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A C U E R D O

En la ciudad de La Plata, a 6 de junio de 2011,

habiéndose establecido, de conformidad con lo dispuesto en

el Acuerdo 2078, que deberá observarse el siguiente orden

de votación: doctores Kogan, de Lázzari, Pettigiani,

Genoud, Domínguez, Sal Llargués, Mahiques, se reúnen los

señores jueces de la Suprema Corte de Justicia en acuerdo

ordinario para pronunciar sentencia definitiva en la causa

L. 97.688, "Paus, Vicente contra Valdez, Miguel y otros.

Daños y perjuicios".

A N T E C E D E N T E S

El Tribunal del Trabajo n° 1 del Departamento

Judicial La Plata rechazó la demanda instaurada, con costas

(fs. 754/774).

La parte actora dedujo recurso extraordinario de

inaplicabilidad de ley (fs. 796/809), el que fuera

concedido con el alcance indicado en la instancia de grado

(v. resolución de fs. 828 y vta.).

Dictada la providencia de autos y hallándose la

causa en estado de pronunciar sentencia, la Suprema Corte

decidió plantear y votar la siguiente

C U E S T I Ó N

¿Es fundado el recurso extraordinario de

inaplicabilidad de ley?

V O T A C I Ó N
A la cuestión planteada, la señora Jueza doctora

Kogan dijo:

I. El tribunal de grado desestimó la demanda

promovida por Vicente Paús contra Miguel Ángel Valdez, la

Provincia de Buenos Aires y el Club Gimnasia y Esgrima de

La Plata, en cuanto procuraba -con fundamento en los arts.

1109, 1113, 1124 y 1126, entre otros, del Código Civil- la

reparación de los daños y perjuicios provocados por el

accidente de trabajo que protagonizó el día 24-VII-1994

(fs. 454/474).

Para así decidir, valorando los distintos

elementos probatorios, el a quo juzgó verificado que el

evento dañoso sufrido por Paus (esto es, la mordedura en su

mano y muslo derecho por parte de uno de los perros que la

policía de la Provincia de Buenos Aires tenía afectado al

servicio de seguridad del espectáculo público que se estaba

realizando en el estadio de fútbol del Club Gimnasia y

Esgrima de La Plata), se había desencadenado por la

conducta imprudente e irresponsable del propio actor quien,

habiendo sido previamente advertido por los agentes

policiales de que no transitara tan próximo a la formación

policial con los perros, pasó cercanamente y de espaldas a

la misma (arts. 1109, 1113 y 1124 del Código Civil; sent.,

fs. 769 vta./772 vta.).

II. La parte actora deduce recurso extraordinario


de inaplicabilidad de ley en el que denuncia absurdo y

violación de los arts. 75 de la Ley de Contrato de Trabajo;

2 de la ley 24.028; 1113, 1124 y 1129 del Código Civil y de

la doctrina que cita (rec., fs. 796/809).

En lo sustancial de su impugnación, sostiene el

recurrente que el juzgador de grado interpretó

impropiamente el precedente de este Tribunal citado en el

fallo -y que, señaló, fuera invocado por su parte- al

considerar que la responsabilidad por los daños provocados

por animales no se sustenta en la presunción de culpa del

dueño (fs. 797 vta.). Aduce que "la responsabilidad por los

daños y perjuicios causados por animales y en especial en

el caso de autos, está regulada por los arts. 1124 y 1129

del Código Civil, y ella impone una presunción de

culpabilidad del dueño, guardián o quien del perro se

sirve, sólo redimible por prueba de la culpa de la víctima"

(fs. 798).

En ese sentido, afirma que existe una presunción

legal de que el dueño o guardián y quien se sirva del

animal son responsables de los daños que éste ocasione y

ella se ha de ver agravada cuando el animal es feroz. Con

tal motivo –añade- la responsabilidad que se concreta por

el solo hecho de tener el animal sólo puede ser enervada

cuando la víctima obró con culpa (fs. 799 vta.). Agrega que

tampoco contempló el sentenciante que el art. 2 de la ley


24.028 dispone que el empleador es responsable de los daños

psicofísicos sufridos por el trabajador por el hecho o en

ocasión del trabajo, en forma concordante –a su vez- con el

art. 75 de la Ley de Contrato de Trabajo que le impone a

aquél la obligación de implementar los medios para tutelar

la integridad psicofísica del dependiente (fs. 800 vta.).

A continuación, refiere que en el caso, el

juzgador de grado no sólo ignoró la presunción de

culpabilidad prevista en las citadas normas del Código

Civil -y como consecuencia de lo cual, incurrió en una

errónea aplicación del derecho- sino que pasó por alto que

los demandados no imputaron culpa alguna a Paus, y menos

aún -refiere- intentaron probarla (fs. 801 vta.).

Bajo esa premisa, controvierte lo decidido por el

sentenciante en orden a que el evocado evento dañoso se

hubiera desencadenado por la conducta imprudente del actor.

En este sentido, alega que el tribunal interpretó

incorrectamente la mecánica de los hechos acontecidos,

motivo por el que imputó a Paus haber sido culpable de la

agresión que sufriera por parte del perro de la policía

(fs. 801 vta.).

En ese orden, cuestiona el valor asignado a las

declaraciones brindadas en la causa penal, alegando que

-contrariamente a lo expresado en el fallo- no resultaron

probados los términos de la advertencia esgrimida por los


funcionarios policiales, ni que ésta hubiera sido dirigida

al actor, y tampoco que el agente policial (Valdez), que se

hallaba a cargo del can agresor, hubiera estado atento y

cumpliendo correctamente sus funciones; es más -aduce- el

mismo agente declaró que fue sorprendido por la reacción

del perro y que había perdido el control del animal (fs.

802/804).

Por el contrario, expresa que surge claramente de

los testimonios brindados en sede penal y en la audiencia

de vista de causa que: (a) los agentes sólo efectuaron una

advertencia general para todo el que circulaba por la zona,

(b) Paus transitaba a una distancia prudente como para que

el perro, de haber sido debidamente vigilado por su guía,

pudiera haberlo alcanzado, (c) no realizó gesto o ademán

alguno para excitar al animal (fs. 804/807).

III. El recurso no puede prosperar.

1. En lo que interesa, luego de juzgar verificado

el infortunio denunciado, el tribunal se avocó a dilucidar

cómo habían sucedido los hechos que derivaron en el

acontecimiento dañoso sufrido por el actor (ver vered., fs.

763/766).

