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El Cuarto De Reflexión

La ceremonia de la iniciación tiene vital importancia para el iniciado por cuanto ella
no solo es una actividad formal, sino que es el punto de inflexión en el que se
experimentan dos situaciones, que en el mundo profano son contrapuestas, pero que
en el mundo masón representa a elementos unidos, de continuidad y de crecimiento:
La muerte y la resurrección.

La muerte se refiere al desaparecimiento y el despojo de todas aquellas cosas banales


y sin valor superior: aquellas cosas sin divinidad. Este despojo, y también esta
muerte, hace libre al individuo de todas aquellas limitaciones que el mundo profano
le ha impuesto. Limitaciones nacidas de creencias banales, prejuicios, adoración de
ídolos de barro, etc.

La resurrección es el nacimiento a un nuevo estado superior interior, donde se abre el


camino a la verdadera realidad, que incluye lo externo y lo esotérico. Lo especulativo
y lo operativo. Probablemente aquí se aprenda a desarrollar ese “sexto sentido” del
que mucho se habla en el mundo profano pero que difícilmente se experimenta
cotidianamente.

La ceremonia de iniciación tiene diversos símbolos, que tienen profundo significado


y que aborda distintos aspectos.

Un primer símbolo es el cuarto de reflexión, el que ambientado en color negro crea


un escenario para la reflexión verdadera. Aquella reflexión cuyo propósito es meditar
acerca de lo trascendente y los verdaderos valores. También permite el encuentro
consigo mismo y ahondar en su interior, en un proceso de investigación y
conocimiento interno de la persona humana. Es el acercamiento a los más puros
sentimientos.

Allí se exhibe una calavera cuyo significado es la muerte, pero no la muerte física del
individuo, sino la muerte del profano, dando así lugar al iniciado, despojándose de
los metales y todo el materialismo que trae consigo haciéndolo un ser libre: libre de
materialismo, prejuicios y valores falsos. Entre ellos el dinero, posición de clase,
títulos, etc., llegando a un estado de desnudez material. Desnudez necesaria para esa
meditación fructífera y en torno la valores de la verdadera realidad.

Está presente también la semilla de trigo, la que representa todos aquellos potenciales
inherentes al individuo, que se encuentran latentes y que no pueden desplegarse
impedidos por la coraza impuesta por la sociedad mundana, entre ellos las creencias,
los prejuicios, falsos valores, por ejemplo: la chabacanería en televisión, la idolatría
de modelos equivocados, la admiración a la riqueza material, realidades segadas, etc.
Al igual que en la semilla de trigo, los potenciales latentes se desarrollan dando paso
a la germinación, germinación que representa el crecimiento interior. La semilla al
entrar en contacto con la tierra, muere como semilla, tal como muere el profano al
entrar al cuarto de reflexión, iniciándose un proceso de crecimiento y desarrollo
verdadero, como la germinación de la semilla de trigo al convertirse en planta.

Nos encontramos con el pan y el agua. El pan es una descripción completa de todo el
proceso de crecimiento, cuyo origen es la muerte de la semilla de trigo, capturando el
dióxido de carbono del aire, para convertirse en planta y finalmente en elemento
orgánico, manifestación biológica de vida. El agua es el complemento vital necesario
para el desarrollo, sin agua no es posible el crecimiento, es quizás el agua el templo
que permite al masón transitar hacia un camino correcto de crecimiento. El
crecimiento debe darse con el templo masónico, tal como el pan es al agua.

También tenemos el azufre y la sal. El azufre representa aquella energía que mueve al
individuo y es la fuerza impulsora que puede moverlo a procesos erráticos y también
al crecimiento correcto: es la que impulsa las ideas y la creatividad. También esta
energía puede ser un elemento destructivo, que podría manifestarse en odios,
egoísmos, violencia, etc.

Por tanto es necesario controlar esta energía y como forma de controlarla se


encuentra la sal cristalina, que representa la conservación, las fuerzas centrifugas que
tienden a hacer que las persona se equilibre, con la finalidad de lograr un crecimiento
armónico y trascendente. Ambos elementos son absolutamente necesarios para el
desarrollo. En fin, necesitamos de aquella energía impulsora y al mismo tiempo
necesitamos controlarla. Muchas veces nos dejamos llevar por impulsos instintivos
que nos llevan a la violencia, otros aprovechan sus capacidades creativas para
provocar ilícitos, tal como los estafadores y criminales. Por tanto es necesaria esa
capacidad de control y moderación. Control para dirigir la energía interna latente y
transformarlas en obras de bien.

Entre estas dos fuerzas, una que se manifiesta en la expulsión hacia afuera como la
fuerza centrífuga y esa otra fuerza centrípeta que busca el interior, se encuentra el
mercurio, que representa a la inteligencia equilibrada, haciéndonos personas vitales,
creadoras, pero también mesuradas.
Finalmente tenemos el testamento, que difiere de aquel testamento que se deja antes
de una muerte definitiva, sin que exista nada más allá. Este testamento tiene visión de
futuro eterno y pretende dejar escrita la hoja de ruta que definirá la trayectoria de un
nuevo nacido y que tiene relación con las obligaciones o compromisos para con dios,
la propia persona y la humanidad. Estos compromisos no representan otra cosa que la
fraternidad. La persona no puede vivir exclusivamente centrado en su interior, sino
que desde su interior libre y mesurado, comprometido con el ser superior, debe
entregarse a la humanidad en plenitud.

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