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C. S. Peirce: "Fundamentos de la validez de las leyes de la lógica" http://www.unav.es/gep/GroundsValidity.

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FUNDAMENTOS DE LA VALIDEZ DE LAS LEYES DE LA


LÓGICA:
OTRAS CONSECUENCIAS DE CUATRO INCAPACIDADES

Charles S. Peirce (1869)

Traducción castellana de Mónica Aguerri (2003)

Journal of Speculative Philosophy 2 (1869), 193-208. [También publicado en W 2, 242-72, en CP 5. 318-57 y en EP


1, 56-82, de donde se ha tomado el texto para esta traducción. Los cambios en el manuscrito MS 593, preparado
como ensayo número 6 de su "Search for a Method" de 1893, se han recogido en las notas]. En este artículo, la
culminación de las Cognition Series, Peirce da argumentos racionales para la validez objetiva de las leyes de la
lógica y, mediante la vinculación de la epistemología con la teoría social de la lógica, fundamenta la inducción en
los sentimientos altruistas. Discute también una versión de la paradoja del mentiroso, ofrece una solución basada
en la suposición de que "toda proposición afirma su propia verdad", y hace su primera referencia publicada al
trabajo de De Morgan en la lógica de relaciones.

Si, como afirmaba en un artículo en el último número de esta revista1, todo juicio resulta de la inferencia,
dudar de toda inferencia es dudarlo todo. Se ha afirmado con frecuencia que el escepticismo absoluto es
auto-contradictorio; pero esto es un error; e incluso, si no fuera así, no sería un argumento en contra del
escéptico absoluto, en tanto que éste no admite que ninguna proposición contradictoria sea verdadera. En
verdad, sería imposible persuadir a tal hombre, puesto que su escepticismo consiste en considerar cada
argumento y en no decidir nunca acerca de su validez; por consiguiente, él actuaría de esta manera respecto a
los argumentos planteados en su contra.

Pero entonces no hay seres tales como los escépticos absolutos. Todo ejercicio mental consiste en
inferencia y así, aunque hay objetos inanimados sin creencias, no hay2 seres inteligentes de esa condición.

No obstante es bastante posible que una persona dude de todo principio de inferencia. Puede no haber
estudiado lógica, y, a pesar de que una fórmula lógica le parezca muy obviamente verdadera de forma
evidente, puede no sentirse seguro de que no se esconda en ella un sutil engaño.

En efecto, ciertamente habrá, entre los más cultivados y respetados de mis lectores, quienes nieguen que
aquellas leyes de la lógica que los hombres admiten generalmente tengan validez universal. Pero me dirijo
también a aquellos que no tienen tales dudas, ya que incluso para ellos sería interesante considerar cómo esos
principios llegan a ser verdaderos. Finalmente, habiendo establecido en números anteriores de esta revista3
algunos principios más bien heréticos de la investigación filosófica, uno de los cuales es que nada puede ser
admitido como absolutamente inexplicable, es menester que emprenda un reto que se me ha propuesto:
demostrar cómo, sobre mis principios, las leyes de la lógica pueden no resultar inexplicables.

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Estaré atrapado al principio por una objeción general a todo mi empeño. Se dirá que mi deducción de los
principios lógicos, que es en sí misma un argumento, depende, para su entera virtud, de la verdad de los
principios mismos en cuestión; así que cualquiera que sea mi prueba, deben darse por sentadas las mismas
cosas que han de probarse. Pero a esto, respondo que no me dirijo a los escépticos absolutos ni a aquellos en
cualquier estado de duda ficticia. Es preciso que el lector sea cándido; y si una conclusión lo convence, que la
admita. Nada impide que un hombre advierta la fuerza de ciertos argumentos especiales, aunque no sepa
siquiera que cierta ley general de argumentos es válida; pues la regla general puede sostenerse bien en algunos
casos y no en otros. Un hombre puede razonar bien sin comprender los principios del razonamiento, así como
puede jugar bien a billar sin comprender la mecánica analítica. Si tú, lector, realmente encuentras que mis
argumentos tienen la capacidad de convencerte, llamarlos ilógicos es mera ficción.

El que si un signo se refiere generalmente a todo lo denotado por un segundo, y este segundo se refiere
generalmente a todo lo referido por un tercero, entonces, el primero se refiere generalmente a todo lo referido
por un tercero, no lo duda nadie que aprehenda claramente el significado de estas palabras. La deducción de
la forma general del silogismo, por tanto, consistirá solamente en una explicación de la suppositio communis4.
Ahora, lo que el lógico formal quiere decir con una expresión de la forma, "Todo M es P", es que todo de lo
que M es predicable es P; por consiguiente, si S es M, ese S es P. La premisa "Todo M es P" puede, pues, ser
negada; pero admitirla, claramente, en el sentido propuesto, es admitir que la inferencia S es P si S es M es
buena. Aquel, por tanto, que no niegue que S es P- siendo M, S, P términos tales que S sea M y todo M sea P-
no niega nada de lo que el lógico formal mantiene con respecto a este asunto; y aquel que niegue esto,
simplemente es engañado por una ambigüedad del lenguaje. Cómo llegamos a realizar cualquier juicio en el
sentido del anterior "Todo M es P", puede entenderse a partir de la teoría de la realidad establecida en el
artículo del número anterior5. Se demostraba allí que las cosas reales son de naturaleza cognitiva y, por
consiguiente, significativa, de tal modo que lo real es aquello que significa algo real. En consecuencia,
predicar algo de algo real es predicarlo de aquello de lo que ese sujeto (lo real) se predica en sí mismo;
predicar una cosa de otra, pues, es establecer que la primera es un signo de la segunda.

Estas consideraciones demuestran la razón de la validez de la fórmula,

S es M
M es P
(ergo) S es P

Ellas son válidas, cualesquiera que sean S y P, siempre que sean tales que pueda hallarse cualquier
término medio entre ellas. Que P sea un término negativo, por tanto, o que S sea un término particular, no
interferiría en absoluto en la validez de esta fórmula. Por consiguiente, las siguientes fórmulas también son
válidas:

S es M; M no es P:
(ergo) S no es P.

