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FAMILIA
“UNIÓN DE HECHO”
ARTÍCULO 326 CÓDIGO CIVIL
“UNIÓN DE HECHO” ARTÍCULO 326 CÓDIGO CIVIL
Sobre esta materia, los especialistas reducen a dos categorías las normas
constitucionales, a saber: normas programáticas y normas autónomas. Las
primeras son aquellas que proponen un postulado, requiriendo de una ley que lo
desarrollo. Así, por ejemplo, en el caso de la norma referida a las causas de
separación y de disolución de matrimonio, contenida en el último párrafo del
artículo 4 de la Constitución, que remite expresamente a una ley –el Código Civil-
la regulación de las mismas. Las segundas son aquellas que pueden ser
aplicadas inmediatamente, por no requerir un desarrollo legislativo. Así por
ejemplo, en el caso del principio de igualdad de categorías de filiación (todos los
hijos tienen iguales derechos y deberes junto a sus padres), establecido en el
tercer párrafo de artículo 6 de la Constitución Política del Perú.
LOS PRINCIPIOS
CONSTITUCIONALES DE
LA FAMILIA
¿Qué son y cuáles son los tipos ¿Para qué sirven los principios
de principios constitucionales de constitucionales de la familia?
la familia?
Dos son las funciones de los principios
Son el conjunto de normas orientadoras constitucionales de la familia:
que constituyen la base de sistema
Función legisladora: permiten desarrollar
jurídico familiar.
las normas de menor grado dentro de los
Son de dos tipos: alcances que propone cada principio
constitucional.
Programáticos, cuando se proponen un
postulado sin desarrollarlo, desarrollo Función interpretadora: permiten encontrar
que generalmente se remite a una ley. el verdadero sentido de las normas de
menor grado e integrar el sistema jurídico
Autónomos, cuando no requieren de una en caso de defecto o deficiencia de ley.
ley que desarrolle el postulado que
proponen, se pueden aplicar
inmediatamente.
De otra parte, debe distinguirse este principio del referido a las causas de
separación y de disolución del matrimonio, tratado igualmente en el último
párrafo del artículo 4, no pudiéndose sostener que la promoción del
matrimonio trasciende en su indisolubilidad, toda vez que se expresa y
reconoce la disolución del vínculo matrimonial por las causas que
establezca la ley.
LOS PRINCIPIOS DE
PROTECCIÒN DE LA
FAMILIA Y DE
Constitución de 1993, artículo 4:
PROMOCIÒN DEL
MATRIMONIO “La comunidad y el Estado protegen
especialmente al niño, el adolescente, a la
madre y al anciano en situación de abandono.
También protegen a la familia y promueven el
matrimonio. Reconocen a estos últimos como
institutos naturales y fundamentales de la
sociedad.
Este principio significa que todos los hijos tienen iguales derechos y
deberes frente a sus padres. En tal virtud, los hijos matrimoniales,
extramatrimoniales y adoptivos se encuentran en un mismo trato paritario
ante la ley.
Pero para poder cumplir con los derechos y deberes que corresponden a
los hijos, debe conocerse previamente quienes son los padres. Existe
pues una íntima relación entre el derecho del niño a conocer a sus padres
2. CONCEPTO
La poca atención que la doctrina jurídica suele dedicar a esta figura y la forma
fragmentaria y dispersa con que es tratada en la mayoría de las legislaciones,
hacen que las características y consecuencias de la misma no aparezcan con
entera claridad.
3. ORIGEN Y EVOLUCIÓN
El concubinato tiene un origen muy remoto, pues le admitió ya, como institución
legal, el Código de Hammurabi, que es el más antiguo que se conoce (año 2000
a.C.); pero no ha tenido siempre las mismas características, ni ha sido acogido
en todos los pueblos y épocas en análogas condiciones legales.
Entre los germanos existió también el concubinato, sobre todo para las uniones
entre libres y siervos, debido a la repugnancia que esos pueblos sintieron por los
matrimonios entre gentes de desigual condición; pero después fue sustituido por
el llamado matrimonio de mano izquierda o morganático, en virtud del cual la
mujer de condición inferior no participaba de los títulos ni rango del marido, y los
hijos seguían la condición de la primera sin heredar.