En ese cometido, señaló que uno de los demandados

de autos (Fisco de la Provincia) había alegado en su

responde que Paús desoyó las órdenes de los policías,

quienes le habían advertido que no se acercara a los canes


y, por lo tanto, él incurrió, con su propia culpa y

torpeza, en el resultado dañoso (fs. 763 vta.).

A partir de ello, evaluó que de todas las

declaraciones brindadas en la causa penal adjuntada a la

presente (exp. 141.409/94), inclusive la del agente Valdez

(codemandado en estos autos), se extraía una nota común,

esto es que Paús había sido "advertido a viva voz" de no

pasar cerca de los animales que estaban a cargo del grupo

de la formación policial con perros, y que el accionante

"hace caso omiso prosiguiendo su marcha…". Además, sostuvo

que, en esa ocasión, el propio Valdez manifestó que

"posteriormente este sujeto (por Paús) vuelve a pasar por

detrás" y que fue entonces cuando el perro lo mordió,

circunstancia que -señaló- fuera ratificada por los demás

deponentes (v. causa penal., fs. 7, 21, 22, 23, 25 y 26 y

vered., fs. 763 vta./764).

Ponderó, asimismo, que al absolver posiciones el

propio demandante reconoció que "…los policías estaban de

espalda y los perros estaban mirando también para el otro

lado contrario de donde venía…" y agregó que "…paso a unos

ochenta (80) centímetros o a un (1) metro del policía y del

perro…" (ver fs. 764 y vta.). Luego, tras analizar los

dichos de los testigos propuestos por la parte actora,

expresó que ninguno de esos testimonios había resultado

útil a los fines de aseverar la forma en que se produjo el


accidente, según fuera alegado en la demanda, señalando que

-por el contrario- los declarantes incurrieron en

contradicciones (especialmente, con lo manifestado por el

accionante al absolver posiciones) y/o falta de

conocimiento sobre el momento en que se produjo la

mordedura del animal en la persona de Paús (fs. 764 vta.).

En ese orden, destacó la entidad probatoria que

adquiría la confesión del actor al admitir que "paso a

ochenta centímetros o un metro de una formación policial

con perros", y cuando los agentes de policía estaban de

espalda hacia el lado desde donde se aproximó el accionante

(fs. 765 y vta.).

Sobre tales bases, tuvo por verificado que el

accionante había incurrido en una conducta gravemente

imprudente al pasar tan cerca y a espaldas de la formación

policial con los perros (arts. 512, 1109 y 1113, segunda

parte, del Código Civil). En este punto, destacó la

condición de profesional médico de Paús, cuya cultura y

educación le daban la oportunidad de poder advertir el

peligro que corría con su proceder. Ello, aún en la

hipótesis de que los policías no lo hubieran prevenido,

aunque hubiera sido la primera vez que cruzaba por la zona,

e inclusive en caso de que el actor no hubiera tenido gesto

o actitud alguna que pudiera interpretarse como dirigida a

exacerbar al can del cual recibió la agresión (fs. 765


vta./766).

2. Ya en la etapa de sentencia, sobre la base de

los hechos establecidos en el veredicto, el tribunal

evaluó, con apoyo en citas doctrinarias, que la norma del

art. 1124 del Código Civil incluye tanto a los animales

domésticos y a los feroces, como a los domesticados, y

siempre que pertenezcan a alguien o que alguna persona

ejerza su guarda. Así, el perro policía debía considerarse,

a los efectos de evaluar la responsabilidad de su dueño

-aunque la ley no lo dijera expresamente-, como una

categoría intermedia entre el animal doméstico y el feroz,

es decir, en el término medio entre lo previsto, por un

lado, en los arts. 1127 y 1128 del Código Civil y, por el

otro, en el art. 1129 del mismo cuerpo normativo (fs. 769

vta./770).

Expresó, entonces, con sustento en la doctrina

legal elaborada por esta Corte en la causa Ac. 32.287,

"Yalour de Furlong" (sent. del 17-IX-1985), que la

responsabilidad de los daños causados por animales no se

sustenta en la presunción de culpa del dueño, sino que cae

bajo la aplicación de la teoría del riesgo creado,

encuadrando el caso en el art. 1113, segundo párrafo, del

Código Civil, en cuanto responsabiliza indistintamente al

dueño o guardián, sin que el art. 1124 del mismo cuerpo

normativo autorice ninguna excepción (fs. 770 vta.).


Con relación a este último precepto, sostuvo que

la responsabilidad del dueño o guardián de la cosa es

concurrente; sin que la presencia de uno de ellos excluya

el deber de resarcir del otro. Esa misma responsabilidad

pesa sobre la persona a la que se le hubiese mandado el

animal para servirse de él, y aquéllos pueden liberarse

total o parcialmente si acreditan que existe una causal del

perjuicio diferente de la del riesgo creado por las cosas,

por ejemplo, el comportamiento de la víctima, que con su

accionar ha generado causalmente el evento dañoso (fs.

771).

Esta última hipótesis, precisamente, es la que el

sentenciante tuvo por configurada en el caso, toda vez que

habiendo sido advertido por los agentes de que no pasara

tan próximo a la formación policial, el actor había actuado

imprudentemente al pasar de espaldas y tan cercano a la

referida formación, conducta esta que desencadenó el hecho

dañoso y sus consecuencias (arts. 1109, 1128 -su doctrina-

y concs. del Código Civil; sent., fs. 771 vta.).

En este sentido, destacó el tribunal de grado que

aún cuando el accionar temerario del propio actor, en

principio, no importe arrojar un manto de irresponsabilidad

sobre quien está al mando de una cosa riesgosa o peligrosa,

no se demostró en la especie que existiera culpa en el

obrar del codemandado Valdez (agente policial a cargo del


can), pues no resultó probado que éste hubiera mantenido al

animal con la correa excesivamente larga, como se alegó en

la demanda (ver. sent., fs. 771 vta./772).

3. Conforme resulta de los antecedentes

expuestos, en atención a las posiciones relevantes del

caso, el tribunal de origen determinó que el perro de

policía no podía considerarse un animal doméstico o

domesticado, pero tampoco feroz, ubicándolo en una

categoría intermedia entre ambos (v. sent., fs. 770).

A partir de esa definición, y realizado el

encuadre normativo en el que correspondía dilucidar la

controversia (arts. 1113 y 1124 del Código Civil), con

sustento en las pruebas adquiridas en la causa, concluyó

que el comportamiento de Paús "fue groseramente imprudente

y negligente en atención a las cosas, tiempo y lugar; y

tuvo efectos decisivos sobre la producción de los hechos

que desembocaron en el hecho dañoso sufrido por aquél" (v.

sent., fs. 772 y vta.).

