insistir en que los textos dicen lo que significan, nos
quedamos con el problema de explicar las implicaciones peculia-
res de este compromiso. Cualquiera que sea la interpretación que
aceptemos, no podemos esperar defenderla refiriéndonos simple-
mente al aparente significado de los textos.
Más importante, sin embargo, que cualquiera de estas consi-
deraciones está el hecho que, en el caso de cualquier emisión seria,
el estudio de lo que alguien dice nunca puede ser una guía para
comprender lo que quería decir. Para comprender una emisión
dicha en serio, necesitamos entender no sólo el significado de lo
que se dice, sino al mismo tiempo la fuerza con la que se tuvo la
intención de emitirla. Es decir, necesitamos entender no sólo lo
que la gente está diciendo, sino también lo que está haciendo cuan-
do lo dice. Estudiar lo que los pensadores del pasado han dicho
sobre los problemas can6nicos de la historia de las ideas· es, en
suma, realizar sólo la primera de las dos tareas hermenéuticas,
cada una de las cuales es indispensable si nuestra meta es la de
alcanzar una comprensión histórica de lo que escribieron. Por lo
mismo para entender el significado de lo que dijeron, necesita-
mos al mismo tiempo comprender lo que querían significar cuan-
do lo dijeron.
Insistir en esta reivindicación es apoyarse en los argumentos de
Wittgenstein sobre lo que se encuentra en la recuperación del sig-
nificado y en el desarrollo de J. L. Austin de los argumentos de
Wittgenstein sobre significadó y uso. Ofrezco una descripción más
completa de estas teorías y de su relevancia para la actividad de la
inteipretación textual en mis ensayos Motivos, intenciones e inter-
pretación e Interpretación y la comprensión de los actos de habla.
Aquí me limito a ilustrar la diferencia que introduce en el estudio
de los textos individuales y en la <<Unidad de ideas», si nos toma-
mos en serio el hecho de que siempre se ha de plantear la cuestión
sobre lo que los escritores están haciendo así como lo que están
diciendo si nuestro objetivo es comprender sus textos. ·
96 EL GIRO CONTEXTUAL

A manera de ilustración de esta reivindicación, consideremos


primero el caso de un texto individual. Descartes en sus Medita-
ciones cree que es vital ser capaz de vindicar la idea de un cono-
cimiento indudable. Pero ¿por qué representaba esto un problema
para él? Los historiadores tradicionales de la filosofia apenas si
han reconocido la cuestión; generalmente han dado por supuesto
que, ya que Descartes era epistemólogo, y puesto que el problema
de la certeza es uno de los problémas centrales de la epistemolo-
gía, no existe en este caso un problema especial en absoluto. De
acuerdo con ello se han creído capaz de concentrarse enlo que han
pensado que era su tarea básica de interpretación, la de examinar
críticamente lo que Descartes dice sobre cómo llegamos a saber
algo con certeza.
Mi insatisfacción con este enfoque -por expresarlo en los tér-
minos prácticos de Collingwood- surge del hecho de que no arro-
ja sentido alguno sobre la cuestión específica de qué solución que-
ría Descartes que aportase su doctrina sobre la certeza126 • Nos deja,
en consecuencia, sin comprensión de lo que podría haber estado
haciendo al presentar su doctrina en la forma precisa que decidió
presentarla. Síendo esto así, creo que ha sido un gran ávance en la
investigación de Descartes de los últimos años que un número de
especialistas -Richard Popkin, R M. Curley y otros- hayan
empezado a hacerse precisamente estas preguntas sobre las Medi-
taciones127. A manera de respuesta, han sugerido que parte de lo
que Descártes estaba haciendo era responder a una nueva y espe-
cialmente corrosiva forma de escepticismo que surge de la recu-
peración y propagación de los antiguos textos pirrónicos a finales
del siglo XVI. Nos han habilitado para pensar de otra manera sobre
por qué el texto se orgánizó de cierta manera, por qué se emplea
un cierto vocabulario, por qué· ciertos argumentos se aíslan y se
acentúan, por qué en general el texto posee su identidad y forma
distintiva. · · ··
Un conjunto similar de consideraciones se aplican al proyecto
de Lovejoy de centrarse sobre la <<unidad de las ideas» 128 y «seguir-
le la pista a los grandes y no menos escurridizos problemas» en

126Collingwood, 1939: 34-35 ..


127
Véase Popkin, 1969, 1979 y Curley, 1978. .
128
Sobre la <<Unidad de ideas» como objetos de estudio véase Lovejoy, 1960: espe-
cialmente, 15-17.
QUENTIN SKINNER 97

un período dado o incluso «a lo largo de los siglos» 129 • Conside-


remos, por ejemplo, el proyecto de intentar escribir una historia de
la idea de nobilitas en Europa a principios de la época moderna.
El historiador puede empezar, muy apropiadamente, señalando que
el significado del término fue dado por el hecho de que se utilizó
para referirse a una cualidad moral particularmente meritoria. O
el historiador puede, igualmente de manera apropiada, señalar que
el mismo término se utilizó para denotar la pertenencia a una clase
social particular. Es posible que en la práctica no esté claro el sig-
nificado con el que se ha de entender en cada uno de los casos.
Cuando Francis Bacon observa que la nobleza le añade majestad
al monarca, pero que le quita poder, podemos (recordando su admi-
ración por Maquiavelo) pensar en el primer significado tan inme-
diatamente como podemos (recordando su puesto oficial) pensar
en el segundo. Un problema adicional surge del hecho de que esta
ambigüedad es utilizada por el moralista de una manera delibera-
da. A veces el objetivo es insistir en que se puede tener cualidades
nobles aun cuando uno carezca de una cuna noble. La posibilidad
de que a alguien se le pueda llamar correctamente noble <<más por
el recuerdo de sus virtudes que por la disputa de sus propiedades»
era una paradoja frecuente-en el pensamiento moral del Renaci-
miento130. Pero a veces el fin es insistir en que, si bien la nobleza
es algo que .se ha de lograr, ocurre que esté vinculada con la noble-
za de nacimiento. Esta afortunada coincidencia se señalaba inclu-
so más comúnmente 131 • Siempre quedaba para el moralista, por lo
demás, utilizar la ambigüedad básica contra el concepto mismo de
nobilitas, contrastando la nobleza de nacimiento con la ruindad
que acompaña al comportamiento 132 • Cuando Sir Thomas More en
la Utopía describe el comportamiento noble de la aristocracia mili-
tar, es posible que· haya estado intentando poner en entredicho el
concepto de nobilitas.
Mi ejemplo representa obviamente una excesiva simplificación,
pero suficiente al menos, creo, para señalar dos insuficiencias inhe-
rentes al proyecto de escribir las historias de la «unidad de las
ideas». La primera es que, si queremos comprender una idea dada,

129 Lakoff, 1964: vii.


130
Elyot, 1962: 104.
131 Véase, por ejemplo, Humpbrey, 1563: Sig. K, 4r y sv.
132 En Hexter, 1964 se incluye un sutil examen de esta posibilidad.
98 EL GIRO CONTEXTUAL

incluso en una cultura y en un tiempo determinados, no nos pode-


mos centrar simplemente en un estudio a lo Lovejoy para compren-
der los términos en los que se expresa. Porque posiblemente se han
utilizado, como mi ejemplo sugiere, con distintas y contradicto-
rias intenciones. No podemos siquiera esperar que el sentido del
contexto de emisión resuelva necesariamente la dificultad, porque
el mismo contexto puede que sea ambiguo. Más bien tendremos
que estudiar todos los diversos contextos en los que se emplee las
palabras -todas las funciones para las que se utiliza, todas las
cosas diferentes que se pueden hacer con ellas-. El error de Love-
j oy no se encuentra simplemente en buscar el «significado esen-
cial» de la «idea» como algo que debe necesariamente «permane-
cer lo mismo», sino incluso en suponer que sea necesario que exista
un significado esencial en absoluto (al que contribuyen los escri-
tores individuales) 133 •
Un segundo problema es que, al escribir tales historias, nues-
tras narraciones casi instantáneamente pierden contacto con los
enunciados que hacen los agentes. Cuando aparecen en esas his-
torias, generalmente lo hacen sólo por. la <<UD.idad de idea» rele-
vante -ya·sea el contrato social, la idea de progreso, la gran
cadena del ser y otras más- en sus obras, para que se pueda decir
que han hecho alguna contribución a su desarrollo. Lo que no
podemos aprender de semejantes historias es la función-ya sea
trivial o importante- que ha desempeñado la idea dada en el
pensamiento de cualquiera de los pensadores individuales. Tam-
poco podemos saber qué lugar -central o periféricQ--c- haya podi.,.
do ocupar en el clima intelectual de una determinada época en la
que apareció. Quizá podemos aprender que la expresión que se
utilizó en diferentes ocasiones para responder una variedad de
cuestiones. Pero no podemos aprender (recurriendo a la obser-
vación de Collingwood) qué cuestiones se quería responder usan-
do esa expresión, y las razones que así había para continuar
empleándola.
La objeción que se le plantea a tales historias no es sólo que
parecen susceptibles continuamente de perder su sentido. Es más
bien que, tan pronto como comprendemos que no hay una idea
determinada a la que hacen su contribución los diversos escrito-

133 Para estas asunciones véase Bateson, 1953.


QUENTIN SKINNER 99

res, sino sólo una variedad de enunciados hechos por una gran
variedad de agentes con una gran variedad de diferentes intencio-
nes, lo que descubrimos es que no existe una historia de la idea
que se tenga que escribir. Sólo existe la historia de sus diferentes
usos y dela variedad de intenciqnes con las que se utilizó. Es difi-
cil esperar que una historia de este tipo retenga siquiera la forma
de la historia de la «unidad de idea». Porque la persistencia de
expresiones particulares no nos dice nada fiable sobre la persis-
tencia de aquellas cuestiones que se pueden responder utilizando
las expresiones, no lo que los diferentes escritores que utilizaron
las expresiones habrían querido decir cuando la utilizaron.
Resumiendo. Una vez que comprendemos que hay siempre una
cuestión que se pueda responder sobre qué es lo que los escritores
están haciendo al decir lo que dicen, me parece que ya no querría-
mos organizar nuestras historias siguiendo la <<Unidad de la idea»
o centrándonos en lo que los escritores individuales dicen sobre
«los problemas perennes». Afirmar esto no es negar que haya habi-
do continuidades que han persistido en la filosofía moral, social y
política occidental, y que éstas se hayan reflejado en un empleo
estable de un conjunto de conceptos centrales y formas de argu-
mento134. Significa solamente decir que existen buenas razones
para no seguir organizando nuestras historias en tomo a tales con-
tinuidades para acabar con más estudios del tipo ewel que se expo-,
nen y comparan, por ejemplo, las opiniones de Platón, San Agus-
tín, Hobbes y Marx sobre «la naturaleza detestado justo» 135 •
Una razón para mi escepticismo sobre esas historias, como .he
intentado acentuar en la primera parte de mi argumento, no es sim-
plemente que cada pensador-por tomar el ejemplo que acabo de
dar- parece responder a la cuestión sobre la justicia a su propia
manera. También es que los términos empleados al formular la
cuestión --en este caso los términos «estado», <<justicia» y <<natu-
raleza>>, tal y como aparecen en sus diferentes teorías, sólo lo hacen,
si es que lo hacen de alguna manera, de forma divergente que pare-
ce una confusión obvia suponer que se haya elegido un conjunto
permanente de conceptos-. El error, en suma, se haya en supo-
ner que existe un conjunto de preguntas que los diferentes pensa-
dores se proponen responder.

134
Sobre este punto véase Maclntyre, 1966: 1-2.
135
Véase Lockyer, 1979 y cfr. Collingwood, 1939: 61-63.
100 EL GIRO CONTEXTUAL

Una razón más profunda para mi escepticismo es la que he pro-


curado ilustrar en la sección presente de mi argumento. El enfo-
que que he estado criticando supone la abstracción de argumentos
particulares a partir del contexto en el que ocurren con el fin de
recolocarlos como «contribuciones» a los supuestos debates peren-
nes. Pero este enfoque nos impide preguntar lo que un escritor
puede haber estado haciendo al presentar su particular «contribu-
ción>>, y por consiguiente nos priva de una de las dimensiones del
significado que necesitamos investigar si el escritor en cuestión se
ha de entender. Ésta es la razón por la que, a pesar de las largas
continuidades que han marcado nuestros patrones heredados de
pensamiento, sigo siendo escéptico sobre el valor de escribir las
historias de los conceptos o de la <<UD.idad de ideas». Las únicas
historias de las ideas que se han de escribir son las historias de sus
usos en los argumentos.

VI

Si mi argumento hasta el momento tiene sentido, se puede decir


que dos conclusiones positivas se siguen de él. La primera tiene
que ver con el método apropiado que se ha de adoptar en el estu-
dio de la historia de las ideas. La comprensión de los textos, he
sugerido, presupone entender lo que tenían la intención de decir y
con qué intención se expresó ese significado. Comprender un texto
debe ser cuando menos comprender tanto la intención con la que
se ha de entender, y la intención con la que se ha de comprender
esa intención, que el texto, como un acto intencional de comuni-
cación, debe de contener. La cuestión, que de acuerdo con ello
debemos de afrontar al estudiar tales textos, es qué es lo que los
escritores ~uando escribieron en la época en la que lo hicieron
para la específica audiencia que tenían en mente- tuvieron la
intención en la práctica de comunicar al emitir las emisiones dadas.
Me parece, por lo tanto, que la manera más iluminadora de proce-
der debe ser empezar tratando de delimitar el rango completo de
comunicaciones que convencionalmente se podría.realizar en una
ocasión dada al expresar una emisión dada. Después de esto, el
siguiente paso debe ser trazar las relaciones entre la emisión dada
y este contexto lingüístico más amplio como el instrumento que
se ha de emplear para decodificar las intenciones de un escritor
QUENTIN SKINNER 101

determinado. Una vez que el enfoque apropiado del estudio se com-


prenda que es esencialmente lingüístico y qué metodología adecua-
da se vea en consecuencia que está relacionada con la recuperación
de las intenciones, el estudio de todos los hechos relativos al con-
texto social de un texto dado adquiere entonces el lugar que le
corresponde como parte de esta empresa lingüística. El contexto
social figura como el marco último que nos ayuda a decidir qué sig-
nificados convencionalmente reconocibles habrían estado en prin-
cipio a disposición de alguien para que tuviera la intención de comu-
nicarlos136. Como he intentado de demostrar en el caso de Hobbes
y Bayle, el contexto mismo se puede utilizar como una~especie de
tribunal de apelación para evaluar la relativa plausibilidad de las
adscripciones incompatibles de intencionalida,d. No sugiero, desde
luego, que esta conclusión sea particularmente novedosa137 •.Lo que
sí reivindico es que el exame.n crítico que he conducido apunta de
alguna manera en la dirección de apoyar esta metodología,-.no
como una preferencia estética o como si fuera un ejemplo de impe:-
rialismo académico, sino como una tarea para comprender.las c9n"'.'
diciones necesarias para entender las emisiones-.
Mi segunda conclu.sión general tiene que ver con el valor· del
estudio de la historia de las ideas. La posibilidad más estimu-
lante se encuentra en un diálogo entre el anéílisis filosófico y la
evidencia histórica. El estudio de los enunciados elilitidos en el
pasado plantea. problemas especiales que pueden dar lugar a
importantes aportaciones de interés filosófico. Entre los proble-
mas que se pueden iluminar con más claridad si adoptamos un
enfoque marcadamente djacrónico, se puede pensar en particular
en el fenómeno de la innovación conceptual y en el estudio de las
relaciones entre el cambio ideológico y lingüístico. Yo mismo he
empezado a intentar seguir algunas de estas implicaciones en mis
trabajos Moral principies and social change y en La idea de un
léxico cultural.

136
. Para una discusión de esta sugerencia sobre la primacía del contexto, especial-
mente del lingüístico, véase Turner, 1983; Boucher, 1985; Gunn, 1988-9; Zuckert, 1985;
Spitz, 1989; Amole!, 1993: 15-21; King, 1995i Bevir, 2001.
137
· Para una breve descripción de un compromiso similar véase Greene, 1957-8. Cfr.
también Collingwood, 1939 y Dunn, 1980: 13-28, dos discusiones con las que me sien-
to profundamente en deuda. Véase Dunn, 1996: 11-38. Para una discusión de la influen-
cia de Collingwood sobre los que empezaron a escribir sobre la historia de la filosofia
política en la década de los años sesenta véase el valioso resumen de Tuck, .1993.
102 EL GIRO CONTEXTUAL

Mi conclusión principal, sin embargo, ~s que la crítica que he


propuesto sugiere una observación más obvia sobre el valor filo-
sófico del estudio de la historia de las ideas. Por una parte, me
parece que es una causa perdida intentar justificar la materia en
términos de la respuesta que puede proporcionar a los <<problemas
perennes» que supuestamente se plantean en los textos clásicos.
Enfocar la materia en esos términos, según me he esforzado en
demostrar, es hacerla gratuitamente ingenua. Todo enunciado es
la encarnación inevitable de una intención particular, de una oca-
sión particular, que se dirige a la solución de un problema particu-
lar y por consiguiente está relacionado con su contexto de tal mane-
ra que resultaría ingenuo pretender transcenderlo. La implicación
no es meramente que los textos clásicos están relacionados con sus
propias cuestiones y no con las nuestras; también se trata -por
revivir la formulación que hizo Collingwood dél problema138- · de
qúe no existen problemas·perehnes en la filosofia. Sólo existen
respuestas individuales a cuestiones individuales, y en potencia
existen tantas cuestionés diferentes como lo puedan set los que las
preguntan. A,ntes que buscar «lecciones» que se puedan aplícar a
la historia áe la filosofia, deberíamos de aprender ensu·lugar a
desarrollar nuestro pensamiento por nosotros mismos.
De ninguna manera se sigue, sin embargo, que el estudio de la
historia de las ideas carezca en absoluto de valor filosófico. El
mismo hecho, me parece a mí, de que los textos clásicos se preo:.
cupen de sus propios problemas, y no necesariamente de los nues-
tros, es lo que les da su <<relevancia» y su significación filosófica
actual. Los textos clásicos, especialinente los de la teoría moral,
social y po}ítica, nos pueden ayudar a revelar·-·si dej amós que lo
hagan- no una identidad esencial, sino más bien la variedad dis-
ponible de asunciones morales y compromisos políticos. Es justo
aquí donde se puede afirmar que resida su valor filosófico o inclu-
so moral. Existe un tendencia (que en ocasiones se exige explíci-
tamente, como lo hace Hegel, a la hora de proceder) de suponer
que la mejor posición de ventaja,. y. no sólo la más ineludible,· con
la que se puede investigar las ideas del pasado debe ser la que nos
da nuestra posición actual, porque por defi11iCión es la' más evolU-
cionada. Tal reivindicación no puede resistir el reconocimiento del

138 Collingwood, 1939: 70.


QUENTINS~R 103

hecho de que las diferencias históricas sobre los.problemas funda-


mentales pueden reflejar diferencias de intención y convención,
antes que una cierta competencia sobre una comunidad de valo-
res, y desde luego nada que se le parezca a la percepción evoluti-
va de lo absoluto.
Reconocer, por lo demás, que nuestra propia sociedad no se
diferencia de otras en sus creencias específicas, sus ordenamien-
tos sociales y en la vida política ya es alcanzar un punto de venta-
ja bastante diferente, y mucho más saludable, según me gustaría
discutir. El conocimiento de la historia de tales ideas puede _demos-
trar el alcance de estas características de nuestras propias concep-
ciones, que podemos estar dispuestos a aceptar cómo verdades
«atemporales» 139, sean poco más que contingencias de nuestra his-
toria local y de nuestra estructura social. Descubrir en la historia
del pensamiento que no existen en realidad esos conceptos atem-
porales, sino que existen solamente una diversidad de dife:rentes
conceptos que han desaparecido. con las distintas sociedades, es
descubrir una verdad general no sólo del pasado sino sob:r:e noso-
tros mismos.
Se da por sentado -y en este punto todos somos marxistas-.
que nuestra propia sociedad impone restricciones no reconocidas
sobre nuestra imaginación. Es necesario, por consiguiente, que se
admita como obvio que el estudio histórico de las creencias de
otras sociedades se tenga que emprender como un medio indispen-
sable e irremplazable de imponer ciertos límites en esas restriccio-
nes. La alegación de que la historia de las ideas no consiste más
que en «nociones metafísicas desfasadas» -que con frecuencia
se avanza oportunamente, con un provincialismo aterrador, como
una razón para rechazar esta clase de historia- se convertiría en
la razón misma para considerar tales historias como indispensa-
blemente «relevantes», no porque se pueda extraer «lecciones» de
ellas, sino porque la historia misma puede proporcionar una lec-
ción en el autoconocimiento. Demandar de la historia del pensa-
miento una solución a nuestros problemas inmediatos significa
cometer no simplemente una falacia metodológica, sino algo pare-
cido a un error moral. Sin embargo aprender del pasado -y no
podemos aprender de otra manera- la distinción entre lo que es

139
Para la reivindicación de que <<los problemas centrales de la política son atempo-
rales» véase Hacker, 1961: 20.
104 EL GIRO CONTEXTUAL

necesario y lo que es el producto contingente de nuestras ordena-


ciones locales es aprender una de las claves de la misma autocon-
ciencia.

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2. MOTIVOS, INTENCIONES
E INTERPRETACIÓN*

Vivimos en la época post-moderna (no soy el primero en seña-


larlo) y uno de los aspectos más desafiantes de la cultura post-
modema ha sido un profundo escepticismo ante el proyecto huma-
nista tradicional de interpretar los textos. Dado este desarrollo,
parece que merezca la pena preguntarse de nuevo hasta qué punto
resulta defendible hablar --como lo hecho con cierta confianza en
mi ensayo Significado y comprensión en la historia de las ideas-
de recobrar los motivos y las intenciones de los autores, de adscri-
bir significados particulares a sus emisiones, y de distinguir entre
las lecturas aceptables y las que no lo son de los textos literarios o
filosóficos. Ésta es la tarea, estando lejos de ser modesta, que inten-
taré ahora darle su comienzo.

II

No es dificil en retrospectiva elegir un número de escuelas dife-


rentes de pensamiento que convergen en la conclusión de que las
cuestiones sobre los autorés, intenciones y significado de los "tex-
tos no debería ya plantearse. Los exponentes de la Nueva Critica
lanzaron un influyente ataque contra la idea de recobraila.mten-
cionalidad de la autoría cuando declararon que tal proyecto nos
implicará ineludiblemente en una forma falaz de razonamiento.
Como Wimsatt y Beardsley proclamaron en su ensayo clásico sobre
la supuesta falacia de la intencionalidad, «el fin o la intención del
autor ni está disponible ni es deseable» como guía para recobrar

* Este trabajo está basado en gran parte en mi artículo «Motives, intentions and the
interpretation oftexts» que apareció originariamente en laNew Literary History, 3 (1972),
pp. 393-408 y en parte en mi trabajo «From Hume's intentions to deconstruction and
baclo>, en The Journal ofPolitical Philosoph, 4 (1996), pp. 142-154.

[109]
110 EL GIRO CONTEXTUAL

el significado de un texto literario 1• Poco después otro ataque más


letal fue lanzado por Roland Barthes y Michael Foucault cuando
los dos anunciaron la muerte del autor, sepultando así el lugar que
ocupaban los motivos y la intencionalidad que tanto predicamen-
to había tenido 2• Pero con diferencia la campaña más devastadora
apareció a finales de la década de los sesenta y comienzos de los
setenta con Jacques Derrida, cuando empezó a argumentar que la
misma idea de la interpretación textual es un error, ya que no exis-
te lectura alguna. Sólo contamos con interpretaciones erróneas,
porque es un error suponer que podamos llegar sin ambigüedades
a algo que se pueda reconocer como el significado del texto 3 •
Un número de diferentes sentidos de «significado» aparecieron
juntos en el transcurso de estos ataques escépticos. Al menos tres
sentidos distintos del término parecen entrar en juego, y es nece-
sario empezar intentando ver si es posible apreciarlos. El primero
es que preguntar por el significado en este contexto puede ser equi.,
valente a preguntar: ¿qué significan las palabras, o qué significan
ciertas palabras específicas o enunciados en un contexto· dado?
(llamaré a éste el significado 1). Parece que es el significado 1 el que
tienen principálmente en mente Wimsatt y Beardsley en su ensa-
yo sobre la falacia intencional. Hablan de explicar «el significado
de un poema» por medio de «nuestro conocimiento del lenguaje,
gracias a la gramática, los diccionarios» y otras cosas semejantes,
y cuando se proponen discutir un poema de T. S. Eliot se centran
en la necesidad de descodificar «el significado de las frases del
poema»4 • Más recientemente, Beardsley ha reiterado que la tarea
propia de un crítico literario consiste en centrarse a examinar «el
significado textual>>, el significado de las palabras que están delan.:.
te de nosotros, no la supuesta intención de quienes originariamen-
te la escribieron5•
Cuando Derrida habla sobre la imposibilidad de recobrar el sig-
nificado parece igualmente que esté hablando en general sobre el
significado 1. Asocia el intento de recobrar el significado con lo

1
Wimsatt y Beardsley, 1976: l. Este trabajo clásico, que se ha reeditado a menudo,
apareció originariamente en Sewanee Review en 1946. :Véase, también, WIIllsatt, 1954;
Beardsley, 1958 y Beardsley, 1970.
2
Barthes, 1979; Foucault, 1979: 141-160.
3 Derrida, 1976: 6-100..
4
Wimsatt y Beardsley, 1976: 6, 11.
5 Beardsley, 1992: 23.
QUENTIN SKINNER 111

que él llama logocentrismo, la creencia de que los significados se


originan en el mundo y que se nos transmiten por la capacidad que
tienen las palabras de referirse a las cosas. Se dice que esta creen-
cia da lugar, en su expresión heideggeriana, a la meta:fisica de la
presencia; a la ilusión de que la verdad del mundo se hace presen-
te a la mente por medio del lenguaje denotativo. La no disponibi-
lidad <letales significados surge del hecho de que los téntrinos que
empleamos para significar las cosas no sólo no lo hacen de mane-
ra inequívoca, sino que se mantienen en suspenso por encima de
lo que se quiere decir intencionadamente hasta que vengan a exis-
tir en un estado de expresión libre. Los supuestos significados de
los significantes se posponen hasta que desáparecen en último
extremo y se reemplazan por un estado de puro intertextualidad6•
En este punto parece relativamente claro que estamos hablando del
significado 1• Como uno de los admiradores anglosajones de Derri-
da lo ha expresado más crudamente,-la cuestión central es que las
palabras que empleamos para referirnos a las cosas carecen de
«significados fijós» 7 •
En contraste con el significado¡, podemos preguntar en cam-
bio: ¿qué significa este texto para mí? (llamaré a este el signifi-
cado2). Éste es el sentido que los exponentes de la Nueva Crítica
parecen normalmente tener en mente cuando hablan sobre las
«estructuras de los efectos y sobre la necesidad de concentrarse en
la evahiación de su impacto en el lector. La misma preocupación
con el significadó:i parece subyacer en el enfoque fenomenológi-
co a la crítica literaria. Cuando Wolfgang Iser, por ejemplo, habla
del proceso de la lectura como una «realización» del texto «que lo
hace el lectorn, parece que se preocupe principalmente del signi-
ficado2, especialmente cuando argumenta que «que se debe de tener
en consideración ri.o sólo el texto real; sino también, y en igual
medida, las acciones implicadas en la respuesta al texto» 8•
Los teóricos que han demostrado más claramente su interés en
el significado2 han sido los que han desarrollado las concepciones
de los fenomenólogos sobre lo que se ha venido a llamar el enfo-
que de la respuesta del lector a la interpretación. Un exponente
eminente ha sido Paul Ricoeur especialmente en su Hermenéuti-

6 Véase Derrida, 1976: 6-73 y Derrida, 1978: 278-282.


7
Harlan, 1989: 582.
8
Iser, 1972: 279.
112 EL GIRO CONTEXTUAL

ca y Ciencias Humanas. Ricoeur admite que los textos pueden


tener significados intencionales claros, pero acentúa que, a lo largo
del tiempo, y debido asimismo a las características polisémicas y
metafóricas del lenguaje, cualquier texto adquirirá «un espacio
autónomo de significado que ya no se encuentra motivado por la
intención del autorn 9• La principal sugerencia de Ricoeur es que
el intérprete debería de centrarse en los significados cambiantes
públicos de los textos, antes que en los significados.que sus auto-
res originales tuvieron la intención de asignarles. «Lo que el texto
dice ahora tiene más importancia que lo que el autor tuvo la inten-
ción de decirn 10, de manera que el acto de interpretación debería
de considerarse equivalente a preguntar por el ·significado que ahora
tiene el texto para nosotros, lo que es equivalente a apropiárnoslo
para nuestros propósitos» 11 •
Un exponente aún más entusiasta del enfoque de la respuesta
del lector ha sido Stanley Fish, especialmente en su colección de
ensayos titulada Is there a text in this class? Fish deja muy claro
que él trata básicamente con lo que yo he denominado significa-
do2, particularmente cuando anuncia al principio que «la respues-
ta del lector nq,Jorma parte del significado, es el significado» de
un texto litenmo 12 . Desarrollando esta idea, Fish considera que los
lectores representan la fuente del significado hasta el punto de des-
cribirlos como los creadores de la información que normalmenté
se ha asumido por las teorías tradicionales de la interpretación que
se incorporaba en los textos. El acto de i;nterpretación se le entien-
de en consecuencia como «la fuente de los textos, los hechos, los
autores y las intenciones»; los únicos significados. que podemos
esperar recuperar son aquellos que creamos 13 •.
Antes que preguntar sobre el significado1o el significado2, podría-
mos preguntar-en cambio: ¿qué es lo que un escritor quiere decir
cuando dice algo en un texto dado? (llamaré a éste el significa-
do3). En ocasiones parece que es este sentido de significado el que
Wimsatt y Beardsley tienen en mente en su pretendida denuncia
de la falacia intencional. Cuando hablan de la «búsqueda de los

9
Ricoeur, 1981: 174.
10
Ricoeur, 1981: 201.
11
Sobre la intepretación entendida como una apropiación véase Ricoeur, 1981:
145-164.
12
Fisch, 1980: 3.
13
Fisch, 1980: 13.
QUENTIN SKINNER 113

significados completos» en el curso de la discusión del problema


de la alusión, mantienen que la pregunta que hay que responder es
«qué es lo que un poeta quiere decir>> con lo que dice 14• Y cuando
al final del artículo comparan «la forma verdadera y objetiva de
la crítica» con «la manera de investigación genética y biográfica»,
la cuestión que nos dejan para ponderar es qué método se ha de
preferir si nuestro objetivo al estudiar un poeta es el de entender
«lo que quiso decir>> 15 •
A veces es igualmente claro que es el significado3 el que Derri-
da tiene en mente cuando escribe sobre la imposibilidad de reco-
brar los significados de los textos. Este parece ciertamente el ~aso
en un ejemplo ampliamente discutido que.ofrece de un fragmen-
to que se encontró entre los escritos de Nietzsche en el que decía
<<he olvidado .mi paraguas» 16 • Incluso Demda se muestra dispues-
to a conceder que en este caso no parece que exista dificuítad en .
recobrarlo que he llamado significado¡, el significado del enun,,,
ciado mismo. Como Derrida observa, «Todo el mundo s51be lo que
significa «He olvidado mi paraguas» 17 • La objeción de Derrida es
que se nos deja sin medio alguno de recuperar lo que he llamado
significado3, es decir, de recobrar lo que Nietzsche pudo haber que-
rido decir al escribir aquellas palabras 18 • Tal vez, como Derrida
concluye, no quiso decir nada. La observación de Derrida es que
no tenemos manera alguna de saber, ya que no disponemos de los
medios de recuperar el significado3 ,.y por consiguiente ninguna
esperanza de entender (si es que hubo algo.así) lo que Nietzsche
pudo haber querido decir. ·

m
Mi intención en este capítulo dedicado a aclarar el terreno es el
de calibrar cuánta atención, en el caso en el que merezca alguna,
deberíamos de prestarle a los motivos y a las intenciones de los
escritores al intentar interpretar el significado de lo que escriben.

14 Wimsatt y Beardsley, 1976: 10.


15 Wimsatt y Beardsley, 1976: 13.
16 Derrida, 1979: 122, 123. Para una discusión valiosa véase Hoy, 1985: 54-58.
17 Derrida, 1979: 128: «Chacun comprend ce que vent veut dire "j'ai oublie mon

parapluie"».
18
Derrida, 1979: 123, 125, 131.
114 EL GIRO CONTEXTUAL

Hasta el momento me he centrado en un número de confusiones


que se presentan en la discusión sobre el «significado» en estos
debates. Vuelvo ahora al otro lado de la moneda, examinando los
argumentos que se han propuesto para defender la reivindicación
de que no deberíamos de prestar atención a los motivos o a las
intenciones cuando hacemos nuestra lectura de los textos.
Se pueden distinguir dos tipos principales de argumento. Uno
tiene que ver con la necesidad de pureza en los procedimientos crí-
ticos, y, por consiguiente, con la reivindicación de que,· si fuera
incluso posible descubrir u.ria información biográfica esencial sobre
el escritor, nunca debemos permitir que esa información condicio..:.
ne y perturbe nuestra respuesta a la obra. De ahí que Wimsatt y
Beardsley estigmaticen el deseo de considerar cualquier cosa que
no sea la información que proporciona el texto mismo como llÍ1a
«falacia romántica» 19 • La reivindicación, como uno de los comen-
taristas de su teoría.lo ha expresado, es que todas las obras de arte
deben de ser «auto-explicativas». Estamos simplemente registran-
do un «error de ·arte y de crítica» si hacemos uso de un tipo de
información histórica o biográfica extraña20 • Como los mismos
Wimsatt y Beárdsley han declarado, con lo que .debemos de trátar
es simplemente con sólo «el texto mismo» 21 .
El otro argumento más relevante, sin embargo, se deriva dé dos
reivindicaciones distintas (de hecho incompatibles) que a menudo
se hacen sobre los conceptos mismos de intendón y motivos. Una
reivindicación ha sido que la razón por la que los:críticos no debe-
rían de prestarle atención a esos factores es que los motivos y las
intenciones del escritor se han de encontrar «dentro» de sus tex-
tos, no fuera de ellos, y por consiguiente no merecen que se les
considera apéµie. Ésta es una de las principales razones sobre las
que Wimsatt y Beardsley discuten la irrelevancia de la intenciona-
lidad. Se preguntan cómo un crítico puede «encontrar lo que el
poeta intentó hacern y responden que«si el poeta logró.hacerlo,
entonces el poema mismo demuestra lo que. estaba intentando
hacern 22 • La misma· opinión ha sido adoptada por un número de
comentaristas más recientes sobre la llamada falacia intencional.

19
Wrmsatt y Beardsley, 1976: 3, 12.
20
Monis Jones, 1964: 140.
21
Wimsatt y Beardsley, 1976: 9.
22
Wimsatt y Beardsley, 1976: 2.
QUENTIN SKINNER 115

T. M. Gang, por ejemplo, insiste en que «cada vez que se dice algo
directamente y sin ambigüedades, apenas. si tiene sentido pregun-
tarle al hablante qué intención quería significar con sus palabraS»23 •
Graham Hough coincide en que «con un poema enteramente con-
seguido todo es perfección y la. cuestión de una intención conce-
bida separadamente no se plantea»24 •
La otra reivindicación (además incompatible) ha sido que, por
el contrario, puesto que los motivos y las intenciones se encuen-
tran «afuera» de la obra de un escritor, y, por consiguiente, no·for-
man parte de su estructura, el crítico no debería prestarles aten-
ción a la hora de intentar elucidar los significados de los textos.
Este segundo argumento, sin embargo, se ha formulado de una
manera un tanto confusa. Cuándo menos tres razones diferentes se
han dado para suponer que se sigue de la manera en la que los moti-
vos y las intenciones estén «fuera» de las obras el que tengan que
ser irrelevantes para la actividad de interpretación. Necesitamos
empezar intentando desenredarlas.
Una de las propuestas ha sido que los motivos ylas intencio-
nes sencillamente no se pueden recuperar. Son «entidades priva-
das a las· que nadie puede accedern25 • Éste es el primer argumen-
to que avanzaron Wimsatt y Beardsley, que retóricamente se
preguntaron «cómo puede un crítico esperar obtener una respues-
ta a la cuestión relativa a la intención>>, y responden que la consta-
tación del «designio o de la intencióm>·sencillamente no se encuen-
tra disponible 26 • El mismo compromiso subyace en un número de
contribuciones recientes al debate. Se nos dice que «la intención
no se puede realmente conocern27 y que, por lo tanto, el crítico lite-
rario y el historiador intelectual se ven enfrentándose a una «in~vi­
table incertidumbre sobre los procesos mentales» 28 • Se estarán
engañando a sí mismos si suponen que puedan alguna vez «pro-
yectarse en la mente de los autores» para recobrar las intenciones
con las que aquéllos escribieron29 •

23
Gang, 1957: 178.
24
Hough, 1966: 60.
25
VéaseAiken, 1955: 752, para una discusión (pero no una aceptación) de este argu-
mento.
26
Wimsatt y Beardsley, 1976: 1-2.
27
Smith, 1948: 625.
28
Gang, 1957: 179.
29
Harlan, 1989: 587.
116 EL GIRO CONTEXTUAL

Una segunda propuesta ha sido que, si bien es posible recupe-


rar los motivos y las intenciones, prestar atención a tal informa-
ción será suministrar un criterio indeseable para medir el valor de
una obra literaria o filosófica. Wimsatt y Beardsley se cambian a
esta posición de una manera un tanto inconsistente al comienzo de
su discusión, argumentando que el conocimiento de las intencio-
nes de un escritor no es «deseable como criterio para juzgar el éxito
de una obra de arte literaria»3º. El mismo compromiso se encuen":'
traen un número reciente de presentaciones de la pretensión anti-
intencionalista. Se nos dice, por ejemplo, que «el problema es que
hasta qué punto la intención del autor al escribir su obra es rele-
vante para el juicio que el crítico emite sobre ella»31 y se nos pre-
viene que el interés sobre la intención puede afectar la respuesta
al lector de una manera no deseada32 •
Una tercera propuesta ha sido que, si bien es posible recuperar
los motivos y las intenciones 'del escritor, nunca será relevante pres-
tarle atención a este tipo de información si el objetivo fuera estable-
cer el significado del texto. Wimsatt y Beardsley .adoptan eventual-
mente este punto de vista, declarando que su única preocupación se
centra en «el,sigmficado del poema» y que el estado anímico del
poeta es una cuestión enteramente aparte33 • Un compromiso similar
ha sustentado a veces el enfoque fenomenológico y, más general-
mente, el de la respuesta del lector a la interpretación de los textos.
Como hemos visto, un teórico como Paul Ricoeur no duda que los
textos tienen un significado <<prístino» e .intencional; simplemente
se limita a considerar su recuperación como algo de importancia
secundaria en contraste con la tarea más interesante de investigar los
«significados públicos» que posteriormente llegan a adquirir.

IV

Me encuentro ahora en la posición de preguntar si algunos de


los argumentos anteriores consiguen establecer que, en todos los
sentidos de «significado» que he distinguido, los motivos y las

30
Wimsatt y Beardsley, 1976: 1-2.
31
Gang, 1957: 175.
32
Smith, 1948: 625.
33 Wunsatt y Beardsley, 1976: 6-9.
QUENTIN SKINNER 117

intenciones del escritor se pueden y se deben de ignorar cuando se


intenta recuperar los significados de los textos. El primer argu-
mento que he considerado --el que surge de la voluntad de man-
tener una cierta pureza en nuestros procedimientos críticos- pare-
ce basarse en una confusión. Puede que el conocimiento de los
motivos y de las intenciones del escritor sea irrelevante para elu-
cidar «el significado» de sus obras en cualquiera de los sentidos
de la palabra «significado» que he apuntado. Pero no se sigue de
ahí que los críticos deban --o puedan esperar- estar seguros de
que este conocimiento no desempeñe un papel a la hora de deter-
minar su respuesta a la obra del escritor. Conocer los motivos y las
intenciones es conocer la relación en la que se encuentra un escri-
tor con respecto a lo que ha esérito; Conocer sus intenciones es
saber"aquellaclase de hechos tales como.si el autor estáhablando
en broma o en serió o está siendo irónico, o en términos generales
qué actos de hablaha estado haciendo al escribir lo que escribió.
Saber sus motivos es saber qué es lo que le llevó arealizar ese acto
particular del habla, con independencia del carácter y del valor de
verdad de su emisión. Ahora bien, es posible que saber, por ejem-
plo, que un cierto escritor haya sido motivado en buena medida
por la envidia o por resentimiento no nos dice nada sobre «el sig-
nificado» de sus obras. Pero una vez que el crítico se hace con esa
clase de conocimiento difícilmente puede dejar de condicionar su
respuesta a la obra. El descubrimiento, por ejemplo, de que una
obra fue escrita no a parti{de la envidia o del resentimiento, sino
por un simple deseo de1fostrar o de entretener, parece que fuera
más que suficiente para producir una respuesta enteramente dife-
rente. Es posiblé que esto sea o no sea deseable~ pero me parece
que hasta cierto punto es irievitable34 •
Vuelvo ahora a los diversos argumentos que se derivan del aná-
lisis de los conceptos de motivo e intención'én sí mismos. El pri-
mero --con el resultado de que es imposible recuperar tales actos
mentales- gana su pláusibilidad de la ignorancia del alcance con
el que las intenciones incorporadas en el acto ~fectivo de comuni-
cación tengan, ex hypothesi, que ser públicamente legibles. Supon-
gamos (por adaptar un ejemplo de Wittgenstein) que llegue a com-
prender que el hombre que está levantando sus brazos en el campo

34 Una observación excelentemente hecha por Cioffi, 1976: 70~ 73:


118 EL GIRO CONTEXTUAL

de al lado no esté intentando cazar una mosca, como en un prin-


cipio había supuesto, sino que me está a\risando de que un toro está
a punto de embestirme. Llegar a reconocer que me está avisando
es llegar a comprender las intenciones con las que está actuando.
Pero recuperar esas intenciones no es una cuestión de identificar
las ideas que tiene dentro de la cabeza en el.momento mismo en
que empieza a agitar sus brazos. Es una cuestión que tiene que ver
con comprender que mover los brazos se puede entender como una
advertencia, y que en ese c~so, ésa es la convención que se pone
de manifiesto en este caso particular. Esto hace que sea un serio
error caracterizar tales intenciones como si fueran «entidades pri-
vadas a las que nadie puede tener acceso»35 • Para que los signifi-:
cados de estos casos se puedan entender de manera, intersubjetiva,
las intenciones que subyacen en tales actividades deben s~r enti-
dades con un carácter esencialmente público. Como Cliford Goertz
ha observado adecuadamente, las ideas son «significados transraj-
tidos»; <<no son, y no han sido durante un tiempo, esa clase de cosas
mentales que no se pueden observarn36 • ·
un
Vuelvo al segundo argumento, que .parece contener, ·error de
formulación. Seda manifiestamente un error suponer que conocer
los motivos o las intenciones de un ·escritor pueda suplir el Péltrón
para juzgar el mérito o el éxito de su obfa. Como Frank Cioffi ,ha
observado en un contexto similar, no .le será de gran ayuda a· Un
escritor que intente convencer a un crítico que ha intentado crear
una obra de arte 37 • El tercer argumento:por el contrano, parece
por-lo menos parcialmente correcto. Aétniitiré que, si bien pueae
que, no sea verdad en el caso de las iritenciones .de un escritor, es
posible que lo sea en el caso de sus motivos, que sé pue.dan consi-
derar que se encuentren «fuera» de sus obra~ de fal manera que la
recuperación de tales motivos resulty ser irrelevarite -.-para todos
los sentidos de sigmricados que he distiilguido- a la hora de com-
prender el signifi<;ado de sus escritos.·· ·
Esta úitima proposición, sin embargo, des,cahsa en la distinción
entre motivos e intenciones que normalmente nó se ha hecho expli:-
cita en el debate sobre la así llamada falacia inteneional, pero qúe
mi argumento me exige ahora que clarifique. Ha sido ciertamen::.

35
Aiken, 1955: 752.
36 Geertz, 1980: 135.
37
Cioffi, 1976: 57.
QUENTIN SKINNER 119

te una característica sorprendente e insatisfactoria del debate que,


aunque la mayoría de los comentaristas se hayan centrado en la
intencionalidad, han dado generalmente por sentado que todo lo
que dicen sobre las intenciones también vale para los motivos38 •
Me parece, sin embargo, que es indispensable' distinguir los moti-
vos de las intenciones por lo que respecta a las cuestiones sobre la
interpretación, intentaré sugerir a· continuación de qué manera se
puede entender más fructíferamente esta distinción39 •
Hablar de los motivos· de un escritor parece invariablemente
hablar de una condición antecedente a, y contingentemente conec-
tada con, la aparición de sus obras. Sin embargo hablar de las inten-
ciones de un escritor se puede entender bien como refiriéndose al
plan o al designio de crear una cierta clase de obra (la intención
de hacer x) o bien como una obra efectiva de una cierta manera
(como si incorporara la intención particular al hacer x). En el pri-
mer caso parece que (como ocurre cuando hablamos sobre moti-
vos) estamos aludiendo a una condición antecedente contingente
a la aparición de la obra misma. Más específicamente, parece como
si la estuviéramos caracterizando en términos de la incorporación
de un fin o de una intención, como si tuviera un propósito o fin
particular. ·
Podemos corroborar adecuadamente esta reivindicacióntoman-
do prestado algo de Ja jerga invent_ada por los filósofos del lengua-
je para discutir las relaciones lógicas entre los conceptos de inten-
ción y significado. Se han concentrado en el hecho(siguiendo el
análisis clásico de J. L. Austin) de_ que realizar cualquier emisión
siempre es hablar no s_ólo con un cierto significado, sino también
con lo que Austin llamó con.una ciertafue.rza ilocu,cionaria40 •
Cuando pronunciamos una emisión significativa, puede que al
mismo tiempo consigamos realizar algunos actos ilocucionarios
como prometer, avisar, suplicar, informar y otros más. La mane-
ra habitual con la que Austin. expuso el problema erá decir que
comprender el «sentido» de la fuerza ilocucionaria de :una emi-
sión es equivalente a comprender lo que el hablante estaba hacien-

38
Una observación bien hecha por Morris Jones,.1964: 143.
39
Estoy en deuda con Anscombe, 1957 y Kenny, 1963; dos discusiones clásicas en
las que el concepto de motivo e intención se distinguen siguiendo lineas similares~ Para
una aceptación (parcial) del empleo que hago de estas distinciones véase Hancher, 1972:
especialmente las páginas 836n y 842-843n.
40
Austin, 1980: 98-108.
120 EL GIRO CONTEXTUAL

do cuando la emitió41 • Sin embargo, otra manera de explicar el


problema -:--erucial para mi argumento presente- sería decir que
la comprensión del acto ilocucionario realizado por el hablante es
equivalente a comprender las intenciones primarias que tuvo al
pronunciar la emisión.
Vuelvo ahora a la significación que tienen para mi presente
argumento las distinciones entre motivos e intenciones, con la con-
siguiente identificación de la idea de tener la intención al hablar o
escribir con una cierta fuerza. Estas distinciones, me parece, pres-
tan un gran apoyo a la sugerencia de que la recuperación de los
motivos resulta de hecho irrelevante para la actividad de interpre-
tar el significado de los textos. Cuando hablamos de los motivos
que tuvo un escritor para escribir (y no de las intenciones en escri-
bir) parece en efecto que estemos hablando de los factores que se
encuentran «afuera» de sus obras, y en una relación contingente
con ella,. de suerte que dificilmente se pueda decir que afecten al
significado de la obra misma. ·
Si, no obstante, nos hacemos cargo de la otra reivindicación
(además incompatible) que normalmente se hace por los teóricos
literarios sobre-los conceptos de motivoyde intención, puede que
parezca que me hubiera obligado a decir que esta conclusión es
válida también para el concepto de intención. He argumentado que
cuando hablamos de las intenciones de un escritor al escribir, y de
estas intenciones, como si en algún sentido estuvieran antes «den-
tro» sus textos que «afuera» y contingentemente vinculadas con
su aparición. De acuerdo con el primer argumento que he citado,
sin embargo, se debe precisamente a que las intenciones del escri-
tor se encuentran «dentro» de sus textos, por lo que, según se nos
dice, el crítico no necesita prestar una atención especial para recu-
perarlas a la hÓra de interpretar el significado de sus obras.
Esta suposición, empero, descansa en la confrontación d~ dos
tipos diferentes de cuestiones que podemos plantear sobre las inten-
ciones del escritor. Será conveniente servirse una vez más del len-
guaje de los filósofos del lenguaje para elaborar laque quiero deék
Por una parte, podríamos preguntarnos sobre las intenciones per-
locucionarias que se encuentran en una obra42 • Podríamos consi-

41
Austin, 1980: 94 et passim.
42
Para una introducción al concepto de efectos perlocucionarios véaseAustin, 1980:
99, 101-102. .
QUENTIN SKINNER 121

derar, por ejemplo, si tenía o no la intención de conseguir un cier-


to efecto o respuesta como el de (por tomar un ejemplo trillado)
inducir en el lector un sentimiento de tristeza43 • Pero, por otra parte,
tal vez queramos, como ya he sugerido, preguntar sobre las inten-
ciones ilocucionarias del escritor con el fin de caracterizar su obra.
Podríamos preguntar, no si consiguió lo que tenía la intención de
lograr, sino más bien cuáles eran exactamente sus intenciones al
escribir lo que escribió.
Esto me lleva al punto central de mi discusión sobre las rela-
ciones entre las intenciones de un escritor y el significado de un
texto. Por una parte, admitiré que las intenciones perlocucionarias
(lo que podían haber querido decir al escribir de una cierta mane-
ra) no necesitan que se consideren por más tiempo. No parecen
que requieran de un estudio separado, ya que la cuestión sobre si
una obra abrigaba 1a intención del autor de~ porejemplo, inducir
el sentimiento de tristeza en el lector no parece que pueda resol-
verse (si es que se puede hacer) considerando sólo la obra misma,
como si todas las indicaciones sobre los efectos buscados estuvie-
ran ya contenidas dentro de ella. Por otra parte, m.e gü.staría argu-
mentar ahora que en el caso de las intenciones ilocucionarias (lo
que podrían haber tenido la intención de decir al escribir de una
cierta manera), su recuperación requiere una forma distinta de estu-
dio, que será esencial para afrontar si el fin del crítico es, en efec-
to, el de entender el significado de lo que escribió.
Si esta conexión, empero, demostrara ser válida, no es necesa-
rio que vuelva a los tres sentidos de «significadó» con los que
empecé distinguiendo con el fin de determinar cómo el sentido de
intencionalidad, que he aislado ahora; puede ser relevante para
entender el significado de un texto. '
Si nos volvemós al significado 1~, se debería de admitir que com-
prender las intenciones ilocucionarias apenas si párece relevante
a la hora de entender los significados del texto en ese sentido. Afir-
mar esto no es tomar partido por la inmensa y dificil cuestión de
si nuestros enunciados sobre los significados de las palabras y fra-
ses no se pueden reducir en último extremo a enunciados sobre'las
intenciones de alguien. Se trata tan sólo de afirmarla obviedad de

43
Gang, 1957: 177; Richards, 1929: especialmente 180-183 parece que hubiera teni-
do una gran influencia en dirigir la atención hacia esos tipos de efectos intencionales.
122 EL GIRO CONTEXTUAL

que las cuestiones sobre los significados de las palabras y frases


que se usan no pueden ser equivalentes a las cuestiones sobre las
intenciones que se tengan al usarlas44 •
Si tomamos ahora el significado2 , se debe de conceder una vez
más que entender las intenciones de un escritor al escribir escasa-
mente resulta relevante para este sentido del significado del texto.
Parece claro que la cuestión de lo que una obra filosófica puede
significar a un cierto lector se puede resoiver independientemen-
te de cualquier consideración acerca de lo que su creador tuvo la
intención de hacer. ,·
Si consideramos, no obstante, el significado3 parece posible esti-
blecer una conexión posiblemente i;r:tás estrecha entre las .intencio-
nes del escritor y el significado de sus textos. Parece, pues, que el
conocimiento d_e las intenciones de un escritor al escribir, al menos
en el sentido en que he pretendido aislarlo~ no es simplemente rele-
vante, sino equivalente a conocer el significado3 de lo que escribe.
Los pasos que me han conducido a esta conclusión aparecerán ahora
claros. Llegar: a «comprender» esas intenciones es equivalente a
entender la naturaleza.y el alean.ce de los actos ilocucionarios que
el escritor podrla haber estado realizando. al escribir de .una mane-
ra determinada. Como he sugerido, recuperar tales intenciones sig-
nifica estar en disposición d~ caracterizar lo que el escritor estaba
haciendo -es ser c.apaz de decir que lo que debió de habertenido
la intención de decir, por ejemplo, la de atacar o defender una par-
ticular linea de argumento, criticar o contribuir a tradición particu-
lar de discurso, u otras cosas parecidas-. Ser capaz, sin embargo,
de caracterizar una obra de esta manera, .en términos de la inten.,.
ción de su fuerza ilocucionaria, es equivalente a entender lo que el
escritor pudo haber querido decir al escribir de esa manera parti-
cular. Lo que es equivalente a ser capaz de decir que el autor tuvo
la intención de que su obra fuera entendida por ejemplo como un
ataque, o una defensa, o como una contribución a alguna actitud
particular o línea de argumento. De esta manera la equivalencia
entre las intenciones que se tienen al escribir y el significado3 de lo
que se escribe queda establecida. Porque como ya he indicado, saber
lo que un escritor quiso decir al escribir una obra es conocedas
intenciones primarias que tuvo al escribirla.

44
Para una discusión de estos problemas véase Strawson, 1971: 170-189.
QUENTIN SK.INNER 123

Me gustará finalmente salvar a mi tesis de dos posibles inter-


pretaciones equivocadas. Mi argumento se debería de distinguir
en primer lugar de una reivindicación mucho más fuerte que a
menudo se propone con el objeto de que la recuperación de estas
intenciones y la decodificación del «significado original>> que que-
ría expresar el escritor tengan que formar todo lo que se espera que
haga el intérprete45 • A menudo se ha sugerido que «el criterio últi-
mo de la corrección>> de la interpretación sólo aparece cuando se
estudia el contexto original en el que la obra fue escrita46 • No me
he preocupado, sin embargo, de préstar apoyo a esta versión fuer-
te de lo que E. W. Bateson llamaba la disciplina de la lectura con-
textual. No encuentro que sea impropio hablar de un obra que tenga
un significado que su autor no haya querido; Tampoco mi tesis
1

entra en conflicto con esta posibilidad. Sólo he tratado Ja proposi-


ción conversa: que cualquier cosa que un autor haya estado hacien-:
do al escribir lo que escribió debe ser relevante para la interpreta-
ción, y, por consiguiente; entre las tareas del intérprete debe de
estar la de recuperar las intenciones del autor al escribir lo que
escribió.
Esta tesis se ha de distinguir también de 1a reivindicación de
que si nos preocupa las intenciones del autor, debemos de estar
preparados para aceptar cualquier enunciado que haga sobre sus
propias intenciones, como un tipo de autoridad.última sobre lo que
está haciendo en una obra particular. Es cierto que cualquier agen-
te se encuentra obviamente en un,a posición privilegiada al carac-
terizar sus propias intenciones y acciones. Pero no veo dificultad
alguna a la hora de reconciliar la propuesta de que tenemos que
ser capaces de caracterizar las intenciones de un autor, si hemos de
interpretar el significado3 de sus obras con la reivindicación de que
a veces puede ser apropiado descartar sus propias explicaciones
sobre lo que está haciendo. Esto no significa decir que hayamos
perdido interés en comprender las intenciones como guía para inter-
pretar su obra. Significa solamente que un escritor pueda que no
entienda enteraménte sus intenciones, o que es posible que se esté
engañando a sí mismo a la hora de reconocerlas, o simplemente
sea incompetente a la hora de enunciarlas. Pero éstos son fallos a
los que están·expuestos la carne mortal.

45
Véase, por ejemplo, Clase, 1972: 36-38.
46
Bateson, 1953: 16.
124 EL GIRO CONTEXTUAL

Pero, ¿cómo se pueden recuperar las intenciones ilocuciona-


rias? Volveré a considerar esta pregunta en mi ensayo Interpreta-
ción y comprensión de los actos de habla, pero puede que valga
la pena hacer cuando menos una indicación sobre el que conside-
ro que es el punto crucial. Es necesario quenos centremos no sola-
mente en el texto particular que nos interesa, sino en las conven-
ciones prevalecientes que gobiernan el tratamiento de los problemas
o de los temas de los que trata el texto. Esta implicación gana su
fuerza cuando se considera que todo escritor formará parte de un
acto intencional de comunicación.· Se sigue entonces que cualquie-
ra que sean las intenciones que un escritor puedátener, deben ser
convencionales en el sentido fuerte de que deben ser reconocidas
como intenciones para defender alguna posición particular en un
argumento, o que hacen alguna contribución en el tratamiento de
algún problema particular, etc~ De aquí se infiere asimismo que
para comprender lo que·un escritor puede haber estado haciendo
al usar algún concepto particular o argumento, es necesario antes
que nada entender la naturaleza y el alcance de aquellas cosas que
se pueden manifiestamente hacer cuando se usa ese concepto par-
ticular, en el trátamiento de ese tema particular, en esa época en
particular. Necesitamos, en suma, estar preparados para asumir
como nuestro dominio, ni más ni menos, que todo lo que Cornelius
Castoradis ha descrito como fa imaginería social, el abanico com-
pleto de los símbolos y representaciones heredadas del pasado, que
constituyen la subjetividad de una época47 •

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3. INTERPRETACIÓNY COMPRENSIÓN
EN LOS ACTOS DE HABLA*

Una de las más importantes, de las muchas implicaciones que


contiene las Philosophical Inve$tigations de Wittgenstein, es que no
debemos de pensar en «los significados de las palabfas» de una
manera aislada. En su lugar debemos de centramos en su uso en
el juego del lenguaje específico y más genéricamente, dentro de
una forma particular de vida 1• Menos de una década después de
que Wittgenstein expusiera este desafio que hizo historia, J.· L.
Austin lo recogió al preguntarse enHow to do.things with words,
qué se podía ep.tender exactamente por investigar el uso de las
palabras como algo opuesto a su siguificado 2, y qué se quería
decir, en consecuencia al afirmar que fas palabras eran también
hechos3 • Como ya he .insinuado en mi trabajo Significado y com-
prensión en la· historia de las ideas, siempre me ha parecido que,
consideradas las dos juntas, las intuiciones de Wittgenstein y Aus-
tin ofrecen una hermenéutica de un valor excepcional p(!ra los
historiadores de la .historia intelec;tual y, más genéricamente, para
los que estudian las disciplinas culturales4 • Ya he hablado en mi
ensayo «Motivos, intenciones e interpretación» -de una manera
particular en la que su enfoque me parece de gran valor para ayu..,
damos a pensar sobre el proyecto de comprender lo qrie se dice
en un texto y su interpretación. Me gustaría ahora desarrollar
estas discusiones, responder a las críticas, y presentar mis argu-
mentos de una manera más sistemática con una visión más
amplia. ·

* Este ensayo ha sido adaptado y desarrollado a partir de la sección final de mi tra-


bajo <<Reply to my critics» que apareció origfuariamente en Meaning and Context: Quen-
tin Skinner and his Critics, edición por Janies Tully, pp. 259-288, Cambridge, 1988.
1
Wittgenstein, 1958: § 138-139, 197-199, 241, pp. 53-54, 80-81, 88.
2
Austin, 1980.
3
Como también se reivindica en Wittgenstein, 1958: § 546, p. 146.
4
Para una explicación de la posible aplicación de las intuiciones de Wittgénstein a
la etnografía véase Geertz, 2000. ·

[127]
128 EL GIRO CONTEXTUAL

II

Tanto Wittgenstein como Austin nos recuerdan que, si quere-


mos entender cualquier emisión que se haga en serio, es necesa-
rio que comprendamos algo que está por encima y más allá del
sentido y la referencia de los términos que se utilizan para expre-
sarlo. Por citar la fórmula de Austin, es necesario que además
encontremos los medios para recuperar lo que el agente ha podi-
do estar haciendo al decir lo que dijo, y por lo tanto que podamos
comprender lo qué el agente haya querido decir al pronunciar una
expresión con ese sentido y con esa referencia5• Wittgensteiri ya
había apuntado a las dos dimensiones distintas del lenguaje que
·parecen estar impllcadas6, sin embargo la importancia del valor de
la formulación de Austin· surge· del hecb.ó ·de proporcionar un medio
para separar las dos. Admitía que antes que nada era necesário éon-
siderar la dimensión que se describe en términos convencionales
cuando se habla de los significados de las palabras y de los enu:ri-
ciados. Sin embargo. acentúo el hecho de;: que era necesario ade-
más comprend_er la fuerza con la que cualquier emisión (c_on un
cierto significado) se puede expresar en una determinª-da ocasión7•
Austfu intentó aclarar esta observación fundamentalintrodu:..
cien.do un neologismo para distinguir el sentido,preciso del «uso
del lengaaje» en el cual se hallalJa primariamente interesado. Hizo
hincapié en que, al hablar de la fuerza dé una eniisión, se estaba
refiriendo a lo que el agente puede haber estado haciendo al decir
lo que dijo: Se preocupó de distinguir esta dimensión de ·otro tipo
de cosas qu~ podemos estar haciendo al utilizar las palabras. De
separar la cuestión de lo que pódenios estar haciendo al decir algo
de lo que se-puede producir cuando se dice algo. Austin propuso
que se hablara de la fuerza ilocucionaria frente a la fuerza perlo-
cucionaria de una emisión8 •
Para ilustrar las sutilezas que Austin fue capaz de introducir en
el análisis que sugirió Wittgenstein del «significado» en términos
del <<Uso de las palabras», puede que resulte útil tener presente un

5 Austin,
1980:94,98 ..
6
Sobre la fuerza de la emsión de una frase como una dimensión que se puede abs-
traer del lenguaje véase Holdcroft, 1978.
7
Austin, 1980: 99.
8 Austin, 1980: 109-120.
QUENTIN SKlNNER 129

sencillo ejemplo. Tanto en la discusión que sigue, así como en mi


intento de explorar algunas implicaciones posteriores en mi ensa-
yo Significado social y la explicación de las acciones sociales
he adaptado un ejemplo que originariamente presentó P. F. Straw-
son en su análisis del papel de las intenciones y de las convencio-
nes en la comprensión de los actos de habla9• Un policía ve a
alguien que va a patinar en un lago helado y le dice <<El hielo del
lago es muy fino». El policía dice algo y sus palabras quieren decir
algo. Para entender lo que está pasando, es obvio que necesitamos
conocer el significado de las palabras. Pero también necesitamos
saber lo que el policía está haciendo al decir lo que dijo. Por ejem-
plo, el policía puede haber estado advirtiendo al patinador; la emi-
sión se podía haber hecho en esta ocasión con la fuerza (ilocueio-
naria) de hacer una advertencia. Finalmente el policía habría
logrado al mismo tiempo producir algunas consecuencias (perlo-
cucionarias) cuando dijo la frase que pronunció. Por ejemplo, el
policía podría haber logrado persuadir, o intimidar o simplemente
irritar, o divertir al patinador.
El principal objetivo de Austin era el de clarificar la idea de «él
uso del lenguaje» en la comunicación. Así que puso más énfasis
en el hecho de que los hablantes sean capaces de explotar la dimen-
sión de la fuerza iloclicionaria con el fin de-como indica el títu-
lo de su libre:-- de hacer cosas con las palabras, En consecuencia
Austin tenía poco que decir sobre la naturaleza de la relación entre
la dimensión lingüística de lá fuerza ilocucionaria y lá. capacidad
de los hablantes de explotar esa dimensión a fin de realiZar los
tipos de actos de habla -especialmente de actos ilocucionarios-
en la clasificación que estaba más" interesado en hacer.
Creo, sin embargo, que la manera correcta de pensar sobre esta
relación es centrarse en el hecho de que, como Austin siempre acen-
tuó, hablar con una cierta fuerza ilocucionaria normalmente es rea-
lizar un acto de una cierta clase, participar en un proceso ·deliberado
y voluntario de comportamiento. Como esto pone de relieve, lo que
sirve para conectar fa dimensión ilocucionaria del lenguaje con la
realización de los actos ilocucionarios debe ser -como ocurre con
todos los actos voluntarios-las intenciones del agenté que los lleva
a cabo. A manera de aclaración, consideremos una vez más el acto

9
Strawson, 1971: 153.
130 EL GIRO CONTEXTUAL

de habla de hacerle una advertencia a alguien. Debemos al mismo


tiempo tener la intención de que la emisión de la frase signifique o
quiera dar a entender una advertencia con el fin de que sea recono-
cida como un ejemplo de este tipo de acto intencional. Como Austin
lo expresó con su habitual precisión, para recuperar la fuerza ilocucio-
naria con la que se expresa una emisión dada, y, por consiguiente, la
naturaleza del acto ilocucionario que el agente hace al decir lo que
dice, lo que es necesario entender es la manera en la que la emisión
dada, en la ocasión en la que se emitió, «debe de ser comprendida>> 10•
Es cierto que Austin titubeó en este punto. Cuando introdujo
por primera vez el concepto de ilocución, sugirió que la cuestión
sobre si alguien había realizado una acción de advertencia, por
ejemplo, es una cuestión esencialmente sobre la manera en la que
se ha de entender la emisión de la frase 11 • Pero.asumió (en un vena
muy wittgensteiniana) que la «comprensión>> de los actos ilocucio-
narios requiere la presencia de una fuerte convención lingüística de
suerte que posteriormente parece que sugirió que son precisamen-
te tales convenciones, y no las intenciones de los hablantes, las que
sirven para definir los actos ilocucionarios12 • A pesar de ello, toda-
vía creo que.es correcto ampliar el análisis de Austin en las direc-
ciones que posteriormente lo han hecho P. F. Strawson13 y John
Searle14, y más recientemente Stephen Sc;hiffér y David Holdcroft15 •
Me parece que si tuviéramós que ofrecer la definición de los actos
de habla que Austin nunca llegó a dar, nos deberíamos de tomar
en serio el estatus que tienen en cuanto a actos y pensar en los tipos
de intenciones que van implícitas en su correcta realización 16 •
Aunque hasta el momento mis observaciones han sido exposi-
tivas, me parece vital añadir que tenemos que· correr el riesgo de

10
Austin, 1980: 99.
11
Austin, 1980: 98.
12 Austin, 1980: 128.
13
La ampliación que hace Strawson en Strawson, 1971: 149-169 adquiere la forma
de poner en tela de juicio la prominencia que Austin le asigna a las convenciones (como
algo opuesto a las intenciones del hablante) en su análisis de «asegurarse de que se ha
entendido». ·
14
Para el papel de las intenciones reflexivas véase el análisis de Searle de los actos
ilocucionarios en Searle, 1969: 60-61. . · ·
15
Schiffer,· 1972: 88-117 desarrolla una versión de la teoría intencional del signifi-
cado de Grice para analizar la relación entre significado y áctos de habla. Véase, tam-
bién, la importancia que se le asigna al reconocimiento de las intenciones comunicati-
vas en Bach y Harnish, 1979.
16
Como originariamente lo argumenté en Skinner, 1970.
QUENTIN SKINNÉR 131

perder de vista su significación, si las tomamos como una exposi-


ción de lo que se pudiera considerar como una «teoría de los actos
ilocucionarios». Me parece que es una confusión preocupante des-
cribir a Wittgenstein o a Austin como si estuvieran proponiendo
una teoría en el sentido de postular una hipótesis sobre cómo enten-
der el lenguaje. Sus logros se podrían describir más adecuadamen-
te como el de intentar encontrar una manera de describir y, por lo
tanto, de llamar nuestra atención a una dimensión y, por lo mismo,
un recurso del lenguaje que cualquier hablante y escritor tendría a
su disposición en cualquier momento, y que es necesario identifi-
car cada vez que queramos comprender la emisión seria de una
frase.
Expresar sus propuestas de esta manera no es sólo insistir en una
decididafar;on de parler. Se trata más bien de insistir que perdere-
mos de vista la relevancia del análisis de los actos de habla, si pen-
samos que se trata de otro espécimen de discurso filosófico del que
nos podemos deshacer, si no nos gusta la manera en que suena. La
terminologíáque he estado describiendo señala a un hecho relativo
del lenguaje17• Desde luego podemos negar que desempeñe esa fun-
ción de manera adecuada. Pero dificilrllente podemos negar el hecho
mismo de que cualquiera que esté emitiendo UD.a frase en serio esta-
rá siempre haciendo algo así como diciendo algo y haciéndolo en vir-
tud de decir lo que se dice: Hacemos uso de Iii.lrilerosos verbos cuya
función precisa es permitirnos hacer explícito, con el objeto de evi-
tar confusiones, lo que creemos que estamos haciendo al decir lo que
decimos. Añadimos comentarios como: <<te lo advierto», <<te estoy
dando una orden>> (o por el contrario: «no estoy dando una orden, te
estoy simplemente advirtiendo/sugiriendo/diciéndote algo»). El pro-
blema de la interpretación surge en parte porque generalmente no
nos molestamos, incluso en loscasos que se presentan: a diario, en
hacer explícito exactamente lo que creemos que estamos haciendo,
tanto menos en el caso de aquellos actos ilocucionarios enormemente
complejos que atraen normalmente tanto la atención de los. críticos
literarios como la de los historiadores de las ideas. Puede incluso que
resulte imposible recuperar algo más que no sea una pequeña
fracción de las cosas que Platón, por ejemplo, estaba haciendo
en La República. Mi observación es que la comprensión que poda-

17 Este punto ha sido bien desarrollado en Petrey, 1990: 22.


132 EL GIRO CONTEXTUAL

mos tener de La República depende en gran medida de la posibili-


dad de recuperar lo que Platón estaba haciendo cuando la escribió.

Me gustaría a continuación basarme y elaborar al mismo tiem-


po, algunos de mis propios estudios sobre el significado y los
actos de habla con la intención de examinar la relación que tie-
nen aquellos con la interpretación de los textos 18 • Pero antes de
hacerlo, es necesario que examine una seria objeción que algu-
nos críticos han puesto en contra de la manera en la que he pre-
sentado el problema. No cabe espera,r, reclaman, extraer impli-
caciones para la interpretación textual de la teoría de la acción
lingüística como lo hago yo, porque la explicación que yo doy
de. esas implicaciones se basa en una confusión a la hora de enten-
der la teoría misma.
Mis críticos reivindican haber encontrado dos errores distinti:-
vos en mi exp9sición de las conexiones entre las intenciones de
los hablantefy la fuerza de las emisiones: Uno es que, como lo
ha expuesto Keith Graham, no soy capaz d~ reconocer que las
intenciones ilocucionarias se pueden presentar en la ausencia de
cualquier.acto ilocucionario correspondiente. Por ejemplo, aun
cuando.sea capaz de transmitir la fuerza·ilocucionaria de hacer
una advertencia al hablar o al escribir, puede que no logre reali:-
zai el correspondiente acto ilocucionario de que alguien se dé por
advertido 19 •
Esta crítica puede que se remonte a la explicación original de
Austin de lós actos de habla, o Ülcluso.más claramente a la ela-
boración que Strawson hizo de ella. Decididamente Austin pensó
que era esencial parala realización correcta de un acto, por ejem-
plo, el de advertir, que el agente tuviera que asegurarse de «com-
prender» el acto como una accic)n de advertencia20 • Austin por lo
demás deja claro, y Strawson lo deja todavía más, que esta noción
de «comprender» depende de un análisis particular del elemento

18
Me estaré basándo principalmente en Skinner, 1970; Skinner, 1971; Skinner, 1975;
Skinner, 1978a y Skinner, 1996.
19
Graham, 1988: 151.
20
Austin, 1980: 116.
QUENTIN SKINNER 133

descriptivo en el concepto de acción, un análisis que la crítica de


Graham por su parte asume como correcto .. El análisis en cues-
tión es de procedencia aristotélica. La idea básica es que cualquier
acción volunta.ria debe ser capaz de representarse por la fórmula
«causar p», donde el valor asignado a «p» se haga de tal manera
que indique un nuevo estado de hecho qu~ es causado como resul-
tado de haber llevado a cabo la acción21 . Realizar un acción es en
consecuencia producir algún nuevo estado de hecho terminal que
sea distinguible, uno que se pueda representar no como una mera
consecuencia de, sino como la indicación de haber..realizado
correctamente la ac9ión~ Como el mismo Austin 19 expresa: «No
se puede dec¡ir que le haya hecho una advertencia a mi audiencia
a menos que oiga lo que digo y entienda lo que diga en un cierto
sentido»22 . Aigo d~be ser nuevamente.verdadero para mi audien-
cia, si he conseguido llevar a cabo mi acción. Debo de conseguir
al menos alterar su estado de comprensión, aun cuando. no sea
capaz de afectar a su voluntad. · ·
Es este análisis familiar, sin embargo, el que me resulta defec-
tuoso23. Es verdad desde Juego que no se puede decir que yo le
haya hecho una advertencia a menos que.logre que usted se sien-
ta advertido (que haya producido p). Pero esto no es más que pasar
a
la descripción la voz pasiva; aún. queda asignarle a <<p» un vafor.
Y en este caso me parece (pace Austin así como pac~ Graham)
que existen muchas locuciones que describen las acciones en las
qüe el único valor que cabe esperar asignarle a «p» --el estado de
hecho causado por la acción- sea aquel que consista en el esta-
do de hecho causado por la acción. Por poner la cuestión de una
manera más elegante, como lo ha hecho Donald Dav:idson, exis-
ten muchos casos en los que «p» simplemente designa un suceso,
y no un nuevo estado de hecho que se puede representar como la
consecuencia de haber realizado satisfactoriamente la acción24 . Me
parece que esto es válido para el caso de hacer una advertencia.
Hacerle a alguien una advertencfa es advertirle d_el hecho de que
pueden estar en peligro. RealiZar satisfactoriamente la acción ilo-
cucionaria de hacer una advertencia es ser capaz de advertirle sobre

21
Para la elaboración de esta propuesta véase Kenny, 1963: 171-186.
22
Austin, 1980: 116.
23
Como intenté demostrar en Skinner, 1971: 3-12.
24
Davidson, 1967: 86.
134 EL GIRO CONTEXTUAL

ese hecho 25 • Lo mismo ocurre con los casos paradigmáticos de los


actos ilocucionarios de felicitar, infonnary otros semejantes. Feli-
citar a alguien es simplemente dirigirse a esa persona de una mane..!
ra apropiada siguiendo un cierto estilo de admiración; informar es
simplemente emitir una clase de instrucción de un tipo apropiado.
En ninguno de esos casos·es necesario para que larealizaciónde
la acción ilocucionaria sea satisfactoria, que tenga que haber algún
estado terminal que sea <<nuevamente verdadero» para la persona
a la que se dirigen las palabras. Siendo esto así, no tiene sentido
sugerir, como lo hacen Austin y Graham, que alguien sea capaz de
hablar con la intención de expresar la fuerza ilocueionaria de hacer
una advertencia y sin embargo no lleve a cabo el correspondiente
acto ilocucionario que haga que alguien sea advertido. Porque· hacer
que alguien sea advertido es simplemente conseguir que sea capaz
de advertir el hecho sobre el que·corre peligro26 •
Vuelvo al distintivo error que Graham y otros hanreivindicado
que detectan en mi análisis de las relaciones entre las·intericiones
y los actos ilocucionarios. Han argumentado que de la misma mane-
ra que pueden: existir intenciones ilocucionarias sin el correspon-
diente acto, así también «puedo realizar un acto ilocucionario aun
cuando no exista la intención apropiacla»21. Lo que dicen que no
soy capaz de ver es aquella clase de actos que Graham ha llamá-
do «ilocucionarios sin intenciones»28 •
No es el caso, sin embargo, que me haya olvidado de ésta clase;
más bien es que no creo en su existencia. Afirmar esto, empero; no
es desde luego caer en algo absurdo --como Graham lo asume-
como creer que sea imposible hacerle a alguien una advertencia sin
tener la intención de hacerla. Es solamente insistir en que, si le hago
a alguien una advertencia sin la intención de hacerla, no será por-
que haya realizado el acto ilocucionario de advertir, sino que lo he
hecho sin la intención de hacerlo. Réalizar el acto ilocucionarió 'de
hacer una advertencia, como he argúmentado anteriormente,· es
hablar siempre con la forma y la fuerza intencional de advertir, él

25
Sobre la semántica de «hacer una advertencia>> véase, también, Vanderveken, 1990,
vol. 1: 174.
26
Para una discusión más detallada véase McCullagh, 1998: 150-155.
27
Graham, 1988: 152. Para la misma crítica véase Shapiro, 1982: 563 y Boucher,
1985: 220, 230.
28
Graham, 1988: 153, 1963.
QUENTIN SKINNER 135

acto se constituye como un acto de advertencia gracias a las inten-


ciones complejas que conllevan su realización. La razón, sin embar-
go, que hace que sea posible hacerle una advertencia a alguien sin
tener la intención de hacerla es que se presenten circunstancias en
las que la emisión de ciertas expresiones se entenderánjnevitable-
mente como una razón para advertir sobre el peligro. En tales cir-
cunstancias se entenderá que €;1 agente habrá hablado, como en efec-
to lo habrá hecho, .con la fuerza ilocucionaria de hacer una advertencia
Lo que seguirá siendo verdadero aun en el caso en que el agente
hablara sin intención alguna de advertir y en consecuencia no haya
realizado el correspondiente acto ilocucionario.
Mis críticos no llegan a advertir lo que cpnsidero que es la esen-
cia de la distinción original de Austin entre 1a,s_ fuerzas ilocuciona-
rias y los actos ilocucionarios. El primer término señala un recur-
so del lenguaje; el último se refiere a la capacidad que tienen los
agentes de servirse de él en el transcurso de_ la_ comunicación. Los
actos ilocucionarios que hacemos se identifican, .como cualquier
acto voluntario, por nuestras intenciones; sin embargo las fuerzas
ilocucionarias que portan los actos ilocucionarios se determinan
principalmente por su significado y por el contexto. Po~ estas razo-
nes puede ocUrrir que, al realizar un .acto ilocucionario, la emisión
de mi expresión pueda tener al mismo tiempo, sin que hubiera teni.,.
do yo la intención de hacerlo, un alcance más amplio en su fuer-
za ilocucionaria29 • (Por ejemplo, aunque sólo quiera hacer una
advertencia, la emisión de mi expresión puede tener al mismo tiem-
po, como ocurre a veces, la fuerza ilocucionaria de informar sobre
algo.) Pero esto sólo significa decir que, gracias a la riqueza del
lenguaje natural,. muchas y quizá la mayor parte de nuestras emi-
siones, tendrán algunos elementos no intencionales en su fuerza
ilocucionaria30 • Lo que no significa que exista una clase de actos
ilocucionarios que no sean intencionales. · ·
Hechas estas aclaraciones, me encuentro en posición de reto-
mar la cuestión que planteé al comienzo. ¿Qué se puede esperar

29
Holdcroft, 1978: 149-150, 154.
°Como observa Holdcroft no está muy claro que este punto se haya reconocido en
3

la explicación que da Schiffer. Véase también la explicación «generativa» de las fuerzas


ilocucionarias que se da en Travis, 1975, que se establece sin la distinción entre la fuer-
za ilocucionaria de las emisiones y la fuerza ilocucionarja intencional con la que los
hablantes pueden emitirla, con la que concluye que (p. 49), en general, «cada emisión
tendrá exactamente una fuerza ilocucionaria».
136 EL GIRO CONTEXTUAL

que nos diga la teoría de los actos de habla sobre la interpretación


de los textos? En este punto es necesario que empiece haciendo
una observación negativa con el mayor enfasis que pueda. La teo:-
ría no nos dice, ni yo lo creo, que las intenciones del hablante o
del escritor constituyan la única o incluso fa mejor guía para com-
prender sus textos· o sus emisiones. ·
Ha habido desde luego una escuela de crítica que ha intentado
justificar la interpretación en este tipo de intencionalidad del autor.
E. D. Hirsch, Peter Juhl y otros han mantenidó que, en las pala-
bras de Hirsch,si queremos entender «el significado de un texto»
es necesario entender «lo que el texto dice», lo· qué, por su parté,
nos ex1ge recuperar «lo que el autor está diciencfo» 31 , ·La tesis de
Hirsch, como la de Juhl, es que el «significado vérbal» ·de un texto
<<requiere la vollintad determinante» del autor, y és justamente en
esto eri lo que el intérprete debe de centrarse al intentar recupe-
rarlo, si su objetivo es el de comprender correctamente el signi-
ficado del texto 32 ; ··
De acuerdo con muchos de mis críticos, ésta es la tesis que yo
suscribo33 • P~ró de hecho apenas si me he visto implicado con: estos
argumentos34, y en la escasa medida en la que le he podido hacer,
he suscrito en gran parte la tesis anti-intencionalista. Estoy de acuer-
do con que, cuando un texto dice algo que no sea lo que· el áutor
quiso que dijera, estamos obligados, sin embargo, a conceder que
es eso lo que el texto dice, y por consiguiente tiene un significa;_
do que no es el inismo que el que el autor tuvo la intención de
darle 35 • Quizá no sea ésta una observación muy sutil sobre la que
insistir con mucha vehemencia para que se ponga de moda. Per9
si se entiende el problema, con suficiente miopía, como una cues-
tión sobre la·comprensión de los textos, entonces la tesis debe de
mantenerse. Sería ciertamente sorprendente que todos los signifr-
cados, implicaciones, connotaciones y resonancias que un inge-
nioso intérprete pudiera legítimamente reclamar qué halla en un

31
Hirsh, 1967: 12, 13. Cfr. Hirsh, 1976 y Juhl, 1976: 133-156.
32
Hirsh, 1967: 27. Para las observaciones de Juhl sobre Hirsh, véase Juhl, 1980: 16-44.
33
LaCapra, 1980: 254; Baumgold, 1981: 935; Grinnell, 1982: 318; Seidrrían, 1983:
83, 88; Femia, 1988: 157; Keane, 1988: 207; Harlan, 1989. Ya he respondido a las críti-
cas de Harlan en Skinner, 1996.
34
Como ha señalada acertadamente Jenssen, 1985. Véase; también, Vossenkuhl,
1982; Viroli, 1987.
35
Una observación muy excelente hecha por Dunn, 1980: 84.
QUENTIN SKINNER 137

texto resulte que refleje por su parte las intenciones del autor en
todas partes. Y seria un error manifiesto inferir que, si nos encon-
tramos con los elementos obviamente no intencionados, tuviéra-
mos que excluirlo de la explicación del significado del texto.
Sólo he querido, no obstante,..decir sobre este problema lo justo
para que me permitiera distinguirlo de una segunda cuestión dife-
rente que se plantea en relación con la intencionalidad del autor.
Ésta es la cuestión sobre lo que un autor puede haber querido decir
o tuvo la intención de decir con una cierta expresión (cualquiera
que sea el significado que la expresión pueda tener). Por ponerla
en el lenguaje que he venido utilizando, mi interés principal se ha
centrado no en el significado, sino más bien en la realización de
los actos ilocucionarios.
Como ya he argumentado, la cuestión de qué es lo que un hablan-
te o escritor puede haber querido significar al decir algo se plantea
en el caso en que se emita en serio cualquier expresión. Pero plan-
tea graves problemas en la interpretación de dos tipos de casos. Uno
es el que nos encontramos con: los códigos secretos como ocurre
con el caso de la ironía, Como ya he dejado indicado en mi ensayo
Significado y comprensión en la historia de las ideas, me parece
indiscutible que en este caso nuestra comprensión deba de depen-
der de nuestra capacidad para recuperar lo que el autor tuvo la inten-
ción de decir o qúiso decir con lo que dijo. Pero parece que mere-
ce la pena resaltar la manera en la que se lleva a cabo~ Porque creo
que el argumento no se ha planteado bien por aquellos, como Peter
Juhl, que han querido defender la tesis sobre la intencionalidad del
autor que acabo de considerar y dejado aparte.
Juhl y otros han argumentado que el fenómeno de la ironía pro-
porciona la más clara evidencia a favor de la propuesta de que nece-
sitamos recuperar las intenciones de un autor si queremos enten-
der «el significado de una obra», el significado de lo que se dice36 •
Sin embargo, cuando alguien habla o escribe irónicamente, puede
que ocurra que no se plantee dificultad alguna sobre cómo enten-
der el significado de lo que dice. Puede que todo lo que dice lo
diga en virtud de su significado ordinario. Cuando se plantea algu-
na dificultad sobre la comprensión de tales expresiones, se hace
no porque surjan dudas sobre su significado, sino más bien por-

36
Juhl, 1980: 62, 64. Véase, también, Stem, 1980: 122-124.
138 EL GIRO CONTEXTUAL

que hay alguna duda sobre si el hablante realmente quiso decir lo


que dijo.
El problema de detectar una ironía surge, en otras palabras,
como un problema no sobre el significado sino sobre los actos ilo-
cucionarios. El hablante que lo hace con ironía emite una expre-
sión con un cierto significado. Y al mismo tiempo, el hablante pare-
ce realizar un acto ilocucionario de una cierta clase que cae dentro
del rango en el que convencionalmente se realizan tales emisio-
nes. Por desarrollar un ejemplo que se mencionó en Significado
y comprensión en la historia de las ideas; la forma y la aparente
fuerza del argumento de Daniel Defoe en The Shortest-Way with
the Dissenter es la de sugerir, recomendar o demandar un curso
particular de acción (el que los disidentes religiosos sean elimina-'
dos y preferiblemente que se ejecuten) 37 ; L_eyendo, sin embargo,
la simple propuesta de Daniel Defoe empezamos a dudar si la
manera habitual en la que el significado de una emisión nos ayuda
a decodificar la supuesta fuerza ilocucionaria se llega a aplicar en
este caso. Llegamos a comprender que Defoe está haciendo un
comentario sobre la idea misma de emitir tal expresión con la
supuesta fue!Zá que un simple examen de su significado puede ten-
tarnos a asignarle. La emisión de la expresión tiene la indudable
forma y la aparente fuerza de una recomendación, tal vez incluso
de una exigencia. Pero Defoe no está realizando el acto ilocucio-
nario que le corresponde. Por el contrario, su intención ilocucio-
naria es la de ridiculizar la intolerancia que conllevaría en el caso
en g_ue se haga.
Este es, pues, uno de los tipos de casos en el que, creo, es indis-
pensable recuperar las intenciones del autor si queremos entend~r
la emisión de_ sus expresiones. La razón, sin embargo, no es por-
que, pace Juhl, no logremos entender el significado de lo que se
dice. El significado de lo que dice Defoe nunca ha dejado de estar
claro. Lo que decía era que la disidencia religiosa debería conside-
rarse como un crimen capital. La .razón que hace que tengamos que
recuperar las intenciones originales de Defoe es que de otra mane-:
ra no podremos comprender lo que estaba haciendo al éinitir esa
expresión particular. Las intenciones que necesitamos recuperar