Entre las legislaciones que se ocupan del concubinato, hay algunas que lo
prohíben y sancionan, y otras que, al contrato, brindan a la concubina y a sus
hijos ciertos derechos. A este último grupo pertenece la ley mexicana, que
reconoce a la concubina, dentro de ciertas condiciones, los derechos alimentario,
hereditario, de intentar la investigación de la paternidad y de hacer valer una
presunción de filiación a favor de los hijos. En el Brasil, la ley equipara la
concubina a la esposa legítima, y , en el mismo terreno, un acuerdo municipal de
Bogotá otorga a la concubina, en ciertos casos, un derecho al seguro del
empleado u obrero. Hay, en fin, legislaciones que no aluden directamente al
concubinato, pero lo hacen indirectamente, como cuando determinan que hay
impedimento matrimonial si uno de los pretendientes ha mantenido relaciones
sexuales con algún ascendiente o descendiente del otro.
Las razones por las cuales se pone empeño en extirpar el concubinato no son
únicamente, como lo hacen notar Planiol y Ripert, de orden religioso, sino de
carácter sociológico; y pueden resumirse en que la libertad sin límites de que
gozan los concubinos es incompatible con las familias que crean. En efecto:
5. EL CONCUBINATO EN EL PERÚ
Como en todos los países del mundo, en el Perú se registra también el fenómeno
concubinario.
Aunque insuficientes, los datos del Censo nacional de 1972 resultan en este
sentido ilustrativos:
Por su parte, el censo de 1981 comprobó que de los 3. 436,000 jefes de familia,
el 10 % declararon ser solteros, el 17 % convivientes, el 60 % casados, el 10 %
viudos y el 3 % divorciados o separados (de los que resulta que, contrariamente
a una extendida impresión empírica, los hogares de base matrimonial
representan hoy el 73 % del total, en tanto que los de base concubinaria sólo
alcanzan al 17 %).
Los datos transcritos no permiten subclasificar todos los casos que envuelven
las cifras, pero presumiblemente hay que distinguir entre ellos al menos las
cuatro situaciones siguientes:
Ahora bien, en nuestro concepto, las dos últimas situaciones no son, en realidad,
casos de concubinato, sino verdaderamente matrimonios.
En esa oportunidad, se discutió acerca de cuál podría ser una solución adecuada
del mencionado problema; y se recordó las distintas soluciones planteadas a
nivel de la doctrina jurídica.
Aquella Comisión Reformadora terminó por aceptar el criterio expuesto por uno
de sus miembros, el señor Olaechea, en el sentido de que el problema de la
posible expoliación de la mujer abandonada por su concubino podría ser
resuelto, sin necesidad de legislar sobre el concubinato, mediante la aplicación
de la norma (contenida en el art. 1149 del Código de 1936), según la cual “aquel
que se enriquece indebidamente a expensas de otro, está obligado a la
restitución”.
Como es notorio en casi todos estos casos el problema que concitó la atención
de legislador fue el referente a la propiedad de bienes; pero no consideró otros
aspectos importantes, como el de los alimentos, la herencia o la indemnización
del daño moral.
En cuanto a la prueba del concubinato, parece evidente que cuando los mismos
interesados están de acuerdo en el hecho de su unión no debería obligárseles a
litigar para demostrarlo, al menos para las relaciones entre ellos. La fórmula
adoptada por el nuevo Código, aunque de alguna manera es posible que haya
tenido in mente los intereses de terceros, resulta obligando a los concubinos en
todo caso y para todos los efectos a probar dentro de juicio su condición de tales.
Ha de admitirse, de otro lado, que esta suerte de regulación del concubinato, que
por primera vez se hace en el Perú a nivel del Código Civil y aun a nivel
constitucional, no dejará de presentar, especialmente en las relaciones con
terceros, problemas de ardua solución, visto que entre las reglas propias de
régimen de comunidad de gananciales figuran las concernientes a la facultad de
gravar y/o disponer de los bienes comunes, siendo así que no existe –ni podría
existir- registro alguno que sirva a los terceros de fuente fidedigna de
información. A menos, pues, que, por haber probado los concubinos la posesión
de estado dentro del juicio correspondiente, pidan y obtengan del juez que se
notifique de ellos a tales o cuales terceros, éstos no tienen cómo ni por qué
conocer la existencia de la unión de facto, para ellos, pues, se tratará de dos
personas individuales en situación, para estos efectos, semejante a la del soltero.
