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TÈCNIQUES DE LES ARTS DEL’ESPECTACLE - SÓ

1. MÙSICA e IMAGEN
(Extracto del libro “Música para la Imagen-La influencia secreta” de José Nieto - SGAE)

– RAZONES HISTÓRICAS: Los más ancestrales ritos religiosos incluían ya,


probablemente, alguna forma elemental de música, quizás un simple ritmo que, con
Su gran capacidad hipnótica, ayudase a centrar la atención del espectador / participante
en el actor / oficiante.
Demos ahora un gran salto en el tiempo para encontrarnos con las primeras
manifestaciones teatrales, tal y como hoy las entendemos y de las que sí tenemos
conocimiento preciso. Nos hemos trasladado a la Grecia antigua, donde se están
estableciendo las pautas que van a regir, o al menos influir de manera determinante, en
todas las formas de narración dramática desde entonces hasta nuestros días. La música
en la Grecia antigua ya fue utilizada como fondo de la recitación de poemas. Muy
probablemente, en la Edad Media, las representaciones de teatro profanas, muchas de
ellas en verso, mantuvieron la tradición del uso de algún fondo musical destinado a
crear el clima adecuado entre los espectadores.

– LA BANDA SONORA: Hemos de considerar que lo que entendemos como


“banda sonora” de una película, reportaje o documental es el conjunto de ruidos,
ambientes, efectos especiales, música y diálogos que, al producirse simultáneamente,
deberán ser combinados y mezclados de manera conveniente para su inteligibilidad.
Todo ello en función de su contenido dramático en cada momento de la película.

– DIÉGESIS: Dentro de la narración cinematográfica y con relación a la música


asociada a la imagen hay que distinguir dos partes bien diferenciadas: a) la historia que
se cuenta, es decir, lo que podríamos llamar el argumento, y b) su representación, eso
es, los elementos que se utilizan para contar dicha historia. A la historia que se cuenta
se llama “diégesis”. Gérard Genette en los años 50 definía el término “diegético”
aplicado al cine: “Diégesis es el universo espacio-temporal de la historia narrada”. En la
misma década, Etienne Souriau especifica que son diegéticos los elementos necesarios
para la inteligibilidad de la historia.
Partiendo de estos estudios y precisiones, podríamos concluir que consideraremos
diegético todo aquello que pertenece de forma natural a la historia narrada.
Supongamos que tenemos que narra cinematográficamente la vida de Abraham
Lincoln. Enseguida nos damos cuenta de que en esta narración coexisten
simultáneamente dos períodos de tiempo completamente distintos. Uno es el tiempo

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que abarca la vida de su protagonista desde el momento de su nacimiento en 1809, en


un pueblecito de Kentucky llamado Hodgenville, hasta el de su muerte en 1865,
asesinado a tiros por J.W. Booth en un teatro de Washington. Este período de 56 años,
que es lo que dura la historia que estamos contando, sería el tiempo diegético de la
narración. Este tiempo estaría representado en la película por otro tiempo simultáneo y
distinto (1 hora y 45 minutos, por ejemplo), que sería la duración de la narración
cinematográfica y, por tanto, el tiempo no diegético de la misma.
En cuanto al espacio, tome por ejemplo dos secuencias que transcurran, una, en la casa
donde nace el pequeño Abraham en Hogdenville, y la otra, en el despacho presidencial
en Washington. El espacio diegético entre esas secuencias será de unos 900 kilómetros,
que es la distancia entre Washington y Kentucky, mientras que el espacio no diegético
sería la distancia que separase un decorado del otro, y que puede ser de pocos metros.

- LA MUSICA Y SU CONTENIDO SEMIOLÓGICO. LOS CÓDIGOS: Utilizaremos el


término “código” para definir la relación de una imagen y un sonido. Por ejemplo,
“imagen-de-selva + sonido-de-helicóptero” para un español o un alemán es
simplemente un vuelo en helicóptero sobre una selva, en cambio para un muchacho de
Massachussets significa algo bien distinto: la guerra de Vietnam. Las diferentes lecturas
de esta imágenes vienen dadas por la aplicación automática e inconsciente de unos
códigos culturales más presentes o próximos para unos y más lejanos, o incluso
inexistentes, para otros. Estamos hablando de lo que podríamos llamar códigos
culturales de nuestra civilización, y conviene subrayar “nuestra civilización” porque en
otras culturas, como por ejemplo en la china, el luto nada tiene que ver con el color
negro. Es, pues, fundamental no perder de vista la condición de subjetividad de los
códigos, ya que éstos no son sino un conjunto de señales, significados y reglas que se
han ido estableciendo dentro de las diferentes comunidades culturales. Estos códigos
permiten a sus miembros transmitirse conceptos, ideas y emociones; es decir, les
permite comunicarse entre ellos, pero no siempre les servirá para hacerlo con gentes de
otras colectividades.
Cuando decimos que la música cumple funciones semiológicas, nos referimos a que
ésta, al igual que el lenguaje hablado, activa los estímulos que hacen que la audición de
sonidos, en este caso musicales, organizados conforme a unas determinadas reglas, nos
provoquen unas determinadas sensaciones. Esto se cumple mediante los códigos, tanto
aprendidos como “heredados”, que hacen posible que este lenguaje musical no
significante sea interpretable por el oyente. Y son precisamente los códigos que rigen la
comunicación musical a finales del siglo XIX, cuando aparece el fenómeno
cinematográfico con la música como parte fundamental de su lenguaje, los que van a
quedar incorporados a él de forma indeleble.

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