37
Defoe, 1965: 96. Stern, 1980 menciona el ejemplo (p. 124) pero en mi opinión
saca una conclusión errónea de él. Véase, sin embargo, la provechosa discusión en Bevir,
1999: 81-82.
QUENTIN SKINNER 139

son las intenciones ilocucionarias que se dan en el acto de ridicu-


lizar y por consiguiente en cuestionar la intolerancia religiosa de
su época. Son ésas las intenciones que se pueden decir que hemos
recuperado cuando llegamos a apreciar que así es como él quería
que se entendiera (con un significado dado) sus expresiones.
Considero ahora el otro rango mucho más amplio de casos en
los que la recuperación de esta forma de intencionalidad plantea
algunas dificultades especiales. Se trata cuando el hablante o el
escritor emite una expresión en serio pero no es capaz dejar en
claro con qué sentido exacto se ha de considerar o entender. Puede
ocurrir, desde luego, porque (cómo en el caso de la ironía) el hablan-
te carezca de motivo más nornial ·que habitrialmente poseemos pata
hacer enteramente explícito la fuerza con la que emitimos nues-
tras expresiones. La razón más habitlial, sin embargo, será más
bien que el significado de la e:Xpresión-·fuisma, junto con el con-
texto de su ocurrencia, sean de tal clase que el hablante no tenga
dudas sobre la capacidad de su audiencia a la hora dt:f asegurarse
«la comprensión>> del acto ilocucionario que realiza.
Semejante confianza se encuentra generalmente" bien fund~da
en el caso de la comunicación diaria: De ahí que normahnehtecon-
sideramos exagerado emplear lo que Austin llamaba fafórmula
performativa explícita para poner de manifiesto de qué inanéra se
ha de entender nuestras emisiones38 • En Un. caso como éste, sin
embargo, podemos incluso sentir la necesidad de reasegurar a nues-
tra audiencia. Esto es lo que nos lleva a decir cosas como ésta:
«Cuando dije que el hielo que está aquí es muy fino, no le estaba
criticando, sólo estaba_ haciendo una advertencia>>. Tan pronto como
consideramos cásos más cpmplejos, especialmente emisiones his-
tóricas en lás que no somos la supuesta ·audiencia, los problemas
sobre «la compr¿nsióm> ·sé hacen más agudos. En estos casos puede
que resulte desesperadamente difieil recuperar lo que· el escritor
esté haciendo al decir lo que dij6: Pero la cuestión sobre la que he
estado~ iiísistieµdo todo· este tiempo' es que, a menos que hagamos
de algulla m~era este i!Cto de' recupetaciórt, seremos incapaces de
conectar cori toda ·una dimensión de la comprensión.
Resumiendo: he distinguido dos cuestiones sobre el signifi-
cado y la comprensión de los textos. Una trata sobre lo que el

38
Austin, 1980: 56 ss.; cfr. p. 116n.
140 EL GIRO CONTEXTUAL

texto significa, la otra sobre lo que su autor puede haber queri-


do decir. He argumentado que, si queremos entender el texto, las
dos cuestiones se han de responder. Es cierto, no obstante, que
mientras estas cuestiones se pueden separar, no están de hecho
separadas. Si quiero entender lo que alguien quiere significar o
decir al decir algo, primero tengo que asegurarme de que el sig-
nificado de lo que dice. era el que quería decir. De lo contrario
no habrá nada que se quiera decir. Como he intentado insistir, sin
embargo, esta tarea se ha de distinguir a cualquier precio de la
tesis de que el significado de un texto se puede identificar con
lo que el autor quiso decir, Cualquier texto incluirá nortnalmen-
te un significado que quiso darle su autor, y la recuperación de
tal significado ciertamente constituye una condición previa para
comprender lo que el autor pudo haber querido decir.. Pero cual-
quier texto de una cierta complejidad comprenderá en su signi.:.
ficado bastante más de lo .que el más atento o imaginativo autor
pudiera alguna vez pensado poner. En relación con esto, Paul
Ricoeur ha hablado de un significado excedente, y estoy comple-
tamente de acuerdo con. esta formulación39 • Así pues estoy)ej os
de suponer que los significados de los textos se puedan idemtifi"'.'
car con las intenciones de sus autores; lo que se debe de id.enti:-
ficar con tales intenciones es solamente lo que sus autores· qui-
sieron decir con ellas. ·

IV

Retomo ahora las implicaciones metodológ¡cás-·y, podanto,


las prácticas- de lo que llevo hasta ahora dicho: He estado rei~
vindicando (por servirme de la formulación de. la observación de
Austin) que ser capaz de entender «la comprensión>> de la fuerza
ilocucionaria que se expresa eri la emisión de una expresión cons-
tituirá siempre una condición necesaria para entender el. sentido
mismo .de la eillisión de la expresión. Pero ¿dequéínatíera se con-
sigue hacer este proceso de «comprensión» enla práctica en el
caso de los actos lingüísticos vastamente comple)os en los que

39
Para la importancia de este problema en la hermenéutica de Paul Ricoeur véase
Leeuwen, 198 L Para una discusión de mi propio enfoque frente al de Ricoeur véase
Thompson, 1993.
QUENTIN SKINNER 141

tanto los críticos literarios y los historiadores de las ideas están


específicamente interesados?4 º.
Los filósofos del lenguaje no son de gran ayuda en este punto,
pero me parece que, a grandes rasgos, se pueden distinguir dos
ingredientes importantes en el concepto de «comprendern. El deter-
minante más obvio de la fuerza intencional de cualquier emisión
debe ser el significado mismo de la emisión. Consideremos úni-
camente el caso más obvio: que el significado esté condicionado
por el modo gramatical. Cuando el policía emite la expresión «El
hielo de aquí está muy fino», la fuerza ilocucionaria que tiene la
intención de transmitir no puede ser, por ejemplo, la de preguntar-
le algo al que está a punto de patinar41• Lo qu~ no significa decir
--con Jonathan Cohen, Stephen Schiffer y otros- que el concep-
to de fuerza ilocucionaria describa simplemente un aspecto del sig-
nificado de las emisiones42 • Todo mi propósito ha sido el de insis-
tir que aquélla se refiere a una dimensión separ_able del lenguaje43 •
Pero no puede _haber duda alguna de que el significado de las emi-
siones ayuda a limitar el alcance de las fuerzas ilocucionarias que
pueden expresar, y por lo tanto sirve para excluir la posibilidad de
que ciertos actos ilocucionarios se puedan hacer.
El segundo determinante que he intentado acentuar es el con-
texto y la ocasión de las emisiones44 • La noción relevante de con-
texto posee en este caso una gran complejidad, pero poqemos iden-
tificar rápidamente sus elementos más cíuciales45 • Éste es eI hecho,
que ya he intentado poner de manifiesto en mi ensayo Significa-
do y comprensión en la historia de]as ideas, de que la en:iisión en
serio de todas las expresiones se hace con la intención caracterís-
tica de realizar un acto de comunicación. Así pues ocurren espe-
cíficamente, como Austin insistía siempre, bien como actos que
tienen un carácter manifiestamente convencional, o bien más gené-

40
Graham, 1980: 147-148. Shapiro, 1982: 548 repite la critica. Véase, también, Bou-
cher, 1985: 122; Levine, 1986: 38, 44-45.
41
Sobre interrogativos y performativos véase Holdcroft, 1978: 102-106.
42
He intentado rebatir el escepticismo de Cohen en Skinner, 1970: 120~121, 128-
129. Cfr. también Graham, 1977.
43
Para la discusión de este punto véase Bevir, 1999: 134-137.
44 Para una critica de esta concepción del contexto de emisión véase Oakley, 1999:

8-24.
45
Sobre las complejidades filosóficas véase Holdcroft, 1978: 151-170. Sobre las
dificultades prácticas relativas a la reconstrucción de los contextos históricos véase Hume,
1999.
142 EL GIRO CONTEXTUAL

ricamente en la forma de intervenciones reconocibles de lo que


Austin llamaba una situación total de.acto de habla46 • Esta segun-
da observación se puede extender y situarla en la misma línea de
lo que trato, al acentuar que los tipos de emisión que.estoy consi-
derando nunca se pueden considerar simplemente como sucesio-
nes de proposiciones; se han de ver siempre al mismo tiempo como
.·· · argumentos. Sin embargo argumentar es siempre argumentar a
favor o en contra de cierta asunción, o punto de vista, o curso de
acción. De donde se sigue que si queremos entender tales emisio:-
nes, habremos de encontrar algún medio para identificar la natu:..
raleza precisa de la intervención que se realiza cuando se emiten.
Éste es el que considero el paso más importante que tenemos que
dar en todo intento de entender lo que alguien puede haber queri-
do decir cuando dijo algo 47 • Si no somos capaces de darlo, nos
podemos encontrar; como David Wooton ha observado, en una
posición comparable a la que se encuentra alguien que esté oyen-
do las acusaciones o la defensa de un juicio sin haber oído ala otra
parte. Hallaremos imposible comprender «por qúé una línea pro-
metedora de un cierto argumento nunca se concluye, mientras que
en otras ocasiónes lo que parecen ser distinciones triviales y pro-
blemas secundarios se ven sujeto a una larga _observaci6m>48 • Por
expresarlo de otra manera, hay un sentido en el que necesitamos
entender por qué una cierta proposición se ha defendido, si quere-
mos entender la misma proposición49 : Necesitamos verla no si:Í:n-
plemente como una proposición sino como :un paso más dentro de
una estrategia al recuperar las presuposiciones y propósitos con
los que se hizo.
En este punto estoy generalizando el dictum de Collingwood de
suerte que lá comprensión de cualquier proposición nos exija iden-
tificar la cuestión a la que la proposición se puede considerar como
una respuesta50 • Es decir, estoy reivindicando que cualquier acto
de comunicación constituirá siempre la adopción de una determi-
nada posición en relación con alguna convención o argumento que
exista previamente. De donde se infiere que si queremos entender

46
Austin, 1980: 116-120.
47
Tully, 1988: 8-10.
48
Wootton, 1986: 10. ,
49
Para esta formulación véase Ayers,·1978: 4 y Hylton, 1984: 392.
5
°Collingwood, 1939: 39.
QUENTIN SKINNER 143

lo que alguien ha dicho, tendremos que identificar la posición exac-


ta que ha adoptado. Hasta el momento he expresado esta propues-
ta en términos de la reivindicación de Austin según la cual es nece-
sario que seamos capaces de comprender lo que el hablante o el
escritor puede haber estado haciendo al decir lo que dijo. Es, creo,
un aspecto fascinante aunque desapercibido del análisis de Austin
que se pueda considerar, por su parte, como una ejemplificación
de lo que Collingwood llamaba la lógica de las preguntas y las
respuestas 51 •
Una observación final sobre esta noción de intervenir dentro de
un contexto. No existe implicación para que el contexto relevante
tenga que ser inmediato 52 • Como J. G. A. Pocock ha acentuado
especialmente, es posible que los problemas que los escritores se
ven a sí mismos respondiendo se hayan planteado en un período
remoto, incluso en una cultura completamente diferente53-. El con-
texto apropiado para comprender el sentido de las emisiones de
esos escritores siempre será cualquiera que sea el contexto que nos
permita apreciar la naturaleza de la intervención.que viene deter-
minada por la emisión de sus expresiones. Para recuperar ese con-
texto en cualquier caso particular, es posible que nos tengamos que
implicar en una investigación histórica eón un alcance más amplio
y que sea más específica.
· Ya me hice cargo de este tipo de compromisos en mis ensayos
Significado y comprensión en la historia de las ideas y Motivos,
intenciones e interpretación, pero ahora és el momento de resumir
mi idea. Mi propuesta, én esencia, es que deberíamos de empezar
por elucidar el significado, es decir, el contenido de aquellas emi-
siones en las que estamos interesados y después volver al contexto
de argumentación en donde ocurren con el objeto de determinar
exactamente la manera en que se conectan, o se relacionan con otras
emisiones que tratan también de la misma materia. Si somos capa-
ces de identificar este contexto con la suficiente precisión, podre-
mos eventualmente esperar entresacar qué era lo que el hablante o
el escritor que tratamos estaba haciendo al decir lo qué dijo.
A manera de ilustración, consideremos·el tipo más· directo de
casos, el de un enunciado declarativo. Por ejemplo, consideremos

51
Collingwood, 1939: 29-43. . . ..
52 En este punto intento afrontar una critica hecha porTurner, 1983: 283~286.
53
Véase Pocock, 1980: especialmente 147-148, y cfr. Pocock, 1973. ·
144 EL GIRO CONTEXTUAL

otra vez uno de los enunciados que discutí en mi ensayo Inter-


pretación, racionalidad y verdad: la propuesta de Maquiavelo de
que los ejércitos mercenarios siempre ponen en peligro la liber-
tad. Apenas si existe dificultad a la hora de entender el significa-
do de la emisión misma. Pero además queremos entender lo que
Maquiavelo quiso decir con ella. Así que tenemos que considerar
el contexto general en la que .ocurrió. Supongamos que hallamos
que el sentimiento expresado por la emisión fuera frecuentemen-
te expresado en la literatura política de la época. En ese caso esta-
mos ya justificados para decir que Maquiavelo está repitiendo,
defendiendo o suscribiendo una actitud o un punto de vista acep-
tados. Examinando más detenidamente la intervención que cons-
tituye. la expresión de su frase, nos sentiremos capaces para dar
un paso más hacia adelante. Nos podemos sentir justificados a
añadir que está apoyando, confirmando o coincidiendo con una
verdad aceptada; de manera alternativa, que está solamente acep-
tando, admitiendo o concediendo su verdad. Por otra parte, pode-
mos encontrar que a lo mejor esté diciendo algo que :ya no se acep-
ta, aun cuando hµbiera sido generalmente aceptado no hace mucho
tiempo. En es,e-caso, lo que tal vez esté haciendo sea volver a plan-
tear, reafirmar o recordarle a su audiencia la verdad de lo que está
diciendo; quizá, más específicamente, esté al mismo tiempo acen-
tuando, recalcando o insistiendo sobre su verdad. O una vez más,
podemos encontrar que lo que dice ya se acepte de manera gene-
ral. Tal vez en ese caso lo que esté haciendo sea negar y rechazar
o a lo mejor corregir y revisar una creencia comúnmepte acepta-
da. O puede que esté ampliando, desarrollando o añadiendo algo
a un argumento ya aceptado al sacar algunas conclusiones de una
manera que no se esperaba que se pudiera hacer. Al mismo tiem-
po, puede qué esté presionando o reclamando que se reconozca
la novedad de su punto de vista, o aconsejando, o recomendando,
o incluso advirtiendo a su audiencia de la necesidad de adoptar-
la. Al prestar tanta atención como sea posible al contexto de emi-
sión, podemos esperar que gradualmente se refina nue,stro senti-
do sobre la naturaleza precisa de la intervención que viene
constituida por la emisión misma. Es decir, podemos esperar recu-
perar con un sentido cada vez mayor del matiz lo que Maquiave-
lo pudo haber tenido la intención o quiso decir.
Tal vez merezca la pena poner de manifiesto que el resultado
de utilizar este enfoque es el desafiar cualquier distinción categó-
QUENTIN SKINNER 145

rica entre los textos y los contextos54 • Críticos como John Keane,
me han acusado de adoptar el enfoque tradicional del «autor-mate-
ria», dando a entender que yo todavía no haya reparado en la muer-
te del autor anunciada hace ya mucho tiempo por Roland Barthes
y Michel Foucault55 • Es cierto que su anuncio siempre se me anto-
jó algo exagerado. Acepto desde luego que todos estemos limita-
dos por los conceptos que tenemos a nuestra disposición si nos
queremos comunicar. Pero no es menos cierto que el lenguaje cons-
tituye tanto unrecurso como una limitación -un punto que he de
explorar en mis ensayos Principios morales y cambio social y
La idea de un léxico cultural56- . Esto significa que, si queremos
hacer justicia a todos esos momentos en donde se desafia una con-
vención o se subvierte una verdad comúnmente aceptada, no nos
podemos conformar solamente con la categoría de autor. La obser-
vación adquiere una significación adicional cuando reparamós en
que, en la medida en que nuestro mundo social está compuesto por
nuestros conceptos,· cualquier alteración efectiva en el uso· de los
conceptos constituirá al mismo tiempo Un. cambio en nuestro
mundo social. Como ha observado James Tully, la pluma puede
ser una espada poderosa57 • ,
A pesar de eso, debe ser obvio que el enfoque que estoy bos-
quejando deja la figura del autor en un estado de salud extrema..,
<lamente pobre. Reiterando, sosteniendo y defendiendo observa-
ciones comunes como generalmente hacen los autores individuales,
es posible que aparezcan como meros productos de sus contextos,
como Barthes y Foucault lo hicieron notar originariamente. Cier-
tamente es una consecuencia de mi enfoque que nuestra atención
principal no tenga que recaer en los autores individuales sino en
el discurso más general de su época58 • El tipo de historiador que
estoy describiendo es alguien que estudie principalmente lo que
J. G. A. Pocock llama los «lenguajes» de debate, y sólo de mane-

54
Jenssen, 1985: 129 acentúa valiosamente este punto. Sobre los géneros y la expec-
tación que hizo surgir véase, también, Jauss, 1970: 111-114.
55 Véase Keane, 1988: 205 y cfr. también Kjellstréim, 1995 ..Sobre la muerte del autor

véase Barthes, 1979: 73-81.


56
Para una evaluación más condecendiente de esta opinión me estoy basando en las
relaciones entre la estructura y el agente, véase Edling y Méirkenstam, 1995.
57
Tully, 1988: 7.
58
Para algunas observaciones pertinentes sobre la concepción de Foucault del dis-
curso véase Hollinger, 1985: 149-151.
146 EL GIRO CONTEXTUAL

ra secundaria las relaciones entre las contribuciones individuales


a esos lenguajes y el rango de giscurso entendido como un todo 59 •
Una gran parte de mis críticos ---:--de manera más particular Mar-:
tin Hollis y James Tully- han objetado que el método que estoy
trazando todavía se queda corto a la hora de. establecer lo que los
distintos escritores tuvieron la intención de decir o quisieron decir.
Siempre es posible que podamos decir de U]1a cierta contribución
en relación a un discurso pre-existente, si constituye o no un ata-
que a una posición, o la defensa de otra, o una revisión de una ter-
cera, o de cualquier otra. Es decir, que seamos capaces de saber lo
que el autor e~té haciendo. Pero, como Hollis ha observado, esto
sólo significa demostrar que la capa hace el apaño, pero no que el
autor la lleve puesta60 • Por expresar la objeción en un lenguaje que
he venido usando, es posible que podamos identificar con esos .ins-
trumentos las fuerzas ilocucionarias, pero eso no. significa que
necesariamente identifiquemos los actos ilocucionarios.
Parece que nos encontramos con dos.posibles respuestas. La
más radical consistiría en darle la vuelta á la objeción ·y preguntar
si realmente ten,emos que investigar en algún sentido los estados
anímicos de los autores iúdividuales. Estamos hablando de los tex-
tos y el carácter performativo que me mteresa que se puede tratar
válidamente como si fuera una propiedad de· los .mismos textos.
Nos podemos sentir perfectamente satisfechos con observar que
un texto cónstituya tin ataque a una posición, la defensa dé otra, la
revisión de una tercera. Podemos limitarnos a argumentar sobre la
necesidad de defender táles reivindicaciones; y de proseguir el tipo
de investigaciones históricas que nos permitan enriquecerlas y rede-
finidas. Con lo cual podemos limitar nuestro estudio énteramen-
te a los textos, sus características y su comportamiento, y olvidar-
nos por completó de sus autores.
Habría mucho que decir eh favor de la propuesta de limitarnos
a estudiar lo que Foucault caracteriiaba como regímenes discursi-
vos, a hacer una pura arqueología de las emisiones. Sin embargo
una posible respuesta alternativa sería la de reconocer que los tex-
tos, después de todo, tienen sus autores, y que los autores tenían
intenciones cuando los escribieron. Quizá lo que habría que hacer
sería tratar de llenar el vacío que existe entre reivindicar que un

59
Pocock, 1985: 7-8, 23.
6
ºVéase Hollis, 1988: 139-140 y cfr. Tully, 1988: 10.
QUENTIN SKlNNER 147

texto esté haciendo algo y proponer que su autor sea el que esté
haciendo algo. Por expresarlo como una respuesta a la objeción de
Hollis y Tully, no parece que en ciertas ocasiones sea un asunto de
gran dificultad pasar de sostener que una cierta emisión constitu-
ya la respuesta a una línea de argumento aceptada, a suponer que
se tenga que explicar por el hecho de que su autor tuvo la inten-
ción de que tal emisión se comprenda como una respuesta.
A manera de ilustración, consideremos de nuevo el ejemplo que
he venido sacando. sobre las opiniones de Maquiavelo sobre los
ejércitos mercenarios. Ya contamos con una lista de las cosas que
indudablemente estaba haciendo al decir lo que dijo sobre ellas.
Pero también sabemos, si estaba implicado en un acto intencional
de cómunicación, que debe de haber habido algo que estuviera
haciendo intencionalmente al decirlo que dijo. Quizá la mejor
hipótesis que se pueda adoptar es que, cualquiera que fuera la cosa
que estuviera hacü~ndo, lo estaba haciendo intencionalmente, y que
con eso hemos identificado el rango de fuerzas ilocucionarias con
las que sepr,odujo la emisión de su expresión.
Una vez que se ha llegado a esta etapa, podemos esperar llenar
el vacío comprobando nuestras hipótesis de varias maneras. Pu~s.,.
to que las intenciones dependen de las creencias, podemos hacer
una simple comprobación para estar seguros de· que Maquiavelo
estaba en posesión de las creencias adecuadas en la formacíón de
la clase de intenciones que le adscribimos. Podemos hacer una
comprobadón másaí aprovecharnos del hecho de que las inten-
ciones con las qqe actuamos están siempre conectadas con nues.,.
tros motivos. Este hecho nos proporciona UI1 instrinnento vital para
corroborar.cualquier hipótesis al efecto de que un hablante o escri-
tor pueda hab~r tenidó la intención de que la emisión de una cier-
ta expresión tenga una fuerza ilocucionaria particuJar. Porque la
sospecha de .que.alguien pueda haber hecho una cierta acción se
verá mayormente reforzada (como cualquier lector de Jos relatos
de detectives sabe) cuando se llega a descubrir el motivo para hacer-
la .. Supongamos que, al emitir lá expresión que estamos. conside-
rando, Maquiavelo defendiera upa cierta posiciói!'en un argumen-
to, rechazara una, o denunciara Un deternlinado curso de acción,
o recomendara otra, o hiciera cualquier otra cosa. Asumiendo que
mantuviera unas creencias mínimamente coherentes, podemos con
seguridad asumir -en un sentido hasta podemos predecir- que
también adoptará un núillero de actitudes relativas. Si defiende la
148 EL GIRO CONTEXTUAL

posición (a) podemos esperar que rechace la negación de (a); si


recomienda la alternativa (x) podemos esperar que critique la con-
traria de (x); y así con otros casos; Si después de algilnas investi-
gaciones encontramos que estas expectativas se ven defraudadas
nos sentiremos perdidos. Pero si logramos recuperar la red de esas
actitudes, sentiremos que nuestra hipótesis inicial estará más jus-
tificada: que, al emitir una expresión con la fuerza de defender y
apoyar una cierta posición, debió de haber tenido la intención de
que la emisión de su expresión se entendiera de esa manera.
Necesito terminar recalcando el carácter wittgensteiniano de
estos compromisos. Nada de lo que digo presupone la desacredita-
da ambición hermenéutica de ponerse enfáticamente en ~l lugar de
otro e intentar (en la desgraciada frase de Collingwood) pensar los
pensamientos que tenía. La razón que explica por qué no se nece-
sita el conjuro de ese truco es que, como Wittgenstein lo enunció
hace ya tiempo al criticar el éoncepto de lenguaje privado, las inten-
ciones con las que alguien realiza satisfactoriamente un acto de
comunicación, deben ser, ex hypothesi, públicamente legibles. Con-
sideremos una vez más el ejemplo imaginario que ofrecí en el en-
sayo Motivos(intenciones e interpretación del hombre que mueve
los brazos para avisar que un toro está a punto de investir6 1• Reco-
nocer que aquél me esté advirtiendo es comprender con qué inten-
ciones está obrando. Como observé, no obstante, recuperar esas
intenciones no es una cuestión de identificarlas ideas que tiene den-
tro de su cabeza justo en el momento en el que comienza a levan-
tar los brazos. Es una cuestión de entender el hecho de que mover
los brazos puede considerarse como una advertencia, y de que ésta
se entienda así en referencia a la convención que se pone en prác-
tica en cada-c~so. Nada parecido a «la empatía» es necesario, pues-
to que el significado del episodio es público e intersubjetivo62 • Como
resultado de ello, como me he esforzado ahora'en argumentar, las
intenciones con las que el hombre actúa se pueden inferir a partir
de la comprensión del sentido convencional del acto mismo.
He estado argumentando que los textos son actos, de tal suerte
que el proceso_ de entenderlos D.os exige, como ocurre con todos

61
Para una crítica de la interpretación que hago de este ejemplo véase Rosebury,
1997. . .
· 62 Cfr. la discusión en Geertz, 1980: 134~136. Sobre la falacia de suponer que los
historiadores deben de «estar en comunión con los muertos» véase Strout, 1992.
QUENTIN SKINNER 149

los actos voluntarios, recuperar las intenciones incorporadas en su


realización. No se trata en este caso, sin embargo, de aquel miste-
rioso proceso empático que la vieja hermenéutica nos hizo creer.
Porque los actos son por su parte textos: contienen los significa.,.
dos intersubjetivos que esperamos descifrar63 .
Se ha puesto últimamente de moda objetar que esta línea de
argumentación admite de hecho que ·no se pueda recuperar la inten-
cionalidad. Ésta es la moraleja que extrajo Jacque Derrida al con-
siderar el ejemplo que ya he mencionado en el·ensayo Motivos,
intenciones e interpretación: aquel fragmento que se encontró
entre los manuscritos de Nietzsche que se podía leer <<He olvida-
do mi paraguas»64 • Derrida admite que en este caso no existe difi-
cultad alguna a la hora de comprender el significado de la frase.
Todo el mundo sabe lo que significa la frase <<He olvidado mi para-
guas»65. Su objeción es que aún nos deja sin medio infalible algu-
no para recuperar lo que Nietzsche tuvo la intención de decir o
quiso decir66 . «Nunca sabremos con seguridad lo que Nietzsche
quiso hacer o decir al anotar esas palabras»67 . Por parafrasear la
objeción en el idioma de lá teoría de los actos de habla (a la que
parece que esté aludiendo Derrida), no tenemos medio alguno de
reconocer lo que Nietzsche estaba haciendo, no hay manera de
recuperar qué acto de habla tenía la intención de hacer. ¿Estaba
simplemente informando a alguien que había olvidado su para-
guas? ¿O a lo mejor les estaba advirtiendo, o.corroborando algo?
¿O por el contrario estaba explicando algo, o pidiendo disculpas,
o se reprochaba algo, o simplemente se lamentaba de haber teni-
do un lapso en la memoria? Tal vez, como el propio Derrida sugie-
re, no quería decir nada. Lo que viene a decir Derrida es que nunca
lo sabremos.
Se habrá puesto ya de manifiesto que no deseo entrar a discu-
tir esa clase de verdades tan obvias. Algunas emisiones carecen

63 Sobre las acciones sociales como textos véase Ricoeur, 1973 y Geertz, 1983: 30-

33. Para una discusión de la relación entre texto y acción véase Makkreel, 1990.
64
Derrida, 1979: 122, 123.
65 Derrida, 1979: 128: «Chacun comprend ce que vent veut dire "j'ai oublié mon

parapluie"». ·
66 Derrida, 1979: 123, 125, 131.Nehamas, 1985: 17,240discutedeunamanerainte-

resante la ausencia de cualquier defensa en Derrida de «su asunción de que la infabili-


dad y certeza son necesarias si la interpretación ha de ser posible».
67 Derrida, 1979: 122: «Nous ne serons jamais assurés de savoir ce que Nietzsche a

voulu faire ou dire en notant ces mots».


150 EL GIRO CONTEXTUAL

por completo de un contexto del que se pueda esperar inferir las


intenciones con las que se enuncian. Podríamos estar obligados a
admitir en tales casos que nunca podremos llegar a formular
siquiera una hipótesis plausible sobre cómo se habría de entender
la emisión de la frase en cuestión. El ejemplo del paraguas pare-
ce, en efecto, encajar en esa clase de casos. Como es habitual, el
ejemplo de Derrida se ha elegido con gran habilidad para este pro-
pósito.
A esto debemos de añadir que, incluso cuando la emisión de
una frase se le pueda asignar con propiedad un determinado con-
texto, Derrida sigue estando en lo cierto al insistir en que nunca
podremos esperar saber «corr seguridaci» o con cualquier <<riledio
infalible» lo que se puede decir. ELresultado de la tarea hermenéu-
tica, estoy enteramente de acuerdo, nunca puede ser algo que se
parezca por asomo a la co_nsecución de un conjunto de verdades
finales, auto-evidentes o indudables sobre cualquier texto o sobre
la clase que sea de emisiones: Incluso nuestros criterios más fia-
bles de adscripción de intencionalidad no son más que inferenéias
a partir de la mejor evidencia disponible, y como tal pueden ser
defectuosos en cualquier ocasión:
Dificilmente se sigue, sin embargo, que nuncapodamos.espe.,..
rar construir o corroborar lá.s hipótesis plausibles sobre las inten-
ciones con las que una cierta emisión ha sido-expresada.· Con fre-
cuencia lo podemos hacer según la manera que he intentado de
formular en esta sección,. Podemos desde luego estipular, si'que-
remos~ que el resultado nunca podrá ser una interpretación válida,
ya que nunca llegaremos a tener una' certeza completa. Si insisti-
mos, como lo·hace Derrida,-en la ecuación entre establecer que
algo sea así y ser capaz de demostrarlo «con seguridad»;'entonces
se sigue manifiestamente que nuri.ca podremos esperar establecer
las intenciones con las que un texto pudo haber sido escrito, y lo
que un autor quiso decir. Pero igualmente se seguiría que tampo-
co podríamos demostrar que la vida n.o es .un sueño. La moraleja
de esto, sin embargo, no es que no tengamos razones par~ creer
que la vida no sea un sueño. La cuestión es que,el escéptico está
exigiendo una explicación excesiva de lo que significa tener razo-
nes para creer. Poseído como parece estarlo Derrida por-el fantas-
ma de Descartes, se ha centrado en atacar una posición demasiado
exigente que ningún teórico de la iriteiiciori.alidad tiene necesidad
de defender. ·
QUENTIN SKINNER 151

Mis críticos más amables no han planteado objeción alguna a


la línea general del argumento que he intentado delinear. Simple-
mente se han preguntado si realmente tiene alguna importancia.
Admiten que podemos ciertamente recuperar la fuerza que tenían
los textos y la emisión de sus expresiones. Pero insisten en que,
como lo ha expresado Hough, difícilmente podemos esperar que
el resultádo no sea más que el contar con <<magras simplicidades»
sobre las palabras implicadas68 •
La mejor manera de demostrar que esta duda no se sostiene será
considerar álgunos ejemplos específicos. Consideremos, por ejem-
plo, la naturaleza de la sátira que encontramos en el Don Quijote
de Cervantes. Una tradición de la interpretación ha mantenido siem-
pre que, puesto que dentro de Ías aspiraciones de Don Quijote s.e
incluían el deshacer entuertos y el socorro de los oprimidos, hemos
de pensar que lá sátira está dirigi_da a este enfoque tristemente des-
fasado de la vida, y a sus valores mismos. Es decir, se nos pide que
pensemos en Don Quijote como si tuviera un carácter con dos mita-
des <<Una noble y otra cómica»69 • Sin embargo, como ha obser\rado
un número de investigadores, semejante lectura se hace dificil de
sostener una vez que empezamos a examinar la comedia de Cer-
vantes en relación con el género de los libros de caballería que fue
tan popular en su tiempo, y comenzamos a percibir con ello el sen-
tido de lo que Cervantes estaba haciendo cuando aludía tan a menu-
do a ellos70 • Empezamos a comprender, como Close en particular
lo ha hecho, que los valores y aspiraciones de Don Quijote y en
igual. medida su conducta real representaban <<Una reproducción
insana literal del comportamiento típico de los héroes de los libros
de caballería»71 • Empezamos a comprender, en otras palabras, que
lo que-Cervantes está haciendo es intentar desacreditar no sólo la
posibilidad de llevar una vida digna dela caballería, sino los valo-
res mismos que se asocian a ellá también. Pero llegar a compren-
der este aspecto significa desvelar algo más que una caracteriza-

68
Hough, 1976: 227. Cfr. también Seidman, 1983: 91.
69 Véase Close, 1972 para una discusión de la historiografía.
7°Close, 1972 ofrece una intepretación pionera análoga a estas líneas.
71 Véase Close, 1972: 37 y para una consideración general de los problemas que se

presentan véase Kiremidjian, 1969-1970: especialmente 231-232.


152 EL GIRO CONTEXTUAL

ción magra de la obra de arte de Cervantes. Significa salir con un


nuevo sentido de la apreciación del carácter protagonista, con una
nueva visión del alcance y de la dirección de la sátira, y, por lo tanto,
con una comprensión diferente de la moraleja que subyace debajo
del libro. Lo que no son desde luego magros resultados.
Tampoco se limita el enfoque que he venido delineando a pro-
porcionar caracterizaciones generales de esta clase. Tal vez p.aya
alentado esta concepción errónea al haber hablado a menudo,.gra-
maticalmente en singular, de la recuperación de la supuesta fuer-
za ilocucionaria72 • Pero debería de ser obvio que se incorpora una
extensa amplitud de actos ilocucionarios al tipo de. textos que he
estado discutiendo, y que, incluso los fragmentos ind.ividriales más
pequeños de tales textos, pueden contener una fuerte carga de
supuestas fuerzas ilocucionarias. . . ·
Como ilustración de esta última própuesta, consideremos la. parte
final de la novela de E. M. Forster, A Passage io. India. La novela
se cierra con las palabras «Weybridge, 1924»73 . El significado queda
lo suficientemente claro: Forster está diciendo que-acabó dé escri-
bir el libro mientras vivía en ese suburbio de Londres .en el año de
1924. Y.al misino tiempo está siguiendo una convención, más
común en esa época que hoy, de informar a sus lectóres sobrelas
circunstancias en las que escribió el libro. Parece que no hubiera
nada más que decir. Parecería incluso absurdo continuar pregun-:
tanda la clase de preguntas en las que estoy interesado -¿pero qué
es lo que Forster está haciendo cuando enuncia tales hechos?-.
Seguramente no es más que lo qúeestá haciendo.
¿No está acaso tan claro? Podemos vernos\·e:flexionandó que
la convención de firmar las novelas de esta manera se. utilízaba a
veces para llamar la atención sobre lo romántico de llevar upa vida
nómada como la del autor. El Ulysses, por ejemplo, de James Joyce,
que apareció sólo dos años antes, fue firmado «Trieiite-Zürich-
Paris»74. Al situarse él mismo en Weybridge ---'..el ejemplo·clásico
de lo que puede ser un suburbio prosaico inglés- Forster intro-
duce una imperceptible nota de mofa y ridículo. Al mismo tiem:.

72 Por ejemplo, Parekh y Berki, 1973: 169 se quejan de que esté solamente interesa-

do en <runa "intención" definida al realizar una sola acción que produzca un resultado
definido».
73
Forster, 1924: 325. La firma final ha sido desgraciadamente omitida, sin explica-
ción, de la edición de Abinger de A Passage to India (1978).
74 Joyce, 1969: 704.
QUENTIN SKINNER 153

po, nos podemos encontrar reflexionando que la convención de


firmar las novelas se empleaba para acentuar además el hecho de
que la labor literaria se podía representar como una tarea impre-
sionante: las fechas al final del Ulysses rezan, por ejemplo, «1914-
1921». Al limitarse a un único. año, Forster se toma libertad de
poner un toque de altivez, incluso de desdén, a expensas de aque-
llos que preferían acentuar sus penalidades creativas.
He acabado con este ejemplo para subrayar el hecho de que la
propuesta que he estado haciendo sobre la dimensión de los actos
ilocucionarios ni es vacía ni tiene un alcance tan restringido como
muchos críticos han mantenido. Ciertamente es un error suponer
que la recuperación de esta dimensión no será de interés excepto
para el caso de ciertos géneros muy restringidos de textos. La
dimensión se halla presente en el caso de todas las emisiones que
se hacen con seriedad, ya sean en verso o en prosa, en la filosofía
o en la literatura75 • Es además otro error suponer que la recupera-
ción de esta dimensión nos suministrará simplemente algunas carac-
terizaciones genéricas sobre las palabras que se emplean. Cual-
quier texto con cierta complejidad contendrá una miríada de actos
ilocucionarios, y cualquier frase individual en todo el texto -como
~cabo de indicar-•- puede contener incluso más actos que palabras.
Esta es una de las razones más obvias que explican por qué no se
puede esperar que nuestros debates sobre las interpretaciones ten-
gan final. Como he intentado indicar, la razón no es que no exis-
ta algo determinado que se pueda decir. Ocurre más bien que en
el caso de una obra de alguna complejidad, siempre habrá sitio para
un debate legítimo y fructífero pero potencialmente sin fin -por
acabar con la :frase de Austin- sobre cómo hay que entender exac-
tamente la obra.

VI

La principal aspiración que subyace en el método que he esta-


do describiendo es la de capacitarnos para recuperar la identidad
histórica de los textos individuales en la historia del ¡:>ensamiento.

75
Este punto se ha elaborado correctamente en Pratt, 1977, en dondéelblanco prin-
cipal es la idea de que el discurso literario representa un tipo especial de lenguaje antes
que un uso particular del lenguaje.
154 EL GIRO CONTEXTUAL

El objetivo es ver tales textos como contribuciones a discursos par-


ticulares, y con ello reconocer de qué maneras siguen, desafian o
subvierten los términos convencionales de aquellos mismos dis-
cursos. Más genéricamente, el fin es reinstalar los textos especí-
ficos que estudiamos a sus contextos precisos culturales en los que
fueron originariamente creados.
La crítica se ha lamentado a menudo que este enfoque reduce
el estudio de la historia del pensamiento a algo tan edificante como
una visita turística por un gran cementerio 76 • Esta objeción, sin
embargo, me parece que incorpora un cierto error deprimentemen-
te filisteo en la apreciación de lo que cabe esperar que aprenda.:..
mos sobre nosotros mismos del estudio de maneras de pensar que
no son familiares. Como ya he sugerido al final de mi ensayo Sig-
nificado y comprensión en la história de las ideas, la relevancia
de tales estudios está en la capacidad que muestran para ayudar-
nos a neutralizar nuestras propias asunciones y sistemas de creen-
cias y con ello poder situarnos en relación con otras formas de vida
muy diferentes a las nuestras. Por expresarlo en la manera en la
que Hans-Georg-Gadamer y Richard Rorty lo han hecho reciente-
mente, tales iíÍvestigaciones nos permiten cuestionar la pertinen-
cia de la fuerte distinción que se hace entre problemas que se con-
sideran «meramente históricos» y los que poseen un «genuino
interés» filosófico, ya que nos permiten reconocer que nuestras
propias descripciones y conceptualizaciones no son únicas y pri,..
vilegiadas en manera alguna77 • ·
A menudo se plantea la pregunta de ¿cuál es el valor de vemos
como si no fuéramos más que una tribu entre lás demás? Existen
muchas respuestas razonables, aunque resulte dificil evitar que
suene algo séntencioso mencionarlas. Cabría esperar encontrar úna
cierta clase de objetividad cuando se elogia sistemas rivales de pen-
samiento. Se puede esperar lograr un mayor grado de compren-
sión y con ello más tolerancia hacia aquellos elementos de la diver-
sidad cultural. Sobre todo podemos esperar adquirir una perspectiva
desde la que veamos nuestra propia forma de vida de una manera

76
Leslie, 1970: 433; Tarlton, 1973: 314; Warrender, 1979: 939; Gunnell, 1982: 327;
Fem.ia, 1988: 158-159, 163; Mandell, 2000: 119-130. Para una deuda aún más radical
véase Rée, 1991: 978-980.
77
Véase Gadamer, 1975: 235-274 sobre «la historicidad de la comprensión» y cfr.
Rorty, 1979: 362-365 y las referencias que se hace a Gadamer.
QUENTIN SKINNER 155

más autocrítica, que amplíe nuestros horizontes actuales en lugar


de fortalecer los prejuicios locales78 •
Sería bueno que nos pudiéramos remitir a la larga lista de obras
de investigáción en las que es·posiblemejorar nuestra educación
sobre esas materias. Pero no está en la naturaleza de las cosas que
se pueda esperar tanto de ellas. Para un justo intento, sin embar-
go, por desarrollar todas estas promesas, es ciertamente posible
considerar, por ejemplo, el trabajo reciente de James Tully, y espe-
cialmenfe su crítica al constitucionalismo moderno desde la pers-
pectiva de la tradición anterior que borró el embate de la fase impe-
rialista de la historia moderna europea. El tesoro enterrado que ha
descubierto·tiene el poder de enriquecer los argumentos políticos
que estamos aquí y ahora utilizando79 •
· No quiero decir por lo demás que me limite a sugerir que nues-
tros estudios históricos y etnográficos nos puedan servir sólo como
medios indirectos para ser ménos limitados en nuestro. apego. a las
creencias que hemos heredado. También podemos encontrar como
una consecuencia de coniprometenios con esas excavaciones algu-
nas de íasóreencias que ahora abrigamos sobre, por ejempÍo, nues-
tros ordenamientos moratés y políticos resultan que son directa-
mente cuestionables. Estamos lnélinados a: pensar, por ejemplo, que
el concepto de responsabilidad individual es indispensabfo en cual-
quier código moral. Pero los análisis de A. W. H. Adkin de los valo-
res de la antigua Grecia arrojan dudas considerables sobre ese ar-
tículo de fe 80 • Tenemos la tendencia a pensar que no puede haber
concepto de estado si no existen sistemas centralizados de poder.
Sin embargo, el estudio de Clifford Geertz .del Bali clásico nos
demuestra que el primero puede florece en la ausencia del otro 81 •
Estamos inclinados a pensar que no puede haber una teoría de la
libertad individual si no existe una teoría de los derecho_s. Pero como
intento de demostrar en el volumen II de Visions ofPolitics, una de
las ventajas de investigar la historia pre-moderna de la filosofia
política es el demostrar que no se necesita una conexión necesaria
entre las dos. El carácter ajeno de las creencias que descubrimos

78
Para esta y otras consideraciones sobre el valor de la diversidad véase Geertz,
1983: 3-16.
79
Tully, 1995: especialmente 99-182. Para una evaluación véase Owen, 1999.
80 Adkins, 1960: 348-351.
81
Geertz, 1980: 121-136.
156 EL GIRO CONTEXTUAL

constituye precisamente su «relevancia». Cuando reflexionamos


sobre esas posibilidades alternativas, nos concedemos uno de los
mejores instrumentos para evitar que nuestras teorías morales y
políticas actuales degeneren demasiado fácilmente en ideologías
que se acepten sin demasiada crítica82 • Al mismo tiempo, nos sumi-
nistramos nuevos medios para considerar críticamente nuestras pro-
pias creencias a la luz del sentido mucho más aumentado .de las
posibilidades que adquirimos. .. ·~
La nuestra es una época reaccionaria, llena de ruidosos exper-
tos ansiosos por aseguramos que la clase de argumento que estoy
aquí bosquejando es simplemente otra manera de proclamar la rela-
tividad de los valores, y, por tanto, de privamos de c1;1.alquier clase
de valor83 • Nada me parece que esté más lejos de la verdad. El tipo
de investigación que estoy describiendo nos.ofrece un.medio adi-
cional para reflexionar en lo que creemos, y por consiguiente de
fortalecer nuestras creencias presentes al contrastarlas con las posi-
bles alternativas, o de mejorarlas si llegamos a reconocer que las
alternativas son posibles y deseables .. La voluntad.de implicarse
en esta clase de reflexión me parece que es una característica dis-
tintiva de todos fos agentes· racionales. Rechazar esta clase de inves-
tigaciones no es una defensa de la razón, sino más bien un as.alto
a la sociedad abierta misma. ·

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82
En este punto reconozco una gran influencia por parte de Maclntyre, 1971: espe-
cialmente viii-ix.
83
Véase, por ejemplo, los argumentos citados y criticados en Geertz, 2000: 42-67.
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4. LA IDEA DE UN LÉXICO CULTURAL*

¿Qué podemos esperar aprender del proceso de innovacíón


social y legitimación al estudiar las palabras claves que usamos
para construir y valorar el mundo social mismo? Ésta es la cues-
tión que voy a tratar en el transcurso del presente ensayo. La cues-
tión es obviamente vasta y dificil de tratar, y con el fin de hacer-
la más manejable me concentraré en un estudio reciente de gran
influencia que se ha centrado en los vínculos entre lo lingüísti-
co y el cambio social. La obra que tengo en mente -de la que
me serviré como un caballo dé batalla en lo que sigue- es Key-
words de Raymond Williams 1• La preocupación principal de
Williams consiste en que el estudio de las «variaciones y confu-
siones de significado» nos puede ayudar a mejorar nuestra com-
prensión de los asuntos de «substancia lÍistórica contemporánea»2 •
Si tomamos ciertas palabras «en el nivel en el que generalmente
se usan>> y examinamos el desarrollo de las estructuras de signi-
ficado «en y durante un tiempo histórico, seremos capaces de
construir una cierta clase de conciencia» en los debates políticos
y sociales actuales, y en particular «se hará más perceptiva» 3 •
Pero ¿qué tipos de conciencia podemos esperar lograr del estu-
dio de las palabras claves? ¿Y de qué manera debería de condu-
cir nuestro estudio a fin de asegurar que aquélla se haga más
receptiva? Éstas son las cuestiones que me gustaría examinar con
algo.más de detalle.

* Este ensayo es una versión revisada de un artículo que originariamente apareció


bajo el mismo título en Essays in Criticism, 29 (1979): 205-224.
1
Williams, 1976 fue reeditado en una.versión revisada y extendida en 1983. Mi crí-
tica fue publicada originariamente en 1979. La mayor parte de las reivindicaciones de
la versión de 1976 que critiqué en mi artículo fueron modificadas o suprimidas en la
edición de 1983. He tenido por lo tanto que dar la referencia de las páginas a las dós ver-
siones refiriéndome a una como «Williams, 1976» y a la otra como «Williams, 1983».
2
Williams, 1976: 21; Wtlliams, 1983: 24.
3
Williams, 1976: 20-21; Williams, 1983: 23-24.

[161]
162 EL GIRO CONTEXTUAL

II

Antes de seguir, es necesario, si es posible, que neutralice una


seria duda. Se podría objetar que, al aislar <<Un cuerpo compuesto
de palabras», nos estemos fijando en la unidad de análisis equivo-
cada4. El objetivo de Williams, por lo que él mismo nos dice, es el
de iluminar las «maneras no sólo de discutir sino, en otro nivel de
percepción, muchas de nuestras experiencias centrales»5 • Pero si
queremos entender de qué manera alguien ve el mundo _:_qué dis-
tinciones hace, qué clasificaéiones acepta- lo que necesitamos
saber no son las palabras que utiliza, sino ínás bien los conceptos
que posee.
Es cierto que esta objeción puede que parezca puraménte ver-
bal.. Porque se puede responder -y la reivindicación se ha hecho
a menudo- que estar en posesión de un concepto es una cuestión
equivalente a saber el significado de Un.a palabra. Ésta parece ser
ciertamente la opinión del propio Williams, porque al discutir el
término naturaleza identifica «la palabra con el concepto», y al
hablar de democracia explica de qué manera el «concepto» está
«incorporado» en la palabia6•
Argumentar en favor de esta clase de equivalencia, sin embar-
go, es indudablemente un error. En primer lugar, no puede ser una
condición necesaria de la posesión de mi concepto que necesite
entender la aplicación correcta del término correspondiente.
Supongamos, por ejemplo, que esté estudiando el pensamiento de
John Milton y que ·quiera saber si Milton consideró que fuera
importante que· un poeta tuviera que desplegar un alto grado de
originalida<:l. La respuesta parece estar en que en efecto· creyó que
era de gran importancia. Cuando habla de sus propias aspiracio-
nes al comienzo de Paradise Lost, lo que acentuó particularmen-
te fue su decisión de tratar las cosas de una manera «que aún no
se habían intentado ni en prosa ni en verso». Sin embargo nunca
hubiera sido capaz de llegar a esta conclusión examinando el uso
que Milton hace de la palabra originalidad. Porque si bien el con-

4
Williams, 1976: 13; Williams, 1983: 15.
5 Williams,1976: 12-13; Williams, 1983: 15.
6
Williams, 1976: 84, 189. Pero en Williams, 1983: 95, 224, estos argumentos se han
suprimido, y en su nueva Introducción Williams reconoce explícitamente (p. 21) «las
difíciles relaciones entre las palabras y los conceptos».
QUENTINSKINNER 163

cepto es central en su pensamiento, la palabra no entra en el len-


guaje hasta un siglo o más después de su muerte. Aunque indu-
dablemente es posible escribir una historia de la palabra origina-
lidad y de sus varios usos, tal investigación no coincidiría en
manera alguna con la historia del concepto «originalidad» -una
consideración que a menudo es ignorada en la práctica pOr los his-
toriadores de las ideas-7 •
Además, no puede ser una condición suficiente para que yo
tenga un concepto que sea capaz de entender la aplicación correc-
ta de su término correspondiente. Queda la posibilidad (explora-
da por Kant y más recientemente ·por Wittgenstein) que pueda
un
creerme que esté en posesión de 'concepto y que resulte que mi
creenda esté equivocada. Consideremos, por ejemplo, las dificul-
tades que surgen con ciertos.términos muy generales como ser o
infinito. Toda una comunidad de-usuarios del lenguaje :puede ser
capaz de aplicar estos términos con una consistencia perfecta. Sin
embargo, sería posible demostrar que no exista un concepto que
respondiera a todos los usos acordados. · ·
¿Cuál es entonces la relación entre los conceptos y las palabras?
Dificilmente cabría· esperar capturar la respuesta en una fórmula
simple, pero por lo menos -se puede decirlo que sigue. El signo
más seguro de que un grupo o sociedad há entrado de manera auto-
consciente en posesión de un nuevo concepto es que se desarro-
llará el vocabulario correspondiente, un vocabulario que después
se puede utilizar para distinguir y discutir el concepto en cuestión
con cierta consistencia. Esto sugiere que, si bien es necesario que
tomemos más precauciones de las.que toma Williams cuando saca
conclusiones que van del uso de las palabras a la comprensión de
los conceptos y viceversa, existe, no obstante, una relación siste-
mática entre las palabras y los conceptos que hay que explorar.
Estar en posesión de un concepto se entiende de manera genéral
como ser capaz de comprender el significado del.término corres-
pondiente (y ser capaz en consecuencia de pensar sobre el concep-
to cuando no haya instancias y reconocerlo cuando están presen-
tes). En la medida en que tengamos presente que en este caso «de
manera general» signifique algo menos que necesaria y suficien-
temente, creo que podemos estar legitimados a proseguir.

7
Para una discusión de este problema general véase Normal, 2000.
164 EL GIRO CONTEXTUAL

III

Si nuestro objetivo es iluminar las disputas ideológicas con el


estudio de los desacuerdos lingüísticos, la primera cuestión que
necesitamos plantear --:eomo Williams reconoce- es obviamen-:
te la siguiente: ¿qué es lo que estamos debatiendo exactamente
sobre una palabra cuando nos vemos discutiendo si debe o no apli-
carse a una descripción de una acción particular o a un estado de
hecho?
Desgraciadamente, la respuesta de Williams es confusamente
vaga. <<Lo que realmente ocurre con esa clase de disputas», sostie-
ne, es un proceso gracias al cual «se presentan los significados» y
posteriormente «se confirman, afirman, cualifican y cambian» 8 •
Todas esas disputas se consideran que son sobrelos «significa-
dos», sobre «los orígénes históricgs y desarrollos» que se han dado
en los «significados» de los términos implicados 9•
Esta tendencia a hablar evadiendo la cuestión sin más explica-
ción sobre los «cambios de significado» se debe, creo, al hecho de
que Williams. en ningún momento intenta distinguir y analizar la
clase de tértllinos en la que éstá principalmente interesado. Esta
clase en cuestión es la que describe como la que contiene las pala-
bras «fuertes» y «persuasivas», las palabras que «implican ideas y
valores» 1 º~ No ofrece explicación alguna: de cómo ciertas palabras
llegan a «éxpresar valores». Pero parece' claro que,·si se avanza lo
suficiente enla discusión. del fenómeno del cambio del significa-
do en los debates ideológicos, la expectativa de tal análisis se habrá
de tratar como un paso preliminar importante. Como suele ocurrir,
no se trata de una labor hercúlea, como sé podría temer. Los teóri-
cos del lenguaje y los filósofos morales han puesto gran parte de
la atención en distinguir y comentar: precisamente esos términos 11 •
Basándonos en otras explicaciones, podríamos decir, creo, que es
necesario que se satisfagan tres requisitos principales si estos tér-
minos «persuasivos» se han de entender y aplicar correctamente.

8 Williams,1976: 9; Williams, 1983: 11-12.


9
Williams, 1976: 13, 19-20; Williams, 1983: 15, 22-23.
10 Wtlliams, 1976: 12, 15;Williams, 1983: 14, 17.
11
Entre los filósofos morales he contraído una gran deuda con Foot, 1958; Murdoch,
1970; Hampshire, 1959, especialmente entre las pp. 195-222. Entre los filósofos del len-
guaje, mis enfoques le deben mucho a Wittgenstein, 1958; Austin, 1980, y al análisis de
las opiniones de Frege en Durnmett, 1973a, especialmente en las pp. 81-109.
QUENTIN SKINNÉR 165

Es necesario en primer lugar conocer la naturaleza y el rango


de los criterios en virtud de los cuales. la palabra o la expresión
se aplican en la mayor parte de los casos. Supongamos, por ejem-
plo, que no fuera consciente del significado evaluativo del tér-
mino valiente, y que le preguntara a alguien que me explicara
cómo utilizar la palabra. Una buena respuesta seguramente men-
cionaría varios criterios que sirven para distinguir la palabra de
otros adjetivos.que fueran similares o diferentes, dando con ello
su papel distintivo en nuestro lenguaje de la descripción.social; y
de evaluación. Al enumerar esos criterios, seguramente tendría-
mos necesidad de incluir al menos los siguientes: que la palabra
sólo se pueda utilizar dentro del contexto de las acciones volun-
tarias; que el agente implicado se tenga que enfrentar con algún
peligro, que lo hubieran hecho con alguna conciencia de su natu-
raleza, y que se hubieran enfrentado a él de una manera respon-
sable, con algún sentido de las probables consecuencias de
emprender la acción implicada. Resumiendo estos criterios (en
lo que no es más que una aparente tautología), podemos decir
que las condiciones bajo las cuales el término valiente se puede
aplicar son de tal índole que hagan que la acción en cuestión sea
entendida como valiente. . .
En segundo lugar, para aplicar correctamente un término eva:
luativo también se necesita saber su rango de referencia. Es decir,
se necesita, tener un sentido de la naturaleza delas circunstancias
en las que la palabra se puede utilizar propiamente para designar
acciones particulares o estados de hecho. El concepto de referen-
cia ha menudo se ha tomado como un aspecto o característica del
significado de una palabra. Pero quizá es más provechoso tratar
la comprensión de la referencia de una palabra como una con-
secuencia de la comprensión de los criterios para aplicarla
correctamente. Entender esos criterios es lo mismo que enten:-
der el sentido de una palabra, su papel dentro del lenguaje, y, por
consiguiente, su uso correcto. Una vez que se haya adquirido esta
comprensión, se puede esperar que seamos capaces de ejercer con
posterioridad la habilidad más misteriosa de relacionar la palabra
con el mundo. Se puede esperar, por ejemplo, que seamos capa-
ces de seleccionar sólo aquellas acciones que se podrían llamar
propiamente valientes, y de discutir las clases de circunstancias
en las que podamos querer aplicar esa descripción particular, o si,
por el contrario, nos preguntamos si no es mejor que la aplicára-
166 EL GIRO CONTEXTUAL

mos a otra diferente. Por ejemplo, alguien podría pensar que sea
una acción valiente el que me enfrente con una muerte dolorosa
con alegría. Se podría objetar, sin embargo, que estrictamente
hablando no existe peligro alguno en tal circunstancia, y que por
consiguiente no deberíamos hablar de valentía sino tal vez de for-
taleza. O una vez más, alguien podría considerar valiente que sal-
tara a la pista de un circo para ponerme en el puesto del domador
de leones. Pero se podría conceder que esta alocada acción antes
que considerarse como un ejemplo de valentía es sobre todo pura
temeridad. Los dos argumentos tratan de la referencia (pero no
sobre el significado) de la palabra valiente. Ambos tienen que Ver
con que un conjunto de circunstancias -lo que un abogado lla-
maría los hechos del cascr:-- se pueden entender de tal manera que
justifiquen los criterios acordados para poder aplicar dicho crite-
rio evaluativo. ·
Para aplicar cualquier palabra al mundo, es necesario tener
una clara comprensión de su significado y de su referencia. Pero
en el caso de los términos evaluativos se precisa un elemento más
en su comprensión. Además necesitamos saber en qué rango de
actitudes se/puede usar el término con sentido. Por ejemplo, nádie
podría decir que haya comprendido la aplicación correcta del
adjetivo valiente si sigue sin ser consciente de su uso generali-
zado para alabar, para expresar aprobación, y especialmente para
expresar (y solicitar) la admiración de cualquier acción con la
que se quiera describir. Llamar a una acción valiente no· es sola-
mente describirla, sino situarla dentro de una luz moralmente
específica. Puedo alabar o elogiar una acción al llamarla valien-
te, pero no puedo condenarla o degradarla si la nombro de esta
manera.
Si son éstas las tres cosas principales que necesitamos conocer
para identificar la clase de términos laudatorios y aplicarlos correc-
tamente, podemos volver a considerar la cuestión que planteé al
comienzo de esta sección. Preguntaba lo que podríamos estar deba-
tiendo.sobre una palabra clave si nos vemos que estamos pregun-
tando sí debería o no aplicarse en un caso particular. Como hemos
visto la respuesta de Williams es que ese argumento debe de tra-
tar sobre los sentidos o significados de las palabras implicadas;
Como me he preocupado, sin embargo, de demostrar podríamos
no estar de acuerdo sobre al menos una de las tres cosas diferen-
tes que se podrían considerar como desacuerdos sobre el signifi-
QUENTIN SK.INNER 167

cado: sobre los criterios de aplicación de la palabra; sobre si los


criterios acordados están presentes en un conjunto dado de circuns-
tancias, o sobre el rango de actos de habla que una palabra es capaz
de realizar cuando se utiliza.

IV

Por el momento he intentado aislar los debates principales que


surgen sobre la significación del vocabulario evaluativo que emplea-
mos en nuestro mundo social. Vuelvo a lo que considero que es la
cuestión crucial. ¿En qué sentido esos desacuérdos lingüísticos
resultan ser también desacuerdos de nuestro propfo mundo social?
He sugerido que un tipo de argumentos sobre los términos eva-
luativos se centra en los criterios para aplicarlos. Ahora bien, éste
ciertamente es tanto un debate social sustantivo como lingüístico.
Está claro que igualmente se podría caracterizar como un argu-
mento entre dos teorías sociales rivales y sus correspondientes
métodos de clasificar la realidad social..
A manera de ilustración de tal disputa, recordemos la manera
en la que a Marcel Duchamp.le gustaba designar ciertos objetos
familiares (perchas, lavabos} como si fueran obras de arte, lo que
hacía que se enmarcaran y se expusierán en las galerías de arté.
Algunos críticos han aceptado que son, en efecto, obras de arte,
sobre la base de que nos ayudan a agudizar nuestra percepción y
a extender nuestra apreciación de las cosas que vemos todos los
días. Pero ha habido otros que insistieron que en manera alguna
podían considerarse como obras de arte, argumentando que no
podemos simplemente llamar a algo una obra de arte, ya que las
obras de arte se han de crear deliberadamente.
Este desacuerdo surge a nivel lingüístico. Se centra sobre si cier-
to criterio (el ejercicio de una habilidad) debería o no considerar-
se como una condición necesaria para aplicar un término evalua-
tivo párticular (obra de arte). Pero ciertamente es una disputa social
también. Lo que está en juego es si un cierto rango de objetos debe-
ría o no de considerarse como si tuvieran tal elevado estatus y sig-
nificación. Y es obvio que en gran parte puede depénder de qué
manera se responda la cuestión.
Un número de argumentos en Keywords son primariamente de
esta clase. Por ejemplo, los ensayos sobre «literatura» y «ciencia»
168 EL GIRO CONTEXTUAL

encajan bastante bien en este análisis, y hace una provechosa dis-


cusión sobre «el inconsciente», en el curso de la cual Williams
señala realmente que «las diferentes teoríás» han generado «con-
fusiones entre los diferentes sentidos» del término 12 • Además
Williams posiblemente esté en lo cierto al reclamar que en estos
casos el argumento trata en efecto sobre los sentidos o significa-
dos de las palabras implicadas. Es verdad que algunas voces pode-
rosas -notablemente la de Hilary Putman- se han levantado
últimamente en contra de la propuesta de que, si introducimos una
nueva teoría relativa a un materia dada (por ejemplo, lo que cons-
tituye una obra de arte) ésta dará lugar inevitablemente a uÍl cam-
bio en los significados de los términos cónstituyentes13 • Segura-
mente Putman tenga razón cuando protesta que Paul Feyerabend
y otros filósofos post-empíricos tiendan a emplear esta asunción
con un excesivo entusiasmo. Ciertamente no podemos decir que
cualquier cambio en la teoría producirá automáticamente un cam-
bio en el significado de todas las palabras que intervienen, aun
cuando los nombres y los adjetivos cambien el significado más
rápidamente que, por ejemplo, las conjunciones. Por lo demás,
parece que·iea indebidamente anárquico sostener que el signifi-
cado de una palabra tenga que haber: cambiado, si nos limitamos
simplemente a cambiar nuestras créencias sobre lo que una pala-
bra tienda habitualmente' adenotar14• Aún aceptando estas precau-
ciones, sin embargo, quisiera todavía insistir en que, si alguien
está equivocado sobre los criterios para aplicar un término, no se
podría decir en ese caso que sepa cuál es su significado corrien-
te. Y puesto que he argumentado que lá cuestión que planteaba
Marsel Duchamp sobre si debería o no consider:arse una percha
como una obra de arte (a un nivel) es un árgumerito sobre los cri-

12
Williams, 1976: 272; Williams, 1983: 322.
13
Para un ataque a esta linea de pensamiento véase Putnam, 1975: 117-131.
14
Esta objeción de Putnam, sin embargo, parece que no estuviera tan bien argu-
mentada. Es difícil pensar en casos claros en los que el significado se hubiera mante-
nido constante en medio de las ideas cambiantes, y los ejemplos que o:frece Putnam
para demostrar lo contrario se me ocurren que son pocos convincentes. Putnam, 1975:
127-128 considera el ejemplo de la palabra oro y argumenta que su significado no se
vería afectado aun en el caso en que el oro se oxidara y nos obligara a cambiar m:íes-
tras creencias sobre dicha sustancia. Esto parece dogmático. ¿Podríamos en ese caso
continuar diciendo cosas como «Esto es tan .bueno como el oro»? Y si así no fuera,
¿no nos veríamos obligadós a conceder que el significado de la palabra oro habría
cambiado?
QUENTIN SKINNER 169

terios para aplicar el término obra de arte, estoy de acuerdo con


Williams en que este tipo de argumento sobre las palabras claves,
la falta de acuerdo realmente se presenta sobre el significado de
la palabra en cuestión.
Lo que Williams pierde de vista, sin embargo, en su explica-
ción de estas disputas es su carácter casi radicalmente paralizan-
te. Se contenta con suponer que en todas las discusiones sobre el
«significado» podemos «seleccionar ciertas palabras de una clase
especiálmente problemática» y considerar únicamente «su evo"'.'
lución interna y su naturalez~m 15 • Lo que le. lleva a noreconocer
las implicaciones del hecho de que un término como arte obtie-
ne su significado del lugar que ocupa dentro de todo un esque-
ma conceptual. Cambiar el criterio de su aplicación significará
por consiguiente cambiar una buena parte de aquél. Tradicfonal-
mente el concepto de arte ha sido relacionado con un ideal de
artesanía, se ha opuesto a lo que era «simplemente útil», se ha
utilizado como un antónimo de naturaleza, etc. Si suscribimos
ahora la sugerencia de que un objet trouvé. o un artículo manu-
facturado se puede contar como un objeto de arte, cortamos-de
inmediato con estos y otros lazos conceptuales semejantes. Así
pues, un argumento ~obre la aplicaéión del término arte no es
potencfalmente nada más que un argumento sobre. dos maneras
rivales (aunque no sean inconmensurables) 16 de enfocar y dividir
una considerable parte de nuestra experiencia. Williams parece,
en suma, haber olvidado las implicaciones fuertemente holísticas
del hecho de que, cuando una palabra -cambia su significado, alte-
ra sus relaciones con todo un vocahulario 17 • Lo que esto nos dice
sobre tales cambios es que debemos de estarpreparados para
poner la atención no sobre la «estructura normal» de las palabras
particulares, sino más bien sobre su función en la constitución
de filosofías sociales completas.

15
Williams, 1983: 22-23; ligeramente revisado de Williams, 1976: 20. En Williams,
1983: 23 se queja de la clase de lector que, al ·criticar su perspectiva, se «contenta con
reafirn:iar los hechos sobre la conexión e interacción con el que comenzó toda la inves-
tigación». La nueva Introducción de Williams se muestra explícita sobre los problemas
que plantean un enfoque holístico (y en ese sentido escéptico) del «significado». Pero
no alcanzo a ver que las implicaciones de este escepticismo se hayan acomodado inclu-
so en la nueva versión de su texto.
16 De otra manera sería dificil de entender cómo podrían estar argumentando los con-

tendientes.
17 Sobre este punto véase Dununett, 1973b.
170 EL GIRO CONTEXTUAL

Aun cuando estemos de acuerdo sobre los criterios de aplica-


ción de un término evaluativo, ya he sugerido que puede surgir
una segunda clase de disputa sobre su uso. Nos podemos encon-
trar, en cambio, argumentando sobre si un conjunto dado de' cir-
cunstancias se pueden defender que satisfagan los criterios en vir.:.
tud de que el término se emplee normalmente. De nuevo,. tal
desacuerdo deberá de ser necesariaménte social, y no simplemen-
te lingüístico en carácter. Porque de lo que se discute en efecto es
que negarse a aplicar el término en una cierta situación puede
constituir un acto de insensibilidad social o un defecto de la con-
ciencfa social.
Como ilustración de este tipo de argumehtos, consideremos la
opinión sobre las esposas delas familias comunes de'clase media
en la actualidad que podrían describirse adecuadamente como si
estuvieran padeciendo explotación, como una clase explotada. El
argumento social que subyace detrás de esta estrátegia lingüística
se puede clarificar de alguna manera como sigue. Debe de ser' evi.:.
dente para todas las persmiás de buena voluntad que la:S circuus.:.
tancias de la familia contemporánea son de tal clase que este tér-
mino condenatorio encaja perfectamente (si se piensa sobre él) en
los hechos del caso. Conversamente, si no se es capaz de recono-
cer que la aplicación del término explotación --en virtud de sus
criterios acordados- es apropiada en las circunstancias, se está
rechazando deliberadamente reconocer la institución de la vida
familiar moderna en su verdadera y siniestra luz.
Ésta es~a disputa de un carácter enteramente diferente del pri-
mer tipo dé argumento que antes indiqué. A pesar de ello, ha habi-
do una tendencia persistente entre los filósofos morales y políti-
cos a confundirlos. Consideremos, por ejemplo, el análisis ofrecido
por Stuart Hampshire en Thought andAction de un debate imagi-
nario entre un marXista y un liberal. De acuerdo con la ·explicación
de Hampshire, el liberal probablemente se hallará.«perplejo de
encontrar que algunas de sus acciones, a las que jamás pensó con-
cederle significación política», en su sentido de «político», les da
un significación política su oponente marxista18 •

is Hampshire, 1959: 197.


QUENTIN SK!NNER 171

Como la cita anterior deja ya indicado, Hampshire clasifica este


tipo de desacuerdo sobre el «sentido» de la palabra <<político» como
<<Un desacuerdo sobre los criterios.de aplicacióm> de los términos 19 •
Si éste es, no obstante, un argumento genuino es obviamente fun..;.
damental que el marxista tenga que reivindicar con alguna plausi-
bilidad que está empleando el término en virtuddesu sentido acor-
dado (estoy siguiendo a Hampshire al tratar tanto al liberal como
al marxista como si fueran personajes masculinos). No está claro
que se pueda decir que el marxista esté argumentando con el libe-
ral si se conforma simplemente con señalar, como lo hace Hamp-
shire, que tiene un concepto diferente de «lo político», con el resul-
tado de que tanto él como el liberal se mueven «dentro de los
límites de los dos mundos separados de sus pensamientos»2º. Está
incluso menos claro, si es esto todo lo que el marxista desea seña-
lar, por qué el liberal debería de sentir Ja menor contrariedad ante
el argumento, teniendo en cuenta que no significa más que la decla-
ración de la intención de usar un cierto término evaluativo dentro
de una idiosincrasia particular. Si el marxista está verdaderamen-
te intentando persuadir al liberal para que comparta, o:al menos
reconozca algunas propuestas políticas, necesita realmente que
haga dos observaciones. La primera es que el térinino político
pueda ser apropiadamente aplicado al rango de acciones que al
liberal nunca se le hubiera ocurrido que se pudiera aplicar. Pero la
otra -que con su aplicación del término obliga admitir al libe-
ral- es que ésta no se debe menos al desacuerdo sobre el sigrrifi-
cado del término, sino más bien al hecho de que elliberal sea una
persona con una sensibilidad y conciencia política estrecha. ·
La misma confusión afecta a otras muchas discusiones de
Williams sobre las palabras claves. Da algunos ejemplos de deba-
tes, como el de si un determinado procedimiento se puede evaluar
como empírico, o si una particular clase de organiZación domés-
tica se puede considerar o no como una familia, si se puede decir
que alguien tenga un interés en un estado particular de hecho, y
otras tantas21 • En cada uno de los casos clasifica la disputa como
si fuera sobre el «sentido» del término en cuestión. Una vez más,
sin embargo, parece crucial para el éxito del argumento social que

19 Hampshire, 1959: 196.


20
Hampshire, 1959: 197.
21
Williams, 1976: 99, 109, 143; Williams, 1983: 115, 131, 171.
172 EL GIRO CONTEXTUAL

subyace detrás de tales debates lingüísticos que las palabras eva-


luativas en cuestión se tuvieran que elegir en virtud de su sentido
aceptado como una manera adecuada de describir situaciones que
hasta el momento no se describieron con tales términos.
Es verdad que, como consecuencia de tales argumentos, se gene-
raran a menudo nuevos significados. Pero el proceso por el que
discurren es el opuesto del que Williams describe. Cuando un argu-
mento de esta naturaleza consigue su propósito, el resultado difi-
cilmente consistirá en la emergencia de nuevos significados, a no
ser que la aplicación de un término con un nuevo rango de refe-
rencia pueda eventualmente presionar a sus criterios de aplicación.
El resultado será en cambio la aceptación de nuevas percepciones
sociales, a consecuencia de lo cual los términos relativos evalua-
tivos se aplican en ese caso con los mismos significados a nuevas
circunstancias. Sólo cuando esos argumentos no son capaces de
imponerse tienden a surgir los nuevos significados.
Esta presuposición se puede apoyar rápidamente si considera-
mos algunas de las maneras en las que un error para persuadir a
un interlocutor con esta clase de argumentos es capaz de dejar su
rastro en eJ:lengúaje. Consideremos el caso en el que un grupo
social particular se esfuerza en insistir que los criterios ordinarios
de aplicación de un determinado término evaluativo se encuentran
presente en un rango mucho más amplio de circunstancias de las
que comúnmente se suponen. Es posible que los otros usuarios del
lenguaje --que no comparten las percepciones sociales subyacen-
tes del primer grupo-- asumirán de buena fe que se ha «propues-
to» de hecho <<un nuevo significado», y que podrían aceptarlo.
La historia de la cultura (y en consecuencia la de nuestro len-
guaje) ha sido marcada con muchas confusiones. Una fuente fruc-
tífera ha sido los continuos esfuerzos de los proponentes de la socie-
dad comercial para legitimar sus propuestas en referencia a los
valores morales y espirituales de gran estima. Ya he considerado
un ejemplo en mi ensayo Principios morales y cambio social: el
uso del término religioso que apareció primariamente a finales del
siglo XVI como un instrumento para aprobar las formas de com-
portamiento que eran simplemente diligentes y precisas. El obje-
tivo era claramente el de sugerir que los criterios ordinarios para
aplicar el término fuertemente laudatorio religioso se iellejaban
en tales acciones, y que las acciones mismas deberían de verse
esencialmente como actos de piedad y no simplemente como si
QUENTIN SKINNER 173

fueran ejemplos de una particular competencia administrativa. Esta


audaz estrategia tuvo en gran medida éxito, pero sólo parcialmen-
te. Hasta qué punto se puede decir que los proponentes de la socie-
dad comercial consiguieron más de lo que se proponían se reflejó
eventualmente en la emergencia de un nuevo-·significado deltér-
mino religi,oso, el mismo significado que todavía invocamos cuan-
do decimos cosas como <<he asistido a los consejos de mi departa-
mento religiosamente». Me parece claro que la necesidad de esta
nueva entrada léxica surgió de la incapacidad de muchos hablan-
tes de comprender que los criterios ordinarios de religioso (inclu-
yendo la noción de piedad) se encontraban presente en todas aque-
llas circunstancias en las que el tétmino se estaba empezando a
usar.
Existen muchas instancias recientes del mismo fenómeno; algu-
nas de la cuales se citan y discuten en Keywords. Por ejemplo, a
muchas compañías industriales les gusta asumir --en referencia a
las estrategias de sus negocios- que poseen una cierta filosofia.
Asimismo es también común que ciertas firmas prometan sumi-
nistrar a sus posibles consumidores con su literatura (refiriéndo-
se simplemente a los folletos comerciales). Una vez más, se está
haciendo un grosero intento por vincular las actividades de la socie-
dad comercial con un rango de valores «más altos». De nuevo, el
fracaso de tales esfuerzos da lugar a menudo.a generar polisemia.
Al oír que unafirma tiene una cierta filosofía, la mayoría de los
usuarios del lenguaje asumen que ha debido de aparecer un nuevo
significado y empiezan a utilizarlo debidamente. En general no
llegan a percibir si se puede decir que las corporaciones tengan
algún tipo de filosofía en el sentido tradicional del tétmino.
El lenguaje también nos suministra la evidencia de esos fraca-
sos ideológicos de una manera secundaria y más decisiva. Después
de un período de confusión sobre los criterios de aplicación de un
tétmino en disputa, el resultado final puede que no sea la pofü¡e-
miéJ., sino más bien la revisión del empleo de los criterios origina-
les además de la correspondiente extrañeza de los tétminos más
novedosos. Esto puede. observarse,~por ejemplo, en Ja historia de
la palabra patriota. Durante el siglo XVIII los enemigos de la oli-
garquía gobernante en Inglaterra buscaron legitimar sus ataques
al gobierno al insistir que sus motivos se debían enteramente a su
reverencia por la constitución, y que, por consiguiente, sus accio-
nes se debían antes de alabar como patrióticas, en lugar de conde-
174 EL GIRO CONTEXTUAL

nadas por facciosas 22 • Lo que al principio causó.tanta incertidurri.;.


bre sobre la palabra patriota que pronto llegó a significar (de acuer-
do a una de las definiciones del Diccionario de Jobnson) <<Un agi-
tador faccioso del gobierno». Con la aceptación gradual de los
partidos políticos, sin embargo, se fue atrofiando eventrialmente
este uso condenatorio, y la palabra recobró su significado original
y su aplicación generalizada como un término laudatorio.
La misma forma de arguménto puede tener un resultado más
equívoco, un resultado que de nuevo nos desvelará el lenguaje.
Puede ocurrir que, después de un período similar de confusión
semántica, se vuelvan obsoletos los términos originales y no los
nuevos. A primera vista este fenómeno parece indicar un éXito en
la campaña que se encuentra detrás del proceso de cambiar las per,;.
cepciones sociales de la gente. Porque ciertamente esto hace-que
sea más dificil' invocar el primitivo significado de la palabra a la
hora de insistir en que sus aplicaciones más nuevas no sean más
que una deformación de su sentido básico. Pero de hecho tales
cambios una vez más tienden a ser signos de errores ideológicos.
Porque la regularización de un nuevo conjunto de criterios conlle-
vará una alteración de la fuerza evaluativa del término. Aveces el
poder de la palabra para evaluar lo que se utiliza para describir se
puede retener de una forma diferente (y usualmente menor). Un
ejemplo bien conocido nos lo proporciona la palabra naughty (tra-
vieso, pícaro), que lía perdido por completo la fuerza que poseía
cuando el Tonto le advierte alrey Lear durante la escena de látor-
menta que «T'is a naughty night to swim in>>23 • Pero·a menudo el
proceso de adquisición de un nuevo significado conlleva la pérdi-
da total de la fuerza evaluativa. Un buen ejemplo nos lo propor-
ciona la hist~ria de la palabra bien (commodity). Antes del adve-
nimiento de la sociedad comercial, hablar de algo como un bien
era una manera de alabarlo, y en; particular una forma de dar a
entender que respondía a los deseos· de alguien, de manera que se
podía entender como ·algo beneficioso, conveniente, una fuente de
ventajas. Posteri6rmenté se intentó que sugiriera que un bien ~n
sentido de artículo producido para vender-· ·. se tuviera que ver
como una fuente de beneficios o de ventajas para el comprador, y

22 Para una consideración más compl~ta de este ejempl~ veáse el capítulo 14 del

volumen 2 de Visions ofPolitics. · · ·


23 Shakespeare, 1988, King Lear, III, iv. 104-105, p. 961.
QUENTIN SKINNER 175

se debería de describir en consecuencia como un bien. Durante un


tiempo eI resultado de este esfuerzo posterior de los primeros capi-
talistas ingleses por legitimar sus actividades fue que la palabra
bien se convirtiera en un término polisémico. Pero eventualmente
sus aplicaciones originales se fueron olvidando, dejándonos al final
con nada más que el significado corriente y puramente descripti-
vo de bien como un objeto de comercio. Aunque los capitalistas
heredaron la tierra, y con ella gran parte del lenguaje, no fueron
capaces en este caso de persuadir a sus compañeros hablantes del
lenguaje de aceptar el significado eu:lógico que le quisieron dar
para sus propias prácticas comerciales.

VI

Aun cuando nos pongamos de acuerdo sobre los criterios para


aplicar un término evaluativo, y que aceptemos que se pueda decir
que un conjunto dado de circU11stancias respondan a esos criterios,
una tercera clase de disputa puede todavía plantearse.sobre su uso.
Como ya he sugerido, ésta será una disputa sobre la naturaleza y
el rango de los actos de habla que el término sea capaz de hacer
cuando se utilice. Una vez más lo podemos caracterizar como una
disputa social y no meramente lingüística. Porque en este caso lo
que está en juego es la posibilidad de que un grupo de hablantes
puedan estar expuestos a la acusación de haberse equivocado o de
tener una actitud social indeseable.
Podemos distinguir dos rutas principales por las que podría
seguir un argumento de esta clase en un uso contencioso del len-
guaje evaluativo. Podemos disentir de una actitud social ortodo-
xa al emplear un término évafüativo de tal manera que su uso esta-
blecido para realizar un rango particular de actos de lenguaje se
vea debilitado o llegue a desaparecer. Lo que por su parte se puede
hacer dé una de las dos maneras. Si no compartimos la evalua-
ción aceptada de alguna acción particUlar o estado de hecho, pode-
mos indicar nuestra diferencia eliminando el térnlino de nuestro
vocabulario. Existen muchos ejemplos de esta estrategia en los
debates sociales corrientes. Entre los términos que hasta ahora se
han utilizado para elogiar lo que describen; parece que 'esto ha
ocurrido hace ya algún tiempo en el caso de la palabra gentleman.
Entre los términos utilizados previamente para expresar un ele-
176 EL GIRO CONTEXTUAL

mento de condescendencia o patrocinio, quizás haya ocurrido posi-


blemente con la palabra nativo, al menos cuando .es utilizada. como
nombre.
El otro método de registrar la misma forma de protestar es más
desafiante. Mientras se sigue empleando un término admitido de
descripción social y evaluación, podemos hacerlo contextualmen-
te claro que lo estamos usando simplemente para describir, y no
para evaluar al mismo tiempo lo que con él se describe. Existen
asimismo muchas instancias contemporáneas de esta estrategia.
Entre los términos que se utilizaron previamente para mostrar con-
descendencia o incluso odio, el ejemplo clásico nos lo proporcio-
na la palabra negro (usada como descripción de una persona), ya
se emplee como un adjetivo o como un nombre. Lo mismo ocurre
con la palabra raro (queer). Entre los términos utilizados previa-
mente para alabar, podemos indicar las aplicaciones relativas nue-
vas y cuidádosamente-neutrales ·de.palabras como cultura y civi-
lización. Como el mismo Williams observa24, estos últimos usos
parecen haberse originado dentro de la disciplina de la antropolo-
gía social, pero desde entonces se hán llegado· a aceptar general-
mente por quiénes quieren desacreditar cualquier sugerencia de
que una civilización particular puede merecer más estudio que otra.
Esta segunda manera que podemos utilizar nuestro lenguaje
evaluativo de evidenciar nuestras actitudes sociales es más ambi-
ciosa en carácter. Ya he procurado ilustrarlo en mi ensayo Princi-
pios morales y cambio social, durante el transcurso del examen de
los primeros debates sobre los valores de la sociedad comercialy
capitalista. Es posi1Jle indicar, aunque sólo sea debido al uso de
nuestros términos evaluativos, no que discrepemos de la idea dé
evaluación qúe aquéllos describen, sino más bien que no estemos
de acuerdo con la dirección de la evaluación y que deseamos verla
revertida.
De nuevo, nos encontramos aquí con dos pOsibilidades. ·Po.de-
mos utilizar un término normalm~nte empleado para condep.ar 1o
que se describe, de suerte que ponga contextualmente de manifies-
to que, en nuestra opinión, la acción rdevante o el estado de hecho
deba de ser, por el contrario, encomiada. Como. lo observa
Williams, tÍn ejemplo interesante de este .cambio se puede apreciar

24 Williams, 1976: 50, 80; Williams, 1983: 59, 91.


QUENTIN SKINNER 177

en la historia de la palabra mito. En un época más confiadamente


racionalista, describir una explicación como mitológica significaba
rechazarla. Pero de un tiempo a esta parte, como Williams obser-
va, el término ha sido frecuentemente utilizado para ensalzar la
«versión de la realidad» mitológica como <<más verdadera» y <<más
profunda» que las otras descripciones mundanas25 • Conversamen-
te, puede que no nos guste una forma de comportamiento que se
considere generalmente como digno de alabanza, y que mostre-
mos nuestra desaprobación haciendo que sea contextualmente
manifiesto que, aunque el término que estamos utilizando se
emplea de manera habitual para alabar, lo estamos empleando en
cambio para condenar lo que está describiendo. Una vez más, exis-
ten muchos ejemplos de esta clase de disputas en los debates ideo-
lógicos actuales. Piensen, por ejemplo, en la fortuna que en los
tiempos recientes ha corrido el término, no hace mucho laudato-
rio, de elite, en el destino de aquellos políticos que eran regular-
mente alabados porque eran liberales, mientras otros lo emplea-
ban para denigrarlos;
Williams se hace cargo de un gran número de desacuerdos que
caen dentro de la tercera categoría, y en muchos casos sus comen-
tarios son extremadamente interesantes y agudos. Sin embargo su
discusión se resiente de no ser capaz de distinguir.este tipo de argu-
mentos del primero que consideramos, en donde el principal punto
de discusión era el sentido propio o el sentido del término impli-
cado. De hecho, Williams no sólo no lo hace, sino que se niega a
distinguir entre los dos tipos de argumentos. Por ejemplo, .insiste
que el cambio implicado en el paso que va de condenar a los mitos
a elogiarlos se debe de construir como un cambio en el «sentido»
que expresa la palabra mito26 •
Sería perfectamente posible, sin embargo, que tanto el sentido
como la referencia de la palabra mito permaneciera estable frente
al tipo de cambios en el uso de la palabra que Williams está inte-
resado en señalar. Puede ser que todas (y únicamente) esas teorías
y explicaciones que solían considerarse mitológicas aún se llamen
mitológicas, y que el único cambio que ocurre en el uso del térmi-
no se derive del paso que va de condenar a los mitos a elogiarlos.
Es cierto que semejante cambio de uso seguramente afectará con

25
Williams, 1976: 176-178; Wtlliams, 1983: 210-212.
26
Williams, 1976: 117; Williams, 1983: 211.
178 EL GIRO CONTEXTUAL

el debido paso del tiempo al sentido de la palabra. Pero es un error


suponer que este tipo de argumento se centre primariamente
(o incluso necesariamente) en su sentido. Lo que está cambiando
-al menos inicialmente- no tiene nada que ver con su sentido;
lo que está cambiando es simplemente una actitud social o inte-
lectual por parte de aquellos que utilizan el lenguaj e27 ;

VII

He intentado hasta ahora ofrecer por lo menos una respuesta


preliminar a la pregunta que planteé al principio. Mi pregunta tenía
que ver con los tipos de conocimiento y comprensión que pode-
mos esperaradquirir de nuestro mundo social gracias al estudio
del vocabulario que usamos para describirlo y valorarlo. La res-
puesta que he dado es que hay trestipos principales de concepcio:..
nes que podemos esperar lograr: concepciones sobre las cambian-
tes creencias y teorías sociales; sobre las sucésivas percepciones
sociales y su comprensión, y sobre los mudables valores y actitu-
des sociales~/He intentado así suministrar cuando menos un esbo-
zo de lo que me parece la carencia más seria del libro de Williams:
una explicación del tipo de metodología que necesitaríamos desa-
rrollar a fin de utilizar la evidencia de nuestro vocabulario social;
como si fuera una guía para mejorar la comprensión de nuestro
mundo social.
Lo que, por su parte, sugiere otra cuestión que llega a ser mas
preocupante: ¿nos encontramos ahora en posición de decir algo
sobre la naturaleza del papel que juega nuestro vocabulario en el
proceso (y,-por consiguiente, en la explicación) del cambio social?
Williams ·cree claramente que en realidad lo estamos, y mani-
fiesta esta actitud al aludir repetidamente a la imagen del lengua-
je como un espejo de la realidad social. El proceso relativo al cam-
bio social se trata como la causa principal del desarrollo de nuestro
vocabulario; conversamente, tal desarrollo se contempla como un
reflejo de los procesos del cambio social2 8 • Al describir, por ejem-
plo, la aparición del capitalismo como «un sistema económico dis-
tinto», Williams observa que aquél dio lugar a «unos consecuen-

27
Aquí me baso en la propuesta clásica de Seárle, 1962.
28 Noten, sin embargo, que Williams, 1983: 22 se hace cargo de esta objeción.
QUENTIN SKINNER 179

tes usos interesantes del lenguaje»29 • Comentando más específica-


mente «los cambios económicos de la Revolución Industrial>>, hace
notar, que aquéllos produjeron un «vocabulario de clase» «alta-
mente definido» y muy extendido30 •
No hay duda que esta imagen ~irve para recordarnos una verdad
importante. Donde encontramos una amplia medida de acuerdo
sobre la aplicación de los principales términos sociales, debemos
de estar tratando con un mundo social y moral sorprendentemente
homogéneo; mientras que en donde no existe en absoluto tal acuer-
do, podemos esperar un caos total. Pero también se podría discutir
que la metáfora es engañosa en un (lspecto crucial. Nos anima a
asumir. que estemos tratando con dos distintos dominios que están
contingentemente relacionados: el del mundo social mismo, y el
del lenguaje que posteriormente aplicamos en nuestros intentos por
delinear su carácter. Me parece que és,ta es,ciertamente la asunción
que subyace en la propuesta de Williauis. Est~ encuentra una com-
pleta disyunción entre «las palabras» que discutey «los problemas
reales» del mundo social. Y en ocasiones habla como si el vacío
que existe entre los dos apenas si cabría esperar que se pueda redu-
cir. <<Por completo que sea el análisis» que demos a nivel lingüísti-
co, concluye lamentándose, que no podemos esperar que «los pro-
blemas reales» se vean fundamentalmente alterados31 ~
Hablar de esta manera es olvidar algo ql.Je Williams.acentúa en
otros momentos <::,n·Keywords con una fuerza sorprendente. Éste es
el hecho de que uno d~ los usos m~s importantes del lengüaje eva-
luativo. sea .Um.to el cie legitimar como el de describir las actividades
y.actitudes de los grupos sociales hegemónicos. La significación de
esta consideración se puede apreciar si volvemos por un momento
al ejemplo principal que examiné en el ensayo Principios inoráles
y cambio social. Consideré el caso de aquellos entrepreneurs de
principios de la modernidad en Inglaterra que tan ansiosos estaban
de persu,adir a sus contemporáneos de que, aunque sus empresas
comerciáles pudieran. apareéer moralmente reprochables,·merecían
en realidad Gierto respeto. Uno de los recursos que adoptaban era el
de.discutir que su comportamiento, tan caract~rísticamente puntual
y consci~nt~, se'podía entender mas aproj:>iadfilnente como religio-

29
Williams, 1976: 43. Pero en Williams, 1983 esta propuesta se ha eliminado.
30 Williams, 1976: 53; Williams, 1983: 62.
31
Williams, 1976: 13-14. Pero en Wtlliams, 1983: 16, la propuesta se ha modificado.
180 EL GIRO CONTEXTUAL

so en carácter, y, por consiguiente,. como si estuviera motivado por


píos que eran píos y no meramente egoístas. El propósito que per-
seguían era desde luego legitimar su comportamiento al insistir en
describirlo en términos que eran altamente recomendables.
Ahora bien, puede parecer -y ésta es evidentemente la opinión
de Williams-que este tipo de ejemplo encaje precisamente en la
metáfora de ver al lenguaje como un espejo de una realidad social
más básica. Al comerciante se le percibe como si estuviera rela-
cionado con una forma de vida más o menos dudosa para la que
ha de tener fuertes motivos para pretender exhibirla como legíti-
ma. Así que aquél ha de profesar sólo esos principios, y ha de ofre-
cer sólo esas descripciones, que es lo que hace que pueda presen-
tar lo que está haciendo·a la luz de una moral aceptable. Ya que la
selección de los principios y la descripción con la que los acom-
paña están relacionadas con su conducta obviamente de una mane-
ra ex post facto, parece dificil que la explicación de su conducta
necesite depender cuando menos del estudio del lenguaje moral
que pueda elegir usar. La elección de su vocabulario aparece como
si estuviera d~forminada por sus necesidades sociales previas.
Me pareée a mí; no obstante, que esto es no saber comprender
el papel del vocabulario normativo que una soeiedad utiliza para
la descripción y evaluación de su vida social. El comerciarite no
puede esperar describir cualquier acción que pueda decidir hacer
como si fuera «religiosa» en carácter, sino' sólo aquellas que se
pueden reivindicar con cierta pláusibilldad que reúnen fos crite-
rios aceptados que existan para la aplicación del término. De donde
se infiere que, si está interesado en ver que su· condueta sea vista
como la qu~ corresponde a un hombre verdaderamente religioso,
se verá limitado únicamente a la realización de un cierto ratigo de
acciones. Así pues, el problema con el que se enfrenta el comer-
ciante que desea que lo vean sobre todo como·un hombre piado-
so, y no como alguien preocupado únicamente por satisfacer sus
necesidades, no puede consistir.solaJ11ente en la dificultad instru-
mental de maquillar la explicación de sus principios para que enca-
jen dentro de sus proyectos. Debe ser en parte un problema de cómo
maquillar sus proyectos para que puedan responder al lenguaje pre-
existente relativo a los principios morales32 •

3z Aquí me baso en Skinner, 1978, vol. 1: x.i-xiii.