6. EL SERVINAKUY
Señálese, por lo demás, que este nombre, aunque es el más conocido como
referencia en el Perú occidental, no es unánimemente utilizado por quienes
practican esa forma de unión marital. La denominación varía según la región. Se
llama warmichakuy en el Cusco, ujtsiña y servinakuy en parte de Puno,
uywanakuy, servinakuy o rimaykukuy en Ayacucho, phaway tintuska en
Apurímac, champatiqraqchay en Huancavelica, muchada, civilsa o civilia en
Junín, la pañaca servinakuy o sirvicia en Huánuco, mushiapanaki, tinkunakuspa,
watanakuy, taatsinakuy, mansiba o servinakuy en Ancash.
Von Tshudi afirma que la “cópula anticipada” existió en numerosos pueblos del
Nuevo y de Viejo Mundo.
El arraigo del servinakuy debió haber sido muy hondo desde que los españoles
tropezaron con gran dificultad en su intento, no logrado sino en parte, de
extirparlo: el Concilio Provincial de Lima, reunido en 1582, las Sinodales del
Arzobispado de 1613 y las Ordenanzas de Toledo prohibieron el “matrimonio a
prueba” a veces bajo severas sanciones.
Es probable que por la novedad del fenómeno a ojos de los conquistadores o por
la deficiencia de sus investigaciones o por obra de los prejuicios, estas
informaciones, no siempre congruentes, no correspondan por entero a la
realidad. Se debe reconocer que esta situación se mantiene, en buena parte,
hasta hoy.
Dícese, de otro lado que “inicialmente fueron los sociólogos quienes se ocuparon
de las uniones matrimoniales llevadas a cabo en la población andina. Sea por
deficiente información o por error metodológico, esos primeros estudios llevaron
a la conclusión de que el matrimonio andino existía. Estas uniones se llevaban a
cabo sin obligaciones ni responsabilidades, dentro, de una “supuesta” institución
al que se le denominó “matrimonio de prueba” o servinakuy término este último
tomado de los estereotipos mentales de la población mestiza”.
Es una posición crítica, Núñez de Prado dice textualmente: “Mucho me temo que
gran parte de las sociedades indígenas en que se considera el servinakuy como
matrimonio de prueba, no se trata sino de un error debido a la observación algo
superficial o también al hecho harto frecuente de que los observadores tomen
como referencia única los patrones de su propia cultura, tratando de identificarlos
por su forma, antes de que por su función. De aquí que se tome en cuenta sólo
Son circunstancias como las reseñadas las que han inducido a carios estudiosos
a sostener que el servinakuy –con este nombre o con otro- constituye en verdad
un matrimonio “sociológico” o de Derecho Natural o consuetudinario,
suficientemente definido, profundamente arraigado, considerablemente
difundido y merecedor , por ello, de no seguir siendo ignorado por el
ordenamiento oficial del País. Son ella también, sin duda, las que explican por
què, por ejemplo, el Decreto Ley Nª 17716 sobre reforma agraria ha acogido la
figura.
presencia del cristianismo entre los indígenas: casi no hay uno que no haya sido
bautizado, la celebración de festividades religiosas es costumbre muy arraigada
y durante el servinakuy se realiza el casarakuy, que es el matrimonio católico.
Abonaría esa posibilidad, aunque con menos énfasis que en el caso del
matrimonio canónico, la razón sociológica de que el servinakuy –llámesele así o
con otros nombres- es una suerte de unión matrimonial de Derecho
consuetudinario, que se practica desde hace siglos en extensos sectores de la
población campesina de Perú.
deberes semejantes a los del matrimonio, origina una sociedad de bienes que
se sujeta al régimen de la sociedad de gananciales, en cuanto le fuere aplica-
ble, siempre que dicha unión haya durado por lo menos dos años continuos.
b) Además, debe ser una unión entre un hombre y una mujer, es decir, debe
tratarse de una unión heterosexual, quedando descartadas las parejas homo-
sexuales.
242 del Código Civil que regulan los impedimentos absolutos y relativos, res-
pectivamente, para contraer matrimonio.