Algún S es M; M es P:
(ergo) Algún S es P.

Algún S es M; M no es P:
(ergo,) Algún S no es P.

Más aún, como todo ese tipo de inferencias que dependen de la introducción de términos relativos puede
reducirse a la forma general, se demuestra también que son válidas. Por tanto, se prueba que es correcto
razonar como sigue:

Toda relación de un sujeto con su predicado es una relación del relativo "ningún x-ado, excepto por la X de algunos"

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con su correlato, donde X es cualquier relativo que quiera.

Toda relación de "hombre" con "animal" es una relación de un sujeto con su predicado.
(Ergo,) Toda relación de "hombre" con "animal" es una relación del relativo "ningún x-ado, excepto por la X de
algunos" con su correlato, donde X es cualquier relativo que quiera.

Toda relación del relativo "ningún x-ado, excepto por la X de algunos" con su correlato, donde X es cualquier relativo
que quiera, es una relación del relativo " no con cabeza, excepto por la cabeza de algunos" con su correlato.
(Ergo,) Toda relación de "hombre" con "animal" es una relación del relativo " no con cabeza, excepto por la cabeza de
algunos" con su correlato6.

Al mismo tiempo, como se verá a partir de este ejemplo, la prueba de la validez de estas inferencias
depende de la suposición de la verdad de ciertos enunciados generales que conciernen a los relativos. Estas
fórmulas pueden deducirse a partir del principio según el cual en un sistema de signos en el que ningún signo
se toma en dos sentidos diferentes, dos signos que difieren sólo en su manera de representar a su objeto, pero
que son equivalentes en significado, pueden sustituirse siempre uno por otro. Cualquier caso de falsificación
de este principio sería un caso de la dependencia del modo de existencia de la cosa representada con respecto
al modo de ésta o aquella representación de ella, lo cual, como se ha demostrado en el artículo del número
anterior, es contrario a la naturaleza de la realidad.

La siguiente fórmula de silogismo a considerar es la siguiente:

S es distinto de P; M es P
(ergo) S es distinto de M.

El significado de "ningún" y "distinto de" parece tener muy perplejos a los lógicos alemanes y quizá, por
lo tanto, se utilice en sentidos diferentes. Si es así, propongo defender la validez de la fórmula susodicha
solamente cuando distinto a se utilice en un sentido particular. Cuando digo que una cosa o una clase es
distinta de otra segunda, quiero decir que una tercera que sea idéntica a la clase que se compone de esa
tercera y de lo que es, al mismo tiempo, la primera y la segunda. Por ejemplo, si digo que las ratas no son
ratones, quiero decir que una tercera clase, como la de los perros, es idéntica a los perros7 más las ratas-
que-son-ratones; Esto es, la adición de ratas-que-son-ratones a algo, deja esto último tal y como estaba antes.
Siendo esto todo lo que expreso con S es distinto de P, significo absolutamente lo mismo cuando digo que S es
distinto de P, que cuando digo que P es distinto de S; y lo mismo cuando digo que S es distinto de M, que
cuando digo que M es distinto de S. Por tanto, la fórmula de más arriba es sólo otro modo de escribir lo
siguiente:

M es P; P no es S:
(ergo) M no es S.

Pero ya hemos visto que esto es válido.

Una fórmula muy similar a la anterior es la siguiente:

S es M; algún S es P;
(ergo) Algún M es P.

Al decir que algunos de una clase tienen algún carácter, simplemente digo que ningún enunciado que
implique que ninguno de esa clase tiene ese carácter verdadero. Pero decir que ninguno de esa clase es de ese
tipo es, en tanto que tomo la palabra "no", decir que nada de ese tipo es de esa clase. En consecuencia, decir
que alguno de A es B, es, como entiendo las palabras y el único sentido en el que defiendo esta fórmula, decir
que algún B es A. En este sentido la fórmula se reduce a la siguiente, cuya validez se ha demostrado ya:

Algún P es S; S es M;

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(ergo) Algún P es S

Los únicos silogismos demostrativos que no se incluyen entre las formas de arriba son los modos
teofrásticos, que se reducen fácilmente por medio de conversiones simples.

Permítaseme considerar ahora lo que puede objetarse en contra de esto y también ocuparme de las
objeciones, que ya se han planteado, a las fórmulas silogísticas, comenzando con aquellas que son de
naturaleza general y examinando después aquellos sofismas que las reglas de la lógica ordinaria han declarado
irresolubles.

Es una noción muy antigua la de que ninguna prueba tiene valor alguno, porque ésta se basa en premisas
que de igual modo requieren en sí mismas prueba, la cual nuevamente debe basarse en otras premisas, y así
sucesivamente hasta el infinito. Esto (en realidad) muestra que nada puede ser probado más allá de toda8
posible duda; que ningún argumento podría utilizarse legítimamente en contra de un escéptico absoluto; y que
la inferencia es sólo una transición de una cognición a otra, y no la creación de una cognición. Pero la
intención de la objeción es ir mucho más allá de esto, y mostrar (como ciertamente parece hacer) que la
inferencia no sólo no puede producir cognición infalible, sino que no puede producir cognición en absoluto.
Es verdad que, como algún juicio precede a todo juicio inferido, o las primeras premisas no fueron inferidas o
no han existido primeras premisas. Sin embargo esto no se sigue puesto que no ha habido una primera en la
serie, con lo cual esa serie no ha tenido un comienzo en el tiempo; porque la serie puede ser continua9 y
puede haber comenzado gradualmente, como se ha demostrado en un artículo de este volumen10, donde esta
dificultad ya ha sido resuelta.

Locke11 y otros han planteado una objeción de alguna manera similar, en el sentido de que el silogismo
demostrativo ordinario es una petitio principii, en tanto que la conclusión se encuentra ya de forma implícita
en la premisa principal. Tómese, por ejemplo, el silogismo,

Todos los hombres son mortales;


Sócrates es un hombre:
(ergo) Sócrates es mortal.