QUENTIN SKINNER 181

La historia del comerciante sugiere dos moralejas, y terminaré


presentándolas. Una es que debe ser un error representar la rela-
ción entre nuestro vocabulario social y nuestro mundo social como
si fuera puramente externa y contingente. Es cierto que nuestras
prácticas sociales nos ayuda a darle sentido a nuestro vocabulario
social. Pero no es menos cierto que nuestro vocabulario social nos
ayuda a constituir el carácter de esas prácticas. Reconocer el papel
que desempeña el lenguaje evaluativo en la formación de la legi-
timación de la acción social es reconocer el punto mismo en donde
nuestro vocabulario social y nuestra fábrica social se interrelacio-
nan entre sí. Tal vez podamos ir incluso más lejos (como lo ha
hecho Charles Taylor) y añadir que, aunque «podamos hablar de
una dependencia mutua si nos gusta», lo que necesitamos realmen-
te reconocer «es lo artificfal que resulta la distinción entre reali-
dad social y el lenguaje que describe esa realidad social»33 •
La otra moraleja es que, si en realidad existiera una relación
causal entre el, lenguaje social y la realidad social, hablar del pri-
mero como si fuera un espejo de la otra podría suponer que la direc-
ción a la que apuntan los vínculos causales fuera errónea. Recu-
perar la naturaleza del vocabulario normativo, que está a nuestra
disposición para describir y evaluar nuestra conducta, es al mismo
tiempo identificar una de las limitaciones de nuestra conducta
misma. Lo que, por su parte, sugiere que si queremos explicar por
qué los agentes sociales se centran en ciertos cursos de acción y
evitan otros, estamos obligados a hacer referencia al lenguaje moral
que prevalece en la sociedad en que aquéllos actúan. Este lengua-
je, según aparece ahora, no surge como un epifenómeno de sus
proyectos, sino como una condición determinante de sus propias
acciones.
Concluir con estas dos moralejas es hacer una advertencia a los
críticos literarios como a los historiadores sociales por igual de
evitar una forma prevaleciente pero poco provechosa de reduccio-
nismo. Pero también significa sugerir que las técnicas especiales
de la critica literaria desempeñan --o deberían de desempeñar-
un papel fundamental dentro de los asuntos de la crítica literaria,
que una obra como la Keywords de Williams apenas si ha comen-
zado a reconocer.

33
Taylor, 1971: 24.
182 EL GIRO CONTEXTUAL

BIBLIOGRAFÍA

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M. Anscombé, 2,ª ed., Oxford.
5. AMBIGÜEDAD MORAL Y EL ARTE
DE LA ELOCUENCIA DEL RENACIMIENTO*

Si consideramos las principales obras de la fifosofia inglesa


escrita en la edad de la revolución científica, sería dificil que nos
percatáramos de la preocupación que frecuentemente demuestra
sobre lo que Jobn Locke, en su Essay Conceming Human Unders-
e
tanding, llama.la «duda incertidumbre», la «gran incertidumbre
y oscuridad» que afecta a la aplicación de.lostérminos moralés 1•
Este sentido de creciente ambigüedad y confusión ·sobre la des-
cripción y la evaluación de las acciones humanas estaba, por ejem-
plo, muy extendido en la primitiva Royal Society. Subyace en el
pl~ de 1668 de Jobn Wilkins para la construcción de lo que él lla-
maba un lenguajefilosófico2 , y se encuentra presente en laHistory
de la sociedad publicada pórThomas Spraténlos años previos, en
la que se quejaba que el uso de un lenguaje ambiguo y excesiva-
mente elaborado haya <<ya inundado la mayoría de las Artes y Pro-
fesiones»3. · · ·· · · . .
Una preocupación 'similar impregna el análisis de Locke en el
libro III delEssay éoncerning Human U11derstánding, lo que él
llama «las imperfecciónes y abusos» de las palabras:
Los nombres de los hombres, los de cualquier Idea compuesta, como
los de la mayor parte de las Palabras morales, rara vez tienen, en dos

* Este ensayo es una versión más revisada y ampliada de un artículo que apareció
originariamente bajo el mismo título en Essays in Criticism, 44 (1994), pp. 267-292.
1
Locke, 1979, III.IX, 4 y 6: 477.
2
Slaughter, 1982 percibe correctamente la aparición del proyecto del lenguaje uni-
versal como una respuesta a las insuficiencias del lenguaje. Pero cuando discute a John
Wtlkins se centra en sus esperanzas de crear defmiciones fijas y taxonomías en lás cien-
cias. Es necesario que se acentúe que mantenía las mismas aspiraciones para el discur-
so moral y religioso. Para una discusión de su intención de desenmascarar los «graves
errores» de la religión que se «atrincheran bajo el ropaje de frases afectadas» véase Sha-
piro, 1969 especialmente p. 129. Para estudiar su intento de proporcionar una tipología
fija de las virtudes y los vicios véase Wtlkins, 1668: 206-213. Para otras discusiones del
proyecto de Wilkins véase Knowlson, 1975: 91-107 y Stillman, 1995: 228-262.
3
Sprat, 1959: 111.

[183]
184 EL GIRO CONTEXTUAL

Hombres diferentes, la misma significación precisa, ya que las Ideas com-


plejas de un Hombre raramente coincide con las de otro, y a menudo
difiere de las que había tenido ayer, o tendrá mañana4 •

Como resultado de estas confusiones, Locke continúa, hay «ape-


nas un Nombre, de cualquier Idea compleja (por no decir nada de
los otros), que, en el uso común, no tenga una gran amplitud, y que
manteniéndose dentro de los límites de lo Apropiado, no se. con-
vierta en el signo de ideas muy diferentes»5• . ·
Poco tiempo antes de que Locke hiciera estas advertencias en
1690, ya encontramos a Thomas Hobbes considerando el mismo
problema en términos que Locke parece en varios momentos seguir
casi palabra por palabra. Tan pronto como en 1640 Hobbes había
observado en The Elements ofLaw «con qué inconstancia se han
establecido los nombres y cómo están sujetos ·a la equivocación>>
y de qué manera estas ambigüedades actúan como una barrera en
la construcción de una genúina ciencia civil6• Para cuando publi-
có el Leviathan en 1651 estaba dispuesto a llevar. al.argumento
mucho más lejos. No sólo reafirma el hecho de que tüdo el mundo
está continuamente en desacuerdo sobre la aplicación de los tér-
minos evaluativos; hasta tal punto que .«el mismo hombre, en diver-
sos momentos, no está de acuerdo consigo mismo; y una vez alaba,
es decir, llama Bueno, lo que en otro tiempo despreciaba, y llama-
ba Malo»7. Lo que le hace ir tan lejos hastaafirmar que esto expli-
ca por qué la condición natui:atde la humanidad debe s.er necesa-
riamente la de hostilidad mutua, ya que estas diferencias son las
causas principales de <<Disputas, Controversias, y por último de la
Guerra» 8 •
Estas consideraciones me conducen a la cuestión que quiero
plantear. ¿Por ·qué había tanta preocupación en este período sobre
lo que se veía como una creciente inhabilidad para ponerse de
acuerdo sobre la aplicación apropiada de los términos evaluati-

4
. Locke,
1979: ID.IX: 6, 478.
5
Locke, 1979: ID.IX: 479.
6
Hobbes, 1969b: 23. Si bien Hobbes, 1969b es la edición estándar, contiene tantos
errores de transcripción que he preferido citarla de fa British Library, Harl. MS 4235:
Thomas Hobbes, The Elements ofLaw, Natural! and Politique, con reservas el mejor
manuscrito conservado, aunque las referencias de las páginas que doy son de la edición
de 1969.
7
Hobbes, 1996: 110-111.
8 Hobbes, 1996: 111.
QUENTINSKINNER 185

vos? La cuestión ha sido últimamente muy debatida por los his-


toriadores intelectuales, y una respuesta particular ha ganado una
creciente aprobación. La preocupación, se nos dice, era una res-
puesta al progresivo interés, e incluso a la aceptación de las doc-
trinas del escepticismo pirrónico, un interés que se acrecentó hacia
el final del siglo XVI con el redescubrimiento de los textos de Sexto
Empírico y su explotación por escritores como Montaigne y Pie-
rre Charron9 ~
Ésta ha demostrado ser ciertamente una hipótesis fructífera,
pero ha conducido, creo, a un excesivo énfasis sobre esta corrien-
te particular del pensamiento. Escritores como Hobbes, Wilkins y
Locke no estaban simplemente o primariamente respondiendo a
un conjunto de argumentos epistemológicos. Más bien estaban
reaccionando en contra de toda la cultura retórica del humanismo
dentro de la cual se había desarrollado la moda del escepticismo.
Como tampoco les interesaban principalmente lOs argumentos téc-
nicos que forinulaban los escépticos, ya fueran pirrónicos o de
sello académico. Estaban buscando más bien superar una visión
más genéricamente escéptica que se animaba por la importancia
que los humanistas ponían en el Ars rhetorica, con su caracterís-
ticas insistencia en que siempre habrá dos lados en cualquier cues-
tión, y por eso en cualquier razonamiento moral siempre será posi-
ble construir una argumentación plausible in utramqúe partem, en
ambas partes del caso. Una de las maneras más obvias en las que
Hobbes en particular se mantiene aún enredado con la cultura retó-
rica del Renacimiento es que siempre aspira a controlar la inter-
pretación, a limitar la función de la ambigüedad y a llegar a una
versión autorizada de los textos que sean potencialrriente.subver-
sivos.
Mi hipótesis es, pues, que las preocupaciones que manifiestan
los filósofos del sigfo XVII sobre la ambigüedad moral surge no tanto

9
Existen discusiones interesantes en Brunschvicg, 1944: 113-154; Battista, 1966:
135, 145, 172-175; y Curley, 1978, quien describe valiosamente el transfondo de la
filosofía de Descartes. Pero el argumento había sido desarrollado principalmente por
Richard Popkin. Véase Popkin, 1979, y para una lista completa de sus contribucio-
nes véase Popkin, 1988. El argumento ha sido aplicado específicamente a Hobbes
por un número importante de comentaristas modernos. Véase Missner, 1983; Sara-
sohn, 1985; Kahn, 1985: 154, 181; Tuck 1989: 64, 93, 102; Hampsher-Mónk, 1992:
644-645; Flathman, 1993: 2-3, 43-47, 51-52. Se encuentra una excelente lista corre-
gida en Sorell, 1993.
186 EL GIRO CONTEXTUAL

por la aparición del pirronismo como por renovación por el arte clá-
sico de la elocuencia10 • De hecho, estoy tentado a insistir que no se
trata más bien de una hipótesis como de un hecho. Cuando Hobbes
se pregunta en De Cive sobre «el verdadero carácter de quienes ins-
tigan e incitan al populacho a seguir nuevos caminos», responde que
lo que invariablemente distingue a esos agitadores es «una podero-
sa forma de elocuencia separada del verdadero conocimiento de las
cosas» 11 • Cuando Locke en el libro III del Essay se pregunta por las
fuentes de la ambigüedad y de la confusión, también él pone la mayor
parte de la culpa en <<la Retórica, ese poderoso instrumento del Error
y del Engaño» 12• Acaba proclamando que «todo el Arte de la retó-
rica, excepto por el Orden y la Claridad, toda la aplicación artificial
y figurativa de la Elocuencia de las palabras han sido inventados
nada más que para insinuar Ideas erróneas, incitar a la Pasión, y con
ello a engañar al. Juicio» 13 • Resumiendo la concepción general, Sprat
de manera similar declara en suHistory que la elocuencia es «fatal
para la Paz y las buenas Costumbres», tanto que «debería desterrar-
se de todas las Sociedades civiles» 14•

TI
. .

Para comprender este temor y· descontento por el Ars rh~tori­


ca, necesitamos empezar volviendo a sus principales asunciones:
que en cualquier discusión sobre los asuntos morales y políticos
siempre habrá que formular un argumento plausible para apoyar a
cada uno de los lados del caso. De aquí se sigue que, si he de con-
vencerte de que yotengo razón, será necesario que encuentre algu-:
nos instruméntos para que cambies y te acerques a mi posición. Éste
es uno de los temas que con más prominencia discutía el De Ora-
tore de Cicerón, su diálogo más completo e importante sobre el arte
de la elocuencia. Los diferentes caracteres en la discusión hablan

10
Para un intento de proseguir con este argumento en el caso de Hobbes, véase Skin-
ner, 1996.
11
Véase Hobbes, 1983a. XII.XII: 193 sobre «eloquentia potens, separata a rerum
scientia>> como «verus character sit eorum qui populum ad res novas sollicitant & con-
citant>>.
12
Locke, 1979: IIl.X, 34: 508.
13 Locke, 1979: IIl.X, 34: 508.
14
Spratt, 1959: 111.
QUENTIN SK.INNER 187

repetidamente de la necesidad de contar con abogados en los tri-


bunales de la ley para incitar u obligar al juez, para influenciarlo
o conmoverlo, para presionarlo o forzarlo a que adopte sus puntos
de vistas 15 • (Apenas si se requiere acentuar que tanto el juez como
el abogado se asumen invariablemente que son masculinos.) La
figura de Antonius incluso añade que si un orador se encontrara
frente a un juez «que se muestra activamente hostil hacia su causa
y condescendiente con la de su adversario», debe de «intentar
influenciarlo con alguna clase de maquinación» hasta que le obli-
gue a ver las cosas desde una perspectiva diferente 16 • ·
Sin embargo,· ¿cómo podemos esperar -como aún lo deci-
mos-· inducir a la gente a que se ponga de nuestro lado ante un
conflicto particular? De acuerdo con los retóricos clásicos, nunca
cabría esperar'hablar persuasivamente si carecemos de sabiduría
y de su capacidad de argumentar de manera efectiva. Sin estos
dones intelectuales, insiste Cicerón, nuestro discurso no será mejor
que el de un estúpido charlatáll17 .Sin embargo, jamás podríamos
esperar confiar solamente erí. la fuerza de la razón para conseguir
nuestra victoria en la guerra de las palabras, sólo porque siempre
resulte posible aducir buenas razones in utramque partem. La inelu-
dible conclusión, según los retóricos, es que si hemos de hablar
«victoriosamente» hemos de dominar el arte de la persuasión, a
aprender de qué manera podemos fortalecer nuestra razón con la
conmovedora fuerza de la elocuencia.
Con diferencia el resumen más influyente de esta creencia fun-
damental nos la proporciona. el mismo Ciéeión en las primeras
páginas de su .:De Inventione, una discusión a los teóricos retóricos
del Renacimiento iíiglés nó dejan de referirse. Cicerón admite que
«la elocuencia cuando falta sabiduría nunca es provechosa para las
comunidades civiles» 18 • Insiste, no obstante, que ya que la sabidu-
ría por sí misma «es silenciosa y débil para hablar», la sabiduría
cuando no hay elocuencia aún sirve para menos 19 • Lo que se nece-

15
Cicerón, 1942a, II.XLII, 178, vol. 1: 324; Ill.VI, 23, vol. 2: 18; III.xrv, 55,
vol. 2: 44. [Las traducciones castellanas de los textos latinos citados son obra del editor.]
16
Cicerón, 1942a, Il.XVII, 72, vol. 1: 252: cuando el juez es «amicus adversario et
inimicus tibi», entonces «tanquam machinatione aliqua... est contorquendus»:
17
Cicerón, 1942a, LV, 17, vol. 1: 12-14yl.VI, 20, vol. 1: 16.
18
Cicerón, 1949, I.I, 1: 2: «civitatibus, eloquentiam vero sine sapientia... prodesse
numquam>>.
19
Ver Cicerón, 1949; 1.II, 3: 6 sobre sapientia como «tacita>> e «inops dicendi».
188 EL GIRO CONTEXTUAL

sita «en el caso de que una comunidad vaya a recibir los máximos
beneficios posibles» es ratio atque oratio, un razonamiento robus-
to adornado por una palabra poderosa20 • «Una parte extensa e
importante» de cualquier ciencia civil ha de estar relacionada con
el arte de la elocuencia, y especialmente «por aquella forma artís-
tica de elocuencia que generalmente se conoce como retórica, cuya
función evidentemente es la de hablar de una manera que ha sido
previamente calculada para persuadir>>21 •
La idea de la elocuencia como una fuerza que incita a actuar,
una fuerza capaz de obligar a dudar o a conseguir que una audien.,.
cía se llegue a poner de nuestro lado, la retomó con entusiasmo el
retórico vernacular del Renacimiento inglés22 • Thomas Wilson .se
refiere en su pionero Arte ofRhetorique de 1554 a la habilidad del
orador para «movern sus oyentes, para presionarles u obligarles a
que adopten un punto de vista particular23 • George Puttenham en
su Arte of English Poesie de 1589 habfa asimismo del poder del
orador para engañar a una audiencia24, mientras que Henry Peach-
man en su Garden ofEloquence de 1593 alaba igualmente el poder
del lenguaje figurativo para «atraer la atención de la audiencia»,
con lo que le-ayuda al orador a «llevarlos a su lado, a que estén con
él, a que sean conducidos por él»25 • Este sentido de la elocuencia
como si fuera una fuerza fisica se convirtió en una fórmula encap-
sulada en un conjunto de metáforas que se han mantenido con no-
sotros desde entonces como una forma de dramatizar la vis verbo-
rum, o el poder de persuadir que tiene una expresión. Aún nos
referimos a la capacidad de un hablante elocuente para arrebatar
la atención de una audiencia, también hablamos del poder de un
discurso elocuencia para conmovérnos, para transportarnos, para
embelesarnos. · ·
Queda por preguntar con qué medios la fuérZa de la elocuen-
cia puede alterar o llevarnos a hacer lo que la razón ordena. De

2
ºVer Cicerón, 1949, UI, 3: 6 y I.IV, 5:12 sobre la necesidad de ratio atque oratio
para asegurarse que «ad rem publicam plurima commoda veniunb>.
21
Cicerón, 1949, LV, 6: 12-14: <<magna et amplia pars est artificiosa eloquentia quam
rhetoricam vocant... officium autem eius videtur esse dicere apposite ad persuasionem>>;
22
Para más detalle sobre los retóricos vernáculos que aquí se discuten véase Crane,
1965 y Skinner, 1996: 51-65.
23 Wilson, 1554. Prefacio, Sig. A 2v; cfr. también fos. 34v, 63r, 73r.
24
Puttenham, 1970: 147, 151, 189. Para la atribución del Arte a Puttenham véase
Willcock y Walker, 1970: xi-xliv.
25
Peacham, 1593: 121.
QUENTIN SKINNER 189

acuerdo con los teóricos clásicos de la retórica, lo hace principal-


mente al añadir pathos al lagos, al apelar a las pasiones·o afectos
de tal manera que los ponga en contra de nuestros oponentes y en
favor de nuestra propia causa. La figura de Antonius en De Ora-
tore de Cicerón expresa el punto crucial con una encantadora :fran-
queza. Después de capturar la atención de nuestra audiencia, debe-
mos de intentar de «cambiar y obligarle para que sea gobernada
no por la deliberación y el juicio, sino más bien por el impulso y
la perturbación de la mente»26 • Quintiliano posteriormente expre-
sa el mismo compromiso cuando discute el papel de las emocio-
nes en el libro VI de su Institutio Oratoria. Al levantar las pasio-
nes, mantiene, es cuando «la fuerza de la oratoria es capaz de
exhibirse con su más alto efecto»27 • «Es éste el podern, proclama,
«que domina en los tribunales, éste es el estilo de la elocuencia
que tiene poder sobre todos»28 •
Se puede decir que una deliberada ambigüedad en el uso de la
palabra maniobra (move) se encuentra en el corazón mismo de la
concepción clásica del discurso persuasivo. La tarea principal del
orador c9nsiste en que la audiencia cambie o se mueva para acep-
tar su punto de vista. Sin embargo, el medio más eficaz para lograr
este fin será hablar de tal manera que no sólo consiga persuadir a
su audiencia, sino de «conmoverla grandemente». Como Cicerón lo
resume cuando habla de sí mismo en el De Partitione Oratoria,. «el
discurso que tiene el efecto más grande de cambiar y conmover a
nuestros oyentes será el que es capaz de m<:wer a sus mentes»29 •
Basándose en esas autoridades clásicas, los retóricos de la dinas-
tía Tudor~ volvían una y otra vez a los mismos puntos básicos.
Richard Sherry afirma en su Treatise ofSchemes and Trapes de 1550
que un orador debe de estar siempre «listo y enteramente dispuesto
a mudar y mover las mentes de los hombres»3º. Thomas Wtlson coin-
cide con él en su Arte ofRhetorique en que un orador «debe de per-

26
Cicerón, 1942a, II.XVII, 72, vol. 1: 324: «ipse sic movetur, ut impetu quodam
animi et perturbatione, magis quam iudicio aut consilio regaturn.
27
Quintiliano, 1920-2, VI.II, 3, vol. 2: 416: «quo nihil adferre maius vis orandi
potest>>.
28
Quintiliano, 1920-2, Vl.II, 3, vol. 3: 418: <<hoc est quod dominetur in iudicis, haec
eloquentia regnat>>.
29
Cicerón, 1942b, Vl, 22: 328: «maximeque movet ea quae motum aliquem animi
miscet oratio».
30
Sherry, 1961: 22.
190 EL GIRO CONTEXTUAL

suadir, y mover los afectos de los que le oyen>> si ha de procurar que


«ésta se exprese en lo que dice»31 • Henry Peachman de manera simi-
lar acentúa en The Garden ofEloquence que uno de los fines prin-
cipales del orador debe ser <<mover para amar una cosa» con el fin
de «obligar y dirigir la mente a querer un consentirniento»32 ~
Aún tenemos que saber de qué modo cabe esperar escribir o
hablar en la práctica de manera tan persuasiva. No sin ciertos rece-
los, los retóricos responden que sólo exis:te una manera posible.
Debemos de encontrar algunos medios de «aumentar>> los hechos,
de estirarlos o ·exager~los para qué parezcan más favorables a nues-
tra causa de lo que puedan hacerlo estrictamente a la verdad33 ••La
figura de Antonius expresa la lección con su habitual :franqueza en
el libro 1 de De Gratare:
Orator autem omnia haec, quae putantur in communi yitae consuetu~
dine, mala, ac molesta, et fugienda, muito níaiora et acerbiora verbis fücfr,
itemque ea, quae Vulgo expetenda atque optabilia videntui, dicendo anipli-
ficat atque omat34 •

Quintili~no hace la misma observación incluso de una manera


más directa mientras admitía que, coino los críticos de láA.rs rhe-
torica se lamentan, «es éste un arte que se basa en mover las emo-
ciones al decir lo que es falsó» 35 • Admite que estos métodos tan
extremos sólo pueden justificarse «en el caso de que no exista otra
posibilidad de asegurarse de que 'el juez vaya a llegar a un veredic-
to justo»36 • Pero reconoce de buena gana que·«puesto quienes se
sientan a emitir el juicio son con :frecuencia ignorantes, será nece-
sario hablar a menudo de tal manera que sea posible engañarlos si
se quiere evitar que cometan algunos errores» 37 •

31
Wtlson, 1554: fo. 2v.
32
Peacham, 1593: 63, 65, 77.
33
Para la admisión de que la exageración -incluso «más allá de toda razón>>-- es
indispensable, véase Wtlson, 1554: fos. 63v, 65', 78v.
34
Cicerón, 1942a, I.LI, 221, vol. 1: 156: «El orador en efecto realiza con las pala-
bras todas estas cosas que se creen en la vida ordinaria que son malas, y molestas y que
para evitarlas son más graves y dificiles; y al rríismó tiempo esas otras, que al vulgo les
parecen dignas y deseables, las amplia y adorna cuando las dice».
35
Quintiliano, 1920-2, !LXVII, 26, vol. 1: 336: «et falsum dicat et adfectus moveat».
36
Quintiliano, 1920-2, Il.XVII, 27, vol. 1: 336: «si aliter ad aequitatem perduci iudex
non poterit>>. ·
37
Quintiliano, 1920-2, Il.XVII, 28, vol. 1: 336: «lmperiti enim iudicant et qui fre-
cuenter in hoc ipsum fallendi sint, ne errent>>.
QUENTIN SKINNER 191

Este uso del término «amplificar» para cubrir todo el proceso


de suscitar las emociones alargando la verdad se da~si cabe con
más prominencia entre los retóricos de( tiempo de los Tµdor.
Richard Sherry.le dedica toda .una sección, situándolo delante (y
de manera impfícita contrastándolo con) la noción de prueba retó-
rica. Su principal preocupación es que la amplificación compren-
de «una gran parte de la elocuencia», puesto que un orador si~m­
pre e inevitablemente estará preocupado con «aumentar o la
disminución» de los hechos con la intención de ganar ante su
audiencia38 • Thomas Wilson asimismo argumenta que los mejores
medios para lograr <<una adecua.da inducción de los afectos» es por
medio de la <<Amplificación>>, el término que él emplea para desig-
nar la técnica de «aumentar y alargar vehementemente» nuestros
argumentos de man~ra que «incite al juez o a los oyentes al ódio,
o que por el .contrario mitigue y suavice el rencor concebido»39 •
Posteriormente Henry Peachman demostró tener una comprensión
similar del término, argumentando que «todo aumento y disminu-
ción» es obra de la amplificación, los medios «con los que los
oyentes se pueden mover a los oyentes a que les agrade lo que se
dice»4º.
Generalmente se ha considerado que había dos métodos ptjn-
cipales de amplificación, ambos lo tratan los retóricos como par..;.
tes del ornatus y, por consiguiente, como aspectos de la elocutio,
el tercero de los cinco elementos que forman parte de la teoría clá-
sica de la elocuencia41 • Se dÍce que el más importante es el uso de
las figuras y de los tropos para prestar color a nuestras expr~siones,
haciéndolas así más persuasivas y «coloristas»42 • El otro método más
característico es el de poner en duda y cambiar las descripciones
en lugar de agrandarlas. El objetivo del orador es en este último

38
. Sherry, 1961: 70.
39
Wilson, 1554: fos. 63' y 71 v.
40
Peacham, 1593: 119, 121.
41
Ver Ad C. Herennium, 1954, l.II, 3: 6 quizás para el resumen más influyente de la
opinión sobre la retórica como Ars que tiene cinco partes, con la elocutio (que incorpo-
ra el ornatus, es decir, las figuras y los tropos) como su tercer elemento. Para una dis-
cusión del lugar que ocupa la. elocutio en la retórica clásica y del Renacimiento véase
Vickers, 1981.
42
Sobre el ornatus como el elemento que da color y sobre la relación entre añadir
color y mejorar los argumentos con el color, véase, por ejemplo, Wilson, 1554: fos. 86r,
fo 5 , 39v a 810r [recte 90'] y fo. 11 lv. Para una discusión más amplia de este aspecto de
la teoría del lenguaje persuasivo véase Skinner, 1996: 181-211.
192 EL GIRO CONTEXTUAL

caso el de redescribir una acción dada o situación de manera que


aumente o agote su significación moral, esperando con ello alte-
rar la actitud de su audiencia para que se alíe con su caso. Es en
esta distintiva técnica, que está relacionada con lo que Hobbes des-
pués describiría como «retorización>> del discurso m:oral43 , en la
que ahora me gustaría concentrarme. · ·
Como ya hemos podido ver en mi· ensayo Retrospect: studing
rhetoric and conceptual change, la explicación más completa e
influyente de esta técnica había sido ofrecida por Quintiliano, que
es el primero en discutirla en el Libro IV de su Instituto Oratoria
cuando considera cuál es la mejor manera de presentar la narra-
ción de los hechos. Supongamos que nos tuviéramos que enfren-
tar con un oponente que ha conseguido presentar los hechos de un
caso «de tal manera que soliviante a los jueces y lós deje llenos dé
odio hacia nosotros»44 • ¿Qué deberíamos de hacer para responder-
le? Debemos de reforinular los mismos hechos, según sugiere Quin-
tiliano, pero no de la misma manera. «Hemos de asignarles unas
causas diferentes, una estado de ánimo diferente y un motivo dife-
rente a lo que se ha hecho» 45 • Sobre todo, «debemos de intentar
elevar la aceión tanto como sea posible con las palabras que emplea-
mos: por ·ejemplo, la prodigalidad se debería de rédescribir más
indulgentemente como liberalidad, la avarieia como precaución,
la negligencia como simplicidad de espíritu>>46 • Debemos, en surria,
de reemplazar las descripciones ofrecidas por nuestros adversarios
con un conjunto de términos que represente la no menos plausi-
blemente, sino que sirva al mismo ·tiempo para situarla en una luz
moral más característica.
El análi~is de Quintiliano se.asumió por los retóricos de la época
de los Tudorque ya he señalado. Richard Sherry nos refiere direC:-
tamente a Quintiliano en el curso del examen, bajo el epígrafe de
la «Disminución>>, el proceso por el que «graves asuntos se hacen

43
Hobbes, 1983b: 26. La frase se debe al traductor de Hobbes, que ha sido ahora
identificado en Malcolm, 2000 como el poeta Charles Cotton.
44
Quintiliano, 1920-2, rv.rr, 75, vol. 2: 90: <<incendit iudices et plenos iraea reliquib>.
45
Quintiliano, 1920-2, rv.rr, 76-77, vol. 1: 90: «eadem [exponemus] sed non eodem
modo; alias causas, aliam mentem, aliam rationem daba».
46
Quintiliano, 1920-2, rv.rr, 77, vol. 2: 90-92: «Verbis elevare quaedam licebit; luxu-
ria liberalitas, avaritia parsimoniae, negligentia simplicitas nomine lenitun>. Para una
explicación sobre de qué manera este análisis fue asumido posteriormente por los teó-
rico romanos de la retórica véase el vol. 3 de Visions ofPolitics, capítulo rv, sección I.
QUENTIN SKINNER 193

ligeros por las palabras, como cuando alguien que ha sido golpeado
por un granuja, y éste a su vez afirma que sólo le dio un pequeño
golpe»47 • Más adelante añade un número de otros ejemplos para
ilustrar la misma técnica:
La primera manera de aumentar o disminuir es cambiando la pala-
bra de la cosa, cuando se aumenta utilizamos una palabn1 más cníel, y
una más suave al disminuir, como cuando decimos que un ladrón es ú.n
hombre malo, y decimos que nos ha asesinado cuando en realidad rios
ha golpeado.Y aún es más vehemente si al corregir comparamos pala-
bras más grandes con otras que ya antes hemos puesto, como: «No nos
has traído a un ladrón, sino a un extorsionador, no a un adúltero sino a
un violador, etc.»48 •

Aunque rio menciona el hecho, Sherry toma su ilustración.casi


palabra por palabra del principio de la sección de Qriintiliano sobre
la amplificación.
Thomas Wilson sigue el análisis de Quintiliano apenas con algu-
na ligera variación en su Arte ofRhetorique. Empieza observando
que «la primera clase de Amplificación consiste en cambiar una
paiabra, cuando la aumentamos utilizamos una mayor, cuando la
disminuimos utilizamos una menorn 49 • Entre fos ejemplos para
ilustrar el uso del artificio de la extenuación, sugiere llamar al
«hombre que es cruel o irimisericorde de un juicio algo· áspero»,
o a <<un tonto por naturaleza un hombre simple», o a <<UJ.Ícé:moci-
do adulador un hombre de justa palabra, a un glotón un buen com-
pañero de mesa, a un manirroto un caballero liberal, a: un ínisera-
ble o un avaro, un buen marido, un hombre próspero»5º.
Después de estas discusiónes pioneras de mediados del siglo XVI,
encontramos que los mismos argumentos y ejemplos se utilizan
án:ipliamente51 • Henry Peachman incluye una lista de redescripcio-
nes basadas en la «extenuación>} en la primera edición de su Gar-
den ofEloquence de 1557 para ilustrar la mejor manera que pode-
mos esperar «excusar nuestros propios vicios, o los de los otros
hombres que defendemos» 52 • George Puttenham habla en térmi-

47
Sherry, 1961: 61.
48
Sherry, 1961: 70-71.
49
Wilson, 1554: fo. 66v; cfr. también fo. 69r.
50
Wilson, 1554: fos. 66v, 67r. Ascham, 1970: 206-207.
51
Véase Cox, 1989.
52
Peacham, 1971: sig. N, iiiiv.
194 EL GIRO CONTEXTUAL

nos muy parecidos en su Arte of English Poesie de 1589 sobre


«palabras y frases de extenuación o disminución>> que esperamos
poder usar para «excusar una falta, y hacer que una ofensa parez-
ca menos de lo que es» 53 • Sus ejemplos incluyen decir «de un gran
robo, que no fue más que un rateo: de un declarado rufián que es
un hombre alto que le pesan las manos: de un pobre manirroto que
es un hombre de gran corazón: de un conocido disoluto que es un
joven vehemente, y otras frases semejantes»54 •
Si bien.estos escritores consideran esta técnica con una inmen-
sa significación retórica, tienen, no obstante, diferentes opinio-
nes sobre cómo se deberían de nombrar y clasificar. La sugeren-
cia original de Aristóteles en el Libro tercero de El «Arte» de la
Retórica había sido que, .cu;:i.ndo aumentamos o disminuimos.una
acción al reciescribirla, tendríarrios que pen.Sar que estamos emplean-
do una especie de metáfora55 • Deberíamos de esta manera a estar
inclinados a tratar este recurso como uno de los tropos del discur-
so. Sin embargo, no fue ésta una propuesta que encontrara mucha
aceptación entre los teóricos romanos dé la elocuencia. Como
hemos visto,Ja sugerencia inicial de Quintiliano era que la técni-
ca en cambio no se debería de clasificar ni como uria figura ni
como un tropo, sino más bien como una forma caraéterística de
amplificatio56 • Posteriormente cambió su opinión, llegando a la
conclusión que probablemente debería de agruparse entre los sche-
mata o figuras del discurso. Añade que quie:nes argumentan a
favor de esta clasificación coinciden generalmente en que el nom-
bre de la figura que empleamos «cuando llamamos a un hombre
sabio en lugar de astuto, o valiente en lugar de temerario, o pre-
cavido enJugar de avaricioso» 57 es el de IlapafüacrroA."fÍ, un tér-
mino que él traduce como distinctio y que define como «aquellos
medios gracias a los cuales cosas que son similáres se distinguen
entre sí» 58 •

53
Puttenham, 1970: 220.
54
Puttenham, 1970: 220.
55
Aristóteles, 1926, III.II, 10: 355-357.
56
Quintiliano, 1920-2, VI.TI, 23, vol. 2: 430: cfr.. VIII.IY, 9-14, vol. 3: 266-270.
51 Quintiliano, 1920-2, IX.III, 65, vol. 3: 482: «Cum te pro astuto sapientem appe-

lles, pro confidente fortem, pro illiberali diligentem>>.


58
Ver Quintiliano, 1920-2, IX.III, 65, vol. 3: 482 sobre distinctio, «qua similia... dis-
cemunturn. Para la historia del término véase el vol. 3 de Visions ofPolitics, capítulo 4,
sección II.
QUENTIN SKINNER 195

La terminología de Quintiliano fue ampliamente aceptada por los


retóricos del tiempo de los Tudor, si bien preferían generalmente
transliterar el término griego antes que ofrecer una traducción pro-
pia, de ahí que llegaran a la invención del término paradiástole.
Henry Peachman está de acuerdo con que, cada vez que gracias a
una diestra interpretación excusamos nuestros Vicios, o los de otros
hombres a quienes defendemos, al llamarfos virtudes «estamos sir-
viéndonos de la figura de las paradiástole»59 • George Puttenham de
manera similar explica que «si semejante moderación con las pala-
bras tiende a la adulación, o a ablandar, o excusar, se debe a la figu-
ra de la paradiástolé, el nombre dehecurso que utilizamos cuándo
buscamos disminuir o rebajar la fueri:a de las palabras»6º.' ·
Es sobre la figura de la paradiástole sobre la que enfocaré la
atención lo que queda del ensayo. Una razón para centrarme en
ella es que de momento ha atraído una escasa atención de parte de
los historiadores de la retórica. Pero mi principal razón es que
ocupa, como he llegado a comprender, un lugar ele gran importan-
cia en el desarrollo del pensamiento moral y político de comien-
zos dé la época moderna. Estaríádispuestó a ir tan: Íéjos como afir:-
mar que gran parte de las preocupaciones manifestadas por los'
filósofos que empecé citando sobre las' peligrosas consecuencias
de la Ars rhetorica estaban dirigidas contra ,~ste párticlilar recur-
so. La redescripción retórica era considerada poi los segiiidores
del discurso científico como Wilkins~ o como los que defendían la
ciencia civil como Hobbes, como una de las técnicas persuasivas
que tenían más necesidad de neutralizar o superar61 •

III

Existen algunas cuestiones obvias que había que preguntar sobre


la técnica de la paradiástole, y continuaré considerando de qué
manera los retóricos y los filósofos se propusieron responderlas.
Merece la pena preguntar en primer lugar de qué manera nos pro-

59
Peacharn, 1971: sig. N, iiiiv.
60
Puttenharn, 1970: 184.
61
Para observaciones valiosas, sin embargo, véase Cox, 1989: especialmente 53-55
y Whlgham, 1984: 40-42 y 204-205: y para una discusión más reciente véase Condren,
1994: 78-84 y Skinner, 1996: 138-180.
196 EL GIRO CONTEXTUAL

ponemos emplear tal método de redescripción .• Puede que parez-


ca, por ejemplo, que una virtud como la valentía y su vicio opues-
to, la cobardía, sean nombres de acciones que son categorialmen-
te distintas. ¿Qué esperanza tenemos de redescribir retóricamente
la una en términos de la otra sin que se parezca obyio que haya-
mos dejado de hablar· de la misma acción?
La respuesta dada por los retóricos refleja la continua influen-
cia de Aristóteles tanto sobre el pensamiento moral como el retóri-
co del Renacimiento. La pista se nos dice se halla en reconocer que
muchas de las virtudes y de los términos que consecuentemente
empleamos para describir y evaluar las acciones humanas, consti-
tuyen el justo medio entre clos vicios extremos. La consecuencia
fundamental es que muchas virtudes y vicios deben de mantener
por lo tanto una relación de proximidad entre sí. Como Hobbes iba
a expresarlo en su traducción latina de la Retórica de Aristóteles,
se podría decir que «son limítrofes»: como sondos países vecinos,
que se pueden describir compartiendo ciertos límites o fronteras 62 •
Los retóricos romanos pusieron mucho énfasis en esta conse-
cuencia, presentándola en la forma de una reivindicación de que
las buenas cuálidades a menudo parecen vicinae o próximas a los
vicios. Cicerón expresa en esos términos lo mismo cuando discu-
te el concepto fundamental de honestas en libro II de su De Inven-
tione. Las disposiciones ql.Íe se han de evitar si queremos actuar
bien «no son sólo las opuestas a las virtudes, como lo es la valen-
tía de la cobardía y la justicia de la injusticia»63 • Por ejemplo,· «la
desconfianza es la opuesta a la confianza y es por ello un vicio; la
audacia no es lo contrario, sino lo que está cerca y próximo y es
también un vicio. Así, en cada virtud se encuentra un vicio veci-
no»64. Quintiliano desarrolla un argumento similar en su Institutio
Oratoria, ilustrándolo específicamente con el arte de la oratoria.
Cuando considera los méritos de un orador inexperto en el libro II

62
Hobbes MSS (Chatsworth) MS Dl: 24. «Confinia virtutibus vitia>>. EstenÍanus-
crito es una paráfrasis del texto de Aristóteles que hizo Hobbes para utilizarlo en sus cla-
ses a comienzos de la decáda de los treinta del siglo XVII. Para más detalles sobre este
manuscrito véase el vol. 3 de Visions ofPolitics, capítulo 1, nota 27 y capítulo 2, nota 79.
63 Cicerón, 1949, Il.LIV, 165: 332: <<non ea modo que his [se. virtutibus] contraria

sunt, ut fortitudini ignavia et iustitiae iniustitia, verum etiam illa quae propi.nqua viden-
tur et finitima esse».
64
Cicerón, 1949, Il.LIV, 165: 332: <<fidentiae contrarium est diffidentia et ea re vitium
est; audacia non contrarium, sed appositum est ac propinquum et tamen vitium est. Sic
uni cuique virtuti finitimum vitium reperietur>>.
QUENTIN SKINNER 197

repite que <<hay una cierta cualidad vecina entre los vicios y las vir-
tudes»65. Continúa citando (sin que llegue a reconocerlo) tres ejem-
plos de Aristóteles sacados de El «Arte» de la Retórica: la calum-
nia puede pasar por franqueza, la temeridad por coraje, la
extravagancia por liberalidad»66 . ·
Con estas consideraciones sobre el vicio y la.virtud como veci-
nae, los retóricos llegaron a la explicación der por qué se podría
esperar siempre usar la técnica de la paradiástole para excitar los
sentimientos de la audiencia. Debido a estas relaciones de proxi-
midad, un hábil orador siempre puede desafiar la descripción ofre-
cida de una acción con algún indicio de plausibilidad. Siempre
puede extenuar una acción mala imponiendo sobre ella el nombre
de un vicio próximo. El fin, como Cicerón lo expresó en D.ePar-
titione Oratoria, es que «es preciso.que seamos prudentes, si no
queremos caer en aquellos vicios que parecen imitar las virtud.es»67 .
Podemos fácilmente caer víctimas del hecho de que la «astucia
imita la prudencia, la insensibilidad la temperancia, el orgullo de
conseguir honores como desdeñarlos imitan la magnanimidad, Ja
estravaganza imita la liberalidad y la audacia a la valentía»68 .
Los poetas y moralistas de la Inglaterra de los Tudor ofrecen un
análisis muy similar de lo que hace posible la redescripción retó-
rica. Revelaban una especial inclinación por las imágenes del dis-
fraz, acentuando cómo la proximidad entre lo bueno y lo malo con-
tribuye demasiado fácilmente a que los vicios se enmascaren
escondiéndose bajo el manto de la bondad. Quizá el primer escri-
tor inglés en comentar la técnica de la paradiástole de esta mane-
ra fue SirThomas Wyatt en la versión que hizo en 1536 dela sáti-
ra de Luigi Alammani sobre la vida en la corte 69 . AWyatfle

65
Quintiliano, 1920-2, II.XII, 4, vol. 1: 284: «faite praeterea quaedam virtutum vitio-
rumque vicina».
66
Aristóteles,1926, I:IX, 28-29: 96-98. Cfr. Quintiliano, 1920-2, II.XII, 4, vol. 1:
284: «maledictus pro libero, temerarius pro forti, effusus pro copioso accipiturn. .
67
Cicerón, 1942b, XXIII, 81: 370: «Cernenda autem sunt diligenter, ne fallunt ea
nos vitia, quae virtutum videntur imitari>>.
68
Cicerón, l 942b, XXIII, 81: 3 70: «Nam et prudentiam malitia et temperantiam
immanitas in voluptatibus aspernandis et magnitudinem animi superbia in nimis exto-
llendis et despicientia in contemnendis honoribus et Iiberalitem effusio et fortitudinem
audacia imitatun>.
69
Para Alammanni, y para la impresión del poema que utiliza Wyatt, véase Mason,
1986: 260-263. Sobre la <<fascinación del ego» que se encuentre en él rechaza de Wyatt
del cinismo cortesano véase Greenblatt, 1980: especialmente 127-156.
198 EL GIRO CONTEXTUAL

preocupaba desacreditar las.artes cortesanas, pero explica al mismo


tiempo que los cortesanos deben de entender cómo ocultar sus
vicios bajo el manto de las virtudes:

My wit is naught. I cannot learn the way.


An much the less ofthings that greater be,
· That asken help of colorirs óf device
To join themean with each extremity:
With the nearest virtue to cloak away the vice70 •

Estas reflexiones encontraron eco en muchos moralistas de la


siguiente generación. Thomas Nashe es uno de los escritores que
hace un extenso uso de las metáforas similares a las máscaras y al
disfraz. Por ejemplo en: su Anatomie ofAbsurditie afirma que, si
un inglés llegara sólo a italianizarse la mitad de lo que ya están los
vicios no encontraría un camino tan fácil para «enmascararse bajo
el viso de la virtuci»71 • Thomas Lodge es otro moralista conserva-
dor que habla en términos similares. En el Prefacio de·su tra:duc.:
ció:i:r de Séneca explica que la razón por la que se necesita tanto las
enseñanzas de Séneca es que hoy en día percibimos la virtud «pero
en una sombra; que sirve de velo para cubrir muchos vicios»72 •
Una segunda cuestión que parece natural preguntar sobre la
técnica de la paradiástole esla relación que mantiene son el fin o
propósito de usarla. ¿Por qué alguien querría: deliberadamente
introducir esas ambigüedades dentro de los argumentos morales
y políticos? Los retóricos de la época de los Tudor responden inva.,.
riablemente señalando el valor del recurso como .un método de
extenuación, un instrumento para aumentar ló que se puede decir
a favor de lJUª acción o disminuir lo que se puede decir en su con-
tra. Cuando Thomas Wilson discute «la primera clase de ampli-
ficacióm> -la de «aumentar>> o «disminuir» la fuerza de una frase
«cambiando fas palabras>>- asume que el fin de hablar·de esta
manera siempre será exhonerar o excusar73 • George Putteham de
manera similar alude a la idea de suavizar las culpas o las faltas
cuando propone renombrar la figura de la paradiástole «the Curry-

?º Wyatt, 1978: 187. Cfr. Whigham, 1984: 204; y para un comentario véase Mason;
1986: 283-289.
71
Nashe, 1958, vol. 1: 10.
72 Lodge,1614: Sig. XX, F.
73
Wilson, 1554: fos. 66" a 67f.
QUENTIN SKINNER 199

favell» 74 • «Curry» significa barrer o cepillar, mientras que Fau-


vel era el nombre del caballo en el poema de Gervais de Bus del
siglo XIV Le Roman de Fauvel, cuyas iniciales se refieren a los
vicios de Flaterie, Avarice, Vilanie, Varieté, Envíe y Lascheté75 •
Emplear el curry-favell, de acuerdo con Puttenham, es discul-
par o por lo menos extenuar _los vicios. -Sin duda debido a la
influencia d_e tales discusiones, los poetas y moralistas del perío-
do se concentraron asimismo en el poder de las redescripciones
retóricas para mitigar y excusar.. Sir, Thomas Wyatt re refiere
incluso específicamente a la adulación de Fauvel cuando enume-
ra las artimañas cortesanas de quienes <<juntan los medios con
los extremos»:

As drunkenness good fellowship to call;


The friendly foe with llis double face
Say he is gentle and courteous therewithal;
And say that Favel hath a goodly grace
In eloquence; and cruelty to name
Zeal of justice and change in time and place76 •

Las amargas reflexiones de Wyatt sobre la hipocresía cortesana


tuvieron un gran eco para la: siguiente generación en la vieja Arca-
dia de Sir Philip Sidney. Cuando el príncipe Basilio se pierde_ en
la caza, se encuentra con la necia de Dametas, cuya forma de hablar
vulgar y violenta la toma por un signo de sagacidad. El príncipe
se halla verdaderamente encantado y presenta a Dametas a su corte
«con un signo aparente de su buena opinión». Sidney sardónica-
mente describe el desenlace: «Los lisonjeros cortes_anos pronto se
dieron cuenta de la intención ·del príncipe de que se podía encon-
trar [ ... ] vestigios de virtud en Dametas. Su silencio se convirtió
en ingenio, su brusquedad en integridad, su ignorancia arumal en
simplicidaci»77 • Como en el caso de Wyatt, uno de los signos de la
habilidad de un cortesano se encuentra en que sea un maestro de
la paradiástolé, el talento de excusar los vicios redescribiéndolos
como si fueran virtudes»78 • · ·

74
Puttenham, 1970: 184.
75
Harman, Milner y Mellers, 1962: 121.
76 Wyatt, 1978: 187-188.
77
Sidney, 1973: 31.
78 Para la significación simbólica del episodio véase Worden, 1996: 146, 151-152,

217-219.
200 EL GIRO CONTEXTUAL

Sería demasiado unilateral suponer, sin embargo, que la para-


diástole se pueda definir realmente-según Henry Peacbman rei-
vindica- como un «instrumento para excusarse»79 • Como Aristó-
teles había observado originariamente en suRetórica, no existe
razón alguna por la que el m:ismo artificio no se púdiera utilizar
para realizar la tarea opuesta de amplificar lo que se dice en con-
tra de un curso de acción menospreciando sus cualidades: aparen-
temente virtuosas. Por citar el propio ejemplo de Aristóteles, es
posible denigrar el comportamiento de un hombre liabifualÍnente
precavido haciendo ver simplemente que en realidad· se trata de
una persona de un temperamento frío y calculador80 , La traduc-
ción anónima de la Retórica de Aristóteles publicada como A Brie-
fe of the Art ofRhetorique alrededor de 163 7, resumía sucintamen-
te el punto general: la misma técnica se puede usar igualmente para
«sacarle el mejor partido a un cosa» o también «para convertirla
en la peor posible»81 •
Aunque los retóricos de la época Tudor ignoran esta última y más
característica posibilidad, un número de poetas y moralistas ponen
en ella su principal interés. Sir Philip Sidney en Astfophid and Ste-
lla se pregill{ta lamentándose que le digan si incluso en las regiones
celestes, se redescriben las más altas virtudes, como se hacen en la
tierra, de tal suerte que las dejan escarmentadas y burladas:

Is constant Lave deem'd there but want ofwit?


Are beauties there as proud as here they be?
Do they above love to be lov'd, and yet
Those Lovers scome whom that Lave doíh po~sesse?
Do they call Vertue there ungratefulnesse? 82 •

Encontramos unos ejemplos sorprendentemente similares en la


hiperbólica obra ciceroniana de John Lyly Euphues de 1579. Lyly
se refiere frecuentemente a la técnica de la paradiástole, y se remi-
te invariablemente a su uso para persuadir a una audiencia para que
sean capaces de ver las virtudes convencionales bajo uÍ:la luz dubi-
tante y ambigua83 • Cuando habla en primera persona, al comienzo

79 Peacham, 1593: 169.


80
Aristóteles, 1926 I.IX, 28: 96.
81 [Hobbes (?)] 1986: 109. Para la traducción véase más arriba, nota 62.
82
Sidney, 1962, soneto 31: 180.
83
Lyly, 1868: 46.
QUENTIN SKINNER 201

de su historia, sobre «aquellos de aguda capacidad», una de sus crí-


ticas es que si alguien trata de «discutir audazmente con ellos, enton-
ces lo toman por desvergonzado: si lo hace fríamente entonces pasa
por inocente». Cuando el personaje de Euphues dirige poco des-
pués su «frío» discurso a su amigo Philautus y al resto de los agra-
decidos amantes, una de las quejas que manifiesta en contra de las
mujeres es que estaban demasiado dispuestas a redescribir las mejo-
res cualidades humanas de tal forma que llegaban a menospreciar-
las. Si un hombre «se muestra amable entonces lo llaman orgullo-
so; [.-.. ]si es franco, tosco; cuando es reservado, cobarde» 84 •.
Una gtmeración anterior a la que escribe Lyly, ya hemos visto
a Wyatt hablando en términos similares sobre su sátira de la vida
cortesana. Aunque empieza criticando a quienes intentan «disfra-
zar el vicio con la virtud más próxima», de inmediato prosigue a
describir la posibilidad retórica opuesta:

And, as to pursue likewise it shall fall,


To press the virtue that it may not risé85 •

Habiendo mencionado las dos estratagemas, concluye ofrecien-


do un ejemplo de una cada una de ellas: ·

And he that suffereth o:ffence without blame


Call him pitiful, and him true and plain
That raileth reckless to every's man shame:
Say he is rude that cannot lie and feign,
TheJecher a}over, and tyranny
To be the righfof a prince's reigii86 :

·Los terribles ejemplos de Wyatt ilustran el doble poder alar-


mante de la paradiástole no sólo para excusar vicios sino, más
directamente, para burlarse de las virtudes.
Una vez que se reconozca cuál es el sentido· oel propósito de
utilizar la paradiástole, surje una cuestión adicional sobre su papel
en elargumento moral y político. ¿Qué deberíamos de pensar de
la técnica? ¿Se ha de admirar o alentar, o es mejor evitarla yrehuir-
la? Si consideramos con estas cuestiones en mente a los escritores

84
Lyly, 1868: 115.
85
Wyatt, 1978: 187.
86
Wyatt, 1978: 188.
202 EL GIRO CONTEXTUAL

que hemos estado tratando, encontramos dos respuestas distinti-


vamente opuestas. Entre los retóricos encontramos una disposi-
ción comprensible a referirse con cierto orgullo a la técnica como
uno de los medios más efectivos de borrar las distinciones entre
las acciones y persuadir a tal efecto, para que la gente las considere
desde un punto de vista poco familiar. George Puttenham, por ejem-
plo, recomienda el uso de la paradiástole como uno de los medios
más útiles <<para hacer lo mejor de una cosa mala, o que una sig-
nificación demuestre su sentido más plausible»87 • En este punto,
sin embargo, los retóricos se ven en una franca minoría. Entre la
clase culta de comienzos de la era moderna en Inglaterra, el hecho
de percibir la existencia de la paradiástole que se inculcaba deli-
beradamente como parte de la enseñanza que proporcionaban las
escuelas y universidades llegó a convertirse en un asunto de gran
preocupación. A medida que los debates políticos y públicos se
polarizaban progresivamente en los primeros años del siglo XVII,
un número de comentaristas empezaron a hablar de la técnica y de
su uso no sólo con preoéupación sino con una creciente frustra-
ción y resentiririento ..
Uno de Iós recursos de esta polarización era el descontento que
sentían los que tenían un temperamento puritano hacia el gobierno
de la iglesia de Inglaterra y hacia los valores de la sociedad ingle-
sa más genéricamente. De acuerdo con ello, hallamos que los que
sienten ciertas simpatías por la causa puritana muestran un disgus-
to creciente por las ideas prevalecientes de la conducta civilizada,
quejándose en particular del orgllllo, la licencia y extravagancia de
la nobleza y de la corte. Además, como observaron un número de
estos com~ntaristas, la técnica de la redescripción retórica era usada
e
con desgraciada frecuencia para excusar incluso glorificar aque-
llos vicios típicos de la época. Joseph Hall, un obispo del tiempo
de Carlos I, que a pesar de ser un simpatizante puritano, describe
lo esencial en un sermón de 1624 titulado The Great Imposter:
El hombre natural sabe bien lo sucias que son las consecuencias de
sus acciones, y por consiguiente no perriritirá que salgan a la lui, sino
que las ocultará con los colorés y vestidos,de las buenas; como ahora que
todos los pájaros de la naturaleza son unos Cisnes; el Orgullo es encan-
tador, la furia desesperada valor; la fastuosidad noble magnificencia;

87 Puttenham, 1970: 184-185.


QUENTIN SKINNER 203

emborracharse civilidad, la adulación cumplimiento, el asesinato vengan-


za y justicia, la Cortesana es una bona femina_, el Mago un hombre sabio,
el opresor un buen marido; Absalón cumplirá sus promesas; Herodes ado-
rará al Niño 88 • ··

Lo que Hall objeta es el uso de la paradiástole para engañar al


pío, redescribiendo arteramente un número de vicios predominan-
tes en términos de las virtudes que están más cerca.
Algo aún más preocupante para los que tenían una sensibilidad
puritana era el sentimiento de que estaban viviendo en una edad
impía en la que a los buenos paulatinamente se les veía con cier-
to desprecio. De nuevo, Joseph Hall se convierte en testigo de esos
sentimientos y una vez más se refiere específicamente al uso de
la redescripción retórica como un instrum.ento para mofarse y de-
sechar la verdadera piedad:
¿Habrían de ser devotos los israelitas? son desagradecidos; ¿Baila
David con alegría delante del Arca? Es un tonto en un baile del pueblo:
¿No habla San Pablo de su visión divina? demasiado saber lo volvió loco.
¿Acaso los discípulos no hablaban milagrosamente todas las lenguas de
Babel? Estarían hartos de vino nuevo. ¿No predicaban el Reino de Cris-
to? son sediciosos; ¿La Resurrección? no son más que charlatanes. ¿Es
que no tiene el hombre conciencia? ¿No es más que un Hipócrita? ¿Se le
puede educar? no atiende a razones: ¿Acaso no tiene una disposición
natural? rudamente incivilizado: ¿No tiene la capacidad de sugerir sabia-
mente? es un adulador: En suma, tal es la malvada artimaña del corazón,
que jamás nos llevará a ver nada en su propia forma, porque lo que es
malo se mostrará como un mal hermoso del que nos enamoramos, y la
virtud fea, para que la aborrezcamos 89 •

· Hall expresa su disgusto no sólo por el uso de la redescripción


retórica para excusar el vicio, sino también por haberse hecho la
tarea más impía de burlarse y ridiculizar la virtud. Como lo resu-
me, «tal es pues la envidia de la naturaleza, que allá donde ve una
cara mejor que la propia, está presta a arañarla, o ensuciarla; y
sabiendo por consiguiente que todas laNirtu~es_ tienen ~a belle-
za originaria en efü1, se empeñará en defo:pp.arla»9º.
De todas las divisiones de la sociedad--mglesa en este ti~mpo,
la más destructiva a largo tiempo surgió de la creciente oposición

88
Hall, 1624: 33.
89
Hall, 1624: 34-35.
90
Hall, 1624: 33-34.
204 EL GIRO CONTEXTUAL

en el Parlamento a la política de la corona y especialmente al


supuesto uso excesivo de las prerrogativas reales. Viendo su pro-
pia campaña como un intento por asegurar la libertad y la justicia,
los oponentes de la corona se indignaron ante los vergonzosos tér-
minos con los que continuamente el.gobierno redescribía su com-
portamiento. Cuando, por ejemplo, Carlos I intentó prevenir el
debate sobre la Petición de Derecho de 1628, Christopher Wan-
desford respondió proponiendo una apelación directa al rey, que-
jándose al mismo tiempo de que la justicia de su causa se estaba
rechazando injustamente:
Protestemos por nuestro derecho. Somos sus consejeros. Nos ha toca-
do una época peligrosa; algunos llaman a los hombres malos buenos, y
a lOs buenos malos, y dulce a lo amargo. La justicia se llama ahora popu-
lar y partidista91 [ ••• ] popularismo y puritanismo se reprochan ahora a los
mejores súbditos92 •

Graduado de Cambridge, donde habría recibido clases sobre el


Ars rhetorica, Wandesford dirige específicamente sús quejas en
contra del uso de la paradiástole para socavar la base de las críti-
cas al gobiemó.
John Milton lanza la misma acusación en su inventiva en con-
tra del desgobierno de Carlos I en su Eikonoklastes de 1649. Pre-
senta su punto de vista en términos atronadores en su capítúlo sobre
el odio del rey hacia quienes se atreven a cuestionar sus prerroga-
tivas:
Esa confianza que el Parlamento lealmente proclama en la afirma-
ción de nuestras Libertades, las llama él otra maquinación para alejar al
pueblo ge él, de sus designios. ¿Qué parte de la Justicia podrían haber
demandado para el pueblo, que el celo del rey no haya equivocado lla-
mándolo un designio para desbaratar su gobierno, y para desgraciarse a
ellos mismos? 93 • ·

Una vez más la objeción es el uso de la paradiástole para hacer


que la conducta virtriosa del Parlamento parezca codiciosa y
corrilpta.

91
Commons Debate 1628, vol. 4: 115.
92
Esta última frase proviene de un informe en los manuscritos de Stowe. Véase Com-
mons Debate 1628, vol. 4: 119.
93 Milton, 1962: 501.
QUENTINSKINNER 205

Entre los partidarios de la corona, sin embargo, la misma acu-


sación se lanzó contre los jefes de la oposición en el Parlamen-
to. Fueron denunciados por emplear la misma técnica, revestir y
disfrazar sus perversos y egoístas motivos bajo los nombres de
las virtudes vecinas. Encontramos ya el cargo en una carta de Sir
Henry Wotton a Sir Edmund Bacon donde ofrece una descrip-
ción satírica de 1614. Wotton relata que John Hoskins era uno de
los cuatro miembros de los Comunes «sentenciados a prisión en
la Torre» al final de la sesión del Parlamento, en su caso el deli-
to era por «libertad licenciosa de bautizar». Wotton prosigue:
«Porque he notado en nuestra Cámara que un patriota falso o fin-
gido se cubre con la sombra de igual moderación, y por la otra
parte, al discurso irreverente se le llama libertad honesta, lo
mismo que en todo lo demás a ningún exceso le falta un nombre
preciosm>94 . Ben Jonson hace una acusación parecida, pero más
desaforada, cuando habla en sus Discoveries sobre los qué se atre-
ven «a censurar las acciones de su soberano». El resultado, se
queja, es que «todos los consejos se hacen buenos o malos según
sean los sucesos», de manera que «ocurre que los mismos hechos
reciben de ellos los nombres ora de diligencia; ora de vanidad;
ora de majestad, ora de furia: cuando deberían enteramente de
morderse la lengua»95 • ·

Semejantes acusaciones sólo se intensificaron después del esta-


llido de la guerra civil eri 1642. Cuando John Bramhall publiéó
su Serpent Salve en 1643, una respuesta a las Observations de
Henry Parker en apoyo al Parlamento, reivindicaba ver la misma
técnica que Parker ponía en práctica en su hipócrita protesta de
patriotismo y lealtad. «Estamos ahora, Dios lo sabe, en este cami-
no de curación» de los males del país, replica Bramhall, un cami-
no en el que «La Ambición, la Codicia, la Envidia, la Novedád, ·el
Partidismo ganará una oportunidad para conseguir sus desdicha-
dos propósitos, bajo el ropaje de la Justicia yel cefo p6r la Comu-
nidad»96. Benjamin Whichcote hace la misma ácusacíón-c9n
una referencia ll1ás clara si cabe al recurso retórico en juego--- en
su sermón denuncia a quienes «que mantienen la Verdad con la

94
Wotton, 1907, vol. 2: 37. Como el mismo Wottonreconoce; la frase que elige cita
a Plinio, Historia Natura/is, XXXVII, 12. ·
95 Jonson, 1988: 404.
96
Bramhall, 1643: 55.
206 EL GIRO CONTEXTUAL

Injusticia» 97 • Una manera de cometer este pecado, declara, es


«haciendo aquello bajo una noción, que el Juicio mismo de un
hombre no le permitirá hacer bajo otra»,·situando con ello nues-
tras acciones «bajo un disfraz». Por ejemplo, es un caso grave de
pecado «cuando un hombre es poseído por la Presunción, o por
un Turbulento Espíritu en la Religión que encuentre satisfacción
en la noción de Celo por la Verdad» 98 •
Entre quienes sienten demasiada preocupación por la paradiás-
tole, una cuestión adicional surge por sí misma. Si su cultivo con-
lleva tan graves peligros para la estabilidad de las sociedades polÍ:-
ticas, ¿qué se puede hacer entonces para limitar o neutralizar sus
efectos? Vuelvo a esta cuestión en el volumen ID de Visions ofPoli-
tics, en particular en el capítulo 4 de la sección VI-donde con-
sidero la respuesta de los teólogos Benjamín Whichcote, Robert
South y otros que predicaron específicamente eIJ. contra de los peli-
gros del dis<?urso de la paradiástole-. Aquí me limito a ofrecer, a
manera de introducción para .mi análisis posterior, un resumen de
la línea general de sus argumentos.
Aunque tales críticos a menudo hacen gala del temor de que la
presencia deL.discurso de la paradiástole nos pueda conducir a un
mundo de una completa arbitrariedad moral, generalmente coin-
ciden que el temor se puede eliminar fácilmente. Primero tenemos
_que hacemos cargo de que las palabras sirven como nombres de
las cosas y de los estados de hecho, y que los términos morales son
nombres de estados de hechos !llorales99 • A continuación nos tene-
íno~ que asegurar, eµ cualquier ·disputa sobre la aplicación de tales
térn:iinos evaluativos, que existe un acuerdo sobre los hechos de la
situación y sobre la definición de los términos que intervienen. Si
logramos re_unir t,ales definiciones éon los hechos, entonces pode-
mos, esperar ver qué térniinos se pueden aplicar adecuadamente y
qué'descripciones, por su parte, se podrían descartar. Como Robert
South lo resume, asumiendo que estemos dispuestos «a conside-
rar y a: sopesa;: fas circunstancias, a distinguir y ver entre la niebla
del error, y separarla apariencia de la realidad», siempre podemos

97
El texto del sermón se refiere a Romanos, 1:8. [Nota del editor: la referencia al
texto de San Pablo no es correcta en la edición original, debería de ser Romanos, 1:18.]
9s Whichcote, 1698: 80.
99
Para una explicación de cómo la doctrina de qüe las palabras se encuentran en
lugar de las cosas animadas en el proyecto de Wilkins para un lenguaje filosófico véase
Slaughter, 1982: 161-163.
QUENTIN SKINNER · 207

esperar llegar «a un completo descubrimiento del verdadero bien


y mal de las cosas» 1ºº·
Es necesario que acabe, sin embargo, acentuando que esta línea
de argumento tan optimistamente realista fue puesta en duda a
comienzos de la filosofia moderna por una de las voces más escép-
ticas y desafiantes. La voz de Thomas Hobbes, quien en el Levia-
than insiste en que todos esos intentos de lograr una solución realis-
ta no están .bien concebidos, por el mero hecho de que las palabras
no son nombres de las. cosas, sino sólo los non:ibres de nuestras
concepciones de las cosas 101 • Cuando llegamos a las palabras mora-
les, tenemos que contar con el hecho de que nuestras concepcio-
nes se ven, por su parte, afectadas por nuestros estados emotivos
y actitudes 102 • <<Pues aunque la naturaleza de aquello que concebi-
mos sea la misma; sin embargo, la diversidad de nuestra recepción,
con respecto a las diferentes constituciones del cuerpo, y prejui-
cios de opinión, da a todas las cosas un tinte de nuestras pasio-
nes»1º3. Hobbes traza las implicaciones en ún pasaje de excepcio-
nal importancia desde la perspectiva de mi argumento presente:
Y, por consiguiente, Un. hombre cuando razona, debe de prestarle aten-
ción a las palabras, las cuales además de la significación de k{que imagi-
namos por su naturaleza, tienen una significación por la naturaleza, dispo-
sición, e interés del hablante, como lo son los nombres de Vrrtudes y-Vicios;
porque un hombre llama Sabiduría lo que otro llama miedo; y otro cruel-
dad, lo que otro justicia; uno prodigalidad lo que otro magnanimidád; y
otro gravedad, lo que otro estupidez, y etc. Y, en consecuencia, nombres
como esos jamás pueden ser verdaderas razones para un razonamiento 104•

Aquí Hobbes no sólo recurre a los problemas de paradiástole y


repite un número de ejemplos que ya eran familiares entre los teó-
ricos de la elocuencia antiguos y del Renacimiento; Llega incluso
al extremo de declarar que el poder de la técnica de crear ambi-
güedad es tal que cualquier argumento sobre el vicio y la virtud
queda con ello excluido.

rno South, 1823a:: 130-131.


rni La vinculación de Hobbes con los problemas que surgen por la figura de la para-
diástole se desarrolla en vol. 3 de Visions ofPolitics, capítulo 4, sección V, titulado «Hob~
bes on rhetoric and the construction ofmorality>>.
rnz Para constrastar la posición de Locke sobre este problema véase Ashworth, 1981:
299-326.
rn3 Véase Hobbes, 1996: 31 y cfr. James, 1997: 131-136.
104 Hobbes, 1996: 31.
208 EL GIRO CONTEXTUAL

Un escepticismo tan profundo sólo admite dos soluciones posi-


bles, cada una de ellas se puede entender como una reductio ab
absurdum. Una sería abandonar cualquier intento de aplicar nues-
tro lenguaje al mundo. Ésta es la solución que se halla implícita
en el Essay de John Wilkins, como iba a observar poco después
Jonathan Swift en su sátira sobre los inventores filosóficos que
Gulliver encuentre en su viaje a Liliput. Como los filósofos que hemos
estado considerando, los miembros de la Gran Academia de Laga-
do reconocían que las palabras raramente logran referirse sin ambi:..
güedades a las cosas. Pero mientras Wilkins propone la construc-
ción de un nuevo lenguaje, los académicos proponen que «puesto
que son únicamente nombres de palabras, sería más conveniente
para todos los hombres que llevaran consigo todas aquellas cosas
que fueran necesarias para expresar los asuntos particulares de
los qúe tratan sus discursos». El suyo, en suma, es <<Una propues-
ta para abolir ente]jamente todas las palabras» 105 •
La otra solución, no menos draconiana si cabe, es la que Hob-
bes presenta en el Leviathan. Puesto que nuestras evaluaciones
morales y los términos que utilizamos para expresarlas se ven inva-
riablemente influenciados por nuestras emociones, quienes exigen
la aceptación de sus juicios están justificando que «cada una de
sus pasiones, en la forma en que tienen influencia sobre él, sea
tomada como la recta Razóm> 106 • El resultado inevitable es que «sus
disputas deben de acabar a golpes, o sin resolverse, por la falta de
una recta Razón constituida por la Naturaleza» 107• Pero esto, por
su parte, sugiere que si tenemos que evitar tales hostilidades, la
única alternativa es que «las partes deben, por su propio .acuerdo,
determinar la recta Razón, la Razón de algún Árbitro, o Juez, a
cuyos dictámenes deben de acogerse» 1º8•
Si preguntamos quién puede servir de juez, la respuesta de Hob-
bes es que el único candidato posible es el soberano absoluto al
que nos sometemos en el acto de instituir una comunidad. Extrae
la inferencia de manera más claramente en un pasaje sumario fun-
damental del capítulo final de The Elements ofLaw:

105
Swift, 1967: 230, posiblemente refiriéndose a la desafortunada observación en Wtl-
kins, 1668, Sig. a, 2r con el fin de indicar que <<las cosas son mejores que las palabras».
106 Hobbes, 1996: 33.
107
Hobbes, 1996: 33.
º Hobbes, 1996: 32-33.
1 8
QUENTIN SKINNER 209

Pero esto es cierto, siendo que la razón natural no existe, la razón de


algún hombre, u hombres, debe de suplir su lugar; y que ese hombre u
hombres, hayan de tener el poder Soberano, como ya se ha probado; y
consecuentemente las Leyes civiles son para todos los súbditos las medi-
das de sus acciones, con las que determinan si están en lo cierto o equi-
vocados, lo que es provechoso y lo que no lo es, lo virtuoso y lo que es
vicio; y gracias a ellas, el uso, y la definición de todos_los hombres en
los que no estén de acuerdo, y les conducen a Controversias, habrán de
ser establecidos 109•

Por poner la conclusión dándole la vuelta, podemos señalar al


mismo tiempo a una notable característica poco conocida de la his-
toria de Já soberanía. Una razón, parece que estuviera diCiéndonos
Hobbes, que hace que sea indispensable instituir un soberano abso-
luto,· cuyos juicios en todas las materias que pertenezcan a la Comu-
nidad y a su bienestar tenemos que aceptar previamente, es que nada
que no dependa de su voluntad nos permitirá superar las ambigüe-
dades que se presentan en el uso del discurso de la paradiástole.
Enfrentado con el desafio de la ambigüedad lingüística, Wil-
kins proponía la creación de un nuevo lenguaje, los académicos de
Liliput proponían que se aboliera el lenguaje de un plumazo, mien-
tras Hobbes proponía la regulación de los significados y de las
definiciones por decreto. Lo que estas soluciones hirperbólicas tie-
nen en común es la creencia de que el problema de la ambigüedad
moral es demasiado intratable dentro del marco de nuestros recur-
sos lingüísticos. Es dificil de imaginar un tributo mayor al poder
que el que le asignó la cultura del Renacimiento al arte de la elo-
cuencia.

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mondsworth.
III. SEIS COMENTARIOS
1. EN TORNO AL OBJETO
DE LA «HISTORIA DE LOS CONCEPTOS»
DE REINHART KOSELLECK
JOAQUÍN ABELLÁN

A lo largo de cuarenta años Reinhart Koselleck ha escrito abun-


dantes reflexiones metodológicas y teóricas sobr~ la Begrif.fsges-
chichte. Al nüsmo tiempo ha i4o realizandp investigaciqnes propias
en este ámbito enlas que, a la vez que aplicaba los criterios meto-
dológicos por él ·elaborados, iba descubriendo nuevos caminos para
la refleX:ión teórica, que. le conducían nuevamente á una revisión casi
permanente de su .conéepción de lá Begrif.fsg~schichte. Des& su
escrito programático de 1967 para la edición dél Diccionario Ges-
chichtliche Grundbegriffe hasta las últlrllas entrevistas realizadas
poco antes de su muerte, ha ido precisandó-su pensamiento sobre
la Begriffsgeschichte y perfilando la posfoión de ésta dentro. de la
semántica histórica, diferenciándola de otros enfoques y mostrando
las compatibilidades o coinéidencias con los otros. ·· ·
La Begrif.fsgeschichte de Reinhart Koselleck bebe de varios de
sus maestros que aesempeñaron para él un papel de pioneros. Entre
ellos destaca el propio Koselleck, en primer lugar, a Ótto Brutiner,
con su libro Land und Herrschaft; en segundo lugar, a la tradición
alemana de la historia de 'fa filosofia que comienza con Hegél y
llega hasta Rothackér y Gádámer, y en la que sítúa en un lugár muy
importante a Heidégger, de quien también fue alillnno; en tercer
lugar, al directorde su tesis doctoral, Johá.nnes Kühn, cuyo escri-
to de habilitación ·sobre Toleranz y Offenbarung se basaba de hecho
en un análisis de historia de los conceptos; y, finalmente, a Carl
Schmitt, especialmente con su libro Die Diktatur, además de los
estímulos recibidos en sus clases 1• Con esta formación de partida,
Koselleck empezó a desarrollar su concepción de la «história de
los conceptos» en el Grupo de trabajo de historia social, creado en

1
Véase R. Koselleck:; <<Begriffsgeschichte, Sozialgeschichte, begriffene Geschich-
te. Reinhart Kose!leck im Gespriich mit ChristofDippern, en Neue Politische Literatur,
43 (1998), pp. 187-205..

[215]
216 EL GIRO CONTEXTUAL

Heidelberg en 1957 por Wemer Conze junto con Otto Brunner y


Carl Jantke.
Para Koselleck, el lenguaje ofrece-sólo un aspecto de lo que
posiblemente es el mundo real para los hombres. Y en ese sentido
se producen de manera permanente cambios lingüísticos en la per-
cepción del mundo, de la misma manera que el pasado histórico
cambia también con el patrimonio lingüístico del hombre. La inten-
ción básica de la Begriffsgeschichte para Koselleck reside en ave-
riguar la experiencia del pasado contenida en los testimonios lin-
güísticos, es decir; en averiguar en las fuentes Ta'. articufación
: lingüística de fos elementos básicos de la experiencia. Las fuentes
se pueden leer en un doble sentido, primero comó'indicadores de
algo que está fuera deellas mismas, y, seguiído, desde cómo el len.:
guaje articula eso que está fuera de ellas mismas. Precisamente
por esta doble posibilidad, la Begriffsgeschichte ocupa para Kose-
lleck un lugar inteÍ'medio entre la historia de la realidad fáctica y
la historia de la conciencia'.. Es parte de la historia del lenguaje,
pero con su vista dirigida hacia fenómenos polítiéos y s9ciáles de
carácter extranlingüístico. _ ·· _
• Consecuente con este planteamiento, la «histor1a de los con-
ceptos» de Koselleck se aleja expresarD.ente delá historia de las
ideas tradicionales. Koselleck no pretende hac_er una' historia de
categorías abstractas -comó, por ejemplo, la idea del estado-poder,
tal cómo había hecho Friedrich Meinecke en la La idea de razón
de Estado en la. Edad Moderna-,
1 . .
sino que. pretende
. ,, '
tener en cuen-
, ta los grupos de hablantes y sus intereses, pues la historia de los
conceptos que él pretende tiende finalinente a 'l_a historia de la rea-:
\ lidad extralingüística; Y precisamente por ello tendrá mucha impor-
tancia en su método el análisis de los cambios semasiológicos y
onomasiológicos2 •

2
Un ejemplo de cómo la Begri.ffegeschichte que practic!!- Koselleck no se queda en
la mera exégesis de las fuentes, sino que hace l!Il puente con la realidad extralingüísti~
éa se puede ver en su análisis de un pasaje del prbgriifua del reformador prusiano Har-
denberg, del que cita el siguiente pasaje: «[el programa pretende] una estructura racio-
nal que no privilegie a una clase frente a otras, sino que asigne su lugar a los ciudadanos
de todos los estamentos según ciertas clases es una de las necesidades verdaderas y nada
superficiales del Estado» [Denkschrift über.die Reorganisation despreussischen Staats
(12.9.1807), en Georg Wmter, Die Reorganisation des Preussischen. Staates unter Stein
und Hardenberg, 1931, p. 316]. Koselleck dice que, para entender.este pro~a de Har-
denberg, se necesita una exégesis crítica que explique los conceptos que al:ií se utilizan:
«necesidades verdaderas y necesidades superficiales», «Estado», «estamento», «clase»,
JOAQUÍN ABELLÁN 217

En las páginas que siguen recojo algunas de sus observaciones


metodológicas y teóricas sobre la tarea de la Begrif.fsgeschichte,
centrándome en el cambio de los conceptos. Para ello analizo, en
primer lugar, el concepto del concepto de que se ocupa «la histo-
ria de los conceptos» (I), para pasar luego a las hipótesis sobre el
cambio conceptual en relación con su tesis de que los «conceptos
no tienen historia» (II) y (III). Termino con una observación sobre
el carácter no normativo de los conceptos en la Begrif.fsgeschich-
te de Koselleck, a propósito de unas observaciones suyas sobre el
quehacer historiográfico de Quentin Skinner (IV) ..

I. EL CONCEPTO DEL CONCEPTO EN LA «HISTORIA


DE LOS CONCEPTOS»

En el escrito programático para la elaboración del Diccionario


Geschichtliche Grundbegriffe escribe Koselleck, en 1967: «Para
nuestro uso se puede describir la diferenciación entre palabra y
concepto de la siguiente manera: el significado de la palabra siem-
pre remite a lo significado, sea esto un pensamiento o una situa-
ción real. El significado está adherido ciertamente a una palabra,
pero se alimenta asimismo del contexto hablado o escrito, brotan-
do al mismo tiempo de la situación a la que se está refiriendo. Una
palabra se convierte en concepto, cuando esta relación en la que
se usa la palabra y para la que se utiliza la palabra, desemboca en
la palabra. Un concepto reúne en sí mismo un montón de signifi-
\ cados; siempre es, por tanto, a diferencia de la palabra, polisémi,..