4. Frente a tales conclusiones, el actor

desarrolla una profusa impugnación, insistiendo, de un

lado, por conducto de argumentos ya expuestos en su

demanda, que el perro de policía es una animal feroz que

genera una presunción de culpa en la persona de su dueño,

guardián o quien se sirve del animal (arts. 1124 y 1129,

Cód. Civ.) y, a su vez, una responsabilidad objetiva basada


en su mera tenencia (art. 1129, Cód. Civ.). Del otro,

sostiene que, contrariamente a lo resuelto por el a quo, no

fue imputado ni tampoco resultó probado en el caso el obrar

culposo de la víctima del infortunio (Paús), único supuesto

en el que se enervaría la aludida presunción. Por el

contrario, a su juicio, se verificó que el agente Valdez,

que estaba a cargo del animal, no había cumplido

debidamente con su tarea, actuando -alega- con total

negligencia de su parte.

5. Ahora bien, como también se adelantó, en el

marco de la segunda parte del art. 1113 del Código Civil,

el juzgador de origen eximió totalmente de responsabilidad

a los demandados al comprobar que el evento dañoso se

originó por la conducta culposa de la víctima. Descartó,

asimismo, que el agente de policía Valdez hubiera obrado

con culpa alguna, como lo alegó el actor en su demanda

(sent., fs. 769 vta./772 vta.).

6. Es sabido que determinar la supuesta

configuración de las circunstancias previstas en la parte

final del segundo párrafo del art. 1113 del Código Civil,

que conducen a reconocer la interrupción del nexo de

causalidad y a liberar total o parcialmente de la

responsabilidad que la misma norma atribuye al dueño o

guardián, constituye una cuestión de hecho que únicamente

puede revisarse en esta instancia en el supuesto de absurdo


(conf. causas L. 48.739, sent. del 3-XI-1992; L. 61.959,

sent. del 24-III-1998; L. 68.196, sent. del 26-X-1999),

vicio invalidante que, en el caso, el impugnante no logra

demostrar, en la medida que opone a la ponderación de las

pruebas realizadas por el sentenciante su propia

interpretación subjetiva, la que -sabido es- no basta para

tener por configurada la anomalía que invoca.

7. En el caso, es notorio que los argumentos que

esgrime el apelante para descalificar la valoración

efectuada por el tribunal de grado, sea respecto al riesgo

de la cosa como del grado de incidencia que tuvo la

conducta del agente policial Valdez en la producción del

daño, no resulta más que un enfoque distinto de los hechos

que se tuvieron por acreditados.

En efecto, el interesado ensaya un nuevo análisis

de los hechos y constancias probatorias según su propio

criterio valorativo, mas sin controvertir frontal ni

eficazmente la apreciación e interrelación de los distintos

elementos considerados por el juzgador de origen para

arribar a la decisión en pugna, particularmente, al

silenciar toda referencia en torno a las consideraciones

que el judicante formuló de las declaraciones del actor al

absolver posiciones, que lo llevaron, en el contexto de los

restantes elementos ponderados -especialmente, los

testimonios de los deponentes ofrecidos por su parte- al


extremo fáctico objetado, cual es, que el obrar imprudente

e irresponsable del demandante desencadenó el evento dañoso

(conf. doct. causas L. 71.535, sent. del 4-IV-2001; L.

89.356, sent. del 4-VII-2007).

En ese orden, se advierte que -contrariamente a

lo que aquí sostiene el quejoso- el tribunal de grado

señaló que uno de los demandados (Fisco de la Provincia)

había alegado que Paús incurrió en una conducta culpable al

desobedecer las órdenes de los policías, quienes le

advirtieron que no pasara tan cerca de la formación

policial con los perros, lo cual no es objeto de réplica en

el recurso. Tampoco resultan útiles para obtener la

revisión de lo decidido en la instancia, las conclusiones

que, con la pretensión de evidenciar que el agente Valdez

no cumplió adecuadamente sus tareas, extrae el impugnante

de las declaraciones brindadas en la causa penal, que en

modo alguno descalifican la ponderación que sobre ellas

realizó el tribunal de grado.

Se sigue de todo ello, que el recurrente fracasa

en su intento de demostrar que la solución alcanzada en el

pronunciamiento adolece del vicio de absurdo, traducido en

el error grave, grosero y fundamental, concretado en una

conclusión incoherente y contradictoria en el orden lógico

formal o incompatible con las constancias objetivas que

resultan de la causa (conf. causas L. 75.525, sent. del 2-


X-2002; L. 83.795, sent. del 1-III-2006; L. 86.645, sent.

del 21-V-2008).

En tal sentido, cabe recordar que no cualquier

disentimiento autoriza a tener por acreditado dicho vicio,

ni tampoco puede este Tribunal sustituir con su propio

criterio al de los jueces de mérito. El absurdo no queda

configurado aun cuando el criterio del sentenciante pueda

ser calificado de objetable, discutible o poco convincente,

porque -reitero- se requiere algo más: el error grave,

grosero y manifiesto que conduzca a conclusiones

inconciliables con las constancias de la causa (conf.

causas L. 73.207, sent. del 29-V-2002; L. 79.601, sent. del

23-II-2005; L. 88.862, sent. del 21-V-2008).

En suma, no se ha aportado ningún elemento

convincente con virtualidad para descalificar el contenido

del fallo, derivando la crítica a una mera contraposición

de criterios que, como tal, resulta inidónea a los fines

del recurso deducido (conf. causas L. 71.024, sent. del 28-

II-2001; L. 92.410, sent. del 5-III-2008; L. 93.883, sent.

del 28-V-2008).

8. Sentado ello, y por conducto de la firmeza de

las conclusiones fácticas del fallo, todo el desarrollo que

despliega el quejoso para intentar rebatir el análisis

normativo efectuado en la instancia de origen resulta

infructuoso.
Ello así pues, más allá de reiterar argumentos ya

expuestos en la instancia de grado -y que fueron motivo de

examen por el juzgador-, no se advierte que el interesado

logre concretar una réplica adecuada y eficaz de lo

decidido, ni evidenciar la existencia de error en la

aplicación de las normas actuadas en el fallo. Por el

contrario, soslayando el verdadero alcance con el que se

dirimió la controversia, el recurrente siquiera intenta

rebatir de modo concreto, frontal y eficaz el razonamiento

que llevó al juzgador a la decisión en pugna.