Este intento de probar que Sócrates es mortal es una petición de principio, se dice, ya que si alguien niega
la conclusión, niega por lo tanto que todos los hombres son mortales. Sin embargo, lo que tales
consideraciones prueban en realidad es que el silogismo es demostrativo. Llamarlo una petitio principii es una
mera confusión lingüística. Resulta extraño que los filósofos, que tanto cuestionan las palabras virtual y
potencial, hayan dejado que este "implícito" pase inadvertido. Una petitio principii consiste en razonar desde
lo desconocido hasta lo desconocido. Por ello, un lógico, cuyo compromiso simplemente es declarar qué
formas generales de un argumento son válidas, puede, a lo sumo, no ocuparse de la consideración de esta
falacia más allá de advertir aquellos casos en los que, a partir de principios lógicos, una premisa de una cierta
forma no puede conocerse mejor que una conclusión de la forma correspondiente. Pero claramente esto se
encuentra más allá del campo del lógico, que solamente se propone establecer qué formas de hechos implican
qué otras, investigar si el hombre puede tener conocimiento de proposiciones universales sin conocer cada
particular contenido en ellas, por medio de intuición natural, revelación divina, inducción o testimonio. La
única petitio principii, pues, que puede advertir es la suposición de la conclusión misma en la premisa; y, sin
duda, quienes llaman al silogismo una petitio principii, creen que ocurre esto en esa fórmula. Sin embargo la
proposición "Todos los hombre son mortales" no implica en sí misma la afirmación de que Sócrates sea mortal,
sino sólo "aquello de lo que se haya predicado verdaderamente 'hombre' es mortal". En otras palabras, la
conclusión no está implícita en el significado de la premisa, sino sólo la validez del silogismo. Así que esta
objeción meramente equivale a afirmar que el silogismo no es válido porque es demostrativo12.

Una objeción mucho más interesante es que un silogismo es un proceso puramente mecánico. Procede

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según una regla o fórmula desnuda; y así podría construirse una máquina que transpusiera los términos de las
premisas. Siendo esto así (y así es) se afirma que esto no puede ser pensamiento; que no hay vida en ella.
Swift ha ridiculizado el silogismo en el Voyage to Laputa, al describir una máquina de hacer ciencia:

"Por este invento, la persona más ignorante, con una carga razonable o con un pequeño esfuerzo corporal, podría
escribir libros de filosofía, poesía, política, leyes, matemáticas y teología sin la mínima ayuda del genio o el
estudio"13.

La idea que conlleva esta objeción parece ser que aplicar cualquier fórmula o utilizar cualquier máquina
requiere una mente. Si entonces esta mente es en sí misma sólo otra fórmula, requiere otra mente tras de sí que
la haga funcionar y así sucesivamente ad infinitum. Esta objeción falla del mismo modo que falló la primera
que consideramos. Es como si un hombre se dirigiera a un topógrafo como sigue: "Usted no hace una
representación verdadera del terreno; sólo mide longitudes de punto a punto, es decir, líneas. Si observa los
ángulos, es sólo para resolver triángulos y obtener las longitudes de sus lados. Y cuando va a hacer su mapa,
emplea un lápiz que sólo puede hacer líneas, nuevamente. Por lo tanto, sólo puede hacerlo con líneas. Pero la
tierra es una superficie: y ninguna cantidad de líneas, por grande que sea, hará superficie alguna, por pequeña
que fuera. Usted, pues, fracasa por completo al representar la tierra". El topógrafo, creo yo, replicaría: "Señor,
ha probado que mis líneas no pueden formar la tierra y que, en consecuencia, mi mapa no es la tierra. Nunca
pretendí que lo fuera. Pero eso no impide que represente la tierra de forma verdadera, en la medida en que lo
hace. No puede, en efecto, representar cada brizna de hierba; pero no representa (tampoco) que no haya una
brizna de hierba donde la hay. Abstraer de una circunstancia no es negarla". Suponga que en este punto el
objetor alegara: "Abstraer de una circunstancia es negarla. Dondequiera que su mapa no represente una brizna
de hierba, representa que no hay tal brizna de hierba. Tomemos las cosas en su propio valor". Acaso no
respondería el topógrafo: "Este mapa es mi descripción del terreno. Su propia valoración no puede ser sino lo
que yo digo, y lo que todo el mundo entiende que significa. ¿Tan descabellado es que pida que se tome tal
como yo lo propongo, especialmente cuando tengo éxito en hacerme comprender?", cuál sería la réplica del
objetor a esta pregunta, lo dejo para cualquiera que considere su posición bien fundamentada. Ahora esta línea
de objeción es paralela a la que se plantea en contra del silogismo. Se demuestra que ningún número de
silogismos puede constituir la suma total de acción mental alguna, por limitada que ésta sea. Esto podría
libremente concederse y ni siquiera así se seguiría que el silogismo no representara verdaderamente una
acción mental, en tanto que en absoluto pretende representarla. Hay razones para creer que la acción de la
mente es, por así decirlo, un movimiento continuo. Ahora, la doctrina contenida en la fórmulas silogísticas (en
la medida en que se aplica a la mente en absoluto) es que si se toman dos posiciones sucesivas, ocupadas por
la mente en este movimiento, resultará que tienen ciertas relaciones. Es cierto que ningún número de
sucesiones de posiciones puede constituir un movimiento continuo; y esto, supongo, es lo que se quiere decir
al afirmar que un silogismo es una fórmula muerta, mientras que pensar es un proceso vivo. Pero la repuesta
es que con el silogismo no se pretende representar la mente, en cuanto a su vida o su muerte, sino sólo en
cuanto a la relación de sus diferentes juicios concernientes a la misma cosa. Y a esto debería añadirse que la
relación entre silogismo y pensamiento no surge de las consideraciones de la lógica formal, sino de las de la
psicología. Todo lo que ha de decir el lógico formal es que si los hechos con capacidad de expresión en unas u
otras formas de palabras son verdaderos, otro hecho cuya expresión se relacione en cierto sentido con la
expresión de estos otros, es también verdadero.