«ciudadano». Koselleck va analizando cada uno de ellos, mostrando, por ejemplo, que
ciudadano es un terminus technicus, que todavía no se usaba en los textos legales pru-
sianos, y que contenía una alusión crítica a la sociedad estamental («la expresión era
actual, tenía gran porvenir, indica un modelo de constitución a q:alizar en lo sucesivo».
Cuando utiliza «clase» tiene presente los distintos significados de estamento (Stand).
Observa que clase a veces se solapa con estamento, pero que Hardenberg ya la está uti-
lizando en un sentido económico. Esto le permite afirmar que su utilización por Har-
denberg está ya poniendo en juego un nuevo modelo social que apunta hacia el futuro,
mientras que el concepto de «estamento» se cvincula a la tradición, que el Allgemeines
Landrecht, de 1974, había confirmado. Su conclusión es que «la extensión del espacio
semántico de cada uno de los conceptos centrales utilizados pone de manifiesto una alu-
sión polémica al presente, un componente de futuro y elementos permanentes de la orga-
nización social procedentes del pasado. La conjunción de todos ellos confiere sentido a
este pasaje» (R. Koselleck, <<Historia conceptual e historia social», en Futuro pasado,
Paidós, Barcelona, 1993, pp. 105-126, esp. 107-110).
218 EL GIRO CONTI;':XTUAL

co. En la historia de un concepto, no sólo se desplaza el significa-


do de una palabra, sino que cambia la composición y las referen-
cias de todo el contexto entero que ha ido a parar a la palabra»3 •
Y pocos años después, en la Introducción al Diccionario escribe
lo siguiente: «la diferenciación entre palabra y concepto se ha
tomado en el presente Diccionario con un criterio pragmático.
Vamos a renunciar por tanto a utilizar eu nuestra investigación el
triángulo de la lingüística (palabra, significado, cosa) en sus dis-
tintas vanantes. Sin embargo, se puede mostrar desde la experien-
cia histórica que la mayor parte .de las palabras del vocabulario
político-social se diferencian desde el punto de la definición de
esas palabras que aquí llamamos "conceptos", conceptos históri-
cos fundamentales»4 •
En su concepción del concepto con el que tiene ~que ver la
Begriffsgeschichte, la diferenciación entre concepto y palabra es
el punto de partida de todas las reflexiones de Koselleck. El modo
de entender esta diferenciación, por otra parte, no ha estado· exen-
to de críticas por parte de lingüistas y de practicantes de otros tipos
de la «semántica histórica»5 ••
El conceptb es ciertamente una palabra, pero no es sólamente
una palabra: todo concepto está adherido a llila palabra, pero no
toda palabra es un con:cept() político o social, pues los conceptos
políticos y sociales pretenden tener un carácter general y son siem-
pre polisémicos6 • Lo que distingue al concepto de la palabra es ésa

3 R Koselleck, «Richtlinien für das Lexikon politisch-sozialer Begriffe der Neuzeib>,

enArchiv fiir Begri.ffegeschichte, 11 (1967), 81-99, p. 86. ·


4
R Koselleck, «Einíeitung», en Geschichtliche Grundbegrijfe, vol. 1, Stuttgart, 1972,
p. xxii.
5 Lingüistas como Dietrich Busse critican la teoría.del concepto de Koselleck por

considerarla poco clara desde el punto de vista.de la Lingüística (Historische Semantik,


Stuttgart, 1987, pp. 80 ss.). El historiador Hans-Erich Bodeker hace la observación de
que Koselleck no siempre sigue su propia diferenciación entre concepto y palabra, pues
a veces los sitúa al mismo nivel, aunque como signos distintos, y piensa que la relación
entre concepto, significado y uso no está bien aclarado (<<Reflexionen über Begriffsges-
chichte als Methode», en H. E. Bodeker (ed.), Begri.ffegeschichte, Diskursgeschichte,
Metaphemgeschichte, Gottingen, 2002; 75-121, pp. 87 ss.). Posición critica respecto a
la concepción de los conceptos de Koselleck la mantiene también RolfReichardt, pues
para él los conceptos no tienen.menor realidad que las. situaciones materiales [<<Einlei-
tung», en R Reichardt y E. Schmitt (eds.), Handbuch politisch-sozialer Grundbegri.ffe
in Frankreich 1680-1820, Múnich, 1985, 39-148, p. 53].
6 R Koselleck, «Begriffsgeschichte und Sozialgeschichte», en P. Christian Ludz (ed.),

Soziologie und Sozialgeschichte. Aspekte und Probleme, Opladen, 1972, 116-131,


pp. 123-124.
JOAQUÍN ABELLÁN 219

su capacidad de significar algo, pero la multiplicidad de sentidos


político-sociales de los conceptos no es lo mismo que lamultipli-
cidad de significados lingüísticos· de la palabra. En el análisis de
la Begriffsgeschichte es algo secundario que la palabra tenga o no
una pluralidad de significados desde el punto de vista lingüístico,
pues el concepto extrae su multiplicidad de sentidos de su carác-
ter como instrumento o como indicador de la acción política o
social. Esto es lo que quiere decir Koselleck con que los concep-
tos· son «conéentrados de muchos significados que se introducen
desde la situación histórica en la palabra», por lo que sólo pueden
interpretarse, a diferencia de las palabras, que pueden definirse7 •
Una palabra se convierte en concepto cuando se introduce en ella
el contexto. de significados y experiencias político.,.sociales en el
que la palabra se µsa y para el que se usa8• O e11_ términos simila-
res escribe que _sólo hay concepto c-::-Y np,piera palabra-.-.. cuando
los significados de los distintos térmings que denQminan una piisma
realidad se -reúne:n y se reflej_an más allá de la 1llera función de
denominar unarealidad9_. El significado de los co:qceptos con los
que opera la Begriffsgeschichte no se disuelve totalmente.en la
situación en que se u~a; s.ino que su «significado ex._c_~dente» con-
nota un determinado ámbito de experiencias y de siµificiones más
allá de lo que denota. En virtud de las connotaciones de los con-
ceptos se puede orga.nlzarintelectuahnente la realidad y los con-
ceptos pueden desempeñar un papel activo' en la comµajcación
polítíco-social como condición de fa experiencia y de su· media-
ción. Al responder a. sus críticos, en 1996, Koselleck precisa que
«in our method, concepts are treated as more than meanings of the
terms that can be.,.unambiguously defined. Rather political and
social concepts are proéiuced by a long~term semiotic process,
which encompasses mamfold and contradicfocy experiences» 10 •

7
R. Koselleck, <<Richtlinien» (como en nota 3), 86.
8
R. Koselleck, «Begriffsgeschichte» (como en nota 6), 124.
9 R.: Koselleck, «Einleitung>> (como en nota 4); xxiii. ·
10 R. Koselleck, <<A Response to Comment on the Geschichtliche Grundbegriffe»,

en Hartmut Lehmann y Melvin Richter (eds.), The Meaning ofHistorical Terms and
Concepts. New Studies on Begri.ffegeschichte, Washington; 1996, 59-70, p. 64. Aplican~
do las categorías de Austin, Palonen indica que la polisemia de las palabras es locucio-
naria, mientras que la de los conceptos es ilocucionaria o perlocucionaria (desde el punto
de vista de la recepción). Véáse Kari Palonen, Die Entzaubenmg der Begriffe. Das Um-
schreiben der politischen Begrijfe bei Quentin Skinner und Reinhart Koselleck, Münster,
2004, p. 257.
220 EL GIRO CONTEXTUAL

El concepto en la <<historia de los conceptos» no es una catego-


ría lingüística, sino una haz de experiencias y de expectativas,• de
visiones de la realidad histórica y de pautas explicativas de la
misma. Por ello, para la Begrijfsgeschichte el concepto es concep-
to entre conceptos. Un concepto concreto no se puede entender
realmente sin referencia a otros conceptos. Desde sus primeros
escritos programáticos y teóricos, Koselleck insiste en que el con-
cepto está de antemano en una constelación de conceptos, es decir,
que la <<historia de los conceptos» tiene que vérselas con estructu-
ras relacionales de conceptos. Los conceptos se interpretan y se
\ explican en una relación de reciprocidad, dentro de un-campo
l semántico, aun cuando casi siempre es una sola palabra la que fun-
ciona como nombre del campo. La Begriffsgeschichte va clara:..
mente no sólo mas allá de la historia de la palabra, siiio también
más allá del concepto individual y quiere descubrir estructuras
semánticas. Analiza tanto las expresiones paralelas,· ias próximas
o las contrarias a la palabra/nombre. ~vestigada como si los usos
del concepto tienen carácter competitivo o estratégico, es decir, las
intenciones de quienes lo utilizan.
En su conéépción del concepto destaca Koselleck la diferencia-
ción de los cfu¿ él llama «conceptos fundamentales» respecto a los
otros conceptos. Los conceptos concretamente del Diccionario Ges-
chichtliche ·Grundbegriffe fueron elegidos atendiendo a la signifi-
cación que tenían en las fuentes y, concretamente los que habían
llegado a nuestra época procedentes del pasado européo y «que
registraban el cambio hacia la modernidad o adaptaban su signifi-
cado a las condiciones cambiantes» 11 • Los «conceptos fundamen-
tales» destacan por su coÍnplejidad y por su carácter indispensable
para formular los temas más sobresalientes de una época determi-
nada. En la respuesta a sus críticos, en 1996, resume así su posi-
ción: «basic concepts combine manifold experiences and expecta-

11 R. Koselleck, <<Richtlinien>> (como en nota 3), 82. En la <<Einleitung>> al Diccio-

nario distingue: conceptos constitucionales básicos, términos clave de. la. organización
política, económica o social, las denominaciones de las ciencias, los conceptos clave de
los movimientos políticos, las denominaciones de las profesiones dominantes Y.. de la
estructura social, los conceptos centrales de las ideologías que interpretan el mundo del
trabajo (como en nota 4, xiv). Desde el punto de vista de su significado, y atendiendo
no sólo a su función teorética, sino también a su función pragmática Koselleck habla de
<<Kampfbegriffe», <<Zukun:ftsbegriffe», <<Erwartungsbegriffe», «Aktionsbegriffe» (<<Richt-
linien>>, 92 ss.).
JOAQUÍN ABELLÁN 221

tions in such a way that the become indispensable to any formula-


tion of the most urgent issues of a given time. Thus basic concepts
are highly complex; they are always both controversia! and contes-
ted. It is this which makes them historically significant and sets
them off from purely technical or professional terms. No political
action, no social behaviour can occur without sorne mínimum stock
ofbasic concepts that have persisted over long periods; have sud-
denly appeared, disappeared, reappeared; or have been transformed,
either rapidly or slowly. Such concepts therefore· must be interpre-
ted in order to sort out their multiple meanings, interna! contradic-
tions, and varying applications in different social strata» 12 •
En la concepción koselleckiana del concepto hay que analizar
igualmente la relación del concepto con la realidad, con la situa-
ción histórica. En este punto Koselleck no acepta las tesis de los
estructuralistas, pues él considera que disuelven la realidad en el
discurso. Este punto de la relación entre concepto y realidad es
clave, como veremos, para poder precisar de qué se hace la histo-
ria en la «historia de los cónceptos».
Como ya hemos mencionado, para Koselleck el concepto es
quien establece la relación entre una palabra y una situación histó-
' rica. Los conceptos son vistos por la Begriffsgeschichte desde su
función político-social, y no en su función lingüística13 , y por eso
pretende investigar la relación de los conceptos con las palabras y
con la realidad histórica. La perspectiva en la que se mueve la
Begriffsgeschichte es conocer la realidad histórica como una uni-
dad hecha por el lenguaje y que sólo de esa manera le es accesible.
En esta relación lenguaje-realidad, Koselleck destaca permanente-
mente las dos caras del lenguaje. Por un lado, el lenguaje es recep-
tivo y registra lo que sucede fuera de sí mismo, descubriendo aque-
llo que se le impone sin ser en sí mismo lingüístico, el mundo
pre-lingüístsico. Por otro lado, el lenguaje, en su función activa, asi-
mila todos estos contenidos extralingüísticos14 • Pero Koselleck avisa
igualmente de manera continua que la relación entre lenguaje y rea-
lidad no es una relación de identidad: «el significado y el uso de
una palabra nunca establece una relación de correspondencia exac-

12
R. Koselleck, <<Response» (como en nota 10), 64.
13 R. Koselleck, «Einleitung» (como en nota 4), xxi.
14
R. Koselleck, <<Historia de los conceptos y conceptos de historia», en Ayer. Revis-
ta de Historia Contemporánea, 53 (2004), 27-45, p. 30.
222 EL GIRO CONTEXTUAL

ta con lo que llamamos la-realidad. Ambos, conceptos y realidades,


tienen sus propias historias que, aunque relacionadas entre sí, se
transforman de diversas maneras. Ante todo, los conceptos y la rea-
lidad cambian a diferentes ritmos, de modo que a veces nuestros
conceptos de la realidad dejan atrás a la realidad conceptualizable,
o al contrario»15 . La relación entre lenguaje y cosa no sólo no es de
identidad, sino que más bien es de tensión, unatensión,que a veces
se llega a superar, o que se presenta de nuevo o que parece irreso-
luble16. Los cambios en la realidad y los cambios en los significa-
dos de las palabras no siempre se corresponden. Por eso; el análi-
sis de esos cambios precisará_ de la semántica y de la onomástica,
para poder determinar si hay cambios de sigiriffoado en la misma
palabra o si hay un cambio de nombre para una situación real que
ha experimentado una transformación o si hay cambios de denomi".'
nación para una situación que no se ha alterado.
La posición de Koselleck sobre esta cuestión de la relación entre.
el lenguaje y la realidad queda muy clara en un escrito suyo, en el
que, con el ejemplo de la Revolución Francesa, sistematiza las tres
posibilidades qy.e caben en la relación entre lenguaje y realidad.
a) La primer51,posibilidad es entender el lenguaje como algo ins-
trumental e investigar entonces la función que desempeña para
detem:linados grupos de acción política; el lenguaje siempre que-
daría como un epifenómeno de la llamada historia reaí. b) La segun-
da posibilidad es poner al lenguaje y a la realidad en una relación
de reciprocidad, pero con diferencias determinantes, sin que el
uno puede ser reducido a la otra y viceversa. Se refiere Koselleck a
T. Luckmann, para quien el mundo de sighificados del lenguaje, por
un lado, posibilita las experiencias en el mundo real y, por el otro,
pero al mismo nivel, las limita. e) La tercera posibilidad se opone
frontalmente a la primera, y en ella se considera a los textos como
la realidad misma. Es la posición de Foucault, que, según Kose-
lleck, ha radicalizado Jacques Guilhaumou.
Koselleck siempre ha señalado el aspecto dual del lenguaje para
la Begriffsgeschichte, en la que la formación de los conceptos son
las dos cosas: factor en los movimientos históricos e indicador de

15
R. Koselleck (como en nota 14), p. 36.
16
En la tensión existente entre la realidad histórica y su registro lingüístico, que esta-
lla repetidamente en la historia, encuentra Koselleck un reto intelectual: cualquier histo-
ria, incluso después de ser establecida y registrada, ha de ser siempre reescrita, aunque
esto no sea sinónimo de un relativismo sin límites (R. Koselleck, como en nota 14, p. 40).
JOAQUÍN ABELLÁN 223

estos movimientos. La realidad siempre está transportada por el len-


guaje, lo que no excluye que haya también otros elementos consti-
tutivos de la realidad de carácter no lingüístico. De la tercera posi-
ción antes mencionada dice: <<Al neutralizar la clasificación social
de los textos y al equiparar desde ~l punto de vista del conocimien-
to todas las informaciones de los textos, reducen el texto al texto
sin que puede ser leído como fuente para algo. Este enfoque de
Guilhaumou es metodológicamente coherente, pero deja algunas
cuestiones abiertas. Esto significaría que la historia sólo está unida
al lenguaje. En ese caso sería asimismo coherente que no sería posi-
ble hacer historia alemana sobre textos franceses y al revés. Se corre-
ría .el peligro de concebir la historia sólo como historia de la con-
ciencia. Los textos serían mudos ... »17 • En estos últimos Koselleck
advierte el peligro de que la historia se disuelva en el·discurso,
mientras que para él ningún acto de habla es la acción misma, que
aquél ayuda a preparar, desencadenar o realizar» y si bien todo acto
de habla es una acción, no todo hecho es un acto de habla 18 • Y en
su Respuesta a sus críticos, Kóselleck vuelve a insistir en su posi-
ción: <<And analysis of concept requires command of both linguis-
tic and extralinguistic context, including those provided by discour-
ses. Only by such knowledge of context can the analysis determine
what are a concepts-multiple meanings, its content,importance,
and the extent to which it is contesteci» 19 • Al aspirar a articular la
conexión entre el contexto lingüístico de las fuentes y la realidad

17
R. Koselleck, <<Probleme der Relationsbestimmung der Texte zur revolutioniiren
Wrrklichkeit», en R. Koselleck y R. Reichardt (eds.), Die FranziJsische Revolution als
Bntch des gesellschaftlichen Bewusstseins, Múnich, 1988, 664-666, p. 664.
18
R. Koselleck, «Feindbegriffe», enJarhburch der DeutschenAkademiefilr Spra-
che und Dichtzmg, 1993, 83-90, p. 84 (citado en H. E. Bodeker, «Reflexionen>>, como
en nota 5, p. 114). Bodeker destaca la contradicción en Koselleck de clasificar como
extralingüística la realidad que ha de ser explicada ep. términos conceptuales, a la vez
que señala que las situaciones históricas sólo surgen como situaciones conocidas a tra-
vés de los usos de Ic1s pafabras (<<Reflexionen>>, p. 115). La crítica de Reichardt a Kose-
lleck se mueve en ·esta dirección, como hemos mencionado antes, en el sentido de que
los conceptos son realidades, que no son meros indicadores, sino que .son factores dados,
previos a la conciencia y a la acción colectiva. Los conceptós son entonces sobre todo
factores de creación de la conciencia y de disposición para la acción. Si, para esta línea
de pensamiento, la «realidad>> no es nada más que un sistema de coñocimiehto, es lógi-
co que no tenga sentido reconstruir la realidad pasada de forma independiente de su
representación contemporánea. Y no todos los historiadores aceptan este planteamien-
to. Véase, a este respecto, Lucian HO!scher, «Hacia un diccionario de los conceptos polí-
ticos europeos», en Ayer, 53 (2004), 97-108, p. 103.
19
R. Koselleck, «Response» (como en nota 10), 65.
224 EL GIRO CONTEXTUAL

política y social, la Begriffsgeschichte no se puede confundir con


la «historia de las ideas», que tenía que ver con «ideas» que, como
tales, estaban situadas en un nivel de abstracción, que poco tiene
que ver con el análisis del uso de un lenguaje específico en situa-
ciones específicas.

II. LAS HIPÓTESIS SOBRE EL CAMBIO


EN LOS CONCEPTOS

Partiendo de la ausencia de una identidad permanente entre len-


guaje y realidad y de la tensión entre ambos, se plantea la cuestión
de cómo se expresan los cambios inevitables en la relación entre
ambos lados (si con nuevas palabras, si con la acuñación de nue-
vos conceptos, si con la integración de nuevas referencias de índo-
le temporal en las palabras/conceptos viejos). El estudio de esos
cambios se convierte en objeto central de la «historia de los con-
ceptos», pues ésta tendrá que averiguar precisamente si los cam-
bios lingüísticos y conceptuales son indicadores o factores de las
transformaciones de la realidad social extralingüística y tendrá que
poner al descubierto los distintos estratos de significado de tiem-
pos distintos existentes,en)os conceptós ..
La tesis más conocida de Koselleck sobre el cambio de los
conceptos es probablemente la de que en un cierto período de
tiempo, en el ámbito de lengua alemana, se atravesó un umbral
en el que los conceptos políticos-sociales fundamentales adquirie-
ron contenidos y referencias «modernos». El término Sattelzeit
acuñado por Koselleck para denominar este fenómeno de que,
entre 1750 y 1850, se produjo este importante cambio en los con-
ceptos está presente en sus escritos desde las Richtlinien de 1967
hasta la Einleitung al primer volumen de los Geschichtliche
Grundbegriffen, de 1972, y su ensayo sobre la necesidad de teo-
ría en la ciencia histórica, también de 19722º. En sus distintas
contribuciones al Diccionario, Koselleck va registrando con exac-
titud en qué años aparecen estos cambios, .siendo el año 1770
especialmente significativo. ·

20
En 1967, en «Richtlinien>> (como en nota 3) se delimita la época de investigación
del Diccionario entre 1700 y 1900, y se dice que, entre 1750 y 1850, se produce un cam-
bio en los conceptos (p. 81).
JOAQUÍN ABELLÁN 225

De todos modos, dice Koselleck años después que no hay que


exagerar realmente la tesis del Sattelzeit. En 1996, en su respues-
ta a sus críticos dice: ·«In any case, hypotheses about the existen-
ce of such a period play no part in the method used in Begriffeges~
chichte. The sattelzeit is neither an ontological notion nor is it tied
to a single national language. The periodization is but one means
of narrowing the Geschichtliche Grundbegriffe's focus and making
its goals more manageable»21 •
En conexión con su tesis del Sattelzeit presenta Koselleck las
hipótesis o criterios en virtud de los cuales se puede estructurar. el
proceso de cambio a largo plazo. Se trata de los conocidos cuatro
criterios, que enJa Introducción al Diccionario, denomina <<Demo-
cratización>>, «Politizacióm>, «Ideologizacióm> y <<Adquisición de

En el ensayo Über die Theoriebedürftigkeit der Geschichtswissenschaft se puntua-


liza que la transformación de algunos conceptos políticos ,fundamentales se produce en
torno a 1770: <<Viejas palábras, como democracia, libertad, estado, denominan desde alre-
dedor de 1770 un nuevo horizonte de futuro, que delimita el contenido semántico de otra
manera. Topois tradicionales tienen ahora referencias al futuro, algo que antes no tenian.
Un común denominador del vocabulario político-social consiste en que surgen cada vez
más criterios de movimiento [ ...] A pesar de las viejas palabras, se trata casi siempre de
neologismos, que adquieren desde aproximadamente 1770 un coeficiente de te'mporali-
zación (Über die 11zeorie... , Stuttgart, 1972, p. 119).
En la Introducción al Diccionario se citan de nuevo las dos fechas de 1750 y 1850,
pero se relacionan de otra manera algo distinta: «Um pregunta todavía sin respuesta
clara es si este cambio de significado esbozado en el ámbito del vocabulario políti-
co-social, que se registra de manera análoga en todas las épocas-umbral, se aceleró
en torno a 1750. Hay muchos indicios a favor de una respuesta positiva. En ese sen-
tido, la Edad Moderna («Edad nueva» literalmente en alemán, JA) habría sido expe-
rimentada también como una «edad nueva» gracias a este cambio acelerado. De repen-
te, las nuevas transformaciones qúe se mantienen mueven el ámbito de la experiencia,
al que se refiere toda la terminología, especialmente sus conceptos relevantes, de
manera reactiva o provocativa. Al principio es llamativo y un resultado confirmado
por el Diccionario, que desde 1770 surgen un montón de nuevos significados, testi-
gos de una nueva manera de captar el mundo, que inducen a todo el lenguaje. Viejas
expresiones se enriquecen con contenidos que no sólo forman parte del campo ante-
rior al clasicismo y al idealismo, sino que dan un nuevo perfil de igual modo a la ter-
minología política y social, como estas mismas denominaciones» (<<Einleitung», como
en nota 4, p. xv).
21 R. Koselleck, «Response» (como en nota 10), p. 69. Cuando Koselleck acuñó el

término de Sattelzeit no tenía la intención de asociar a él un planteamiento teórico. Fue


un concepto espontáneo, que quería mostrar que hacia 1800 hay un <<umbral» en la his-
toria alemana, sobre la base de los trabajos históricos que él y Werner Conze ya habían
realizado. Luego se fue mostrando la capacidad para un planteamiento teórico que había
implícita en este término, pues realmente en este umbral hubo un cambio de ritmo dis-
tinto a lo que había habido antes (R. Koselleck, «Begriffsgeschichte», como en nota 1,
pp. 194-195).
226 EL GIRO CONTEXTUAL

una dimensión temporal» 22 • Por «democratiZación>>.entiende Kose-


lleck el fenómeno de que el vocabulario político y social se amplía
y aplica a otros ámbitos distintos. Por «politización>> de los con-
ceptos entiende el fenómeno de que los conceptos van incluyendo
referencias relativas a un número cada vez mayor de personas. Que
los conceptos se <<ideologizan>> significa para Koselleck que se trans-
forman en fórmulas abstractas o vacías, que se usan de manera dis-
tinta según los intereses o la clase social de los hablantes .. Con
«adquisición de una dimensión temporal» (Verzeitlichung) deno-
mina Koselleck el proceso de cambio en el que los conceptos incor-
poran referencias temporales, relativas a expectativas de l.1n futu-
ro mejor o a diferencias entre un «antes» y un-(<después» que ha
de venir. Koselleck ha intentado siempre mostrar estos criterios de
cambio en sus investigaciones. A modo de ejemplo, traemos a con-
tinuación los resultados a este respecto de sus investigaciones sobre
algunos conceptos fundamentales en el Diccionario Geschichtli-
che Grundbegriffe. Se trata de sus estudios sobre los conceptos
Emanzipation, Fortschritt (Progreso), Staat y. Vólk.

/
/

1. EMANCIPACIÓN23

La primera constatación que presentan Koselleck y Grass,


autores de la investigación sobre este concepto, es el hecho dela
generalización del uso del término Emanzipation desde 1830
aproximadamente. El término, que era usual originalmente en el
vocabulario jurídico para expresar la situación de fas personas que
se liberan de la dependencia de otra, pasa a otros ámbitos de la
vida y adquiere nuevos contenidos que no estaban presentes en él
originariamente. Emanzipation comienza a emplearse ya para refe-
rirse a las clases bajas, a grupos sociales determinados, al pueblo
y a la humanidad, que son entendidos ahora como sujeto de la
emancipación o como objeto de la misma. Se habla de estar vivien-
do en una época de emancipación. De esta manera, Emanzipation

22 En «Richtliniem> (como en nota 3), los denomina: Ideologisienmg, Manipulier-

barkeit, Polemisienmg, Standortbezogenheit, pp. 91-92. En la Introducción al Diccio-


nario los denomina Demokratisierung, Politisierung, Ideologisierbarkeit y Verzeitlichung,
respectivamente ( «Einleitung>>, como en nota 4, pp. xvi-xix).
23
R. Koselleck y Karl-Martin Grass, «Emanzipatiom>, en Geschichtliche Grundbe-
grijfe, 2, 153-197.
JOAQUÍN ABELLÁN 227

se convierte en un indicador de luchas de liberación en el ámbito


social y político y en un factor lingüístico a favor de esas luchas.
Hacia 1840, dicen Koselleck y Grass, el concepto Emanzipation
adquiere el contenido moderno que nosotros ·podemos entender
hoy, sin necesidad de ninguna «traducción>>, con sus elementos
utópicos incluidos24 •
A lo largo de la investigación de los textos, los autores muestran,
efectivamente, esta generalización del uso del término y los cam-
bios semánticos que incorpora. Si, por ejemplo, Kant todavía no uti-
liza este término fuera de su reducido ámbito jurídico óriginario y
no lo utiliza para definir la Ilustración -que él concibe, como sabe-
mos, como un proceso de abandono de la minoría de edad-· ni tam-
poco para aplicarlo en su filosofia de la historia, Wieland, por el con-
trario, se resiste expresamente a utilizarlo en ese sentido nuevo,
criticando el uso del término fuera de su sentido originario que esta-
ba ligado a la situación jurídica de las personas. Georg Forster, sin
embargo, lo utiliza en 1792 con un sentido positivo, como el que
había tenido en la Ilustración inglesa del siglo XVII.
El artículo de Geschichtliche Grundbegriffe dedica muchas pági-
nas· al uso que de Emanzipation hacen determinados grupos socia-
les, a la que asociaban ilusiones y expectativas de futuro muy con-
cretas. Los autores analizan textos alemanes relativos al fenómeno
reivindicativo de la emancipación de los católicos irlandeses, otros
textos sobre emancipación de los judíos, sobre la emancipación de
la mujer y de la carne (Heme), sobre la emancipación del trabajo
y de los trabajadores y sobre la emancipación de la esclavitud de
los Estados Unidos 25 •
Los autores constatan cómo el concepto «emancipación>>, que
evidentemente se había utilizado desde. el final del siglo xvm desde
la perspectiva de la filosofia de la historia, se convirtió en la cuar-
ta década del siglo XIX en el concepto principal para la interpreta-
ción de la historia. Con Emanzipation se interpretaba ahora toda
la historia pasada y el futuro que había de venir. El concepto se
convirtió así, sin abandonar sus implicaciones de tipo jurídico, en
un concepto de movimiento, es decir, en un denominador común
de todas las reivindicaciones dirigidas a la eliminación de las des-

24
<<Emanzipatiom> (como en nota 23), pp. 153-154.
25
«Emanzipatiom> (como en nota 23), pp. 176-197.
228 EL GIRO CONTEXTUAL

igualdades de todo tipo. Y de esta manera se convirtió en un con-


cepto con una connotación antiestamental, crítico, por tanto, con
la situación real existente. El concepto formulado con esas conno-
taciones se pudo interpretar tanto desde. una perspectiva liberal
como democrática y, posteriormente, socialista26 •

2. PROGRESO

En el artículo Fortschritt (Progreso )27 , señala Koselleck que


la acuñación de la palabra sucedió de manera casual, pero que la
acuñación del concepto como tal fue el resultado de un profun-
.do cambio en la experiencia, en el que se incorporó una referen-
cia temporal explícita, que no t.enían los conceptos anteriores de
«Fortgang» o «ProgreB». Esta dimensión de temporalidad, de un
antes y de un futuro distinto, está en el núcleo de «Fortschritt».
Los textos de las fuentes que investiga Koselleck le llevan a afir-
mar que el nuevo concepto abarca -simultánea o sucesivamen-
te- un conjunto de estructuras de movimiento, que Koselleck cali-
fica de estrustfilas modernas. En los resultados.de la investigación,
Koselleck va dando cuenta de los cuatro criterios del cambio, aun-
que no los trate separadamente:

1. El progreso se refiere a una única humanidad (Menschheit)


como sujeto que hace su propia historia, convirtiéndose el progre-
so en un concepto de la filoso:fia de la historia universal.
2. El progreso sigue estando referido, dé todos modos, con
frecuencia a algunos sectores concretos o algún tipo de acciones
concretas, e:t;i donde se pone de manifiesto una tensión temporal:
a cada «antes>1 le corresponde un «después» o algún postulado para
recuperarlo o superarlo. Progreso se convierte en un concepto de
«partido» o de acción. ·
3. El progreso mismo se llega a convertir en sujeto de sí
mismo, con lo que el <<movimiento» queda referido a sí mismo. De
esta manera, la expresión se sitúa en un plano superior de abstrac-
ción y puede utilizarse ideológicamente por distintos grupos que
recurran al mismo concepto.

26
«Emanzipatiom> (como en nota 23), p. 166.
27
R. Koselleck, «Fortscbritt>>, en Geschichtliche Grundbegrijfe, 2, 351-353, 363-423.
JOAQUÍN ABELLÁN 229

4. Aunque el término describa a veces un proceso hacia algo


peor, por regla general progreso significa un movimiento hacia
algo mejor. Progreso se convierte casi en un concepto religioso,
de esperanza religiosa.
5. El progreso apunta hacia un movimiento que no se piensa
en términos circulares, al contrario que los modelos antiguos, que
presuponían su repetibilidad. En el lenguaje, el progreso tiene su
concepto contrario en el retroceso, pero la teoría moderna del pro-
greso afirma que los retrocesos siempre son más cortos que los
avances. El progreso tolera ciertamente discontinuidades, pero
siempre se mueve enuna dirección lineal.
6. El objetivo final del progreso oscila entre conseguir la per-
fección final, que es algo inalcanzable, o una permanente posp9-
sición en el tiempo, porque los objetivos que el progreso tiene que
alcanzar se conciben a su vez como progresivos. El progreso se
convierte en un concepto con una perspectiva tell1poral, y, hablan-
do más estrictamente, en un concepto para orientar o planear el
futuro.
7. Progreso indica frecuentemente una aceleración que, a dife-
rencia de la aceleración fisica, sólo puede ser desencadenada y sólo
puede hacerse consciente por fuerzas históricas concretas. Cuan-
do estas fuerzas se definen como «progresistas», el progreso se
está convirtiendo en un concepto de legitimación histórica28 •

3. STAAT

En el análisis de los cambios relacionados con el concepto Staat


(Estado), Koselleck constata la transformación de este concepto en
un concepto central en Alemania en el período posterior a la Revo-
lución Francesa29 • Los cuatro criterios de la transformación que ha
señalado en los otros conceptos, los encuentra asitÍlismo corrobo-
rados en los cambios conceptuales de Staat. El concepto se con-

28
Ibíd., 352-353. Después de este resumen de las transformaciones que se producen
en el concepto de progreso, Koselleck señala que este concepto es un indicador y un fac-
tor de la industrialización, que se va abriendo camino y avanza con rapidez, cambiando
muchas de las condiciones de la vida política y social o creando otras nuevas.
29
R. Koselleck, «Staat und Souveriinitiit>>, en Geschiclztliche Grundbegriffe, 6, 1-4,
25-64. En Francia, sin embargo, señala Koselleck que, en la misma época, era más fre-
cuente el uso de «Republique» o «Empire» que de <<Estado».
230 EL GIRO CONTEXTUAL

vierte en «ideologizable», en el sentido de que se convierte en un


concepto que logra un nivel de abstracción tal que excluye parcial
o totalmente cualquier otra alternativa al «Estado» y, por tanto;
puede ser utilizado desde intereses distintos. El concepto «se poli-
tiza» en cuanto que todos los-aspectos de la vida-jurídicos, mora-
les, nacionales, humanos-· quedan absorbidos en el <<Estado». El
concepto «se democratiza» en cuanto que Staat pierde el significa:'."
do de poder de índole personal, refiriéndose ahora a un poder imper-
sonal, que más adelante es concebido como derivadodelpueblo.
El concepto, por último, adquiere también una dimensión-tempo-
ral. Destaca Koselleck que Staat, asimismo después de la Revolu-
ción Francesa, adquirió una estructura interna temporal en la que
se ponía en relación el pasado y el futuro de una maneta asimétri-
ca: el Staat se entiende ahora como un sujeto activo de una dinfo-
mica que le obliga a emprender reformas, a hacer progresos, a vol~­
carse hacia el futuro. El concepto de Staat se va entendiendo como
un «organismo» dotado de un impulso para desarrollarse de mane-
ra permanente. Esta concepción del Estado como «organismo», y
el abandon~.Y rechazo explicito del uso de la metáfora de la máqui-
na para referirse al Estado, es un indicio de esta nueva manera de
entender al Estado como un sujeto personal que tiene que desarro-
llar proyectos de progreso30 • En los textós de filósofos idealistas
alemanes, entre otros, encuentra Koselleck formuladas las nuevas
demandas al Estado como sujeto activo, basadas en la razón o en
la historia. Si Kant habla del <<Estado en su idea», del Estado como
tal y lo deduce como un a priori necesario31 , en Fichte el Estado
aparece vinculado a la tarea de realizar la libertad32 y testimonios
parecidos se encuentran en otros muchos textos que Koselleck apor-
ta. En la filosofía de Hegel, es la «idea general del Estado como
género» la que ejerce un poder absoluto contra los Estados concre-
tos para realizar la libertad, no siendo tampoco el Estado real y con-
creto la última instancia de la historia universál3 3 •

3
°Koselleck ejemplifica esta dimensión con un texto del príncipe Karl :August von
Hardenberg, en el que pone de manifiesto el nuevo papel del Estado haciael fufuro. Se
trata del Denkschrift über die Reorganisation des preussischen Staats (12.9.1807), en
ibídem, p. 30. · ·
31
En su Metafisica de las costzimbres (1797), párrafo 45.
32
Fichte, Beitriige zur Berichtigung der Urteile des Publikums über die Franzosi-
sche Revolution (1793), en Siimtliche Werke, vol. 6 (1845, reimpr. 1968), p. 103.
33
Koselleck remite a la Filosofia del derecho, párrafo 259.
JOAQUÍN ABELLÁN 231

4. VOLK

En el concepto de Volk (Pueblo) también se pueden corroborar


los cuatro criterios de transformación en los conceptos34 • La «demo-
cratización» del concepto Volk se produce,. por supuesto, escribe
Koselleck, desde la Ilustración de base iusnaturalista y por la Revo-
lución Francesa. Desde entonces, Volk se entiende como abarcan-
te básicamente de todos los miembros de un <<pueblo», de la misma
manera que la <<natiom> en francés o más aún el «peuple» jacobi-
no absorben --como «pueblo del Estado»-- todas las diferencias
secundarias existéntes entre las personas. Aunque el concepto
democrático de pueblo no se realiza en Alemania inmediatamen-
te, pues hasta 1918 sigue sien.do un concepto de «partido» políti-
co, señala Koselleck que, sin embargo, su nueva aspiración a inte-
grar las diferencias en un único <<pueblo estatal» indica un camino
nuevo, así. como su aspiración a integrar una población con dife-
rencias sociales y jurídicas35 • ·
Por lo que respecta a la <<politiz.~cióm> del concepto Volk, Kose-
lleck apunta que el término incorpora desde entonces significados
referidos.a muchos y distintos ámbitos o grupos sociales. Con Volk
se forman numerosos compuestos en alemán que «politizan» la
vida cotidiana: desde Volksgeist hasta Volksküche (cocina popular)
pasando por Volksarmee (ejército popular) y otros muchos 36 •
La «ideologizacióm> de _Volk la encuentra Koselleck en el uso
generalizado de Volk o Nation, con las matizaciones y las diferen-
ciaciones que ponen los distintos grupos sociales, que, aunque pre-
tendan excluirse mutuamente los unos a los otros, se están refi-
riendo, sin. embargo, al mismo concepto fundamental de <<pueblo»
que todos usan. Así constata las expresiones «pueblo cristiano»,
«pueblo liberal», <<pueblo demócrata» que, dentro de su intencio-
nalidad diferenciadora, no dejan de utilizar el concepto «pueblo»,
lo cual les permite criticarse unos a los otros, reprochándose mutua-
mente un uso parcial o inadecuado del concepto «pueblo»37 •

34
R. Koselleck, «Volk, Nation, Nationalismus, Masse», en Gesc/zichtliche Gnmd-
begriffe, 7, 142-151, 380-431.
35
Ibíd., p. 147.
36 Ibíd., p. 148.
37
Ibíd., p. 148. Este proceso de politización e ideologización de Volk es analizado
por Koselleck hasta bien entrado el siglo XX, pues desde comienzos del siglo observa
nuevas transformaciones con nuevos significados y denominaciones.
232 EL GIRO CONTEXTUAL

La adopción de la dimensión de temporalidad en el concepto


Volk la constata Koselleck igualmente. A Volk se le van asociando
expectativas de futuro y se lo pone en relación con otros concep-
tos de dimensión temporal como «movimiento», «progreso», <<his-
toria», «desarrollo». Aunque al concepto de Volkno le correspon-
diera todavía una experiencia en la vida real; se fue convirtiendo
en un concepto con esa orientación hacia el futuro, que podía ser
utilizada política e ideológicamente38 •
La hipótesis del Sattelzeit fue importante para la elaboración del
Diccionario Geschichtliche Grundbegriffe. Pero, como hemos men-
cionado antes, el propio Koselleck no la consideraba años después
tan fundamental eri el método de la Begri.ffegeschichte. Las cuatro
hipótesis/criterios que hemos mencionado en las líneas anteriores
son, sin duda, más importantes. Como más importante es, enrela-
ción al cambio en los conceptos, la constatación de Koselleck de
que determinados sustantivos utilizados normalmente en plural se
convierten, a lo largo de un período de tiempo, en «singulares»
(Kollektivsingylar), registrándose ahí un cambio fundamental. El
ejemplo par:adigmático de este descubrimiento es para Koselleck lo
ocurrido en el concepto Geschichte (Histotla)39 • En el cambio de.liso
del plural -die Geschichten- al singular -die Geschichte-}lay
un cambio que se realizó; dice Koselleck, de modo expreso en el
último tercio del siglo XVIII. La <<historia», en singular, designó desde
entonces la sbma de las historias individuales, pero está significa-
ba además que se abría un nuevo mundo de experiencia: el mundo
de la historia, precisamente. Indicios de esta transfonnación son las
formulaciones que Koselleck encuentra en los textos de ese últll:no
tercio del siglo XVIII: «la historia en y para SÍ», la <<historia en SÍ>>, la
<<historia misma>> o la <<historia como tal». Hasta. entonces había sido
imposible pensar el término <<historia» sin sujeto. La historia se refe-
o
ría a personajes o a países, a Carlomagno a Francia, etc. 40 • Las

3
s Ibíd., pp. 148-149.
39
Véase R Koselleck, «Geschichte, Historie», en Geschichtliche Grundbegrijfe, 2,
593-595, 647-718. El descubrimiento de este cambio, del singular colectivo, lo aplica
Koselleck también a otros conceptos, como el de Staat.
40
El pasaje que recoge Koselleck de J. M. Cladenius es muy ilustrativo al respecto:
«Los eventos, y con ellos también la historia, son cambios. Pero éstos, sin embargo, pre-
suponen un sujeto, una esencia o substancia permanente» (Allgemeine Geschichtswis-
senschaft, worinnen der Gnmd zu einer neuen Einsicht in allen Arten der Gelehrtheit
gelegt Word, Leipzig, 1752, p. 11). Vid. «Geschichte, Historie» (como en nota 39), p. 649.
JOAQUÍN ABELLÁN 233

cosas, sin embargo, cambiaron, señala Koselleck, cuando los histo-


riadores ilustrados intentaron captar «la historia misma». Entonces
pudo pensarse la <<historia como tal», sin un objeto, o sujeto, parti-
cular. En relación con la facticidad de los personajes o delos acon-
tecimientos, este concepto nuevo de la historia era más bien un meta-
concepto. Al hablarse de la historia en singular, la historia recibía
un ámbito propio, que se convertiría en director de toda la comple-
ja experiencia humana. La historia como sustantivo singular puso
las condiciones para que se pudieran hacer las historias particula-
res41. Todas las relaciones político-sociales en este mundo se enten-
derían como historia en todas sus prolongaciones temporales: «donde
antes se hablaba de derecho o de sanción, de violencia, de poder, de
providencia o de casualidad, de dios o del destino, desde fm~les del
siglo XVIII se podía remitir a la historia»42 . El concepto de historia,
en singular, «se politiza», es decir se convierte en un concepto cen-
tral aplicable a muchas cosas. Y se convierte en el marco, no supe-
rado, del pensamiento· histórico moderno43 .

ID. LOS CONCEPTOS NO TIENENHISTORIA,


AUNQUE CONTIENEN HISTORIA

A la vez que Koselleck escribía sus trabajos para el Dicciona-


rio, continuó su labor de reflexión sobre los conceptos y el cam-
bio en los conceptos como objeto de estudio de la Begrijfsgeschich-
te. En 1983 escribió ún artículo que arroja nueva luz sobre su propia
tarea realizada en los Geschichtliche Grundbegriffe y que contri-
buye a precisar cuál es realmente el objeto de la «historia de los

41
Koselleck trae a este respecto el siguiente texto de G. Droysen: <<Por enciii:ta de
las historias está la historia, así resumía Droysen en 1858 el nuevo mundo de experien-
cia dela historia>> (J. G. Droysen, Historik, Darmastad, 1960, 4.ª ed., p. 354), Geschichtc
liclze Grundbegriffe, 2, 652 (como en nota 39, p. 652).
42
Ibíd., 594.
43
El pasaje de J. c;hr· Adelu,ng que reproduce Koselleck es claro a este respecto: «la
expresión (Geschichte) tiene tres significados de igual rango, que ya no ha perdido desde
entonces: 1. Lo que ha sucedido, una cosa sucedida... , 2. La narración de esta historia o
de los eventos acontecidos; la Historia (Historie) ... 3. El conocimiento de los eventos
acontecidos, la ciencia de la historia; sin plur~> CVersuch eines vo/lstiindigen gramma-
tisch-kritischen Worterbuchs der hoclzdeutschen Mzmdart, 5 vols., Leizpig, 1774-1786,
vol. 2, 1775, pp. 600 ss., en Koselleck, como en nota 39, p. 657). ·
234 EL GIRO CONTEXTUAL

conceptos»44 • La tesis de este artículo es que los conceptos no cam-


bian, no tienen historia, sólo pueden envejecer. Volcada esta afir-
mación sobre los cambios investigados y reflexionados teórica-
mente por él --de los que hemos dado alguna cuenta en el apartado
anterior- surge de nuevo la pregunta de cuál es el objeto de la
<<historia de los conceptos», si éstos no· tienen historia. ¿Qué his-
toria realmente la Begrijfsgeschichte? Las precisiones que aporta
Koselleck en este artículo perfilan su concepto del concepto y apor-:
ta algo más sobre cuáles son los cambios de que se puede ocupar
la <<historia de los conceptos».
En el artículo de 1983 Koselleck afirma, expresamente contra
Nietzsche, que «los conceptos como tales no tienen historia. Con-
tienen historia, pero no tienen historia. Sólo pueden envejecer, afir-
mar algo que ya no sea acertado~ Lo que cambia entonces es el
contexto, pero n.o el concepto envejecido»45 • Una ve~. que se ha
formado un concepto, es decir, una vez que se ha sellado la rela-
ción entre una palabra y una realidad específica con un significa-
do determinado, se convierte en algo único46 • Y «una vez que se
ha acuñado un concepto como tal se sustrae al cambio». Cuando
se «ha llevadó algo al concepto», es decir, cuando determinados
fenómenos o situaciones han sido reunidos bajo unapalabra con
un significado determinado ya no son susceptibles de-cambio.
Aquello a lo que el concepto se refiere específicamente al cons-
truirse el concepto ya no puede cambiar: el concepto de politike
koinonia de Aristóteies o el.concepto de res publica de Cicerón
tiene un carácter único, aunque la realidad.sobre la que versan sea
algo permanente o algo que se repite en el tiempo. La res publica
de Cicerón, por ejemplo, se rC1fiere, a la sociedad romana de época
y a su concepto de «hombre». La politike koinonia de Aristóteles
sólo puede ser entendida en relación con la forma de organización
política de su época, la polis. Lo que ahí es único, es decir, que
está referido a una realidad específica, no puede cambiar a lo largo
del tiempo. Una vez que se ha hallado un conceptopensadóde

44
R. Koselleck, <<Begriffsgeschichtliche Probleme der Verfassungsgeschichtsschrei-
bung>>, enDer Staat Beiheft, 6, 1983; 7-21, Aussprach~, 22-46:
45 lbíd., p. 14. .
46
Pocos años después lo repetiría:-«Whaf m:atters here is that as son a word is uséd
with a specific meaning and with reference to á specific reality, it is unique» («Sorné
Reflections on the Temporal Structure of Conceptllal Change», en W. Melching y W.
Velema (eds.), Main Trends in Cultural Histoíy, Amsterdam, 1994, 7-16, p. 8.
JOAQUÍN ABELLÁN 235

manera específica, aunque fuera con una palabra previamente exis-


tente, se sustrae al cambio. Lo que sí puede cambiar es la realidad
que el concepto ha «conceptualizado», de modo que la formación
posterior de un concepto se adecue a aquélla, cambiando entonces
al compás de la realidad. Lo que tiene historia es todo aquello que
«se ha llevado» a un concepto47 • Siguiendo con el ejemplo de Aris-
tóteles, su concepto de politike koinonia no puede cambiar, insis-
te Koselleck. Lo que realmente ha ocurrido ~s que los lectores
posteriores de Aristóteles le dan un significado distinto y una apli-
cación distinta. El concepto de Aristóteles como tal no tiene nin-
guna historia, pero sí la tiene la recepción de ese concepto48 •
La rotundidad con que Koselleck afirma que los conceptos como
tales, una vez formados, no tienen historia le lleva incluso a plan-
tearse. si la denominación de «historia de los conceptos» es una
denominación adecuada para la tarea historiográfica que él reali-
za. Él reconoce que la denominación Begrijfsgeschichte contiene
una cierta laxitud lógica, habida cuenta de que los conceptos no
tienen historia, pero cons~dera que es una expresión cuyo uso ya
se ha generalizado y resulta, por tanto, dificil cambiarla. De todos
modos, la propia denominación <<historia de los conceptos» no deja
de lanzar un reto científico para precisar de qué se ocupa realmen-
te la Begrijfsgeschichte. Señala Koselleck que el que los concep-
tos no tengan historia no excluye que las palabras que los trans-
portan puedan adquirir nuevos significados, que hay que investigar
en una <<historia de los conceptos». investigar, por tanto, si, adhe-
ridos a palabras viejas, se forman conceptos nuevos con nuevos
contenidos distintos a los que transportaban esas palabras viejas.
Y esta historia puede ocuparse igualmente de las nuevas palabras
que se forman para denominar nuevas realidades o para denomi-
nar estados de cosas en principio idénticos. La semasiofogía y la
onomasiología, por tanto, son claves en ·el quehacer de la «histo-
ria de los conceptos». Lo que Koselleck deduce del hecho de que
los conceptos envejecen y de que se forman nuevos conceptos,
pero que los conceptos no tienen historia, es que nosotros _tenemos
que definirlos para nosotros mismos si queremos utilizarlos his-
tóricamente; tenemos que «traducirlos» para poder entenderlos,

47
Ibíd., 14.
48
R Koselleck, <<Hinweise auf die tempooralen Strukturen begri:ffsgescbichtlichen Wan-
dels», en Hans-Erich Bodeker (ed.), Begri.ffegesclzichte (como en nota 5), 31-47, p. 34.
236 EL GIRO CONTEXTUAL

siendo por tanto conscientes de la distancia existente entre los dos


momentos. Ahí es donde la «historia de los conceptos» realiza una
tarea historiográfica, pues ella muestra la historia de la acuñación
de los conceptos, de sus usos y de los cambios que experimentan
todos aquellos elementos que <<han sido llevados» al concepto49 •
Las reflexiones de Koselleck sobre los cambios semasiológicos
y onomasiológicos son numerosas, pero para clasificar las distin-
tas posibilidades de cambio en la relación concepto-realidad acude,
en repetidas ocasiones, a la clasificación que hizo hace varios años
Heiner Schultz50 . ,, ·

1)La primera posibilidad de que habla Schultz es que el con-


cepto y la realidad permanezcan idénticos, tanto diacrónica como
sincrónicamente. En este supuesto hay que demostrar empíricamen-
te la identidad con la realidad pasada en cuanto a sus elementos
espaciales, personales, estructurales o situacionales. Schultz seña-
la que si un concepto ha perinanecido idéntico sería fundamental
preguntarse qué aporta para la explicación del cambio en otros ámbi-
tos51. Koselleckpiensa que es muy raro que el significado·de las
palabras y la situación real se correspondan entre sí de manera dura-
dera, y más raro todavía es que cambien en paralelo y en el mismo
sentido. Hay palabras y situaciones que han permanecido constan-
tes, como sucede con muchos conceptos relacionados con el cono-
cimiento de la naturaleza y con la vida de los campesinos y los arte-
sanos, que son áreas de actividad sujeUis a una continua repetición52.
2) La segunda posibilidad es que el concepto permanezca
idéntico y cambie la situación real, aunque este·ca.so no parece
previsto en laEinleitung (1972) al Diccionario Geschichtliche
Grundbegriffe53 , pues allí se habla de que el cambio del signifi-

49
Ibíd., 15.
50
Heiner Schultz, «Begriffsgeschichte undArgumentationsgeschichte», en R Kose-
lleck (ed.), Historische Semantik und Begriffegeschichte, Stuttgart, 1979, 43-74, esp. 64-
67. Koselleck se refiere a esta clasificación, por ejemplo, en <<Hinweise» (como en nota
48, pp. 34-35) y en «Historia de los conceptos y concepto de historia>>, en Ayer. Revista
de Historia Contemporánea, 53 (2004), 27-45, p. 31. ·
51
H. Schultz, como en nota anterior, p. 65.
52
R. Koselleck, «Historia de los conceptos» (como en nota 48), 31-32.
53
Schultz se refiere a <<Einleitung>> (como en nota 4), p. xxiii. Schultz hace la obser-
vación de que uno se puede imaginar perfectamente que un usuario insista en el uso de
un concepto por no haber notado cambio relevante o porque, habiéndolo notado, no quie-
re notarlo (ibíd., 65-66).
JOAQUÍN ABELLÁN 237

cado de la palabra y la situación sucedan a la vez, aunque en cada


lado se produzca de manera distinta. Koselleck, por su parte;
como ejemplo de esta segunda posibilidad, menciona el caso del
marxismo soviético. Para el marxismo soviético, el capitalismo
era la última etapa antes de la ruptura revolucionaria final. En la
realidad irrumpieron el fascismo y el nacionalsocialismo -algo
no previsto antes de la primera guerra mundial-, y entonces para
salvar las expectativas revolucionarias, el fascismo fue redefini-
do conceptualmente, de manera poco conforme con la realidad,
como la fase más avanzada del capitalismo. Y después de 1945,
la ortodoxia soviética consideraba que los Estados Unidos y Ale-
mania eran países pertenecientes al capitalismo monopolista,
agresivo, militarista, es decir, fascistas. Y todo ello con vistas a
conservar los viejos significados de esa filosofía de la historia
utópica54 •
3) La tercera posibilidad es que cambie el concepto, pero
la situación siga igual. Lo que plantea Schultz para el caso de
esta tercera posibilidad es que habría que ver si se empieza la
formación de un segundo concepto, o si es irrelevante para el
concepto un cambio en la forma de expresión. Hay que ver si
las nuevas expresiones para la misma situación están ocultando
las expresiones peyorativas, etc. Y hay que preguntarse enton-
ces quién y en qué situación cambia el concepto o lo abandona
por otro. Aquí cabe pensar dos casos: o se cambia el· concepto
aunque no cambie la situación para algunos, pero para otros sí,
de· modo de que el cambio en el concepto es una respuesta que
hay que averiguar en qué consiste realmente; o el concepto se
cambia porque para el usuario la realidad había cambiado, aun-
que la reconstrucción que hacemos hoy demuestre que la situa-
ción no había cambiado y que el usuario se había engañado al
respecto por algún motivo55 • Para ejemplificar este tercer supues-
to, Kosell.eck aduce el ejemplo del concepto de revolución: el
concepto cambia, pero la secuencia de revoluciones, en tanto
que acontecimientos históricos, sigue sucediéndose de la misma
manera o similar. La «revolución» se entiende desde el siglo
XVIII en términos de un proceso de carácter único, capaz de depa-
rar de una vez por todas, con menor nivel de violencia, un futu-

54
R. Koselleck, <<La historia de los conceptos» (como en nota 50), 32.
55
H. Schultz (como en nota 50), 66-67.
238 EL GIRO CONTEXTUAL

ro pacífico. Este nuevo significado omitía, dice Koselleck, el


hecho de que esas revoluciones conducirían inevitablemente a
la guerra civil, tal como sucedió en la realidad en la mayoría de
los casos. Definición utópica de la «revolución», aunque-la rea-
lidad presentaba otras características. El asesinato, la violencia
y la guerra estaban siempre presentes a despecho de los progra-
mas utópicos 56 •
4) La última posibilidad que señala Schultz es que se produz-
ca una discontinuidad en el concepto y en la situación. Sería el
caso contrario del primer ejemplo. Cada lado cambia a su ritmo,
alterándose la relación existente entre ambos: Aunque en los cua.:.
tro supuestos se plantea la cuestión de la explicación causal de cada
supuesto de cambio, en este último caso la necesidad es mayor.
Aquí hay que explicar el cambio de los conceptos por el cambio
en la realidad, y, algo que se suele hacer menos, explicar el cam-
bio en la realidad por el cambio en los conceptos57 • Para ilustrar
esta cuarta posibilidad de cambio, Koselleck elige los cambios
efectuados en la historia del concepto Staatlstatús y su asincronía
en relación con la historia de la construcción real del Estado en
Alemania. E_n:d caso alemán concretamente, la historia de la for-
mación del Staat real no se ajusta, ni siquiera discurre paralela-
mente, a la formación del concepto Staat. A·este·respecto indicá
Koselleck cómo Staat, durante los siglüs XVII, :xvmylos comien.,.
zos del XIX, significaba <<posición social», estamento; el estado del
príncipe (la posición del príncipe). Pero hacia 1800, en pocas déca-
das se produjo un cambio radical en el lenguaje jurídico, hasta el
punto de que Staat fu.e entendido con un significado totalmente
distinto al de Stand-estamento-posición. El Staat se entendió como
soberano, con todos los atributos que antes habían sido adjudicados
al príncipe, redefiniéndose a los antiguos súbditos como ciudada-
nos del Estado, dentro· de unas fronteras determinadas. El Estado,
como un singular colectivo, incorpora ahora muchos significados
en un solo nombre abstracto. Este singular excluyó todos los demás
significados que habían estado vigentes con «estado», y sobre todo
al de Status que se refería a una sociedad de sociedades plurales,
de plurales corporaciones. Decir que se convirtió en un concepto
histórico fundamental es decir que se convirtió en un concepto que

56
R. Koselleck, «Historia de los conceptos» (como en nota 50), 32-33.
57 H. Schultz (como en nota 50), 67.
JOAQUÍN ABELLÁN 239

«dirige e informa completamente el contenido político y social»


en una lengua, en este caso, la alemana58 •
Con todos los ejemplos de cambio, Koselleckprecisa algo más
sus reflexiones sobre la relación entre el carácter único de un con-
cepto y los cambios que se pueden registrar en los elementos que
se <<han llevado al concepto». Se trata de que los·conceptos con-
tienen varios estratos de significado procedentes de distintos tiem-
pos, que, a su vez, tienen un ritmo distinto de duración: algunos
matices de su significado anterior han desaparecido, pero otros
han seguido. Si no se puede hacer ciertamente la historia de un
concepto concreto, sí se puede hacer, sin embargo, la historia de
los distintos estratos temporales que ha tenido. En el transcurso
del proceso histórico, un conceptopuedeir obteniendo otros sig-
nificados o borrando algunos otros, y de estos estratos temporales
sí se puede escribir su historia. Es más, hay otros conceptos que
no sólo tiene estratos de diferentes épocas, sino que en algún
momento adquieren una remisión al futuro, como ocurrió con repu-
blicanismo, cuando comenzó a ser entendido no ya como una refe-
rencia a la realidad presente, sino como un deseo o una expectati:-
va para el futuro. Este concepto y los ismos del lenguaje político
moderno demuestran que el significado de los conceptos puede
contener, con distinto grado de combinación, experiencias del
pasado, realidad actual y esperanzas o expectativas de futuro. La
<<historia de los conceptos» tiene que poner al descubierto los ele-
mentos del pasado, del presente y del futuro que contengan los
conceptos-clave del vocabulario político y social59•
Con dos ejemplos concreta Koselleck su reflexión sobre los
estratos temporales de los conceptos. El primero de ellos es el viejo
concepto aristotélico de la politike koinonia. Fue traducido. al latín

58
R. Koselleck, «Historia de los conceptos» (como en nota 50), 34-36. En Francia
ocurre de manera distinta. Ya en el siglo XVII se habla del état souverain en abstracto, cuya
traducción sólo se encuentra en Alemania en el siglo XIX. «Soberanía>> --como última
instancia de decisión- era en Francia acorde con la realidad histórica desde Luis XIV,
mientras que en Alemania era un concepto al que se teiídía, pero sin darse en la realidad:
ni eran soberanos los Príncipes de los Estados territoriales que componían el Reich
-aunque les gustase llamarse así- ni lo era el Kaiser, pues estaba vinculado jurídica y
políticamente al Reichstag y a los príncipes electores. La suina de Kaiser; Reichstag y los
Príndpes nunca llegó a ser una unidad que actuara con soberanía. El Reich en ese senti-
do nunca fue un Estado en sentido francés del concepto. Véase R. Koselleck, «Staat und
Souveriinitiit», en Geschichtliche Grundbegriffe, vol. 6, 1997, 1-154, pp. 1-4.
59 R. Koselleck, «Hinweise» (como en nota 48), 38-39.
240 EL GIRO CONTEXTUAL

como societas civilis. Ambos se referían a ciudadanos de pleno


derecho, dejando fuera de la «comunidad política» a los esclavos.
Pero, aún así, esta teoría de la politike koinonia contiene otros ele-
mentos que todavía son relevantes en la discusión actual sobre la
determinación de la <<Vida buena», por ejemplo. En un cierto sen'."
tido, la teoría de Aristóteles está todavía viva. Hay seguidores, por
ejemplo, de la reflexión aristotélica de que un requisito necesario
para un orden político estable es la distribución relativamente igual
de la riqueza entre los ciudadanos. Pero; por otro lado, también
está claro que desde el momento en que se traduce la politike koi-
nonia por societas civilis cambia su significado original de mane-
ra fundamental. Societas civilis se usa al comienzo de la edad
moderna para una sociedad organizada en estamentos, es decir,
para una sociedad con una estructura jerarquizada y noigualita-
ria. Después de la Revolución Francesa, la societás civilis ~ bür-
gerliche Gesellschaft-, sin embargo, se usa para una sociedad
caracterizada por sus exigencias de libertad e igualdad. La misma
expresión, por tanto, tiene significados distintos en la Edad Anti-
gua, en los comienzos de la Edad Moderna y en la Edad Contem""
poránea. El,éóncepto tiene muchos estratos de significado de dis-
tintos tiempos. Algunos de esos significados son todavía actuales
y los podemos entender. Otros.han desaparecido. Esto es lo que
quiere decir que elconcepto «sociedad civil>> tiene distintos estra-
tos temporales y qúe cada uno de ellos.tiene una distinta duración60 •
El segundo ejemplo es el concepto de Bildung. En su signifi-
cado encuentra Koselleck igualmente muchos niveles temporales,
que proceden de una tradición específicamente alemana. Bildung
tiene connotaciones medievales y modernas, y llegó 'ªconvertir-
se en un concepto fundamental de la,identidad culturalde los ale-
manes. Uno de los significados dominantes en Bildung es de índo-
le religiosa; es decir, ser «gebildet» es poseer una deterillinada
actitud religiosa, pero, hacia 1770, observa Koselleék, se puede
constatar que la religiosidad que se considera parte integral de la
Bildung es de carácter secular. Por eso el concepto de Bildúng, el
núcleo de cuyo significado gira en torno al cultivo o formación de
sí mismo, no se puede «traducir» ni por educación ni por cultura.
Ni tampoco, apunta Koselleck, sería adecuado hacerlo correspon..:

60
R Koselleck, <<Hinweise» (como en nota 48), 37.
JOAQUÍN ABELLÁN 241

der con «civilizacióm>, pues este concepto en francés o inglés con-


tiene una referencia de una u otra manera a la «sociedad civil», es
decir, a las cualidades del «civis», algo siempre presente en el voca-
bulario ilustrado. Bildung, por el contrario, se sitúa en el ámbito
de la autonomía moral del individuo, sin referirse a la dimensión
política o social que pueda tener el individuo61 .
Las estructuras temporales de los conceptos remiten, según
Koselleck, a la existencia de una semántica previa, que se carac-
teriza ante todo por su carácter de repetibilidad. La semántica la
define como la posibilidad de repetición, pues para que un acto de
habla único sea comprensible, todo el patrimonio lingüístico ha de
estar disponible como algo dado. La comprensión es posible gra-
cias a la recurrencia del lenguaje, que es «actualizado» una y otra
vez en el momento de hablar y que se modifica a sí mismo lenta-
mente62. Y las estructuras de repetición -rio sólo la del lengua'-
je- remiten a la existencia de depósitos de experiencia que esta-
ban disponibles antes de las generaciones contemporáneas y que
seguirán actuando después de las generaciones contemporáneas.
Pues bien, la semántica, que favorece un determinado camino pará
organizar y dirigir los pensamientos y las experiencias, y de la que
depende cada acto de habla individual, «establece una.estructura
interna de carácter temporal en cada concepto que usamos»63 .
Y, para terminar este apartado, hay que referirse también a las
innovaciones. La diferenciación entre múltiples estratos tempora-
les en los significados tiene que ver con la continuidad semánti-
ca. Pero ¿es posible una innovación lingüística? ¿Es un proceso
rápido o lento? Koselleck responde, como es usual en él, con un
ejemplo. Se trata, esta vez, del concepto Bund, importante sin duda
en alemán, y que no es una traducción de ninguno de los términos
latinos que podrían estar próximos, comofoedus, conferatio, unio
o liga 64 • El término se acuñó al final de la edad media. Al princi-
pio se utilizó en expresiones verbales, «wir verbinden uns» y sólo
después se usó el sustantivo Bund. Y con el sustantivo ya se pudo

61 R. Koselleck, «Hinweise» (como en nota 48), 40-42. Véase RudolfVierhaus, <<Bil-

dung», en Geschichtliche Gnmdbegriffe, vol. 1, Stuttgart, 1972, 508-551.


62
R. Koselleck, «Estratos del tiempo», en Estratos del tiempo: estudios sobre la his-
toria, Barcelona, 2001, 35-42, p. 38.
63
R. Koselleck, «Hinweise» (como en nota 48), 41.
64 R. Koselleck, <<Buncb>, en Geschichtliche Grundbegriffe, vol. 1, Stuttgart, 1972,

582-671.
242 EL GIRO CONTEXTUAL

formular alguna teoría coherente sobre este fenómeno de <<Unir-


se», «asociarse». Pero durante la Reforma, Lutero utilizó Bund
como traducción del berith hebreo del Antiguo Testamento. Enton-
ces Bund se cargó con una connotación teológica y no se utiliza-
ba en el contexto político. Incluso la conocida «Schmalkaldischer
Bund» de los enfrentamientos religiosos del siglo XVI nunca se
llamó «Buncb>, precisa Koselleck. Bund, por tanto, siguió siendo
un concepto del ámbito religioso, que se refería a una unión crea-
da por Dios. Y esta interpretación teológica dominó hasta.bien
entrado el siglo XIX. Incluso Marx y Engels conocieron este signi-
ficado antiguo. Y cuando se les pidió un escrito declaratorio para
el <<Bund der Kommunistem> se les pidió que hicierari. una «decla-
ración de fe» (Glaubensbekenntnis), es decir, un concepto del ámbi.,..
to religioso. Pero en vez de redactar un catecismo, hicieron un
«manifiesto». Esto fue una innovación y duradera. Actualmente
han desaparecido de.Bund todas sus connotaciones teológicas.

IV OBSERVACIÓN FINAL

En las páginas anteriores hemos intentado precisar algunos de


los elementos fundamentales de la Begriffsgeschichte de Reinhart
Koselleck: el concepto del concepto, su relación con la realidad,
sus tesis sobre el cambio conceptual. A modo de resumen aproxi-
mativo de las reflexiones de Koselleck se podría decir que su «his-
toria de los conceptos» busca· el uso concreto de la lengua en la
vida social, política o jurídica, midiendo el mundo de la experien-
cia real y de las expectativas por sus registros en el lenguaje. Lo
que pretende Koselleck es una historia de cómo se produce un sig-
nificado a través del lenguaje, mostrando la articulación que pone
en relación los textos de las fuentes y la realidad política y social.
La <<historia de los conceptos» va, por tanto, más allá del análisis
de los conceptos para llegar a ser una historia de la experiencia.
Pero la historia de la realidad, por supuesto, sigue siendo un nivel
independiente desde el punto de vista metodológico, que no se
puede confundir con el nivel de su articl!:Jación lingüística en las
fuentes y en sus conceptos. La Begriffsgeschichte, que comienza
con el análisis de los correspondientes conceptos-palabras, no se
detiene ahí, sino que los pone inmediatamente ei:J. relación con otros
conceptos próximos o antónimos, pues a la Begriffsgeschichte le
JOAQUÍN ABELLÁN 243

interesa el <<Vocabulario» de un sector de la lengua, no los lexemas


particulares. En definitiva, puede decirse que la Begriffsgeschich-
te considera a los conceptos como reflejos de la sociedad en cuan-
to que acuñan significados para la interacción social entre las pala-
bras y la realidad. Y como la relación entre lenguaje y realidad se
altera permanentemente, generándose cambios semasiológicos y
onomasiológicos, la <<historia de los conceptos» encuentra ahí su
objeto de análisis, pues los conceptos como tales no tienen histo-
ria, aunque sí contengan historia, es decir, estratos de significados
de distintos tiempos y de distinta duración.
Algunos investigadores consideran que la intención del pro-
yecto de Koselleck no está tan alejada de los enfoques anglo-
americanos y franceses de la semántica histórica65 • El propio
Koselleck ha reconocido que su proyecto no es incompatible con
la historia del discurso. Y algunos investigadores se han adentra-
do ya en el análisis de esta compatibilidad entre los dos caminos
de hacer historia del lenguaje político y en la comparación en
concreto entre Reinhart Koselleck y Quentin Skinner66 • Aunque
no es éste el momento para hacer ninguna reflexión comparativa,
sólo me referiré -par~ terminar-·· a dós observaciones que el
propio Koselleck hace, dentro de ~sa compatibilidad de enfoques
señalada, sobre dos diferencias específicas entre su manera de
entender la «historia de los conceptos» y la que tienen los histo-
riadores del discurso anglo-americanos. La primera observación

65
Véase Hans-Erich Bi:ideker, «Reflexionen>> (como' en nota 5), especialmente
pp. 116-121, y <<Auspriigungen der historischen Semantik in den historischen Kultur-
wissenschaften>>, en Begriffegeschichte (como en nota 5), 12,22. . ..
66
Véase, sobre todo, la aportación de Melvin Richter, <<Pocock, Skinner and Begriffs-
geschichte», en The History ofPolitical and Social Concepts, Oxford, 1995, 124-142.
Kari Palonen ha realizado un amplio y detallado estudio comparativo sobre Q. Skinner
y R. Koselleck en Die Entzauberung der Begriffe. Das Umschreiben der politischen
Begriffe bei Quentin Skinner und Reinhart Koselleck, Münster, 2004. Su tesis :fundamen-
tal es que Q. Skinner mantiene una perspectiva retórica en el cambio de los conceptos, :
mientras que la perspectiva de Koselleck se basa en una teoría del tiempo. ,
En la tesis de que los «conceptos no tienen historia>> cabe constatar, sin duda, una
gran proximidad entre Koselleck y Skinner. En «Reply to My Critics» escribe Skinner:
«l can best restate my objection by observing, in Wittgensteins's phrase, that concepts are
tool. To understand a concept, it is necessary to grasp not merely the meanings of the
terms used to express it, but also t!ie range of this things that can be done with it. This is
why in spite of the long continuities that have undoubtedly marked 'out inherent pattérns
of thought, 1 remain unrepentant in my belief that here can be no histories of concepts;
there can only be histories oftheir uses in argument>> (en James Tully, ed., Meaning and
Context. Quentin Skinner and his Critics, Cambridge, 1988, 231-288, p. 283).
244 EL GIRO CONTEXTUAL

tiene que ver con la óptica desde la que consideran el lenguaje.


Según Koselleck, los historiadores del discurso cultivan básica-
mente la vieja exégesis de textos y no siguen el hilo rojo de los
conceptos fundamentales centrales. Para él, sin embargo, el carác-
ter específico de la Begriffsgeschichte está en encontrar esos con-
ceptos centrales sin los que no es posible (organizar) la experien-
cia, es decir, su Begriffsgeschichte presupone el carácter no
intercambiable de esos conceptos fundamentales y luego los busca
y averigua por qué son cuestionables o no son cuestionados. Pre-
cisamente porque no son intercambiables, muchos hablantes los
usan con la pretensión de establecer qué es el verdadero Estado,
qué es la emancipación, qué es la sociedad67 • La segunda obser-
vación tiene que ver con el carácter normativo de los conceptos.
En una de sus últimas entrevistas, realizada en Madrid en el mes
de marzo de 2005, Koselleck afirma que la verdadera diferencia
\\ que tiene con el quehacer historiográfico de Quentin Skinner es
que éste vuelca sus análisis hacia lo normativo 68 • Alude concre-
tamente a sus análisis de los conceptos de freedom y liberty y le
parecen muy normativos, comparados con el lenguaje vehemen-
te de los teólogos presbiterianos y los argumentos de los revolu'.'"
cionarios británicos de los años de la guerra civil, impregnados
de teología. Koselleck no opera, como historiador, con concep-
tos normativos. Cree que no se puede aplicar retrospectivamente
la normatividad implícita en los conceptos del último siglo,
haciendo análisis históricos a partir de ellos: «tengo que escuchar
lo que dijeron las gentes del pasado e intentar ver cuáles se supone
que fueron sus intenciones originales, aunque las respuestas a
esa clase de cuestiones sólo podré encontrarlas si desarrollo hipó-
tesis adecuadas»69 • ·

67
R. Koselleck, «Begriffsgeschichte» (como en nota 1), 193.
68
«Historia conceptual, memoria e identidad (1). Entrevista a Reinhart Koselleclo>,
por J. Femández Sebastián y J. F. Fuentes, en Revista de Libros de la Fundación Caja
Madrid, 111 (2006), 19-22.
69
Ibidem, p. 22. Koselleck puntualiza que cuando habla de prescindir de conceptos
normativos se refiere a su tarea de historiador. Otra cosa es si se entrara en el terreno de
la política.
JOAQUÍN ABELLÁN 245

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./
2. EL MAQUIAVELO DE SKINNER:
ACCIÓN, LIBERTAD Y REPÚBLICA
RAFAEL DEL ÁGUILA y SANDRA CHAPARRO

La visión republicana de la 2olítica [ ... ] éontiene una adver-


tencia que[ ... ] difícilmente nos podemos permitir ignorar: a
menos que coloquemos nuestros deberes antes que nuestros
derechos, esos derechos resultarán socavados.

QUENTIN SKINNER1 .

I. REPÚBLICA

Quentin Skinner, al igual que otros sobresalientes intérpretes


de Maquiavelo, considera que la teoría política del florentino debe
ser comprendida en clave republicana. Pese a la extraordinaria plu-
ralidad de interpretaciones contrapuestas que han.recaído sobre
nuestro autor2 , su inserción en la tradición republicana explicaría
más elementos de su teoría política y resolvería mejor que otras
alternativas algunas de sus tensiones internas. Según esta interpre-
tación republicana, Maquiavelo continuaría la tradición del huma-
nismo cívico de una manera original y acorde con su experiencia
política y con sus lecturas del legado de los clásicos romanos. No
obstante, el enfoque maquiaveliano hace suya una mirada crítica
y un tanto desencantada con el mundo, que no siempre encontra-
mos en el humanismo que le precedió. Nuestro autor no está dis-
o
puesto a que las ingenuidades el optimismo pongan en riesgo lo
que a él le parece el objetivo político por antonomasia: la promo-

1 «The reason for wishing to bring the republican vision ofpolitics back into view

[ ... ] [is] because it conveys a warning which [ ... ] we can hardly afford to ignore: that
unless we place our duties befare our rights, we must expect to find out our rights them-
selves undermined.» Ver Q. Skinner, «The Republican Ideal of Political Liberty>>, en G.
Boclc, Q: Skinner y M. Viroli (eds.), Machiavelli and Republicanism, Cambridge Uni-
versity Press, Cámbridge, 1990, p. 309.
2
Ver R. del Águila y S. Chaparro, La república de Maquiavelo, Tecnos, Madrid,
2006, cap. l.

[249]
250 EL GIRO CONTEXTUAL

ción y la defensa de un vivere civile e libero en el seno de una repú-


blica.
En realidad, el ejercicio de la libertad política constituía, según
el florentino, la aspiración más elevada para cualquier ser huma-
no. Por esta razón, la institUción, defensa y desarrollo de una
república era una tarea exigente. No era un simple problema de
disfrute de libertades,. sino una severa empresa de acción que
implicaba a los ciudad.anos en su éonjui:ito. Por eso era tan nece-
saria la generación de ciudadanos v:iitu:osos; políticamente capa-
ces, obedientes a leyes autoimpuestas y servidores del bien públi-
co. Ciudadanos entregados a la acción y a la lucha pública por
sus libertades.
Esto, sin embargo, no suponía (y ésta es una parte muy impor-
tante de la interpretación de Skinner) un olvido del ámbito de lo
que la tradición liberal ha dado en llamar libertades negativas.
Y la razón por la que el compromiso con lo público no desem-
boca en un aplastamiento de las libertades personales, como siem-
pre han temido los liberales, es que el ejercicio de las libertades
públicas constituye la única esperanza para· mantener vivos nues-
tros privilegios y derechos en los ámbitos privados; Ésté es, pro-
bablemente el nudo gordiano de la interpretación skinneriana.de
Maquiavelo y de su concepción de libertad republicana,• de la que
luego hablaremos en detalle. Pero, antes, debemos prestar atención
a tres conceptos precisamente por su íntima conexión con el con-
cepto de libertad: la virtu, la ley y la educación cívica. , .

II.. VIRTÚ

La teoría maquiaveliana de la virtu está firmemente entronca-


da con los pianteamientos humanistas, que reelabora de manera
original. Para el humanismo florentino, nos hallamos ante un con-
cepto vinculado a una constelación de significados tales como
gallardía, ánimo, fortaleza, destreza e ingenio, y se compone igual-
mente de elementos entre los que cabe contar el furor, la feroci-
dad, la astucia, pero también, y esto es i:rp.portante, la prudencia y
la inteligencia práctica3 • En definitiva, la virtu contiene, .hl menps

3
Ver R. Price, «The senses ofvirtU in Machiavelli», European Studies Review, 3, 4,
1973. También, R. del Águila y S. Chaparro, La república de Maquiavelo, op. cit., cap. 9.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 251

en parte, una fuerte tendencia a ser arte, capacidad reflexiva y vir-


tuosismo en la elección y en la acción. Aplicada, sobre todo, a los
asuntos políticos y militares, y desprovista de la carga moral de la
que el cristianismo la había dotado, la virtu se despliega en un con-
junto de habilidades para concebir y ejecutar planes de ac9ión con
la vista puesta en las consecuencias políticas en un mundo en per-
petua ebullición y movimiento. Este <<hecho del movimiento», esta
realidad del cambio permanente, es crucial para entender algunas
de las características del concepto. Porque a causa del-continuo
devenir y del flujo de todas las cosas, las habilidades que compo-
nen la virtu acaban siendo poco más que un conjunto vago e inde-
finible de disposiciones de ánimo que deben permitir al ciudada-
no adaptarse a las más variadas situaciones. No obstante, el
concepto virtu mantiene uri halo de referencias constante; un eco
de energía, eficacia, capacidad de acción y de sacrificio, habilidad
para ver <<más allá» de lo aparente y superficial, para captar lo real-
mente determinante para la acción, pará reflexionar valiente, jui-
ciosa e inteligentemente.
En el ámbito de la política· hay que subrayar su significado como
destreza para fundar o gobernar estados. Se habla'de virtit di animo
e di carpo, de fortaleza de carácter y valentía fisica, de inteligen-
cia práctica, de capacidad para saber qué hacer y de coraje para
hacerlo. Algo propio de pocos hombres que, cuando se -produce,
no debe verse constreñido por ninguna normatividad trascenden-
te si·genera resultados políticos capaces de crear libertad. De hecho,
los florentinos del Quattrocento la vinculan siempre ala protec-
ción de las libertades políticas. En su Laudatio Florentinae Urbis,
Leonardo Bruni.opinaque había sido la virtus la que había permi-
tido a Roma salvaguardar su libertad y añadía que, en su opinión;
para ser eficaz en·e1 cumplimiento de esta suprema misión debía
ser cultivada por todos y cada uno de los ciudadanos, no sólo por
sus gobernantes4 •
Con todo, varios especialistas (Whitfield, el propio Skinner o
Kahn) 5 han subrayado también el carácter polivalente y proteico
- '
4 Ver Q. Skinner, Visions ofPolitics. Vol. JI. Renaissance Virtues, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge, 2002, p. 130. --
5 Ver J. H. Wbitfield, Machiavelli, Russel y Russel, New York, 1965; o bien, Q. Skin-
ner, The Foundations ofModern Political Thought, vol. 1, Cambridge University Press;
Cambridge, 1978; o bien V. Kahn, Machiavelian Rethoric, Princeton University Press,
Princeton, N.J., 1994.
252 EL GIRO CONTEXTUAL

del concepto, su falta de coherencia, de consistencia o de claridad.


Y ciertamente así parece ser puesto que, porlo pronto, no encon-
tramos en toda la obra del florentino una definición uriívoca. Pero,
desde luego, eso nunca hizo a nuestro autor menos inclinado a su
uso. Según los cálculos de Russel Price, el término virtit y aque-
llos asociados gramaticalmente a él, aparecen más de seiscientas
veces en sus obras principales. Por si eso fuera poco, no cabe duda
de que este concepto es realmente central para entender la teoría
maquiaveliana de la acción y la libertad políticas, pues de él depen-
de, nada menos, que el sentido mismo de esa acción, sus objetivos
y su significado. ·

ID. EDUCACIÓN CÍVICA, VIRTú Y LIBERTAD

Ubicua, ambigua y crucial, la virtit maquiaveliana no nos pone


fácil ni su explicación ni su comprensión. Sin embargo, pese a
este carácter polimorfo, la lectura republicana·o, cómo Skinner
diría, neo-romana, de Maquiavelo mantiene su fuerza y su poder
explicativo en el ámbito de su teoría de la virtit. Porque; cierta-
mente, Maquiavelo creía, como Salustio, que sólo la república
permitía la aparición de verdadera virtit («los reyes.recelan de
los buenos más que de los malos y siempre les infunde temor la
valía de los demás». Conj. Cat., vii) 6 • Y esa prioridad republi-
cana trae consecuencias. Porque entonces todo pasa a depender
de la generación de virtu mediante una educación cívica ciuda-
dana que eluda la corrupción en el seno de una república libre;
Una educación en el correcto actuar posible, ya que 1a virtit no
es sólo voluntad de. acción y percepción de lo: que debe hacer-
se, sino tambíén una forma determinada de ejercer la racionali-
dad. Por eso, los ciudadanos deben ser educados en ella, de modo
que la formación cívica se convierte en el nudo gordiano. de la
libertad.
La educación cívica del sujeto es, pues, fundamental para el
proyecto del florentino. Si la educación en la que te han criado es
«débil y vana te vuelve similar a ella y si es de otro tipo te hace
diferente». Y lo que es aún más importante: «si [la educación] te

6
Ver Salustio, La conjuración de Catilina. La Guerra de Yugurta, v.c. M. Marin y
A. Pariente, Editorial Remando, Madrid, 1984.
RAFAEL DEL ÁGUILAJSANDRA CHAPARRO 253

hace mejor conocedor del mundo, te hará alegrarte menos por el


bien y entristecerte menos por el mal» (D,ill,31 )7 •
De modo que dos cosas se evidencian en este texto. Primera, el
poder formativo de la educación que te moldea, te templa, te equi-
libra y te hace ser como eres. Segunda, que esa educación restrin-
ge tus excesos, frena tus pasiones más alborotadas y quizá más
irreflexivas e infantiles, porque si te convierte «en mejor conoce-
dor del mundo, te hará alegrarte menos por el bien y entristecerte
menos por el mal».
Ahora bien, esa perspectiva educativa en la virtu se encuentra
muy centrada en un aspecto crucial para Maquiavelo: la adaptabi-
lidad al mundo y la acción dirigida a crear condiciones para la
libertad y la autonomía del sujeto mediante un ajuste a las condi-
ciones dadas que le hace capaz de transformarlas en su propio bene-
ficio. Un beneficio propio que redunda en beneficio de la comu-
nidad política garantizando las libertades de los ciudadanos pues,
después de todo, la virtU despliega sus talentos en busca de lo mejor,
de lo más útil para los hombres que la encaman.
Aunque el mundo, como no podía ser de otro modo tratándose
de nuestro autor, es contradictorio a este respecto. Por un lado, todo
es igual hoy que ayer (D,I,39), los hombres «tienen y tendrán siem-
pre las mismas pasiones» (D,III,43), además de que en todas las
ciudades y en todos los pueblos se expresan los mismos humores
y éstos son como siempre han sido (D,I,39). O sea que el mundo
posee una cierta estabilidad en humores y pasiones, en inclinacio-

7
Abreviaturas de las obras citadas de Maquiavelo:
P (seguido de número arábigo indicando capítulo): <di Príncipe», en Tutte le Opere.
Versión castellana de M. A. Granada, Alianza, Madrid, 1981 y H. Puigdomenech, Tec-
nos, Madrid, 1988.
D (seguido de número romano indicando libro y arábigo indicando capítulo): <<Dis-
corsi sopra la prima deca di Tito Livio», en Tutte le Opere. Versión castellana A. Martí-
nez Arancón, Alianza, Madrid, 1987.
IF (seguido de número romano indicando libro y arábigo indicando capítulo): <<lsto-
rie fiorentine», en Tutte le Opere. Versión castellana F. Fernández Muga, Alfaguara,
Madrid, 1979.
SPM (seguido de número arábigo indicando página de Tutte le Opere y de la edición
española): «Scritti politiche minori», en Tutte le Opere. Versión castellana M. T. Nava-
rro Salazar, Tecnos, Madrid, 1991.
CaS Ghiribizzi a Soderini. Versión castellana («Capricho a Soderini>>), en M. A. Gra-
nada, Maquiavelo, Península, Barcelona, 1987.
CF (seguido de números arábigos indicando versos): <<l Capitoli di Fortuna>>, en Tutte
le Opere. Versión castellana M. A. Granada, Península, Barcelona, 1987.
254 EL GIRO CONTEXTUAL

nes y prácticas, lo que podría hacer posible acceder a un saber poli.,.


tico basado en la experiencia y en las lecciones de la historia; Pero,
por otro lado, todo se mueve y cambia (P, 13), «las cosas de los
hombres están siempre en movimiento y no pueden permanecer
estables» (D,I,6), «la naturaleza no ha dado a las cosas terrenas el
poder de detenerse [ ... ] continuamente se desciende del bien al
mal y se sube del mal al bien. Nada se detiene: la virtud produce
tranquilidad, la tranquilidad ocio, el oc,io desorden y el desorden
ruina; y de la misma manera de la ruina nace el orden del orden la
virtud, de ésta, la gloria y la próspera fortuna» (IF,V,1). Todo esto
abre la esclusa a las exigencias de abandonar tradiciones y «Cami-
nos trillados» (P,15).
Tanto los líderes como las repúblicas en conjunto deben adqui-
rir, por medio de la virtu, el ánimo suficiente para moverse «según
los vientos de la fortuna y la variación de las circunstancias se lo
exijan>> (P,18). Para ello deben aprovechar la experiencia que nos
ofrece la estabilidad, y también la reflexión innovadora que nos
ayuda a adaptarnos a los cambios del mundo. Porque la causa de
la buena o mala fortuna de los hombres reside en su capacidad de
«acomodarn··Y «armonizar» su proceder a los tiempos. Lo cual,
lamentablemente, viene a ser prácticamente imposible, dado que,
primero, los hombres no pµeden desviarse de aquello a lo que la
naturaleza les inclina y, segundo, no cambian sus fantasías y las
formas de proceder de las que han obtenido resultados positivos
(D,III,9; P,25; CaS) ..
Así pues, existen dos razones que explican nuestros errores:
nuestra incapacidad para cambiar nuestra naturaleza y nuestra inca-
pacidad para cambiar nuestros modos de proceder cuando han teni-
do éxito. Ambas deficiencias nos impiden saltar de una a otra rueda
de fortuna y adaptarnos a los tiempos y ganarles la partida («feliz
sería siempre y contento / quien pudiera saltar de rueda en rueda
/mas ... este poder nos es negado». CF, 116 ss.).
El error de juicio que aquí se pone de manifiesto consiste, afir-
ma Claude Lefort8 con razón, en que olvidamos las condiciones
contextuales para centrarnos en las personales. Olvidamos que el
éxito y el fracaso, el bien y el mal son frutos de un encuentro y de
una relación de fuerzas y acciones virtuosamente llevadas a cabo,

8
Ver C. Lefort, Le travail de l'ouvre Machiavel, Gallimard, París, 1972, pp. 442 ss.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 255

y no únicamente de una manera de ser o de una disposición cris-


talizada.
Ciertamente, la adaptabilidad supone contar con un carácter esta-
ble, pero educado en la variabilidad. Se trata (con Aristóteles) de
llegar a ser de cierta manera, de adquirir el hábito de «sintonizar»
permanentemente y de forma natural con las situaciones variables,
de hacer de la flexibilidad una segunda naturaleza, de captar las
modificaciones en los rasgos sobresalientes de una situación antes
de que se generen cambios irreversibles. Pues la virtit no es una
regla general de comportamiento que podemos aplicar, más o menos
automáticamente, a cada situación dada sino una facultad de deli-
beración sobre particulares (K.ahn, Nederman)9 • Sencillamente la
variabilidad de todas las cosas, el hecho de que no exista curso de
acción seguro, de que toda elección comporte peligros, de que cada
vez que uno escapa a un riesgo, surja otro, impide la vinculación
de la virtit a una regla segura y firme, y aconseja, en cambio, reco-
nocer prudentemente la situación y elegir la alternativa menos mala.
Todo esto suena realmente prudencial y aristotélico. Sin embar-
go, a cualquier conocedor del enfoque skinneriano le sorprende,,.
rán nuestras afirmaciones, dado que, según él, Aristóteles se halla
lejos de haber influido en el florentirio. Creemos, sin embargo, que
su influencia en la teoría de la acción maquiaveliana podría demos-
trarse, pace Skinner. Dedicaremos el próximo epígrafe atratar de
hacerlo.

rv. ACCIÓN POLÍTICA, VIRTÚ Y PRUDENCIA

En efecto, Skinner da por sentado que la teoría aristotélica de


la acción (el así llamado eudaimonismo) requiere de una concep-
ción del bien homogénea y única, de una noción de «florecimien-
to objetivo» 10 y, por tanto, de una fijación a priori y exclusiva de
cuáles son los fines que los seres humanos deben perseguir. Así,

9
Ver V. Kahn, « VirtU and the Example ofAgathocles in Machiavelli>>, en A. Russel
y V. Kahn (eds. ), Machiavelli and the Discourse ofLiterature, Cornell University Press,
Ithaca y London, 1993; C. J. Nederman, <<Machiavelli and the Moral Character: Princi-
pality, Republic and the Psychology ofVtrtID>, History ofPolitical Thought, xxi, 3, 2000.
10 Ver Q. Skinner, «The Idea ofNegative Liberty: Philosophical and Historical Pers-

pectives», en R. Rorty, A. Schneewin y Q. Skinner (eds.), Philosohy in History, Cam-


bridge University Press, Cambridge, 1984.
256 EL GIRO CONTEXTUAL

otros autores, como Hannah Arendt, por ejemplo, que vinculan la


libertad con la palabra y la acción, y con una forma de vida acti-
va caerían bajo el mismo reproche. Y la razón es que tal cosa cerra-
ría en exceso el ámbito de los fines en la vida humana y nos ale-
jaría del pluralismo hoy ya ineludible para nosotros 11 •
Al igual que otros intérpretes 12, Skinner sugiere que es precisa-
mente eso lo que diferenciaría a Maquiavelo del estagirita, a la virtu
de la phrónesis, a la eudaimonia del consecuencialismo, a una polí-
tica sin freno exterior alguno (la política maquiaveliana) de un bien
común que rinde pleitesía a una moral exterior a la acción misma
(la política aristotélica), etc. 13 • Aun cuando otros pensadores en linea
republicana han señalado los vínculos de las teorías de Aristóteles
con ciertos conceptos clave de la teoría de Maquiavelo 14, no está de
más que exploremos esta cuestión con cierto detenimiento, porque
creemos que se trata de un asunto clarificador tanto de la concep-
ción republicana de nuestro autor como de algunos problemas en
la interpretación skinneriana de la libertad.
Así pues, para Skinner no es Aristóteles el punto de referencia
de Maquiavelo, sino los estudios jurídicos de Padua, y los prehu-
manistas (Pe~aréa, Bruni, Salutati) que redescubren el pensamien-
to romano de un Cicerón, un Salustio o un Tito Livio. No es nece-
sario negar estas influencias, por lo demás muy evidentes en
muchos de los conceptos claves del florentino 15 • Pero sí es intere-
sante tratar de interpretar la influencia de Aristóteles de una mane-
ra más productiva de la que sugiere Skinner. Ciertamente no del
Aristóteles tomista, cristiano y platonizado, sino del Aristóteles
clásico leído directamente por el florentino en las traducciones de
sus Éticas y su Política.

11
Ver Q. Skimier, <<A Third Concept ofLiberty>>, Proceedings ofthe BritishAca-
demy, 117, 2002, pp. 242-243 (hay v.c. de C. Castells para Claves de Razón Práctica,
115, 2005). .
12
Por ejemplo, H. C. Mansfield, Machiavelli s Virtue, The Chicago University Press,
Chicago y London, 1998, pp. 19 y 319; o bien M. Hulliung, Citizen Maclziavelli, Prin-
ceton University Press, Princeton, 1983, p. 103. Ver también, M. Senellart, <<Republica-
nisme, eudaimonia et liberté individue!: le modele Machiavéliene selon Quentin Skin-
nern, en F. Domínguez (e.a., eds.), A1istotelica et Lulliana, Instrumenta Patristica, 26,
La Haya, 1995.
13 Ver R. del Águila, La senda del mal. Política y razón de Estado, Tauros, Madrid,

2000, pp. 75 SS.


14
Ver J. G. A. Pocock, The Machiavelian Moment, Princeton University Press, Prin-
ceton, 1975, pp. 67 ss.
15 Ver R. del Águila y S. Chaparro, La república de Maquiavelo, op. cit., caps. 5 ss.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 257

Por lo demás, esto no tendría nada de extraño en el entorno inte-


lectual de Maquiavelo. Historiadores como Gilmore hablan de un
auténtico greek reviva/ en la Florencia de mediados del siglo XV
como consecuencia de la caída de Bizancio en manos de los tur-
cos otomanos. El éxodo de libros y de sabios que tuvo lugar como
consecuencia de la conquista llenó, al parecer, las principales biblio-
tecas de Italia de volúmenes sobre filosofia y literatura griega. En
Roma, Venecia y Florencia una de las principales tareas de los estu-
diosos fue la de editar, publicar, traducir y comentar estos textos.
Aristóteles habría ocupado el interés de conocidos intelectuales de
la época. Fue traducido por Teodoro de Gaza, el cardenal Besa-
rión, Ermolao Bárbaro o Leonardo Bruni. Consta que Gregorio de
Citta Castello tradujo tanto la Ética Nicomaquea como la Ética
Eudemia 16 • Sabemos por Paul Kristeller que Petrarca decía tener
gran interés por Aristóteles. Insistía especialmente en el valor de
las Éticas y afirmaba que el pensamiento del filósofo clásico era
muy superior a lo que queríari hacer con él sus comentaristas y tra-
ductores medievales. Atacaba a los escolásticos y el uso que ha-
cían ·del estagirita recalcando el hecho de que, en su opinión,·dis-
torsionaban de forma arbitraria sus afirmaciones, dándoles un
significado ajeno al pensamiento original del filósofo. De hecho,
las ideas peripatéticas nunca dejaron de formar parte del corpus
de estudio habitual de las universidades de Padua y Bolonia, impor-
tantes centros de la Toscana desde los cuales irradiaba, en los años
de Maquiavelo, el pensamiento aristotélico clásico d~ la: mano de
pensadores de la talla de Pietro Pomponazzi 17• Sabemos también,
gracias a alguno de sus biógrafos más destacados, que las Éticas
de Aristóteles formaban parte de la biblioteca paterna que hereda-
ra en su día Maquiavelo 18 •
Es, pues, perfectamente factible, que nuestro autor leyera al
estagirita y extrajera de sus escritos algunas conclusiones diferen-
tes de aquellas que los escolásticos sugerían. ¿En qué ámbitos?