Por cierto, el que uno de los concubinos hubiera procreado hijos en una rela-
ción distinta a la concubinaria no implica que tenga impedimento matrimonial,
como lo ha resuelto la Corte Suprema mediante fallo del 9 de octubre de 1996,
en el que una tercera pretendió demostrar que el concubino se encontraba
incurso en tal impedimento por haber exhibido una partida de nacimiento en la
que el conviviente -que había fallecido- figuraba como el padre de una menor.
h) Debe ser una unión notoria, pública, cognoscible por los terceros; de allí que
la propia norma civil haga referencia a la "posesión de estado". No debe ser
oculta, clandestina, pues ello podría denotar que la situación de los
convivientes podría encontrarse al margen de tales exigencias.
i) Es evidente que las uniones libres, por ser tales, carecen de las formalidades
que se requieren para la celebración del matrimonio. Los concubinos asumen
una relación de manera voluntaria, y así la sostienen, sin recurrir a autoridad
alguna, especialmente en nuestro medio en el que, a diferencia de las
legislaciones escandinavas o de las que se inspiran en ellas (como Francia,
Alemania y algunas autonómicas de España), no existen registros para las
convivencia more coniugali.
quien, con agudeza, señale que también podría considerarse como "forzosa" la
convivencia en la que uno o los dos miembros tienen ligamen nupcial anterior
del cual no pueden desprenderse, muchas veces por razones ajenas a su propia
intención.
Es cierto, por otro lado, que el Código no castiga de manera directa al concu-
binato adulterino en el sentido de asignarle efectos perjudiciales a la relación
convivencial en sí misma, pero podría servir de justificación para el cónyuge a
fin de poder demandar la disolución del matrimonio por causal, con las
consecuencias que la ley prevé en contra del comúnmente calificado como
cónyuge culpable dentro de las normas del divorcio-sanción que coexisten con
la reciente modificación que introduce el divorcio por el cese efectivo de la
convivencia y siempre que no se hubiere cumplido el plazo de caducidad
establecido por el artículo 339 del Código Civil para fundar la acción en el
adulterio.
ninguna objeción para que los convivientes determinen de modo conjunto lo que
más les convenga en este terreno.
Debido a la pobreza del Código se puede dudar sobre la exigibilidad del deber
de asistencia y, más precisamente, del deber alimentario. Se cree que el propio
Código genera esta duda que podría derivar en una absurda doble contradicción.
Esta sentencia contiene una serie de aspectos que vale la pena analizar. En
primer lugar, el Supremo Tribunal alude a "deberes emergentes" de la unión de
hecho que no detalla. Si quisiéramos forzar una interpretación no cabría otra que
entender que se refiere a la asistencia recíproca que se deben los convivientes,
a los cuales hemos considerado aplicable el artículo 288 del Código Civil. En
No existe prohibición sobre los pactos que pueden celebrar los convivientes para
regular sus relaciones patrimoniales. Simple y llanamente la norma se aplica de
manera supletoria en ausencia de pacto específico y solo en ese momento
(cumplidos los requisitos de la unión de hecho) los bienes se presumirán
comunes.
Los pactos patrimoniales entre concubinos, que tienen como fin garantizar
recíprocamente los aspectos económicos de la convivencia, resultan ser válidos.
Nada nos indica que ellos sean nulos o inválidos.
Es claro que los pactos a los cuales aludidos se presentan como una mejor
solución a la aplicación de un régimen legislativo que pretende ser asfixiante. Se
trataría, sin duda, de contratos atípicos que posiblemente resolverían mejor las
controversias patrimoniales entre los interesados por permitirles organizarse de
manera adecuada y anticipada. Y que no se diga que no es conveniente
ampararse en la doctrina italiana bajo el argumento de que, en Italia, al no existir
normas para el concubinato, ha tenido que ser la Corte de Casación la que
admita los pactos, mientras que en el Perú sí hay legislación al respecto.
También son admitidos por el Supremo Tribunal en España. Lo que sostengo es
que no veo impedimento, ni ilicitud ni inmoralidad, para dar cabida a estos
acuerdos. ¿Qué lo prohíbe? ¿Una interpretación excesivamente literal del
artículo 326 del Código? La sociedad de gananciales como régimen debería ser
supletorio (FERRANDO). Es la tendencia; así ocurre en Francia con el PACS, en
las algunas legislaciones autonómicas de España o en Bélgica.