Hegel enseñó que el razonamiento ordinario es "parcial" 14. Una parte de lo que quería decir era que por
tal inferencia sólo puede ser aprenderse una parte de todo lo que es verdadero de un objeto, debido a la
generalidad o abstracción de los predicados inferidos. Esa objeción es por tanto algo similar a la última; pues
la tesis es que ningún número de silogismos proporcionaría un conocimiento completo del objeto. Esto, sin
embargo, presenta una dificultad que la otra no presentaba; a saber, que si nada incognoscible existe, y todo
conocimiento es por una acción mental, por acción mental todo es cognoscible. Así que si todo no es
cognoscible por el silogismo, el silogismo no agota todos los modos de la acción mental: sin embargo, otorgarle
validez a este argumento prueba demasiado pues invalida no ya al silogismo en particular, sino a todo
conocimiento finito: por mucho que conozcamos, es posible que se llegue a descubrir más. Por consiguiente,

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nunca puede conocerse todo. Esto parece contradecir el hecho de que nada es absolutamente incognoscible; y
así sería si nuestro conocimiento fuera algo absolutamente limitado. Por tanto, decir que nunca puede
conocerse todo significa que la información puede incrementarse más allá de un punto asignable; esto es, que
una terminación absoluta de todo incremento de conocimiento es absolutamente incognoscible, y por
consiguiente, no existe. En otras palabras, la proposición meramente significa que la suma de todo lo que será
conocido alguna vez en el futuro, por avanzada que sea, tiene una proporción menor que cualquier proporción
asignable a todo lo que puede conocerse en un tiempo todavía más avanzado. Sin embargo, no contradice, en
lo más mínimo, el hecho de que todo es cognoscible; sólo contradice una proposición, que nadie puede
mantener, la de que es posible conocerlo todo, esto es, que todas las cosas serán conocidas alguna vez15. No
obstante, podría decirse justamente , que la dificultad de cómo en todo tiempo futuro, por lejano que sea,
puede haber algo aún por ocurrir, sigue ahí todavía. No es ya una contradicción, sino una dificultad; es decir,
se demuestra que los periodos de tiempo no permiten una concepción adecuada del porvenir en general, y se
plantea la cuestión de en qué otro modo hemos de concebirlo. Podría, desde luego, dejar la cuestión aquí, y
decir que la dificultad ha llegado a estar ya tan completamente alejada del silogismo en particular, que el
lógico formal no tiene por qué sentirse especialmente llamado a considerarla. La solución, no obstante, es muy
simple. Es que concebimos el futuro, como un todo, considerando que esta palabra, como cualquier otro
término general, "habitante de San Luis" por ejemplo, puede tomarse distributiva o colectivamente.
Concebimos lo infinito, pues, no directamente o del lado de su infinitud, sino por medio de una consideración
que concierne a las palabras o a una segunda intención.

Otra objeción al silogismo es que su "por lo tanto" es meramente subjetivo; que, como una cierta
conclusión se sigue silogísticamente de una premisa, no se sigue que el hecho denotado por la conclusión
dependa realmente del hecho denotado por la premisa, de modo que el silogismo no representa las cosas como
son en realidad. Sin embargo se ha demostrado completamente que si los hechos son como representan las
premisas, también son como representa la conclusión. Ahora, éste es un enunciado puramente objetivo: por lo
tanto, hay una conexión real entre los hechos establecidos como premisas y aquellos establecidos como
conclusión. Es cierto que a menudo se da la apariencia de que se razona deductivamente de los efectos a las
causas. Por ello podríamos razonar como sigue: "Hay humo; sin embargo, nunca hay humo sin fuego: por lo
tanto, ha habido fuego". Pero el humo no es la causa del fuego, sino su efecto. Efectivamente, es evidente que
en muchos casos un acontecimiento es una señal demostrativa de cierto acontecimiento previo que ha tenido
lugar. De ahí que podamos razonar deductivamente desde un futuro relativo a un pasado relativo, mientras que
la causación16 realmente determina los acontecimientos en el orden directo del tiempo. Con todo, si podemos,
pues, razonar en contra del discurrir del tiempo, es porque realmente existen tales hechos como el de "si hay
humo, ha habido fuego", en el que el siguiente acontecimiento es el antecedente. En efecto, si consideramos la
manera en la que tal proposición llega a ser conocida, encontraremos que lo que realmente significa es "si
encontramos humo, encontraremos evidencia en general de que ha habido fuego"; y esto, si la realidad
consiste en el acuerdo al que toda la comunidad llegaría finalmente, es lo mismo que decir que realmente ha
habido fuego. En resumen, toda la dificultad presente se resuelve al instante por esta teoría de la realidad, ya
que hace que toda realidad sea algo constituido por un acontecimiento indefinidamente futuro.

Otra objeción, para la cual quiero conceder todo el mérito a un gran filósofo alemán, es que, en
ocasiones, la conclusión es falsa, aunque tanto las premisas como la forma silogística sean correctas17. Él da
los siguientes ejemplos18 de esto. A partir del término medio "una pared ha sido pintada de azul" podría
concluirse correctamente que es azul; sin embargo, a pesar de este silogismo, podría ser verde si hubiera
recibido también una capa de amarillo, de cuya última circunstancia por sí misma se seguiría que es amarilla.
Si del término medio de la facultad sensorial se concluye que el hombre no es ni bueno ni malo, ya que eso no
puede predicarse de lo sensorial, el silogismo es correcto; pero la conclusión es falsa, ya que la espiritualidad
es igualmente verdadera del hombre en lo concreto, y puede servir como término medio en un silogismo
contrario. A partir del término medio de la gravitación de los planetas, satélites y cometas hacia el sol, se sigue
correctamente que estos cuerpos van a dar al sol; pero no van a dar a él, porque gravitan igualmente hacia sus
propios centros, o, en otras palabras, son sostenidos por una fuerza centrífuga. Ahora, ¿Hegel quiere decir que

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estos silogismos satisfacen las reglas para el silogismo dadas por aquellos que defienden el silogismo?, ¿o lo
que quiere es conceder que no satisfacen aquellas reglas, pero establecer algunas reglas suyas para el
silogismo que aseguren sus endebles conclusiones falsas a partir de premisas verdaderas? Si es esto último,
ignora la cuestión verdadera, que es si el silogismo definido por las reglas de la lógica formal es correcto, y no
si el silogismo tal y como lo representa Hegel es correcto. Sin embargo, si lo que quiere decir es que los
ejemplos anteriores satisfacen la definición usual de un silogismo verdadero, está equivocado. El primero,
enunciado en esa forma, es como sigue:

Todo lo que ha sido pintado de azul es azul;


Esta pared ha sido pintada de azul:
(ergo) Esta pared es azul.