16
Ver M. P. Gilmore, The World ofHumanism (1413-1517), Harper, Nueva York,
1962, p. 190.
17
Ver P. Kristeller, Eight Philosophers oftlze Italian Renaissance, Stanford Univer-
sity Press, 1966, pp. 10 y 76.
18
Ver R. Ridolfi, The Life ofNiccolo Machiavelli, The University ofChicago Press,
1963, p. 2, nota 7. En la biblioteca existía un ejemplar de la Ética de Aristóteles, ade-
más de un comentario a la obra escrito por Donato Acciaioli; comentario que habría
suplido sus deficientes conocimientos del griego.
258 EL GIRO CONTEXTUAL

Para empezar en la idea de libertad. Ser libre en el mundo anti-


guo no implicaba <<1:enern derechos, sino actuar19 • Porque es actuan-
do como moldeamos nuestro carácter, lo dotamos de virtit, adqui-
rimos una forma de ser y unos hábitos adecuados. Ciertamente
Roma proporciona un contexto político que nos aclara este enfo-
que. Pero es Grecia la que nos puede ofrecer un análisis teórico de
fondo de lo que significa exactamente ser libre en la acción. Y es
precisamente Aristóteles, el que, criticando el hiperidealismo de
la teoría platónica del buen gobierno, desarrolla esta línea de pen-
samiento que coloca en el centro de sus preocupaciones las .ideas
de praxis (acción) y eudaimonia (vida buena).
Esa libertad en la acción en busca <!e la vida buena es, por lo
demás, la causa de que los seres humanos vivan juntos en comu-
nidades políticas organizadas. Sin ellas la vida política como tal
no tendría sentido alguno, pues su razón de s~r es la libertad mate-
rializada en acción. Los hombres son libres, y no meros «posee:-
dores» del don de la libertad, mientras actúan, ni antes ni después,
ya que ser libre y actuar son la misma cosa201 ·
Lo que las personas quieren, aquello que éada individuo entien-
de que debe1Íacer para obtener la vida buena,. sólo se muestra en
la acción. La acción que persigue metas revela una forma de ser,
expresa un carácter.. Por otro lado, cada vez que un agente actúa
aprende en la acción cuál es el comportamiento correcto, qué incli-
naciones debemos cultivar, qué .hábitos debemos mantener. Fren-
te a un Platón que afirma que la felicidad es la virtud, y que el hom-
bre virtuoso es el hombre feliz, Aristótéles21 sugiere que si así fuera,
un virtuoso que pasara su vida durmiendo o que sufriera las peo-
res desgracias, sería feliz y que, como tal cosa es absurda, habría
que conceder que la virtud es dependiente de la acción cuando se
trata de generar, eudaimonia, vida buena. De este modo la acción
es una prioridad esencial de la vida buena22 •

19
Una idea que, por cierto, compartían en el siglo tanto los maquiavelianos como
los antimaquiavelianos. Sobre la relación entre individuo, libertad y acción en los siglos
XVI y XVII ver S. Chaparro, «El silencio del horno loquens: los orígenes modernos del
individuo moderno», Revista de Estudios Políticos, 130, octubre 2005, pp. 113-150.
20
Ver H. Arendt, «¿Qué es la libertad?», Entre el pasado y el futuro, v.c. A. L. Pol-
jak, Peninsula, Barcelona, 1996, pp. 55 ss.
21
Ver Aristóteles, Ética Nicomaquea, v.c. J. Pallí, Gredos, Madrid, 1985, 1095a y
1098b.
22 Ver M. Nussbaum, The Fragility of Goodness, Cambridge University Press, Cam-

bridge, 1986,p.324.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 259

¿Es esta vida buena única, objetiva, homogénea, de obligada


elección para cualquier ser humano? En realidad Aristóteles no
prejuzga si hay un solo y perfecto objetivo vital o muchos (EN,
1097a), sólo afirma que debemos escoger lo mejor ytermina defi-
niendo a la vida buena como el actuar de acuerdo con la virtud
(EN, 1099b), sin que se nos explicite en qué consiste el uno y la
otra. Es verdad que cuando se pregunta (EN, 1097b) si no existirá
una función propia del ser humano (ergon) parece inclinarse hacia
lo que algunos han llegado a denominar una metafisica biológica.
Sin embargo, el estagirita también se resiste a dotar de contenido
específico a este concepto23 •
Y cuando, dado que el hombre es un animal político (zoom poli-
tikon ), la empresa de acción se convierte en colectiva y s~ asegu-
ra que las comunidades nacen para el mero vivir y subsisten para
asegurar la vida buena (eu zen), tampoco se define con exactitud
en que consistiría tal cosa. Por otro lado, la definición del ser huma-
no como ser político, dotado de habla y razón (lagos), no sirve más
que para señalar la manera en que los propios humanos buscan,
determinan sus fines y actúan, y no es un mecanismo de cierre de
las opciones de elección24 • En este sentido, Aristóteles no reivin-
dica un régimen político en exclusiva como el adecuado a todo
momento y lugar. Se limita a sugerir qúe los ciudadanos de la polis
deben perseguir el bien común para obtener así la vida buena. Todo
depende, por lo demás, del tipo de comunidad política y de las vir-
tudes desplegadas por sus miembros (Poi., 1280a).
Seguramente, el argumento más fuerte a favor de un Aristóte-:
les que diseña un sistema de fines cerrado vinculado a un eudai-
monismo monista es el que algunos han encontrado a través de la
interpretación de Tomás de Aquino centrada en la primacía de la
vida contemplativa y en la identificaéión del fin moral con la ley
natural2 5 • Sin embargo, lo dicho hasta aquí· abre la posibilidad a

23
Estas polémicas pueden seguirse más técnicamente en J. McDowell, «The Role of
Eudaimonia inAristotle's Ethics», en A. Rorty (ed.), Essays OnAristotle's Ethics, Uni-
versity ofCalifornia Press, Berkeley, 1980; D. Hutchinson, The Virtues ofAristotle, Rou-
tledge, London, 1986; B. Suits, «Aristotle on the Function ofMarm, Canadian Joumal
ofPhilosophy, 4, 1974.
24
Ver Aristóteles, La política, v.c. C. García Gual y A. Pérez Jiménez, Alianza, Madrid,
1986, 1252b y 1253a.
25
Una discusión más pormenorizada en H. G. Gadamer, The Idea of the Good in
Platonic-Aristotelian Philosophy, Yale University Press, New Haven, 1986, pp. 18 ss.;
260 EL GIRO CONTEXTUAL

una interpretación del estagirita que le haría susceptible de lectu-


ras más compatibles con el pluralismo de fines que parece subya-
cer la teoría de Maquiavelo. Además, el error de comprender el
eudaimonismo como monista, fijo y dado, es creer que la vida
buena es algo que sucede, por así decirlo, «después» de la acción
libre. Porque toda acción libre es ya parte de esa vida buena, pues
es.en aquella donde materializamos la libertad de actuar. La liber-
tad es la acción misma, yno únicamente su «producto». Aprende-
mos a ser libres actuando como seres libres y eligiendo nuestros
fines por nosotros mismos. Y no es, como sugiere Skinner26 , eli-
giendo ciertos fines como los únicos propios del ser humano. Lo
que es propio del ser humano es expresar su sagacidad de racioci-
nio en ellenguaje para hacer posible que cada comunidad políti-
ca establezca los fines y reflexione sobre los medios deliberativa-
mente. Fines y medios se hacen buenos en la deliberación y en la
acción cotidiana, porque es con cada una de las acciones que los
fines se especifican en lo concreto. Y, además, cada una de las
acciones, en tanto que medio necesario, contiene en particular ele-
mentos del fiµ·propuesto 27 •
Todo lo dícho hasta aquí ofrece un espacio, en contra de la opi-
nión de Skinner, para considerar con seriedad la existencia de una
influencia de Aristóteles sobre Maquiavelo vinculada a una visión
de la eudaimonia no monista, sino pluralistay agonista28 , lo que
nos abriría el paso a una comprensión del florentino mucho más
cuidadosa con el papel que desempeña en su teoría la prudencia,
la phrónesis y la inteligencia práctica en el ámbito del ejercicio de
la virtu y de la libertad. -

V PARTICIPACIÓNY AUTONOMÍA

Sea como fuere, el ejercido de la virtu, generador de libertad,


se halla vinculado a la acción, y, consecuentemente, adopta un
sesgo claramente participativo en Maquiavelo. De hecho, la ene-

J. Cooper, Reason andHuman Good inAristotle, Harvard University Press, Cambridge


Mass., 1975, pp. 142 ss.; P. Aubenque, La pntdence chez Aristote, PUF, Paris, 1976,
pp. 53 ss.; M. Nussbaum, The Fragility of Goodness, op. cit., pp. 376 ss.
26
Ver Q. Skinner, Renaissance Virtues, op. cit., pp. 210 ss.
27
Ver M. Nussbaum, The Fragility ofGoodness, op. cit., pp 297 ss.
28
Ver Senellart, <<Republicanisme, eudaimonia et liberté individual>>, cit. -
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 261

miga mortal de la república, la corrupción, aparece en el mismo


momento en que se produce la exclusión de los ciudadanos de la
vida pública29 • Es esa exclusión la que crea entre la ciudadanía
modos y usos, costumbres e inclinaciones desfavorables a la con-
secución de virtit y, por lo tanto, de libertad. Quizá en este contex-
to sobresalga la idea de comportamiento particularista y vincula-
do a la defensa de intereses meramente privados como fuente de
decadencia cívica. De hecho, la participación en lo público ense-
ña a los ciudadanos el profundo vínculo que une al bien común y
la libertad con la defensa «apropiada» de los intereses de cada uno.
Es siendo servidores del bien público como mejor se defienden los
intereses personales. Además esa participación nos enseña igual-
mente mediante la disciplina de lo público a ser menos torpes polí-
ticamente, a no ser fácilmente engañados, a no confundir nuestros
verdaderos intereses (una vida libre) con aquellos aparentes (y que
pueden llevarnos a sacrificar esa vida libre), a mejorar nuestra
visión del mundo, a contemplarlo con realismo y sin ingenuida-
des culpables, en una palabra: a ser políticamente más autónomos,
más capaces y virtuosos (D,I,40 y 53)3º.
Esto significa, por lo pronto, que las gentes pueden ser educa-
das mediante el hábito, la disciplina y la obedieneia a buenas leyes
(esto es, a leyes no corruptas) en fa libertad y en él ejerciCio de la
autonomía. Así, para Maquiavelo, la autonomía de la acción no
nos viene dadá, no es un dato previo (como luego lo será para la
modernidad, por ejemplo). La autonomía, la capacidad de acción
política virtuosa, la «agencia», creadoras de libertad, se aprenden
y se construyen. Por tanto, proceden de una educación cívica ade-
cuada. No existe un reino metafisico que les dé apoyo y realidad.
De este modo, en Maquiavelo el vínculo entre libertad política,
virtit y educación cívica se convierte en prioritaria. ·
Un vínculo que debe cuidarse mediante lo que podriamos Ha.:.
mar, parafraseando a Skinner31, una alquimia, la alquimia de la
virtit. Ése es el arte político que Maquiavelo nos ofrece y cuyo
objetivo es la elusión de la tiranía. Porque, a la postre, realmente
a la tiranía sólo puede eludirla un régimen republicano en dqúe

29
Ver Q. Skinner, The Foundations ofModern Political Tlzought, I, cit., p. 184.
30
Ver Q. Skinner, «The Republican Ideal of Political Liberty», op. cit.; ver también
más adelante.
31
Ver Q. Skinner, Renaissance Virtues, op. cit., pp. 163 ss.
262 EL GIRO CONTEXTUAL

los ciudadanos y la ley sean los depositarios del poder. Yen el que
el ciudadano esté dispuesto a.hacer lo que sea necesario para pro-
teger su modo de vida libre (D,ID,41 ).

VI. LEYY LIBERTAD

Ahora bien, dado que los ciudadanos no son diferéntes del resto
de los mortales, la malignidad prevalecerá en ellos a menos que la
ley y la disciplina los predispongan a abandonar sus tendencias
autodestructivas y les inclinen a perseguir lo que de todos modos
les conviene: su libertad, mediante su servicio al bien común
(D,I,3). Es cuidar de sus libertades públicas lo que les .hace tam-
bién personalmente libres. La teoría neo-romana de nuestro autor
desarrolla una defensa de las libertades <<negativas» sin hacer men-
ción alguna de derechos individuales, indistinguibles ahora•de su
vínculo con los deberes cívicos32 •
Así pues, el florentino propone recurrir al poder coactivo de la
ley para frenar la natural tendencia humana a la corrupción, pues
también considera probado que los hombres se muestran menos
ambiciosos y mejores por miedo al castigo (D,I,29). La ley pare-
ce así erigirse en una especie de «guardiana de la libertac:l»33 , pues:
Es ella la que genera la unión en los estados y reinos, su conserva-
ción y potencia, defiende a los pobres e impotentes, contiene a los ricos
y poderosos, humilla a los soberbios y audaces, frena a los codicfosos y
avaros, castiga a los insolentes y dispersa a los violentos, y genera en los
estados esa igualdad deseable en un estado, si uno quiere conservarlo
(SPM, 36). .

En este punto Maquiavelo disiente de uno de los autores clási-


cos a los que más admira: Polibio. Éste af:iiillaba que la idea de ley
provenía del sentido humano del deber, mientras que nuestro flo-
rentino parece suscribir la idea de que la ley es consecuencia direc-
ta de la experiencia política y no d~ un sentido individual del deber.
La ley genera virtu y logra frenar la corruzione. Las leyes «hacen
buenos a los hombres» (D,l,3), es decir, les mantienen sirviendo
adecuadamente a las libertades de su patria. Aún más, si queremos

32 Ibíd., pp. 211 SS.


33 Ibíd., p. 173.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 263

que perdure la forma de vida libre, es preciso que los hombres se


vean «encadenados por las leyes» (D,I,58). Porque sólo las leyes
nos liberan de nuestras tendencias autodestructivas, sólo ellas nos
ayudan a luchar contra lo que nos hace dependientes y esclavos; ..
sólo ellas, como diría Rousseau, nos fuerzan a ser libres ..
Es en este contexto en el que hay que entender las referencias
maquiavelianas a la necesidad de raffrenare e corregere i sudditi
a través de la justicia y de las armas (SPM, 40), laidea de que un
pueblo no sujeto aJeyes, sciolto, sin freno ni brida, es impruden-
te y suele arruinarse a sí mismo y a su ciudad (D,I,58; IF,ill,22),
la afirmación de que es necesario al legislador de las repúblicas o
los reinos poner freno a los apetitos humanos, educarlos, discipli-
narlos, aprovecharlos, conducirlos y regularlos (D,I, 7; D,ill,28), al
mismo tiempo que se elimina en los hombres la esperanza de actuar
mal con impunidad (D,I,42), pues sólo de este modo aprenderán
verdaderamente, dado que únicamente la necesidad hace buenos
a los hombres (P,23). Todos estos mecanismos hacen referencia al
carácter educativo de las leyes. Leyes que frenan a los ciudadanos
(D,I, 18), que encadenan tanto al pueblo como a los líderes, pu~s
si estuvieran «sueltos» su ambición sin punto de equilibrio les con-
duciría a la ruina.
Es de resaltar que hoy día quizá no compartimos del todo las
ideas de nuestro florentino respecto de la relación existente entre
ley y libertad. Para los liberales contemporáneos el aparato coac-
tivo de la ley es un límite a la libertad individual. De hecho, ya
desde la formulación de Hobbes la libertad es la ausencia de impe-
dimentos externos, es decir que, en este sentido, la libertad para el
súbdito depende del «silencio de la ley»34• En el mejor de los casos,
la ley se considera una especie de <<marco» en cuyo seno regula-
do puedan los individuos alcanzar mejor sus metas sin interferir
en las de los demás 35 •
En cambio, para un teórico neo-romano como Maquiavelo, y
para el republicanismo en general, la ley nunca debe considerarse
un «marco» neutro en el que perseguir metas individuales. De

34
Ver Th. Hobbes, Leviathan, C. B. Macpherson (ed.), Penguin, Hannondsworth,
Middlesex, 1971, caps. 14 y 21.
35
Ver, por ejemplo, I. Berlin, Four Essays on Liberty, Oxford University Press, Oxford,
1982, p. 161; J. Rawls, A Theo1yofJustice, Harvard University Press, Cambridge Mass,
2003, p. 302.
264 EL GIRO CONTEXTUAL

hecho, desde el punto de vista de la libertas romana la acción y el


ejercicio de ciertos deberes cívicos constituye igualmente la plas-
mación de los derechos. Derechos y deberes configuran el marco
de una libertad qué es siempre política yse define como suma de
los derechos cívicos que las leyes de Roma reconocen a los ciuda-
danos. Tal libertad no se considera, pues, una facultad innata de
los individuos o un derecho natural que exige reconocimiento, sino
que depende del ámbito de aplicación de un derecho positivo que
determina en cada momento su alcance36 • El acento se pone, así,
no sobre la voluntad subjetiva del agente que actúa libremente,
sino sobre el derecho objetivo a actuar. Ser libre para autores como
Séneca, Tácito o Tito Livio, es no estar sometido a domiriación
ajena alguna. Se trata de no vivir en situación de dependencia res-
pecto de otros sujetos. Estar en posesión de libertas supone la capa-
cidad de mantenerse en el mundo dependiendo sólo de la propia
fortaleza, al margen de la voluntad de los demás 37 •
Es decir; los romanos conciben la libertad ·no en términos de
derechos o de autononiía de la voluntad individual, sino en térmi-
nos de relaciones sociales. Su ejercicio constituye un deber tanto
como un detécho: el derecho a redamar lo que corresponde a cada
cual, el deber de respetar lo que corresponde a los demás. La liber-
tas supone sometimiento a la ley e implicación ciudadana con la
república de la que dependen las libertades de todos. Es el ejerci-
cio cívico político cotidiano el que garantiza la actualización de la
libertad.
De igual modo para Maquiavelo la ley es un elemento liberador,
capaz de· domar en los· ciudadanos inclinaciones disfuncionales.
Los legisladores sabios no deben situarse en un limbo trascenden-
te para intentar dilucidar la correcta y neutra ordenación de un
marco. Los legisladores sabios «encadenan>> a la gente a la ley para
liberarla de la coacción que ejerce sobre los ánimos y el equilibrio

36
Esta tensión entre derecho natural y positivo estaba viva en tiempos de Maquia-
velo y con posterioridad. La visión teopolítica entonces hegemónica aludía a un marco
limitadory fijo que, aunque también requería de acción en sus variantes providencialis-
tas, exigía salvaguardar los derechos naturales y la justicia de los posibles excesos del
actuar ciudadano. Ver S. Chaparro, «Mito y razón: religíón y política en una historia del
mundo del siglo XVI», Foro lntemo. Anuario de Teoría Política, 3, diciembre 2003.
37 Las fuentes romanas y una exposición detallada en Q. Slánner; Liberty Befare Libe-

ralism, Cambridge Universíty Press, Cabridge, 1998, cap. l. También Ch. Wírszubski,
Libertas as a Political Idea in Rome, Cambridge University Press, Cambridge, 1968.
RAFAEL DEL ÁGUILAJSANDRA CHAPARRO 265

político la maliciosa naturaleza humana y sus tendencias autodes-


tructivas. Es, precisamente, el carácter coactivo y represor de la
ley el que, en opinión de Maquiavelo, garantiza la libertad de los
ciudadanos, los convierte en prudentes en la paz y en la guerra,
valerosos en defensa de su patria, sabios para: elegir las mejores
vías de acción y seguirlas (D,I,4~; I,7; I,23; I,49). Eso sí, todos,
hasta los legisladores y los príncipes deben someterse al imperio
de la ley y, sobre todo, deben respetar las leyes que ellos mismos
han confeccionado, pues no hay peor ejemplo que se pueda dar en
una república que el de promulgar una ley y no .observarla. EiL el
fondo, está en el propio interés del legislador obedecer sus propias
leyes (D,I,45). Tanto príncipes como pueblos deben, en opinión de
Maquiavelo, someterse a la ley, pues: «un príncipe que puede. hacer
lo que quiera está loco y un pueblo capaz de hace.r ló que quiera
no es sabio» (D,I,58). · ·

VII. LIBERTAD REPUBLICANA

Maquiavelo introduce el tema de la libertad desde el principio


de los Discursos, tanto en su libró I como en el II, aun cuando no
la define y su significado surge de modo paulatino. Renaudet
sugiere38 , con toda razón, que la primera pieza de esa definición
es la comprensión de la libertad ligada a las consecuencias de la
acción: al logro de segurid.ad y protección frénte·a1 tirano. Pro-
tección, por tanto, de las personas y sús bienes respecto de vio-
lencia injusta y confiscación caprichosa (D,I,16).:Óe ahí parte la
interpretación skinneriana de nuestro autor. En efecto, según ·esfo,
ser libre consiste en estar protegido frente a interferencfas arbi.;.
trarias y, paralelamente, no poder ser interferido· en lá'búsqueda
de los fines autoelegidos. Esto sólo es posible en el seno de una
ciudad independiente del exterior y con un vivere civile époliti-
co que garantice la independencia personal en el interior (D; I, Pr,
1; D, II, Pr, 1). Aun cuando hay quien cree que, en opinión de
Maquiavelo, esto podría conseguirse en cualquier régimen polí"'
tico no corrupto, no cabe duda de que sólo la república gar_antiz_a
la no dependencia personal frente a interferencias (reales o·hipo-

38
Ver A. Renaudet, Machiavel, Gallimard, París, 1956, p. 186. Ver también Q. Skin-
ner, «The Idea ofNegative Liberty: Philosophical and Historical Perspectives», op.. cit.
266 EL GIRO CONTEXTUAL

téticas) mediante la participación activa y virtuosa de los ciuda-


danos en defensa del bien común.
Así pues, la libertad republicana se fundaría en la idea de que
los ciudadanos son libres siempre y cuando nadie pueda interve-
nir en sus proyectos o en sus aspiraciones. En buena parte del deba-
te que esto ha suscitado parecemos movernos todavía bajo la
influencia de IsáiahBerlin39 y del liberalismo: si queremos liber-
tad debemos cuidar del establecimiento apropiado de libertades
negativas que garanticen la no interferencia efectiva de los indivi-
duos, y para ello necesariamente hay que restringir las ambiciones
de las libertades propiamente políticas y positivas, pues, de otro
modo sus pretensiones de imponer una concepción monista y única
del bien común o de establecer los derechos de la comunidad por
encima· de los derechos de los individuos, arruinarían toda liber-
tad de hecho. Así, en la visión típica del liberalismo, los derechos
obtienen primacía sobre los deberes, los individuos sobre la comu-
nidad política, las libertades negativas sobre las libertades positi-
vas y las tensiones y contradicciones entre ambos ámbitos son
ineludibles_~.- . ·
La aspiración de Quentin Skinner, procedente de su lectura de
Maquiavelo, es indicar qúe es perfectamente posible mostrarse
inclinado hacia una comprensión de la libertad en términos polí-
ticos y públicos, y mantener al mismo tiempo un compromiso con
el pluralismo y la libertad. Es decir, que puede <<hacerse prevale-
cer una idea del bien (político) común ... sin caer en la trampa ...
del monismo metafisico»4º. Que se puede ser pluralistay estar fuer-
temente inclinado hacia el cultivo .de la virtud pública como un
componente ineludible de la libertad negativa, mientras se reco-
noce la crucial importancia de la vida política colectiva para nues-
tras libertades41 •
Más aún, que la libertad negativa y el pluralismo, las libertades
personales que disfrutamos, J:!O son producto de un derecho <<natu-
ral» que surge del nacimiento,_ sino el resultado de un compromi-
so con el bien público, de una implicación ciudadana con las ins-

39
Ver l. Berlin, Four Essays On Liberty, op. cit., pp. 118 ss.
40
Ver J. F. Spitz, La liberté politique. Essai de généalogie conceptuel, Presses Uni-
versitaires de France, París, 1995, p. 131.
41
Ver Q. Skinner, Renaissance Virtues, op. cit., pp. 160 ss. y 186 ss. También Q. Skin-
ner, <<A Third Concept ofLiberty>>, op. cit.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 267

tituciones que producen libertad, de una sumisión del individuo a


la ley, de su defensa de las costumbres cívicas y las virtudes polí..,.
ricas generadoras delibertad. De hecho, Jos ciudadanos no pueden
ser libres si no se muestran atentos al mantenimiento del sistema
de libertades políticas en el que.viven y se esfuerzan en el cumpli..,.
miento de sus deberes para con él. Aquellos que se desentienden
acaban en manos de ricos o poderosos que manipulan sus vidas y,
bajo la máscara del derecho y de las libertades, establecen su domi-
nio sobre ellos42 •
De este modo nos encontramos casi en las antípodas de las posi-
ciones de los liberales, pues, tal y como sugiere una tradición que
engloba a Aristóteles, a Cicerón, a Maquiavelo, a Rousseau, o bien
a HannahArendt, aQuentin Skinner o·aPhilip Pettit, es.la ciudad
libre la que crea y recrea los derechos que disfrutamos a través de
las leyes. Las leyes nos hacen libres, no nos coaccionan, y somos
nosotros mismos quienes somos responsables de garantizar este
estado de cosas, no sus receptáculos pasivos. No es que la acción
política sea contraria o peligrosa para generar garantías en nues-
tras libertades, es que sin ella aquéllas no existirían. Ni Hobbes,
ni Stuart Mill, tienen razón: ciertas limitaciones legales, ciertas
restricciones en el actuar, no siempre son un mal, sino que, a veces,
constituyen la base de nuestras libertades43 •
De manera coherente con lo dicho hasta aquí, las virtudes cívi-
cas son esenciales a la libertad. En realidad, si queremos ser libres
hay que someterse a ciertos deberes, fundamentalmente, implicar-
se en la acción en defensa del bien público. Participar inteligente
y virtuosamente para salvaguardar nuestros derechos: esto consti-
tuye la racionalidad ciudadana por antonomasia. Y también cons-
tituye la máxima racionalidad- individual, dado que son todas las
libertades las que así protegemos (las políticas y las personales).
Esto implica, como diría Maquiavelo, disciplina y autocontrol ciu-
dadanos. Disciplina para educarse en aquello que verdaderamen-
te está en nuestro interés (el bien político común) y autocontrol
virtuoso para dominar las pasiones inmediatas que pudieran incli-
. . .
42
Ver M. Viroli, «Machiavelli and the Republican Idea of Poli tics», en S. Bock;
Q. Skinner y M. Viroli (eds.), Machiavelli and Republicanism, Cambridge University
Press, Cambridge, 1990.
43
Ver, por ejemplo, J. Stuart Mill, On Liberty, en On Liberty and Other Essays,
J. Gray (ed.), Oxford University Press, Oxford, 1991.
268 EL GIRO CONTEXTUAL

narnos hacia lo que no nos conviene: los intereses exclusivamen-


te particularistas. Sólo de este modo.podremos eludir el dominio
y la dependencia; Dado que somos criaturas racionales y, al mismo
tiempo egoístas, la mejor manera de hacer que luchemos por nues-
tra libertad común, es señalarnos el vínculo que la une a nuestras
libertades personales44•
Pero, a veces, ni el autocontrol virtuoso ni la disciplina educa-
tiva están presentes en la participación política ciudadana; Maquia-
velo llama a esta eventualidad corrupción. Y ante ella no cabe solu-
ción «políticamente correcta». Para el florentino, se requiere de la
autoridad de un hombre solo para reinstaurar las prácticas virtuo'"
sas de libertad: Skinner cree que éste es el origen de la afirniación
rousseauniana: en ocasiones hay que forzar a los ciudadanos a ser
libres. Esta idea resulta absurda para el universo liberal. En primer
lugar, porque de la coacción no puede surgir la libertad y, en.segun-
do lugar, porque de este punto· derivan las más peligrosas conse-
cuencias para la libertad: la aplicación de la coacción que se legi~
tima en nombre de la libertad positiva y que, a la postre, aplasta
toda libertad. Porque, en efecto, estalibertadpositiva, creen los
liberales desde BenjaminConstant, acaba iillponiendo un bien
común homogéneo y letal para el pluralismo y acaba ejerciendo
en nombre de una «esencia humana» incontrovertible, la más bru-
tal de las tiranías.
Pues bien, la aspiración de Quentin Skinner es mostrar la posi-
bilidad de una libertad republicana comprometida con el bien públi-
co y que no reposa en monismo u homogeneidad alguna. El ejem-
plo de Maquiavelo le sirve para señalar que la libertad política no
consiste en la búsqueda de la verdad o la justici_a, sino en la prác-
tica de un vivere civile. Y esa práctica nos enseña que resulta impo-
sible satisfacer nuestros deseos y evitar la dependencia, si no nos
comprometemos virtuosamente con el bien común ciudadano. Y
la existencia de leyes e instituc_iones no corruptas constituyen el
milieu ineludible de esas virtudes y ese bien común. La combina-
ción de estas piezas puede dar lugar (y este «puede» procedería
del siempre escéptico Maquiavelo y de su sensibilidad respecto de
la contingencia del mundo), puede generar libertad mediante fre-
nos interpuestos a las inclinaciones naturales de los humanos (ambi-

44
Ver Q. Skinner, «The Idea ofNegative Liberty>>, op. cit.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 269

ción, deseo de dominio) o a la inseguridad de todo (fortuna, corrup-


ción). Y no hay, ni puede haber en esta tarea «sustitucióm> alguna
del pensar y actuar ciudadanos, de su virtit y de su servicio al bien
público. No cabe, por ejemplo, confiar ciegamente en la gestión
de una élite bien intencionada.que nos protegería de los abusos
mediante leyes o instituciones de las que los ciudadanos se desen-
tenderían. La participación efectiva de éstos es ineludible y lejos
de constituir un riesgo para la libertad, es su única garantía. Una
participación guiada, desde luego, por la virtit en el cumplimien-
to de los deberes ciudadanos y por el compromiso cívico con el
bien político común.

VIII. LIBERTAD, PLURALISMO Y AUTONOMÍA

Por tanto, el riesgo de corrupción y dominio van de la mano con


la imposición de lo particular que aprovecha los espacios de poder
que los ciudadanos apáticos abandonan a la gestión de los pode-
rosos. Maquiavelo y Skinner revierten el discurso liberal en.este
punto: sin prioridad de las virtudes y los deberes no existirán los
derechos, pues no hay instituciones y leyes que no se corrompan
cuando los poderosos se hacen con el control del sistema. Dmni-
nio y dependencia son sus consecuencias ineludibles, incluso bajo
el disfraz de legalidad y libertad.
Por todas estas razones, combatir la corrupción de la libertad
exige, tanto para Maquiavelo, como para Skinner, compromiso
público. Pero este compromiso no apunta hacia una finalidad huma-
na homogénea y única, no señala hacia una idéntica comprensión
de la vida buena, no establece una unidad de intención que obli-
gue a la uniformidad. Si los ciudadanos quieren ser libres deben,
por coherencia racional, impulsar estos comportamientos.virtuo-
sos. Pero el imperativo es un imperativo hipotético, no categóri-
co45. Lo que sí es, sin d~da, cierto es que ese imperativo contradi-
ce de plano la visión liberal de protección de la libertad, pues
sugiere una comprensión diametralmente opuesta de lo que los ciu-
dadanos deben hacer. Allí donde unos establecen la prioridad de
los derechos, los otros reivindican una prelación de los deberes. Y

45
Ver J. F. Spitz, La liberté politique, op. cit., p. 163.
270 EL GIRO CONTEXTUAL

esto sin pagar el coste de desaparición del pluralismo político, que


Skinner juzga irrenunciable y está igualmente en el centro de su
lectura de Maquiavelo.
Resumiendo, pues, según la concepción skinneriana de la liber-
tad ésta dependería:

1. Del poder ciudadano de actuar y elegir ante distintas opcio-


nes y alternativas (de ahí el componente republicano de la pro-
puesta).
2. De la no-dependencia arbitraria respecto de la voluntad de
otro u otros.
3. De la no-inteiferencia:

a) Respecto de agencias exteriores que mediante fuerza :fisi-


ca, coerción o manipulación, hagan imposible la elección ciuda-
dana, y, por tanto, la libertad.
b) Respecto de uno mismo como consecuencia del autoenga-
ño producido por las pasiones, la falsa conciencia, etc., que entur-
bian el juicio e impiden el actuar prudente y virtuoso 46 •
/ .

A este respecto, en un brillante libro, Jean Fabian Spitz ha suge-


rido algunas deficiencias en la defensa skinneriana de la libertad
republicana que merece la pena que repasemos para finalizar4 7 •
En primer lugar no existiría, en el concepto diseñado por Skin-
ner, vindicación alguna de la vida pública en sí misma, pues ésta
sirve sólo al apoyo de libertades personales. No obstante, es dudo-
so que esto pueda comprenderse como una defiCiencia sin más.
Una cosa es valorar la vida pública y otra creer que deberíamos
valorarla sill referirnos a los efectos laterales beneficiosos que pro-
duce en los ciudadanos individuales.
Ciertamente, el paradigma de la libertad republicana, ligada a
la no-dependencia y a lá'no-interferencia, parece estar indefecti-
blemente vinculado a una visión aislacionista de la libertad y a la

Este esquema procede de uno muy similar en Q. Skinner, «States and the Freedom
of Citizens», en Q. Skinner y Strath (eds.), States and Citizens, Cambridge University
Press, Cambridge, 2003, p. 22. Una discusión sobre ciertas diferencias con los concep-
tos de no-dependencia y no-interferencia en Ph. Pettit, <<Keeping Republican Freedom
Simple: On a Difference with Quentin Skinnern, Political Theory, 30, 3, 2002;
47
Ver J. F. Spitz, La libe11é politique, op. cit., pp. 169 ss.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 271

soledad social y política. Así que, según Spitz, nuestro autor rehui-
ría admitir que es un bien vivir entre hombres libres. Este extremo
no parece, sin embargo, demasiado claro cuando todo el concep-
to gravita en tomo a la necesidad de la acción política en común
para conservar la libertad personal.
En segundo lugar, Spitz desafia el pluralismo skinneriano. Así,
sugiere que no sería suficiente mostrar que «si» quieres ser libre,
lo racional es ser virtuoso; más allá le parece aconsejable tratar de
demostrar que es racional ser libre y que es una virtud desear serlo.
En realidad, la teoría skinneriana nó permite desautorizar a todos
aquellos que optan por la heteronomía, es decir, a aquellos que
dentro del imperativo hipotético de clara influencia maquiaveliá-
na («si quieres ... entonces debes ... ») escogen la dependencia y el
paternalismo por comodidad o por convicción. Y aquí no cabe acu-
dir a un expediente muy maquiaveliano y sugerir las coacciones
legales que nos «obliguen>> a ser libres, porque no existe ley capaz
de empujarnos a hacer o.dejar de hacer de manera estable si, a su
vez, no existen buenas razones y argumentos convincentes para
hacerlo.
En una palabra,.la principal deficiencia de la propuesta skinne-
riana sería que no fundamentaría la libertad en su racionalidad
intrínseca, en el interés objetivo humano en ser autónomo, decidir
por uno mismo y autodeterminarse políticamente. Esto ciertamen-
te se vería como una deficiencia por todos aquellos que, de John
Stuart Mili a Joseph Raz y las visiones perfeccionistas48 , han hecho
de la reivindicación de la autonomía el centro de gravedad de las
libertades personales o colectivas.
Nos da la impresión de que todo esto remite al ya citado pro-
blema del pluralismo de fines y que está en conexión con la inter-
pretación skinneriana de Aristóteles que hemos criticado con ante-
rioridad. Hay en todo esto un par de malentenidos más que nos
parece que conviene tratar.
Creemos que el pluralismo de fines es perfectamente compati-
ble (o puede hacerse perfectamente compatible) con ~l punto de
vista de Aristóteles y, desde luego, con Hannah Arendt49 • Que el

48
Ver J. Raz, The Morality ofFreedom, Oxford University Press, Oxford, 1986.
49
De hecho el plúralismo es el rasgo definidor por antonomasia de la política en la
concepción arendtiana. Ver, por ejemplo, H. Arendt, The Human Condition, The Uni-
versity of Chicago Press, Chicago y London, 1958.
272 EL GIRO CONTEXTUAL

pluralismo en la elección y la autonomía están al mismo tiempo


en la base de la libertad. Que la libertad se fundamenta en la pala-
bra que actúa y que tal cosa no es contradictoria con el pluralismo
de fines humanos que refleja la elección. Y en esto no vale, como
sugiere Skinner, refugiarse en el concepto de libertad negativa de
Isaiah Berlin buscando en ella un ámbito que proteja el pluralis-
mo de fines --creando un ámbito seguro de no interferencia- del
asalto homogenizador de la libertad positiva. Y esta opción no vale
porque, como ha señalado certeramente Elena García Guitián, exis-
ten al menos tres acepciones de la libertad negativa, y dos de ellas
están necesariamente vinculadas con las libertades positivas. Así,
si en un primer momento la libertad negativa se entiende como no
interferencia, a continuación se comprende como un ámbito en el
que puedo ser realmente autónomo y en un tercer momento como
un área en la que puedo elegir aquello que quiero. Claramente tanto
la opción dos como la tres implican un estrecho vínculo con las
libertades positivas, de modo que la nitidez de la dicotomía con-
ceptual se difuminaso. ·
Sea como fuere, la compatibilidad del pluralismo de fines (pro-
tegido por el ámbito de no interferencianegativo) y las perspecti-
vas que fundan la libertad en la autonomía, la elección y la acción
nos parece clara. Sólo debemos poner como límite el caso, hoy rei-
vindicado por ciertas perspectivas postmodemas51 , de un pluralis-
mo que cubriera la elección de la heteronomía, esto es, que justi-
ficara precisamente la ausencia de autonomía. El rango de opciones
de los partidarios del principio de elección autónoma y de acción
en libertad no cubre, no puede cubrir, su negación. Hay pues un
coto vedado en el pluralismo y es precisamente ese: la heterono-
mía y la depenqencia. Lo cual no tiene nada que ver con el hecho
de que se promueva una concepción historicista y contextualista
del concepto mismo de libertad52 • Creemos que Skinner debería
mostrarse de acuerdo con esto.
¿Y qué pensaría Maquiavelo de este asunto? Nos parece, igual-
mente, que caben pocas dudas de que favorecería la perspectiva

50 Ver E. García Guitián, El pensamento político de Isaiah Berlín, CEPC, Madrid,

2001, pp. 143 SS.


51
Ver, por ejemplo, J. Gray, /saiah Berlín, v,c. G. Muñoz, Editions Alfons el Mag-
nánim, Valencia, 1996. .
52
Ver Q. Skinner, <<A Third Concept ofLiberty», op. cit., pp. 264-i65.
RAFAEL DEL ÁGUILA/SANDRA CHAPARRO 273

que señala hacia un interés objetivo en ser autónomo, antes que un


pluralismo en el que cupiera la heteronomía. Si algo parece claro
en Maquiavelo es, precisamente, el gran valor que otorga a la auto-
nomía y a la libertad entendida como acción. Conviene recordar
que el logro de «agencia» para el sujeto, la profundización de su
capacidad para pensar y actuar autónomamente, parece justificar,
para el florentino, profundas y ubicuas transgresiones morales. Si
quieres ser libre, nos dice, debes estar dispuesto a transgredir y a
sacrificar, si resulta necesario, la justicia -y consecuentemente
la moral y la ética-, al bien común. Ésta es, de hecho, la inter-
pretación que el propio Skinner hace de la teoría del florentino 53 •
El imperativo hipotético que da opción a elegir la heteronomía y
que abunda en sus obras es usualmente mera retórica, ya que pare-
ce clara la apuesta del florentino por la libertad frente a la depen-
dencia y la inseguridad, y es igualmente claro el alto coste que
esta apuesta tiene para él. Porque Maquiavelo no intentó ningún
truco que eludiera el hecho de que el mal es el mal y el bien, el
bien, de modo que no buscó escudar las transgresiones que cons-
tituían el precio de la libertad, la autonomía y la «agencia», tras
cortinas de humo. Es decir, nuestro autor nunca buscó refugio en
una concepción monista del bien que sirviera de justificación al
uso del mal. Nunca nos habló de un único fin humano, de una
única verdad, de un bien absoluto e incontrovertible, etc. 54 • Sólo
nos habló de las exigencias y costes ineludibles la nuestra liber-
tad y nuestra autonomía.

53
Ver Q. Skinner, «Machiavelli's Discorsi and the prehumanist origin ofRepublican
ideas», en G. Bock, Q. Skinner y M. Viroli (eds.), Machiavelli and Republicanism, op.
cit., en cuya p. 136 nos dice que para Maquiavelo: «Ifthe promotion ofthe common
good is genuinely your goal, you must be prepared to abandon the ideal ofjustice».
54
Sobre esto ver R. del Águila, <<Machiavelli and the Tragedy of Political Action»,
Quademi Fiorentini, 32, 2003. También R. del Águila y S. Chaparro, La República de
Maquiavelo, op. cit., cap. 11.
3. LIBERTAD Y LIBERTADES
EN QUENTIN SKINNER
PABLO BADILLO O'FARRELL

I. INTRODUCCIÓN

Acercarse al tratamiento que Quentin Skinner ha otorgado al


concepto de libertad supone afrontar una serie de cuestiones de la
más diversa índole, ya que nos vamos a encontrar con que a lo
largo de los años su dedicación a este asunto ha ido tomando dife-
rentes perspectivas y ángulos, que han pasado desde una visión
esencialmente de carácter histórica hasta otra de carácter más teó-
rico-política.
Si se hace un breve recorrido por las diferentes publicaciones
dedicadas a esta cuestión, nos percatamos de que cronológicamen-
te van desde el artículo «Machiavelli on the Maintenance of
Liberty», publicado en 1983, hasta «The Third Concept ofLiberty>>,
conferencia impartida en la British Academy en 2001 y publicada
el año siguiente. En el período intermedio nos encontramos con
una serie de publicaciones sobre la cuestión en las que se pueden
apreciar una serie de datos que se convierten en una especie de hilo
conductor respecto de todas ellas. En primer lugar se otorga un tra-
tamiento de privilegio a la figura de Maquiávelo -al que se dedi-
can dos de las publicaciones-, ya que se considera que en él con-
fluyen dos datos muy importantes que, asimismo, van a serlo
también para Skinner. De entrada hay que referir cómo el floren-
tino otorga una notable consideración a la libertad para la buena y
ordenada vida en la ciudad, que a su vez sólo se dará siempre y
cuando se pongan en práctica una serie de virtudes que son pro-
pias y heredadas de la civitas romana. Por ello, en Maquiavelo halla
la perfecta conjunción, por vez primera .eµ la Modernidad, de los
ideales de libertad y república1• · ·

1
Q: Skinner, <<Machiavelli on the Maiútenance ofLiberty>>, en Polítics, 18 (1983),
pp. 3-15; «The Idea ofNegative Liberty: Philosophical and Historical Perspectives», en
Richard Rorty, J. B. Schneewind y Quentin Skinner (eds. )~ Philosophy in History, Cam-
[275]
276 EL GIRO CONTEXTUAL

En segundo lugar, el otro~aspecto que se reitera en esta parte


del opus skinneriano es insistir en el tratamiento de la libertad nega-
tiva, gran caballo de batalla de buena parte del desarrollo de su
acercamiento a la idea de libertad. Y ello es así porque la libertad
negativa, también considerada como equivalente de la libertad de
los modernos, por usar los rótulos convencionales de Isaiah Ber-
lín y Benjamín Constant respectivamente, considerada la primera
en su contorno más desnudo y convencional supone para él uri con-
cepto incompleto de ella, amén de precisar de elementos correc-
tores o definidores de ésta.
A pesar de que el tratamiento otorgado por Skinner a la. idea de
libertad en la segunda fase de su producción va a ser mucho más
· teórico-político que histórico, al menos desde el. punto de vista
intencic:mal y formal, va a estar siempre fundamentado y enrique-
cido por toda una serie de planteamientos de corte historicista, que
muestran bien a las claras la condición esencial de historiador de
nuestro autor. Justamente, en base a esta condición y fundamen-
tos, es por lo que va a rechazar la idea, tópicamente aceptada, de
hablar de la idea de libertad sólo a partir del surgimiento del libe-
ralismo, aunqÚe dicha afirmación pueda parecer casi taµtológica.
Ello, a primera vista, puede presentarse así porque el concepto de
libertad, que de forma genérica se desarrolla anteriormente al sur-
gimiento de esta forma y corriente d~ pensamiento, es entendido
d~ tal manera que cabe decirse que, en cierto modo, puede apare-
cer como contrario a la forma presente de ente.nder la libertad. •

II. . CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS

De entrada, parece pertinente llevar adelante, aun cuando sea


de forma muy somera, un análisis del método utilizado por Skin-

bridge University Press, Cambridge,· 1984; «The Paradoxes of Political Liberty>>, en S.


McMurrin (ed.), The Tanner Lectures on Human Values, vol. VIII; Cambridge University
Press, Cambridge, 1986; «The Republican Ideal of Political Liberty>>, en Gisela Bock,
Quentin Skinner y Maurizio Viroli (eds. ), Machiavelli and Republicanism, Cambridge
University Press, Cambridge, 1990, pp. 293~309; «Ün Justice, the Common Good and
The Priority of Liberty>>, en Chantal Mouffo (ed. ), Dimensions ofRadica!Democracy,
Verso, London, 1992, pp. 211-224; LiberJybefore Liberalism, Cambridge University Press,
Cambridge, 1998, y «The Third Concept of Liberty>>, en Proceedings ofthe British Aca-
demy, 117 (2001 Lectures), Oxford University Press, Oxford, 2002, pp. 237-268.
PABLO BADIL.LO O'FARRELL 277

ner, ya que si en este ámbito se ha convertido en un claro referen-


te en el estudio actual del hecho político, de igual manera va a pro-
yectar dicho método al análisis del concepto de libertad, que aquí
nos ocupa.
En un artículo convertido ya.en clásica e inevitable referencia
metodológica, cual es <<Meaning and Understanding in the History
of Ideas», Skinner realiza una crítica del estudio histórico de los
pensadores del pasado, que se desarrolla esencialmente en tres
partes, cuales son el textualismo, la historia de las ideas y el con-
textualismo2. Lo que Skinner considera como lo primero es aque-
lla perspectiva en que la concentración sobre detemmiados frag.:.
mentos de escritura, textos, resülta plenamente suficiéb.te para el
entendimiento de las "ideas contenidas en ellos: Esta primera pers-
pectiva, según nuestro autor; resulta errónea porque asume «ver-
dades eternas» que el historiador piensa que puede destilar de dicho
texto. Puede suceder, asimismo, que el intérprete ponga en cone-
xión significados del texto con algunos autores que poco o nada
tengan que ver con el pensamiento de aquel que lo escribió, lle-
gándose incluso a establecer debates entre autores de diferentes
siglos, que lógicamente resultan en exceso forzados, por ser muy
suave en los términos.
Pero, además, hay para Skinner otro grave érror en la postura
textualista, ya que para los que la defienden se produce en múl-
tiples ocasiones una especie de existencia reifÍcada~ por usar la
expresión de Bhikhu ParekhyR. N. Berki, que puede aparecer o
desaparecer a lo largo de la historia y en determinados períodos.
Pero el problema radica, para nuestro autor, en que éléxégeta atri-
buye al autor del texto fallos o ausencias en sus planteamientos
cuando quizás no se produce una acomodación .P.ertinente a los
deseos de aquél. Para Skinner la exclusiva concentración en el
texto no sólo resulta empobrecedora, sino además. insuficiente
para el debido entendimiento de éste, aun cuando el historiador
no crea en verdades eternas; ello es asfporque los conceptos cam-.
bian a lo largo del tiempo, y el texto en sí mismo no indica el modo
en que los términos han sido utilizados, por el autor. La labor del
historiador debe consistir en la búsqueda de los signifiéados de
los términos que encuentra en un texto deteiminado, y ello sófo

2
En History and Theory, 8 (1968), pp. 3-53.
278 EL GIRO CONTEXTUAL

podrá realizarlo con auténtico éxito si está dispuesto a ir más allá


del propio texto3 •
El segundo plano referido por Skinner en el antecitado artícu-
lo se refiere a la historia de las ideas, que para él-incide en un error
similar al cometido por el textualismo, y de esta forma considera
que autores como Lovejoy, Bury. o Cassirer, por citar tres ejemplos
emblemáticos, se empeñan en trazar ideas que están más allá de
los límites del tiempo, llevando tal perspectiva a la asunción de
que una misma palabra utilizada por dos autores. diferentes, en dos
épocas distintas, tienen el mismo significado y la misma intención
por parte de ambos. Para nuestro autor las ideas tratadas con esta
perspectiva y metodología tendrán la peculiaridad de que_han sido
abstraídas de los escritos de diversos autores, para acabª1" convir-
tiéndolas en una especie de persistencia mítica-en el tiempo. El
problema radica en que para Skinner las ideas no tienen esencia,
sino que lo importante es su propia existencia, que se configura a
través del liso que se hace de las mismas en un determinado tiem-
po y lugar.
El tercer ámbito mencionado por el profesor de Cambridge es
el del contextualismo, con el que acaba teniendo una mayor empa:..
tía. Esta perspectiva se caracteriza porque el historiador concentra
su atención en el contexto en el que el autor éscribe y produce su
obra. Para Skinner este métOdo tiene la peculiaridad de ensanchar
en buena manera el estrecho ámb_ito propio del textualismo, aun
cuando para Bhikhu Parekh y R. N. Berki esta visión produce asi-
mismo posibles.desviaciones fil:etpdológicas serias en el estudio
de la históriá de las ideas, al mostrar _una cierta propensión a lle-
var adelante distorsiones .en un sentido determinista. Por ello se
puede decir-qu~ la p_erspectiva contextualista genera una creenc!él
en el historiador de que los autores del pasado y sus propios fox.:.
tos se pueden_ cons.iderar derivados, o reflejo y espejo, de las épo-
cas y sociedades en las que le tocó vivir.
Si nos deténemos áhoiá en·e1 método y en las pretensiones segui-
das por el propio Skinner, nos percatamos de que nues:tro autor,
cuando se acerca al estudio de un determinado texto, fo' qúe apre-
cia en él es un conjunto definido de palabras a través de las cúa-
fos un determinado autor. del pasado tiene~la intención _de comUÍ:ii-:-

3 B. Parekh y R. N. Berki, «A History ofPolitical Ideas: A Critique of Q. Skinner's

Methodology», enJoumal ofthe History ofIdeas, 34 (2), 1973, pp. 163-184.


PABLO BADILLO O'FARRELL 279

car un determinado significado a una cantidad definida de oyen-


tes o de lectores. Por lo mismo, para Skinner, la labor primordial
del historiador consistirá en desentrañar la intención del autor al
escribir un determinado texto. Resulta evidente que la existencia
de una supuesta intención en el autor, o por parte del que se trate,
presupone indefectiblemente la utilización de una serie determi-
nada de herramientas lingüísticas, que le proporcionan a aquél la
posibilidad de formular o de tener la intención que él pretende
transmitir. Si nos fijamos ahora en la labor que ha de desempeñar
el historiador nos damos cuenta que lo primero que éste ha de hacer
es determinar el rango de descripciones disponibles para el autor
de un determinado texto; y, en segundo· lugar, dentro de estos lími-
tes establecer cuál era la intención actual del autor. Expresado en
otras palabras, habiendó comprendidolo que el autor podía haber
pretendido, el historiador determina entónces lo que éste debe haber
querido decir en sus escritos. Por todo ello, se puede subrayar que
el estudio de textos y contextos llevado adelante por Skinner se
acaba reflejando de má.nera muy esencial en el estudio de las inten-
ciones del autor de que se trate4. ·
Ciertamente la posición· de estos estudiosos -Parekhy Berki-· ·
puede considerarse por algunos como deformante, en cierta mane-
ra, de la posición de Skinner, pero, como ellos mismos reconocen,
aun cuando han tendido forzosamente á simplificar, creen no haber
cambiado la columna vertebral argumental de nuestro autor. Sin
embargo, partiendo de este punto de arranque inicial, para ellos·se
puede entender que muchos de los elementos mantenidos por nues-
tro autor para sostener su metodología, o pueden resultar erróneos
o son quizás demasiado estrechos o ambiguos para servir de ayuda
a los historiadores, y como consecuencia de ello, y a la inversa,
muchas de las críticas lanzadas por él a los historiadores se con-
ciben erróneamente.
Es bien cierto que el planteamiento de Skinner es heredero en
buena forma de toda la tradición de la filosofía del lenguaje, y por
ello quizás el primer paso que hay que dar consiste en fijar qué es
lo que nuestro aútor quiere referir cuando habla del <<rango de des-
cripciones» disponibles para un determinado autor del pasado. Para
él tal concepto resulta bastante obvio, ya que lo que quiere expre-

4
B. Parekh y R N. Berki, op. cit. passim, pero especialmente pp. 164-166 y 181-182.
280 EL GIRO CONTEXTUAL

sar es aquel conjunto de palabras y de significados que son preva-


lentes en una cierta sociedad y en un momento dado. El argumen-
to derivado de ello es que el autor de una determinada obra tiene
que aceptar y emplear los medios lingüísticos convencionales de
la sociedad correspondiente.
No obstante, para estos estudiosos, un análisis reflexivo de esta
posición nos pondrá de manifiesto que la misma no resulta muy
sólida en muchos aspectos, porque no es ciertamente una verdad
auto-evidente que los sere~ humanos que se mantienen en comu-
nicación tengan invariablemente que retroceder a los rangos de
descripciones que .ellos encuentran disponibles en su entorno. La
cuestión esencial, como es bien sabido, es que el lenguaje es un
todo dinámico que va cambiando continuamente, al punto de con-
vertir a algunas palabras en obsoletas y a otras en plenamente nue-
vas. No es sólo que el significado de las palabras cambie, smo ade-
más un significado muy daro puede ser reemplazado .por otró.
Pero sucede en múltiples ocasiones, y la experiencia así lo pone
de manifiesto, que los significados que .parecen más evidentes y
claros en primer lugar resultan ampliados y extendidos, lo que con-
duce a una cierta ambigüedad por un uso tal vez tan genérico, pero
en segundo lugar el problema radica en que estos significados son
posteriormente completados .con matices, sugerencias y connota-
ciones que anteriormente no habían tenido bajo ningún concepto.
A tal punto es así que, para Parekh y Berki, los significados cla-
ros parecen resultar la éxcepción y nunca la regla general..

III. APROXIMACIÓN SKINNERIANA A LA IDEA


DE LIBERTAD

Partiendo de estos supuestos metodológicos, en los que por otra


parte tampoco pienso que resulte pertinente extenderme más, ya
que otros colegas se han ocupado del asunto con mayor autoridad
y dedicación que yo, parece llegado el momento de centrarnos en
el gran asunto que nos ocupará, cual es su consideración del con-
cepto de libertad.
Hay que señalar, de partida, que para buena parte de estudio-
sos la libertad parece que, en cierto sentido, sólo existe a partir del
liberalismo y éste es uno de los primeros aspectos en el que mere-
ce la pena detenerse. La libertad anterior al liberalismo es enten-
PABLO BADILLO O'FARRELL 281

dida como un concepto que se manifiesta en una realidad que con-


tradice en buena forma los rasgos que se conceden a la libertad
para que se acomode a la realidad actual. Se podía pensar que está-
bamos situados ante dos formas radicalmente diferentes de afron-
tar la realidad y el estudio del concepto que nos ocupa.
Si se parte de la división, ya convertida en tópica, que realiza
Berlin, y a la que Skinner se va a referir como punto de partida en
determinados planteamientos suyos sobre la cuestión, ésta pasa
por trazar dos conceptos· claramente diferenciados· de libertades,
ya que mientras la positiva se centra en la posibilidad de auto-rea-
lización por parte del individuo, la negativa consiste en la caren-
cia de obstáculos puestos por otros para impedir que el individuo
haga lo que desee. Es cierto que esta tipificación conduce,· según
el propio Berlin, de manera básica a caracterizar dos caras de una
misma moneda para facilitar el análisis metodológico de las mis-
mas. Pero en el fondo se produce una disección de la libertad.
Al margen de ello, Berlin reconoce en la libertad negativa toda
una serie de rasgos favorables, que llevan a un entendimiento y
desarrollo de lo que es la libertad, mientras que la variante posi-
tiva produce una serie de manifestaciones en las que la esencia de
la misma queda limitada, por no decir negada, en muchas circuns-
tancias. Pero ante este planteamiento dicotómico en la esencia, sur-
gieron una serie de críticas a las que, es cierto, Berlin intentó res-
ponder. Pero también es verdad que algunas de estas críticas las
rechazó o bien no las consideró; y dentro de éstas hay una que, en
buena forma, puede considerarse como punto de arranque de la
crítica de Skinner y de la elaboración de su propio planteamiento.
Me refiero a la de G. MacCallun.
El planteamiento de MacCallun se sostiene primordialmente en
que, frente al planteamiento dicotómico, y por lo mismo diádico,
de Berlin, lo razonable es encontrar la esencia de la libertad en un
planteamiento triádico.
Berlin sustenta que la libertad negativa puede entenderse en el
sentido de que el sujeto es libre de obstáculos para realizar algo,
siendo éste el perfil definitorio de esa variante de libertad, mien-
tras que la positiva será entendible bajo la forma de que un indivi-
duo es libre para alcanzar su autodesarrollo o autorrealización.
Pero para MacCallun este planteamiento resulta incompleto, ya
que sólo puede entenderse cabalmente la libertad si se la concibe
en cuanto el individuo es libre de obstáculos para auto..;realizarse.
282 EL GIRO CONTEXTUAL

En el planteamiento de MacCallun se está sustentando un per-


fil de la libertad en el que quedan entremezclados.de forma clara
los aspectos negativo y positivo de la libertad, ya que el hombre
precisa de capacidad de opciones -por la inexistencia de impe-
dimentos- para poder llevar a cabo su pleno desarrollo. Para este
autor el planteamiento berliniano está forzando los.rasgos de ambas
varia:lites de libertad y, en nombre de un planteamiento inicialmen-
te metodológico, se están desfigurando o empobreciendo una u
otra variante de la misma, ya que además sólo ambas unidas nos
pueden presentar la esencia de la libertad en su plenitud.
Es cierto que el propio Berlín a lo largo de.los años fue en cier-
ta forma modificando su visión de la perspectiva dicotómica de la
libertad, pero, no obstante ello, no puede negarse que siempre vio
en la variante positiva de la misma la posibilidad de que en casos
extremos se pudiera producir una deformación tal de la libertad
que supusiera incluso su propia negación.

N. DESARROLLO DE LA TEORÍA DE LA LIBERTAD


DESKINNER
/

El planteamiento skinneriano partió inicialmente del análisis


histórico de la libertad a través de su desarrollo, que se produjo a
través de dos épocas que él considera esenciales para la compren-
sión de la misma en la óptica que va a encargarse de mantener
cuando teorice sobre este concepto. Con ello queremos dejar sen-
tado que, para una acertada comprensión de la visión de la liber-
tad por parte de nuestro autor, hay que detenerse primero en la con-
cepción que de ella se sostuvo en Roma, la cual tuvo claros
elementos diferenciales con la perspectiva sostenida en Grecia,
para después pasar a ver de qué manera se produce la proyección
de esta elaboración teórica en el Renacimiento y en el siglo XVII
británico.
En la primera época, es decir, en el Renacimiento italiano, se
produce una forma de entender la vida política en la que los ciu-
dadanos de las ciudades-estados de dicha etapa histórica van a
considerar su participación en éstas en base a una serie de ele-
mentos en los que aparecen combinados algunos que se corres-
ponden con su integración en la vida cívica, a través del cultivo
de una serie de virtudes características de la vida comunitaria, con
PABLO BADILLO O'FARRELL 283

el establecimiento de una serie de normas que sirven -como


herencia del derecho de Roma y del ius canonicum, ya que no
puede olvidarse la gran importancia de la que gozaron glosado-
res y decretalistas- como elemento catalizador y garante de la
vida ciudadana. La importancia de la herencia romana, con el
papel de privilegio otorgado al hecho jurídico, resulta de tal mag-
nitud no sólo en dicha etapa, sino que en la asunción que de ella
lleva adelante Skinner es tal que acaba asumiendo el rótulo de
neo-:-romana para su forma de entenderla por él denominada ter-
cera libertad, lo que es demostrativo del iter lógico y argumenta-
tivo de la teoría sk:inneriana.
Cuando nuestro autor se enfrenta ai pensamiento de los auto-
res republicanos ingleses del siglo XVII, afronta esencialmente.un
dato que, asimismo; podía vislUlllbrarse en fas formas y el pensa-
miento político renacentjstas, pero que en esta etapa se destaca de
forma muy primordial;.merefiero a una vieja herencia, cual es la
del régimen mixto, que se completa por parte de estos autores. con
la defensa de la separación de poderes, o mejor de poderes que se
complementan y se equilibran entre sí.
Pero, desde el punto de vista teórico, cuandoSkinller afronta.el
trazado de la tercera variante de la libertad se pu~de decir que llega
a sostener de partida, siguien~o en.buena Il1an~ra esta senda, que
la inexistencia de obstáculos lleva por sí mism.a a la realización. de
algo. Es decir, que si yo soy libre de obstáculos o impedimentos,
resulta evidente que seré inevitablemente libre para hacer cual-
quier cosa. En cierta· manera, se situaría en una línea de pensa-
miento próxima a la de MacCallun. ·
Al margen de este aparente fallo de conexión lógica entre ambas
variantes de libertad en el planteamiento de Berlin, en el sentido
de que si carezco de obstáculos, según Skinller, eo ipso soy libre
para actuar y escoger, y resulta obvio por otra parte que buena can..,
tidad de las críticas realizadas por Berlin a la libertád positiva se
sustentan en el hecho de que, frente a las multiples posibilidades
que encierra la libertad negativa, entendidas como opciones o posi-
bilidades, lo que lógicamente conlleva la existencia de una multi-
plicidad de valores conexos, la positiva puede llegar, en nombre
de la búsqueda de la autorrealización a través de algún Principio
o Idea, a la negación de la misma esencia de la libertad, ya que el
individuo se encontrará atado inevitablemente a ello, por lo que
sus opciones quedarán reducidas o anuladas.
284 EL GIRO CONTEXTUAL

Pero hay un problema en la forma e interpretación que concede


Skinner a la variante positiva de libertad trazada por Berlín. Y es que
Skinner dice que cabe, creo que forzando el argumento hasta retor-
cerlo, y trayendo en su apoyo a Charles Taylor, entender que lo que
subyace a las teorías de esta libertad es la creencia de que la natura-
leza humana tiene una esencia, y que nosotros somos libres si y sólo
si realizamos esa esencia en nuestras vidas. Se ha dicho· que la posi-
ción de Skinner, al trazar el concepto de libertad maquiaveliana, que
le sirve en buena manera para sustentar su teoría de la libertad, acaba
reconociendo en parte la tipificación berliniana de la misma, aun-
que tomando conceptos prestados de Charles Taylor5.
Claro es que llevar adelante este último argumento produce que
pueda existir una amplia gama de respuestas, dependiendo de todas
las diversas teorías fijadas sobre el carácter moral de la humani-
dad. Y así tendremos desde perspectivas que hablan de la sociabi-
lidad haturai del hombre, caso de Aristóteles, io que supondría que
la libertad se confundiera con la política, como una manifestación
de la sociabilidad, como sucede en el caso de Hannah Arendt, hasta
aquellas perspectivas de pensamiento religioso que hablan de iden-
tificar la libertad con el servicio a Dios6 •
Asimismo Skinl1er considera que la doble tipificación de la
libertad berliniana, con la consideración de la variante negativa,
y los posibles desarrollos de la positiva; resulta incomprensible
si no se considera una genealogía que parte fundamentalmente
de T. H. Green y Bernard Bosanquet, pasando por la crítfoa de
L. T. Hobhouse a los dos anteriores y a Hegel. Pero, a pesar de
esta línea de desarrollo intelectual, lo que resulta asimismo cier-
to es que Berlfu en ningún momento recurre a estos autores para
replicar a la ·cptica de MacCallun. Además, para Skinner el punto
más débil de las argumentaciones de Bosanquet, y aún más de
Green, radica en que la libertad de los agentes humanos consiste
en la capacidad de tener éxito en realizar un ideal de ellos mis-
mos. Pero la cuestión es que esto no supone hablar de una condi-
ción en la cual alguien es libre de hacer o llegar a ser algo, como
pretende MacCallun7 •

5 John Charvet, «Quentin Skinner on the Idea ofFreedom>>, en Studies in Political

Thought, vol. 2, 1993, pp. 5-16. Cita a la p. 6. ·


6 Quentin Skinner, «The Third Concept ofLiberty», cit., p. 242.
7
Quentin Skinner, «The Third Concept ofLiberty>>, cit., p. 242.
PABLO BADILLO O'FARRELL 285

Pero, para situarnos en una perspectiva que nos proporcione


más información sobre el desarrollo de la teoría skinneriana hemos
de tratar inicialmente un aspecto al que él concede una gran impor-
tancia, y que no sólo sirve para radicar su visión de la libertad, sino
también del republicanismo. Me refiero a la teoría neo-romana de
la libertad o del estado libre.
A pesar de los obstáculos que las normas pueden poner, según
Skinner la concepción de la libertad que aparece en Roma y que,
sobre todo, va a ser sostenida por los pensadores neo-romanos va
a ser esencialmente negativa, en cuanto caracterizada por la ausen-
cia de constricción, aun cuando, como ha subrayado Marco Geuna,
el problema radica en saber cómo se interpreta dicha idea. Porque,
para estos pensadores, la constricción no está causada solamente
por la interferencia, sino también por la dependencia. Y, de esta
forma, resulta que el antónimo de la libertad es un antónimo com-
plejo, en el sentido de interferencia y/o dependencia. Y aquí Skin-
ner no tiene dificultad, en dicho punto del razonamiento, en indi-
car cuál es el punto real que separa la concepción neo-romana de
la libertad de aquella sostenida por los pensadores de la escuela
liberal8• ·
Skinner parte de la idea de que el individuo actúa de manera
realmente libre en el momento en el que ·no existen sobre él no sólo
impedimentos, sino cuando no depende de la posible buena vo.lun-
tad de los otros. Porque cabe la posibilidad de que en determina-
dos momentos unos no pongan impedimentos sobre otros, pero el
que potencialmente tiene la posibilidad, o las mayores posibilida-
des, de ser obstaculizado se encontrará siempre con la amenaza de
que esta coacción o, lo que es igual, estos obstáculos ,aparezcan.
En estos casos se puede decir que algunos individuos se encuen-
tran sub potestate, ya que no son ni están en ese momento impe-
didos de hacer teóricamente algo, pero son claramente dependien-
tes de la voluntad o del albur del otro. ·
Ciertamente, esta posibilidad de considerar la libertad tiene una
posible doble consideración. En primer lugar, como mantiene Skin-
ner, se busca evitar que una buena cantidad de individuos se
encuentren «amenazados» con la posible puesta en práctica de obs-
táculos por parte de los otros. En este sentido nos situamos de lleno

8
Marco Geuna, Introduzione a la edición italiana de la obra de Q. Skinner, La liber-
tá prima del liberalismo, Einaudi, Torino, 2001, p. XXI.
286 EL GIRO CONTEXTUAL

ante la libertad entendida como no dominación, característica de


la libertad republicana, aun cuando Skinner considera que ambos
puntos pueden y deben considerarse de forma separada. Pero ésta
es cuestión que trataremos más adelante9 •
En segundo lugar resulta evidente que para que no se produz-
ca, de entrada, la posible dominación de unos sobre otros, que no
se dé la posible amenaza de interferencia, que no exista ese temor
a lo desconocido que puede venir o acaecer en cada momento, será
imprescindible que todos se encuentren en cierta forma sometidos
a unas mismas reglas del juego. Que todos tengan que atenerse al
cumplimiento de unas mismas normas para evitar que unos depen-
dan sencillamente de la buena voluntad de los otros.
Como bien sostiene Skinner, y de ahí la calificación de neo-
romana, y de neo-romanos para sus defensores, esta forma de
entender la libertad podemos encontrarla así establecida en el
Digesto, donde se diferencia de forma clara entre el esclavo y
el hombre libre. Y lo que diferencia a uno de otro es justamen~
te la situación de encontrarse sub potestate en el casodel esda-:
vo, mientras que el hombre libre no tiene esta limitación en modo
alguno 10 • Además esta tipificación es acogida por muchos teóJ
ricos renacentistas de tal forma -Maquiavelo de forma muy
especial en los Discorsi- que consideran no sólo la posibilidad
de que se produzca esta libertad en formas políticas republi-
canas, sino incluso en otras en las que exista un monarca que
asimismo se considera atado a estas limitaciones que hagan
imposible la amenaza sobre la mayoría. La libertad para los
pensadores neo-romanos no es auto-deterrílihación colectiva, ni
tampoco ésta debe ser entendida como simple participación, por-
que si así fues_e estaríamos en presencia de una concepción posi-
tiva, ya que la participación política, como argumenta el propio
Skinner, constituye sólo una.condición necesaria para la salva-
guardia de la libertad individual. Estamos ante el referido gobier-

9 Sobre las relaciones y diferencias entre los conceptos de libertad, interferencia y

dominación, con especial referencia a la obra de Skinner, el iluminador articulo de Ste-


ven Wall, <<Freedom, Interference, Dominatiom>, en Political Studies, 2001, vol. 49, pp.
216-230, passim.
10
Digesto, l, 5, 3. Sobre la teoría neo-romana de la libertad y su importancia en Skin-
ner, aparte del extenso tratamiento concedido por él, de manera muy especial, a lo largo de
todo el libro Liberty befOre Liberalism, cit., cfr. Graham Maddox, «The limits of neo-roman
liberty>>, en History ofpolitical thought, vol. XXIII, n.º 3, Autumn 2002, pp. 418-431.
PABLO BADILLO O'FARRELL 287

no mixto, que tuvo tanta trascendencia y seguidores a 1o largo


de los siglos.
En cierta manera se está produciendo el intento de casar la idea
de libertad con otro concepto al que en determinadas, por no decir
muchas, circunstancias se considera como antagónico de aquélla.
Me refiero a la idea de igualdad~ En el planteamiento Iieo-roma:-
no se busca en primer lugar que exista la libertad, pero. que ésta
puede ser disfrutada por todos, no que algunos puedan disfrutarla
en gran medida y otros en ninguna, o incluso· peor que muchos
puedan tenerla, pero sin saber hasta cuándo y de qué forma, por-
que todo estará absolutamente atado a la voluntad de otros; ahí
existirá una clara, aunque potencial, dependencia o dominación.
Ante la respuesta que se da para solventar esta situación, nos
hallamos ante el hecho de que, en la búsqueda de la posible igual-
dad de todos en el potencial disfrute de la libertad, se producen obvia-
mente unas determinadas normas que garanticen esta nueva reali-
dad, pero ellas se convierten en buena manera en los primeros
obstáculos que todos han de considerar en sus posibles actuaciones.
Hay que fijar asimismo que el planteamiento skinneriano sobre
la libertad, ?I'fancando como hemos dicho cie una clara identifica.:.
ción con la idea maquiaveliana de libertad en los Discorsi, fija de
entrada que el individuo sólo puede gozar de auténtica libertad en
una república libre. Asimismo, esa idea se plasmará en que sólo
cabe hablarse de individuos libres en repúblicas libres. Y a su vez
sólo podrá hacerse de repúblicas libres, cuando en ellas se produz-
ca una clara intervención de los ciudadanos en su gobierno. Lo
cual representa una especie de círculo, que por algunos se puede
considerar vicioso, en cuanto la existencia de la libertad precisa
de la república, pero la esencia de ésta precisa de la libre interven-
ción ciudadana.
En el momento presente estamos asistiendo a una serie de acon-
tecimientos teóricos y prácticos que, de una forma u otra, tienen
como centro primordial de atención la república. Esta innegable
realidad debe hacernos meditar el porqué de todo esto y sobre los
elementos que han ido conformando esta teoría y los perfiles de
este concepto, así como su aplicabilidad yviabilidadrespecto del
momento presente.
Es bien conocido cómo en la antigua Roma se produce una larga
fase de gobierno y esplendor en el que la forma de gobierno, y
también la de la comprensión de la vida pública, pasa por lo que
288 EL GIRO CONTEXTUAL

se conoce como forma republicana. Con posterioridad se produ-


cirá el advenimiento del Imperio, y la república quedará en el olvi-
do durante siglos, hasta que en las repúblicas itálicas de los siglos
del Humanismo y del Renacimiento se comience nuevamente a
producir un florecimiento de esta forma política. Es bien conoci-
do también cómo una serie de autores de esta época van a cons-
truir toda una fundamentación teórico-práctica sobre la república
que va a ser el lejano telón de fondo que, en ámbitos geográficos
y teóricos muy diferentes, sirva para construir otra etapa dorada
del republicanismo; me refiero al pensamiento y a la realidad del
ámbito angloamericano 11 •
Por último, en el momento actual, y debido a una serie hetero-
génea de circunstancias, que han producido un claro divorcio entre
los políticos y los ciudadanos, con la consecuente separación de
los ámbitos de gobierno o decisión de los protagonistas pasivos de
los mismos, se buscan en el republicanismo los medios que pue-
dan facilitar la recuperación de los lazos de unión entre gobernan-
tes y gobernados en la idea de su común participación en la res
publica. No obstante, hay que cuestionarse hasta qué punto el repu-
blicanismo presente no se sustenta, en buena parte de sus princi-
pales fundamentos y conceptos teóricos, en la herencia y desarro-
llos del pensamiento liberal.
El primer elemento que puede considerarse como identificador
de una visión republicana es la de una libertad absolutamente ajena
y diferente a la que, o a las que, en la Modernidad se han maneja-
do. Con ello me refiero al dato de que en los primeros compases
en los que surge la república, la antigua Roma, la forma en la que
la libertad se entiende, pasa por considerar que el poseedor de la
misma esté libre de dominación por parte de otros, lo cual sólo se
consigue a sú vez a través de la existencia de unas leyes que se
hagan valer para todos, gobernantes y gobernados. Con ello puede
decirse sin temor que el que disfruta de la libertad republicana en
este sentido carece de dominación, pero en cambio se encuentra

11 La incidencia de los teóricos políticos e historiadores romanos sobre el pensamien-

to de Maquiavelo y de los teóricos renacentistas en general sobre el asunto de la liber-


tad negativa, y su comparación con las tesis aristotélicas, han sido analizadas éon gran
perspicacia y extensión por Duncan I visan en el libro The Selfat Liberty. Política/ Argu-
ment and theArts of Government, Cornell University Press, Ithaca y London, 1997,
pp. 53-78, y la comparación entre virtud y libertad, con lo que ello supone para el aná-
lisis de las diferentes perspectivas sobre el republicanismo, en las pp. 79-11 O.
PABLO BADILLO O'FARRELL 289

claramente sub potestate, sub potestate legis; o, lo que es igual, es


sui iuris.
Cuando hablamos de dominación, y como corolario de no-domi-
nación, estamos ante la visión que de la misma ha trazado Philip
Pettit, en el sentido de considerarla como aquella forma de rela-
ción que puede ejemplificarse en las relaciones amo-esclavo. Es
decir, se puede hablar de dominación cuando la parte dominante
puede incidir de forma arbitraria en la actuación de la parte domi-
nada. Con ello se está fijando el dato más definitorio de una forma
de entender la libertad por parte.de.los autores republicanos, ya
que ellos a lo que aspiran es a suprimir el nivel de arbitrariedad en
las relaciones interpersonales, y lógicamente en las públicas. Nos
referimos obviamente a la no dominación. ·
La afirmación de esta idea y de este principio tiene consecuen-
cias pero también elementos necesarios previos. Con ello se quie-
re sostener que, por un lado, la existencia de la no dominaCión hace
que todos los individuos que se encuentran en dicha· situacióírpue-
dan actuar y relacionarse de una manera radicalmente diferente a
si ésta existiera, pero, por otro lado, también hay que plantearse
qué elementos son imprescindibles para que esta variante de liber-
tad se produzca.
Es bien conocido cómo el desarrollo del pensamiento en Gre-
cia alcanza alturas cenitales, pero también es verdad que el desa-
rrollo en el cultivo del derecho no tiene parangón posible con lo
logrado en el ámbito dicho. Es decir, que todo lo que se produce
en el ámbito del pensamiento no tiene en modo alguno su corre-
lato con lo que sucede en el plano jurídico. Por contra; se ha dicho
en múltiples ocasiones que en Roma el pensamiento filosófico va
en cierta manera produciendo sus frutos como reflejo de los logros
griegos, o; lo que es igual, que no se puede hablar de originalidad
en el ámbito romano de la filosofía sino sólo de mimesis respec-
to a Grecia. El cultivo y desarrollo del derecho, asimismo unido a
la consideración en un primer plano de determinadas virtudes, son
los elementos que van a favorecer el florecimiento de una prime-
ra variante de republicanismo.
Desde el pensamiento griego, y en buena manera con Aristóte-
les en lugar de preeminencia, se había defendido, aparte de que el
hombre era animal tendente a la sociabilidad por naturaleza, la
necesidad de que se cultivaran una serie de virtudes de las que cada
una de ellas había de desempeñar un determinado papel en el ámbi-
290 EL GIRO CONTEXTUAL

to de acción correspondiente. Sólo cuando los individuos se com-


portaban acorde con ellas, y todas éstas estaban asimismo regidas
por la del equilibrio o mesotés, podía hablarse de que las acciones
humanas eran equilibradas y justas. Pero el estagirita añade un ele-
mento nuevo al sostener que es justo aquel que actúa conforme a
las leyes de su ciudad. Con este último planteamiento se está intro-
duciendo el elemento clave que en todo el pensamiento de Roma
va a ser esencial, y asimismo va a resultar en el tránsito posterior
--en el Renacimiento italiano y en los siglos XVII y XVIII angloa-
mericanos-, para entender de qué forma pueden armonizarse los
planos de la libertad, perteneciente fundamentalmente al plano
filosófico, con los del Derecho, manifestado en la existencia de
unas normas positivas determinadas.
Se parte de que el hombre vive en colectividad, pero ya en este
dato cabe apreciar .una serie de muy diversas posibilidades, ya que
los hombres resultan claramente. diferentes por naturaleza, con lo
que ello supone también respecto a sus perspectivas de la convi-
vencia. Es decir, si aceptamos que los hombres parten de la asun-
ción de su necesidad de vida en común, lo que es claro es que unos
tenderán a hacer ésta más fácil, mientras otros la harán más difi-
cil, y unos intentarán imponerse a los otros, mientras éstos acep-
tarán mejor el dominio de aquéllos.
La propia existencia de una vida en común con perspectivás
individuales tan diversas precisa de determinados elementos que
la hagan más factible de compartir por todos. Es evidente que otro
de los elementos primordiales que hacen la vida comunitaria vivi-
ble es la educación y formación de los ciudadanos en una serie
determinada de virtudes; las virtudes cívicas o republicanas de
manera especial.
Es bien conocido cómo desde la perspectiva ilustrada no se ha
sostenido que las vivencias morales y políticas se conformaran en
base a unas determinadas virtudes, sino que la tazón era elemen-
to suficiente para arbitrar los medios necesarios para que éstas se
desarrollaran de la manera más oportuna. Las teorías republicanas
van a partir de planteamientos bastante diferentes. En los prime-:
ros compases del republicanismo ya se aprecian de forma clara los
dos grandes elementos que van a tipificar a éste en todos los desa-
rrollos ulteriores; me refiero a la educación del ciudadano en unas
determinadas virtudes y el establecimiento de una ley que sea
norma general de obligado cumplimiento para todos.
PABLO BADILLO O'FARRELL 291

Esta intervención de los ciudadanos en la vida de la república


se produce asimismo cuando los ciudadanos asumen una serie de
virtudes propias de aquélla, pero, para que tal realidad se produzca,
se hará necesaria una determinada educación en éstas, e incluso
más, en determinadas circunstancias se tendrá que forzar u obli-
gar, desde la república, a los ciudadanos a ser libres. No obstante,
hay que subrayar que Skinner confiere una autonomía teórica al
republicanismo, liberándolo de las hipotecas metafisicas presen-
tes en la impostación teleológica de la política aristotélica; lo con-
figura como una teoría política todavía con posibilidad de se_r pro-
puesta de nuevo en el momento presente, como una tercera vía
posible entre el individualismo liberal y el comunitarisrrio de matriz
aristotélica 12 •
En relación con estos planteamientos hay que analizar por qué
Skinner realiza profundas criticas al planteamiento desarrollado
por Berlín. La primera de ellas radica en el hechó de que la liber-
tad es considerada esencialmente en base a un planteamiento pri-
mordial, por no decir único, cual es el sostenido por el pensamien-
to liberal. La segunda radica en las peculiaridades propfas del
análisis lingüístico que, según-Skinner, es un método de inciden-
cia llamativa en los planteamientos que en los últimos decenios se
han realizado sobre el asunto, convirtiéndose en el método casi
exclusivo de tratamiento de la cuestión.
El planteamiento. liberal dominante hace que toda considera;.
ción de la libertad, y como consecuencia de ello su defensa de la
libertad negativa, pase por la anteposición y primacía absoluta del
individuo, pero además_ del individuo considerado en su más plena
soledad. Ello quiere decir que lo importante del individuo no és la
valoración de éste para con el otro, el individuo considerado como
filiembro y parte de la sociedad, sinó en su más absoluta desnudez
y aislamiento. Toda otra consideración del individuo, en su inclu-
sión en el grupo, supondrá a la larga una disminución de su liber-
tad, ya que el grupo, el poder político, o los otros acabarán ponien-
do limitaciones u obstáculos al individuo.
Para Skinner el problema parte de que elliberalismo conside-
ra al individuo como eje y centro de todo su planteamiento, pero
al margen de cualquier consideración histórica y social. Si es cier-

12
Marco Geuna, op. cit., p. XVI.
292 EL GIRO CONTEXTUAL

to que desde Aristóteles el hombre ha sido considerado como ser


social por naturaleza, como zoonpolitikon, es claro que tal tipifi-
cación suponía radicar al hombre en una realidad, en la que al for-
mar parte por propia condición se ·veía plenamente inserto, con
todas las peculiaridades y limitaciones que esta situación llevaba
consigo. .
Es cierto que la concepción aristotélica de la naturaleza huma-
na se articula en tomo a una idea objetiva del bienestar y de la per-
fección. Si se adopta no es, por tanto, incoherente reconocer que
la vida según la virtud es a la vez condición y realidad de la liber-
tad. Y además tampoco resulta incoherente subrayar que ciertos
hombres pueden ser más débiles, o ser mucho más falibles en. la
búsqueda de la virtud; y es evidente que en estas condiciones, según
Aristóteles, una de las labores de la. autoridad política será enca-
minarlos hacia su consecución. Ahora bien, si nos mantenemos en
la tipología berliiriana, es eviden,te que esta forma de entender la
realidad y la libertad es perfectámente situable en ia· vaiiante posi-
tiva de ésta. Y será así porque· se está produciendo una posible cons-
tricción, clara limitación de la libertad por tanto,·en nombre de rina
búsqueda de·UÍla cierta virtud, que puede c_onducir a un mayor
grado de libertad. · ·
Por otra parte, para Skinnner resulta que el debate analítico ha
llevado a la exclusión de dos tesis que son de suma inipo:rtanCia
para entender la libertad negativa en Maquiavelo, y que asimismo
van a terier una gran incidencia en la búsqueda, por parte de nues-
tro autor, de la tercera varianté de libertad. ·'
La primera consiste en afirniar que la libertad no puede e:X.istir
más que en el seno de una comullidad que ella misma se regula.
Ésta será ligada de forma no-contingente a este autogobiemo, y d.~
forma más precisa se unirá al ]iecho ·de que los ciudadanos que
componen esta colectividad acomodan ciertas acciones al servicio
del bien público. Por ello se podrá decir que; en pleno sentido,·la
libertad personal -entendida en sentido negativo- erigirá por
tanto la virtud. · ·
Por todo ello, esta primera tesis lleva a poder afir:rllar que no
será más que en una comunidad política de ciertas caracterís-
ticas -aquella en la que los individuos participen activamente
en la gestión de los asuntos comunales y se deban por tanto al
bien público- en la que es posible ser libre. Por tanto esto im-
plica que si deseamos ser libres debemos llevar a cabo ciertas
PABLO BADILLO O'FARRELL 293

acciones -la participación- y perseguir ciertos fines -el bien


público-.
En estos planteamientos se proyecta de manera clara la necesi-
dad de una racionalidad, ya que si queremos ser libres hay accio-
nes que para nosotros resulta racional el realizarlas y fines que el
perseguirlos por nuestra parte se considera de la misma guisa. Por
ello, mencionar esta racionalidad supone que no debemos acomo-
dar nuestras acciones al deseo inmediato s!n más, y que sólo debe-
mos perseguir fines donde la razón nos muestre que son buenos
como medios, pero que en cambio no nos .son permitidos los obje-
tivos que escojamos sólo en base a nuestros deseos.
Esta tesis nos enfrenta en primer lugar y nos pone en clara con-
tradicción con el postulado según el cual la libertad es fundame:µ-
talmente un concepto de oportunidad. Skinner atribuye a Maquia-
velo la idea de que los ciudadanos de una república son libres para
realizar ciertas acciones y para perseguir ciertos fines. De esta
manera se puede afirmar que la libertad se caracteriza por el ejer-
cicio real de una cierta categoría de acciones y la persecución de
unas determinada.s finalidades específicas, y ambas se muestran
como los medios de la independencia personal.
La segunda tesis, que puede resultar bastante paradójica, es la
que afirma que no es incoherente sostener que se puede ser forza-
do a ser libre. De esta forma cabe que una idea determinada de
constricción pudiera ser integrada, dentro de esta perspectiva, y
sin contradicción, en una concepción de la libertad. Esta segunda
tesis está ligada a la primera, porque se puede dar el caso, según
Skinner, de que nos olvidemos -a causa de la corrupción- que
el acompañamiento de ciertas y determinadas acciones es necesa-
rio para la libertad. En este caso, si somos obligados a cumplirlas
a través de la constricción, somos hechos libres por esta misma13 •
Es evidente que estas dos tesis se enfrentan de entrada al plantea-
miento berliniano, pero además han sido contestadas y rebatidas
desde los más diversos puntos de vista; pero especialmente en todo
el debate de carácter analítico contemporáneo. A estos ataques Skin-
ner ha respondido sosteniendo que la raíz de todos ellos está en d
hecho de ser frutos del método radicalmente antihistérico utilizado
por la filosofia contemporánea. No obstante, a esta crítica skinÍle-

13
Jean Fabien Spitz, La liberté politique, Presses Universitaires de France, París,
1995, pp. 143-144.
294 EL GIRO CONTEXTUAL

riana hay que responder si no está él mismo cayendo en la tentación


de otorgar a la lectura histórica del concepto analizado de que se
trate, una pretendida carga de corte excesivamente normativo.
Pero hay que preguntarse además, quiénes y de qué manera 'són
los que se encargan de rebatir estas tesis. Los primeros son los que
defienden que sólo el concepto de libertad negativa resulta la única
forma coherente de entender la libertad en una colectividad política-
mente organizada, y además para ellos existe una incompatibilidad
radical entre las dos tesis y la libertad negativa; y por ello implica una
recusación radical a priori de cualquier otra concepción de la liber-
tad que pretendiera hacerse un hueco, por pequeño que éste fuera.
La primera tesis encuentra un claro frente de rechazo por parte de
los negativistas en el hecho de que ésta supondrá un deber de participa-
ción en la gestión de los asuntos públicos y en la existencia de una
cierta relación de deber respecto al bien común. Para los negativistas
se produce por ello en este asunto una confusión en sus condiciones,
ya que el participar no será un deber sino una obligación, y resulta
totalmente absurdo sostener que una obligación es una libertad.
La se~da"tesis resulta aún más dificil de sostener, según los
negativistas, ya que si se parte de que el Estado puede llevar a cabo
una serie determinada de medidas constrictoras, encaminadas a
favorecer el disfrute de la libertad, nos encontramos con dos con:.
ceptos que son en esencia antagónicos, éual es el caso de libertad
y constricción. Para estos autores tal planteamiento raya en el absur-
do al tener estos conceptos dicho rasgo, ya que si la libertad es
falta de constricción, cómo puede ser ésta libertad.
En la perspectiva liberal, respecto a esta cuestión, nuestra liber-
tad depende de la manera de vivir en un régimen que es capaz. de
protegemos de otros -incluyendo al gobierno mismo-- que inten-
tan forzarnos a realizar cosas que no deseamos hacer. El liberalis-
mo no nos requiere para que nos gobernemos a nosotros mismos,
ya que nuestra libertad es perfectamente compatible, COil'.10 ya se
ha indicado por muchos autores, con el hecho de estar sujetos a un
dictador benigno. Porque como Hobbes estableció, y éste es para
Skinner el primer liberal, <<Whether a Common-wealth be Monar-
chical or Popular, the Freedome is still the Same» 14•

14
Thomas Hobbes, Leviathan, editado por C. B. Macpherson, Penguin, Hardmons-
worth, 1968, p. 266.
PABLO BADILLO O'FARRELL 295

V. TEORÍAS DE SKINNER Y PETTIT SOBRE LIBERTAD


NEGATIVA

Philip Pettit ha sostenido que es perfectamente factible distin-


guir dos variantes muy definidas de libertad negativa. En primer
lugar hay que observar que, antes de que surja el liberalismo como
corriente de pensamiento, se produce una forma de entender la
libertad que busca asegurar al hombre la posibilidad de hacer lo
que desee, evitando que otros puedan quebrarle sus deseos. En la
antigua Roma era perfectamente factible observar cómo el indivi-
duo, el ciudadano, el civis, podía actuar libremente porque las nor-
mas de la ciudad le garantizaban la ausencia de impedimentos pues-
tos por otros. A ello se objetará que son las mismas leyes las que
le están poniendo los primeros obstáculos, pero resulta obvio por
una parte que el hombre no vive aislado, teniendo por ello en las
leyes de la ciudad el doble elemento de la norma-marco que le per-
mite actuar libremente, y por otra parte que le garantiza la posibi-
lidad de recuperar con seguridad la iniciativa que está en la base
de la libertad negativa.
Ya Skinner había destacado cómo en el Medioevo Juan de Viter-
bo sostuvo que la propia idea de civitas era la mezcla de los con-
ceptos de civis y de libertas, de tal forma que sólo en la ciudad se
podía asegurar la libertad del individuo, del ciudadano. Es eviden-
te que con este planteamiento nos situamos en el ámbito del repu-
blicanismo, en cuanto la propia libertad negativa, la libertad por
antonomasia del individuo, se localiza en un ámbito en el que las
normas le proporcionan seguridad, garantías. En una palabra se
busca en esta variante de libertad negativa calidad por encima de
la posible cantidad en el disfrute de ella15 •
En el liberalismo la perspectiva cambia de forma radical, ya que
el individuo, aislado y con aspiraciones de convertirse en el eje
pleno de todas sus actuaciones, es el gran protagonista de la liber-
tad negativa. Para el liberalismo lo importante es que no se pon-
gan impedimentos por parte de los otros respecto a los deseos e
iniciativas del primero. La existencia de ellas se convertirá en la
negación de la propia esencia de la libertad. En esta perspectiva
de la libertad lo importante es que el individuo carezca de impe-

15
Quentin Skinner, <<Pre-humanists origins of republican ideas», en Gisela Bock,
Quentin Skinner y Maurizio Viroli (eds.), Machiavelli and Republicanism, cit., p. 134.
296 EL GIRO CONTEXTUAL

dimentos y que ello le permita disfrutar de las posibilidades que


ello acarrea, en el sentido de gozar de múltiples posibilidades de
entre las que elegir la que desee. En esta perspectiva liberal de la
libertad negativa también se ha invertido su esencia respecto al
republicanismo, en cuanto aquí lo primario será la cantidad fren-
te a la calidad.
El planteamiento de las dos libertades negativas tiene por ello,
a mi entender y siguiendo los pasos de Skinner y Pettit, dos pun:...
tos que pueden considerarse com:o los diferenciadores, cuales son
el de la capacidad de recuperarla (resilience) y el de la norma de
derecho (rule oflaw).
El primero de los dos aspectos, en el que insiste especialmen-
te Pettit, puede quedar claro en su plena significación si traemos
a colación su significado en el ámbito de las cosas en primer lugar,
y posteriormente en el de las personas. Supongamos que coge-
mos un tubo y lo doblamos, pero éste tiene una notable capacidad
de recuperación, volviendo inmediatamente a su realidad anterior.
Si el tubo tiene dicha capacidad podemos decir que se recupera
(resilient). ,
TrasladellÍos la cuestión al ámbito de las personas, y aquí Pet-
tit trae, entre otros, un ejemplo muy1.lustrativo. Supongamos
que nos hallamos ante dos personas que tienen un determinado
problema de salud, el mismo en ambas, pero mientras· que una
carece de la posibilidad de recurrir a todas las ayudas de la cien-
cia y tecnología médicas, la otra goza de todas las capacidades
en esos ámbitos. Es obvio que la primera, en el caso de poder
superar el problema, tendrá muchos más impedimentos que la
otra para conseguirlo, mientras que la: segunda es muy posible
que lo consiga con mucha más facilidad. Esta segunda podre-
mos decir que lo ha alcanzado por tener el poder de recuperar-
la (resilience). ·
Trasladando la cuestión al plano de la libertad negativa se dirá
que la segunda variante, la defendida por Pettit y Skinner, goza
de la recuperabilidad (resilience), es una libertad en sentido fuer-
te, frente a la primera variante, cual es la defendida por Berlin. La
variante negativa sostenida por Berlin, así como la moderna defen-
dida por Constant, será aquella que el individuo puede hacer lo
que desee por no existir impedimentos puestos por otros, pero con
la posibilidad de que la misma sea en algunos momentos, y para
algunos en especial, muy dificil de llevar cabo. Sería la equiva-
PABLO BADILLO O'FARRELL 297

lente a la enfermedad para el que no tiene medios tecnológicos


para superarla.
Y el segundo aspecto mencionado líneas más arriba, el de la
norma de derecho, tiene una estrecha relación con la cuestión de
la recuperabilidad (resilience), con la mayor fuerza de esta liber-
tad, ya que la existencia de ella supone. que la libertad negativa
puede ser disfrutada por todos en pie de igualdad,. y que además
en el caso probable de que sea alterada para algunos, normalmen.:.
te para una mayoría, la norma tenga la posibilidad derestaurarla,
alser_norma que afecta a todos por igual, y ser la qµe concede a
la esencia de ésta su posibilidad de disfrute segur9 y la capacidad
de recuperarla. Esta posibilidad será la coincidente con la segun-
da variante de libertad negativa, y se corresponde con la del indi-
viduo que tiene los medios tecnológic.os pertine11tes para recupe-
rar la salud, por seguir con el ejemplo citado porPhilip Pettit.
La norma de derecho hace factible que sea ella, la norma, la
que impere por encima de los hombres, lo que supone una posible
«limitación» u «obstáculo» para la libre elección por parte del indi".'
viduo. Para los negativistas puros ella supondrá una clara intromi-
sión y una limitación a dicha libertad, pero hay que preguntarse si
la norma no resultará imprescindible para la realización de la con".'
vivencia y de la propia libertad. · ·
Algunos, los menos, podrán considerar que la existencia de la
norma de derecho supone una posible manifestación de la libertad
positiva, pero la mayoría sostiene que es el instrumento técnico
imprescindible para hacer viable la convivencia ..
Estos dos ámbitos, el de la libertad negativa y el de la norma de
derecho, son perfectamente proyectables al plano de los derechos
del hombre. Si se sostiene la idea de la libertad negativa como un
valor connatural a la esencia del hombre, pero nada más, nos pode-
mos encontrar con que en algunos momentos será algo similar a
las grandilocuentes declaraciones universales de derechos, o la
defensa de la titularidad de los mismos en el ámbito puramente
ontológico. Con ello resulta evidente que en múltiples casos la
libertad negativa puede verse reducida a la condición de un sim-
ple jlatus vocis, al no poseer los instrumentos que la conviertan en
algo realizable de forma normal y pacífica. Los derechos huma-
nos han tenido un camino similar al precisar de un proceso de for-
malización, o de positivación, para que pudieran convertirse en
derechos en sentido estricto, como se mantiene ya desd.e Hobbes,
298 EL GIRO CONTEXTUAL

y que por ello pudieran ser también considerados asimismo como


seguros, porque se recuperan (resilient) 16 •
Es bien sabido cómo desde Hobbes, y continuando con todos
los grandes filósofos políticos ingleses posteriores, se ha llega-
do a la conclusión de la necesidad de la existencia de unos deter-
minados obstáculos, o «cadenas» como afirma Berlin, que resul-
tan imprescindibles para que no se produzcan limitaciones de la
libertad de otro tipo que pudieran acabar limitando en mucha
mayor manera la libertad negativa de esos individuos 17 • Estas
«cadenas» serán aquellas normas que hacen factible que los indi-
viduos de una determinada realidad social y política puedan dis-
frutar pacíficamente de su libertad, y hay que enfatizar que ade-
más harán posible que sean muchos más los que con ellas la
puedan usar y disfrutar que sin éstas. Tal es así porque sin la exis-
tencia de ellas se producía un disfrute absolutamente descom-
pensado de la libertad, en cuanto unos pocos tenían casi todas las
posibilidades, mientras que muchos sólo disponían de UD.as redu-
cidas posibilidades. No quiere decirse con esto que la existencia
de las normas -o «cadenas» vayan a solventar los desequilibrios
de libertad de manera total, pero intentarán evitar que unos pocos
gocen aún de mayor cuota de libertad a costa de la dismillución
de ésta para la mayoría.
El liberalismo ha partido de la afirmación de que el hombre es
más feliz cuando se encuentra en la situación en que lbs poderes
del Estado, los poderes públicos, interfieren lo menos posible en
su actuación, llegándose por algunos a afirmar que tal vez fuera la
figura de Robinson Crusoe el modelo más idóneo pará tipificar la
línea de conducta a seguir. Estas peculiaridades hacen que de .esta
manera puédan producirse circunstancias en las que no sólo algu-
nos podrán disfrutar de mucho, y otros de muy poco, sino que asi-
mismo con esta defensa del individualismo a ultranza cabe la posi-
bilidad de que al poder aspirar todos a todas las cosas se produzca
una posible situación pre-bélica, ya que los más fuertes se impon-
drán a los más débiles, pero también asomará la probable pugna
entre iguales o similares.