En esta misma línea, considero admisible que los concubinos puedan sustituir
o apartar la aplicación, en cuanto sea posible, del régimen de la comunidad de
bienes, para lo cual podrían otorgar un documento en el cual den cuenta de
aquellos bienes que adquirieron y estipular la forma en que liquidarán tal
El artículo 326 del Código dispone que la unión de hecho termina por muerte,
ausencia, mutuo acuerdo o decisión unilateral. En este último caso el juez puede
conceder, a elección del abandonado, una cantidad de dinero por concepto de
indemnización o una pensión de alimentos, además de los derechos que le
correspondan de conformidad con el régimen de la sociedad de gananciales.
acreditar la entrega de dinero (que es la mejor prueba) para tal o cual compra o
inversión. También deben valorarse aspectos como la dedicación de uno de los
cónyuges al cuidado del hogar y crianza de los hijos, su renuncia a participar en
el mercado laboral y oportunidades de desarrollo profesional y personal como
una prueba de la contribución al esfuerzo común, al ahorro o a dejar al consorte
en la posibilidad de que se dedique a labores fuera de la casa. La entrega al
trabajo doméstico es valiosa por sí misma. No descarto casos en los cuales se
acredite que los aportes respondan a proporciones no idénticas, en cuyo caso el
juez deberá evaluar las variantes que he comentado, de modo complementario.
Si no existen mayores pautas que den lugar a que el juez establezca cuotas de
participación diversa, es claro que los bienes adquiridos (en ausencia de pactos,
por cierto) serán reputados como adjudicarles a cada conviviente en una propor-
ción similar. Así lo ha resuelto la Corte Suprema mediante sentencia del 21 de
mayo de 1998, fallo en el cual el Tribunal, en un caso de cese por decisión unila-
teral de uno de los convivientes, decidió reconocer que a cada concubino corres-
pondía la mitad del inmueble adquirido durante la convivencia. Sin embargo, no
se debe olvidar que para ello las Cortes Superiores, mediante acuerdo N° 8 del
Pleno Jurisdiccional de Familia del año 1998, entienden que previamente a la
liquidación debe encontrarse acreditada (en previo proceso) la convivencia.
El problema que suscita, en todo caso, tiene que ver con el quantum. Y ello
resulta de especial interés por cuanto deben apuntalarse dos criterios que los
jueces deberían considerar. En primer lugar, que no puede tratarse de una suma
que asfixie al demandado pues ello podría atentar contra su libertad de constituir
una nueva familia. En segundo lugar, la indemnización no puede tener como
objeto garantizar de por vida la colmación de las necesidades del abandonado.
implica una modificación del artículo 474 del Código vigente, va más allá de la
Constitución y consolida una forma de vida que para él no es merecedora de
estímulo. En rigor, el derecho a una pensión alimenticia en caso de abandono
fue introducido por la Comisión Revisora (que estudió las propuestas de la
Comisión Reformadora).
Creo que si las partes hubieran celebrado algún pacto para regular la prestación
alimentaria a cargo de quien decide retirarse del hogar, habrá que estar, de
preferencia, a lo acordado por los propios interesados, inclusive cuando determi-
nen el contenido de la obligación, los presupuestos para su nacimiento, el modo
y plazo de cumplimiento, las causas de extinción y todas aquellas circunstancias
que afecten a la misma. En esa medida, la norma que impone la obligación de
indemnizar o de pagar una pensión alimenticia debería ser de aplicación
supletoria, en caso de ausencia de pacto entre los convivientes.
Si no media acuerdo alguno entre los consortes, y el juez, a elección del aban-
donado, decide una pensión alimenticia, es claro que tendrá sustento normativo
“FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS” Página 46
“UNIÓN DE HECHO” ARTÍCULO 326 CÓDIGO CIVIL
para fijarla y ordenar su pago. Sin embargo, es aquí donde surgen las paradojas
y contradicciones derivadas de la deficiente regulación del concubinato y del
apresuramiento de la Comisión Revisora sobre este tema.
Empecemos por decir que cuando se termina la unión de hecho que motiva el
abandono, los afectos concluyeron pero eso no inhibe ni deja de hacer exigible
un mínimo deber de solidaridad de quien deja el hogar. Pero el juez deberá
valerse de argumentos concretos, sólidos, que superen la dimensión moral del
deber de solidaridad, basándose, al efecto, de la comprobación de las reales
necesidades del abandonado y de la capacidad económica del concubino que
puso fin a la unión.
