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Contexto
El contexto del artículo escrito en 1992, es el primer gobierno “democrático” post-
dictadura, en una fase conocida como “transición”, que fue el proceso intermedio entre el
régimen dictatorial y la actual democracia. La constitución creada por la dictadura de
Augusto Pinochet en 1980, estipuló el plebiscito de 1988 para decidir la continuidad de
Pinochet hasta 1998, en este triunfará la opción NO, por lo que deben realizarse elecciones
democráticas el año siguiente. En 1990 el democristiano Patricio Aylwin asumirá la
presidencia, por una coalición formada por la democracia cristiana y el socialismo
renovado (Concertación de Partidos por la Democracia). Esta coalición gobernará con una
institucionalidad heredada de la dictadura, a la cual se le harán reformas graduales en
función del “consenso” entre el gobierno y la oposición, las que no tocaron “enclaves
autoritarios” (senadores designados, entre otros) hasta el año 2005 (Ricardo Lagos). Este
consenso significó además, la aceptación y mantención por parte de la antigua oposición a
la dictadura, del modelo económico implantado por ella: el “neoliberalismo”, lo que
implicó que durante los gobiernos posdictatoriales se continuara con la privatización de
empresas públicas y aumentara la mercantilización de las actividades de áreas socialmente
estratégicas, como salud, seguridad social, educación, provisión de servicios básicos, etc.
2. Opiniones y posturas
El autor, expresa la posición de Patricio Aylwin por un lado, quien en un discurso
(1991) había planteado que “La transición ha terminado”, aduciendo a que las tareas
democratizadoras en parte estaban realizadas y ya no habría riego de una “regresión
autoritaria”, es decir, de un regreso al régimen militar. El sociólogo francés Alan Touraine
(1992) contribuye a esta mirada diciendo que “Esta no es una transición perfecta, pero es
la mejor que yo haya conocido”.
Por otra parte, el intelectual brasileño Francisco Welfort (1990), quien es bastante
crítico de la situación latinoamericana del momento (por el narcotráfico, la corrupción, etc.)
dice que habría una degradación general de los grandes sistemas, por lo que América Latina
-y Chile por cierto- perderían su lugar en el mundo, significando esto una marginalidad
progresiva de la región. No obstante, en un aspecto que el autor del texto considera
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positivo, recomienda un proceso integrador a nivel social, nacional e internacional, en una
convergencia entre democratización y modernización.
Finalmente, el texto deja entrever dos posturas antagónicas sobre la transición. Una
conforme y optimista -que es también la del autor-, respecto a un proceso “modernizador”
que ha dejado en el pasados los “vicios” que llevaron al quiebre de la institucionalidad y al
terror posterior, que a diferencia de lo que piensa Welfort pero a la vez complementando la
crítica positiva que éste hiciera, Chile tendría una “oportunidad para establecer tanto la
legitimidad como eficiencia y eficacia del sistema político en su conjunto” (Walker, 1992,
p. 90). El gran acuerdo entre los partidos daría la gobernanza: “Para algunos, Chile es una
historia de éxito y hasta es mencionado como un modelo para otros” (p. 89).
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del cambio de manera gradual, por medio de la negociación y el compromiso” (Walker,
1992, p. 93)
Otro hecho sería la alta legitimidad democrática con que contaría la Concertación de
Partidos por la Democracia, y que está refrendado por distintas encuestas (CEP-Adimark
1992). Esto otorgaría gran optimismo respecto al futuro, por el “sólido sistema de partidos”.
Ignacio Walker, defiende la transición porque cree que el país necesita estabilidad,
argumenta que aunque existan "enclaves autoritarios" (leyes que mantenían a senadores
designados de la dictadura, quórum parlamentarios que impiden generar mayorías para
modificar leyes, un Consejo de Seguridad Nacional compuesto por el Alto Mando de las
FF.AA y con decisión sobre las cuestiones estratégicas del país, etc.), a su parecer
igualmente se estaría en una democracia “consensual” y en proceso de consolidación. Esta
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visión fue la mantenida al menos durante los tres primeros periodos presidenciales
posdictadura: Patricio Aylwin (1990-1994), Eduardo Frei (1994-2000), Ricardo Lagos
(2000-2006), donde la política del consenso fue la que primó, la cual tenía además un
sustento institucional por medio del sistema electoral binominal, que repartía los escaños
parlamentarios a las dos coaliciones políticas mayoritarias. Si bien esto generó
“estabilidad”, en el sentido de que no existieron grandes contiendas sociales ni políticas, se
redujo al mismo tiempo el concepto de “ciudadanía”, puesto que el favorecer el “consenso”
significó relegar a una participación pasiva a la población, que casi exclusivamente a través
del voto podía participar de esta nueva democracia, con esto se separó en la práctica lo
social de lo político, es decir, la política solo sería una cuestión de profesionales que toman
decisiones en relación a su pertinencia técnica, frente a un mundo social no apto para estas
materias, a pesar de que la “política” son todas aquellas decisiones grandes y pequeñas
atingentes todo un país como a una pequeña localidad, por eso la transición generó el mito
de la “tecnocracia”. Además, se mantuvieron las instituciones heredadas de la dictadura, y
Pinochet continuó con sus prerrogativas en el Ejército y en el Senado, amenazando
constantemente la convivencia democrática, lo que además imposibilitó una real justicia,
reparación y reconciliación, cuestión que también se refleja en el silencio absoluto que
guardaron las FF.AA respecto a las crudas violaciones a los DD.HH ocurridas en dictadura,
y el tardía procesamiento de los responsables de estos crímenes de lesa humanidad.
Si bien durante este periodo el país mantuvo altas tasas de crecimiento (alrededor
del 5% del PIB1), se privatizó una gran cantidad de empresas públicas, muchas de ellas de
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Extraído de: http://www.t13.cl/noticia/negocios/crecimiento-del-pib-en-actual-gobierno-seria-el-
menor-desde-1990
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sectores socialmente estratégicos (como Essbio en el caso local), con el perjuicio que ello
significa, el estado se desentendió de su rol garante de la educación, precarizando los
establecimientos municipales y entregando gran cantidad de recursos a los subvencionados,
misma situación se repite en el sector salud, todo esto se realizaba bajo un modelo de
economía neoliberal, que propugna la desregulación del mercado y la alejamiento del rol
del estado en la economía.