16 Philip Pettit, «Negative Liberty, Liberal and Republicaro>, en European Journal of

Philosophy, 1993, 1, pp. 15-38. Cita a las pp. 17-23 especialmente.


17
Isaiab Berlin, «Two Concepts ofLiberty», en Four Essays on Liberty, Oxford Uni-
versity Press, Oxford, 1969, p. 123.
PABLO BADILLO O'FARRELL 299

Por estas circunstancias es por lo que hay que fijar de manera


clara las dos formas de acercamiento a la libertad que traza y deli-
mita Quentin Skinner. Puede hablarse de autores a los que cabe
calificar como neo-romanos -como anteriormente se han cita-
do-- y a otros como neo-góticos. Las diferencias que cabe apre-
ciar entre unos y otros sonJas caracterizadoras de dos formas muy
diferentes de afrontar la libertad.
Para unos y otros autores se puede decir que se parte de la idea
de que el hombre en el uso y disfrute de su libertad se mueve en
el plano social, con marcadas distancias en este nivel. La perspec-
tiva neo-romana tiene, como se ha indicado, el rasgo definidor de
que la libertad, incluida la negativa, se disfruta en un ámbito colec-
tivo en él que las norrnás están pensadas para servir al logro de fa
felicidad de la comunidad por medio del cultivo de unas determi-
nadas virtudes, las cívicas en particular.
Para la perspectiva neo-gótica la visión es muy otra en cuanto
la libertad, ya que no es un valor que sirva para que el individuo
la disfrute tranquila y apaciblemente en sociedad,· sino que es un
derecho más que el individuo tiene, y cuya titularidad puede hacer
efectiva ante los poderes públicos. No olvidemos que cuando se
habla del gothic balancé~ fan querido a Harrington por ejemplo, se
está hablando de la necesidad.de.que el poder se equilibre entre
los dos poderes rivales, en aquel momento rey y nobleza, porque
ambos se precisan y no pueden funcionar el uno sin el otro. Por
ello la perspectiva neo-gótica consistirá en que la libertad para el
individuo pasá por el reconocinriento y protección por parte del
Estado, en cuanto que ambos tampoco son explicables el uno sin
el otro.
Si queremos encarnar estas dos perspectivas en dos autores muy
queridos e importantes para Skinner lo podemos hacer en las figu-
ras de Maquiavelo y Hobbes respectivamente, no· obstante las nota-
bles diferencias que caben encontrarse entre este último y Harring-
ton, por poner un ejemplo muy llamativo. En este ámbito es clara
la diferencia marcada por Skinner entre ·la visión de Maquiavelo,
qué nunca emplea el lenguaje de los derechos, y siempre se limi-
ta a describir el disfrute de la libertad individual, como uno de los
beneficios que se derivan de vivir bajo un gobierno bien ordena-
do, frente a la mayoría de los autores ingleses a los que nuestro
autor analiza, con la excepción quizás de Harrington, que.revelan
una fuerte recepción de los planteamientos de la Reforma; de acuer-
300 EL GIRO CONTEXTUAL

do con los que el estado de libertad es la condición natural de la


Hurnanidad18 •
No obstante esta referencia a estas dos perspectivás arquetípi-
cas de entender la libertad, encarnada por estos autores ingleses
tan caracterizados, no puede obviarse el papel de privilegio que
el Maquiavelo que se enfrenta a los Discorsi tiene para toda la
elaboración de la libertad llevada a cabo por el profesor de Cam-
bridge.
En los comentarios que Pocock hace de la elaboración de Skin-
ner subraya cómo la misma tiene la peculiaridad de haber mostra-
do la convivencia, en la aurora de los tiempos modernos, de dos
idiomas o juegos de lenguaje muy heterogéneos el uno del otro,
cuales son el del derecho, utilizado poi los juristas, y el de la vir-
tud, empleado por los hurnanistas 19 • Pero esta perspectiva, la de la
convivencia de dos diferentes lenguajes, empleados simultánea-
mente en la lucha por la independencia de las repúblicas itaiianas,
tuvo otras consecuencias teóricas ulteriores.
La diferencia está en que mientras la primera de las variantes
invoca la libertad en nombre del derecho de la ciudad, la segunda
lo hace en nombre de los. fines esenciales de la naturaleza huma-
na. Peroía libertas resulta-para uno y otro, firialmente, como SIIlÓ-
nimo de imperiuin, en cuanto consiste en el poder de practicar sus
propias leyes20 • .
De todo ello Senellart, no obstante, traza una diferencia capi-
tal; la argumentación jurídica pop.e el énfasis sobre.el impérium
de la ciudad, en tanto que garantizaba los derech9s privados. de
los ciudadanos y los protegía de toda opresión exterior. Si segúi-
mos la terminología introducida por Berlin, continúa Senellart,
los juristas defendían una idea negativa de la libertad -el hecho
para los ciudadanos d~ no ser oprimi.dos-, mientras que fos hurna:-
nistas, por el contrario,. defendían una id~a positiva de la misma
-en el sentido de la participación de los ciúaádanos en los asun..,
tos públicos-. Mientras en la primera perspectiva la libértad podía
ser disociada del imperium, si laprotección de los derechós se

18 Quentin Skinner, Liberty befare Liberalism, op. cit., pp. 18-19. · ·· •


19
J. G. A. Pocock, Virtue, Commerce and History, Cambridge University Press, Cam-
bridge, 1985, pp. 37-39 y 45-46.
20
J. G. A; Pocock, op. cit., p. 40; J. F. Spitz, «La face cachée de la philosophie poli-
tique moderne», en Critique, 504, mayo 1989, p. 321.
PABLO BADILLO O'FARRELL 301

encontraba así mejor asegurada, en la segunda al identificarse el


bien humano con la vita activa, la libertas no podía concebirse
sin imperium21 •

VI. ¿HACIA UNA TERCERA FORMA DE LIBERTAD?

Algo similar realiza Skinner en su elaboración teórica, ya que


parte de la constatación de que existe una oposición radical, en el
debate ético y político contemporáneo, entre el individualismo libe-
ral y la tradición aristotélica en sus diversas formas. Habrá por
tanto que elegir entre un discurso que subordina el bien a los dere-
chos -la concepción liberal- u otro que subordina los derechos
al bien-la tesis neo-aristotélica-., defendida esta última desde
muy diversos ángulos.
· Lá tercera forma de libertad trazada por Skinner, frente a la
dicotomía berliniana, consiste en que de partida está de acuerdo
con él en la existencia de dos libertades, pero el desacuérdo apa-
rece en que siempre que se habla de libertad negativa es necesario
hablar de ausencia de interferencia. La pretensión de Skinner, como
se ha venido analizando radica en buscar la existencia de dos
variantes de libertad negativa. Es cierto que cuando Skinner se ha
enfrentado a sus críticos lo ha hecho en base a defender que la
libertad negativa no consiste en la idea de no interferencia sin más,
sino en base a defender una no interferencia que se recupera, o
bien una no interferencia fuerte (resilient non.:.interference), frase
que el mismo Skinner reconoce no haber usado nunca, ya que como
anteriormente se refirió es de Philip Pettit, por lo que se puede
decir que está de acuerdo con éste en el contenido conceptual más
que en los términos.
Skinner afirma que, tras todo el análisis histórico de los clá-
sicos romanos y de la modernidad, no pretende marcar un con-
cepto de no interferencia que se recupera, o no-interferencia
fuerte, ni siquiera de interferencia o no-interferencia, sino hablar
de aquellos que reconocen que viven sujetos a la voluntad de

21
Michel Senellart, «Républicanisme, eudaimonia et liberté individuelle. Le mode-
le machiavélienselon Quentin Skinnern, en Femando Dorrúnguez, Rudi Imbach, Theo-
dor Pindl y Peter Walter (eds.), Aristotelica et Lulliana, Instrumenta Patristica, The
Hague, 1995, pp. 259~287. Cita a la p. 273. ·
302 EL GIRO CONTEXTUAL

otros, lo cual ya tiene el efecto de estar maréando unos ciertos


límites a nuestra libertad22 •
Skinner acaba fijando que si la libertad es construida como
ausencia de interferencia, se puede considerar como una teoría
alternativa, en base a que esa libertad puede ser restringida y cons-
treñida cuando hay algún elemento de interferencia o amenaza de
ella. No obstante hay algunos críticos que no encuentran realmen-
te diferencia ni grandes desacuerdos en las dos diferentes teorías
de la libertad negativa23 •
Es evidente que la gran diferencia entre ambas· formas de enten-
der la libertad negativa, afirma Skinner, y también así lo. hemos
afirmado en otras sedes, reside en las dos formas diferentes de
entender la autonomía. Y ello es así porque mientras que fos que
defienden la libertad negativa, ·en el sentido l;>ef.liniano, pu~den
dec;ir que es aµtóp.onio aquel que no es ni coaccionado ni amena"'.'
zado, los defensores de la libertad negativa en el sentido neo-roma-
no sólo aceptarán que es autónomo aquel individuo que no depen-
de en modo alguno de la voluntad de otro.
Es evidente que toda teoría es hija de la historia, y de un deter-
minado contexto, como bien gustaría.afirmar a Skinner, y por este
motivo resulta incontrovertible que· la teoría berliniana sobre las
dos formas de libertad, con sus claros y sus sombras, es hija de la
época de la Guerra Fría, lo que en buena manera puede explicar
muchas de sus perspectivas y de sus calificaciones.
Por ello Skinner cierra su conferencia en la British Academy
afirmando que, cuando Berlin se pregunta sobre el auténtico con..;
cepto de libertad, puede pensarse que .lo que él desea es pregun-
tarse sobre cuál es el verdadero o correcto modo de analizar los
términos a tr~vés de los que se ha expresado la idea de ésta. Pero
si ella es la cuestión, entonces le parece todavía más claro a Skin-
ner que resultará imposible que haya una respuesta determinada.
Porque pensar que resulte posible dar unos pasos y salir de la
corriente de la historia para buscar una definición más o menos
neutral de libertad parece una clara ilusión. Porque, y aquí sale a
relucir la clara veta historiadora de Skinner, con términos que tie-
nen un componente normativo tan claro, y que asiniismo son bas-

22
Quentin Skinner, «The Third Concept ofLiberty>>, clt., pp. 262-263;
23
Alan Patten, «The Republican Critique ofLiberalisnm, en BritishJournal of
Political Science, vol. 26, Isssue 1, January 1996, pp. 25-44. Cita a las pp. 27 y 36.
PABLO BADILLO O'FA.RRELL 303

tante indeterminados, amén de haber estado implicados en largos


debates ideológicos, sólo resulta posible entenderlos de una mane-
ra acertada intentando ver su desarrollo y asunción a lo largo de
la historia 24 •
Skinner, retomando el esquema de la contraposición entre bien
y derechos antes mencionado, asimismo con perspectiva claramen-
te histórica, afirma que ella es una falsa dicotomía, la cual tam-
bién se va a acabar reflejando en el ámbito de la tipología de la
libertad. Tal negación explica en buena manera su defensa de la
teoría de' la tercera libertad, ya que para él lo importante es que el
individuo esté protegido por unos derechos para hacer lo que desee
en libertad, pero en base a una determinada virtud que le hace saber
y elegir el camino más oportuno. Los derechos hacen que la liber-
tad negativa sea más fuerte, se recupere (resilient) en caso de per-
derla, pero además la elección se lleva a cabo en base a una opción
realizada sobre un fundamento, en el que la virtud desempeña un
importante papel.

24 Quentin Skinner, «The Third Concept ofLiberty>>, cit., p. 265.


4. INTENCIÓN, CONVENCIÓN
Y CONTEXTO
ENRIQUE BOCARDO CRESPO

If the question be put, what the mind of man could


perform, when lefft to itself, and without the aid ofany foreign
direction? We are to look for our answer in the history ofmankind.

ADAM FERGUSON: An Essay on the History of Civil Society.

Gordon Schochet 1 dividió los escritos de Quentin Skinner en


tres categorías:

1) ensayos filosóficos sobre la naturaleza de las acciones


sociales voluntarias y cómo se realizan, particularmente actos del
lenguaje y los problemas relativos a la explicación y al sentido de
esas acciones;
2) trabajos metodológicos sobre la historia de las ideas y de
la naturaleza de los textos históricos y cómo se ha de entender el
significado que supuestamente tienen, y
3) trabajos históricos en su mayor parte sobre temas políticos
de la Ingfaterra del siglo XVII, particularmente la atención que Skin-
ner le ha dedicado a la obra de Thomas Hobbes. ··

A pesar de haber pasado un cuarto de siglo, la división que hizo


Schochet me parece· que se puede utilizar para ilustrar las áreas
donde Quentin SJ<:inner ha realizado sus contribuciones más sig-
nificativas.
Mi intención al referirme a la división de Schochet es simple-
mente situar mi trabajo .dentro de un área espedfica, en particular
la primera categoría, que. el propio Skinnerha reelaborado en los
trabajos publicados en el primer volumen d~ Visions of Polítics.
Resulta que hay una cierta relación entre los trabajos incluidos en

1
Schochet, 1974: 263-264.

[305]
306 EL GIRO CONTEXTUAL

la categoría 2) y los comprendidos dentro de la categoría 1). Sig-


nificativamente, ninguno de los trabajos que originariamente escri-
bió Skinner sobre la comprensión de las actos ilocucionarios, las
acciones en la historia o el papel de las convenciones en la recu-
peración de las intenciones originarias de un autor aparecen ni
publicados ni siquiera reelaborados en el primer volumen de Visions
ofPolitics. Es cierto que se puede hallar alguna que otra referen-
cia a ellos aquí o allá, pero no está muy clara la relación que pudie-
ran tener con las perspectivas metodológicas que elaboró poste-
riormente. Reconoce que los planteamientos se podrían ampliar
siguiendo alguna que otra sugerencia posterior de la filosofía del
lenguaje, cuando dice por ejemplo que:
A pesar de ello, todavía creo que es correcto ampliar el análisis de
Austin en las direcciones que posteriormente lo han hecho P. F. Strawson
y John Searle, y más recientemente Stephen Schiffer y David Holdcroft.
Me parece que tuviéramos que ofrecer la definición de los actos de habla
que Austin nunca llegó a dar, nos deberíamos de tomar en serio el esta-
tus que tienen en cuanto a actos y pensar en los tipos de intenciones que
van. implícitas en su correcta .realización2 •

Pero las cónexiones con la obra de Searle, Shiffer, Holdcroft,


Bach y Harnish, como las de propio David Lewis al que también
se refiere en otros pasajes nunca las ha clarificado, asíque no tene-
mos. muchas razones para pensar cuál sería la posición actual de
Skinner. cuando se compara· las. tesis o.riginarias que planteó a
comienzo de los años sétenta conlos desarrollos posteriores de la
teoría de los actos de habla. Cualquiera que sea ésa conexión, me
parece que son esos trabajos los que nos permiten entender el alcan-
ce y también las limitaciones de sus contribuciones específicas
sobre la inteÍpretación de los textos históricos, aunque tengo mis
reservas sobre la fidelidad que le presta a sus planteamientos meto-
dológicos en sus trabajos más históricos.de filosofía política.
Mi propósito ha sido examinar la teoría del lenguaje ,sobre la
que Skinner justifica su particular visión de la comprensión de' los
textos históricos. Latesis básica es que para éntender el significa-
do de un texto político es necesario saber qué intenciones tuvo·el
autor cuando lo escribió. Esta proposición se basa, por su parte,
en una teoría que le permite, por una parte, entender el texto como

2
Skinner, 2003b: 130.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 307

un acto deliberado de comunicación --esencialmente en términos


de la teoría de actos de .habla que elaboró J. L. Austin y siguiendo
algunas de las propuestas de Wittgenstein-. Y, por otra, le capa-
cita para reivindicar su concepción del significado del texto como
una herramienta heurística que se puede emplear con éxito para
construir lo que él denomina una perspectiva genuinamente histó-
rica de la historia intelectual de las ideas políticas, que, por su
parte, evite algunas distorsiones históricas que ha incurrido la his-
toriografia de la historia política más reciente. Hay dos consecuen-
cias que se siguen de esta implicación, una que los textos son
comprensibles sólo en la medida en que exista un conjunto de con-
venciones que se puedan identificar para recuperar las intenciones
del autor. La segunda es que, hablando con propiedad, no existen
problemas perennes ni en la teoría política ni en la historia inte-
lectual en general, ya que el sentido de un texto viene determinado
por el contexto de emisión en el que originariamente apareció, lo
que implica adicionalmente, que es esencial que el historiador sepa
identificar los diferentes actos de comunicaeión que el autor está
estableciendo cuando escribe de esamánera. El contexto, por decir.,
lo así, determina el alcance del sentido.de un texto. ·
Por lo que respecta a mi trabajo, lo he dividido en cinco partes.
En la primera he intentado formular la teoría de Skinner sobre
cómo interpretar los textos históricos, de manera que su metodo-
logía histórica se pueda explicar como el resultado de la acepta-
ción de un conjunto de presupuestos previos sobre cómo entender
las frases del lenguaje en donde se formulan y cobran sentido los
conceptos políticos y éticos. Primero me hago cargo de las tesis
de Austin sobre la naturaleza de los actos ilocucionarios. A conti-
nuación presento la modificación que Strawson introdu9e en la
concepción del significado no natural de las palabras para com-
prender qué es lo que quería decir Austin cuando afirmaba que los
actos ilocucionarios son actos convencionales. Este punto me pare-
ce importante porque sobre él se apoya en su mayor parte la argu-
mentación de Skinner sobre la interpretación de los textos histó-
ricos. Mi propósito ha sido exponer la solución que ofrecía
Strawson, porque de su comprensión podemos inferir algunas limi-
taciones de la teoría que propone Skinner. A continuación he pre-
sentado los argumentos que elaboró Skinner para refutar la solu-
ción de Strawson, de manera que se pueda ver que los dos
componente básicos de su teoría, a saber: que interpretar un texto
308 EL GIRO CONTEXTUAL

es lo mismo que descubrir las intenciones con las que el autor lo


escribió y para descubrir las intenciones del autor es preciso.remi-
tirse a un conjunto de convenciones establecidas que regulan las
condiciones de emisión. No existe una conexión lógica directa
entre la propuesta de Skinner de entender un texto como un acto
de comunicación, es decir como la respuesta a un conjunto de pro-
blemas específicos que forman parte del contexto en el que apa-
rece el texto y el uso que hace de la teoría de Austin de los actos
ilocucionarios para entender el sentido del texto. Que el lenguaje
no sea esencialmente performativo no significa que el sentido de
un texto no se pueda entender como una respuesta a los problemas
que su autor asume como agente histórico dentro de una época
determinada, con unas presuposiciones propias y dentro de un con-
junto de asunciones básicas características de su tiempo.
En la segunda parte he elaborado dos objeciones a la teoría de
Skinner, de las cuales la primera consiste en señalar que la objeción
central que presentó Strawson sigue siendo válida y que, de momen-
to, Skinner no ha sabido ofrecer un argumento convincente para
resolverla. De hecho, los ensayos incluidos en el primer volumen
de Visions ofPolitics parecen ignorarla por completo. La segunda
es que su argumento para probar que los actos ilocucionarios son
actos convencionales no es concluyente. Me he permitido sugerir
que el planteamiento de su tesis tal vez surja como consecuencia
de una confusión entre dos tipos de criterios: por una parte, los cri-
terios que utilizamos para entender una emisión lingüística con
una cierta fuerza ilocucionaria; y, por otra, los criterios de justifi-
cación para atribuirle a esa emisión una cierta fuerza ilocucionaria.
En la tercera parte sólo he podido discutir, me parece que dema-
siado ligeramente, algunas cuestiones básicas en la discusión con-
temporánea sobre las dificultades que se presentan a la hora de
entender un texto como una sucesión de actos ilocucionarios. Me
temo que no se ha logrado ofrecer un conjunto de argumentos que
sea compacto; pero si las tres dificultades que presento pudieran
estimular el debate sobre estas cuestiones relacionadas con la com-
prensión de los actos de habla, al menos seremos más conscientes
de las limitaciones y de los problemas que aún nos quedan por
resolver y posiblemente tengamos que plantear en otros términos.
Creo que la dificultad básica consiste en saber si podemos seguir
entendiendo el sentido de una expresión como la emisión de una
cierta fuerza ilocucionaria cuando no existen un conjunto de con-
ENRJQUE BOCARDO CRESPO 309

venciones reconocidas que determinan la realización del acto y es


dificil verificar qué clase de acción se lleva a cabo cuando un cier-
to hablante tiene la intención de hacer un cierto acto y no contamos
con los medios para saber la reacción de la audiencia. Dos condi-
ciones que en la concepción original de Austin resultaban ser esen-
ciales para comprender la lógica de los actos ilocucionarios.
En la cuarta he desarrollado la que me parece la objeción más
decisiva a la concepción genérica de entender los actos ilocuciona-
rios como actos convencionales. Una de las características más
sobresalientes del lenguaje político es su capacidad para generar
acciones; lo que implica que no podríamos entender el sentido de
una parte considerable de nuestra literatura política si enfocamos
nuestra atención sólo al conjunto de actos ilocucionarios que está
haciendo un escritor en sus obras. No existen convenciones que
regulen el conjunto de fines o acciones, actitudes, pensamientos y
creencias que un escritor quiere que sus lectores hagan, adopten y
asuman como parte de la aceptación de los argumentos que propo-
ne. Perderíamos de vista el carácter subversivo que algunos textos
políticos han tenido a lo largo de la historia de las ideas si no pudié-
ramos explicar en donde residía su potencial desestabilizador.
Cuando se habla de fines, o de efeétos, o de las acciones que
un texto se propone conseguir, la referencia al contexto de emisión
no es suficiente para entender su sentido, por consiguiente, si mis
argumentos son correctos, nos encontramos ante una seria dificul-
tad para entender el sentido de un texto como una sucesión de actos
ilocucionarios, porque los actos perlocucionarios no son actos con-
vencionales. Esta objeción pone de manifiesto dos serias limita-
ciones a la teoría general de los actos ilocuéionarios·entendidos
como actos convencionales. La primera es que no es posible asi-
milar la fuerza perlocucionaria de una emisión a su fuerza ilocu-
cionaria, y la segunda que la referencia a un conjunto· de conven-
ciones, entendidas como los procesos que guían al escritor a
expresar sus intenciones originales, no es una condición necesaria
para entender el significado de lo que quiso decir. Una conclusión
que además se ve reforzada por el hecho de que muchos escrito-
res, como ocurrió con la mayor parte de los pen men durante la
Revolución Inglesa no expresaban ni se esperaba que lo hicieran
sus propias intenciones, sino las de aquellos que los empleában
para propagar sus propias concepciones. John Miltón resulta ser
un caso particularmente revelador en este aspecto.
310 EL GIRO CONTEXTUAL

La última parte es sólo un resumen de los argumentos que he


desarrollado; mi idea ha sido simplemente formular algunos de los
desafíos que quedan por resolver, si en primer lugar nos tomamos
en serio la propuesta de Skinner de averiguar el sentido original
de un texto, y si, en segundo, queremos resolver las dificultades
que he presentado en los argumentos que he. expuesto.
Me parece que ésta es una de las limitaciones más preocupan-
tes de la teoría de la interpretación de los textos históricos, en par-
ticular de los textos políticos. Si los actos perlocucionarios son
actos cuyo sentido depende de la identificación de los fines o accio-
nes que el autor pretende conseguir, no hay muchas razones para
pensar que la referencia a las convenciones sea cóndición necesa':'
ria para entender el sentido de un texto, porque los actos perlocu-
cionarios no son actos convencionales. Por lo demás, una. teoría
que no sea capaz de explicar la capacidad que tienen los textos
políticos a generar acciones sociales, o a promover ciertas visio-
nes o creencias, o simplemente a persuadir a su audiencia de que es
conveniente o deseable, o moralmente necesario hacer ciertas· cosas
o abolir ciertas instituciones; no parece qliexesulte prometedorási
se la entiende'como un vehículo que nos permita explicar el sen-
tido de los textos de una obra~

Comenzaré abordando la primera cuestión. Si el significado de


un texto político depende de descubrir la intenciones primaria·s. que
tuvo el autor al escribirlo, ¿cómo propone Quentin Skinner recu-
perarlas? La respuesta a esta pregunta pasa en primer lugar por la
~laboración de una teoría del significado no natural de:las pala~
bras bas·ada en las tres siguiéntes reivindicaciones:

(i) Dos modificaciones sustanciales en la teoría deAustin de


los ::J.ct9s ilocucionarios que le capacita en último extremo para

presehtár concepción de la historia como la respuesta adecua-
da a: lá pregunta ¿qué es lo que hace un determinado autor cuan-
do escribió el texto?
(ii) La propuesta de un nuevo análisis no causal del sentido
que le atribuimos a las acciones humanas, es decir una teoría par-
ticular de la racionalidad humana.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 311

(iii) La referencia a las convenciones lingüísticas como el ins-


trumento necesario para recuperar el contexto originario de emi-
sión en el que se produjo el texto político entendido esencialmen-
te como un proceso deliberado de comunicación en el que el autor
declara sus intenciones en la medida en que tiene a su disposición
un conjunto de procedimientos convencionales para que los demás,
en virtud de compartir las mismas convenciones lingüísticas, sean
capaces de entender lo que quiere decir. ·

En How to do things with words, Austin había argumentado


que hay ciertas emisiones lingüísticas cuyo significado no nos
sería accesible si no se entendieran como actos performativos, es
decir, como expresiones que cuando se dicen en ciertas ocasio-
nes y bajo algunas condiciones hacemos algo con.ellas. Por ejem-
plo, si le dicen al cajero de un banco que le dé todo el dinero de
la caja apuntándole con una pistola, no sólo están diciendo algo,
también están haciendo algo más, a 'saber: atracar un banco. Lo
mismo se puede decir cuando argumentan,· critican un punto de
vista, insultan a alguien, prometen hacer una cosa o intentan ven-
der un producto. En la terminología -de Austin aquellas frases que
se dicen para hacer algo en el lenguaje son actos ilocucionarios
y se llama fuerza ilocucionaria al sentido de la acción que lleva
a cabo el hablante cuando dice algo. Así que, en un acto de comu-
nicación como el que presenta Austin, un cierto oyente A entien-
de el significado de la expresión x que ha emitido el hablante S
si y sólo si A es capaz de reconocer la fu~rza ilocucionaria de x,
es decir si A es capaz de distinguir qué es lo que S estaba hacien-
do o intentando hacer cuando dijo x, acción que en último termi-
no le remite a A a descifrar el conjunto la intención de S al decir x.
Es precisamente en el punto de las intenciones en donde el aná-
lisis de Skinner se separa del de Austin. Los actos ilocucionarios
son esencialmente áctos que el hablante lleva a cabo siguiendo
un conjunto contrastable de convenciones, de suerte que enten-
der la intención de S es lo mismo que aislar el conjunto de con-
venciones lingüísticas·que siguió Sal emitir x. En particular había
distinguido seis condiciones genéricas para la enunciación de
actos ilocucionarios: ··
(A.1) Debe de existir un procedimiento convencionálaceptado que
tenga ciertos efectos convencionales de suerte que ese procedimiento
312 EL GIRO CONTEXTUAL

incluya la emisión de ciertas palabras por ciertas personas, en ciertas cir-


cunstancias, y además que:
(A.2) Las personas y circunstancias en cada caso dado deban de ser
apropiadas para la invocación del procedimiento particular illvocado.
(B. l) El procedimiento debe de ser realizado por todos los partici-
pantes tanto correctamente, y
(B.2) Completamente.
(G .1) Cuando, como a menudo ocurre, el procedimiento se ha desig-
nado para que sea usado por personas que tengan ciertos pensamientos
o sentimientos, o para originar cierta conducta consiguiente por parte de
algunos de los participantes, entonces la persona que toma parte en el
procedimiento y lo invoca debe de tener esos pensamientos o sentimien-
tos, y los participantes deben de tener la intención de determinar su con-
ducta de esa manera, y por último:
(G.2) Deben de hacerlo en ocasiones futuras 3•

En «Conventions and the rinderstanding of speech ads»~ Skin-


ner introduce dos modificaciones significativas en el esquema ori-
ginal de Austin. Una consiste en explicar los actos ilocucionarios
como actos esencialmente convencionales; y la otra en la supre-
sión de los ados perlocucionarios como elementos necesarios para
entender las inténciones del escritor. La segunda modificación se
sigue direct~ente de su tesis básica: si los actos perlocucionarios
no son actos convencionales4, entonces no sería posible ofrecer una
explicación del sentido de un texto qúe sebasara en el conjurito de
convenciones que gobiernan el uso lingüístico de los términos.
Por lo que respecta a la primera modificación, Skinller encuen-
tra una dificultad inicial en el análisis originario que Strawson ofre-
ció del sentido de los actos ilocucionarios, que es necesario salvar.
Strawson se basa en el análisis de Grice para demostrar que la natu-
raleza de los actos ilocucionarios es esencialmente intencional y
no convencional. Esto es lo que a su juicio explicaría el sentido del
uso de la fórmula performativa en la primera persona. De aquí se
sigue que cada vez que un hablante hace explícito el significado
del acto ilocucionario que ha realizado, estará en disposición de
invocar cualquiera de los· tres tipos de intención incluidos en la
teoría de Grice. O por ponerlo en otras palabras, la teoría.de Grice,
tal y como la emplea Strawson, se puede utilizar para explicar
presumiblemente la comprensión (uptake) por parte de A del

3 Austin, 1975: 15.


4
Ibíd., p. 99.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 313

sentido de la fuerza ilocucionaria de la emisión de S-A en este caso


indica la audiencia y S el hablante. La conclusión que se sigue es
que no es posible estar en disposición de asegurar la comprensión
por parte de A del significado de lo que S dice a menos que A sea
capaz de reconocer, como se verá a continuación, tres clases de
intenciones en la realización de un acto ilocucionario. Pero prime-
ro la definición de un acto ilocucionario. Strawson propone enten-
der un acto ilocucionario en los siguientes términos:
S quiere significar de una manera no natural algo cuando emite una
emisión x si S tiene la intención (i 1) de producir una cierta respuesta r
por parte de la audiencia A cuando emite x con el propósito de que A reco-
nocerá la intención de (il) de S y tiene la intención de que este recono-
cimiento de la intención de S por parte de A funcionará eventualmente
como una razón para que dé una cierta respuesta5•

La definición exige algunos com,entarios. Primero que un acto


ilocucionario es un acto de comunicación entre un hablante S y la
audiencia que funciona sobre la base del reconocimiento por parte
de A de tres clases de intenciones, a saber la intención:

(i 1) S tiene la intención de producir una cierta respuesta r en


la audiencia A cuando emite x,
(i2) S tiene la intención de que A reconozca la intención (il ), y
(i3) S tiene la intención de que el reconocimiento de su inten-
ción (il) constituya una razón para que A responda de una cierta
manerar.
Segundo que S tiene la capacidad de reconocer la intención de
A como parte de su habilidad de hablante de un lenguaje. Y final-
mente que ni Grice ni Strawson se proponen definir lo que quie-
ren decir con intención, si bien la intención de un cierto hablante
S no la entienden en términos de un conjunto de convenciones que
supuestamente sigue S cuando emite x.
Por lo demás Strawson añade un cuarto tipo de intención al
esquema original de .Grice:
(i4) que A ha de reconocer la intención de (i2), es decir que
A reconozca que S tiene el propósito de que A reconozca su inten-
ción de hacerle responder de una cierta manera.

5
Strawson, 1964: 446.
314 EL GIRO CONTEXTUAL

Esencial en este análisis es reconocer que «el fin, cuando no el


cumplimiento de asegurarse la comprensión es un elemento canó-
nico», si no invariable, en la realización de un acto ilocucionario;
de suerte que el análisis de la intención de que la audiencia com-
prende el sentido de la emisión del hablante sigue constituyendo
un elemento esencial para comprender qué es lo que se hace cuan-
do alguien realiza un acto ilocucionario6•
A continuación Strawson se propone analizar lo que significa
en la teoría de Austin asegurar la comprensión del sentido de la
emisión de un acto ilocucionario:
Si la identificación fuera correcta, entonces se seguiriá que decir algo
con una cierta fuerza ilocucionaria es al menos (en los casos normales)
en
tener una intención compleja del tipo (i4) que ha sido descrita la pro-
puesta del análisis de Grice y de su posterior modificación7•

Según esto, no hay razones para no pensar que comprender la


fuerza ilocucionaria por parte de la audiencia A implica necesaria-
mente reconocer el tipo de intención descrito como (i4), es decir,
que A sea capaz de reconocer al menos cuatro tipos de intencio-
nes como páÍie esencial de la comprensión del sentido de lo que
se hace en un acto ilocucionario.
Skinner, sin embargo, reivindica dos proporciones que resultan
ser controvertidas. La primera es que a menos:

(i) que se encuentre algunas convenciones no lingüísticas


a la que se conforma la realización de un acto ilocucionario par-
ticular no contamos con los medios pará saber cuál ha sido la
fuerza iloc~cionaria de la emisión que ha hecho el hablante, o
en su caso, el sentido de las frases que ha escritor el autor. Y la
otra es que:
(ii) es erróneo pensar que cuando se identifica las convencio-
nes no lingüísticas que regulan la realización de un acto ilocucio-
nario podamos recuperar la intención original que el escritor que-
ría expresar cuando realizó ese acto, si en este caso la intención
original se entiende como algo diferente de la fuerza ilocuciona-
ria que posee la emisión.

6
Ibíd., p. 449.
7
Ibíd., p. 450
ENRJQUE BOCARDO CRESPO 315

Tanto (i) como (ii) le conducen a Skinner a pensar que el aná-


lisis que ofrece Strawson para explicar la naturaleza de un acto ilo-
cucionario es incorrecto. Nos encontramos con dos tesis que resul-
tan ser incompatibles. Por una parte, Strawson reivindica que:
Sería erróneo pensar que [los actos que forman parte de una conven-
ción que se basa en algún procedimiento] forman un modelo para com-
prenderla noción de fuerza ilocucionaria en general, como Austin quizá
mostró la inélinación de hacer cuando insiste que un aé:to ilocucionario
es un acto esencialmente convencional y vincula su reivindicación con
la posibilidad de explicar el sentido del acto mediante el uso de la fór-
mula performativa8 •

La posición de Strawson le obliga a Skinner a formular no un


argumento que pruebe que las tesis (Í) y (ii) son correctas, sino que
en general los actos. ilocuciÓnarios, contrariamente a lo que pien-
sa Strawson, son actos convencionales y que en último extr{'!mo,
el sentido de las acciones humanas se pueden entender siguiendo
básicam.ep.te un conjunto de conve11ciones a las que se conforma
el agente cuando realiza una cierta acción. Una tesis en la que se
basa fundamentalniente los presúpuestos metodológicos que Skin-
ner desarrolla tanto en «Meaning and understanding in the history
of ideas» e «lnterpretation and the understanding of speech acts».
Se ha de acentuar, sin embargo, que Strawson no cree que Aus-
tin esté equivocado cuando sugiere que los actos ilocucionarios se
entiendan como actos convencionales. De hecho~ si se tiene en
cuenta el tipo de ejemplos que el propio Austin utiliza para ilus-
trar qué es lo que uno hace cuando emite una cierta expresión como
en el caso del matrimonio, un testamento válido o el caso de bau:-
tizar a un barco, es dificil no pensar en actos ilocucionarios que no
sean convencionales. La cuestión que está planteando Strawson es
la de saber si todos los que se consideren ilocucionarios se pueden
entender como actos que se conforman a una convención estable-
cicia, que es precisáménte la proposición sobre la que se basa las
tesis (i) y (ii) y de Skinner:
Parece perfectáinente claro que, si consideramos ál menos las .expre-
siones «convencióm> o «convencfonal» dé la manera más natural, la doc~
trina de la naturaleza convencional de los actos ilocucionarios no es váli-

8
Ibíd., p. 459.
316 EL GIRO CONTEXTUAL

da en general. Algunos actos ilocucionarios son convencionales, otros no


(en la medida en que sean actos ilocucionarios). ¿Por qué Austin repite
entonces lo contrario? Es poco probable que haya cometido el error de
generalizar a partir de unos pocos casos. Es más probable que exista algu-
na característica fundamental de los actos ilocucionarios que le haya lle-
vado a hacerlo y que tenemos la obligación de descubrir9•

Cuando Strawson retoma el argumento de Grice y añade la


intención (i4), está intentando proporcionar la explicación para
entender que hay algo más fundamental inherente a la naturaleza
misma de los actos ilocucionarios que no es posible entender ape-
lando a un conjunto de convenciones establecidas:·Pensar de mane-
ra contraria le crea a Skinner una seria dificultad. La concepción
que propone Strawson deja intacta la tesis de asegurar"la compren-
sión de la fuerza ilocucionaria con la que el hablante realiza el acto
performativo; pero crea una objeción inusitada a las:tesis(i) y (ii)
de Skinner. Si existen algunos actos ilocucionarios que no son con-
vencionales, entonces no hay una práctica lingüístiéa aceptada con
la que se conforme la realización del acto y en este caso no· sería
posible recuperar las intenciones originarias.que tuvo el.autor cuan""
do escribió el texto. No hay razones que nos impidan creer que
existan ciertos textos cuyo significado -si es entendido como el
conjunto de actos ilocucionarios que hace el autor cuando escri-
be- no se podría recuperar ante la ausencia de un conjunto de
convenciones.
Así pues, si se quiere argumentar plausiblemente pára probar
la verdad de las tesis (i) y (ii), Skinner tiene que demostrar que fas
intenciones o existen y no se pueden recuperar, yno existen y son
irrelevantes para entender el significado de ún texto político. Hay,
no obstante; una tercera posibilidad, entender fas ihtenciones de
un autor en términos del conjunto de convenciones que regula la
realización de los actos ilocucionarios que hace cuando escribe.
De ser cierto este argumento, la teoría de Grice y de Strawson sobre
los cuatro tipos de intenciones debe ser abandonada por una expli-
cación estrictamente convencional del sentido de los actos ilocu-
cionarios. En realidad lo que propone Skinner es que es,incorrec-
to pensar, como lo hace Grice y Stfawsori, que las tazones para
entender el sentido de un acto ilocucionario no se encuentran en

9
lbíd., p. 445.
ENRJQUE BOCARDO CRESPO 317

el hecho de que se haga siguiendo un conjunto de convenciones


establecidas, sino en el hecho de que son actos intencionales, es
decir, actos en donde el hablante espera que su audiencia reconoz-
ca que lo que dice lo dice con ciertas intenciones y que sobre la
base de ese reconocimiento sea capaz de actuar de una cierta mane-
ra o responder de alguna forma.
El argumento _de Skinner se basa en exhibµ- una lista de veinti-
séis verbos que presumiblemente se pueden entender como actos
ilocucionarios siguiendo la explicación que ofrecen Grice y Straw-
son y en los que la invocación de un tipo o varios tipos de inten-
ción no es esencial para entender la fuerza ilocucionaria de la expre-
sión que emite el hablante 10 • Entre los verbos.incluye: auspiciar,
halagar, propiciar, conciliar, convencer, engatusar, intimidar, des-
deñar, mofarse, regodearse, alardear, hacer ostentación, abusar,
rechazar, tomarle el pelo a alguien, burlarse de alguien, flirtear,
intentar convencer, cortejar, atraer, tentar, cautivar, aludir, indi-
car, dejar entender o insinuar, ignorar o comentar.
La característica común que comparten todos estos verbos es
que la invocación de uno de los cuatro tipos de intención en el aná-
lisis original de Strawson no sólo no es necesario, sino que de hacer-
se invalida la fuerza ilocucionaria del acto que se ha realizado. Por
ejemplo, si alguien está intentando lisonjear a alguien, no debe
esperar que el que quiere halagar reconozca su intención de hacer-
lo. Lo mismo ocurre con los casos de engatusar o intimidar o mani-
pular a alguien para que haga algo que no quiere hacer. En todos
esos casos, la identificación por parte de la audien,cia de la inten-
ción con la que el hablante emite la fuerza ilocucionaria de una
expresión se convierte en un obstáculo para entender el sentido del
acto realizado, por consiguiente la referencia al tipo de intención
(i4) es irrelevante para entender lo que se está diciendo.
En segundo lugar, Skinner sugiere algunos ejemplos de comu-
nicación sincrónica ordinaria con el objeto de probar que entender
la fuerza ilocucionaria de. una expresión debe de depender de la
existencia de una convención reconocida para que bajo ciertas cir-
cunstancias se pueda identificar una expresión con un cierta fuer-
za ilocucionaria. Noten que se supone que Skinner ha de resolver
el problema de asegurar que la audiencia comprenda la intención

10
Skinner, 1970: 123.
318 EL GIRO CONTEXTUAL

del hablante de tal manera que la indicación de Strawson de que


existen casos de actos ilocucionarios cuya realización no depende
de la existencia de un conjunto de convenciones no se convierta
en una seria objeción para sostener la verdad de las tesis (i) y (ii).
Finalmente Skinner acaba concluyendo:
Que toda intención que A sea capaz de entender correctamente con
la intención por parte de S de que A lo entienda .de una cierta manera debe
ser una intención socialmente convencional, es decir, una intención que
caiga dentro de un rango establecido dado de acciones que se pueden
entender convencionalmente ... se sigue por consiguiente que una de las
condiciones necesarias para comprender en cualquier situación qué es lo
que S está haciendo cuando emite x con respecto a A· está relacionado con
la comprensión de lo que la gente normalmente hace cuando se compor-
ta de una manera convencional al emitir esas expresiones 11 •

La posibilidad de aplicar esta conclusión como un instrumen-


to hermenéutico que nos permita entender el sentido de un texto
político depende básicamente de que la conclusión de Skinner satis-
faga dos condiciones: ·

a) de qué exista un elemento omnipresente en la convención


social que sirva de criterio para identificar la fuerza ilocucionaria
de la emisión de A, y que
b) se pueda ofrecer algún tipo de explicación que explique
plausiblemente el sentido de las acciones que la gente hace en la
sociedad en donde existe ese conjunto de convenciones como parte
del juego lingüístico en donde se emiten las expresiones del len-
guaje.

Con este- argumento Skinner logra dos objetivos sustanciales


para desacreditar la concepción de Strawson sobre los actos ilocu-
cionarios. Uno es rechazar las intenciones como el elemento esen-
cial que hace posible identificar la fuerza ilocucionaria de una emi-
sión; de aceptarse naturalmente que la lista de los veintiséis verbos
anteriores cumple su cometido. Una conclusión que no parece que
esté muy clara. Y el segundo ofrecer U.na explicación del sentido
de los actos ilocucionarios en términos del conjunto de convencio-
nes sociales que gobiernan la emisión de los actos ilocucionarios,

11
Ibíd., p. 133.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 319

que es lo que en última instancia le permite recuperar las intencio-


nes de un autor para entender el sentido del texto que ha escrito 12 •
El punto lo ilustra Skinner en dos ejemplos que han sido muy
debatidos en la literatura historiográfica. Primero el ejemplo que
extrae de Wittgenstein de alguien que empieza a agitar los brazos
para avisar a otro que un toro. está a punto de embestirle 13 • y el
otro la frase que utiliza un policía con la intención de avisarle a
un patinador que el hielo sobre el que está a punto de patinar tiene
una capa muy fina. En el caso del primer ejemplo, mover o agi-
tar los brazos es la convención que se emplea en una determina-
da sociedad para advertirle a ofro que corre un grave peligro.
Desde luego esto no significa ni mucho menos que sea la úllica
alternativa que cuenta el hablante para expresar lo que quiere decir,
sólo significa, y me parece que es lo que Skinner pretende acen-
tuar, que si el hablante tiene la intención de que lo que quiere decir
sea entendido con la fuerza ilocucionaria de advertir que el toro
está a punto de embestir, ha de emplear aquellos medios conven-
cionales que cuente el lenguaje o las convenciones no lingüísti-
cas. Tengo que utilizar las convenciones que regulan la compren-
sión de la audiencia de un cierto acto ilocucionario, en este caso
mover y agitar los brazos ante la embestida de un toro, para ase-
gurarme que mis frases sean entendidas con la intención con las
que las estoy utilizando. El resultado se puede generalizar para el
caso de los escritores y agentes históricos. En principio cuando
un cierto autor quiere que lo que está escribiendo se entienda con
una cierta fuerza ilocucionaria ha de emplear aquellos medios
convencionales que cuenta el lenguaje que utiliza para que la
audiencia entienda la fuerza ilocucionaria de las frases que está
escribiendo, sólo si es capaz de reconocer la relación entre el uso
de ciertas expresiones como vehículos convencionales para expre-
sar un conjunto de intenciones:
Es necesario que nos centremos no solamente en el texto particular
que nos interesa, sino en las convenciones prevalentes que gobiernan el
tratamiento de los problemas o de los temas de los que trata el texto. Esta
implicación gana su fuerza cuando se considera que todo escritor forma-
rá parte de un acto intencional de comunicación. Se sigue entonces que
cualquiera que sean las intenciones que un escritor pueda tener, deben

12 Skinner, 2003a: 122.


13
lbíd., p. 117.
320 EL GIRO CONTEXTUAL

ser convencionales en el sentido fuerte de que deben ser reconocidas como


intenciones para defender alguna posición particular en un argumento, o
que hacen alguna contribución en el tratamiento de algún problema par-
ticular, etc. 14 •

En esencia la conclusión de Skinner descansa en dos puntos en


los que había incidido largamente Wittgenstein en Philosophical
Investigations. Uno es que la intención del hablante ha de expresar-
se de acuerdo con el conjunto de reglas convendonales que gobier-
nan el uso de las palabras dentro de los juegos de lenguaje, y el otro
que los juegos del lenguaje constituyen esencialmente una activi-
dad institucional cuyo sentido depende en último extremo en seguir
reglas que determinan el conjunto de expectativas que el hablante
exhibe al seguir un determinado curso de acción lingüística, Ylos
cursos de acción y fas posibilidades alternativas de elegir las expre-
siones forman parte de una forma particular de vida. Del primer
punto se sigue dos conclusiones negativas sobre las inte.nciones.
Una que entender las intenciones de alguien no se trata de identi-
ficar las ideas que se encuentran dentro de su cabeza cuando mueve
o agita los brazós. Y la otra que es un error pensar en las intencio-
nes como «entidades privadas» a las que no se puede acceder.
A mí no me parece que Skinner niegue que los hablantes, escri-
tores y agentes históricos en general tengan intenciones o mani-
fiesten sus intenciones a la hora de expresar ciertos enunciados o
escribir ciertas frases, lo que parece evidente es que, en contraste
con la tesis básica de Collingwood, intentar averiguar los pensa-
mientos que el hablante o el agente tenía en su c;abeza cuando hizo
cierta acción es una condición superflua para entender el sentido
de lo que dijo o quiso hacer:
Nada parecido a «la empatía» es necesario, puesto queel significa-
do del episodio es público e intersubjetiva. Como resultado de ello, como
me he esforzado ahora en argumentar, las intenciones con las que el hom-
bre actúa se pueden inferir a partir de la comprensión del sentido con-
vencional del acto rnismo 15 •

En conclusión, la referencia a las convenciones es esencial en


la tarea del historiador: sólo si es capaz de identificar las conven-

14 lbíd., p. 124.
15
Skinner, 2003b: 148.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 321

ciones que regulan la emisión de las frases de un cierto lenguaje


estaría en disposición de saber lo que el escritor quiso decir; exac-
tamente como alguien que esté familiarizado con la convención de
agitar los brazos estaría en condiciones de saber que esa persona
tiene la intención de avisar que corre peligro sin que necesaria-
mente tenga el poder de adentrarse en la cabeza y descubrir si tenía
o no tenía allí la intención de hacerlo. La idea es que es posible
inferir la intención con la que un hablante expresa una cierta emi-
sión atendiendo al conjunto de convenciones lingüísticas que tiene
su disposición para expresarlas y que cómparte con los demás
hablantes de su propio lenguaje.
Análogamente si queremos entender el sentido de las frases de
un autor, Maquiavelo, Hobbes o Locke, lo que Skinner propone es:
comprender lo que un escritor puede haber estado haciendo al usar algún
concepto particular o argumento, es necesario antes que nada entender
la naturaleza y el alcance de aquellas cosas que se pueden manifiesta-
mente hacer cuando se usa ese concepto particular, en el tratamiento de
ese tema particular, en esa época en particular. Necesitamos, en suma,
estar preparados para asumir como nuestro dominio ni más ni menos que
todo lo que Cornelius Castoradis ha descrito como la imaginería social,
el abanico completo de los símbolos y representaciones heredadas del
pasado que constituyen la subjetividad de una época 16•

Veremos en su momento si esta propuesta no resulta ser al final


tan superflua como la supuesta recuperación de las intenciones del
pensamiento de un agente de la que hablaba Collingwood. Acen-
tuar tan.sólo lo que implicaría la tarea de entender la naturaleza y
el alcance que se pueden hacer con un concepto particular. Esta
condición es una consecuencia directa de entender el lenguaje como
un conjunto de actos ilocucionarios, lo que un agente estaría dis-:-
puesto a hacer con el lenguaje que usa para expresar sus concep-
tos vendría, por lo menos así lo cree Skinner, determinado por el
rango de símbolos y representaciones dentro de los cuales se desa-
rrolla literalmente los movimientos de su juego lingüístico.
El segundo ejemplo, que lo ha extraído de Strawson17, trata del
caso de un policía que le dice a alguien que está a punto de patinar
sobre un lago el enunciado «el hielo está demasiado fino», lo uti-

16 Skinner, 2003a: 124.


17
Skinner, 2003b: 129.
322 EL GIRO CONTEXTUAL

liza Skinner para explicar lo que se ha de entender por la fuerza


ilocucionaria de una emisión y para ilustrar sobre este ejemplo la
tarea que se supone ha de hacer un historiador si quiere recuperar
las intenciones del escritor para elaborar una historia genuinamen-
te histórica. Entender el significado que emite el policía es lo
mismo que entender qué clase de acto ilocucionario está realizan-
do el policía al emitir la frase y con qué fuerza ilocucionaria hay
que entenderla. De asumir que sean correctos los argumentos que
presenta Skinner para demostrar que los actos ilocucionarios son
actos convencionales, también se habría de admitir que la identi-
ficación de la fuerza ilocucionaria de la emisión depende de la
identificación de las convenciones que en,el lenguaje particular
regulan la emisión de las advertencias. ·
Generalizando la conclusión para la interpretación de los tex-
tos históricos, la tarea del historiador se limitaría a precisar el rango
de ilocución en el que se desenvuelven todos los actos ilocuciona-
rios que realiza un escritor en una obra con el objeto de despejar
en cada momento la fuerza ilocucionaria precisa con la que el autor
quiso que se eµtendiera sus frases. Si como consecuencia de nues-
tro análisis llégamos eventualmente a decidir que tal enunciado se
ha de entender como una crítica a un argumento, o como la pro-
puesta de una nueva concepción que tal vez el autor no sabe muy
bien cómo articular, o como una burla o cualquier otra cosa, enton-
ces el sentido del texto viene en gran parte determinado por el con-
texto de su emisión.
Un punto esencial en este análisis es el de identificar la otra
parte con la que el autor está manteniendo el acto de comunica-
ción. ¿Con qué autores está discutiendo, qué argumentos está con-
siderando, ·a.quién se está dirigiendo, qué puntos de vista defien-
de, a qué concepciones está atacando? Si un texto es principalmente
un acto de comunicación la identificación de los problemas con
los que se enfrenta el áutor resulta ser esencial a la hora de iden-
tificar las distintas fuerzas ilocucionarias que se emiten lás partes
dialogantes que intervienen en el acto de comunicación. Si el texto
es básicamente la ejecución del conjunto de actos ilocucionarios
que realiza un cierto autor en un proceso de comunicación, la iden:.
tificación de la fuerza ilocucionaria de esos actos depende dela posi-
bilidad de identificar también aquellos actos ilocucionarios_ cuya
fuerza es entendida, correcta o incorrectamente, de una cierta mane-
ra por parte de la audiencia. En ese contexto las palabras no pueden
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 323

significar, ni el historiador está autorizado a pensar que puedan ir


más allá de las convenciones que emplea el autor para expresar
una cierta fuerza ilocucionaria en el contexto de su emisión. Enten-
der un texto es ser capaz de reconstruir su contexto de emisión,
que Skinner lo caracteriza siguiendo la sugerencia de Pocock:
Como J. G. A. Pocock ha acentuado especiaIIDente, es posiblé que los
problemas que los escritores se ven a sí mismos respondiendo se hayan
planteado en un período remoto, incluso en una cultura completamente
diferente. El contexto apropiado para comprender el sentido de las emi-
siones de esos escritores siempre será cualquiera que sea el contexto que
nos permita apreciar la naturaleza de la intervención que viene determi~
nada por la emisión de sus expresiones 18 •

Se trata de la versión ilocucionaria de la vieja lógica de las pre-


guntas y respuestas que había elaborado previamente Collingwood
que exigía identificar la cuestión a la que presumiblemente res-
ponde la proposición para entender el sentido que ésta expresa:
cualquier acto de comunicación constituirá siempre la adopción de una
determinada posición en relación con alguna conversión o argumento que
exista previamente. De donde se infiere que si queremos entender lo que
alguien ha dicho, tendremos que identificar la posición exacta que ha
adoptado 19 •

Collingwood había argumentado, en gran parte contra las tesis


que había mantenido Russell ·sobre la unidad de una proposición,
que para entender el sentido de una proposición era necesario cono-
cer qué pregunta está respondiendo 20 • La idea era que toda propo-
sición se puede concebir como la respuesta a una pregunta y si el
historiador ha de entender un texto lo primero que tiene que plan-
tear son las cuestiones a las que presumiblemente las proposicio-
nes que encuentra en el texto están llamadas a responder. En la
concepción original de Collingwood, sin embargo, no existe un
acto de comunicación entre el texto que escribe el autor y el con-
texto de su emisión. Las preguntas surgen como consecuencia de
la imaginación que despliegue el historiador para entender por qué
un autor dice lo que dice, de eso trata precisamente la historia, de

18 Ibíd., p. 143.
19 Ibíd., p. 142.
2
° Collingwood, 2002: 29-39.
324 EL GIRO CONTEXTUAL

averiguar las preguntas que el autor intenta responder cuando escri-


be de la forma en que lo hace, lo que no es lo mismo que decir,
como lo hace Skinner, que tendríamos que identificar la posición
exacta que un autor haya adoptado.
Pero mientras que la lógica de l~s preguntas y respuestas de
Collingwood es un proceso constructivo que implica la recupera-
ción de las intenciones, los fines y los motivos de una acción que
se desarrolla como una actividad autorreflexiva más amplia que se
entiende en términos de concebir un plan21 , la teoría que propone
Skinner elimina la necesidad de identificar las intenciones que el
autor tiene en su cabeza como una condición necesaria para enten-
der el sentido de un texto. Pero esto no significa que las inténcio-
nes no se puedan recuperar, sino que no es necesario entenderlas
como entidades mentales privadas. Una intención se puede recu-
perar sólo en la medida en que ha sido expresada siguiendo una
convención particular. Con lo cual salva dos obstaculos que sur-
gían en la teoría de Collfugwood: uno que sólo se pudieran enten-
der las acciones reflexivas, es decir aquellas que el agente hacía
como resulta,dó de un proceso de deliberación intencional; y la
otra, la necésidad de recrear el mismo pensamiento que el autor
tuvo en el momento de realizar la acción.
Resumiendo los pasos metodológicos, Skinner acaba propo-
niendo:
que la manera más iluminadora de proceder debe ser empezar tratando
de delimitar el rango completo de comunicaciones que convencionalmen-
te se podría realizar en una ocasión dada al expresar una emisión dada.
Después de esto, el siguiente paso debe ser trazar las relaciones entre la
emisió11 dada y este contexto lingüístico más amplio como el instrumen-
to que se ha de emplear para decodificar las intenciones de un escritor
determinado. Una vez que el enfoque apropiado del estudio se compren-
da que de esta manera es esencialmente lingüístico y qué metodología
adecuada se vea en consecuencia que está relacionada con la recupera-
ción de las intenciones, el estudio de todos los hechos relativos al con-
texto social de un texto dado adquiere entonces el lugar que le corres-
ponde como parte de esta empresa lingüística. El contexto social figura
como el marco último que nos ayuda a decidir qué significados conven-
cionalmente reconocibles habrían estado en principio a disposición de
alguien para que tuviera la intención de comunicarlos22 •

21 Véase Bocarda, 2005.


22 Skinner, 2003: 100-101.
ENRJQUE BOCARDO CRESPO 325

Según esto, para la comprensión del significado de un texto es


preciso descubrir en primer lugar las intenciones originales con las
que escribió su autor. Sin embargo, las intenciones originales con
las que pueda actuar un escritor viene determinada por las conven-
ciones que tiene a su disposición para expresar lo que quiere decir
ajustando sus intenciones a la expresión convencional de los con-
ceptos de su época, de ahí que en segundo lugar proponga estudiar
las relaciones que se establecen entre el contexto lingüístico y las
posibilidades performativas del autor. Esencial en este paso es dis-
poner de algún criterio implícito en la propia noción de conven-
ción que permita verificar qué posibles alternativas tiene a su dis-
posición el autor para hacer que su emisión sea entendida con la
fuerza ilocucionaria que le quiere dar. Así pues, debe ser necesa-
rio saber si el autor ha realizado efectivamente el acto ilocucio-
nario que tenía la intención original de hacer; lo que implica si
debemos o no incluir en la noción de comprensión de un acto ilo-
cucionario el que la audiencia lo haya entendido con la misma fuer-
za ilocucionaria que lo emitió su autor. Finalmente el tercer ele-
mento es el marco social, una expresión que presumiblemente
podría tener el mismo significado que abarca la subjetividad de
toda una época siguiendo la sugerencia de Cornelius Castoradis.

II

Cuando Skinner23 habla de intenciones generalmente lo hace en


términos negativos apoyando sus razones básicamente en la con-
cepción de Anscombe y en la teoría de Kenny sobre los motivos,
argumentando que podemos distinguir dos nociones de intención.
Una es de la que hablamos cuando nos referimos «a un plan o
designio para crear una determinada obra», que la caracteriza como
la «intención de hacer x». La otra es a la que nos referimos cuan-
do hablamos «de la obra misma de una cierta manera», como si
contuviera una particular intención en lo que se está haciendo. La
primera noción la equipara al concepto de motivo, entendido esen-
cialmente como una «condición antecedente a, y conectada con-
tingentemente con, la aparición» de las obras que lleva a cabo un

23
Skinner, 2003a: 119.
326 EL GIRO CONTEXTUAL

autor. Y la segunda clase la entiende como la fuerza ilocucionaria


que un autor quiere expresar cuando emite ciertas frases. Al equi-
parar la segunda noción de intención a la fuerza ilocucionaria de la
emisión de una frase, Skinner bloquea cualquier posibilidad de refe-
rirnos a las intenciones como entidades subjetivas que se encuen:-
tren en la cabeza, con independencia de lo que las frases que utili-
za para comunicarse con los demás quiere que digan. Pero también
consigue algo más que es posible que tenga algunas consecuencias
poco prometedoras para su particular concepción del s~ntido de los
textos históricos. Tampoco parece que se pueda plantear ninguna
cuestión sobre los motivos, las razones o los fines que persigue un
autor cuando hace ciertos actos ilocucionarios. ¿Por qué nuestra
investigación histórica tendría que acabar respondiendo 1lleramen-
te a la pregunta «¿qué es lo que está haciendo este autor particular
cuando dice x?» Sin duda, parece que tiene perfecto sentido espe-
rar encontrar una explicación de por qué dice lo que dice o qué pre-
tende conseguir o lograr haciendo lo que hace? Nuestra compren-
sión del sentido de un argumento o de la refutación de una posición
política o de la legitimación de un juicio histórico basado, por ejem-
plo, en la conquista normanda, como era habitual entre los levellers
y diggers, sería incompleta si no pudiéramos plantear cuestiones
sobre las razones que tuvo el autor al hacerla, o sobre qué fines per-
sigue, o simplemente sobre los motivos que tuvo.
Así pues, cuando hablamos de intenciones lo hacemos, por des-
cribirlo siguiendo la lógica de las preguntas y respuestas de
Collingwood, para responder a la pregunta ¿qué es lo que está
haciendo un cierto autor cuando dice x?, una estrategia que le lleva
a reivindicar la recuperación de las intenciones de un autor como
el conjunto. de convenciones a las que tiene que someterse para
que el conjunto de las frases que forma sus escritos sea entendi-
das de una cierta manera. La conclusión es que, si entender el sen-
tido de un texto es averiguar las intenciones originarias con las
que fue escrito, debe de ser esencial identificar un conjunto de
convenciones que son las que utiliza el escritor para que sus fra-
ses se entiendan con una cierta fuerza ilocucionaria. En conse-
cuencia, es esencial en el argumento de Skinner que nos podamos
referir a un conjunto de convenciones que son las que el escritor
utiliza para que el historiador pueda recuperar sus intenciones ori-
ginarias observando las convenciones que están a su disposición
para expresar los conceptos.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 327

Es posible plantear ciertas objeciones a los argumentos que ha


ofrecido Skinner para defender con cierta plausibilidad su con-
cepción particular de la interpretación de un texto histórico. Una
la planteó el propio Strawson, precisamente para evitar caer en la
tentación de considerar los actos ilocucionarios como actos mera-
mente convencionales; y que yo sepa, no ha sido adecuadamente
respondida en ninguno de los trabajos que Skinner publicó pos-
teriormente en el primer volumen de Visions ofPolitics. De hecho,
ni siquiera la ha considerado, a pesar de ser una razón de cierto
peso para pensar, al contrario de la insistente reivindicación de
Skinner, que los actos ilocucionarios no son esencialmente actos
convencionales:
Pero suponer que siempre y necesariamente exista una convención
que haya sido establecida sería como suponer que no podría haber roman-
ces amorosos a menos que no prosigan las conv:enciones que dejó esta-
blecida el Romain de la Rose, o que cualquier disputa que surja entre lo.s
hombres deba de seguir el patrón definido por el discurso de Touchsto-
ne sobre cómo responder a una disputa o a una mentira directa24 •

Si el sentido de un texto depende de la identificación de las


intenciones que tuvo su autor al escribirlo, y estas intenciones a su
vez se entienden en téITninos de las convenciones lingüísticas que
regulan su emisión, es preciso suponer que siempre que un autor,
por seguir la objeción de Strawson, opte por emitir una expresión
está siguiendo una cierta convención que le permite expresar lo
que dice con una cierta fuerza ilocucionaria que a su vez es enten-
dida también por la misma manera por todos aquellos que estén
familiarizados con las convenciones propias del lenguaje en el que
el autor expresa sus palabras. En un sentido la objeción no es váli-
da por un número muy limitados de casos. Los saludos, las felici-
taciones o los insultos se ajustan a. ciertas convenciones; pero eso
no significa decir que todos los actos ilocucionarios se realicen
siguiendo una cierta convención. Por otra parte no siempre los actos
ilocucionarios poseen los mismos elementos. Por ejemplo, la expre-
siones como «hola», «buenos días», O «¿qué tal estás?» no signi-
fican nada por sí mismas fuera del acto ilocucionario que se hace
cuando se saluda a alguien. Lo que significa esas expresiónes es

24
Strawson, 1964: 444.
328 EL GIRO CONTEXTUAL

simplemente lo que yo hago cuando saludo a alguien, al saludar,


esas expresiones no significan nada, a menos que queramos expre-
sar su origen etimológico. Son simplemente convenciones, el tipo
de cosas que la gente diría cuando se encuentran por la calle, como
es una convención decir «Jesús» cuando uno estornuda. Como en
el caso de saludar la palabra «Jesús» no significa en ese contexto
nada que no sea equiparable a su fuerza ilocucionaria con la que
es emitida.
La identificación de Skinner entre la segunda noción de inten-
ción y la fuerza ilocucionaria de una expresión es perfectamente
válida para la clase de actos ilocucionarios enlos que el sentido
de las palabras se equiparan a la acción que se está haciendo y en
las que cabría esperar inferir que siempre que alguien me dice
«hola» o «adiós» me está saludando, sobre la base de que ése es
justamente el tipo de cosas que establece la convención lingüísti-
ca de saludar. Lo que no está tan claro, es que las palabras no sig-
nifiquen nada en los actos ilocucionarios en las que formen parte,
o que los actos ilocucionarios que particularmente interesan al his-
toriador se puedan entender correctamente como actos convencio-
nales análog6s a los que se realizan cuando nos saludamos.
Para empezar, si consideramos la relación entre el sentido de las
palabras que se emplean para llevar a cabo actos ilocucionarios más
complejos que cabría suponer que un cierto autor haga, tales como
defender una determinada concepción de la libertad civil, criticar
una teoría de la representación política, argumentar en favor de una
determinada concepción del estado, justificar la participación del
parlamento en el poder legislativo, defender una cierta concepción
de los derechos subjetivos, o legitimar el regicidio, por poner sólo
unos cuanto~ ejemplos significativos, se comprenderá que las expre-
siones que se utilizan en todos es.os casos desempeñan un papel deci-
sivo en la comprensión del acto ilocucionario que se supone que
están haciendo. Si digo, como lo hace Henry Parker en The case of
shipmoney, que no puedo ser uri hombre libre si estoy sometido a
la voluntad arbitraria de otro, las expresiones que empleo tienen
sentido con independencia del acfo ilocucionario que haga, contra-
riamente a lo que ocurre en el acto de saludar. De hecho estoy afir-
mando algo acerca de mi condición como hombre libre y el signi-
ficado de lo que digo, cualquiera que sea su contexto de emisión
en el mismo. Por consiguiente, si yo quiero explicar qué es lo que
está haciendo Henry Parker cuando dice que someterse a la volun-
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 329

tad arbitraria de otro nos hace esclavos, estoy presuponiendo que


esa sentencia tiene un cierto significado cuya relación con el acto
ilocucionario es bastante más compleja de lo que aparece en el aná-
lisis de Skinner. Naturalmente cuando uno mueve los brazos como
en el ejemplo de Wittgenstein, para indicar que un toro está a punto
de embestir, no afirmo nada, pero sería erróneo creer que todos los
actos ilocucionarios de advertencia se hagan de la misma manera,
sin esperar que en su realización no se afirme nunca una sentencia.
Este hecho es básico para entender las implicaciones que tiene la
afirmación de ciertas tesis en la realización de actos ilocucionarios,
de las que, por otra parte, Skinner parece ser consciente cuando,
por ejemplo, vincula la influencia de las tesis de Salustio, Tito Livio
y Maquiavelo en la concepción de un estado libre que elaboran los
escritores neo-romanos del siglo XVII.
En segundo lugar, ¿cómo se puede argumentar plausiblemente
para demostrar que los actos ilocucionarios que forman parte de
un texto siguen alguna convención? ¿Cuál es la convención que
rige la realización de los actos ilocucionarios que un autor hace al
argumentar en favor de la soberanía del parlamento apelando al
hecho de que aquél representa al pueblo, la negación del derecho
al veto del rey sobre la base de que atenta contra la libertad indi-
vidual, la apelación a la conciencia como el juez supremo moral
de nuestros actos, la justificación de la soberanía del rey como una
gracia de Dios, la legitimación del tribunal que juzgó y condenó a
Carlos I, o imposibilidad de que una comunidad tenga poder polí-
tico fuera del acto mismo de autorización como argumenta en este
punto Hobbes? Es cierto que en todos esos casos se podría hablar
de un contexto de emisión, pero eso no significa que exista una
convención para realizar actos ilocucionarios, porque la misma
existencia de diferentes contextos de emisión hacen que la noción
de convención resulte irrelevante.
Puede que la objeción de Strawson se pueda utilizar para exa-
minar las limitaciones de una concepción particular del lenguaje
que ignore dos hechos básicos del lenguaje humano. Uno es la infi-
nitud y el otro el problema lógico de explicar su adquisición, que,
por lo demás, jamás llegaron a plantear ni Wittgenstein ni Austin.
Estrictamente hablando ningún hablante nativo sigue una conven-
ción cuando emite las frases de su lenguaje, en realidad tiene el
poder de producir un número casi infinito de frases sin que esta
capacidad se pueda entender de una manera inteligible como la
330 EL GIRO CONTEXTUAL

habilidad de seguir una convención particular. De ser así, al final


todos acabaríamos por decir las mismas cosas en las mismas cir-
cunstancias, que es lo que normalmente ocurre cuando la gente se
felicita, se saludan por las mañanas, se despiden o dan el pésame,
o se encuentran por la calle.
Por otra parte, si el lenguaje es entendido como un sistema de
reglas con la capacidad de generar un número infinito de expre.,.
siones, no cabe siquiera plantear que se pueda explicar su adquisi-
ción como si el hablante obedeciera un conjunto de convenciones
que más o menos le dictan lo que tiene que decir en cada momen-
to, probablemente siguiendo un determinado patrón de entrena-
miento parecido al que expone, por ejemplo, Wittgenstein én las
Philosophical Investigations. Nos encontramos pues con dos tesis
incompatibles, si admitimos que tenemos la capacidad de emitir
un número finito de frases que nunca antes hemos oído, entonces
no podemos explicar esa capacidad apelando a la obediencia de
un conjunto de convenciones.
Cuando los seres humanos actúan, parte de nuestra comprensión
intuitiva de lo que hacen descansa en la posibilidad de suponer que
son agentes'intencionales con la capacidad de formars,e ideas del
mundo en el que viven y de actuar en gran parte como consecuen-
cia de las ideas y creencias que mantienen, es decir que construyen
alguna clase de modelo mental sobre las circunstancias en las.que
actúan y que entender el sentido de una acción es en gran parte coro;
prender qué es lo que piensan o qué idea se hacen del mundo social
en el que viven para que puedan querer o actuar de la forma en que
lo hacen. Decir que nuestro comportamiento es intencional no es
lo mismo que afirmar que nuestro comportamiento se conforma
siempre a un conjunto de convenciones sociales. Lo que en un sen-
tido es enteramente desmentido por nuestra misma habilidad prác-
tica de estar siempre emprendiendo nuevas acciones que no hemos
realizado antes y cuya realización depende de los proyectos o pla-
nes que queramos hacer. La identificación que hace Skinner entre
actos ilocucionarios e intención entendida como aquello que quie-
ro hacer cuando digo algo impone algunas restricciones innecesa-
rias para comprender el alcance de los textos históricos. Primero
podemos plantear las razones que tiene un autor para hablar de la
forma en la que lo hace. Segundo, también tiene sentido plantear
qué es lo que se propone o a dónde quiere llegar o qué fines pre-
tende conseguir, o qué es lo que busca al decir lo que dice, lo que
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 331

implicaría que en buena lógica la realización de un acto ilocucio-


nario estaría sujeta a otras intenciones que no son identificables con
la realización misma de una ilocución. Es posible que no tenga
mucho sentido plantearse por qué digo «gracias» cuando me abren
la puerta o pago en una tienda. Es el tipo de cosas que se espera que
yo diga en esos contextos. Pero los textos históricos cuyo sentido
Skinner pretende explicar ofrecen otra clase de consideraciones. Y
tercero no siempre los efectos de un acto ilocucionario se pueden
describir como la intención original que tuvo el hablante al hacer-
lo. En muchos casos las consecuencias de nuestros actos ilocucio-
narios pueden ser bastante impredecibles. Por utilizar un ejemplo
de Skinner25 , la significación que para la interpretación <<Whig» de
la Revolución Inglesa tuvo la orden del rey de arrestar a cinco miem-
bros de la Cámara de los Comunes en enero de 1642. ¿Qué senti-
do tiene ese acto? Para los whigs la acción del rey fue el comienzo
de sus desastres, lo que justificara que después no fuera capaz de
recabar más apoyo a su causa, John Milton lo considera en el Eiko-
noklastes como un intento de privar al cuerpo representativo de la
nación de sus poderes ejecutivos, una ofensa y una humillación a
la soberanía nacional que reside en el pueblo. Y para el rey segura-
mente no fue más que la justificación de su noción de soberanía
política basada en el derecho divino. Si no tuviéramos que aceptar
que el significado de una acción fuera la intención original del autor,
¿por qué se habría de descartarlas distintas significaciones que tie-
nen otros del mismo hecho para entender su significación históri-
ca? Ni Milton ni los historiadores whigs ponen en duda cuál fue la
intención original del rey, pero lo entienden de una manera muy
distinta. Además Carlos I cuando ordenó la detención de los cinco
miembros del Parlamento no era seguramente consciente de las con-
secuencias futuras de su decisión, y esas consecuencias también
forman parte del sentido histórico del acto que ha realizado. En
resumidas cuentas, ni las consecuencias de una acción, ni sus posi-
bles interpretaciones alternativas por parte de otros actores contem-
poráneos o incluso las nuevas perspectivas que adquiere para el his-
toriador que fas· estudia se pueden incluir déntro de la fuerza
ilocucionaria de una emisión, por no hablar de los motivos, razo-
nes o fines de la acción. · ·

25 Skinner, 1998: 47-48.


332 EL GIRO CONTEXTUAL

En la teoría de Skinner sobre la interpretación de los textos las


convenciones lingüísticas cumplen básicamente dos objetivos. Uno
proporcionarle al escritor los medios verbales para expresar sus
intenciones, y otro, que la audiencia sea capaz de reconocer las
intenciones del que escribe sobre la base de la identificación de
las convenciones comunes.· En un caso y en otro es el medio por
el que se expresan las intenciones y se asegura que se pueda recu-
perar las intenciones originales con las que escribió un autor. Sin
embargo, Skinner no ha aclarado qué es exactamente lo que hay
que entender por convenciones. De hecho en el volumen I de
Visions ofPolitics hay sólo dos referencias a la noción de conven-
ción que emplea Lewis. Una está en la página 13 donde afirma que
<<Un agente racional sería alguien que, como David Lewis ha resu-
mido de manera excelente, cree lo que hay que creern. Y la otra se
encuentra en la página 40 donde sostiene que: <<necesitamos asumir
lo que Lewis ha llamado una convención de veracidad (a conven-
tion of truthfulness) entre la población cuyas creencias queremos
explican>; pero ni una ni otra referencia aclara el papel que supues-
tamente la noción que utiliza Lewis de. convención desempeña en.la
recuperación'el.e las intenciones de un hablante. Parece sin embar-
go, que la noción de convención si la entiende como lo hace Lewis
puede, debe ser un instrumento crucial para alcanzar el objetivo
que persigue el historiador de las ideas, si quiere realmente cono-
cer «las convenciones prevalentes que gobiernan el tratamiento de
los problemas de los que se ocupa realmente el texto», lo que
supuestamente serviría de gran ayuda para entender lo que siguien-:-
do a Castoradis, Skinner llama la subjetividad de l!na época. El
escritor y su audiencia deberían de compartir una especie de con-
vención de veracidad que garantice precisamente que un ha1Jlante
recurría a la misma convención que uno utilizaría en el caso en que
quiera expresar la misma intención, Estacondición, aunque no
enuncie explícitamente Skinner es fundamental para asegurar la
recuperación de las intenciones del autor que el• texto incorpora.
Podemos entender la noción de convención26 en términos lin-
güísticos en primer. lugar. Para empezar la expresión «el lenguaje
L es utilizado por una cierta población P.>> sería verdadera sólo en
el caso en que prevalezca una cierta convención P de veracidad y

26
Lewis, 1969.
ENRJQUE BOCARDO .CRESPO 333

confianza por los que utilizan L que se base en un genuino interés


en la comunicación. Si nos limitamos a considerar la concepción
de Lewis, una convención es una regularidad que se manifiesta en
la acción o en las creencias que, por su parte se basa, en la creen-
cia de que los otros miembros de la comunidad también conforma-
ran su conducta a la regularidad: Pero la noción de convención por
sí misma se muestra incapaz de explicar por qué los hablantes exhi~
ben por ejemplo un patrón sintáctico particular en la construcción
de las frases que forman parte de su noción específica deregulari-
dad, o cómo es posible que un hablante sea capaz de desarrollar un
mecanismo que le posibilita generar un número potencialmente
finito de expresiones a partir de una exposición muy limitada a un
conjunto de estímulos lingüísticos que no implican necesariamen-
te un patrón de instrucción, o un elemento social omnipresente en
el comportamiento convencional de la: gente.
Si se considera la dificultad que presenta el problema de la infi-
nitud del lenguaje, no es posible éoncebir el mecanismo que expli-
que de qué manera una persona es capaz de obedecer un conjun-
to de convenciones para expresar un número infinito de frases, ni
abrigar ciertas expectativas sobre la conducta lingüística de los
demás sin tener una cierta noción, por imperfecta que sea; de len-
guaje que además tenga la capacidad de hablar2 7 • Esto hace que la
noción de convención sea virtualmente irrelevante para entender
nuestra noción misma de lenguaje .. Aun cuando podamos imagi-
nar una versión fuerte del principio de inducción, sin una referen-
cia a la gramática, es decir al mecanismo mental que hace posible
que hablemos de la forma en que lo hacemos, la noción de regu-
laridad no explica nada sobré la capaeidad de los hablantes a gene-
rar un número infinito de frases sin que necesariamente estén
siguiendo un procedimiento convencional en el que ha sido pre-
viamente instruidos. .
En líneas generales, asumir, como lo hace Skinner28, que enten-
der el sentido de una acción es esencialmente un asunto de identi-
ficar las convenciones que regulan la ejecución de la acción; impo-
ne una condición demasiado estrecha para entender lo que la gente
hace, aun en aquellos casos en los que la gente sigue el procedí-

27
Chomsky, 1980: 81-84.
28
Skinner, 1978a: 68-70.
334 EL GIRO CONTEXTUAL

miento de ciertas convenciones para dirigir sus acciones. Claramen-


te, ser capaz de actuar con sentido no es lo mismo qué adoptar una
convención con la que se conforma nuestros actos, de manera que
la invocación de las convenciones resulta ser un procedimiento exce-
sivamente limitado, si se descarta nociones básicas de nuestra actua-
ción como puedan serlo las de motivos, o razones o intenciones,
incJuso como las entendieron Grice y Strawson.
Existe otra razón que me parece más sustantiva. Originariamen-
te la concepción de Austin sobre los actos ilocucionarios se cen-
traba sobre un conjunto de ejemplos en los que era esencial la invo-
cación a un procedimiento al que necesariamente se ha de ajustar
la emisión de las frases. Por ejemplo en el caso del matrimonio,
todo el mundo sabe lo que significa las palabras <<Acepto por legí-
tima esposa a esta mujer». La realización del acto ilocucionario
depende de que esa frase se diga en el momento oportuno, si se
dice antes o después no tiene efecto, y el acto no es válido. En este
caso, como el del bautismo de un.barco, la redacción de un testa-
mento o la de realizar una apuesta, existe un procedimiento conven-
cional que regula las emisiones; pero no estoy muy seguro que se
pueda decir lo mismo del conjunto de actos ilocucionarios que
supuestament~ realiia un autor cuando escribe un.texto. ¿Cuál es
la convención para argumentar, defender una posieióµ, rechazar
tina opinión, criticar una determinada opinión, desacreditar las
razones de un adversario, ridiculizar un punto de vista, hacer.. úha
propuesta, o desarrollar un nuevo argumento? ¿Qué razones nos
asisten para pensar que en todos estos casos ·e1 autor está siguien-
do, tal vez conscientemente, un procedimiento que regula la emi-
sión de sus frases y es el re.sponsable de que lo que dice en esos
momentos se pueda entender con una cierta fuerza ilocucionaria?
Consideremos la crítica que hace Mandeville a Shaftesbury en
la introducción a la segunda parte de The Jable ofthe bees, o el ata-
que de Locke a las tesis del Patriarca de Filmer, o la demoledora
crítica a la que somete Bentham la teoría del poder de Sir William
Blackstone en Afragment ofGovernment, o las razones que ex-
pone Winstanley en contra de la propiedad privada eh The law of
freedom. En ninguno de esos casos, por citar sólo unos pocos, ni tiene
sentido esperar·que los autores estén siguiendo un procedimiento
determinado o una convención específica que regule la emisión de
las frases que escriben en sus textos. Y lo mismo se podía decir de
la crítica que hace Hobbes a los fundamentos naturales de la socia-
ENRIQUE BOCARDO. CRESPO 335

bilidad humana en De cive, los argumentos de Fray Bartolomé de


las Casas contra Ginés de Sepúlveda sobre el dominium de los
indios americanos, la formidable crítica que hace el padre Suárez
de las tesis políticas de Jaime I en la Defensa de la fe católica o
los argumentos que desarrolla John Milton en Defensio pro popu-
lo anglicano en contra de las tesis de Salmasius. ¿En qué sentido
concebible se podría argumentar que todos esos escritores están
siguiendo la convención lingüística que regula la emisión de que
unas ciertas frases se entiendan expresando las fuerza ilocuciona-
ria particular de una crítica?
Por ejemplo, uno de los argumentos de Bentham contra la teo-
ría del contrato original que defiende Blackstone se basa en que el
contrato original es un contrato supuesto y por tanto carece de fuer-
za vinculante, porque lo que distingue un contrato con efecto de
otro que no lo tiene es predsamente el hecho mismo que sea con-
traído por ambas partes. Podemos expllcar lo que Bentham está
haciendo diciendo que está criticando la concepción del contrato
original que presenta Blackstone y cuando decimos algo así lo que
hacemos es adscribirle a las frases que está empleando Bentham
una determinada fuerza ilocucionaria. ,Podemos incluso pensar, por
seguir con la lógica de las preguntas y respuestas de Collingwood
que el mismo Skinner reivindica, que afirmar que Bentham está
criticando la teoría del contrato original de Blackstone responde a
un tipo de preguntas que tiene que ver genéricamente con los cri-
terios de adscripción correcta de las fuerzas ilocucionarias. Los cri-
terios de adscripción de las fuerzas ilocucionarias que_ expresa los
actos ilocucionarios, ·son esencialmente criterios de significado y
en la mayoría de las ocasiones no tienen nada que ver con el con-
junto de convenciones que gobiernan la realización de los actos ilo-
cucionarios, sino más bien con nuestra capacidad para entender el
significado de las frases que el escritor está usando: el simple hecho
psicológico de que estamos compartiendo una misma lengua,· o que
usamos una misma gramática que nos permite entender lo que él
ha escrito y lo que yo estoy leyendo. Así pues; mi habilidad para
atribuirle a una cierta frase una fuerza ilocucionaria; que para Skin-
ner constituía la tarea primaria del historiador de las ideas, no depen-
de de mi familiaridad con el rango de actos ilocucionarios que el
escritor tenga a su disposición dentro de la subjetividad de toda una
época, sino con el hecho de compartir una misma lengua dentro de
la cual es posible expresar ciertas frases siguiendo una gramática
336 EL GIRO CONTEXTUAL

que es la responsable de que pueda emitir un conjunto de frases sin


obedecer ninguna convención lingüística y que me permite. enten-
der las frases que otros emiten en mi propia lengua.
Ahora bien, si se me preguntara ¿cómo sabes que Bentham está
criticando esa tesis de Blackstone?, se plantea otro tipo de cues-
tión, la de cómo justificar razonablemente la adscripción de la :fuer-
za ilocucionaria a las distintas frases cuyo sentido estoy intentan-
do entender o explicar. En este caso nos encontramos con criterios
para justificar la adscripción de :fuerzas ilocucionarias, estamos
hablando de las condiciones, posiblemente políticas, religiosas,
éticas o sociales, bajo las cuales el historiador estaría justificado
a atribuirle, posiblemente errónéamente, una cierta fuerza ilocu-
cionaria alas frases que componen un detel:'rri:inado texto29 • Estric-
tamente hablando, el historiador se limita a ofrecer criterios fia-
bles para justificar la adscripción de Ciertas :fuerzas ilocucionarias
a las frases que escribe O emite un cierto autor. Cuando, por segriir
con el ejemplo de Skinner, queremos saber qué razones nos asis-
ten para sostener que cuando Maqui ave lo dice que los ejércitos
mercenarios ponen peligro a la libertad, está repitiendo, defen-
diendo o suscribiendo una actitud o un punto de vista aceptados,
o vuelve: · · ·

a plantear, reafirniar o recordarle a su audiencia la verdad de lo que está


diciendo; quizá, más específicamente, esté al mismo tiempo acentuando,
recalcando o insistiendo sobre su verdad. O una vez más, podemos encon-
trar que lo que dice ya se acepte de manera general: Tal vez en ese caso lo
que esté haciendo sea negar y rechazar o a lo mejor corregir y revisar una
creencia comúnmente aceptada: O puede que esté ampliando, desarrollan-
do o añadiendo algo a un argumento ya aceptado al sacar algunas conclu-
siones de una manera que no se esperaba que se pudiera hacer. Al mismo
tiempo, puede que esté presionando o reclamando que se reconozca la
novedad de su punto de vista, o aconsejando, o recomendando, o incluso
advirtiendo a su audiencia de la necesidad de adoptarla30• ·

Estamos utilizando criterios de adscripción de :fuerzas ilocuciona-


rias en donde la invocación a ciertas convenciones, como en el caso

29 La distinción entre criterios para adscribir correctamente una determinada fuerza

ilocucionaria y criterios para justificar su adscripción se basa en una distinción que trazó
originariamente N oam Chomsky entre «criteria for correct assertion>> y «criteria for jus-
tified assertion>> en Chomsky, 1969: 279.
30
Skinner, 2003b: 144.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 337

de los argumentos de Bentham, Locke, Mandeville o Hobbes, ni


siquiera tiene sentido plantearse -si se las entiende como un
conjunto de procedimientos que regularían presumiblemente la
comprensión del sentido de una fuerza ilocucionaria-.
Pero si la tarea del historiador consiste en ofrecer criterios que
justifiquen la adscripción de las fuerzas ilocucionarias, por ejemplo
en el caso de la emisión de Maquiavelo, entonces es irrelevante para
el propósito de justificar la adscripción de un criteijo de significa-
do que lo que Skinner llama el «contexto de emisión» contenga el
conjunto de convenciones que regulan su emisión para que estemos
justificados a pensar que la frase «los ejércitos mercenarios son un
peligro para la libertad>> sea entendida con. la fuerza ilocucionaria
cuyo sentido esperamos descifrar. Tal .vez el contexto de emisión
contenga las creencias o las visiones de la época en la que se mueve
Maquiavelo, o el conjunto de presuposiciones políticas o religiosas
del momento, o incluso que contemple una noción parecida a la de
presuposición que había elaborado Collingwood; pero la existencia
de un conjunto de convenciones o de intenciones convencionales
que puedan llevarle al historiador a entender una cierta emisión con
una fuerza ilocucionaria particular parece poco probable. ·
Lo que nos permite entender esos textos particulares como crí-
ticas a ciertas posiciones no es la identificación del conjunto de
convenCiones que regula la emisión de las frases, sino el sentido
misll1o del lenguaje. Puede que existan convenciones para saludar,
casarse, hacer promesas, darle validez a un contrato o felicitar, pero
no tiene sentido pensar que existan, como las entiende Lewis y
Skinner, como un conjunto de instrucciones que asume el autor
para expresar sus intenciones ilocucionarias. Es posible que la
misma noción de actos de habla, lo que se hace c9n las frases que
emitimos en el lenguaje, no dependa de convenciones s.ino de otros
factores más amplios que podrían incluir formas de entender y
representarse la realidad, concepciones religiosas o sociales, jerar-
quías de poder, creencias genéricas sociales, concepciones filosó-
ficas o metafisicas, o la representación subjetiva de ciertos fenóme-
nos como el tiempo, la noción de hombre y mujer, las concepciones
científicas de una cierta época o la construcción de la realidad con-
ceptual que haya hecho una época particular a partir de los símbo-
los y la herencia cultural que ha heredado.
Cuando Skinner se refiere a la «existencia de una convención
establecida de tal manera que la emisión de una expresión parti-
338 EL GIRO CONTEXTUAL

cular en esas circunstancias sea capaz de considerarse expresando


una cierta fuerza ilocucionaria», o se refiere a «este elemento de
la convención social omnipresente en los actos ilocucionarios, o
«de que debe de haber algún entendimiento de lo que la gente en
general, cuando se comporta de una manera convencional, está
haciendo normalmente en esa sociedad y en la situación en la que
se emite tal expresióro> 31 • Probablemente se esté refiriendo a los
criterios para justificar la adscripción de una cierta fuerza ilocu-
cionaria a una emisión particular, como si la existencia de una con-
vención o el elemento omnipresente de la convención sean los cri-
terios para justificar en último extremo la atribución de una fuerza
ilocucionaria a las frases que escribe el autor. Podemos entonces
apreciar una vez más la fuerza de la objeción de Strawson que
apunta al error de concebir los actos ilocucionarios como actos
meramente convencionales:
suponer que no podría haber romances amorosos a menos que no prosi-
gan las convenciones que dejó establecida el Romain de la Rose, o que
cualquier disputa que surja entre los hombres deba de seguir el patrón defi-
nido por ,eldiscurso de Touchstone sobre cómo responder a una disputa o
a una mentira directa. .