Pero el tema no queda allí. ¿Cuánto tiempo va a ser exigible esa pensión
alimenticia entre convivientes? Recordemos que el primer párrafo del artículo
350 del Código Civil establece que por el divorcio cesa la obligación alimenticia
entre marido y mujer. Sin embargo, el segundo párrafo de esta norma prescribe
que si el divorcio se declara por culpa de uno de los cónyuges y el otro careciere
de bienes o de gananciales suficientes o estuviere imposibilitado de trabajar o
de subvenir a sus necesidades por otro medio, el juez le asignará una pensión
alimenticia no mayor de la tercera parte del culpable. Éste es el criterio que
parece haber seguido la Corte Suprema en la sentencia del 7 de junio 1993 que
comentamos en precedencia, en lo que respecta al monto y a que la convivencia
había tenido más de treinta años, pues era claro que la conviviente a la cual no
se le daba más la atención y asistencia que tuvo (pese a que los concubinos
seguían viviendo juntos) posiblemente no estaba en condiciones de valerse por
sí misma.
Es cierto que en ello puede haber existido, de parte del legislador, temores o
desconfianza a la prueba testimonial que, a decir verdad, en los últimos tiempos
ha perdido credibilidad. Pero ello no Quede condenar a los concubinos a docu-
mentar su relación para que sea admitida por el derecho.
No obstante, sin una adecuada publicidad toda exigencia de juicio previo es inútil.
Siendo así, la regulación jurídica de la unión de hecho debe tener por objeto
imponerle mayores cargas legales, haciéndolo menos atractivo; lo que
virtualmente fomentará el matrimonio. Por tanto, se justifica que
excepcionalmente se reconozca a la unión de hecho como productora de
determinados y exclusivos efectos personales y patrimoniales.
El rasgo que, decididamente, distingue una unión de hecho de una mera relación
circunstancial, es el de la cohabitación. Si los convivientes carecen de un
domicilio común, no es posible sostener la existencia de una unión de hecho
para los diversos efectos que ésta puede invocarse en el ámbito jurídico. En
concordancia con lo expuesto, la norma constitucional señala que los
convivientes "forman un hogar de hecho". Esta cohabitación implica, por tanto,
la comunidad de vida; la que conlleva la comunidad de lecho.
Sin embargo, este último requisito no debe ser apreciado como indispensable
para todos los casos. Frente a los hechos mismos, de los cuales se hacen derivar
consecuencias jurídicas, no cabe hacer incidir los impedimentos que están
destinados a evitar el surgimiento de un estado de familia, cuya trascendencia
no puede ser equiparada a las consecuencias que se siguen de determinados
hechos. Y es que los efectos jurídicos provenientes o vinculados a la unión de
hecho, se producen igualmente haya o no tales impedimentos, los que quedan
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“UNIÓN DE HECHO” ARTÍCULO 326 CÓDIGO CIVIL
determinados por las circunstancias fácticas que rodean al hecho que nos ocupa,
y entre las cuales figura la vida en común de la pareja. Es por esto que el
legislador puede establecer ciertas excepciones expresas —a la regla
constitucional— cuando medien impedimentos matrimoniales; como ocurre, p.
ej., cuando se define el concubinato para efectos de la reclamación de la
paternidad extramatrimonial, en el que es intrascendente la existencia o no de
impedimentos matrimoniales entre el hombre y la mujer que la conforman
(artículo 402, inciso 3, del Código Civil); o, cuando se considera la comunidad de
vida para mantener irrepetibles los alimentos ya abonados (artículo 1275 del
Código Civil).
Se cita, en los orígenes romanos de esta noción, la historia contada por Ulpiano,
de un esclavo, Barbarius Philipus, que no sólo se hizo pasar por ciudadano libre,
sino que —por el error de los demás— llegó a ser elegido pretor; y como tal,
emitió decretos e intervino en distintas actuaciones oficiales. Al descubrirse el
error, se planteó la duda de si debían anularse todos los actos en que aquél
había intervenido; pero, por la seguridad jurídica, la opinión prevaleciente fue la
de mantener la validez de tales actuaciones. De esta manera se formuló la
máxima que "el error común hace derecho" (error comunis factius; Digesto, Libro
1, Título 14, Ley 3); que fuera hallada por los glosadores.
La apariencia implica un error que debe haber sido común. Desde luego, no cabe
exigir que todo el mundo se hubiera engañado efectivamente: basta con que
cada cual se hubiera podido engañar, siendo imposible o en todo caso muy difícil,
no engañarse, dada la situación de hecho. Dicho de otro modo, la apariencia
sólo justifica la protección de los terceros en la medida en que produce su error
excusable, considerándose inexcusable el error cuando proviene de una
negligencia culpable.