Ahora "pintada de azul" puede significar pintada con pintura azul, o pintada para ser azul. Si, en el
ejemplo, se quisiera decir lo primero, la premisa principal sería falsa. Como ha establecido que es verdadera, el
segundo significado de "pintada de azul" debe ser el que se pretende. De nuevo, "azul" puede significar azul
en algún momento o azul en este momento. Si es lo segundo, la premisa principal es claramente falsa; por lo
tanto, es lo primero. Pero, se dice que la conclusión contradice el enunciado de que la pared es amarilla. Si
azul fuese tomado aquí en el sentido más general, no habría tal contradicción. Por consiguiente, lo que quiere
decir en la conclusión es que esta pared es azul ahora; es decir, él razona, pues:

Aquello que se ha hecho azul ha sido azul;


esto se ha hecho azul:
(ergo) Esto es azul ahora.

Ahora, al poner letras por los sujetos y predicados, obtenemos la forma:

M es P;
S es M:
(ergo) S es Q.

Éste no es un silogismo en el sentido ordinario de ese término, ni en ningún otro sentido en que alguien
mantenga que el silogismo es válido.

El segundo silogismo proporcionado por Hegel, transcrito completo, es como sigue:

La sensualidad no es buena ni mala;


El hombre tiene (no es) sensualidad:
(ergo) El hombre no es bueno ni malo.

O el mismo argumento puede enunciarse como sigue:

Lo sensual, como tal, no es ni bueno ni malo;


El hombre es sensual;
(ergo) El hombre no es ni bueno mi malo.

Al poner letras por sujeto y predicado en cualquiera de estos argumentos, toma la forma:

M es P;
S es N:
(ergo) S es P.

Esto, nuevamente, no tiene sino una ligera semejanza con un silogismo.

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El tercer ejemplo, cuando se establece en toda su extensión, es como sigue:

Aquello que tiende al sol, en general, va a dar al sol;


Los planetas tienden al sol:
(ergo) Los planetas van a dar al sol.

Esto es una falacia similar a la anterior.

Me sorprende que este eminente lógico no añadiera a su lista de ejemplos de silogismos correctos el
siguiente:

O llueve o no llueve;
No llueve:
(ergo) Llueve.

Esto merece tanta consideración seria como todos los que se han presentado: El día lluvioso y el día
agradable son ambos, en primer lugar, días. En segundo lugar, cada uno es la negación de un día. Es
indiferente cuál sea considerado el positivo. El agradable es otro distinto al lluvioso, y el lluvioso es de forma
parecida otro distinto al agradable. Por tanto, ambos son igualmente Otros distintos. Los dos son Otros
distintos el uno del otro, o cada uno es Otro distinto de sí mismo. Así que siendo este día otro distinto al
lluvioso, eso para el que es Otro es él mismo. Sin embargo es Otro distinto a sí mismo: Por consiguiente, es en
sí mismo lluvioso.

Sin embargo, eleáticos y sofistas, sobre todo, han planteado algunos sofismas que son en realidad
extremadamente difíciles de resolver por medio de reglas silogísticas; y de acuerdo con algunos autores
modernos esto es realmente imposible. Estos sofismas se clasifican en tres clases: Los primeros, aquellos
relacionados con la continuidad; los segundos, aquellos relacionados con las consecuencias de suponer que las
cosas son otras distintas de las que son; los terceros, aquellos relacionados con proposiciones que implican su
propia falsedad. Entre los del primer tipo, los más célebres son los argumentos de Zenón concernientes al
movimiento. Uno de ellos es que si Aquiles adelanta a una tortuga en un tiempo finito y la tortuga tiene la
salida a una distancia de él, que puede llamarse a, entonces Aquiles tiene que sobrepasar la suma de distancias
representada por el polinomio

1/2a + 1/4a + 1/8a + 1/16a + 1/32a etc...

hasta el infinito. Todos los términos de este polinomio son finitos, y tiene un número infinito de términos; en
consecuencia, debe sobrepasar en un tiempo finito una distancia igual a la suma de un número infinito de
distancias finitas. Ahora esta distancia debe ser infinita, porque ninguna distancia finita, por pequeña que sea,
puede multiplicarse por un número infinito sin resultar una distancia infinita. Así que incluso si ninguna de
estas distancias finitas fuera mayor que la más pequeña ( que es finita, ya que todas son finitas), la suma total
sería infinita. Sin embargo Aquiles no puede sobrepasar una distancia infinita en un tiempo finito; por lo tanto,
él no puede adelantar a la tortuga en ningún tiempo, por grande que sea19.

La solución de esta falacia es como sigue: se supone que la conclusión se deriva del hecho20 indudable
de que Aquiles no puede adelantar a la tortuga sin sobrepasar un número infinito de términos de esa serie de
distancias finitas. Esto es, ningún caso de su adelantar a la tortuga sería un caso de no sobrepasar un número
no-finito de términos; esto es (por simple conversión), ningún caso de su no sobrepasar un número no-finito de
términos sería un caso de adelantar a la tortuga. Pero si él no sobrepasa un número no-finito de términos, o
bien sobrepasa un número finito, o bien no sobrepasa ninguno, y a la inversa. En consecuencia, no se ha dicho
más que que todo caso de su sobrepasar sólo un número finito de términos, o de no sobrepasar ninguno, es un
caso de no adelantar a la tortuga. Por lo tanto, no se puede concluir nada más que que él sobrepasa una
distancia mayor que la suma de cualquier número finito de la anterior serie de términos. Sin embargo, como

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una cantidad es mayor que cualquier cantidad de una cierta serie, no se sigue que sea mayor que cualquier
cantidad21.

De hecho, el razonamiento en este sofisma puede presentarse como sigue: Comenzamos con la serie de
números,

1/2a
1/2a + 1/4a
1/2a + 1/4a + 1/8a
1/2a + 1/4a + 1/8a + 1/16a
etc. etc. etc.