Pero además, aún situados en la tesis del

quejoso, si la presunción de culpabilidad del dueño,

guardián o quien se sirve del animal sólo puede enervarse

ante la prueba de la culpa de la víctima en el evento

dañoso, lo cierto es que, en la especie, esta última

circunstancia se juzgó acreditada, decisión que -como se

dijo- debe permanecer firme.

9. Por último, cabe señalar que resulta novedoso,

y por lo tanto inatendible, el cuestionamiento que ensaya

el compareciente en torno a la aplicación al caso de los

arts. 2 de la ley 24.028 y 75 de la Ley de Contrato de

Trabajo, pues ello difiere sustancialmente del esquema

fáctico y jurídico que conformó la demanda (conf. causas L.

71.537, sent. del 8-XI-2000; L. 75.655, sent. del 16-IV-

2003; L. 92.353, sent. del 29-XII-2008; L. 90.359, sent.


del 25-III-2009).

IV. Por todo lo expuesto, corresponde rechazar el

recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley

interpuesto por la parte actora. Con costas (art. 289,

C.P.C.C.).

Voto por la negativa.

A la cuestión planteada, el señor Juez doctor de

Lázzari dijo:

Disiento de la postura asumida por mi distinguida

colega, conforme a las consideraciones que expondré a

continuación.

I. El actor, médico del plantel de jugadores de

futbol del Club Gimnasia y Esgrima de La Plata, reclamó en

autos el resarcimiento por los daños y perjuicios sufridos

como consecuencia de la mordedura de un perro de policía

que se encontraba apostado en el predio del club demandado,

integrando la seguridad policial prevista para el evento

deportivo que en esa oportunidad se desarrollaba. En tal

sentido dirigió la acción contra el mencionado club, el

Estado provincial y el agente policial que tenía a su cargo

la custodia del perro.

El tribunal de trabajo desestimó la demanda,

fundando la liberación de responsabilidad de las co-

demandadas sobre dos bases: la conducta culpable del actor

y la falta de culpa del cuidador del animal.


Al dar tratamiento a la primera, el juzgador se

preguntó (cuestión sexta del veredicto, fs. 755) acerca de

si Paús se había comportado con culpa o negligencia de su

parte, según fuera argumentado por el Fisco de la Provincia

al denunciar que el actor había desoído órdenes previas de

los policías advirtiéndole que no se acercara a los canes.

Tuvo como probado que al momento del ataque del perro, el

actor venía caminando, pasando a una distancia aproximada

de un metro, por detrás de la formación de los policías que

tenían sujetos mediante correas a los perros; concluyendo

luego a fs. 765 vta. que esa conducta era gravemente

imprudente y calificable como culpa grave equivalente o

rayana al dolo, llegando a tildarla de temeraria (fs. 771

vta., punto 5). Ya en sentencia, a fs. 771, recogiendo las

conclusiones apuntadas (si bien en el voto se cita la

cuestión quinta y no la sexta, en error que se evidencia

como puramente material sin afectar la validez formal del

decisorio) concluye en que la conducta imprudente e

irresponsable del actor desencadenó el hecho dañoso.

Y, dicho esto, cierra el eje argumental,

sosteniendo que "aunque la conducta temeraria del actor en

principio no importe arrojar un manto de irresponsabilidad

sobre quien está al mando de una cosa riesgosa o peligrosa,

a todo evento, por el contrario no se acreditó la culpa del

codemandado Valdez, a quien la actora imputara -según el


decisor- haber mantenido al perro con la correa

excesivamente larga". A continuación retoma la primera

línea de análisis, basada en la conducta de la víctima y

rechaza la demanda con cita del art. 499 del Código Civil.

II. El accionante interpuso recurso

extraordinario de inaplicabilidad de ley, denunciando

errónea aplicación de los arts. 75 de la Ley de Contrato de

Trabajo, 2 de la ley 24.028; 1113, 1124 y 1129 del Código

Civil. Sostuvo también, que la sentencia denota vicios de

razonamiento o desinterpretación material de la prueba

producida que la lleva a conclusiones que no resultan

coherentes con la realidad de los hechos, cayendo en

absurdo.

Desgrana críticas respecto a la consideración de

la culpa de la víctima que contiene el decisorio, así como

al régimen de responsabilidad seguido. Pone de resalto la

inexistencia de probanzas que permitan afirmar que la

conducta descripta como asumida por el actor estuviera

prohibida o que fuera de algún modo censurable como para

configurar actitud culpable. Desde otro ángulo se detiene

profusamente a analizar la conducta sorpresiva y agresiva

del animal, así como la pérdida del control sobre el perro

por parte del cuidador, sosteniendo que esta conjunción

resultó ser única generadora del evento dañoso. En

síntesis, tal como señala el recurso a fs. 806 cuarto


párrafo, la crítica que alude al absurdo se ciñe en torno

al juicio de valor que realizara el tribunal sentenciante.

III. En síntesis, la plataforma sobre la cual el

Tribunal de Trabajo determinó que no había obligación que

satisfacer en cabeza de los demandados (art. 499, C.C.), se

asentó en atribuir culpa al actor, y -por otra parte- en

determinar ausencia de culpa del cuidador del animal.

Como ya he dicho en otras ocasiones, determinar

si la conducta de la víctima ha excluido totalmente la

responsabilidad objetiva que el Código Civil impone al

dueño o guardián de una cosa riesgosa, constituye una

cuestión de hecho que sólo puede ser revisada en casación,

en caso que se demuestre que la decisión ha sido el

producto de un razonamiento absurdo (conf. causa L. 93.818,

sent. del 25-XI-2009).

Si bien por esta vía -el absurdo- se admite una

apertura a la revisión de los hechos por la Suprema Corte,

a ella sólo cabe acudir en situaciones que pueden

calificarse de extremas, no bastando para su recepción que

la opinión sustentada por el tribunal de grado pudiera

calificarse de objetable, discutible o poco convincente. Se

requiere algo más: el error grave, grosero y manifiesto que

conduzca a conclusiones inconciliables con las constancias

objetivas de la causa (conf. L. 98.228, sent. del 9-IX-

2009).
1. Por razones metodológicas, a fin de aportar

claridad al análisis, comenzaré por abordar la segunda

conclusión asumida por el decisor, cuando afirma que no se

demostró la culpa del guardián, haciendo luego recaer las

consecuencias de ello sobre el actor.

a. Advierto, en principio, la falla procesal en

que ha incurrido el tribunal al tratar y definir una

cuestión de hecho en la sentencia, sin darle tratamiento en

el veredicto. Efectivamente, en el pronunciamiento sobre

los hechos el juzgador no solo no se preguntó

específicamente sobre la conducta del agente policial que

se encontraba a cargo del perro, a quien el actor imputó

responsabilidad directa por haber actuado con impericia,

imprudencia o negligencia en el manejo del animal

peligroso, sino que tampoco dio tratamiento al tema en

ninguna de las respuestas dadas a otros puntos del

cuestionario.