Por cierto, que el criterio expuesto no podrá ser opuesto en perjuicio de terceros
que realicen actos o celebren contratos con uno solo de los convivientes respecto
de derechos que aparezcan registrados como suyos, en función del principio de
la buena fe registral a que se refiere el artículo 2014 del Código Civil.
De otra parte, con la creación del Sistema Social de Salud, —que otorga
cobertura a través de prestaciones de prevención, promoción, recuperación y
subsidios para el cuidado de la salud y bienestar social— se precisa que el
conviviente es derechohabiente del trabajador compañero y tiene calidad de
afiliado con derecho a los beneficios (Ley Nº 26790, artículo 3, sustituido por la
Ley Nº 27177 de 25/9/99).
Por su parte, en el Código Procesal Civil se indica que nadie puede ser obligado
a declarar sobre hechos que pudieran implicar culpabilidad penal contra su
conviviente (artículo 220). Asimismo, el conviviente de alguna de las partes está
prohibido de ser testigo en un proceso civil, salvo en asuntos de derecho de
familia o que lo proponga la parte contraria (artículo 229, inciso 3). En su
momento, si una de las partes en un proceso civil es conviviente del Juez, éste
está impedido de dirigirlo y debe abstenerse de participar en él; de no hacerlo,
puede ser recusado por tal motivo (artículos 305 y 307).
a terceros. Así y respecto de los efectos personales que se reclamen entre los
con-vivientes, como serían requerir alimentos o una indemnización en caso de
terminar la unión de hecho por decisión unilateral de uno de ellos, la prueba de
la existencia de la unión de hecho puede actuarse dentro del mismo proceso en
que se ejerciten tales pretensiones; no requiriéndose su previo reconocimiento
judicial. Esta apreciación se sustenta en la naturaleza de las pretensiones que
se reclaman, las que exigen una pronta atención. En cambio y con relación a los
efectos patrimoniales que se reclamen entre los convivientes o frente a tercero
como son los derechos que les correspondan de conformidad con el régimen de
sociedad de gananciales, la prueba de la existencia de la unión de hecho se
requiere en forma previa al ejercicio de tales pretensiones; por lo que debe
actuarse en un proceso distinto y anterior. Este criterio también se sustenta en
la naturaleza de las pretensiones que se reclaman y por la seguridad jurídica
necesaria para evitar perjuicios a terceros.
De otra parte, la prueba va estar dirigida a demostrar que un hombre y una mujer
sin estar casados entre sí, hacen vida de tales. En ello consiste la posesión
constante de estado de convivientes. Claro está que, además, se deberá probar
el cumplimiento de los demás elementos configurativos de la unión de hecho,
que no media impedimento matrimonial y, para la aplicación de ¡as normas del
régimen de sociedad de gananciales, que ha durado por lo menos dos años
continuos.
Por otro lado, el juez considerará las circunstancias personales del alimentante
y del alimentista al momento de regular los alimentos. Esas circunstancias
personales podrían determinar en algunos casos, la cesación de la obligación de
prestarlos.
a) Derechos sucesorios
Ello nos conduce al segundo problema que tiene que ver con la sucesión intes-
tada y que da lugar a la repartición de los bienes del de cuius sobre la base de
la presunción de la voluntad típica del causante medio. Pero esa presunción legal
bien podría envolver una pura ficción que, de haber tenido el concubino que
fallece la oportunidad de ordenar su patrimonio para después de la muerte en un
testamento, termine inventando una voluntad contraria a los deseos y afectos del
causante.
b) Derecho a la adopción
Decía que es menester indagar por la finalidad de la norma. Ella no es, como es
fácil entender, proteger al heredero en cuanto tal (ascendientes, descendientes,
cónyuge y, si se quiere ser más concesivo, dado que la norma no establece la
calidad del heredero, tíos, sobrinos, etc., y cuanto heredero legal resulte viviendo
en la misma casa), sino, por el contrario, lo que garantiza es el derecho a perma-
necer en la vivienda, resolver el problema del techo bajo el cual habitan quienes
convivieron con el causante. Si ello es así, y no creo equivocarme, el mismo
derecho debe hacerse extensivo al concubino Supérstite.