De aquí no se sigue que un texto no se pueda entender como la


expresión de un conjunto de actos ilocucionarios, sino que fos actos
ilocucionarios no son actos convencionales y, por consiguiente, la
referencia a una convención es irrelevante en la evaluación de los
criterios de atribución y de justificación del sentido de una: fuerza
ilocucionaria. Por lo demás, el argumento de Skinner basado en la
lista de los veintiséis verbos no es concluyente por varias razones.
Primera Strawson podría seguir invocando su noción de intención
(i4) aun cuando el hablante no quiera que sea reconocida. La con-
clusión que hay que extraer no es que las intenciones del tipo (i4)
no sean relevantes para entender la fuerza ilocucionaria de una
emisión, sino más bien que nos encontramos ante otro tipo de inten-
ciones que el hablante tiene la intención de ocultar.
En segundo lugar, el reconocimiento de la intención (i4) sigue
siendo fundamental para entender por ejemplo si el hablante se
estaba burlando de alguien o estaba intentando presionarlo o sim-

31
Skinner, 1970: 131.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 339

plemente se estaba pavoneando. El problema no se resuelve invo-


cando a las convenciones, es simplemente una cuestión de tiem-
po. Más tarde o más temprano la audiencia reconocerá la fuerza
ilocucionaria de una emisión aun cuando el hablante se esfuerce
por ocultarla. Y tercero, existe una confusión en el argumento de
Skinner entre los criterios de adscripción, posiblemente incorrec-
ta, de fuerzas ilocucionarias y los criterios de justificación de las
adscripciones que hacemos. ¿Cómo sé, por ejemplo, que alguien
me está adulando? Lo normal es que el que quiera adularme inten-
te que no me dé cuente de que lo está haciendo y no utilice las pre-
sumibles convenciones lingüísticas que se emplean para hacerlo.
Mi criterio para saberlo reside en la habilidad que yo tenga para
reconocer sus intenciones y en este caso hablar de intenciones no es
lo mismo que hablar de convenciones ni de fuerza ilocucionaria de
una expresión sino de descubrir lo que realmente quiere decir cuan-
do dice lo que dice y a pesar de lo que dice. Pero también depende
del conocimiento que tenga de él o del reconocimiento del contex-
to en donde nos movamos. Si digo que mis criterios para saber si
alguien me está adulando depende del· conjunto de convenciones
que regulan la emisión de sus frases y no del reconocimiento· de la
verdadera intención con la que expresa lo que me dice, me estoy
poniendo en una situación más dificil de la que en principio se colo-
ca mi habilidad de hablante nativo de una lengua. No reconozco la
intención de alguien cuando habla porque esté familiarizado con el
conjunto de convenciones lingüísticas que él podría disponerpá.ra
emitir sus expresiones, sino más bien en base al conocimiento que
me-proporciona el ser hablante nativo de una lengua y de la rela-
ción que tenga con el que esté hablando en ese momento.
Es cierto que el tipo de conocimiento que le capacita· a un
hablante a entender el sentido de una frase, no es reducible a estar
familiarizado con las convenciones lingüísticas que gobiernan su
uso, como supone Skinner. Sin embargo esta clase de conocimien-
to tampoco garantiza por sí mismo la comprensión del sentido de
una frase, o por lo menos no siempre se podría aducir como un cri-
terio para justificar la adscripción de una fuerza ilocucionaria a
una frase. Por ejemplo, la expresión de la famosa frase de Beau
Brummell «Alvanley, who's your fat friend?». El conocimiento de
un hablante no es suficiente para identificar la frase como un insul-
to, como una broma de mal gusto, o tal vez como una ingeniosa
ocurrencia. A pesar de su apariencia gramatical no todas las pre-
340 EL GIRO CONTEXTUAL

guntas se pueden considerar como preguntas. La fuerza ilocucio-:-


naria de la frase cambia cuando cambia la referencia de la expre-
sión «your fat friend», si como en este caso se dirige al Príncipe
de Gales. Incluso los que estaban presentes en la ocasión de la emi-
sión no estaban muy seguros de comprender la intención de Brum-
mell. ¿Quería insultar deliberadamente al príncipe, o estaba sim-
plemente provocando o bromeando? Al formular esas preguntas
estamos buscando criterios que justifiquen nuestra comprensión
de la frase con una cierta fuerza ilocucionaria, lo que no se puede
hacer sólo sobre la base de nuestro conocimiento del lenguaje, sino
más bien conociendo los entresijos y Jos pormenores de las rela-
ciones entre el príncipe y Brummell, lo que Skinner podría acep-
tar seguramente como el contexto social donde tiene lugar la emi-
sión, aquello que nos permite conocer «las relaciones entre la
emisión dada y este contexto lingüístico más amplio».
Pero el contexto social, que probablemente nos proporcionaría
los elementos para entender la frase de Brummell como un insul-
to que un miembro de la realeza no podría aceptar, no nos revela
sólo un conjunto de convenciones, entre las cuales se encuentra
sin duda la c/onvenciónde no llamar «gordo» alPríncipe de Gales
en público, sino las intenciones que en uno y otro caso exhiben los
que participan en la conversación. Así pues; ni siquiera esta con-
vención nos sirve como criterio de justificación para entender la
frase. de Brummell como un insulto deliberado, sino la reacción
del propio Príncipe de Gales al oír la frase. De no haberse sonro-
jado, la expresión de Brummell la habría tomado, como lo habría
hecho otras veces, como una broma ocurrente, de haber estado en
posición de identificar la intención con la que Brummell estaba
emitiendo la frase. Tal vez Brummell no quiso insultarlo y pensó
equivocadamente que no lo estaba haciendo, cuando en realidad
no fue ésa su intención; en este caso la referencia a la convención
de no insultar a Íos miembros de la realeza en público no es sufi-
ciente, es necesario referirse a la intención con la que el príncipe
creyó que Brummell estaba hablando.

m
La tercera objeción tiene que ver con una condición que en el
análisis de Austin y Strawson resulta ser esencial para compren-
ENRlQUE BOCARDO CRESPO 341

der el sentido de la fuerza ilocucionaria de una emisión, a saber:


que el hablante S ha de asegurarse que su audiencia entienda su
emisión con la fuerza ilocucionaria con la que la quiere expresar.
Si un texto histórico, como sostiene Skinner, es esencialmente un
acto de comunicación en el que resulta ser fundamental identifi-
car la posición del autor, también debe ser necesario como parte
del proceso de comunicación que desarrolla el texto saber si la
audiencia ha entendido la fuerza ilocucionaria de las emisiones del
autor con la intención que él quiere darle. En realidad nos encon-
tramos con tres cuestiones diferentes: ·

1. ª ¿Es o no es necesario contar con la comprensión de la


audiencia para saber si el autor ha realizado satisfactoriamente un
acto ilocucionario?; o ponerla de otra manera: ¿se podría mante-
ner razonablemente que un autor ha realizado satisfactoriamente
un cierto acto ilocucionario aun cuando no haya conseguido que
su audiencia entendiera la fuerza ilocucionaria de su emisión?
2.ª Si se puede sostener que urí agente ha realizado un acto
ilocucionario sin que su emisión la haya entendido la audfoncia
con la intención que él la expresó, ¿podríamos seguir mantenieJ:l-
do en ese caso que un acto ilocucionario es esencialmente un acto
convencional en el que la intención de hablante depende de la iden-
tificación de las convenciones que el·autor tiene a su disposición
para expresar lo que quiere hacer?
3.ª Si los actos ilocucionarios son una clase de acciones, ¿con-
tamos con una descripción plausible que explique qué clase de ·cosas
hacemos cuando se hace un acto ilocucionario?, o alternativamen-
te: ¿existe o no existe un estado de hecho terminal que se puede
identificar como el efecto de haber realizadouna cierta
. acción?
.. En
los ejemplos originales de Austin, la realización de los ilocuciona-
rios, con independencia de la fuerza perlocucionaria qtie quiera
darle su autor, tienen efectos, pueden ser válidos o.no válidos y
están sujetos por lo demás a lo que Austin llamaba la doctrina de
las infelicidades32 • Expresar una promesa de la manera requerida
crea el efecto de cumplirla por parte de quien la hace, el !llatrimo-
nio puede ser válido ono, y si alguien l~ há legado a otro·un reloj
en un testamento, lo puede considerar lef?Ítimamerite como suyo.

32
Austin, 1975: 14.
342 EL GIRO CONTEXTUAL

Empecemos con la primera. Inicialmente, al menos como lo


entendieron Austin y Strawson, el hablante tenía que asegurarse
que su emisión fuera entendida expresando la fuerza ilocuciona-
ria con la que quería emitirla, de lo contrario carecemos de razo-
nes para pensar que haya realizado satisfactoriamente el acto ilo-
cucionario que quería originariamente hacer. Por ponerlo en otras
palabras, si no logro avisar, insultar, advertir, reprochar, rechazar
o proponer un argumento cuando realizo ciertos actos ilocuciona-
rios no se podría decir que hubiera hecho nada de lo que en prin-
cipio me habría propuesto hacer. En principio esta dificultad no
tendría por qué plantear excesivas complicaciones, si, como sos-
tiene Skinner, la comprensión del sentido de un acto ilocuciona-
rio depende esencialmente de la.identificación del conjunto.de
«intenciones convencionales» o «este elemento de la convención
social omnipresente en los actos ilocucionarios», los hablantes no
encontrarían muchos obstáculos en comprender el sentido de lo
que quieren decir si comparten las mismas convenciones. Por sim-
plificar el proceso, el diálogo entre un hablante A y otro B podría
describirse en los siguientes términos: A quiere expresar una cier-
ta intención, ~xamina las convenciones lingüísticas que tiene a su
disposición, útiliza la que le parece más apropiada y realiza un
cierto acto ilocucionario donde p expresa una fuerza ilocuciona-
ria. Por su parte B, que c~mparte las mismas convenciones qué A,
identifica la intención de A al constatar que ha utilizado la expre-
sión que convencionalmente se utiliza en ellenguaje para realizar
ese acto ilocuciónario, y como consecuencia de su comprensión
de p, B realiza otro acto ilocucionario que se puede entender como
una respuesta acertada o incorrecta al acto que ha realizado A. Por
su parte, A puede volver a realizar otro acto como respuesta del
que B ha hecho, y así sucesivamente. · · ·, .·
Los problemas empiezan a adquirir una dificultad inusitada
cuando, en lugar de contemplar un diálogo entre,4 yB, nos t;:nfren-
tamos con un autor que escribió hace algunos siglos y la audien-
cia a la que se dirige, o por lo menos, el blanco al que específica-
mente se dirige su crítica cuándo efectivamente está criticando
algo, hace ya mucho tiempo que ha dejado de estar presente; ¿cómo
podemos.delimitar con una mínima probabilidad de éxito el efec-
to que una obra tiene sobre la audiencia a fa que supuestamente
está dirigida? Supongamos, por otra parte, que una cierta obra no
se entendiera en absoluto con la intención originaria con la que
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 343

escribió su autor, o que causara unos efectos que a su autor no se


le hubiera pasado alguna vez por su cabeza que pudiera llegar a
provocar. Si, por expresarlo con las mismas frases de Skinner, «el
contexto social figura como el marco último que nos ayuda a deci-
dir qué significados convencionalmente reconocibles habrían esta-
do en principio a disposición de alguien para que tuviera la inten-
ción de comunicarlos», ¿cómo se podría explicar la falta de
comprensión de una obra si los participantes del contexto social
en donde aparece comparten las mismas convenciones lingüísti-
cas? Si la composición de una obra es en esencia un asunto de len-
guaje, las convenciones disponibles al autor y a su audiencia son
las mismas. Por una parte, el autor ha de expresar sus intenciones
utilizando medios convencionales, y, por otra, la audiencia debería
de estar en posición de reconocer las intenciones del autor sobre
la base de la familiaridad con esas convenciones. En un caso y otro
nos encontrarnos .con «significados socialmente reconocibles» que
no deberían de poner en peligro la comprensión del sentido de la
obra que ha escrito su autor. ¿Cómo explicar entonces que en
muchas ocasiones la audiencia, a pesar de su familiaridad con las
convenciones que utiliza el autor no es capaz de entenderle o de
reconocer lo que convencionalmente quiso decir? Piensen, por
ejemplo, en la reacción del conde de Clarendon ante el Leviathan
de Hobbes, o el impacto que tuvo en los clérigos puritanos esco-
ceses los argumentos de Hume en contra del designio de la crea-
ción, o la recepción de las tesis de Mandeville en la obra de Hut-
cheson. En todos esos casos, y en otros muchos más,· lo que entra
en juego no son las convenciones que manejan unos y otros en sus
textos, sino las posiciones y tesis que expresan, que ponen justa-
mente de manifiesto que las concepciones que intentan subvertir
no se pueden entender meramente como la configuración particu-
lar de un conjunto de convenciones.
Sin embargo, las intenciones originales con las que un autor
escribió el texto no constituyen por sí solas el significado del texto,
entre otras cosas porque gran parte del significado de un texto
viene determinado por su historia, que en manera alguna puede
anticipar su autor en el momento en el qu:e lo escribió. Un texto
siempre dice algo más de que lo que su autor quiso originariamen-
te decir, ¿por qué se habría de eliminar en este caso los diferentes
sentidos que adquiere a lo largo de la historia y circunscribirnos
únicamente a lo que Skinner llama las «intenciones originales» del
344 EL GIRO CONTEXTUAL

autor? La solución a esta cuestión está estrechamente relacionada,


en primer lugar, con la reciente reivindicación de Barthes y Fou-
cault sobre la muerte del autor, que, por su parte, Skinner no tiene
inconveniente en suscribir; y, por otra parte, con lo que Ricoeur
llama el «significado excedente» de un texto.
La muerte del autor acentúa la necesidad a la que se ha some-
tido el escritor a utilizar un conjunto de medios convenciOnales
que tiene a su disposición en el contexto de emisión si quiere que
sus emisiones sean entendidas con las intenciones con las que quie-
re expresarlas. En realidad, un autor no pÚede querer decir más de
lo que las convenciones· lingüísticas que tiene a su disposición le
permitirían decir, tampoco puede ir más allá del conjunto de pre-
suposiciones metafisicas, políticas o religiosas propias de la época
en la que vive y escribe sus textos.Todo lo que puede decir depen-
de del lenguaje que habla y del rango de actos ilocucionarios defi-
nidos por las convenciones que gobiernan sus emisiones. Lo que
escribe un autor resulta ser en último extremo el producto del con-
texto en el que se mueve.
debe ser obvío que el enfoque que estoy bosquejando deja la figura del
autor en un estado de saludo extremadamente pobre; Reiterando, soste-
niendo y defendiendo observaciones comunes como generalmente hacen,
los autores individuales es posible que aparezcan como meros productos
de sus contextos, como Barthes y Foucaúlt lo hiciéron notar originaria-
mente. Ciertamente es una consecuencia de mi enfoque que nue'stra aten-
ción principal no tenga que recaer en los autores individuales sino en el
discurso más general de su época. El tipo de historiador que estoy des-
cribiendo es alguien que estudie principalmente lo. que J. G. A. Pocock
llama los «lenguajes» de debate, y sólo de manera secundaria las relacio-
nes entre !as contribuciones individuales a esos lenguajes y el rango de
discurso entendido como un todo 33 •

La observación no es enteramente correcta. Primero no es vero-


símil que el proceso de asumir creencias se pueda entender como
una mera asunción de las convenciones predóminantes que tiene
que asumir el autbr para expresar sus intenciones. Hablar un len.:.
guaje implica sólo en un número muy limitado de casos seguir un
cierto procedimiento o ciertas convenciones como cuando saludo
por las mañanas diciendó «buenos días» o le doy por educación a

33
Skinner, 2003b: 145-146.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 345

alguien el pésame o felicito a alguien por su matrimonio. Pensar


que un autor está sometido a un conjunto de convenciones para
hacer comprensible sus intenciones significa olvidar uno de los
aspectos más característicos del lenguaje humano, su creatividad,
es decir, la capacidad de emitir un conjunto de expresiones poten-
cialmente infinitas cuyo sentido no reproducen, salvo por lo que
a la sintaxis se refiere, ningún procedimiento convencional.· Cuan-
do se escribe, o cuando se habla estamos produciendo,continua-
mente nuevos sentidos, nuevas combinaciones de palabras y fra-
ses. En la producción de esas frases las creencias o concepciones
del autor parecen desempeñar un papel decisivo que no se puede
entender apelando a las convenciones, por lo demás inexistentes,
que supuestamente regularían la formulación de las frases que com-
ponen su texto,
Por lo que respecta a la segunda cuestión, la historia del signi-
ficado de un texto como parte de su sentido, Skinner admite la
sugerencia.de Ricoeur de un significado excedente, pero no estoy
muy seguro de que sea enteramente, consciente de la dificultad que
tal admisión representa para su teoría:
~ . .
Como he intentado insistir, sin embargo, ésta tarea sé ha de distirigliir
a cualquier precio de la tesis de que él significado de uii texto se puede
identificar con lo que el autor quiso decir. Cualquier texto incluirá nor~
malmente un significado que quiso.darle su autor, y la recuperación d<:)
tal significado ciertamente constituye una condición previa para com-
prender lo que el autor pudo haber querido decir. Pero cualquier texto dé
una cierta complejidad comprenderá en su significado bastante más de
lo que el más atento o imaginativo autor pudiera alguna vez pensado
poner. En relación con esto, Paul Ricoeur ha hablado de un significado
excedente, y estoy completamente de acuerdo con esta formulación. Así
pues estoy lejos de suponer que los significados de los textos se puedan
identificar con las intenciones de sus autores; lo que se debe de identifi-
car con tales intenciones es solamente lo que sus autores quisieron decir
con ellas34•

Hay dos proposiciones que resultan ser incompatibles. Una que


los significados de los textos se pueden identificar con lo que sus
autores quisieron decir, y otra que el significado de un texto de
cierta complejidad contenga un significado excedente que escape
a lo que originariamente su autor quiso decir. Si Sk:inner está dis-

34
Ibíd., p. 140.
346 EL GIRO CONTEXTUAL

puesto a admitir la existencia de un sentido excedente, entonces


también debería de reconocer que la recuperación de las intencio-
nes originales de un autor, sobre la que descansa en último extre-
mo su concepción de la historia genuina, pueda que resulte una
condición necesaria para entender el significado del texto, pero
está lejos de ser un recurso necesario para evaluar el sentido his-
tórico del texto. Además, si se admite la noción de sentido exce-
dente no parece que sea un recurso particularmente prometedor
insistir en el hecho de que un texto defina un acto de comunica-
ción sólo dentro del contexto original de su emisión. El uso de la
obra de Locke por parte de los revolucionarios americanos es un
ejemplo muy revelador; pero no es menos reveladora la influencia
que tuvo en los regicidas ingleses la obra del padre Mariana o la
formulación de un vocabulario altamente reivindicativo por parte
de los levellers y diggers basado en el lenguaje de las profecías 35 •
En cuanto a la segunda cuestión, la de saber si podríamos estar en
disposición de saber si un agente ha realizado un acto ilocucionario
sin que su emisión haya sido entendida porla audiencia con la inten-
ción que él la expresó, remite al estudio del impacto que tuvo el
texto en el momento de su emisión y pone de manifiesto las limi-
taciones qúe surgen al eÍltendér el sentido de un.texto como la expre-
sión convencional de las intenciones de su autor. La cuestión es más
compleja de lo que en principio pudiera parecer, porque está estre-
chamente vinculada con. los supúestos. fines, efectos o acciones que
el autor pretende seguir escribiendo su texto; y Skinner no puede
admitir este tipo de intenciones como parte del sentido original del
texto, sin que al mismo tiempo vea peligrar su tesis de recuperar
las intenciones originales del autor. Debe ser posible saber cuál fue
el efecto que·tµvo un texto después de su aparición, aunque sólo
fuera para evaluar el grado de comprensión que tuvo en su época.
Sin embargo, la cuestión que estoy planteando tiene que ver con
la posibilidad de identificar la clase de acción que ha realizado el
hablante cuando ha querido hacer un determinado acto ilocucio-
nario, es decir, ¿cómo sabemos si el autor ha realizado la acción
que quería hacer sin contar con la reacción de la audiencia ala que
se dirige? En líneas generales, Skinner plantea el problema en lós
siguientes términos:

35
Véase Bocarda, 2006 sobre este aspecto.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 347

Me parece que esto es válido para el caso de hacer una advertencia.


Hacerle a alguien una advertencia es advertirle del hecho de que pueden
estar en peligro. Para hacer satisfactoriamente la acción ilocucionaria de
hacer una advertencia es ser capaz de advertirle sobre ese hecho. Lo
mismo ocurre con los casos paradigmáticos de los actos ilocucionarios
de felicitar, informar y otros semejantes. Felicitar a alguien es simple-
mente dirigirse a esa persona de una manera apropiada siguiendo un cier-
to estilo de admiración; informar es simplemente emitir una clase de ins-
trucción de un tipo apropiado. En ninguno de esos casos es necesarió para
que la realización de la acción ilocucionaria sea satisfactoriaqué tenga
que haber algún estado tetminal que sea <<nuevamente verdadero» para
la persona a laqué sé dirigen las palabras. Siendo esto así, no tiene sen-
tido sugerir, como lo .hacen Austin y Gra:ham, que alguien sea capaz de
hablar con la intención de expresar la fuerza ilocucionaria de hacer una
advertencia y sin embargo no lleve a cabo el correspondiente acto ilocu-
cionario de que causa qué alguien sea advertido. Porque hacer que alguien
sea advertido es simplemente conseguir qúe sea capaz de advertir el hecho
sobre el que corre peligro36 •

Dejando a un lado la sugerencia de Austin y Graham, no se


entiende cómo es posible conseguir que alguien advierta que corra
el peligro de patinar sobre el hielo sin que haya comprendido la
fuerza ilocucioná.ria de la frase del policía como una indicación de
que siendo la capa de hielo muy fina corre el peligro de caerse en
el lago. ¿Advierte o no advierte el policía delpeligro que corre el
patinador si éste no comprende lo que quiere decírle cuando le dice
que la capa de hielo está muy fina? Supongamos ahora que en lugar
de hablar de la advertencia del policía hablemos de lbs textos y de
los actos ilocucionarios que hace su autor. ¿Cuál es nuestro crite-
rio para saber qué fue exactamente lo que quiso hacer Maquiave-
lo cuando dijo que los ejércitos mercenarios eran un peligro para
la libertad? En algún punto debe de acabar nuestra discusión para
decidir si estaba negando, rechazando, corrigiendo o revisar una
creencia comúnmente aceptada; o á lo mejor ampliando, desarro-
llando o añadiendo algo a un argumento ya aceptado al sacar algu-
nas conclusiones de una manera que no se esperaba que se pudie-
ra hacer; o que pudiera haber estado presionando o reclamando
que se reconozca la novedad de su punto de vista, o aconsejando,
o recomendando, o incluso advirtiendo a su audiencia de la nece-
sidad de adoptarla. ¿Sería factible comprobar las distintas hipóte-

36 Skinner, 2003b: 133-134.


348 EL GIRO CONTEXTUAL

sis que plantean las diferentes posibilidades de ejecución de los


posibles actos ilocucionarios que supuestamente estaría haciendo
Maquiavelo con esa frase, si no tuviésemos en consideración la
respuesta de la audiencia a la que se dirigía Maquiavelo? Proba-
blemente no. Tampoco parece que fuera una empresa histórica-
mente imposible identificar la reacción que despertó en su audien-
cia la emisión de la frase de Maquiavelo, pero la cuestión central
es que si la realización de un acto ilocucionario es una cuestión de
seguir un cierto procedimiento convencional, entonces. es poco
probable que estemos en posición, de comprobar si alguna vez
Maquiavelo hizo el conjunto de acciones ilocucionarias qU:e como
historiadores· estarían dispuestos a atribuirles, sin abandonar al
mismo tiempo la noción misma de conv~nCión en favor de una teo-
ría no convencional del sentido de un texto. ' ·
En cuanto a la tercera cuestión, la de saber si existe o no un esta-
do de hecho terminal que se puede identificar como el efecto de
haber realizado una cierta acción, resulta ser una parte esencial
dentro del proceso de comunicación en el qµe se sitúa éL Debe ser
posible identificar el efecto. que tiene la acción de un acto .ilocu-
cionario, si yo,hago algo cuando digo algo, mi acción debe de tener
un efecto sobre la audiencia, lo· que Skinner llama «el estado de
hecho causado por la acción>>. Cuando el patinador oye la frase del
policía «la capa de hielo es demasiado fina», no sólo está oyendo
una sucesión de sonidos, decir una frase no es sólo producir cier-
tos sonidos, si yo comprendo algo después de que se me diga que
la capa de hielo está demasiado fina, sé también algo que antes no
sabía, si no se me hubiera advertido de ese hecho; La importancia
que en este caso tiene la palabra <<hecho» es que gracias a la adver-
tencia d~l poli<;:ía el patinador cae en la cuenta, por así decirlo, de
algo que antes no sabía. Naturalmente la comprensión de este hecho
no se da en el hecho mismo, por muy fina que esté la capa de hielo,
sino en la cabeza del patinador como consecuencia de haber oído
la frase del policía. La cuestión está estrechamente relacionada con
la anterior, pero en este caso de lo que se trata es saber si tiene
importancia para la comprensión de los actos de habla que la
audiencia perciba o se dé cuenta del sentido que el hablante quie-
re trasmitir.
Es verdad desde luego que no se puede decir que yo le haya hecho
una advertencia a menos que logre que usted se sienta advertido (que
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 349

haya producido p ). Pero esto no es más que pasar la descripción a la voz


pasiva; aún queda asignarle a «p» un valor. Y en este caso me parece (pace
Austin así como pace Graham) que existen muchas locuciones que des-
criben las acciones en las que el único valor que cabe esperar asignarle
a <<p» -el estado de hecho causado por la acción- sea aquel que con-
sista en el estado de hecho causado por la acción. Por poner la cuestión
de una manera más elegante, como lo ha hecho Donald Davidson, exis-
ten muchos casos en los que «p» simplemente designa un suceso, y no
un nuevo estado de hecho que se puede representar como la consecuen-
cia de haber realizado satisfactoriamente la acción37 •

En realidad, la solución que presenta·Skinner no trae más que


complicaciones incluso para la teoría que él mismo pretende rei-
vindicar. ¿Cómo es posible entender que haya conseguido que
alguien entienda mi expresión «la capa del hielo del lago está muy
fina» como una advertencia para qué no patine si· 10 que le digo
no le hace pensar que puede correr el peligro de caerse en el agua
si tiene la intención de patinar en el lago? En algún momento más
tarde o más temprano debe de producirse en su cabeza la compren-
sión de un hecho que él mismo no hubiera advertido si no me
hubiera oído decir: «la capa del hielo del lago está muy fina».
Ahora bien si como reclama Skinner hacerle una advertencia a
alguien es lo mismo que <<conseguir que sea capaz de advertir el
hecho sobre el que corre peligro», debo dé haber producido mi
nuevo hecho terminal que es capaz de entender comq correr un
cierto peligro, de lo contrario no se produciría su comprensión. La
cuestión que parece ignorar Skinner tiené que ver con la compren-
sión de la fuerza ilocucionaria de una expresión como una condi-
ción necesaria para que el agente sepa si ha realizado satisfacto-
riamente o no el acto ilocucionario que originariamente tenía la
intención de hacer. Porque ¿cuál es nuestro criterio para saber si
alguien ha entendido mi expresión como una advertencia si no el
de asegurarme que lo haya entendido con la fuerza ilocucionaria
que la he querido expresar?
No veo, por consiguiente muy clara la distinción que en este
punto pretende trazar Skinner basándose en la concepción de
Davidson. En primer lugar es claramente tautológico sostener que
«realizar satisfactoriamente la acción ilocucionaria de hacer una
advertencia es ser capaz de advertirle sobre ese hecho», a menos

37
Ibíd., p. 133.
350 EL GIRO CONTEXTUAL

que la expresión «ser capaz de advertirle sobre ese hecho» impli-


que necesariamente que la·persona a la que me dirijo se dé cuen-
ta del hecho sobre el que le estoy advirtiendo. Lo que hace que mi
expresión sea entendida como una advertencia es que esa persona
vea el peligro de patinar sobre el lago, lo que me parece manifies-
tamente insostenible con la conclusión a la que llega Skinner.
Esta particularidad adquiere una gran importancia especialmen-
te en los textos polítiéos y filosóficos. Si en líneas generales un
texto es un suceso, las consecuencias que tiene sobre la compren-
sión de la audiencia son esenciales para entender su significación.
No estoy hablando aquí de los actos perlocucionarios, es decir; del
conjunto de finés o de efec~os que un autor persigue crear en su
audiencia cuando dice algo, estoy hablando de lás repercusiones
que tiene un texto como consecuencia de entenderlo cómo unª
sucesión de actos ilocucionarios. El problema que afecta directa-
mente a la concepción de Skinner es que esos efectos no están en
el texto mismo, sino que se encuentran o recaen en ellos como con-
secuencia de entender las fuerzas ilocucionarias que expresan; y,
como en el caso.anterior, tampoco pueden entenderse como el resul-
tado de haber realizado un cierto acto ilocucionario siguiendo una
cierta convención. Volviendo al ejemplo de la orden que emitió
el rey Carlos I para arrestar a cinco. miembros del Parlamento. El
efecto que tuvo la orden del rey para Milton no es el mismo que
el efecto que el rey quería causar. En principio habría dos formas
distintas de entender la acción del rey. Podemos describir como
«el rey ha dado muestra de su soberanía indivisible», o podemos
describirla como lo hace Milton como la imposición de un acto
de fuerza sobre el cuerpo representativo de la nación. En uno y
en otro caso resulta ser esencial identificar qué clase de hechos
son los que se han producido para entender la significación de la
acción.

IV

Finalmente la objeción que me parece más decisiva tiene que


ver con la reducción de los actos perlocuCionarios a los actos ilo-
cucionarios. Los actos ilocucionarios que realiza un escritor son
actos convencionales cuyo sentido se puede recuperar si estudia-
mos el conjunto de «las convenciones prevalentes que gobiernan
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 351

el tema o las materias que el texto trata» 38 • Ahora bien, los actos
perlocucionarios, si se conciben como originariamente los enten-
dió Austin, como «lo que uno causa o logra cuando dice algo»39 ,
no son actos convencionales40 , lo que hace que la invocación de
un conjunto de convenciones para explicar qué efectos o fines pre-
tende conseguir el escritor cuando le han dicho, o se ha propues-
to escribir de esa manera, resulta ser innecesaria. Estrictamente
hablando no existen un conjunto de convenciones que gobiernen
la ejecución de un acto perlocucionario, los actos perlocucionarios
cuyo sentido nos interesa recuperar para entender el contexto polí-
tico, no se gobiernan por convenciones.
Ahora bien, si queremos incorporar al sentido del texto que que-
remos entender las acciones, fines o efectos que se propone con-
seguir, y resulta que esos efectos no son convencionales, entonces
nos encontramos con un problema que tenemos que resolver. O se
admite que existen actos perlocucionarios que no son convencio-
nales y se acepta que Ja referencia a las convenciones no es una
condición necesaria para entender el· sentido del texto, con lo que
la tesis principal que reivindica Skinner corre un serio peligro, o
se llega a algún otro tipo de solución que haga compatible la invoca-
ción de Ja presencia de un conjunto reconocible de convenciones
como parte del sentido del acto perlocucionario que se realiza. La
solución que propone Skinner pasa por conceder que:
Por una parte, admitiré que las intenciones perlocucionarias del escri-
tor (lo que puede haber intentado decir al escribir de una cierta manera)
no es necesario que se considere por más tiempo. No parezcan que requie-
ran de estudio alguno aparte, ya que la cuestión de si la obra hubiera teni-
do la intención por parte de su autor, por ejemplo, de inducir un senti-
miento de tristeza en el lector, parece que se puede solventar (si es que
puede hacerse) sólo si consideramos. la obra misma y las indicaciones
sobre sus pretendidos efectos como si estuvieran contenidos en ellas41 •

No se caracterizan, sin embargo, los textos políticos más signi-


ficativos de nuestra historia intelectual porque sus autores hayan
querido inducir precisamente un sentimiento de tristeza en sus lec-
tores. Lo cierto es que los efectos que un autor quiere lograr al

38
Skinner, 2003a: 124.
39
Austin, 1975: 109.
40
lbíd., p. 122.
41
Skinner, 2003a: 121.
352 EL GIRO CONTEXTUAL

escribir sus obras no es recuperable como parte de su intención


original, porque no existen convenciones que en un sentido reco-
nocible dirijan la persecución de los fines que se propone, por con-
siguiente, si esos efectos forman parte del sentido original del texto
y recuperar el sentido original del texto es esencial en la construc-
ción de una historia genuinamente histórica, entonces no podemos
explicar su sentido sin admitir las limitaciones que imponen a nues-
tra interpretación textual la idea de concebir los textos como un
acto de comunicación en el que el autor realiza un número de actos
ilocucionarios.
Pero los efectos que un autor persigue conseguir con su obra,
o lo que quiere que hagan los demás como consecuencia de acep-
tar lo que propone, requiere un estudio aparte a pesar de la nega"'."
tiva de Skinner. De hecho es una característica fundamental en
casi todos los textos políticos, y en particular en la literatura polí-
tica revolucionaria. Si se borra la distinción que hace Austin entre
la fuerza ilocucionaria y perlocucionaria de una emisión, corre-
mos el riesgo, creo que innecesario, de dejar sin explicar uno de
los aspectos más característicos del lenguaje político, a saber: su
capacidad pará crear acciones sociales, para mover a los indivi-
duos a tomár decisiones que cambien una determinada situación
o que produzcan ciertos.cambios institucionales, sociales o sim-
plemente políticos. La literatura política de casi cualquier pe-
ríodo de la historia está llena de textos políticos cuyo sentido no
se podría entender a menos que se admitiera la posibilidad de
estudiar qué situaciones o instituciones querían cambiar, o qué
cambios querían introducir en el contexto político en el que se
emitieron, o sin entender el sentido del texto como un instrumen-
to de propªganda política. Los cambios institucionales que se
produjeron en la Revolución Inglesa del siglo XVII, como, por
ejemplo, el juicio y la posterior ejecución del rey, la abolición de
la monarquía, la supresión de Ja High Commission Court, o la
instauración de una nueva Common-weatlh, dificilmente se po-
drían entender si no se estudian como consecuencias de ciertos
procesos culturales en las que la acción que se pretende lograr
sea parte del sentido de los textos políticos que contribuyeron de
manera decisiva a que sucedieran esos sucesos. Lo que posible-
mente dé pie para pensar que un texto político no sea solamente
un suceso, sino que tenga también la capacidad para crear otros
sucesos.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 353

Harold Lasswell definió la propaganda como la habilidad para


«manejar las actitudes colectivas gracias a la manipulación del sig-
nificado de los símbolos» y una actitud es «la tendencia a actuar
de acuerdo a ciertos patrones de evaluacióm>42 • La definición de
Lasswell acentúa tres elementos básicos en la noción de propagan-
da. Una es que se trata de actitudes colectivas y no individuales.
La segunda es la importancia qU.e tiene el patrón de evaluación y
la última los símbolos que se utilizan para cambiar las actitudes
colectivas. Si tratamos de propaganda política los tres elementos
de la definición de Lasswell adquieren una importancia inusitada.
Si el poder establece los medios de evaluación para los patrones
de comportamiento, entonces es posible esperar una manipulación
efectiva de las actitudes colectivas manipulando la significación
de ciertos símbolos. Si tienes el poder de modificar las creencias
también tienes el poder de imponer una significación particular a
un suceso o a un texto, sólo si eres capaz de desarrollar los medios
para hacer creíble lo que a ti te interesa. Y en este punto intervie-
nen ciertos conceptos cognitivos como los de comprensión, per-
suasión, convencimiento, aceptación de determinadas actitudes
proposicionales que no se pueden entender como actos ilocucio-
narios convencionales sin distorsionar considerablemente los con-
ceptos que estamos manejando.
En la Revolución Inglesa del siglo XVII se encuentran algunos
ejemplos que ponen de manifiesto el papel decisivo que desempe-
ña en la interpretación de un texto los actos perlocucionarios. For;..
mar actitudes colectivas es lo primero que hace un gobierno recién
constituido, pero es una necesidad vital cuando se trata de un
gobierno que está en medio de una guerra civil que además tiene
que contrarrestar la manipulación de símbolos que produce el otro
bando para ganar adeptos a su causa. Aunque sea una simplifica-
ción histórica, ésa era la situación en la que se encontraba el gobier-
no de Cromwell hacia 1647. Las tropas del Parlamento acababan
de vencer a los realistas en Oxford y el ejército parlamentario
comenzó a dividirse en facciones. Primero un motín del soldados
que exigían la paga prometida, después los Levellers que en The
FirstAgreement of the People del 28 de octubre del647 manifes-
taban que el origen del gobierno se encontraba en el éontrato social

42
Laswell, 1927: 62.
354 EL GIRO CONTEXTUAL

que hacen los hombres y en la posibilidad de encontrar una ley


fundamental que los mantuviera unidos, unas tesis que ponían en
peligro la estabilidad política sobre la que se basa la asunción de
ciertas actitudes colectivas como válidas. Sin embargo, las actitu-
des colectivas se rompen si se cuestiona el criterio de valoración
de la conducta y algo de esto tuvo que ver Cromwell cuando pro-
puso a su consejo que se utilizara la prensa para «contentar y desen-
gañar al pueblo», lo que suponía la orquestación de una campaña
de propaganda política para mantener intacto el criterio de evalua-
ción parlamentario con el objeto de evitar la creación de facciones.
La propaganda política era un medio más para ganar la guerra, y
por consiguiente era necesario utilizar la prensa en beneficio de la
causa parlamentaria43 •
La Revolución Inglesa produjo un volumen extraordinario de
panfletos y escritos políticos en donde la propaganda y la retórica
desempeñaron dos funciones principales. Una encontrar el apoyo
popular para que cierta propuesta política fuera legítima. Y la otra
hallar un medio de contrarrestar los instrumentos ideológicos que
utilizaba el bando antagonista para que la propaganda que produ-
cía no socava.fa los criterios de valoración sobre los que se asen-:
taban las causas públicas. El problema, como lo reconoció el pro-
pio Cromwell, es que los contendientes de ambos lados tenían que
enfrentarse con perspectivas contradictorias y había que.propor-
cionar un medio para resolver la incertidumbre psicológica que se
produce cuando se pone en duda los criterios de valoración. La
orden de Cromwell produjo un ejército de escritores (pen-men)
cuya misión consistía en producir códigos de interpretación para
que los lectores incautos no se dejaran persuadir por el significa-
do distorsiónado de ciertos símbolos.
Entre ellos, probablemente el más significativo fue John.God-
win, un decidido defensor de la libertad de conciencia, que recha-
zó enérgicamente las pretensiones del poder civil a inmiscuirse en
los asuntos religiosos, abogando por una absoluta separación entre
el poder civil y el religioso. En Right and Might well Met (1649)
intentó, no siempre con buenos argumentos, reconciliar el escaso
apoyo popular que gozaba el gobierno de Cromwell con su convic-
ción de que su gobierno representaba al pueblo. Sostenía que el

43
Achinstein, 1994: 137.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 355

ejército (The New ModelArmy), aun cuando no tuviera una ratifi-


cación popular, era el representante del pueblo, y que la obedien-
cia al nuevo gobierno de Cromwell no se debía de poner en duda
por parte del pueblo exactamente de la misma manera en que la opi-
nión del paciente no cuenta anteel criterio del médico. Justificó la
purga que llevó Cromwell del Parlamento en los términos de la ley
de la naturaleza y de la necesidad, a la que considera superior al
resto de las leyes promulgadas, En The Obstructours of Justice
(1649), probablemente una de las obras más audaces del período,
reivindicó el derecho del regicidio. Argumentaba que ya que todos
los asesinos, según las Sagradas Escrituras y la ley de la nación, se
deben de ajusticiar, el rey no debería de ser una excepción y estan-
do al servicio del pueblo, el pueblo tiene· derecho a juzgarlo y des-
tituirlo. Las tesis de Godwin no se pueden entender meramente
como la realización de un conjunto de actos ilocucionarios sin reper"'
cusión social sobre las actitudes políticas de sus contemporáneos.
Si son subversivas para el poder establecido o se suprimen, o se les
proporcionan al lector que está tentado a admitirlas como una acti-
tud colectiva válida un conjunto de instrumentos retóricos con los
que contrarrestar sus efectos políticos perversos.
El blanco de la propaganda política se dirigía primordialmente
a cambiar las actitudes colectivas de los ciudadanos crédulos (gulli-
ble readers), que empezaban a tomar parte activa en la moviliza-
ción política de opiniones y que los dos bandos querían controlar.
Algunos textos revolucionarios como The Contra-Replicant de
Henry Parker, la Histriomastix de William Prynne .o la .Vox Popu-
li de John Lilbume, fueron escritos para hacer a sus lectores menos
crédulos y proporcionarles los medios retóricos necesarios para
fortalecer el criterio político con el que juzgar las acciones de sus
adversarios. Pero los escritores realistas hacían lo mismo para reca-
bar el apoyo social de su causa. El autor anónimo de The Fallacies
ofMr. Prynne llama a Prynne el doctor del pueblo y se mofa de su
pretensión de educar al populacho y John Taylor, un escritor rea-
lista a sueldo de la corte, escribió Crop-Ear Curried para que su
audiencia tomara partido en contra de Prynne. En la mayoría de
los panfletos de la Revolución se intenta que los lectores tomen
partido por una posición y se les proporciona con la propaganda
los instrumentos simbólicos con los que alterar sus actitudes. En
este caso la comprensión del sentido de un texto debe de incluir
alguna referencia a las actitudes proposicionales que el texto quie-
356 EL GIRO CONTEXTUAL

re cambiar. No existen convenciones para hacerlo, pero tampoco


existe la convención de creer, estar convencido,.aceptar o recha-
zar que resultan ser esenciales para mantener ciertas actitudes nor-
mativas.
De acuerdo a Ellul44, la propaganda se dirige básicamente a
crear acción política, a promover como deseable una cierta acción,
y tiende a hacerlo proporcionando los medios retóricos necesarios
para que el que la reciba sea capaz de concebir una situación desde
una perspectiva única que le permita rechazar las versiones opues-
tas o simplemente ni siquiera las considere. La acción que se pre-
tende conseguir es más factible cuanto menos complejo sean los
juicios que el lector se vea obligado a hacer. De lo que se trata es
que el lector tome partido de una manera expeditiva, por eso es
necesaria la propaganda. Tal y como se utilizó en la Revolución
Inglesa, la propaganda sirve para facilitar la adopción inmediata
de una actitud política. El medio más efectivo es el de estrechar al
máximo las posibilidades prácticas asociadas a una actitud colec-
tiva de la que depende la uniformidad que busca el propagandis-
ta. En último ~xtremo el éxito de la propaganda se mide por su
capacidad paia crear opiniones uniformes. Después de todo, como
el propio Milton reconoció en el Paradise Lost, el acuerdopuede
que .resulte como consecuencia de una manipulación satánica.
Pero si admitimós que la propaganda política persigue promo-
ver una determinada acción como políticainente·deseable, ¿por qué
no se puede hablar de las razones de un texto?, ¿por qué no nos
podríamos preguntar por qué dice lo que dice, y no sólo qué es lo
que está diciendo? Este tipo de preguntas pondrían: de manifiesto
que es posible hablar de razones sin que implique que se tengan
que reducirca-la noción de motivo o la noción de intención enten-
dida como la emisión de una cierta fuerza ilocucionaria; una posi-
bilidad que la reducción de Skinner había soslayado por comple-
to, y podría incluso explicar qué es lo que le lleva a un escritor a
decir lo que dice. Pero para entender de esa manera las cosas es
necesario reconocer dos condiciones que arrojan cierta ii:J.certidum-
bre en la reducción de Skinner. La primera es que los efectos que
intenta causar un texto no son equiparables al conjunto de actos
ilocucionarios que hace su autor, en parte porque las actitudes pro-

44
Ellul, 1973: 11.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 357

posicionales que pretende crear en la mente del lector no lo son.


Y la segunda es que es necesario emplearla noción de razón como
algo diferente del motivo, entendido simplemente como una «con-
dición contingente antecedente a la aparición de la obra». Las razo-
nes serían claramente parte del sentido que la obra pretende indu-
cir en el lector; con lo que no se podúan equiparar a los motivos
que tuvo el autor cuando las escribió.
El Eikonoklastes de Milton, no es el únicoJibro de propagan-:-
da política que se escribió en .el Interregnum, pero aparte de tra-
tarse del ejemplo más acabado de retórica. pedagógica republica-
na, .es un texto que impone algunas limita,ciones a la concepción
de Skinner de entender el significado de una obra en términos de
la intención original que teníª el autor.al.escrib.irlª·· La cuestión no
es que· no se epueda hablar de.las intenciones que Milton tuvo al
escribirlo, que si11 duda las tuvo, la cuestión es que esas intencio-
nes no eran sólo suyas; como un pen-men más, se esperaba que
Milton :fuera capaz de transmitir los (::Ódigos de interpretación para
desacreditar la perspectiva realista. Entender el sentido del Eikon-
klastes significa suponer que·tuvo un contexto de emisión, pe:r;o
admitir al mismo tiempo que el contexto de emisión no explica por
sí mismo el significado del libro. Los efectos que persigue tanto
si los causa como si no, o si por el contrario produce otros que ori-
ginariamente no quiso, también forman parte del sentido del libro,
y sería dificil encontrar Ja manera de incluirlos dentro de los ele-
mentos que forman parte del contexto de emisión.
Si como sugiere Peacey45, el sentido de un texto se entiende remi-
tiéndonos a «los propósitos, fines e intenciones de quienes interve-
nían para presentarlos delante del público», de asumir la implica-
ción de Peacey, hay un desplazamiento del contexto de emisión al
contexto político46 • La conclusión es que los libros, en particular
los libros polémicos como elEikonoklastes, son esencialmente suce-
sos políticos, que son capaces de alterar las conGepciones y las
creencias de los lectores y que fueron concebidos precisamente
para que tuvieran el poder de producir acciones políticas y alterar
las creencias sobre las que se sustentaba la legitimidad de un suce::-
so político. Su sentido, por consiguiente, tampoco se puede limj-

45
Peacey, 2004: 19.
46
Skinner, 2003b: 144.
358 EL GIRO CONTEXTUAL

tar a identificar el conjunto de actos ilocucionarios que realiza el


escritor, o comprender qué es lo que hace cuando escribe de esa ma-
nera47. Es precio tener en cuenta qué fines y objetivos perseguía,
qué acción política se proponía causar o evitar; lo que hace que el
rechazo de la fuerza perlocucionaria o su asimilación a las con-
venciones que regulan la producción del acto ilocucionario para
entender el sentido del texto, distorsione considerablemente nues.:.
tra comprensión deltexto48 •
El análisis del Eikonoklastes revela algunas limitaciones rela-
tivas a la concepción que propone Skinn:er de entender el sentido
de un texto como el conjunto de convenciones que gobernaban su
emisión. Es innegable que Milton se vale de ciertos recursos retó.:.
ricos, por lo demás bastantes comunes entre los panfletos de la
década de los años cuarenta del siglo XVII, como la a:nimadversión:
ad locum, selective y totafredargu,titm, amplifzed inftxiation, retor-
tion, dialogu,e, mocking speeches o characters. Sinos limitamos a
entender el sentido de esta técnica retórica como el conjunto· de
convenciones que regula su uso, perdemos de vista su función prin-
cipal: qué clase de objetivos políticos se proponían conseguir. La
invocación de un conjunto de convenciones, en este caso ·para enten.:.
der el alcance del acto ilocucionarió que realiza él autor; no son
relevantes ni para descubrir.aquello que le han dicho que tiene que
decir, como ocurre con la mayoría de los pen-men ·--'--Claramente
no expresan sus intenciones, sino las directrices ideológicas de
aquellos que los emplean-. La asimilación de los fines que el
autor persigue con los actos ilocucionarios que realiza distorsiona
considerablemente el sentido del texto que nos proponemos enten-
der. Si los libros son sucesos políticos entonces debe de ser posi-
ble separar por una parte las intenciones del autor de las intencio-
nes del patrón que lo emplea y por otra recobrar la distinción de
Austin entre actos ilocucionarios y perlocucionarios si el libro· se
propone producir ciertos efectos en la audiencia política cuyas acti-
tudes y creencias se propone modificar.
Pero si hablamos de los efectos que un libro quiere conseguir,
ci si admitimos la posibilidad de que gran, parte de los escritos revo-
lucionarios ingleses fueron concebidos para cambiar-las actitudes

47
Skinner, 2003a: 122.
48
Ibíd., p. 121.
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 359

colectivas manipulando la comprensión del autor, entonces nos


empezamos a mover en un terreno que Skinner ha dejado fuera de
la historia de las ideas políticas, y que sin embargo desempeña un
papel decisivo en la comprensión de los textos políticos. La noción
misma de comprender, por ejemplo, demostraría ser esencial para
entender el sentido de un texto, sm embargo, comprender algo no
es reducible a la realización de un acto ilocucionario, como tam-
poco es concebible una convención para comprender o hacer com-
prender. Y lo mismo se podría decir de las actitudes proposiciona-
les como, saber, creer, hacerse una opinión, o estar convencido de
algo. En algunos casos el autor de panfleto trata incluso de enga-
ñar al lector proporcionándoles razones falsas para que interprete
un cierto suceso según la opinión política que le interesa, pero que
no quiere hacer pública.

Invirtiendo la dirección de la exposición anterior, en líneas


generales la tesis de Skinner de que para entender el sentido de
un texto es necesario recuperar los actos ilocucionarios que un
autor realiza cuando escribe, está expuesta a un número de difi-
cultades, de. las cuales algunas de ellas me parecen insalvables, a
menos que se modifique de una o otra manera algunas de las tesis
que propone para justificarla. La primera es que el sentido. de un
texto también depende de la posibilidad de hablar de los fines,
objetivos o acciones que pretende conseguir, una función, que,
teniendo en cuenta los ejemplos que se han considerado, parece
ser esencial para entender especialmente el sentido de los textos
políticos. Esta dificultad pone de relieve dos limitaciones. La pri-
mera es que la comprensión del sentido de un texto debe de incluir
la noción de los efectos que pretende crear en ·sus lectores. Si un
texto es un suceso, su capacidad de acción se podría entender en
gran parte como la habilidad que tiene de causar ciertas acciones
en aquellos que lo leen. Así entendido un texto es esencialmente
una razón para actuar, pero también, como se ha visto en los pan-
fletos de la Revolución Inglesa, una razón para pensar o adoptar
una determinada actitud proposicional, lo que permite al lector que
descifre, si asume la veracidad de lo que dice el texto que está
leyendo, las estrategias que montan sus adversarios y sea capaz de
360 ·EL GIRO CONTEXTUAL

descubrir las verdaderas intenciones con las que fue escrito. Esto
nos permite recuperar la noción de razón, que, por otra parte, Skin-
ner había ignorado por completo, como parte del sentido original
del texto. Resulta ser esencial recuperar para la interpretación de
un texto la perspectiva vinculada a· preguntas como ¿por qué un
autor dice esto, a qué razones obedece que diga lo que dice, qué
clase de efectos está buscando, o qué es lo que pretende conseguir
cuando dice esto?
La segunda limitación depende de la aceptación de que un texto
se proponga como una razón para pensar O actuar. Ni las acciones
que un texto quiere generar, ni los fines que persigue ni las razó;;
nes que expone para pensar o actuar se pueden entender en-uri. sen-
tido concebible como actos convencionales; por consiguiente la
referencia a un conjunto de convenciones para entender las inten-
ciones con las que fue originariamente escrito el texto no son rele-
vantes: los actos perlocucionarios no son actos convencionales. La
ausencia de convenciones para entender el conjunto de acciones
que persigue un texto pone de relieve que las estrategias interpre-
tativas de un autor no dependen de las convenciones-prevalentes,
sino más bien·del conjunto de expectativas que tiene sobre la situa-
ción en la que se escribe el texto. Por consiguiente, debe de ser
relevante exponer las distintas visiones·que sobre una misma situa-
ción tienen aquellos que pretenden dirigirJas acciones de los demás,
sin que estemos comprometidos con la noción de convención, que
Skinner, por su parte; no llega nunca a aclarar.. Cuando hablamos
de expectativas o de cómo se representaban ciertas situaciones polí-
ticas los actores que intervienen en el suceso estamos hablando
básicamente de intencionalidad humana, cuya comprensión esté
más cerca de la noción de presuposiciones absolutas de Colling-
wood o de la noción de paradigma de Khun que de la idea de con-
vención que parece defender Skinner, si se·las entiende como un
conjunto de creencias que nos permitan hablar de los intereses polí-
ticos que los actores ponen en juego, de las ideas que defienden o
de la interpretación que de un determinado suceso pretenden impo"'
ner para ganar ciertas ventajas políticas, o simplemente para legi-
timar una cierta concepción.
La segunda dificultad está relacionada con la comprensión de
un acto ilocucionario entendido esencialmente como una acción,
si un acto ilocucionario es una clase de acción, debe de ser posi-
ble saber o describir qué clase de acción realiza el agente al que
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 361

se le atribuye la realización del acto. En la teoría original de Aus-


tin, particularmente como la desarrolló posteriormente Strawson,
era una condición esencial para entender la realización de un acto
que el hablante se asegurara de que su audiencia entendiera su emi-
sión con la fuerza ilocucionaria. que él quería darle. Cuando se
emplea esta concepción para entender el sentido de un texto, surge
la dificultad de saber si el escritor ha realizado el acto ilocuciona-
rio que quería hacer sin contar con la respuesta consiguiente de su
audiencia. La dificultad se hace notar cuando se presenta un texto
como un acto de comunicación entre el autor y otros agentes con
los que discute. En ocasiones la respuesta que tiene un texto en su
audiencia es decisiva para evaluar si el autor realmente llevó los
actos ilocucionarios que se propuso hacer. Lo que pone de mani-
fiesto, por su parte, dos limitaciones. La primera es que debe de
ser posible hablar de las .intenciones de un autor sin que necesa-
riamente se tengan que entender como los actos ilocucionarios que
realiza en el texto; entre otras cosas porque es posible que la fuerza
ilocucionaria con-la que quiere que se entiendan sus frases no sean
entendidas por su audiencia de la manera en que él lo quiere. Es
posible que un autor quiera argumentar, o discutir una posición o
defender una tesis o cualquier otra cosa y que la realización de esas
acciones esté subordinada a una intención más genérica que gobier-
na la composición del texto y que explicaría, a veces sin que el
autor lo sepa del todo, qué es lo que le lleva a decir lo que dice, o
como en el caso anterior, a entender las razones para decir lo que
dice. Si nuestro único criterio para hacerlo fuera las convenciones
de las que el autor se vale para expresar sus intenciones, entonces
no sería posible distinguir las intenciones que tiene al decir lo que
dice de lo que dice simplemente. En cuanto a la segunda, forma
parte de la naturaleza de una acción que sea necesario saber qué
consecuencia o resultados produce su realización por parte del
agente. Esta característica demuestra-que la noción de intención
original es insuficiente para entender el sentido de. un texto. En
muchos casos el sentido de un texto no es el mismo que quiso su
autor que tuviera, lo que hace, una vez más, que la noción de con-
vención no sea necesaria para comprenderlo, asumiendo natural-
mente que algo· así pudiera existir.
Finalmente, la tercera dificultad parece insalvable si las razones
para entender un acto ilocucionario como un acto convencional se
reducen al argumento que ofrece Skinner para rechazar la: expre-
362 EL GIRO CONTEXTUAL

sión de una cierta intención que le permite a la audiencia entender el


sentido de la fuerza ilocucionaria de la emisión del escritor. El argu-
mento de Skinner en este punto no es concluyente. Primero la lista
de verbos no es una razón para pensar que el sentido de una expre-
sión no esté más o menos relacionada con las intenciones del hablan-
te; segundo tampoco es buen argumento para pensar que los actos
ilocucionarios sean actos convencionales y por consiguiente para
mantener lo. que parece constituir la tesis central de su concepción:
que comprender las intenciones con las que habla un autor es lo mismo
que identificar el rango de actos ilocucionarios que hace en el texto.
Una concepción semejante implicaría asumir que siempre que habla-
mos lo hacemos siguiendo una convención. Esta conclusión, por su
parte, está expuesta a dos limitaciones. La primera es que el sentido
del lenguaje no tiene primordialmente que ver, a pesar de la insisten-
cia de Skinner en las concepciones de Wittgensteiny Austin, cQn su
dimensión performativa. Los problemas relacionados con esta difi-
cultad tienen que ver con la posibilidad de entender·el lenguaje de
una manera diferente, algo que me parece que pone de manifiesto la
distinción entre los criterios de adscripción de fuerzas ilocucionarias
y los criterios parajustificar estas atribuciones.
Y la segunda con una noción de convención que no está lo sufi-
ciente justificada, si se tiene en cuenta el papel tan relevante que
Skinner le atribuye en la comprensión de un texto. Hablar un len-
guaje no es una actividad que se pueda describir correctamente
como obedeciendo una determinada convención, si por conven-
ción se entiende la repetición de un conjunto de regularidades basa-
da en un cierto compromiso de veracidad. Naturalmente esto.pone
en serios aprietos la tesis de Skinner, porque si no eXisten conven-
ciones en él sentido habitual del término, perdemos de vista el ins-
trumento para recuperar las intenciones originarias con las que el
autor escribió el texto~ lo que no serviría de mucho parajustificar
la supuesta historicidad que Skinner quiere atribuirle a su concep-
ción hermeneútica. Es posible pensar que un autor no siga ningu-
na convención particular, lo que no significa que no se pueda hablar
de sus intenciones sin identificarlas necesariamente con las fuer-
zas ilocucionarias de sus frases.
Una de las cuestiones centrales que ha de estar·en posición de
contestar el historiador de las ideas es ¿cómo b:ay que interpretar
un texto para estar seguro de que entendemos su significado? A
pesar de algunas de las limitaciones que presenta la propuesta de
ENRIQUE BOCARDO CRESPO 363

Skinner para resolver esta pregunta, su reivindicación inicial de


construir una historia genuinamente histórica sigue siendo válida;
si se la entiende fundamentalmente como un ejercicio de imagina:.
ción que nos permite liberarnos de nuestras concepciones filosófi-
cas e ideológicas actuales para centrarnos en descubrir el contexto
de emisión en donde surgió originariamente el texto cuyo sentido
queremos entender. Una cosa es lo que el autor quiso decir cuando
lo escribió y otra, a menudo· contradictoria, lo que nosotros hace-
mos que diga en función de nuestros intereses. Cuando aplicamos
nuestros intereses a un texto distorsionamos su sentido, así que la
propuesta inicial de Skinner es sobre todo un ejercicio de higiene
itltelectual, cuya validez se puede mantener con independencia de
su concepción particulru;. de lo que constituye el sentido de un texto.

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DE LOS CONCEPTOS
EN QUENTIN SKINNER
JOSÉ M. ª GONZÁLEZ GARCÍA

l. LOS CONCEPTOS, EN LA RUEDA DE LA FORTUNA

En una de sus Máximas y reflexiones, el gran poeta alemán Goe-


the habla de la historia de las palabras, de su movimiento constan-
te, de su desplazamiento de significado, de cómo el uso las hace
cambiar normalmente en una dirección de mejor a peor y cómo de
estas variaciones de las palabras puede inferirse la metamorfosis
de los conceptos que utilizamos. Afirma Goethe lo siguiente:
Ninguna palabra se está quieta, sino que debido al uso se desplaza
continuamente de su lugar primitivo, más bien hacia abajo que hacia arri-
ba, más bien en peor que en mejor sentido, antes encogiéndose que dila-
tándose, y en estas transmigraciones de las palabras pueden apreciarse
las transmigraciones de los conceptos 1•

Esta cita puede servir como introducción al presente trabajo


acerca de Quentin Skinner y su libro Visions ofPolitics, en cuyos
tres volúmenes se ocupa de los cambios de. significación de los
conceptos usados históricamente para expresar diferentes puntos
de vista sobre nuestra acción colectiva, acerca de las diferentes
<<Visiones de la política». Uno de los temas centrales del libro de
Skinner consiste no sólo en admitir el hecho del cambio concep-
tual, sino más bien en tratarlo como una de las formas más deci-
sivas del cambio global de la sociedad. Por expresarló metafórica-
mente, una de las locomotoras más importantes del cambio social
es la variación de los conceptos que usamos para expresar nuestro
mundo moral, social y político, de manera que una de las formas
más importantes de cambiar el mundo social consiste en variar,

1
J. W Goethe, Máximas y reflexiones, n.º 152, en el sexto volumen de la Werkaus-
gabe preparada por E. Staiger para la editorial Insel, Frankfurt a. M., 1981, p. 510.

[367]
368 EL GIRO CONTEXTUAL

aunque a veces las variaciones sean mínimas, los vocabularios en


que expresamos nuestras normas. En ocasiones no se trata siquie-
ra de cambios conceptuales reales, sino más bien en pequeñas trans-
formaciones del significado de los términos en que nuestros con-
ceptos se expresan.
Así, por ejemplo, y según señala el propio Skinner, el desarro-
llo de la sociedad comercial en Inglaterra puede estudiarse en el
cambio de significado de diversas palabras como frugaltty, indus-
triousness, punctuality, consciousness y otras parecidas en el uso
cotidiano o en su aparición en novelas de la época. Las nuevas for-
mas de conducta social se reflejan necesariamente en nuevos.sig-
nificados para viejas palabras o en la aparición de vocablos nue-
vos que sirven para nombrar las nuevas situaciones .. Skinner utiliza
la metáfora de la rueda de la Fortuna para expresar este movimien-
to de los conceptos que surgen de la nada o cambian de significa-
do, ascienden por un moment() más o tnenos largo en su uso coti-
diano, llegan a su cénit y después dejan de ser utilizados o incluso
desaparecen del todo:
Tales ejemplos nos otorgan de manera razonable la mejor evidencia
a favor de'fa afirmación según la cual los conceptos tienen historia, o
mejor, que los términos que usamos para expresar nuestros conceptos tie-
nen historia. Ellos ascienden y caen, y en algunos casos, finalmente de-
saparecen de la vista. Confieso, sin embargo, que este tipo de cambio a
largo plazo en la fortuna de los conc.eptos no ha penrianecido como uno
de mis interese~ primarios. Aquí mi enfoque difiere marcadamente del
enfoque de Koselleck y de sus colegas, quienes se han preocupado prin-
cipalmente con la marcha más lenta del;tiempo y han estado mucho menos
concernidos que yo con el estudio puntillista de repentinos cambios con-
ceptuales2. · ·

Mucho se ha discutido sobre las diferencias de los «programas


de investigación>> de la escuela alemana de la Begriffgeschichte
-.História de los conceptos-, representada por Reinhart Kose-
lleck y su grupo, frente a los enfoqúés de la Escuela de Cambrid-
ge, representada por Quentin Skinner y otros aútores. En último
término se trata de una· falsa dicotomía, pues el propio Skinner
reconoce que le parece adecuada la sugerencia· de· Kari Palonen
según la cual una gran parte de sus investigaciones podrían ser

2 Q. Skinner, Visions of Politics. Volume I: Regarding Method, CarrÍbridge Univer-

sity Press, 2002, p. 180.


JOSÉ M." GONZÁLEZ GARCÍA 369

consideradas como una contribución al programa mucho más


ambicioso de Koselleck, dirigido a estudiar todo el proceso de
cambio conceptual a lo largo de un tiempo histórico de gran alcan-
ce. Skinner muestra su interés por alguna de las técnicas en que
se produce el cambio conceptual, pero mantiene que los dos pro-
gramas no son incompatibles y desea que ambos sigan florecien-
do. Ciertamente es de agradecer la modestia de un autor, verda-
dero artesano_intelectual, que le lleva a relativizar sus propios
planteamientos y a limitar el alcance de sus análisis a ese «estu-
dio puntillista de cambios conceptuales repentinos». No es ocio-
sa su propia caracterización como preocupado por el detalle, como
una especie de pintor puntillista, pues Skinner es un gran histo-
riador dedicado a la minuciosa observación de los pequeños cam-
bios de significado de las palabras, en relación con diversas for-
mas de contexto, pero especialmente con relación a otros textos.
Es preciso recordar su propia autodefinición en la entrevista que
le-hizo hace unos años la historiadora Maria Lúcia G. Pallares-
Burke y publicada como último capítulo del libro The New His-
tory. Confessions and Conversations.Tras declárarse fuertemen-
te influido por Collingwood, Quentin Skinner explica que el título
otorgado por él a la colección de libros que dirige en la Cambrid-
ge University Press, «Ideas in Context», explica perfectamente el
tipo de historia intelectual que le interesa y declara lo siguiente:
«Supongo que si tuviera que describirme a mí mismo, lo haría
como un historiádor cuyo trabajo es intertextua.l y de eÍlfoque con-
textualista»3. Entender un texto de filosofía política, de Maquia-
velo o de Hobbes, en cuyas obras Skinner es un reconocido espe-
cialista de renombre internacional, no puede consistir en realizar
un análisis puramente textual, sino que resulta necesario poner
los textos en sus múltiples contextos: sociales, culturales, políti-
cos, económicos, intelectuales y, sobre todo, ponerlos en relación
con otros textos a los que dichos autores se están refiriendo de
una manera directa o indirecta, o con los escritos de autores pos-
teriores sobre los cuales han ejercido su influencia, Todo texto
importante· funciona como un palimpsesto en el que cada lectura
y relectura va depositando nuevos significados,· de nianera que su
interpretación sólo se puede hacer teniendo en cuenta la historia

3 M. L. G. Pallares-Burke, The New History. Confessions and Conversations, Cam-

bridge, Polity Press, 2002, p. 216.


370 EL GIRO CONTEXTUAL

de su recepción, las formas en que ha sido interpretado por otros


autores. Los textos siempre se refieren a otros textos y este diá-
logo intertextual, directo u oblicuo; nos otorga un punto clave para
la interpretación.
Es importante para Skinner la diferencia entre lo que los textos
dicen y lo que los textos hacen. Una mera lectura no nos propor:..
ciona el valor de un texto si no tenemos en cuenta también la inten-
ción del autor y sus maneras de <<hacer cosas con palabras» y sus
<<Usos del lenguaje»: es necesario saber si está ironizando, satiri-
zando, repudiando otros puntos de vista, ridiculizándolos o sim-
plemente ignorándolos. En este sentido, Skinner representa una
especie de «giro retórico» heredero del más amplio «giro lingüís-
. tico» presente en la filosofía contemporánea, al hacer hablar a unos
textos en relación con otros; ofreciendo al lector un magnífico tra-
bajo intertextual al descubrir cómo y hasta qué punto un determi-
nado autor como Maquiavelo se está refiriendo en sus escritos a
otros autores, entrando en diálogo con ellos, refutándolos o utili~
zándolos para sus propios intereses. ·
Skinner afirma rotundamente que nadie puede comprender ade.:.
cuadamente,fos textos de Platón, Hobbes, Hume o Hegel con un
análisis puramente textUal. Además de éste.análisis, será necesa-
rio siempre también atender a los diversos contextos en que se si-
túan los· textos, aclarar sús relaciones intertextuales y entender lo que
los textos están haciendo. Y esto tiene que ver también con el aná-
lisis de la inotivación e intencionalidad del autor,· de los motivos e
intenciones que le llevaron a escribir de una determinada manera.
Y tal vez habría que tener en cuenta también lo que podríamos lla-
mar, parafraseando a Max Weber, las consecuencias imprevistas o
no queridas por los autores· al escribir un texto, pues éste muchas
veces se independiza de la voluntad originaria del escritor. Al igual
que los predicadores protestantes (analizados por Max Weber)
generaban lo contrario de lo que postulaban, de manera que el asce-
tismo actuab~ entonces como aquella fuerza «que siempre quiere
lo bueno y siempre crea lo malo (lo malo en su sentido: la rique-
za y sus tentaciones)» 4 •

4
Ma:x: Weber, La ética protestante y el desarrollo del capitalismo, Península, Bar-
celona, 1973, p. 244. Dicho sea de paso, estas palabras en cursiva del texto de Ma:x: Weber
hay que entenderlas en su contexto cultural como una criptocita del Fausto de Goethe.
El diablo, Mefistófeles, al presentarse por primera vez ante Fausto, se define a sí mismo
JOSÉ M." GONZÁLEZ GARCÍA 371

Quisiera llamar la atención sobre las analogías del análisis skin-


neriano con algunos planteamientos de la sociología del conoci-
miento clásica desarrollada en la Alemania de los años veinte y
treinta del pasado siglo, en una época convulsa marcada por el
ascenso del nazismo y la destrucción de la Repúbliéa de Weimar.
Tanto Karl Mannheim como Norbert Elias insistieron una y otra
vez en la importancia de analizar los cambios de significado de
las palabras, por pequeños que puedan parecer, como un elemen-
to básico para comprender el cambio social. Karl Mannheim desa-
rrolló, especialmente en su colección de ensayos titulada Ideolo-
gía y Utopía, pero también en otras monografias como la dedicada
a <<El pensamiento conservadorn, una aguda conciencia de la nece-
sidad de estudiar las diferentes perspectivas de pensamiento de los
grupos sociales en pugna en cada mom't:mto histórico. Uno de los
elementos más importantes paraJa caracterización mannheimiana
de la perspectiva consiste precisamente en el análisis del signifi-
cado de los conceptos que son utilizados. Mannheim insiste en que
la misma palabra puede tener varios significados muy diferentes,
según el con.texto en que se utilice y el grupo social que se sirva
de ella. Debido a esto, el análisis semántico tiene una grari impor-
tancia para la crítica ideológica y para la sociología del conoci-
miento. En varias ocasiones y en diversos artículos hace Mann-
hein:í. un énfasis especial en la necesidad de estudiar el cambio de
significación de las palabras. Por ejemplo, en Ideología y Utopía,
podemos leer:
La variación en la significación de las palabras y las múltiples conno-
taciones de cada concepto reflejan polaridades de esquemas mutuamente
antagónicos de la vida, implicit9s en estos D1atices de significación5•

Por ello, el análisis sociológico de la significación de las pala-


bras y de los cambios de estas significaciones tiene una importan-
cia fundamental en los ensayos mannheimianos, partiendo de la
idea de que la palabra y la significación ligada a ella son creacio-
nes colectivas y que, por consiguiente, la palabra puede convertir-

como <<Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal, pero que acaba producien-
do siempre el bien>>. Sirva la cita de pequeño ejemplo de las virtudes del análisis con-
textual de tipo skinneriano, de cómo unos textos se refieren a otros, a veces invirtiéndo-
los conscientemente en su sentido, como ocurre en este caso.
5
K. Mannheim, Ideología y Utopía, Aguilar, 2.ª ed., Madrid, 1966, p. 137.
372 EL GIRO CONTEXTUAL

se en un instrumento para descubrir los cambios en la vida de un


grupo o de una cultura. Ya en su estudio sobre «El pensamiento
conservadorn, había afirmado lo siguiente:
Esto significará que habremos de examinar muy cuidadosamente todos
los conceptos usados por los pensadores de todos los diferentes grupos
existentes en una época determinada, a fin de ver si quizá no usan térmi-
nos idénticos con diferentes sentidos. Así, el análisis de las significacio-
nes será el meollo de nuestra técnica. Las palabras nunca significan lo
mismo cuando las usan grupos diferentes aun en el mismo país, y las lige-
ras variaciones de sentido suministran las mejores pistas para descubrir
las diferentes tendencias del pensamiento en una comunidad6•

Para Mannheim, la perspectiva está condicionada por los inte-


reses del pensador y por· su grupo social incluso en la formación
dé los conceptos. Por ejempló, cuando un conservador alemán de
la primera mitad del siglo XIX háblaba de libertad se refería al dere-
cho de cada estamento a vivir de acuerdo con sus privilegios, o
también al derecho de cada individuo a vivir de acuerdo _con su
propia personalidad individual, derecho adquirido por ciertos pri-
vilegios histórjéüs. En cambio, cuando un liberal clel mismo perío-
do utilizaba eí concepto de libertad, se refería precisamente á libe-
rarse de aquellos privilegios que poseía el conservador como base
de su propia libertad, pero que excluía a los demás grupos socia-
les del acceso a la igualdad de derechos. Con la. misma palabra
libertad se expresaban, pues, dos ideas completamente diferentes.
Además de este concepto de libertad, Karl Mannheim analiza las
diferencias entre conservadores y liberales en sus conceptos de
propiedad, ser y deber-ser, razón e intuición, individuo y comuni-
dad, así co~o la diferente concepción del tiempo. Con las mismas
palabras ambos grupos sociales expresan formas diferentes y con-
trapuestas de ver y experimentar elmundo. Por otra parte, también
aparece lo que Mannheim denomina el fenómeno del contracon-
cepto, es decir un concepto acuñado por un grupo social para opo-
nerse a otro concepto del grupo rival. Por ejemplo, el pensamien-
to conservador acuña el concepto de «espíritu del pueblo»
(Volksgeist) para oponerlo al «espíritu del tiempo» (Zeitgeist) pro.:
puesto por los liberales como concepto progresista de cambio en

6
K Mannheim, «El pensamiento conservadorn, en su libro Ensayos sobre sociolo-
gía y psicología social, FCE, México, 1963, p. 87.
JOSÉ M.• GONZÁLEZ GARCÍA 373

las estructuras sociales, políticas y económicas obsoletas para adap-


tarlas a la época presente. Y no' sólo este concepto, sino que, en
gran medida todo el pensamiento conservadór alemán de la época
señalada puede entenderse como una oposición consciente a la
sociedad burguesa de cuño liberaF. En cierto sentido, cabe enten-
der muchas de las aportaciones de Mannheim como precedentes
de la importancia otorgada p9r Skinner al contexto lingüístico y a
la retórica de los textos, es decir, a cómo se construyen en oposi-
ción a otros textos, al igual que determinados conceptos se elabo-
ran como respuestas a otros conceptos inventados por grupos socia-
les antagónicos.
En cuanto a Norbert Elias, sólo quiero recordar que.su obra
maestra, El proceso de la civilización, tiene como uno de sus ejes
principales el análisis de los cambios de significado de determi-
nadas palabras clave a lo largo de la historia, de manera especial
en el caso de Francia. Ante la imposibilidad de entrar aquí en más
detalles, únicamente me voy a referir al apartado dedicado por Nor-
bert Elias a la sociogénesis de los conceptos de «civilización>> y
«cultura», donde establece que estos conceptos y otros muchos
sólo se pueden explicar desde las situaciones históricas en que sur"'."
gieron, bien de forma original, bien a partir del cambio de signi-
ficación de palabras preexistentes. El individuo encuentraJas pala-
bras expresadas en el lenguaje cotidiano de su grupo con una
historia cristalizada en ellas que desconoce normalmente por com-
pleto, pero se sirve de esos términos, aun sin saber exactamente
su significado y su historia, porque le parecen evidentes y porque
desde su infancia ha aprendido a ver el murido sociaLa través de
esos anteojos conceptuales: -
El proceso de la génesis social de estas palabras puede haberse olvi-
dado desde hace mucho tienipo; una generación las transmite a la siguien-
te sin tener conciencia del proceso de cambio en su totalidad y aquéllas
sobreviven en tanto la cristalización de las experienciii.s y situaciones
pasadas conservan un valor de actualidad y una función en la existencia
real de la sociedad; es decir, en tanto las generaciones sucesivas creen
encontrar en ellas el eco de sus propias experiencias, Estas palabras
comienzan a morir paulatinamente cuando ya no realizan función algu-
na en la vida social real y cuando dejan de transmitir experiencias. A

7
He ampliado estas ideas en mi artículo <<Reflexiones sobre El pensamiento ·conser-
vador de Karl Mannheirrm, REJS, 62, abril-junio 1993, pp. 61-81.
374 EL GIRO CONTEXTUAL

veces quedan en estado letárgico total o parcialmente y alcanzan un


nuevo valor de actualidad gracias a una situación social nueva. Perma-
necen en el recuerdo porque hay algo de la situación aétual de la socie-
dad que encuentra expresión en las palabras que conservan cristalizado
el pasado8: ·

Vida, letargo, muerte o resurrección de las palabras, como ele-


mento central del análisis realizado por Norbert Elias. Aunque Quen-
tin Skinner no suscribiría tan amplio recorrido histórico y preferi-
ría más bien ocuparse de pequeños detalles de cambio conceptual
en momentos fundamentales, hay una línea común de trabajo en el
análisis de los contextos lingüísticos, en la retórica de los textos y
en las mínimas variaciones de significado de las palabras.