La sola afirmación contenida en la etapa

decisoria resultaría así un mero dogmatismo al ser cotejada

con el contenido del pronunciamiento sobre los hechos

litigiosos. Sin embargo, a mi modo de ver, esta omisión, a

todo evento, quedó suplida en la misma sentencia, en tanto

hubo de juzgarse allí que el hecho imputado al agente

policial Valdez no fue acreditado.

Ahora bien, aun cuando lo señalado pone de


manifiesto el empleo de una técnica defectuosa

-justificando incluso exhortar al Tribunal para que en lo

sucesivo adecue la estructura de sus pronunciamientos al

diseño normativo (arts. 44, inc. "d" y 47, ley 11.653)- es

lo cierto que aquella circunstancia, en la medida en que no

impide el abordaje del tópico, y su concreta definición, no

alcanza a traducir quebrantamiento de la norma del art. 168

de la Constitución local (conf. causas L. 53.128,

"Gramont", sent. del 12-IV-1994; L. 49.231, "Ferrer", sent.

del 4-VIII-1992; L. 44.567, "Longo", sent. del 2-VII-1991).

En tal sentido, y sin perjuicio de destacar que el

recurrente ha prescindido de expresar queja en este

aspecto, esta Corte no se ha visto imposibilitada de

resolver este sentido de la litis, ya que -reitero- no

obstante que el tratamiento ha sido técnicamente

defectuoso, en definitiva, fue realizado.

b. Desde el punto de vista del derecho de fondo,

el desacierto del Tribunal también es notorio y surge de la

sola lectura del texto del art. 1124 del Código Civil. La

víctima no estaba obligada a probar la culpa del cuidador

del animal, puesto que la propia ley no se lo exigía (art.

19, Const. nac.). Efectivamente, el citado artículo

establece que es responsable tanto el propietario del

animal como la persona a la que se le hubiere mandado para

servirse de él, salvo su recurso contra el propietario;


resultando el fundamento de tal responsabilidad de carácter

objetivo, y no subjetivo, en contrario de lo que se

desprendería de la sentencia en crisis.

2. He de considerar a continuación la eximente de

responsabilidad definida por el tribunal de origen.

a. Llega incólume a esta instancia el hecho de

que el actor se encontraba desempeñando, al momento del

accidente, la labor profesional para la que había sido

contratado (médico del plantel de fútbol; de lo que se

desprende -ab initio- que aquél estaba laboralmente

obligado a permanecer en el predio en el que se encontraban

los jugadores, que era por cierto el mismo lugar en el que

se hallaban los perros). Sostuvo el decisorio que el

siniestro se desencadenó por la conducta imprudente e

irresponsable del propio demandante, quien habiendo sido

previamente advertido por los agentes de que no transitara

tan próximo a la formación policial con los perros, pasó

cercanamente y de espaldas a la misma, infiriendo de ello -

como he dicho- la interrupción total del nexo causal.

En apoyo de tal afirmación, citó el juzgador las

declaraciones vertidas por los testigos (fs. 763 vta./764)

y la confesional rendida por el accionante (fs. 764/765).

Me adelanto a advertir que, girando las críticas

en derredor de cuestiones de hecho y prueba, privativas de

los jueces de grado, la sentencia solo será revisable en


esta instancia en caso de verificarse absurdo.

El concepto de absurdo, tal como ha ido

elaborándose por la Suprema Corte provincial, hace

referencia a la existencia, en la sentencia atacada, de un

desvío notorio, patente o palmario de las leyes de la

lógica, o a una interpretación groseramente errada del

material probatorio aportado. Esto, porque no cualquier

error, ni la apreciación opinable, ni la posibilidad de

otras interpretaciones, etc., alcanzan para configurar tal

absurdo; es necesario, por el contrario, que se demuestre

un importante desarreglo en la base del pensamiento, una

anomalía extrema, una falla palmaria en los procesos

mentales que pongan en evidencia la irracionalidad de las

conclusiones a las que se ha arribado.

Al dar mi voto en la causa L. 97.855 (sentencia

del 22-IV-2009) dije que la absolución de posiciones y las

declaraciones testimoniales resultan un material probatorio

que por el sistema de oralidad imperante en el fuero

laboral no puede ser revisado por la Suprema Corte (ver

también causa L. 80.007, sent. del 18-II-2004). Sin

embargo, ante la denuncia de absurdo, sí es revisable en

esta instancia la valoración que el tribunal de trabajo

hubiera efectuado de dicho material. El objeto de la

revisión no es la prueba en sí misma, sino el proceso

intelectual del juzgador que -evidenciado en la sentencia-


permita o no advertir la presencia de la excepcional figura

aludida.

b. En este estricto marco he de analizar la

prueba oral recogida por el juzgador y volcada en la

sentencia. No existiendo transcripción en acta de lo

expresado por los testigos y el actor absolvente en

oportunidad de la audiencia de vista de causa, el control

ha de verificar si la referencia que el juzgador hiciera

respecto de lo declarado por testigos y absolventes es

coherente con la decisión adoptada o si -en contrario- de

la manera en que lo afirma la sentencia no pudo ser.

En el caso en estudio, el fallo sobre los hechos

refiere que los testigos afirmaron que el actor fue

advertido a viva voz de no pasar tan cerca de los animales,

que éste hizo caso omiso prosiguiendo su marcha y que luego

volvió a pasar muy cerca de la comisión policial,

oportunidad en la que fue mordido por el animal.

El propio tribunal señaló (fs. 764 anteúltimo

párrafo) que la responsabilidad de Paús en el siniestro no

quedaba definida con la sola prueba testimonial. Así, al

iniciar el análisis de la confesional rendida, dijo: "Pero

lo que viene a aportar más luz en cuanto a como pudieron

desencadenarse los hechos, es aportado por las propias

manifestaciones del accionante Paús, formuladas en ocasión

de absolver posiciones en oportunidad de celebrarse la


aludida audiencia de vista de la Causa". Y transcribe como

reconocimientos del actor los siguientes: que "los policías

estaban de espaldas y los perros estaban mirando también

para el otro lado contrario de donde venía…" y que "pasó a

unos ochenta (80) centímetros o a un (1) metro del policía

y del perro …".