Fue necesario esperar hasta el 27 de enero de 1970 para que la Cámara Mixta
de la Corte de Casación (lo que en el Perú sería un Pleno Casatorio) unificara
e) Otros derechos
21. JURISPRUDENCIA
“Si bien el artículo 326 del Código Civil no exige la declaración jurisdiccional
previa para crear una sociedad de gananciales, este requisito ha sido
considerado por ejecutorias de esta Sala Casatoria como un elemento para
reconocer la existencia de una comunidad de bienes, ya que los derechos reales
que están en juego requieren de elementos materiales que impidan causar
perjuicios a terceros que contratan con alguno de los convivientes".
(Cas. N° 1824-96, El Código Civil a través de la
Jurisprudencia Casatoria)
"Si bien el artículo 326 del Código Civil otorga derechos a la concubina para
darse por constituida la sociedad de gananciales como si existiera matrimonio
civil, es necesario que para tal electo deba acreditarse el concubinato con tos
requisitos de ley y contar con ¡a decisión judicial en ese sentido"
(Cas. N° 1620-98, El Código Civil a través de la
Jurisprudencia Casatoria)
"Luego del fin del régimen patrimonial de sociedad de gananciales con sentencia
firme que establece la separación de cuerpos, si los cónyuges se han re-
conciliado y han ostentado la posesión constante de casados, los bienes
adquiridos durante ese lapso deben sujetarse si régimen de sociedad de ganan-
ciales. En este caso no debe exigirse que los concubinos se encuentren libres
de impedimento matrimonial.
(Cas. N° 2732-98. El Código Civil a través de la
Jurisprudencia)
CONSIDERANDO:
- Que el otorgamiento de la pensión alimenticia se funda en un estado de
necesidad, que deviene en impostergable, que de otro lado la naturaleza de la
obligación alimentaria resulta indistinta tanto en una unión de hecho como en el
matrimonio y su basamento reside en la imposibilidad del alimentista de atender
por si mismo su subsistencia; por lo que remitiéndonos al artículo 326 del Código
Civil, en la unión de hecho solo debe requerirse principio de prueba escrita para
su concesión.
- Que, en cuanto al principio de prueba escrita se funda en el supuesto que un
escrito no produzca convicción por si mismo, requiriendo ser complementado por
otros medios probatorios y que se encuentra previsto en el artículo 23$ del
Código Procesal Civil; debiendo tenerse presente que: la prueba instrumental
está constituida per los escritos que perpetúan los hechos o actos jurídicos
realizados, capaces da osar derechos y obligaciones "En la generalidad de los
casos es una prueba (reconstituida, anterior al juicio, por lo tanto garantiza la
veracidad de les hechos o actos ejecutados. De lo que se concluye, en cuanto al
pedido de alimentos o indemnización, que el juzgador se encuentra facultado por
CONSIDERANDO:
Que, al respecto es necesario señalar que debe requerirse el
reconocimiento judicial de la unión de hecho, a efectos de poder solidar
la liquidación de la sociedad de gananciales y ésta se efectúa por
segundad jurídica, dado que en la mayoría de los CASOS, la convivencia
resulta precaria, por lo que la declaración de unión de hecho contribuiría
a crear un clima de confianza, garantía y certidumbre frente a terceros;
verbigracia: el otorgamiento de un préstamo bancario, la constitución en
prenda o hipoteca o un bien mueble o inmueble, su afectación por una
medida cautelar, etc., requieren necesariamente de una sentencia
declarativa dictada por el órgano jurisdiccional competente, a través de
la cual se declare el derecho en cuestión y puedan determinarse a
cabalidad los supuestos a que hace referencia el acotado artículo 326 del
Código Civil.
- Que, en cuanto a la liquidación de gananciales, debe tenerse presente
que la unión de hecho termina por muerte, ausencia, mutuo acuerdo o
decisión unilateral, por lo que es menester precisar la fecha de inicio y de
su fin, para determinar qué bienes son lo que van a inventariarse para
una ulterior liquidación de los mismos, y evitar que sean incluidos
posibles bienes propios de los convivientes.
22. CASOS
Sobre el régimen de las uniones de hecho
El señor Juan Rosas fallece en el año 1985, dejando a la señora Rosario Heredia
y a sus dos hijos con el patrimonio que adquirió durante los años 1970 y 1975.
El señor Jorge Burga cumplió con las dos primeras cuotas oportunamente; sin
embargo y en vista de perder el trabajo no puede continuar con los pagos.
BIBLIOGRAFÍA