Entonces, el argumento implícito es

Cualquier número de esta serie es menor que a;


Pero cualquier número que quieras es menor que el número de términos de esta serie:
Por tanto, cualquier número que quieras es menor que a.

Esto implica una confusión obvia entre el número de términos y el valor del término mayor.

Otro argumento de Zenón contra el movimiento es que un cuerpo llena un espacio que no es mayor a sí
mismo. En ese lugar no hay sitio para el movimiento. Por lo tanto, mientras está en ese lugar, no se mueve.
Pero nunca está en un lugar distinto al lugar en el que está. Por consiguiente, nunca se mueve. Poniéndole
forma a esto, sería:

Ningún cuerpo en un lugar no mayor a sí mismo se está moviendo;


Pero todo cuerpo es un cuerpo en un lugar no mayor a sí mismo:
(ergo) Ningún cuerpo se está moviendo.

El error de esto consiste en el hecho de que la premisa menor es sólo verdadera en el sentido de que
durante un tiempo lo suficientemente corto, el espacio ocupado por un cuerpo es, si se quiere, un poco mayor
que él mismo. Todo lo que puede inferirse de esto es que durante ningún tiempo un cuerpo se moverá ninguna
distancia.

Todos los argumentos de Zenón dependen de suponer que un continuum tiene partes últimas. Pero un
continuum es precisamente aquello de lo que, cada parte tiene partes, en el mismo sentido. Por eso, él llega a
sus contradicciones sólo al hacer una suposición auto-contradictoria. En el lenguaje matemático y ordinario,
nos permitimos hablar de tales partes -puntos- y cuando de ese modo somos llevados a una contradicción,
simplemente tenemos que expresarnos de un modo más apropiado para resolver la dificultad.

Supóngase que un pedazo de cristal se coloca sobre un trozo de papel de modo que cubra la mitad de él.
Entonces, cada parte del papel está cubierta o no cubierta; pues "no" significa meramente fuera de o distinta
a. Pero ¿está o no cubierta la línea bajo el borde del cristal? No lo está más en un lado del borde que en el
otro. Por consiguiente, o lo está en los dos lados o no lo está en ninguno. No está en ningún lado; pues si lo
estuviera no sería en los dos lados, por tanto no en el lado cubierto, por tanto no cubierto, por tanto en el lado
descubierto. No está en parte en un lado y en parte en el otro, porque no tiene anchura. Por ello está por
completo en ambos lados, o ambos cubiertos y no cubiertos.

La solución de esto es que hemos supuesto una parte demasiado estrecha para estar en parte descubierta
y en parte cubierta; es decir una parte que no tiene partes en una superficie continua, que por definición no
tiene tales partes. El razonamiento, pues, simplemente sirve para reducir esta suposición a un absurdo.

Puede decirse que realmente hay tal cosa como una línea. Si una sombra cae sobre una superficie,

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realmente hay una división entre la luz y la oscuridad. Eso es verdadero. Pero no se sigue que porque
atribuyamos un significado determinado a la parte de una superficie cubierta, sepamos por eso lo que
queremos decir cuando decimos que una línea es cubierta. Podemos definir una línea cubierta como aquella
que separa dos superficies que están cubiertas, o como aquella que separa dos superficies cualquiera, una de
las cuales está cubierta. En el primer caso, la línea bajo el límite está descubierta; en el segundo caso, está
cubierta.

En los sofismas considerados hasta el momento, la apariencia de contradicción depende mayormente de


una ambigüedad; en aquellos que vamos a considerar ahora, dos proposiciones verdaderas realmente entran en
conflicto entre sí. Tendemos a pensar que la lógica formal no permite esto, en tanto que un argumento familiar,
la reductio ad absurdum, depende de demostrar que los predicados contrarios son verdaderos de un sujeto, y
que por lo tanto ese sujeto no existe. Muchos lógicos, es cierto, hacen a sus proposiciones afirmativas afirmar
la existencia de sus sujetos22. La objeción a esto es que no puede extenderse a las hipotéticas. La proposición

Si A entonces B

puede considerarse convenientemente como equivalente a

Todo caso de la verdad de A es un caso de la verdad de B.

Pero esto no puede hacerse si la última proposición afirma la existencia de su sujeto; esto es, afirma que
A realmente sucede. Sin embargo, si se considera una afirmación categórica como afirmando la existencia de
su sujeto, el principio de la reductio al absurdum es que dos proposiciones de las formas,

Si A fuese verdadero, B no sería verdadero,

Si A fuese verdadero, B sería verdadero,

pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo; y si lo son, A no es verdadero. Convendría, quizá, ilustrar este
punto. Ningún hombre con sentido común volcaría deliberadamente su tintero si hubiera tinta en él; esto es, si
alguna tinta se saliese. Así, por simple conversión,

Si él deliberadamente volcase su tintero, no se derramaría tinta.

Pero supóngase que hay tinta en él. Entonces, también es verdad que

Si él deliberadamente volcase su tintero, se derramaría la tinta.

Estas proposiciones son ambas verdaderas y la ley de la contradicción, que afirma sólo que nada tiene
predicados contradictorios, no se viola; de estas proposiciones se sigue solamente que el hombre no volcará su
tintero de forma deliberada.