No advierto en los dichos transcriptos que el

actor hubiera admitido culpa alguna, ya que el

reconocimiento refiere sólo a determinada ubicación y haber

pasado a ochenta centímetros o un metro respecto de los

policías y los perros. Pero el tribunal, a fs. 765 in fine

(punto b), tomó a estas declaraciones como plena prueba de

una circunstancia dispar: la de que el actor incurrió en

una conducta a todas luces gravemente imprudente y

calificable como equivalente o rayana al dolo al pasar tan

cercanamente y de espaldas de la formación de la policía

con los perros (fs. 765 vta. anteúltimo párrafo).

Adviértase la diferencia: una cosa es la

descripción acabada de determinada instalación espacial y

temporal, que acredita solamente eso -la instalación- y

otra muy distinta la inferencia de las consecuencias que

emergen de dicha situación. Porque no hay una inexorable

relación causal que determine que el hecho de transitar a

ochenta centímetros o un metro del perro policial depare

forzosamente la mordedura del can. Puede suceder tal


circunstancia o no tener lugar. De donde no ha podido

afirmarse, sin ligereza, que el actor "reconoció su culpa"

mediante la prueba de confesión. He aquí el absurdo.

De allí que ni la distracción, falta de atención,

la negligencia y mucho menos el dolo, han podido ser

atribuidos al accionante en la forma que lo ha hecho la

sentencia.

En todo caso era imprescindible el cuidadoso

análisis del juzgador sobre los elementos concretos del

caso, proceso no advertido en autos, donde con total

ligereza y ausencia de referencia a prueba que avale

coherentemente tan grave calificación, concluyó el Tribunal

en que la conducta del actor produjo el rompimiento del

nexo causal.

c. Es de resaltar también que no existe en los

libelos de responde denuncia alguna de parte de los

demandados respecto a que la conducta de Paús se hubiera

traducido en una agresión o provocación dirigida al animal.

De la prueba oral supra aludida, solo puede

extraerse que el actor pasó caminando cerca de la policía

con los perros, a ochenta centímetros o un metro de

distancia.

d. Tampoco puede extraerse de las probanzas

citadas por el a quo que el actor hubiera transgredido una

específica distancia segura a guardar en relación a los


perros de policía, o normas de seguridad preestablecidas

por la patronal para desempeñar su tarea de médico del

plantel de fútbol, en un evento deportivo con presencia de

animales peligrosos.

Es de contemplar aquí que, permanecer en un

hábitat laboral como el descripto, era lo habitual para el

actor. Esta circunstancia lleva a pensar en el

acostumbramiento psicológico al riesgo -como factor de

siniestralidad laboral- que indica que una persona expuesta

a un riesgo cotidiano, tiende con el transcurso del tiempo

a disminuir el nivel de alerta ante el peligro produciendo

el consecuente descuido, facilitador de posibles

siniestros. Sin embargo, este factor no determina ni

aumenta por sí mismo la culpabilidad del trabajador, si no

que -muy en contrario- impone a la empleadora un mayor celo

en el cuidado de la seguridad que debe guardar sobre la

vida de su dependiente, y en su caso instruirlo (recordando

el peligro que tiende a ser olvidado) sobre normas de

seguridad claras y concretas, tal el sentido de los

carteles con alertas de riesgo o recordatorios de

procedimientos de uso que se colocan próximos a máquinas o

herramientas peligrosas en los establecimientos fabriles.

Aquí, ninguno de los demandados refirió que

hubiera regulación alguna en materia de seguridad, con lo

cual mal puede pretender atribuirse culpabilidad -menos aún


en modo extremo- al trabajador, quien no estaba obligado a

sostener conducta alguna específica, ya que lo contrario

implicaría la violación lisa y llana de la garantía

constitucional contenida en el art. 19 de la Carta Magna,

que impone que nadie está obligado a hacer lo que la ley no

manda.

e. En el otro extremo, el Club Gimnasia y Esgrima

de La Plata y la Provincia de Buenos Aires, tenían a su

cargo -sin duda- la obligación de proteger la vida y salud

de Paús, ya fuera ésta originada en la específica previsión

laboral normada por el art. 75 de la Ley de Contrato de

Trabajo, o en el deber genérico de no dañar a otro, el

naeminem non laedere constitucionalmente receptado en el

art. 19 de la Carta Magna.

Sin embargo, de la postura que trasuntan los

libelos de responde presentados por el club y el Fisco

provincial, no se desprende siquiera la denuncia de

adopción de medidas de seguridad en relación al animal

peligroso que se hallaba en el lugar de trabajo, más allá

de la correa con que lo sujetaba el agente policial. De

hecho -resalto- el animal no tenía bozal extraíble por su

cuidador y la correa -ante la embestida del perro- por

cierto no lo detuvo, llegando a morder al actor, con las

consecuencias dañosas que se establecieron, quedando fijada

su incapacidad laborativa en el 13% de la total obrera.


f. Tampoco es un dato menor, si no que se revela

importante para la consideración de la conducta adoptada

por las partes, la circunstancia de que el perro, en

función policial, es un animal al que se lo entrena para

acatar órdenes y se le enseñan técnicas de ataque, sea con

fines disuasivos (por amenaza de ataque o mordedura del

can), o para perseguir y atrapar delincuentes (ataque

efectivo). El animal entrenado "debe" responder a la orden

de su cuidador, quien lo utiliza como un arma, sea de

disuasión o de ataque, al igual que su pistola

reglamentaria, que permanece guardada en su funda y con el

seguro puesto. Aquí, sentado que no hubo orden de atacar

emanada del personal policial, ha de concluirse que el

perro actuó contrariando la conducta del cuidador que le

mantenía en simple alerta. O sea, el animal falló en la

conducta asignada, del mismo modo en que -en el caso del

arma de fuego- se diría que ésta falló si se disparó el

tiro por no funcionar el seguro que debía trabar el

mecanismo.

g. El perro entrenado para cumplir funciones

policiales no puede considerarse un simple animal

doméstico, ya que precisamente ese entrenamiento lo ha

enfierecido, pasando a ser una bestia brava, esencialmente

peligrosa, con agravamiento de las consecuencias para su

tenedor. En tal entendimiento, se ha considerado que la


tenencia implica un riesgo que no debe ser soportado por la

víctima (conf. también Belluscio, Augusto, Zannoni,

Eduardo, op. cit., págs. 677/678, art. 1113, C.C.). El

fundamento del art. 1124 del Código Civil, a pesar de que

el art. 1127 le permita al dueño la demostración de su

falta de negligencia o de culpa de la persona encargada de

guardar al animal (elemento subjetivo), sigue siendo

objetivo, por lo que la norma contenida en aquel texto no

obsta a que a la víctima le sea menos rigurosa la carga de

la prueba a la hora de accionar. El ser titular o servirse

de un animal doméstico, domesticado o feroz crea una

situación de peligro, porque se trata de una cosa animada

que en muchas oportunidades no puede ser controlada. Esa

imposibilidad de vigilancia y autoridad sobre el animal

crea un riesgo, lo que conduce a proteger a los

damnificados por el hecho que aquél produzca (conf. Bueres,

Alberto; Highton, Elena, "Código Civil", Ed. Hammurabi, Bs.