IL AMPLIACIÓN DE LA IDEA DE TEXTO:


LA IMAGEN, «CONCEPTO PARA LOS OJOS»

Uno de los elementos interesantes del análisis de Skinner es su


ampliación de lo que considera un texto, de manera que no consi-
dera como motivo de su análisis sólo las obras de literatura o filo-
sofía propias de uná época determinada, sino que para él también
han de ser leídos como «textos» los edificios arquitectónicos, las
obras musicales o· las pinturas. En este sentido, es de señalar que
en la versión inglesa original de Visions ofPolitics, dos importan-
tes capítulos del segundo volumen están dedicados precisamente
a la lectura de los frescos de Ambrogio Lorenzetti y su expresión
pictórica del buen gobierno en las paredes de la Sala de los Nueve
en el Palacio Público de la ciudad de Siena: Pintados entre 1337 y
1339, estos frescos constituyen, en palabras de Quentin Skinner,
la más memorable contribución a los debates que tuvieron lugar
eri las .ciudades del norte dé. Italia entre el comienzo del siglo XIII
y Ía mitad del siglo XIV, controversias en las que est~ban.enjuego
los ideales y los métodos del autogobiemo republicano:
Peró fue precisamente un artista, Ambrogio Lorenzetti de Siena, quien
· realizó la contribución más memorable al debate. Ésta tomó la forma
del celebrado ciclo de frescos que pintó entre 1337 y 1339:en la Sala de
los Nueve del Palacio Público de Siena. Aunque es obvio que estas pin.:.

8 N. Elias, El proceso de la civilización, FCE, México, 1993, p. 60.


JOSÉ M.ª GONZÁLEZ GARCÍA 375

turas no constituyen un texto de filosofia política en sentido convencio-


nal, resulta igualmente obvio incluso para el observador casual que dichas
pinturas pretenden transmitir una serie de mensajes políticos. Me ocu-
paré principalmente con la cuestión de cómo leer e interpretar esos men-
sajes9. '

Así pues, se trata de «leer e interpretar>> los mensajes políticos


expresados pictóricamente en una serie de frescos. En este senti-
do, Ambrogio Lorenzetti puede ser considerado como un filósofo
político, en la medida en que a través de su pintura está transmi-
tiendo explícitamente mensajes relacionados con una visión del
gobierno justo y sus consecuencias para la organización dela vida
colectiva tanto en la ciudad como en el campo. En~granmedida,
la interpretación de los frescos del palacio público de Siena corro-
bora las afirinaciones de Skinner acerca de los textos de la filoso-
fía política republicana en su periodo de formación, referidas a la
necesidad de desarrollar la paz y la unidad de la vida pública como
únicos medios que procuran la gloria y la grandezza de la comu-
nidad política y esta finalidad sólo puede conseguirse mediante la
elección de cargos propia del sistema republicano de gobiémo. La
grandeza de la ciudad sÓlo es posible a través de laigualdad de sus
ciudadanos en un sistema de gobierno justo, único capaz de de-
sarrollar la paz y la seguridad, propiciando al mismo tiempo la pro-
ducción de mercancías, el comercio y el desarrÓllo económico
necesario para el bienestar de todos. ·
Los frescos de Lorenzetti en el Palacio Público de Siena han
sido objeto de múltiples interpretaciones desde los más diferentes
puntos de vista: antropológicos, filosóficos, politológicos, socio-
lógicos y artísticos, entre otros. Como ya he dicho, Skinner dedi-
ca dos largos artículos a su propia lectura de los frescos. En el pri-
mero (capítulo 3 del volumen II de Visions ofPolitics), bajo el título
«Lorenzetti y el retrato del gobierno virtuoso» analiza la sección
central del fresco que representa al Buen gobierno con todas las

9
Q. Skinner, Visions ofPolitics, vol. II, Renaissance Virtues, Cambridge University
Press, 2002, p. 39. Dicho sea de paso, el análisis que Skinner hace de Lorenzetti había
sido publicado en forma de libro tanto en inglés (Q. Skinner, Ambroglio Lorenzetti: tlze
artistas political philosop/zer, British Academy, London, 1986) y en francés (Q: Skin-
ner, L'artiste en plzilosoplze politique. Ambrogio Lorenzetti et le Bon Gouvemement, Rai-
sons d'agir éditions, Paris, 2003). En esta nueva versión como capítulos de Visions of
Politics adquieren todo su significado en el contexto más amplio del análisis de Skinner
sobre las virtudes del Renacimiento italiano y el pre-humanismo cívico.
376 EL GIRO CONTEXTUAL

virtudes a él atribuidas por los escritores del pre-humanismo ita-


liano: Sabiduría, Justicia, Concordia, Igualdad, las tres virtudes
teologales (Fe, Caridad y Esperanza), las virtudes cardinales amplia-
das a cinco (Prudencia, Magnanimidad, Fortaleza, Templanza y
Justicia), y, en el centro de la composición, la Paz, ya que éste es
el valor que ha de ser puesto in medio, en el corazón de la vida en
comón. El capítulo 4 del mismo libro, titulado «Lorenzetti sobre
el poder y la gloria de las repúblicas» extiende Skinner sú estudio
a la organización global del ciclo de frescos, ampliando su inter-
pretación a las otras paredes de la sala en las que se encuentran
representados los efectos del buen gobierno sobre la ciudad y el
campo, así como la pintura del mal gobierno y los efectos deJa
tiranía sobre.la destrucción de la vida en sociedad.
Dado que en este artículo no puedo presentar las imágenes de los
frescos por motivos editoriales, me limitaré a una breve reflexión
sobre la lectura skinneriana de los frescos de Lorenzetti. Lo que más
me interesa destacar es precisamente su considerac:ión de estas pin-
turas como una p.arrativa literaria que debe ser_leída como si fuera
un texto escrito, y de( hecho en los frescos encontramos una curiosa
combinación detexto literario e imagen pictórica. Skinner trata de
poner las imágenes en sus diferentes contextos, situándolas dentro
de las convenciones de la pintura de la época, en conexión con las
tradiciones pictóricas de Giotto, o analizando las formas en que sig-
nifica una secularización de motjvos religiosos. Así pues, búsque-
da de contextos pictóricos y religiosos. Pero el contextQ más impor-
tante es el intelectual, el de la discusión en la filosofia política de la
época en torno a las virtudes del gol:>ierno y, de una mfil!.era espe-
cial acerca de las relaciones entre sabiduría y justicia, pues en el
corazón de los valores cívicos encarnados en la literatura pre-huma-
nista sobre el gobierno de la ciudad encontramos lo siguiente:
La esperanza que anima a estos escritores es que si nuestros dirigentes
están inspirados por la sabiduría, y por tanto aman la justicia, sus leyes ten-
drán éxito en unirnos a todos juntos en concordia y equidad, de tal mane-
ra que producirán el bien común y, en consecuencia, el triunfo de la paz 10 •

Frente a las interpretaciones más tradicionales de los frescos


que atribuyen a Lorenzetti una inSpiración en Aristóteles o en Santo

JO Ibíd., p. 56.
JOSÉ M.ª GONZÁLEZ GARCÍA 377

Tomás de Aquino, Skinner demuestra su dependencia y su contri,.


bución al debate político pre:.humanis_fa sobre las virtudes del
gobierno republicano. No es la fifosofia escolástica de Santo Tomás
o un posible tomismo de raíces filistotélicas, sitÍo la cultura polí-
tica pre-humanista basada no en la autoridad de los filósofos grie-
gos, sino en los valores del republicanismo de· cuño romano y en
textos de Salustio, Séneca y especialmente deljóven Cicerón, quie-
Y
nes están eri. la base. El. detallado. puntillista análisis de Skinner
deja bien clara la deuda que la filosofia moral y política de l()S pre-
humanistas italianos como Brunetto Latini tiene contraída con los
escritores. de la antigua Roma. Pienso que hay que darle la razón
en formulaciones como la siguiente:
Comencé con la afiriñación general según la cual los frescos.de LoJen-
zetti dan expresión a varios temas de Cicerón y de Séneca que fueron pri-
mero revividos y desarrollados por los ideólogos de las ciudades-repú-
blicas italianas en las primeras décadas del siglo XIII. Ahora he llegado al
argumento más específico de que una de las dec::laraciones de esta ideo-
logía ha suministrado la fuente para la mayor parte de efectos simbóli-
cos de Lorenzettti. El profesor de Dante, Brunetto Latini, fue arrojado
por Dante al séptimo círculo de su Infierno. Mi conclusión principal es
que, si queremos comprender la pieza maestra de Lorenzetti, debemos
rescatarle de muchos olvidos 11 •

En cierto sentido, cabe afirmar que Skinner actualiza la vieja


idea renacentista y barroca que comparaba sistemáticamente la
poesía y la imagen, la escritura y la pintura como dos artes herma-
nas. De esta manera, aunque la sociología y la ciencia política se
han basado fundamentalmente en textos escritos, sería bueno que
actualizaran su mirada sobre el mundo y reivindicaran para sí tam-
bién el análisis de la imagen, su interpretación y su puesta en rela-
ción con la situación histórica y social. Claro que esto supone que
la mirada sociológica y politológica se amplían a docunientos del
pasado y dejan de tener como objeto único el estudio del presen-
te, como suele suceder con demasiada frecuencia. Se trata de ini-
ciar una búsqueda interdisciplinar en la estela de la propuesta por
Panofsk:y en su viejo artículo programático:
El historiador del arte tendrá que comprobar lo que éicree que es el
significado intrínseco de la obra, o grupo de obras, a las que dedique su

11
Ibíd., pp. 87-88.
378 EL GIRO CONTEXTUAL

atención contra lo que él crea que es el significado intrínseco de tantos


documentos de civilización, relacionados históricamente con aquella
obra o grupo de obras cómo pueda dominar: documentos que testifiquen
sobre las tendencias políticas, poéticas, religiosas, filosóficas y socia-
les de la personalidad; período o país que se estén investigando. No es
necesario decir que, a la inversa, el historiador de la vida política, de la
poesía, de la religión, de la filosofia y de las instituciones sociales debe-
ría hacer un uso análogo .delas obras de arte. Es en.la búsqueda de los
significados intrín,secos ó contenido donde las diferentes disciplinas
humanísticas se encuentran en un plano común en vez de servir de sier-
vas la una de la otra12•

Tal vez sea en el estudio del poder donde se haya planteádo de


una manera más clara en los últimos años esa colaboración postu-
lada por Panofsky. Así, J. Brown y J. H. Elliot han analizado el pro-
grama iconográfico propuesto por el conde-duque de Olivares para
ensalzar al monarca barroco español por excelencia, Felipe rv, en
la decoración del nuevo palacio construido para él en los jardines
del Buen Retiro de·Madrid13 • La fiesta renacentista y barroca como
expresión artística y forma de transmisión de.actitudes y de cono-
cimiento político .ha vuelto a escena de la mano de diversos auto-
res. La utilización de los mecanismos de la imagen para la fabri-
cación del rey-sol ha sido puesta de relieve por Peter Burke, quien,
por otra parte ha insistido en el valor de las imágenes para los his-
toriadores14. Y en el viejo edificio de Hamburgo que albergara en
su día la biblioteca de Aby Warburg ha funcionado durante muchos
años un equipo de investigación sobre iconografía política, dirigi-
do por Martín Warnke 15 . Coherentemente con la inscripción que
Warburg hiciera poner sobre la puerta interior de la entrada al edi-
ficio, MNEMOSYNE; se trata de recordar y retomar una vieja preo-
cupación de los estudios iconográficos: la política. Pues tanto Aby
Warburg durante la primera guerra mundial, comoFritz.Saxl y
Edgar Wind, después del traslado de;la ~iblioteca a Londres en
1933, mantuvieron su preocupación por el desarrollo de un análi-
sis iconográfico del poder en diversas facetas.

12
E. Panofsky, Estudios sobre iconología, Alianza, 19, Madrid, p. 24.
13
Cfr. J. Brown y J. H. Elliot, Un palacio para el rey..El Buen Retiro y la corte de
Felipe IV, Madrid, Alianza, 1981.
14 Cfr. los libros de P. Burke, La fabricación de Luis XIV, Nerea, Madrid, 1995 y

Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Critica, Barcelona, 2001.
15 De M. Warnke puede verse especialmente su libro Politische Landschaft. Zur Kl,mst~

geschichte der Natur, Hanser, Múnich, 1992.


JOSÉ M.ª GONZÁLEZ GARCÍA 379

Por otra parte, cabe recordar que dentro del panorama español,
Manuel García Pelayo llamó la atención hace ya décadas sobre el
valor sociológico y politológico de la escuela de Warburg, inten-
tando en varios escritos mostrar la iniportancia de la obra artísti-
ca como reveladora de la presen~ia de ideas políticas, de forma
que éstas no deberían buscarse sólo en los textos, sino también én
las representaciones visuales:
Podemos, pues, concluir que el historiador de las ideas políticas y
sociales puede encontrar expresadas a éstas no sólo en los libros y docu-
mentos escritos, sino también eventualmente, en las representaciones
artísticas visuales,- en esa forma profunda total y emocional de decir las
cosas y de¡;tinada a ser sentida de un solo golpe, aunque sea susceptible
de un análisis y de una síntesis racionales 16•

Fue mérito d~ M .. Garcíª- Pelayo introducir en sus escritos de


teoría política el análisis iconológico, sirviéndose explícitamente
del método desarrollado por E. Panofky para el análisis de las imá-
genes. Al mismo tiempo fue consciente de las limitaciones de la
teóría política tradicional que se basaba con exclusividad en los
textos o en lá.s árgumeritaciones y era ciega para los elementos sim-
bólicos, icónicos y míticos que están en la base de las ideologías,
actitudes y motivaciones políticas. Así, concluye su Ensayo de una
teoría de los símbolos políticos con la reivindicación de una teo-
ría política que acoja entre sus tareas el estudio de fos símbolos
como modo de expresión de la conciencia mítica y como compo-
nente normal de la vida política17 • Es preciso recordar que García
Pelayo analizó también los mensajes políticos contenidos en los
frescos de Ambrogio Lorenzetti. ·
En este contexto, me parece interesante poner en relación a
Quentin Skinner con Emst Cassirer, lino de los filósofos alema"'."
nes que más atención ha dedicado a los elementos simbólicos dei
conocimiento humano. Sus l~gos años de trabajo precisamente en
la Biblioteca Warburg, en contacto directo con todo el grupo de
historiadores del arte q~e renovaron a comienzos. del siglo XX en
Hamburgo la investigación.en las ciencias de la cultura,· le sirvió
. .

16
M. García Pelayo, «Ideología e iconología>>, recogido en sus Obras completas, vol.
ID, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1991, pp. 2582-2583.
17
Cfü M. García Pelayo, Ensayo de una teoría de los símbolos políticos, en Obras
completas, ed. cit., vol. I, p. 1031.
380 EL GIRO CONTEXTUAL

como acicate para una mayor sensibilidad hacia los símbolosy las
representaciones iconográficas del pensamiento humano. Cassirer
reconoce con gratitud la deuda contraída con toda la comunidad
de estudiosos en tomo a la famosa Biblioteca, en su dedicatoria al
«querido y venerado amigo» Aby Warburg en su sexagésimo cum-
pleaños, al comienzo de uno de sus libros magistrales, Individuo
y cosmos en la Filosofía del Renacimiento. En el tercer capítulo
de esta obra, titulado «Libertad y necesidad en la Filosofía del
Renacimiento», Emst Cassirer estáblece como úná de Ias caracte-
risticas de la época el intento de conectar el pensall)iento y el arte,
la filosofía y los símbolos visibles, de maneqrquéla idea.,debía
representarse y concretarse en forma de imágenes y és_tas pueden
ser pinturas o también metáforas o alegorías que llenan el lengua-
je de la época. Sin el análisis de las «imágenes del lenguaje» es
imposible entender los textos renacentistas<? b~oéos:

Un rasgo esencial de la filosofía del Renacimiento lo constituye el


hecho de que ésta no se contente con la mera expresión abstracta del peri~
samiento y gúe busque siempre para manifestarse.una expresión gráfica
o simbóliéa18 • · ·.

III. EN BÚSQUEDA DE CONTEXTOS

Cuando se habla de contextos parece obvio referirse a los mar-


cos sociales, políticos y económicos en que un autor escribe una
obra determinada, en la línea de las interpretaciones marxistas tra-
dicionales o de la sociología del conocimiento clásica. Pero hay
que entender Ía postura de Skinner como una respuesta a rnuchas
de las ideas de la tradición marxista y, en concreto al tipo de inter-
pretación sobre la teoría política inglesa del siglo XVII realizada
por C. B. Macpherson en su- conoéida obra La teoría política del
individualismo posesivo. Skinner reconoce el enorme valor del
libro de Macpherson, publicado por vez primera en 1962, y 1a pro-
fundidad de su conocimiento sobre Hobbes o sobre Locke, pero le
reprocha que presente tales doctrinas como un reflejo de las estruc-

18
E. Cassirer, Individuo y cosmos en la Filosofia del Renacimiento, Emecé Edito-
res, Buenos Aires, 1951, p. 123.
JOSÉ M.• GONZÁLEZ GARCÍA 381

turas sociales y económicas más profundas de su sociedad. Estos


contextos sociales y económicos no pueden explicar un texto de
manera reduccionista, sino que es necesario tener en cuenta el con-
texto intelectual en el que autores como Hobbes o Locke escriben
sus obras. Para Skinner el modelo de trabajo está más próximo a
la interpretación que su maestro Peter Laslett había realizado res-
pecto a Locke al hilo de su nueva edición de las obras de éste; El
propio Skinner reconoce que intentó hacer con Hobbes el tipo de
búsqueda de contextos intelectuales que Laslett había hecho con
Locke, y de hecho fue uno de los primeros académicos en usar la
correspondencia privada no publicada entonces del autor del Levia-
tán. Esto le dio el sentido de las tradiciones de pensamiento con
las que Hobbes estaba trabajando y representa un paso importan-
te en su visión de los contextos intelectuales en que se origina y
se escribe su obra.
Por tanto, lo que apasiona verdaderamente a Skinner es la inter-
pretación de los textos de teoría política en sus contextos intelectua-
les, en cómo responden a otros textos, los comentan o los desacre-
ditan, tal vez sin mencionarlos siquiera. Y esos contextos intelectuales
se basan en el lenguaje, en cómo se refieren a otros autores, a otros
textos con los cuales entran necesariamente en diálogo:
Estoy interesado :fundamentalmente en los.contextos lingüísticos. [.,;]
Todo mi trabajo trata acerca de cómo y en qué medida, comprender cual-
quier texto presupone la comprensión de sus relaciones con otros textos.
Pero mientras me concentro en estos contextos intelectuales, asumo al
mismo tiempo que nadie escribe nunca teoría política en un vacío polí-
tico. No existiría ningún discurso político si nadie hubiera tenido una
motivación política para comprometerse en ese tipo de discurso.[ ... ] Por
ello, mis libros tienden a dar pequeños trozos de historia política al
comienzo y, a continuación, una gran cantidad de material intertextual1 9 •

Aquí reside la gran originalidad del trabajo de Skinner: pocos


elementos de historia política -sólo los necesarios para enmarcar
el texto- y una gran cantidad de material intertextual, todo el
necesario para encontrar no sólo el contexto social sino especial-
mente el contexto intelectual. ·
Finalmente me voy a referir a otros dos autores alemanes muy
importantes en la obra de Skinner: Friedrich Nietzsche y Max

19 Q. Skinner en la entrevista de M. L. G. Pallares-Burke, op. cit., p. 232.


382 EL GIRO CONTEXTUAL

Weber. En el último capítulo del primer volumen de la edición


inglesa de Visions ofPolitics, titulado <<Retrospect: Studying rhe-
toric and conceptual change», Skinner se refiere a una forma espe-
cífica de cambio conceptual en la que está muy interesado y que
describe como de carácter retórico: son los cambios que se origi-
nan mediante la redescripción de una acción o de un estado de
cosas a través del uso de un término valorativo nuevo, con elfin
de persuadir a la audiencia de la necesidad de definir·de forma
negativa una acción antes considerada valiosa o viceversa. Estos
cambios de evaluación implican «técnicas de redescripción retó-
rica» muy usadas por los <<ideólogos innovadores», individuos crea:-
dores de nuevas formas de ideología a través de la manipulación
de vocabularios normativos, de manera que ponen en entredicho
lo que antes era considerado como «bueno» en una determinada
sociedad o momento histórico. Una de sus tareas fundamentales
consiste en el uso retórico de palabras y expresiones lingüísticas,
a las que otorgan un nuevo significado con el fin de legitimar for-
mas de conducta social que antes podían parecer cuestionables o
eran radicalmente rechazadas. Un ejemplo de esto podemos verlo
en MaquiaveJo- y. su redescripción retórica de las nuevas virtudes
del príncipe renacentista frente a las maneras tradicionales de pen-
sar. Gran parte de la filosofía política renacentista consiste preci-
samente en transformar las viejas virtudes en nuevos vicios y en
crear las nuevas virtudes republicanas o las virtudes del príncipe
a partir conductas censuradas tradicionalmente. Pará ello es' nece-
sario redefinir las palabras, dotarlas de un nuevo contenido semán-
tico y aplicarlas a las situaciones correspondientes. En este senti-
do, Skinner considera a Friedrich Nietzsche como alguien que ha
descubierto lo fácil que resulta presentar a los vicios como si fue-
ran virtudes, truco usado por el cristianismo para subvertir, según
él, los viejos valores y crear una nueva moral de esclavos. Skinner
cita extensamente un texto de La genealogía de la moral de Nietzs-
che sobre la fabricación de los ideales y lo pone como ejemplo de
«redescripción paradiastólica», técnica Íetórica que consiste en
invertir y presentar determinados vicios como si fueran virtudes,
un largo texto que termina con: «Pero ¿básta!, ¡basta! Ya no lo
soporto más. ¡Aire viciado! Aíre viciado! Ese taller donde sefabri-
can ideales-me parece que apesta a mentiras-»2º. Se trata de ana-

20
F. Nietzche, La genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 1972, p. 34.
JOSÉ M! GONZÁLEZ GARCÍA 383

lizar cómo los hombres, mediante el resentimiento reconvierten el


uso de las palabras para redefinir lo bueno y lo justo. En este sen-
tido, deberíamos tener en cuenta también el análisis de Nietzsche
acerca del lenguaje, de la palabra, de cómo se forman los concep-
tos y finalmente cómo se crea la verdad:
¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento ·de metáfo-
ras, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una súma de
relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas
poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo
considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de
las que se ha olvidado que los son; metáforas que se han vuelto gastadas
y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son
ahora ya consideradas como monedas sino como metal2 1•

Por último, me resulta sumamente sugerente la manera en que


Quentin Skinner se considera heredero de la tradición de pensa-
miento iniciada en Nietzsche, pero representada básicamente por
el pensamiento social de Max Weber, quien mantenía no sólo que
nuestros conceptos cambian a lo largo del tiempo, sino que son
incapaces de darnos algo más que una serie de perspectivas cam-
biantes sobre el mundo en que vivimos: <<nuestros conceptos for-
man parte de lo que aportamos al mundo en nuestro esfuerzo para
darle sentido»22 • Max Weber está presente en muchos de los plan-
teamientos de Quentin Skinner en este libro, pero de una manera
especial en el artículo «Principios morales y cambio social», en el
que discute, asume y profundiza la famosa tesis weberiana acerca
de las relaciones entre la ética protestante y el espíritu del capita-
lismo. Skinner se refiere, siguiendo a Weber, a los «ideólogos
innovadores» que asumieron la dura tarea de legitimar nuevas for-:
mas de conducta social que previamente habían sido rechazadas
en el proceso histórico. Cabe afirmar que Lutero fue uno de esos
«ideólogos innovadores», ciertamente sin ser consciente de que su
traducción de algunos conceptos bíblicos al alemán iba a generar
tan profundas consecuencias. En efecto, Max Webe.r. dedica un
amplio esfuerzo al análisis de la palabra alemana Beruf(J.Jrofe-
sión), en la que encuentra una reminiscencia religiosa, la idea de

21
F. Nietzsche, Sobre verdad y me11tira e11 se11tido extramoral, Cuadernos Teorema,
Valencia, 1980, pp. 9-10.
22
Q. Skinner, Visio11s ofPolitics, vol. I., ed. cit., p. 176.
384 EL GIRO CONTEXTUAL

una misión impuesta por Dios. No puedo detenerme en su profu-


so análisis, pero quiero destacar que Weber establece que el senti-
do moderno de la palabra se debe a la traducción de la Biblia hecha
por Lutero, y no al espíritu original del texto bíblico. Y no sólo en
su sentido literal, sino que la idea es nueva, producto de la Refor-
ma protestante, que considera como el más noble contenido de la
propia conducta moral el sentir como un deber impuesto por Dios
el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo, consideran-
do el trabajo como un deber sagrado. No sólo Lutero, sino muchos
predicadores más tarde se encontraron con la necesidad dejusti-
ficar nuevas formas de comportamiento en el intento de ligar a los
individuos al cumplimiento de su deber en la profesión a la que se
han sentido llamados por Dios. Y para ello necesitaron recurrir a
formas de «manipulación retórica» que tuvieran éxito en prescri-
bir formas de actuación hasta entonces no consideradas releyan-
tes. Skinner amplía el punto de. vista weberiano, afirmando lo
siguiente:
Se puede decir que todos los ideólogos innovadores se enfrentan. a
una dura pero obvia tarea retórica. Su meta es legitimar formas cuestio-
nables dé conducta social. Su finalidad debe consistir, por tanto, en mos-
trar que un número de términos favorables puede ser aplicado de alguna
forma a sus acciones aparentemente cuestionables. Si son capaces de rea-
lizar este truco retórico, pueden llegar a argumentar que las descripcio-
nes condenatorias aplicables a su conducta pueden ser anuladas o deja-
das de lado 23 •

Pienso que Skinner tiene toda la razón cuando plantea que es


preciso interpretar la tesis de Weber en el sentido de afirmar que
la ética protestante estaba particularmente bien ajustada para legi-
timar el surgimiento del capitalismo y·que de esta manera ayudó
al florecimiento y al desarrollo de la sociedad comercial. Como
cualquier tipo de novedad importante en la sociedad, la produc-
ción de mercancías y d comercio a gran escala necesitaban ser
legitimados y los individuos debían comprender su conducta como
buena en unos nuevos estándares morales:
Como he mostrado, uno de los medios que encontraron fue la apro-
piación del vocabulario evaluativo de la Religión protestante, en gran

23
Q. Skinner, Visions ofPolitics, vol. I., ed. cit., p. 149.
JOSÉ M.ª GONZÁLEZ GARCÍA 385

medida con el rechazo horrorizado de los hombres religiosos, que se veían


a sí mismos como víctimas de un truco.
Se trataba de un truco, pero ciertamente funcionó. El vocabulario moral
distintivo del Protestantismo no sólo ayudó a incrementar la aceptabilidad
del capitalismo, sino que ayudó a canalizar su evolución en direcciones
específicas, y en particular hacia una ética de la industriosidad24 •

La interpretación de Skinner hace justicia a la tesis weberiana


y la explica en términos más detallados en tomo a la retórica nece-
saria para justificar los cambios sociales. El análisis de Weber tenia
siempre un doble planteamiento: junto al estudio de los procesos
sociales veía necesario insistir en los elementos motivacionales
que empujaban al individuo a actuar de una determinada manera.
Y Skinner insiste en este mismo punto al subrayar la retórica de
los conceptos usados para legitimar nuevas formas de dedicación
al trabajo productivo en la profesión-vocación (Beruj) como un
elemento funcional al desarrollo de la mentalidad capitalista.
Con estas breves anotaciones sobre Weber concluyo el presen-
te trabajo en el que he intentado relacionar a Quentin Skinner con
algunos pensadores de la amplia tradición alemana que se sitúan
en un marco teórico similar, aunque también son evidentes las dife-
rencias. No puede ser de otra manera, pues Skinner escribe des-
pués del llamado «giro lingüístico» en filosofia y en ciencias socia-
les, llevándolo un poco más lejos hacia un nuevo giro en el que la
atención a la retórica, a los <~uegos del lenguaje» y a las maneras
de <<hacer cosas con palabras» pasa a primer plano.

24
Ibíd., p. 157.
6. EL LENGUAJE RETÓRICO
DE LA POLÍTICA PARLAMENTARIA*
KARl PALONEN

I. LA RETÓRICA COMO UN LENGUAJE POLÍTICO

Con el fin de promover la legitimidad del estudio académic:o


de la política, solía ser habituafreferirse bien a Platón o a Aristó-
teles como «los primeros científicos políticos». Más recientemen-
te, algunos estudiosos se han atrevido a ir más lejos e identifica-
ron a los sofistas como los que se habían anticipado tanto a Platón
como a Aristóteles en esta particularidad. Por ejemplo, John S.
Nelson escribe en su Trapes ofPolitics: «la primera forma de cien-
cia política fue simplemente la retórica, el primer estudio sistemá-
tico de la política lo hicieron los sofistas 1• ·
Tal concepción es groseramente anacrónica desde el punto de vista
de la disciplina histórica. Lo mismo vale decir para.la historia del
concepto enla medida en que <<la política» simplemente se conside-
raba desde antiguo- como el título de una discipfu1~ (de la política,
que después se convirtió en gobierno o en el Estado). De acuerdo con
mis prolongados estudios sobre la materia, no fue posib,le referirse al
fenómeno de la política2 -,--i
de manera similar. al fenómeno de la
<<historia>> o «die Geschichte»3- · hasta finales del siglo XVIII o a prin-
cipios delXIX. Cuando, en cambio, nos referimos ala política en el
sentido. actual, la oposición~de 'Neíson entre los sofistas por una parte,
y Platón y Aristóteles,_ por otra, está ciertamente justificada.
Para Aristóteles y Platón el término theoría aludía, desde luego,
a una visión contemplativ3: de la polis, a la posibilidad 4~ dejar de
lado las luchas cotidianas sobre su destino. Los sofistas, por otra
parte, quizás estén más estrechamente asociados con la tradición

*Traducción del inglés a.cargo de Enrique Bocarda Crespo.


1
Nelson, 1998: 10.
2
Véase Palonen en prensa.
3
Véase Koselleck, 1967.

[387]
388 EL GIRO CONTEXTUAL

de los libros consiliarios políticos. Mi observación, sin embargo,


trata de acentuar dos puntos en el pensamiento de la sofistica que
Platón y, hasta en cierto punto también Aristóteles, quisieron recha-
zar explícitamente.
La primera observación es que los dissoi logoi de Protágoras
resaltan el hecho de que siempre es posible encontrar una propues-
ta o principio opuesto al que ya existe. Lo esencial de esta concep-
ción se expresa en el siguiente pasaje de Diógenes Laercio. De
acuerdo a la traducción de C. D. Young, Protágoras «fue la prime-
ra persona que afirmó que en toda cuestión había dos lados en el
argumento que se oponían entre sí. Y él se servía de ellos en sus
argumentos, siendo la primera persona que así lo ·hizo» (http://clas:..
sicpersuasion. org/pw/diogenes/dlprotagoras. htm). Gagarin y Woo-
droff utilizan fa siguiente fórmula: «en cada materia existen dos
logoi [lenguajes o argumentos] que se oponen entre sí4 • ·
Una segunda justificación para considerar a los sófistas C()mo
los primeros pensadores «políticos» enfrentados a Platón y a Aris-
tóteles descansa en el hecho de que no rechazaron la vida política
«sucia» de Aten~s y de otras poleis, sino que hablaron ptecisámen.:.
te sobre las e~:trategias, las tácticas y los recursos prácticos que se
podían apÍicár con éxito para mejorarla. Quentin Skiriller revolu-
cionó el estudio del pensamiento político con el siguiente enuncia'-
do: «porque c.onsidero que la vida política misma plantea los prin-
cipales problemas para el teórico político, lo que hace que surja
un cierto conjunto de elementos que aparecen como problemáti.:.
cos y a los que corresponde un conjunto-de cuestiones que se con-
vierten en los teinas principales del debate» 5: Lo que claramente
corresponde con la observación de los sofistas. La elaboracióri: teó-
rica de los sofistas se concentra en la inteligibilidad y eventual-
mente en las mejoras de estas prácticas, y no en su posible susti-
tución por unos principios que son ajenos a aquéllas.
Una de las principales prácticas políticas de la antigua ekklesia
consistía en hablar a favó'r o en contra de una determinada pro-
puesta. Lo esencial en los estilos retóricos del pensamiento ~esde
los sofistas hasta Skinner- se halla precisamente cuando este prin-
cipio retórico se convierte en una condición para la inteligibilidad
de la política. · < ·

4
Gagarin y Woodroff, 1995: 187, nota de los editores en paréntesis.
5 Skinner, 1978 I, xi, para la explicación véase Palonen, 2005.
KARI PALONEN · 389

Éste es el escenario de mi intención de tratar aquí el papel y la


significación de los lenguajes retóricos de la política. Tomo como
mi punto de partida el creciente interés de Sk:inner en la retórica
desde finales de los años ochenta6 • ¿Cómo cambió sus puntos de
vista sobre el lenguaje político del Renacimiento inglés desde The
Foundations ofModern PoliticalThought hasta Reason and Rhe-
toric in thePhilosophy ofHobbes (1996)? ¿Cómo presenta Skin-
ner el Ars rethorica como un lenguaje político distinto en el con-
texto del Renacimiento inglés? Además, la concepción de SJ<inner
sobre la cultura política retórica del Renacimient9 ofrece asimis-
mo una perspectiva sobre la actualización del vínculo conceptual
e histórico que existe entre la retórica y el estilo parlatnentario de
la política. ¿Qué papel desempeñó el lenguaje político retórico de
argumentar en pro et contra en la formación y la progresiva sofis-
ticación de los procedimientos cuando comenzó el parlamento
inglés? Más genéricamente: ¿podemos entender los parlamentos
como loci paradigmáticos para sistematizar las perspectivas opues-
tas que existen en la política? ·
No reclamo por mi parte poseer ningún conocimiento históri-
co especializado sobre el Renacimiento inglés. Mi interés se cen-
tra en discutir «el giro retórico» de Sk:inner y la re-conceptuali-
zación retórica del estilo parlamentario de la política examinando
algunos textos disponibles. Con respecto a esto último, mi estu'.'"
dio puede que esté más estrechamente relacionado con algunas
recientes revalorizaciones de la elocuencia en el estilo parlanien-
tario político, especialmente en relación con la obra de Nicholas
Rousselier7•

II. QUENTIN SKINNER: DE THE FOUNDATIONS


A REASONAND RHETORIC

En comparación con los extensos deb;ites'sobre «Skinner y.el


republicanism~»> resulta bastante sorprendente que los historiado-
res del pensamiento político no se hayan percatado del giro retó,..
rico de Sk:inner. Casi ninguno de ellos parece, por ejemplo, discu-
tir el cambio en su concepción de la política inglesa en los siglos

6 Véase especialmente Skinner, 1987.


7
Roussellier, 1997, 2000, 2002.
390 EL GIRO CONTEXTUAL

XVI y XVIII que va de The Foundations ofModem Política[ Thought


(1978) después de su «giro retórico» (véase mis observaciones en
Jalonen, 2003, 149). El mismo Skinner no ha querido entrar en
este tipo de debates 8•
Desde luego, Quentin Skinner no escribió Reason and Rheto-
ric con el fin de revisar su obra The Foundations. De hecho, no
tuvo la intención original de escribir un libro sobre la retórica en
el Renacimiento inglés, porque asumía que tal libro ya se había
escrito. Pronto, no obstante, se dio cuenta de los vínculos inhe-
rentes que había entre Hobbes y los teóricos retóricos (en comu-
nicación privada). Después de leer este libro podemos reivindi-
car que Hobbes servía tanto de contexto para estudiarla retórica
del Renacimiento como a la inversa9 • De ·esta manera Skinner
llega a una conclusión diferente sobre el pensamiento político
del Renacimiento inglés, así como del papel de la retórica en el
pensamiento político. del Renacimiento en general; que es de lo
que trata en The Foundations. Merece la pena que nos pregunte-
mos sobre las distintas concepciones que existen, porlas dife-
rencias que m~fiest,an y qué papel desempeñan en el perfil Ül.te-
lectual de Ski:llner. · ·
El primer volumen de The Foundations contiene un capítulo
original titulado «Rethoric and Liberty» en el que Skinner traza
las líneas principales que explican de qué manera la actividad téc-
nica de la escritura durante los siglos xrry XIII se metamorfoseó en
el género de crónicas partidistas dé la ciudad que se utilizaban en
los cuerpos gubernativos dentro de las mismas ciudades. A lo largo
del siglo XIII, los primeros humanistas, como Brunetto Latini, fue-
ron capaces de engrandecer la perspectiva retórica sobre la políti-
ca. El contráste entre el pensamiento retórico romano y el aristo,..
telismo escolástico es una tesis fundamental tanto en el trabajo de
Skinner sobre Lorenzetti 10 así como en sus artículos sobre el repu-
blicanismo de Maquiavelo. El énfasis sobre el bagaje romano, estoi-
co y retórico de Máquiavelo, así como los valores de la gloria y de
la grandeza, han formado toda la serie de estudios dé Ski:f!ner sobre
Maquiavelo desde 1983 11 • ·

8
Véase la entrevista con Koikkalainen y Syrjamiiki, Skinner, 2002d.
9
Véase Skinner, 2001: 20 y Palonen, 2003: 150.
10 Véase Skinner, 1987, revisado en Skinner, 2002b.
11
Ahora publicado en Skinner, 2002b.
KARI PALONEN 391

Lo que es nuevo en Reason and Rhetoric es el énfasis cicero-


niano y quintiliniano de que «en todos los asuntos relacionados
con la scientia civilis, siempre será posible argumentar en contra
de cualquier proposición propuesta, y de esta manera construir una
defensa plausible in utramque partem» 12 • De acuerdo con Skinner,
«DJas mismas asunciones se presentan incluso con un énfasis mayor
en el Renacimiento, en el curso del cual encontramos un grado de
interés sin paralelo en la investigación de las paradojas, dialogos
y otras formas de argumentos que carecen de una conclusión
obvia» 13 • Hobbes buscó la forma de la ciencia civil con la que inten;.
taba trascender la posibilidad de argumentar en pro et contra y, en
consecuencia, la necesidad de la elocuencia. El punto de Skinner
es que desde finales de los años cuarenta del siglo XVII, Hobbes
necesitaba servirse de todos los instrumentos retóricos que él
mismo había aprendido y enseñado a los demás con el fin de librar
una batalla efectiva contra la asunción básica de· que siempre es
posible argumentar in utramque partem.
Skinner ya mencionaba alguno de fos «retóricos de la época
TudoD> en The Foundations. Thomas Elyot y su obra de 1531 Book
named the Governor recibían un tratamiento relativamente exten-
so aunque diferente en los otros dos libros de Skinner. En The Foun-
dations, el libro de Elyot se presenta como uno de los muchos libros
consiliares, en donde el «Governon> es un tipo de consejero prin.;;;
cipal del monarca. La discusión de Elyot sobre las cuatro virtudes
cardinales 14 alude a un problema que era discutido por los prime-
ros humanistas italianos. De acuerdo con Skinner, Elyot permane-
ce abiertamente opuesto a los conflictos y sus consejos sirven <<para
asegurar la preservación del buen orden, la armonía y la paz» 15 •
_ En Reason andRhetoric, el gobernador de Elyot sigue descri-
biéndose como el más influyente de los «manuales erasmistas»,
pero el énfasis se ha cambiado a una audiencia mayor de un libro
que ha sido escrito en el lenguaje vernáculo, y que también se uti-
liza en las escuelas inglesas como un manual de gramática y de
retórica 16 • Lo que es nuevo es la intuición de Skinner sobre la gran

12
Skinner, 1996: 98, una perífrasis de Cicerón véase también 9-1 O.
13
Ibíd., p. 99.
14
Skinner, 1978 I: 229.
15
Ibíd., p. 241.
16
Skinner, 1996: 20, 22.
392 EL GIRO CONTEXTUAL

deuda de Elyot con los retóricos romanos: «Elyot sugiere que una
manera de aprender todo el arte de la retórica consistía simplemen-
te en leer a Quintiliano»17 . Elyot sigue la concepción de que la elo-
cuencia necesita «el poder de persuadir, de conmover y de gozarn 18 •
Uno de los aspectos más originales del libro es su revisión parcial
del canon romano de las virtudes 19 y su relación con la práctica de
redactar la crónica de la ciudad de convertir a la historia en <<un
almacén de sabiduría.>>2º, que ya era un topos común entre los huma-
nistas. Skinner considera ahora al Governor de Elyot como «alguien
con el deber de· actuar junto a su soberano y "como si le estuviera
ayudando en la distribución de la justicia"»21 , ytambiénhace notar
la ampliación de la audiep.cia de Elyot al insistir que «SU fin es el
de ofrecer consejo, no únicamente a los príncipes y nobles, sino a
cualquiera que sea "estudioso del bienpúblico"»22 • En otras pala-
bras, <<Elyot elabora una forma de educación apropiada para la gen-
tileza y la nobleza a la parn 23 •
Utilizo este ejemplo con el objeto de ilustrar la manera en que
Skinner «re-contextualiza» la kctura de la obra de Elyot, cambi_an-
do así el énfasiL<le-sus-argumentos históricos. La agenda huma-
nista--eonteñiPÓránea en la Europa .del Renacimiento se encontra-
ba en el fondo y los autores romanos eranre_conocidos como
contemporáneos a los autores ingleses del siglo XVI. De acuerdo
con Skinner, los retóricos del Renacimiento carecían del «sentido
del pasado como si fuera un país extranjero» y, por consiguiente,
no hay nada ahistórico en poner juntos a Cicerón y Quintiliano con
los retóricos vernáculos- en la Inglaterra de los Tudor ... y tratarlos
como si estuvieran elaborando los mismos arguinentos24 • Cuando
se compara con The Foundations, Quentin Skinnet consiguió obte-
ner una comprensión más profunda en la década de los noventa
sobre las capas retóricas de significado y de la acción lmgüística25
en el contexto político del Renacirl:riento26 • ·· ·· ·

17
Ibíd., I, p. 34.
18
Ibíd., p. 85.
19
Ibíd., p. 81.
20
Ibíd., p. 82.
21
Ibíd., p. 285.
22 Ibíd., p. 72.
23
Ibíd.
24
Ibíd., p. 40.
25 Ibíd., pp. 7-8.
26
Véase también su autoevaluación en Skinner, 1999: 66-67.
KARI PALONEN 393

Está claro que el cambio de Skinner en el énfasis se debe «a el


giro retórico» de la década de los años ochenta27 • Sin embargo,
Skinner se distancia del amplio uso «de aquel término del que tanto
se ha abusado» 28 • Para él, la retórica es algo más específico que
las «estrategias literarias» de los autores. Refiriéndose a Hobbes,
Skinner acentúa que él emplea
la palabra en la manera en la que el mismo Hobbes habría querido que
se entendiera. La uso, esto es, para describir un conjunto característico
de técnicas lingüísticas ... que se derivan de las doctrinas retóricas de la
inventio, dispositio y elocutio, los tres elementa fundamentales en las teo-
rías clásicas y renacentistas de la elocuencia escrita29 •

Esta próposición es más una crítica ·a los usos contemporárieos


anacrónicos de la retórica. El punto de vista de Skinner es ver el
uso de Hobbes de este conjunto de técnicas lingüísticas dentro del
contexto de <<una serie de debates sobre la ciencia moral en la cul-
tura del Renacimiento»3º. En un sentido más amplio habla de «la
cultura retórica del humanismo renacentista» 31 • Es éste, más que
el aspecto más técnico de Ja retórica, el que particularmente me
interesa. Podríamos hablar de un lenguaje retórico de la política
que a Skinner le parece un elemento más o menos hegemónico en
la cultura retórica inglesa:
En este punto se puede detectar un número dé distintas diferen-
cias entre las intenciones de The Foundations y Reason and .RJzeto-
ric. En la década de los. ~os setenta el principal interés de Skinner
se encontrabaenla apariciót;l y-en.· el estal:>lecimiento de algo que
desde entonces se ha convertido en <<un fundamento» incuestionado~
algo tan evidente que ya no precisa de más expJ.icación. En particu-
lar el capítulo final sobre el concepto de Estado y el último artículo
sobre el mismo concepto32 se refiere a una clase de genealogía de
algo que se convirtió en una condición tá.cita ampliamente extendida
en el pensamiento político y, hasta el momento, se ha manteni_do así3 3•

27
Véase también Gowland, 2002.
28
Skinner, 1996: 5.
29
lbíd., p. 6.
30
lbíd.
31 lbíd., pp. 2-3.
32
Skinner, 1989, ampliado en Skinner, 2002b.
33
Para una interpretación más detallada: Palonen, 2003, especialmente 69-73,
81-88.
394 EL GIRO CONTEXTUAL

En Reason and Rhetoric, Skinner se mueve en lo que podemos


entender como la historiografia de los perdedores, es decir, la recu:-
peración de la dimensión retórica perdida en el pensamiento polí-
tico del Renacimiento y en su legado. Skinner claramente expre-
sa su Wertbeziehung a favor de .esta concepción retórica:
Finalmente, aún existe una visión con una acentuación retórica aso-
ciada al humanismo renac~ntista: que nuestra consigna tenga que ser audi
alteram partem, oír siempre a la otra parte. Este compromiso surge de la
creencia que, en el debate moral y político, siempre será posible hablar
in utramque partem, y jamás será posible articular nuestras teorías mora-
les o políticas de una manera deductiva34 •

En otras palabras, la cultura retórica del Renacimiento está abier-


ta a las controversias públicas sin «sóluciones finales», ya sea en
cuestiones de índole académica sobre la política de la «ciencia
civil» o de política en general. - ,
Otro de los intereses centrales de Skinner en The Foundatións
tiene que ver con el extenso abanico-de opiniones opuestas, peró
su narrativa se centra en la lenta y parcial aunque efectiva súbsun-
ción bajo «un'fundamerito» no cuestionado 35 • Aunque SkiJiner
admite en Reason and Rhetoric qu~ Hobbes y otros fueron capa-
ces de eliminar la cultura retórica del debate y de la controversiá,
es precisamente por esta razón por la que su principal interés se
centra en recuperar esta cultura retórica intelectual ypolítica ya
perdida, pero que fue una vez floreciente. .-
El interés en la recuperación de esta culturá_retópcá la resalta
Skinner en la distinció.n que hace entredo~·versionesde ia'.herme-
néutica, una que se-preocupa de «la dimensión del significado» y
la otra «la que se podría describir co1llo la dimensíón de la acción
lingüística, ei estudio del_ rango de cosas que fos hablantes son
capaces de hacer con el uso de las palabras y de las frases» 36 • El
misnio Skinner «se ha céritrado bastante en la segunda»37 : De
hecho, la historia conceptual de Skinner se centra en el análisis de
los cambios de significado que se producen por la intervención de
la acción lingüística38 . En otras palabras, su interés se centra con

34
Skinner, 1996: 15.
35 Véase Palonen, 2003: 76.
36
lbíd., pp. 7-8.
37
lbíd., p. 8.
38
Véase Palonen, 2003, 161-169; Palonen, 2004a, 167-173.
KARI PALONEN 395

«las cosas que hacen>> los agentes políticos, sus actos de habla y
sus estrategias retóricas, que con frecuencia se ven marginados en
muchos de los artículos de la Geschichtliche Grundbegriffe.
La cultura política retórica se lleva fundamentalmente a cabo
en términos de acciones lingüístj.cas. Uno de las principales apor-
taciones de The Reason and Rhetoric de Skinner es la de descri-
bir en detalle el inteligente uso que hizo Hobbes de un número de
técnicas retóricas y tácticas para desacreditar la cultura retórica.
El blanco principal de su critica se basaba en la asunción básica
de la retórica clásica de que siempre era posible defender un argu-
mento desde dos lados, y la posibilidad de cambiar el contenido,
el alcance y el color normativo de un concepto al aplicar la técni-
ca retórica de la paradiástole.
- En el éapítulo cuatro de su libro.Skinner analiza profusamente
tanto los orígenes latinos como las prácticas renacentistas para ree-
valuar el tono normativo .de -los conceptos, ya sea para denunciar
sus virtudes o despreciar sus vicios. Analiza.las diferentes estrate-
gias-_ de la redescripción retórica de la paradiástole alternando los
instrumentos de renombrar o revisar el contenido o el rango de sig-
nificación de los conceptos39 • _Comparados c:on la práctica antigua,
los retóricos renacentistas ampliaron el uso de las reevaluaciones
conceptuales, si bien es cierto que el uso de las técnicas de la para-
diástole también provocaron µna amplia resistencia. Hobbes. desde
luego no estaba solo en la búsqueda qe un significado estable ~
indisputable de los conceptos.

III. EL CARÁCTER RETÓRICO DE LOS PARLAMENTOS

En Reason and Rhetoric, Skinner describe la enseñanza .de la


retóric_a en las escuelas y universidades, acentuando al mismo
tiempo el valor pedagógico que tiene hablar in utramque partem40 •
Además, también describe la <<parte política de la elocuencia», diri-
gida a la persuasión de la audiencia41 • Su punto principal está rela-
cionado con la exposición del ideal del vir civilis activo, tal y como
se modifica en el contexto del Renacimiento inglés. Por lo demás,

39
Véase Skinner, 1974 y 1979, reeditados en 2002a.
40
Skinner, 1996 especialmente cap. l.
41
Para esta fórmula originaria de Bacon véase ibíd., p. 97.
396 EL GIRO CONTEXTUAL

también discute brevemente las carreras fuera de la academia de


los retóricos como consejeros o miembros del Parlamento, el con-
sejo privado y los cargos reales42 •
Lo que no hace Skinnér en Reason and Rhetoric es analizar de
qué manera los «políticos» del Renacimiento inglés, muchos dé los
cuales habían recibido una educación retórica clásica en las escuelas
o de sus tutores privados, incluyendo a Hobbes, se sirven realmente
de la retórica en sus propias actividades políticas. Más recientemen-
te, ha empezado a tomar forma el giro en esa dirección, especialmen-
te en el análisis que hace de la lucha entre Carlos I y el Parlamento;
En el ensayo «John Milton arid the Politics of Slavery>> y «Classical
Liberty, Renáissance Traslation andthe EnglishCivil War»43 , Sk:in.,.
ner acentúa la presencia de la herencia Clásica, especialmente la latí,..
na, en los debates parlamentarios de 1628 y 1640-1642. Particu-
larmente se oponen a la visión tradicional según.: la cual fue
principalmente el derecho común inglés el que se utilizó en la defen-
sa de los poderes delParlamento. Lo-que está en juego es a lo que
Skinner se refiere como el concepto neorromano de libertad. Estos
estudios históricos de Skinner desempeñaron un papel fundamental
para que el abógado constitucionalista AdamTomkins hablara pro-
vocadoramente del caráctertepublicano de la constitución inglesa44 •
Las dimensiones retóricas del habla in utramque partem y los
usos de la reedescripción retórica de la paradiástole forman induda-
blemente parte de la defensa parlamentaria. El hecho,· sin embargo,
de que los discursos se dieran en el Parlamento y que los oponentes
del rey fueran parlamentarios no es objeto de demasiada atención
en los ensayos de Skinner. La situación es muy diferente, no obstan-
te, en un conferencia que todavía no se ha publicado titulada «Poli-
tical Rhetorié and the role ofRidicule», en la que acentúa, entre otras
cosas, él distintivo arte de hablar en las asambleás públicas, el obje-
tivo de los discursos parlamentarios éon la intención de que el adver-
sario «cruce el suelo»~ así como el papel al que aún se refiere como
«lenguaje que no es propiamente parlamentarista»45 • ·.
Los estudios de Skinner sobre la retórica del Renacimiento se
han convertido en el punto de partida para un número de estudios

42
lbíd., cap. 2.
43
Publicado en Skinner, 2002b.
44
Tomkins, 2005, especialmente 67-95.
45
Skinner, 2004.
KARI PALONEN 397

empíricos sobre la materia. En su Elizabethan Rhetoric (2002),


publicado en la serie que dirige Skinner en la Cambridge Univer-
sity Press Ideas in Context, Peter Mack describe con cierto deta-
lle las técnicas retóricas que se utilizaban en la oratoria parlamen-
taria, las relaciones entre la corona y el Parlamento, y la diferencia
retórica entre los oradores parlamentarios y los consejeros priva-
dos. Al discutir las teorías aceptadas de la relativa impotencia del
Parlamento isabelino, Mock acentúa la pluralidadde~lasdimen­
siones políticas en la política del Parlamento.
El estudio de Skinner de la retórica del Renacimiento se puede
extender con un programa de investigación basado en la relación
conceptual que existe entre la cultura retórica del hablar pro et con-
tra y las prácticas parlamentarias. El Parlamento no es solamente
el locus paradigmático político para hablar y actuar discutiendo,
sino el mismo procedimiento con el que opera el Parlamento según
el modelo de hablar en pro y en contra. En la época de la decaden-
cia académica y de la retórica literaria, los pocos Parlamentos que
sobrevivieron en Europa entre el siglo XVII y a principios del XIX
sirvieron de loci en los que las prácticas antiguas y renacentistas
han dado lugar a la época de la democracia.
Es sorprendente notar la manera en la que los historiadores del
gobierno parlamentario y de la retórica han rechazado fa relación
histórica y conceptual entre la retórica y el Parlamento,. especial-
mente en el siglo x:x: Los estudiosos del siglo XIX de la literatura
parlamentaria y retórica (por ejemplo, Cormenin, 1844) trataron
extensamente el problema de «la elocuencia parlamentaria». El
carácter retórico del procedimiento parlamentario se puede iden-
tificar más claramente en la literatura.más antigua46 :
Quizá una de las razones por las que los retóricos del Renaci-
miento no fueron capaces de acentuar la novedad histórica del Par-
lamento fue su falta de comprensión tanto de las diferencias con-
textuales y conceptuales entre el Parlamento y las asambleas
antiguas y medievales. En un estudio ya clásico, Recht und Tech-
nik des Englischen Parlamentarismus, Joseph Redlich identifica
la invención del proyecto de ley legislativo y las posteriores refor-
mas procesales que tuvieron lugar en los siglos XV yxvr en Ingla-
terra en un momento decisivo de Ja distinción entre el ,Parlamen-

46
Véase Pierre, 1887 y Redlich, 1905.
398 EL GIRO CONTEXTUAL

to y otros tipos anteriores de asambleas. De acuerdo con Redlich,


el proceso de decisión sobre un proyecto de ley parlamentario está
relacionado con otras innovaciones procesales, como la libertad
de expresión de los miembros del Parlamento, su inmunidad par-
lamentaria y el sistema de las tres lecturas47 • El procedimiento se
politizó en la lucha entre el Parlamento y los reyes de la dinastía
Tudor y Estuardo como consecuencia de la aparición de la cultu,.
ra retórica de la argumentación in utramque partem.

rv. LOS PROCEDIMIENTOS RETÓRICOS


DEL PARLAMENTO INGLÉS .

Examinemos ahora algunos de los textos clásicos sobre los pro,..


cedimientos en el Parlamento inglés. El modus tendendi parliamen-
tum que se remonta al siglo XIV precedía de hecho el desarrollo del
Parlamento moderno. Una traducción inglesa expresa el principio
principal: «Y habrán de estipglar escribir sus contestaciones y opi-
niones; una v~z que todas sus respuestas, planes y opiniones, del
uno y del otfo lado, hayan sido oídas» (http://www.yale.edu/law.,.
web/avalon/medieval/manner.htm). En otras palabras, la idea de
que «las contestaciones» y <<respuestas» y la oposición entre «est~
lado» y «el.otro» aludía a la presencia de un elemento retórico inclu..,
so antes dela recuperación de la retórica en el Renacimiento.
En su De Republica Anglorum -1565, edición inglesa de
1583-·, Sir Thomas S:rriith anuncia la soberanía del Parlamento:
«El poder más alto y absoluto del.reino de Inglaterra es el del Par-
lamento» (~ttp://www.constitution.org/eng/repang.htm). Para él,
el carácterretórico es constitutivo dela «Fornia.de mantener el
Parlamento» como reza el subtítulo del capítulo procesal. Los prin-
cipios de hablar en favor o en contra, así como la práctica parla-
mentaria de las treslecturas ya se encuentran claramente presen-
tes aquí:
Porque todo lo que llega a consulta ya sea de la Cámar~ alta o .de la
otra, se pone primero sobre el pa]Jel, que una vez que se lee, el que qufo.:.
ra se levantará y hablará a favor o en contra: y así uno tras otro hasta que
les parezca bueno. Hecho esto se irá a otro, y finalmente a otro proyec-

47
Redlich, 1905, 31-41.
KARI PALONEN 399

to de ley. Hasta que se haya leído una o dos veces, y parezca que se ase-
meja a algo razonable, con esa mejora en las palabras y con la revisión
de las frases con las disputas parecen que se favorecen48 •

La comprensión procesal de Smith indicaba claramente que al


«hablar a favor o en contra», cualquier proposición no es sólo una
posibilidad legítima, sino un principio que se incorpora en el núcleo
mismo del procedimiento parlamentario. Se reconocía que cual-
quier propuesta puede tener desventajas si se discute desde un ángu-
lo diferente, y que la práctica de encontrar, inventar o illcluso ima-
ginar razones en contra de la propuesta son de interés para todo el
Parlamento. Es la construcción de los argumentos a favor y en con-
tra lo que constituye su fuerza primaria; la formación de los lados»
en el curso de la discusión es algo secundario.
Redlich acentúa la significación esencial del Rede und Gegenre-
de para la comprensión de la política parlamentaria49 • Su interpreta-
ción histórica del Parlamento inglés asume la <<libertad de expresión>>
como su punto de partida. Es desde esta perspectiva donde interpreta
los puntos fundamentaies del procedimiento, como los rituales par-
lamentarios, la independencia del Parlamento en la determinación
del procedimiento y del horario de la actividad, la creación de un
«lenguaje parlamentario», incluyendo la forma de dirigirse al Presi-
dente de la Cámara, la neutralidad del mismo Presidente como mode-
rador de los debates y el detallado registro delos prcrcedimientos par-
lamentarios50. De acuerdo con Redlich, la independencia procesal del
Parlamento y del desarrollo de los principios y precedentes que guían
el procedimiento representaron un instrumento esencial para el Parla-
mento en términos de ·su lucha en contra de las prerrogativas reales.
Lbs orígenes retóricos del concepto «libertad de expresión>> y la
controversia sobre el estatus de estos ·principios a comienzos del perío-
do de los Estuardo es en estos momentos objeto de estudio por parte
de David Colclough (2005). El autor ha contraído una gran deuda
con el trabajo de Skinner y' el libro también se ha publicado dentro
de la serie Ideas in Context. Desde la perspectiva de Colclough la
mayor parte de lo que Redlich escribió hace cien años sobre la liber-
tad de expresión parlamentaria se podría considerar ya anacrónico.

48
Ibíd.
49
Especialmente Redlich, 1905: 586-587.
50
Ibíd., pp. 41-70.
400 EL GIRO CONTEXTUAL

A pesar de ello, la discusión de Redlich del procedimiento del


Parlamento tiene todavía su valor al permitirnos extender la <<liber-
tad de expresión» para incluir las oportunidades adecuadas de pro-
vocar discursos opuestos a cualquier propuesta que se haga en el
Parlamento. En otras palabras, las diversas reglas y convenciones
del procedimiento parlamentario inglés fortalecieron los poderes
del Parlamento frente a la corona y el Consejo Priv~do, además
apelaban a la imparcialidad del procedimiento en relación con la
presentación de los argumentos.en ambos lados. Una de las expre-
siones más explícitas del carácter retórico dé la política· parlamen-
taria era el poder del Presidente de la Cámara de moderar el deba-
te entre los discursos alternativos a favor o en contra, con el fin de
crear una viva discusión en lugar de someter a los oyentes a una
aburrida repetición51 • ' ·
Con la excepción de los perfodos de la Guerra Civil y de la
Revolución Gloriosa, el conflicto entre la corona y el Parlamento
no fuvo tanto que ver con los poderes efectivos como con la opo-
sición entre el estilo «monocrático» de la política de la corte y el
estilo de pro et .contra de la política parlamentaria. La con~epción
retórica del PáÍlamento -o la concepción parlamentaria de la retó-
rica-
. funciona de acuerdo.. a una cierta alteración
. , . entre los
. . discur-
sos que se hacen para aprobar o rechazar las propuestas. Si no .exis-
te todavía un argumento en contra de una cierta propuesta, háy que
inventarla por lo menos, y después considerar la propuesta origi-
nal para compararla con otras alternativas. ·
En partictilar, los autores estrictamente i:acionalisfas desde Gui-
zot (1851) a través del escéptico racionalista'(fo Séhmitf (1923) a
Habermas (1962) han asumido que el debate Parlamentario ha ser-
vido.como <runa búsqúeda de lá verdad», o como un instrumento
de llegar al consenso. Desde la perspectiva de la concepción retó-
rica, esto es, claramente, absurdo. Los puntos dé vistas presentados
por los adversarios no tiénden a converger en el transcurso de los
argumentos a favor y en contra que se presentan. Por el. contrario,
cuanto más tiempo dispone un parlamentario para construir sus -
argumentos y respuestas, más fácil se hace que proliferen las dis-
tintas perspectivas. El lado converso de ·esto se encuentra en fa
necesidad de simplificación de las alternativas con el fin de adop-

51
Veáse Redlich, 1905, especialmente p. 403.
KARl PALONEN 401

tar una posición sobre las propuestas dentro de las dos posibilida-
des una a favor y otra en contra.
Una exposición relativamente detallada.de las prácticas retóri-
cas del Parlamento inglés se encuentran en las máximas de William
Gerard Hamilton (al que se le conocía como el <<Hamilton de un
solo discurso») de la segunda mitad del siglo XVIII sobre el Parla-
mento inglés e irlandés, que se publicaron póstumamente bajo el
título de Parlamentary Logic. El libro contiene una ilustrativa con-
traposición retórica a la «verdad de las partes» del debate parla-
mentario. Si.Guizot y Habermas ofrece una visión platónica de la
situción ideal del discurso, Hamilton, por su parte, ofrece un.libro
inteligente de consejos del estilo franco parlamentario sofistico
sobre el arte de hablar «para vencen> a un oponente52 • Para Hamil-
ton: «la Retórica es el poder, o la facultad de considerar en cada
materia lo que contiene propiamente para persuadir»53 •.
No hay nada siniestro sobre el estilo de Bamilton .de analizar los
fenómenos desde la perspectiva de su potencial persuasivo, o más
concretamente, de describir las estrategias y las detalladas técnicas
retóricas del discurso persuasivo parlamentario. Por el contrario,
sus máximas nos proporcionan una clara representación de la pro-
funda que era la implicación que los parlamentos del siglo XVIII
contrajeron con la cultura retórica clásica y renacentista. Conside-
remos, por ejemplo, la máxima «En el apoyo de todo principio y
medida habrá siempre alguna excelencia y algunos defectos; de
suerte que sean sus méritos comparativo, y no su perfección, lo que
constituye su verdadera cuestión»54• Podemos ya apreciar; aquí la
idea de que resulta vano que un político espere algo para lo que
siempre es posible ofrecer algunas razones, porque de lo que se trata
es de la voluntad que juzga entre los méritos comparativos y los
deméritos de. las posibles. alternativas.
. Un ejemplo claro de la deuda con.la retórica también se incluye
en la fórmula: «Cuando se formula un argumento en tu contra para
probar una cosa, demuestra que se puede probar oJ:ra>>55 • Si un miem-
bro del Parlamento se muestra incapaz de hacer eso, entonces aquél
-.por aplicar los pronombres característicos de la época de Hamil-

52
Véase también Skinner, 2004.
53
Hamilton, 1806: 62.
54
Ibíd., p. 60.
55 Ibíd., p. 4.
402 EL GIRO CONTEXTUAL

ton- se le hace creer demasiado fácilmente lo que se presenta en


la propuesta. De hecho, me parece que la retórica parlamentaria
como la entiende Hamilton es, sobre todo, un instrumento para
aumentar las oportunidades de oponerse a la proposición, sin tener
que aceptar las propuestas del gobierno a cualquier precio.
Otras de las máximas que presenta Hamilton en las primeras
páginas de su colección es: «Haz que un vicio sea una virtud; y
viceversa»56 • Los lectores de Skinner rápidamente identificarán la
cita probablemente con la idea central del esquema de la paradiás-
tole, la redescripción retórica del valor normativo de los concep-
tos. De hecho, las máximas de Hamilton ilustran que este esque-
ma, a pesar de su valor simbólico en relación con la resistencia
hacia la retórica de la obra de Hobbes y de otros, no había desapa-
recido en manera alguna de los debates ingleses desde los tiempos
del Renacimiento, sino que había mantenido como uno de los ins-
trumentos más efectivos de persuasión de los parlamentarios.

V. ¿ESTÁ DESFASADA LA RETÓRICA


EN LOS.PARLAMENTOS?

El cambio histórico en.el poder político delparlamento se basa


en la inclinaéión de la balanza de poder del monarca en favor de
la forma parlamentaria de gobierno en la que la oposición decisi-
va se encuentre en el parlamento, entre el gobierno elegido poda
mayoría parlamentaria y la oposición minoritaria57 • Este duálismo
quizá se haga claramente visible en el tipo de mayorías del régi-
men de Westminster, pero también se encuentra presente en esti-
lo europeo continental de los gobiernos de coalición: La noéióh de
«pertenecern a una mayoría o a una minoría ha eliminado,· en los
dos tipos de gobiernos parlamentarios, muchas de las oportunida-
des de persuadir a los oponentes de ambas ·partes con los discur-
sos que se pronuncian en los plenos. La práctica de derrocar al par-
lamento cuando se cambiaba la mayoría durante las elecciones,
que fue especialmente dominante durante la III y N República en
Francia también se ha visto marginada58 •

56 Op. cit., 6.
57
Véase Redlich, 1905: 93-251.
58
Véase Rousselier, 1997, 2000.
K.ARl PALONEN 403

El aumento del número de problemas a tratar en la agenda par-


lamentaria ha limitado las oportunidades para que los parlamen-
tarios intervengan en el debate. Sobre todo las reformas de los pro-
cedimientos parlamentarios en el siglo XIX redujeron el tiempo de
intervención y las oportunidades de que las propuestas de sus
miembros se .pudieran discutir. La introducción de un salario a
tiempo completo y del personal administrativo durante el siglo XX
han hecho que no disminuyera el deseo de los parlamentarios de
contar con más tiempo.
Los procedimientos retóricos parlamentarios. impusieron :unas
limitaciones rigurosas a los miembros del parlamento. En un sen-
tido, cada pregunta, propuesta o discurso exige que los miembros
del parlamento asuman una posición personal, frecuentemente en
el sentido de desafiar la visión propia que se tiene. En la práctica
tales requisitos han conducido a menudo a ciertos mecanismos de
defensa entre los propios miembros del parlamento. Uno de esos
mecanismos se halla en el esprit de corps: de acuerdo con un pro-
verbio francés, un parlamentario comunista será.siempre más par-
lamentario que comunista. Son estos. mecanismos los que han soca'."
vado la construcción de la política parlamentaria en el nombre del
privilegio de. «los elegidos» o del «interés nacional» (frente a los
parlamentarios extranjeros), y por la alteración metonímica del
conflicto de opinión como un conflicto entre diferentes partes.
La concepción retórica del parlamento ha sido dificil de acep-
tar cuando el interés en los parlamentos tiende a limitarse exclu-
sivamente a la representación. Claramente, siempre habrá una ten-
sión inherente entre el papel representativo y deliberativo de los
parlamentos. El mandato libre ha sido la condición de la inteligi-
bilidad del carácter retórico del procedimiento del parlamento. En
términos de una teoría «estética» de la representación59, la distan-
cia entre los representados y los representantes parece legítima,
creando oportunidades para la política de deliberación. El sufra-
gio individual e igual sirve de bases para el control representativo
del parlamento.
Considerar el parlamento exclusivamente como una pieza efec-
tiva de maquinaria legislativa también tiende a socavar el carácter
deliberativo de su actividad. Desde el punto·de vista legislativo

59
Ankersmit, 1997.
404 EL GIRO CONTEXTUAL

resulta fácil condenar la «palabrería» parlamentaria, que fue reva-


luada por John Stuart Mill, como una parte inherente del gobier-
no libre60 • Desde el punto de vista retórico, el tiempo que se invier-
te en los debates y deliberaciones, incluyendo el proceso de las tres
lecturas, es la ventaja principal del parlamento, ya que deja tiem-
po para la deliberación entre puntos de vistas alternativos y pro-
puestas contrarias.
· ¿Deberíamos reconocer que el procedimiento parlamentario
está desfasado y que son los partidos y sus negociaciones los que
han triunfado sobre los parlamentarios particulares y sus delibe-
raciones? ¿O deberíamos de seguir insistiendo en que la caracte-
rística distintiva del parlamento está en sus procedimientos y prác-
ticas retóricas, que pueden que estén en el fondo, pero que nos
permiten entender la inteligibilidad característica del estilo parla-
mentario de la política?
Si consideramos la política y la historia del parlamento desde
el punto de vista retórico no tendríamos por qué resignarilos. El
rango de la concepción retórica del parlamento tiene más profun-
didad de lo que. comúnmente se ha astimido y, hablando en térmi-
nos generales, no se ha visto afectado por estos cambios en las
prácticas parlamentarias desde finales del siglo :Xrx. La ·concep-
ción retórica, sin embargo; se debería de actualizar adecuadamente.
Me gustaría proponer a continuación los primeros pasos a seguir
en esta dirección.

VI. UNA VISIÓN RETÓRIC:A DE LA POLÍTICA


PARLAMENTARIA

Los dos puntos de la visión de Skinner sobre.la cultura retórica


del Renacimiento a los que se opuso :frontalmente Hobbes y otros
adversarios de los retóricos y parlamentarios son el discurso in utram.,.
que partem y la redescripción de los conceptos en términos de la para-
diástole. Podemos construir el tipo ideal de parlamento sobre el énfa.,.
sis exclusivo de estos dos aspectos precisamente. Sobre todo, el
parlamento es un terreno de juego político en donde la consideración
sistemática de las propuestás de ambas partes siempre se encuentra

60
J. s. Mili, 1861: 117-118.
KARl PALONEN 405

en su punto más álgido~ O bien, el estilo parlamentario. de la política


es un paradigma para una política que funciona con la disolución de
las llamadas a la unidad,· la armonía o el consenso; elevando así la
cultura del argumento -Streitkultur-, como dirían los alemanes.
La concepción perspectivista del conocimiento en las ciencias
humanas que fue reactivado p_or Nietzsche y Weber en particular,
contrajo fuertes deudas con la retórica. Max Weber, el hijo de un
parlamentario y el mismo un hamo politicus d~ toda la vida, era
muy consciente de la relación entre el perspectivismo y el parla-
mentarismo. Las cuestiones políticas y las ciencias humanas a las
que se refieren siguen siendo controvertidas, como escribió Max
Weber en su artículo sobre la objetividad:
El carácter político y social de un problema s~ distingue por él hecho
de que no puede resolverse por la mera aplicación de consideraciones
técnicas para determinar sus fines, ese argumento puede y debe de plan-
tearse sobre los criterios reguladores del valor, y porque el problema se
acerca a la región de las cuestiones g~nerales culturales 61 •

La visión perspectivista también conformó la. crítica de Weber


a la forma burocrática del conocimiento y de los poderes superio-
res del Sachwissen, Dienstwissen y Geheimwissen, en contra de
los cuales defiende el papel de los políticos en general y del par-
lamento en particular62 • Weber se opone al burocrático Sachwis-
sen basándose en razones explícitamente retóricas, insistiendo. en
el valor de la argumentación pro et contra en la comprensión y en
el tratamienfo de un problema.
Mi tesis es que para Weber, el paradigma histórico se encuen-
tra precisamente en estos procedimientos y práéticas del Parla-
mente inglés63 • Los parlamentarios con experiencia reconoéerán
con más facilidad que nadie la concepción de Weber de que todo
análisis de la «vida cultural» depende de fas perspectivas de su
interpretación64 • El procedimiento parlamentario mismo se basa
precisamente en la confrontación de perspectivas tanto en las des-

füWeber, 1904: 153: «Das Kennzeichen des sozialpolitischen Charakters eines Pro-
blems ist es ja geradezu, dal3 es nicht auf Grund bloJ3 technischer Erwiigungen aus fes-
tstehenden Zwecken heraus zu erledigen ist, daJ3 um die regulativen WertmaJ3stiibe selbst
gestritten werden kann und muJ3».
62
Véase Weber, 1918.
63
Veáse para la teoría del conocimiento parlamentaria Palonen, 2004b.
64 Weber, 1904, 170-171.
406 EL GIRO CONTEXTUAL

cripciones de las situaciones como en el juicio y decisión que tie-


nen que ver con ellas. La preservación de la vieja tradición de las
tres lecturas y el amplio uso:dé los comites·de discusión fortale-
cen el perspectivismo del juicio. Aunque los discursos en el ple-
num rara vez cambian el voto, los miembros del parlamento están
tratando continuamente con opiniones contrarias y con la necesi-
dad de decidir entre ellas sin razones suficientes para tomar tales
decisiones, y sin la posibilidad de esconderse detrás de las opinio-
nes de los expertos ·o· de las de sus propios votantes. Los funcio-
narios, expertos, espeeialistas e· incluso los académicos tienden a
ser retóricamente demasiado ingenuos al invocar «lós hechos» o
«la ciencia». Los parlamentarios.se han acostumbrado·a conside-
rar tales invocaciones con cierta sospecha. Weber escribe, por ejem-
plo: «Un miembro del parlamento puede aprender a sopesar el
poder de los votos»65 •
Una ventaja del estilo parlamentario de la política se halla en
el hecho de que clialquier miembro del parlamento encuentra' siem-
pre una cierta oposición en la misma audiencia. No existen unas
líneas precisas de «liosotros en contra de elfos» en el parlamen-
to, sino, que más bien cada' punto de la agenda puede llegar a pro-
ducir una nueva constelación de opiniones en pfo et contra. Se ha
de imponer un cierto grado diseiplina razonable de partido en. el
régimen parlamentario, pero la necesidad «existencial» de rede.:.
fin.ir el punto de vista político de cada uno én cualquier debate
importante que exija el voto reafirn:ia el poder compartido de cada
miembro individual. Es posible que· se haga preguntas 'del tlpo:
¿Me puede llevar ·esta cuestión a provocar un conflicto con mi par-
tido?, ¿acaso no sería mejor utilitar unas formas más"suaves de
desacuerdo, o_puedb yo asegurar un·mayor Spieldriium de disi-
dencia en el':iuturo, si no pongo ahora en peligro el gobierno' de
la mayoría?66 • . ·· · · .

·Desde una perspectiva retórica la extendida opinión sobre fa


impotencia de los páffamentarios individtrales se podría llegar a
disputar. El interés exclusivo sobre la preocupación del gobierno
frente a la división de la oposición y el poder persuasivo_marginal

Weber, 1917: 287: «daB ... ein Parlamentarier im Kampf der Parteien zu lemen
65

vermag, die Tragweite des Wortes zu wiigern>.


66
Para una discusión del papel de la conciencia de un miembrodelparlarnento, véase
Hamm-Brücher, 1983.
KARI PALONEN 407

de las sesiones plenarias han distorsionado la situación. Otro punto


es que el poder actual en el que tienen participación los miembros
del parlamento no es el que imaginan que tienen como candida-
tos, existe un número de poderes que comparten, de los que sor-
prendentemente la mayor parte de· ellos no son conscientes: Los
procesos parlamentarios mismos proporcionan un número suficien-
te de oportunidades para.· oponerse a las opiniones establecidas o
la autoridad de los expertos, así como para manifestar un perfil
adecuado hacia el propio partido. -Semejantes recursos parecen, siri
embargo, ser desconocidos o infrautilizados por la: gran mayoría de
los miembros del parlamento, que carecen: tanto de la valentía y
de-la imaginación para convertirse en políticos de.propio derecho
sirviéndose de la retórica. ·
Los parlamentos se diferencian de la «plá.tafotrna retórica» 67
de las asociaciones, los partidos, los-intereses de fas organiza-
ciones y los «movimientos» debido a la presencia de fos adver-
sarios en la misma audiencia. Lo que hace que el prejuicio- que
acompaña al «nosotros» y la crítica fácil de los adversarios de
afuera se pueda evitar en los discursos parlamentarios. A pesar
dethecho de que los adversarios, como regla, no se fos puede
persuadir para·que cambien sus opiniones, las ventajas retóricas
del parlamento descansan en el propio enfrentamiento cara a
cara y en la correspondiente obligación de oírse las partes, de
responder y cambiar los instrumentos de la argumentación,· aun-
que no necesariamen.te el voto real. El proceso de dirigirse· direc-
tamente a los adversarios ha configurado a los parlamentos, par-
ticularmente desde el. sigfo XIX, cuandQ _las· intervenciones
improvisad~s en el debate;reei:nplazarbn en gran medida a los
discursos preparados de ~nterúatio 68 • El reconocimiento de la
oposición dentro de la plataforma oratoria sitvé de aplicación
parcial de la práctica retórica parlamentaria fuera de su contex-
to original. ·
Incluso los especialistas en la investigación parlamentaria tien-
den a negar que los debafes parlamentarios sean loci de innovacio-
nes creativas políticas69 • Debido, siri"embargo, a las improvisacio-
nes y al intercambio de réplicas, bien podríamos defender que la
67
Meisel, 2001.
68
Véase, por ejemplo, Cormenin, 1844.
69
Por ejemplo, Steinmetz, 2002.
408 EL GIRO CONTEXTUAL

verdad es más bien la opuesta. La redescripción de la paradiásto-


le de los conceptos se puede originar perfectamente en las obser-
vaciones espontáneas y réplicas de los debates parlamentarios, en
medio del fragor del debate con un oponente sin que medie mucha
reflexión. Frecuentemente son los políticos; ·o los periodistas que
escriben sobre los políticos, los que primeramente introducen los
cambios conceptuales renombrando oreiriterpretando el rango de
significado de un concepto. Igualmente, la urgencia inherente de
un fuerte debate político puede ser fundamental en la introducción
de un cambio en las confusiones conceptuales que puedan tener
un amplio rango de consecuencias70 •
Dentro de una cultura política, en la que la autoridad del «pue-
blo» y del experto se consideran como un hecho, los parlamentos
se convierten en una contracultura retórica. Desde esta perspecti-
va, el fortalecimiento _de. los poderes parlamentarios, incluyendo
la creación de sus propios expertos en oposición a la burocracia
del gobierno, aparece ·como una objetividad política fundamental.
Lo que, no obstante, requiere una revisión del procedimiento dél
parlamento; particularmente en un aspecto crucic1l: la extensión
del discurso depro et contra para que contenga los problemas
que se van a debatir en la agenda parlamentaria. La política hoy
en día se ha diferenciado en gran medida del descubrimiento Cle
diferentes respuestas a la lucha sobre la agenda política del
momento.
Me he servido de las provocadoras reivindicaciones de Skin-
ner sobre .el carácter retórico Clel lenguáje político y Clela acción
el
con el fin Cle explicar papel de la. retórica en relación éon las
asunciones tácitas sobre los procedimientos y prácticas parla-
mentarias actuales. El procedimiento constitutivo y el papel polí-
a
tico de.la retórica nunca llegaron perderse en aquellos regíme-
nes que conservaron el parlamento con un poder efectivo,
mientras que desempeñaron un papel.sólo ornamental en los regí-
menes actuales presidencialistas y en otros regímenes no parla-
mentarios. Como si de un «tesoro escondido» se tratara71 del esti-
lo parlamentario de la política, la cultUra retórica de hablar a favor
y en contra, y la: voluntad Cle participar en. las revisiones concep-
tuales como Un producto·adiciónalde las batallas retóricas mere-

70
Véase Palonen, 2005.
71
Skinner, 1998: 112.
KARI PALONEN 409

cen que se reactiven e incluso que se extiendan fuera de los par-


lamentos. Además, tal vez sea el momento de reconsiderar el
papel político de los votantes individuales y animarlos para que
se vean a sí mismos como los miembros. que pueden salir elegi-
dos en los futuros parlamentos.

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Por el momento 20.ª impresiones en inglés (7 en pasta dura, 13 en blanda).
Traducido al castellano, coreano, chino, francés, griego, italiano, portu-
gués.
2. The Foundations ofModem Political Thought: Volumen II: The Age of
Refonnation.
vi+ 405 pp., Cambridge University Press, 1978.
Ahora en la 19.ªimpresión en inglés (7 en pasta dura, 12 en blanda).
Traducido al castellano, chino, francés, griego, italiano, portugués.
3(a) Machiavelli.
vii + 102 pp., Oxford University Press, 1981.
11 impresiones en pasta blanda en inglés.
3 (b) Machiavelli: A Very Short Introduction [Una versión revisada de
3 (a)].
x + 110 pp., Oxford University Press, 2000.
En estos momentos en la 8.ª edición en castellano (todos en pasta blanda).
Traducido al castellano, coreano, chino, checo, francés, griego, hebreo,
húngaro, indonesio, italiano, japonés, portugués,-rumano, sueco.
4. Meaning and Context: Quentin Skinner and.his Critics, ed. James Tully.
pp. xii + 353 pp., Polity Press y Princeton University Press, 1988.
Traducido al coreano, chino, japonés; ·
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xvi + 477 pp., Cambridge University Press, 1996.
5! impresión en inglés (2 en pasta dura, 3 en blanda).
Traducido al chino y al portugués.
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xiv + 142 pp., Cambridge University Press, 1998.
Ahora en la 10.ª edición en inglés (2 en pasta di.ira, 8 en blanda).
Traducido al castellano, chino, francés, griego, italiano, portugués y ruso.
7. [con Yves-Charles Zarka], Hobbes: TheAmsterdam Debate, ed. Hans
Blom.
87 pp., George Olms, Hildesheim, 2001.
8. Visions ofPolitics: Volumen I: Regarding Method.
xvi + 209 pp., Cambridge University Press, 2002.
Ahora en la 4.ªimpresión en inglés (1 en pasta dura, 3 en blanda).
Traducido al, italiano, portugués, Se esperan traducciones en castellano
y griego. · ·
Los capítulos 4,5, 6 y 9 han sidó traducidos al castellano en Enrique
Bocardo (ed.), El Giro contextual, Tecnos, Madrid, 2007.
9. Visions ofPolitics: Volumen II: Renaissance Virtues. ·
xix + 461 pp., Cambridge University Press, 2002.
Ahora en su 3.ª impresión (1 en pasta dura, 2 en blanda).
[415]
416 EL GIRO CONTEXTUAL

Traducido al italiano. Se espera traducciones en griego y castellano.


El capítulo 10 ha sido traducido en Enrique Bocardo (ed. ), El Giro con-
textual, Tecnos, Madrid, 2007.
Dos secciones han aparecido separadamente en castellano y portugués:
(a) Hobbes e a teoria clássica do riso.
88 pp., Brazil: Editora Unisinos, 2002.
(b) El Nacimiento del estado.
94 pp., Editorial Gorla, Buenos Aires, 2003.
10. Visions ofPolitics: Volumen ID: Hobbes and Civil Science.
xvii + 386 pp., Cambridge University Press.
Ahora en su 3.ª impresión en (1 en pasta dura, 2 en blanda).
Se esperan traducciones en castellano y en griego.
11. L'artiste en philosophie politique.
187 pp. (con grabados en color), Editions de Seuil, París [Raisons d'a-
gir Éditions], 2003.
Traducido al turco; una traducción castellana en prensa.

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Basil Blackwell; Oxford, 1972.
2. (Coeditor y participante), Philosophy in History.
Cambndge University Press, 1984'.
Ahora en la 8.ª ilnpresión en inglés (2 en pasta dura, 6 en blanda).
Traducido al castellano.
3. (Editor y participante), The Return of Grand Theory in the Human
Sciences.
Cambridge University Press, 1985.
En 12.ª impresión en inglés (2 én pasta dura, 10 en blanda).
Traducido al castellano, griego, japonés, polaco, portugués y turco.
4. (Coeditor y participante), The Cam.bridge History ofRenaissance Phi-
losophy.
Cambridge University Press, 1988.
En la 7.ª-iI):lpresión (2 ei+ pasta dura y 5 en blanda).
5. Machiavelli, The Prince, co-edited (with Russell Price) with an Intro-
duction.
Cambridge Texts in the History ofPolitical Thought.
Cambridge University Press, 1988. ·
35.ª impresión (17 en pasta dura y 18 en blanda).
6. (Coeditor y participante), Machiavelli and Republicanism.
Cambridge University Press, 1990. ·
4.ª impresión én inglés (2 en pasta dura, 2 en blanda).
Traducidó al chino. ·
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420 EL GIRO CONTEXTUAL

1979: «Taking Off», New York Review ofBooks, 22, marzo, pp. 15-16.
1980: «Duellist>>, New YorkReview ofBooks, 24, enero, pp. 39-41.
1981a: «The End of Philosophy?», New York Review ofBooks, 19, marzo,
pp. 46-48. .
1981b: «The World as a Stage»,New YorkReview ofBooks, 16, abril, pp. 35-37.
1982: «Habermas's Reformation>>, New YorkReview ofBooks, 7, octubre,
pp. 35-38.
1985: <<Ms Machiavelli», New YorkReview ofBooks, 14, marzo, pp. 29-30.
1990: «The Past in the Present>>, New York Review iJf Books, 12, abril,
pp. 36-37.
1991: «Who are "We"? Ambiguities of the Modera Self», Jnquiry, 34,
pp. 133-53.
1996: <<l3ringing Back a New Hobbes», New York Review ofBooks, 4, abril,
pp. 58-61.
1999: «The Advancement ofFrancis Bacon>>, New York Review ofBooks, 4,
noviembre, pp. 53-56.
2002: <<A Third Concept of Liberty>>, London Review ofBooks, abril 2002.

V. ENTREVISTAS

1997: <<An Interview with Quentin Skinnern, Cogito, 11, pp. 69-78.
1998: «Ü anjo ea história», Folha de S. Paulo, 16, agosto, pp. 6-7.
2000: <<Against Servitude», CSD Bulletin, vol. 7, n. 0 2; pp. 10-13.
2000: <<lntervista a Quentin Skinner: Conseguire la liberta promuovere l'u-
guaglianza>>, n pensiero mazziniano, 3, pp. 118-122.
2000: «Entrevista: Quentin Skinnern, en As muitas faces da história,
ed. Maria Lúcia Pallares-Burke, Brazilia, pp. 307-339.
Traducido en The New History: Confessions and Conversations,
ed. Maria Lúcia Pallares-Burke, Cambridge, 2003.
2002: <<Encountering the Past: An Interview with Quentin Skinnern, Finnish
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2003: <<La Liberta Política edil Mestiere dello Storico: Intervista a Quentin
Skinnern, Teoria Politica, 19, pp. 177-185.
2007: <<La historia de mi historia: una entrevista con Enrique Bocardo», en
El giro contextual, ed., Enrique Bocardo, Tecnos, Madrid.

VI. BIBLIOGRAFÍA

1994: H. Rosa, «The History ofldeas and the Nature of Political Theory: The
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1995: M. Edling y U. Morkenstam, «Quentin Skinner: From Historian. of
Ideas to Political Scientist>>, Scandinavian Political Studies, 18, pp.
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1996: <<Dossier Quentin Skinnern, Krisis, 64.
1997: Kari Palonen, «Quentin Skinner's rhetoric of conceptual change», His-
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2003a: Kari Palonen: History, Politics, Rhetoric, Cambridge, Polity Press.
2003b: Kari Palonen, Die Entzauberung der Begriffe: Das Umschreiben der
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2006: Rethinking the Foundations of Modern Política/ Thought, ed. Anna-
bel Brett y James Tully, Cambridge University Press, en prensa para
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2007: El giro contextual: Cinco ensayos de Quentin Skinner, y seis comen-
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