Existen dos modos por los que los sofismas engañosos pueden resultar de esta circunstancia. En primer
lugar, las proposiciones contradictorias nunca son ambas verdaderas. Ahora, como una proposición universal
puede ser verdadera cuando el sujeto no existe, se sigue que lo contrario de un universal -esto es, un
particular- no puede tomarse como verdadero cuando el sujeto no existe. Pero un particular simplemente
afirma una parte de lo que afirma el universal que está por encima de él; por lo tanto, el universal que está por
encima de él afirma que el sujeto existe. En consecuencia, hay dos tipos de universales: los que no afirman
que el sujeto existe, que no tienen proposiciones particulares por debajo de ellos; y aquellos que sí afirman que
el sujeto existe, que estrictamente hablando, no tienen contradictorios. Por ejemplo, no hay uso de una forma
tal de proposición como "Algunos grifos serían animales espantosos" como particular bajo la forma útil "El

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grifo sería un animal espantoso"; y las aparentemente contradictorias "Todos los miembros de la familia de
John Smith están enfermos" y "Algunos miembros de la familia de John Smith no están enfermos", son ambas
falsas al mismo tiempo si John Smith no tiene familia. Aquí, aunque una inferencia de un universal a un
particular que esté por debajo de él sea siempre válida, sin embargo, un procedimiento que se asemeja mucho
a éste sería sofístico si el universal fuera una de aquellas proposiciones que no afirman la existencia de su
sujeto. El siguiente sofisma depende de esto. Lo llamo el Verdadero Gorgias:

Gorgias: ¿Qué dices tú, Sócrates, del negro? ¿Es cualquier negro blanco? Sócrates: ¡No, por Zeus!
Gor: ¿Dices, entonces, que ningún negro es blanco? Soc: Ninguno en absoluto.
Gor: Pero, ¿es todo o negro o no-negro? Soc: Por supuesto.
Gor: ¿y es todo o blanco o no-blanco? Soc: Sí.
Gor: ¿Y es todo o áspero o suave? Soc: Sí.
Gor: ¿Y es todo real o irreal? Soc: ¡Sí!
Gor: ¿Dices, pues, que todo negro es o negro áspero o negro suave? Soc: Sí.
Gor: ¿Y que todo blanco es o blanco real o blanco irreal? Soc: Sí.
Gor: ¿Y así ningún negro es blanco? Soc: Ninguno en absoluto.
Gor: ¿Ningún blanco negro? Soc: De ninguna manera.
Gor: ¿Qué? ¿ ningún negro suave es blanco? Soc: No, no puedes probar eso, Gorgias.
Gor: ¿Ni ningún negro áspero, blanco? Soc: Ninguno.
Gor: ¿Ni ningún blanco real, negro? Soc: No.
Gor: ¿Ni ningún blanco irreal, negro? Soc; No, digo. Ningún blanco en absoluto es negro.
Gor: y qué si lo negro es suave, ¿no es blanco? Soc: En lo más mínimo
Gor: ¿Y si lo último es falso, es falso lo primero? Soc: Lo uno sigue a lo otro.
Gor: ¿Entonces, si lo negro es blanco, se sigue que lo negro no es suave? Soc: Así es.
Gor: ¿lo negro-blanco no es suave? Soc: ¿Qué quieres decir?
Gor: ¿Puede algún hombre muerto hablar? Soc: No, desde luego.
Gor: ¿Y está algún hombre que hable, muerto? Soc: Digo que no.
Gor: ¿Y hay algún buen rey que sea tirano? Soc: No.
Gor: ¿y es algún rey tirano bueno? SOc: Acabo de decir que no.
Gor: Y dijiste, también, que ningún negro áspero es blanco, ¿verdad? Soc: Sí.
Gor: Entonces, ¿es algún negro-blanco, áspero? Soc: No.
Gor: ¿Y es un negro irreal, blanco? Soc: No.
Gor: Entonces, ¿es algún negro-blanco irreal? Soc: No.
Gor: ¿Ningún negro-blanco es áspero? Soc: Ninguno.
Gor: ¿Todo negro-blanco, pues, es no-áspero? Soc: Sí.
Gor: ¿Y todo negro-blanco es no-irreal? Soc: Sí.
Gor: ¿Todo negro-blanco es, pues, suave? Soc: Sí.
Gor: ¿Y todo real? Soc: Sí.
Gor: ¿Algo suave es, entonces, negro-blanco? Soc: Por supuesto.
Gor: ¿Y algo real es negro-blanco? Soc: Así parece.
Gor: ¿Algo negro-blanco suave es negro-blanco? Soc: Sí.
Gor: ¿Algo negro suave es negro-blanco? Soc: Sí.
Gor: ¿Algo negro suave es blanco? Soc: Sí.
Gor: ¿Algo negro real es negro-blanco? Soc: Sí.
Gor: ¿Algo real negro es blanco? Soc: Sí.
Gor: ¿Algo negro real es blanco? Soc: Sí.
Gor: ¿Y algo negro suave es blanco? Soc: Sí.
Gor: Entonces, ¿algo negro es blanco? Soc: Así creo.

El principio de la reductio ad absurdum ocasiona también engaños en otro sentido, debido al hecho de
que tenemos muchas palabras, tales como poder, ser posible, deber... que implican más o menos vagamente
una condición de otro modo inexpresada, de modo que estas proposiciones son, de hecho, hipotéticas. Según
esto, si la condición inexpresada es algún estado de cosas que en realidad no llega a pasar, las dos
proposiciones pueden parecer contrarias entre sí. Así, el moralista dice "Deberías hacer esto, y puedes
hacerlo". Este "puedes hacerlo" es principalmente exhortatorio en su fuerza: en tanto que, como es un
enunciado de hecho, significa meramente "Si lo intentas, lo harás". Ahora, si el acto es externo y no se lleva a
cabo, el científico, en vista del hecho de que todo acontecimiento en el mundo físico depende exclusivamente
de antecedentes físicos, dice que en ese caso las leyes de la naturaleza impidieron que la cosa fuese hecha, y
que, por consiguiente, "Incluso si lo hubieras intentado, no lo habrías hecho". Sin embargo, la consciencia

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reprochante sigue diciendo que podrías haberlo hecho; esto es, que "si lo hubieras intentado, lo habrías
hecho". Esto recibe el nombre de paradoja de la libertad y del destino y normalmente se supone que una de
estas proposiciones debe ser verdadera y la otra falsa. Pero como, de hecho, no lo has intentado, no hay razón
por la cual la suposición de que lo has intentado no debiera reducirse a un absurdo. Del mismo modo, si
hubieras intentado y hubieras llevado a cabo la acción, la consciencia podría decir "Si no lo hubieras
intentado, no lo habrías hecho"; mientras que el entendimiento diría "Incluso si no lo hubieras intentado, lo
habrías hecho". Estas proposiciones son perfectamente consistentes, y sirven sólo para reducir a un absurdo la
suposición de que no lo intentaste23.