As., 1999, Tomo 3B, pág. 178). En sintonía, la corriente

doctrinaria más moderna basa la obligación de responder del

dueño del animal feroz (al que en mi opinión resulta

asimilable el perro entrenado para funciones policiales) en

la teoría del riesgo creado, fundando la misma ya sea en el

beneficio que le reporta el animal al propietario o en el

hecho de haber introducido un ser con aptitud dañosa para

terceros, posición de la que participan Kemelmajer de


Carlucci, Bustamante Alsina, Boffi Boggero (conf. Pizarro,

Ramón Daniel, "Responsabilidad por riesgo creado y de

empresa", Parte Especial, Ed. La Ley, 2007, t. II, p. 420 y

sigtes.). Desde esta óptica, habiéndose puesto en cabeza

del guardador una obligación de resultado -la suficiencia

de los recaudos en las medidas de seguridad- el fracaso de

los mismos conduce a la responsabilidad, por haber

incumplido con las previsiones aptas para que el animal no

ocasione peligro. Sólo podrá exonerarse demostrando la

culpa de la víctima, de un tercero o un caso fortuito,

acreditando en definitiva una "causa ajena". En sustancia,

ya sea que se considere que la responsabilidad por los

daños causados por animales tenga base subjetiva -fundado

en el art. 1127 del Código Civil- o que se haga aplicación

del principio del riesgo creado -por la tenencia de la

bestia- y consecuentemente se aplique una base objetiva, el

art. 1124 hace responsable al dueño sin mencionar la culpa.

Adviértase que estamos en el terreno de la protección de la

vida y la salud de las personas como bienes jurídicos

tutelados. Demostrado el perjuicio, a tenor de lo que

llevamos viendo, el propietario tiene a su cargo probar la

"causa ajena" para lograr su eximición de responsabilidad.

Justamente es lo acaecido en autos, en que la demandada

Fisco provincial, en su responde ha invocado "culpa de la

víctima" para exonerarse de las consecuencias dañosas


sufridas. A ello aduno, de modo prioritario, que la

responsabilidad emergente de los hechos y de sus

consecuencias está en relación directa con el deber de

obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas

-según reza el art. 902 del Código Civil-. En contradicción

a ello, se observa que se mantenía en el lugar de trabajo

del actor un animal en su condición de peligroso, sin

medidas de seguridad adecuadas (solo tenía una correa que

lo unía al cuidador) que desbarataran la posibilidad de

daños que, según el curso normal y ordinario de las cosas,

eran previsibles a través de un obrar diligente; máxime

cuando reacciones de este tipo en perros de policía son

frecuentes de ver. Recuerdo por cierto el ataque sufrido

por el arquero argentino Carlos Fernando Navarro Montoya,

en un partido de la Copa Libertadores de América disputado

el 22 de mayo de 1991 en Chile por parte de un perro

ovejero apostado en la cancha de fútbol (ver al respecto

http://www.infobae.com/notas/nota.php?

Idx=225695&IdxSeccion=100795); hecho reiterado, por

ejemplo, en el partido de Liga Mendocina entre Luján y

Gimnasia cuando el jugador Pedro Moyano cayó fuera del

terreno, producto del juego y fue atacado por un perro de

la policía que el personal no pudo dominar (ver al respecto

http://www.mdzol.com/mdz/nota/16998-En-Luj%C3%A1n-Gimnasia-

un-perro-polic%C3%ADa-mordi%C3%B3-a-un-jugador/).
He dicho antes que ahora que en esta materia

-derecho de daños- rige un principio general del derecho

con rango constitucional, el de "no dañar a otro" -alterum

non laedere- que deriva del art. 19 de la Constitución

nacional (ver mi voto en C. 85.129, sent. del 16-V-2007)

redimensionado a raíz de la reforma constitucional, tras la

incorporación de las declaraciones, tratados y convenciones

con jerarquía constitucional (arts. 75 inc. 19 y 22 de la

C.N.). Dicha tutela sirve también como guía, al portar un

valor constitucional que ayuda a la interpretación de la

ley aplicable. Con características asimilables a este caso,

en la causa C. 94.258 (sent. del 22-IV-2009) me he

pronunciado en este sentido.

IV. Concluyo, a tenor de lo expuesto, en que la

responsabilidad del Fisco provincial y el Club Gimnasia y

Esgrima de La Plata, aquí demandados, alcanza al cien por

ciento (100%) de las consecuencias dañosas, desde que la

conducta de la víctima no constituyó interrupción del nexo

causal.

Distinto es el caso del agente policial Valdez,

que en una órbita distinta y en el marco de la función que

ejercía, habrá de eximírsele de responsabilidad por no

haberse demostrado causal específica que permita tal

imputación (art. 499, C.C.; 384, C.P.C.C.).

Si lo que expongo es compartido, corresponde


hacer lugar al recurso y, en consecuencia, revocar la

sentencia impugnada. Los autos volverán a la instancia de

origen a fin de que, debidamente integrado el tribunal,

proceda a la evaluación de la procedencia y en su caso

cuantificación de los rubros reclamados por el accionante

teniendo en consideración el porcentaje de la

responsabilidad aquí atribuido.

Costas de ambas instancias a cargo de las

codemandadas vencidas (arts. 19, ley 11.653; 289,

C.P.C.C.). En cambio, las derivadas del reclamo impetrado a

Miguel Ángel Valdez se imponen –en ambas instancias- por su

orden, ello, en atención a que –por las características del

hecho ventilado en la causa- el actor pudo creerse asistido

del derecho a demandarlo (arts. 19, párr. segundo, ley

cit.; 68, párr. segundo y 289, C.P.C.C.).

Con el alcance indicado, voto por la afirmativa.

Los señores jueces doctores Pettigiani y

Genoud, por los mismos fundamentos de la señora Jueza

doctora Kogan, votaron también por la negativa.

A la cuestión planteada, el señor Juez doctor

Domínguez dijo:

He de adelantar que adhiero al voto del doctor de

Lázzari.