La tercera clase de sofismas consiste en las así llamadas Insolubilia. He aquí un ejemplo de uno de ellos
con su resolución:

ESTA PROPOSICIÓN NO ES VERDADERA.


¿ES VERDADERA O NO?

Supóngase verdadera. Supóngase no verdadera.


Entonces Entonces,
La proposición es verdadera; No es verdadera;
Pero, lo que no es verdadero es la
(ergo) Es verdadero que no es verdadera.
proposición;
Pero, la proposición es que no es
(ergo) Que no es verdadera es verdadero;
verdadero.
(ergo) No es verdadera. (ergo) La proposición es verdadera.
Además, es verdadera. Además, la proposición no es verdadera.
(ergo) Es verdadero que es verdadera. Pero que no es verdadera es la proposición.
Pero la proposición es que no es verdadera. (ergo) Es verdadero que es verdadera.
(ergo) La proposición no es verdadera. (ergo) Es verdadera.

(ergo) Sea verdadera o no, es tanto verdadera como no verdadera.


(ergo) Es tanto verdadera como no verdadera, lo cual es absurdo.

Como la conclusión es falsa, el razonamiento es malo o las premisas no son todas verdaderas. Sin
embargo el razonamiento es un dilema; o bien, entonces, el principio disyuntivo de que o bien es verdadero o
no es falso, o el razonamiento bajo una u otra rama es malo, o bien el razonamiento es del todo válido. Si el
principio de que es verdadero o no es falso, es otro distinto al verdadero y otro distinto al no verdadero; es
decir, no verdadero y no no-verdadero; esto es, no verdadero y verdadero. Pero esto es absurdo. De ahí que el
principio disyuntivo sea válido. Hay dos argumentos bajo cada ramificación del dilema. Ambos argumentos,
contenidos bajo una u otra rama, deben ser falsos. Sin embargo, en cada caso, el segundo argumento implica
todas las premisas y formas de inferencia implicadas en el primero; por ello, si el primero es falso, el segundo
lo es necesariamente. Podemos, pues, limitar nuestra atención a los primeros argumentos de las dos ramas. Las
formas de argumento contenidas en éstas son dos: primero, el silogismo simple en Bárbara, y, segundo, la
consecuencia a partir de la verdad de una proposición hacia la proposición misma. Éstas son ambas
verdaderas. Por ello, la forma entera de razonamiento es correcta, y nada excepto una premisa es falso. No
obstante, como la repetición de una suposición alternativa no es una premisa, no hay, propiamente hablando,

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sino una premisa en el conjunto. Es decir, que la proposición es la misma a la de que la proposición no es
verdadera. Esto, pues, debe ser falso. Por lo tanto, la proposición significa o más o menos que esto. Si no
significa tanto como esto, no significa nada, y por tanto no es verdadera, y en consecuencia otra proposición
que diga de ella lo que dice de sí misma es verdadera. Pero si la proposición en cuestión significa algo más que
que ella misma no es verdadera, entonces la premisa de

Todo lo que se dice en la proposición es que no es verdadera,

no es verdadera. Y como una proposición es verdadera sólo si lo que se dice en ella es verdadero, pero es
falsa si algo de lo que se dice en ella es falso, el primer argumento del segundo lado del dilema contiene una
premisa falsa, y el segundo, un medio indistribuido. Pero el primer argumento del primer lado sigue siendo
bueno. Por eso, si la proposición significa más que que no es verdadera, no es verdadera, y otra proposición
que repita esto de ella, es verdadera. Por consiguiente, la proposición, signifique o no que no es verdadera, no
es verdadera, y una proposición que repita esto de ella es verdadera.

Como esta proposición que se repite es verdadera, tiene un significado. Ahora, una proposición tiene
significado si alguna de sus partes tiene un significado. Por ello la proposición original (de la que una parte
repetida tiene significado) tiene en sí misma un significado. Por lo tanto, debe implicar algo más de lo que
afirma explícitamente. Pero no tiene una determinación particular a ninguna otra implicación. Por eso lo que
signifique de más debe significarlo por ser una proposición. Esto es, toda proposición debe implicar algo
análogo a lo que esto implica. Ahora, la repetición de esta proposición no contiene esta implicación, porque si
no, no podría ser verdadera; por consiguiente, lo que toda proposición implica debe ser algo concerniente a
ella misma. Lo que toda proposición implica concerniente a ella debe ser algo que es falso de la proposición
discutida ahora, pues toda la falsedad de esta proposición radica ahí, puesto que todo lo que establece
explícitamente es verdadero. Debe ser algo que no sería falso si la proposición fuese verdadera, porque en ese
caso alguna proposición verdadera sería falsa. Por consiguiente, debe ser que es verdadera en sí misma. Es
decir, toda proposición afirma su propia verdad.

La proposición en cuestión, por lo tanto, es verdadera en todos los aspectos excepto en la implicación
de su propia verdad24.

La dificultad de mostrar cómo la ley del razonamiento deductivo es verdadera depende de nuestra
incapacidad para concebir su no ser verdadera. En el caso del razonamiento probable, la dificultad es de un
tipo bastante diferente; aquí, donde vemos precisamente cuál es el procedimiento, nos preguntamos cómo
puede tal proceso tener alguna validez. Qué mágico es que, examinando una parte de una clase, podamos
saber qué es verdadero del conjunto de la clase, y que por medio del estudio del pasado podamos conocer el
futuro: En resumidas cuentas, ¡que podamos conocer aquello que no hemos experimentado!

¡Acaso no es esto una intuición intelectual! Además de la experiencia ordinaria, que depende de que
haya una cierta conexión física entre nuestros órganos y la cosa experimentada, ¿no hay una segunda vía de
verdad que depende sólo de que haya una cierta conexión intelectual entre nuestro conocimiento previo y lo
que aprendemos de ese modo? Sí, es cierto. El hombre tiene esta facultad, así como el opio tiene la capacidad
somnífera25; pero pueden formularse otras cuestiones, no obstante. ¿Cómo se justifica la existencia de esa
facultad? En un sentido, sin duda, por selección natural. Como es absolutamente esencial a la preservación de
un organismo tan delicado como el del hombre, ninguna raza que no lo haya tenido ha si

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