1. En primer término coincido -por los

fundamentos dados- que ha mediado absurdo en lo decidido


por el Tribunal, ya que sus conclusiones resultan

inconciliables con las constancias objetivas de la causa, y

esto justifica la apertura del recurso extraordinario; sin

que ello implique sustituir, en cuestiones de hecho y

prueba, el juicio de los jueces de mérito.

2. Sentado lo anterior, sólo agrego, a mayor

abundamiento, que el factor de atribución del art. 1124 del

Código Civil es objetivo y la víctima no estaba obligada a

probar la culpa del cuidador del animal ya que la ley no se

lo exigía. La presunción de culpa que pesa sobre el

responsable, lo exime de probarla. Por su parte, el

responsable podrá eximirse de su obligación con la prueba

de la respectiva causa de exención.

Basta con demostrar que un animal causó un daño

para que emerja la peligrosidad del mismo o el riesgo

creado por su dueño o guardián -y es el propietario- quien

debe demostrar la "causa ajena" para lograr su eximición de

responsabilidad. En este último caso, es posible de

liberarse con la prueba del hecho extraño o ajeno que ha

venido a interrumpir el nexo de causalidad, los eslabones

de la cadena. Esta hipótesis no aconteció en las presentes

actuaciones, donde tampoco se acreditó una provocación por

parte del actor.

Es así, en razón de lo contemplado por el art.

1124 del Código Civil en cuanto dispone que "El propietario


de un animal, doméstico o feroz, es responsable del daño

que causare. La misma responsabilidad pesa sobre la persona

a la cual se hubiere mandado el animal para servirse de él,

salvo su recurso contra el propietario".

Y sin haberse discutido la relación laboral que

unía al doctor Paús con el Club Gimnasia y Esgrima de La

Plata, no puedo concluir más allá de toda duda razonable

con el doctor de Lázzari, que tanto el club Gimnasia y

Esgrima y la Provincia de Buenos Aires tenían a su cargo la

obligación de proteger la vida y salud del actor.

3. La demandada -a diferencia de lo decidido- no

logró en la especie demostrar la concurrencia de una acción

con eficacia interruptiva del nexo causal por parte del

actor, pues si bien quedó acreditado que Paús transitó

pasando a una distancia aproximada de un metro y por detrás

de la formación policial, probado es también que se

encontraba en su lugar de trabajo -y si la habitualidad con

el peligro puede hacer mermar las precauciones- la

seguridad no estaba a su cargo -y la empleadora- era quien

debía extremar los recaudos, no bastando una simple

advertencia.

Se ha comprobado la falta de un adecuado

ejercicio del deber de seguridad y previsión, por lo que la

responsabilidad de la accionada se encuentra comprometida,

vulnerándose el alterum non laedere (art. 19, Const. nac.).


En los términos señalados y con el alcance

indicado, voto por la afirmativa.

A la cuestión planteada, el señor Juez doctor Sal

Llargués dijo:

Adhiero al voto del doctor de Lázzari. Deseo

simplemente sumar algunas reflexiones a la suya en idéntica

dirección, que refuerzan el argumento a la luz de los

hechos que se han tenido por probados.

A estar a las constancias de la breve

investigación penal, el número de canes llevados al lugar

de los hechos -uno de los cuales atacara al actor- era de

ocho (fs. 18 de la causa 141.409 del entonces Juzgado en lo

Penal nº 3 del Departamento Judicial Capital aneja a los

principales).

A la luz de las declaraciones de los responsables

de esos ocho animales (fs. 21/27 de la causa aludida), seis

de ellos y sus respectivos guías, integraban el grupo en el

que se encontraba Miguel Ángel Valdez con el can que

produjera las heridas al doctor Paús. Si la conducta de

este galeno hubiera sido como se la moteja de imprudente e

irresponsable, según el entendimiento natural de las cosas,

el ataque hubiera sido emprendido por los otros cinco canes

o -a lo menos- por algún otro animal de ese grupo.

Esta apreciación fáctica apuntala el absurdo del

sentenciante que ha entendido que sólo por ese


comportamiento irreflexivo del actor, éste ha debido

soportar el ataque.

Esto, mucho más allá de la irrevisabilidad de la

conducta del nombrado Valdez que en sus conclusiones

explica el doctor de Lázzari, y siempre desde el otero de

los hechos, demuestra cómo el nombrado no pudo controlar al

animal peligroso cuya guía le fuera confiada.

Las razones jurídicas que dan recepción a esta

composición fáctica están sólidamente expuestas en el voto

al que adhiero.

Voto por la afirmativa.

El señor Juez doctor Mahiques, por los mismos

fundamentos expuestos por el señor Juez doctor de Lázzari,

votó la cuestión también por la afirmativa.

Con lo que terminó el acuerdo, dictándose la

siguiente

S E N T E N C I A

Por lo expuesto en el acuerdo que antecede, por

mayoría, se hace lugar parcialmente al recurso

extraordinario de inaplicabilidad de ley traído y se revoca

la sentencia impugnada en cuanto rechazó la demanda

promovida por Vicente Paús contra el Club Gimnasia y

Esgrima de La Plata y la Provincia de Buenos Aires, cuya

procedencia se declara conforme el porcentaje de la

responsabilidad aquí establecido -cien por ciento (100%)-


respecto de las consecuencias dañosas atribuibles al hecho

acreditado en autos. Costas de ambas instancias a cargo de

los codemandados vencidos (arts. 19, ley 11.653, 289,

C.P.C.C.).

Se confirma el pronunciamiento de grado, en

cambio, en cuanto desestimó el reclamo impetrado contra

Miguel Ángel Valdez, por no haberse demostrado la

configuración de la causal específica que justifique la

imputación de responsabilidad. Las costas de ambas

instancias se imponen por su orden, en atención a que, por

las características del hecho ventilado en la causa, el

actor pudo creerse asistido del derecho a demandarlo (arts.

19, párr. 2º, ley cit.; 68, párr. 2º y 289, C.P.C.C.).

Vuelvan los autos al tribunal de origen para que,

integrado con otros jueces, dicte el pronunciamiento que

corresponda con arreglo a lo establecido en el apartado IV

del voto emitido en segundo término.

Regístrese y notifíquese.

EDUARDO JULIO PETTIGIANI


EDUARDO NESTOR DE LAZZARI LUIS ESTEBAN GENOUD

HILDA KOGAN FEDERICO GUILLERMO DOMINGUEZ

BENJAMIN RAMON SAL LLARGUES CARLOS ALBERTO

MAHIQUES

GUILLERMO LUIS COMADIRA

Secretario

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