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European Review of Latin American and Caribbean Studies 71, October 2001 앚 3-23

Adopción, filiación y el fracaso de la


reciprocidad:
El respaldo de residentes extranjeros en
la Argentina a ‘la recuperación’ de las
Islas Malvinas en 1982*
Rosana Guber

A lo largo del siglo XX la República Argentina participó en un solo conflicto


internacional. La Guerra de Malvinas por los archipiélagos británicos Sand-
wich del Sur (South Sandwich), Georgias del Sur (South Georgias) y Malvinas
(Falklands) fue el resultado de la ocupación de la capital isleña Port Stanley,
por parte de fuerzas regulares argentinas el 2 de abril de 1982. Dicha ocupa-
ción, que se justificaba en la afirmación de la soberanı́a argentina sobre estos
territorios insulares, reclamados a Inglaterra desde 1833, comenzó con un mes
de presencia argentina en tensa espera a una solución diplomática. La Task
Force británica, enviada sin demora por decisión de la Primer Ministro Marga-
ret Thatcher, llegó al Atlántico Sur para iniciar las hostilidades el 1 de mayo; el
24 los británicos desembarcaron en la Isla Soledad (East Falkland) y empren-
dieron su avance hacia el oeste, a la capital isleña rebautizada ‘Puerto Argenti-
no’. El 14 de junio la capital fue re-ocupada por Gran Bretaña y los argentinos
entregaron las armas.
Esta única guerra presentó ciertas particularidades. Breve y contundente,
puso en evidencia la asimetrı́a estratégica y táctica de las fuerzas desplegadas
por la Argentina y por el Reino Unido, la segunda potencia de la OTAN (NA-
TO). Además, fue la primera y única ocasión en que la Argentina condujo al
campo de batalla a soldados conscriptos, desde que en 1901 se sancionara la ley
de Servicio Militar Obligatorio de conscripción masculina. Pero quizás el rasgo
más interesante haya sido su carácter paradójico, aunque esta paradoja pueda
ser leı́da como tal, y casi exclusivamente, por la población argentina. La ‘recu-
peración de las Islas Malvinas’ resultó de la iniciativa del régimen dictatorial
que más vasta y sistemáticamente persiguió a argentinos y extranjeros residen-
tes en el paı́s, condenándolos a la desaparición forzada, la tortura, la delación y
la muerte, por presuntas o reales actividades polı́ticas consideradas ‘subversi-
vas’ y, por ende, ‘antinacionales’. Aunque para la fecha de las acciones bélicas
el régimen autodenominado ‘Proceso de Reorganización Nacional’ era no sólo
anti-popular sino ampliamente impopular, la ‘recuperación’ contó con el masi-
vo apoyo de la población, que irı́a in crescendo en el transcurso de los 74 dı́as
siguientes y caerı́a abruptamente tras la noticia de la rendición.

*La investigación de la cual este artı́culo forma parte, fue realizada con un subsidio doctoral de la
Fundación Antorchas. Una versión preliminar fue presentada al panel ‘Identidad en la Argentina:
crisol o pluralismo?’ en las ‘Primeras jornadas de la Identidad Nacional: Inmigración e Integra-
ción’ (1997).
4 앚 Rosana Guber

Este artı́culo analiza un aspecto de ese apoyo aparentemente espasmódico y


ciertamente complejo que ha sido soslayado e incluso trivializado por los ana-
listas y por el periodismo de postguerra como producto de la manipulación
estatal o como reacción inmediata suscitada por el nacionalismo perenne y
fascista de los argentinos. Mi objetivo aquı́ no es dirimir el signo polı́tico del
consenso resonante de aquellas jornadas según alguna categorización presta-
blecida como, por ejemplo, fascista o autoritario. Mi objetivo es comprender
qué sentidos le asignaron distintos sectores de la sociedad civil al conflicto
internacional y a su inherente causa de soberanı́a, como una vı́a para acceder a
las definiciones que dichos sectores actualizaron de la Nación Argentina y su
pertenencia a ella. Quizás este recorrido pueda ayudarnos a reconocer algunos
móviles de ese misterioso ‘respaldo popular’ a la última iniciativa del régimen
más cruel del siglo XX argentino y, también, para comprender parte de los
factores que condujeron a su caı́da.
De los numerosos sectores que hicieron público y explı́cito su apoyo a la
‘recuperación’ isleña, los extranjeros ocuparon un sitio nada desdeñable, te-
niendo en cuenta que el conflicto ostentaba un carácter internacional y que,
además, la Argentina ha sido imaginada y forjada por sus estadistas e historia-
dores como un ‘paı́s de inmigración’. En estas páginas no interesa tanto qué
buscaban con su apoyo los extranjeros residentes en la Argentina, si tal o cual
dirigente de esta o aquella asociación perseguı́a fines particulares; ni siquiera
importa si cada cual estaba genuinamente consustanciado con el ánimo patrió-
tico general. Interesa, más bien, reconocer los modos en que estos sectores
expresaron su respaldo a los actos de soberanı́a, poniendo de manifiesto cierto
concepto de Nación. Espero ası́ mostrar que aquellas personas autoadscriptas
por sus orı́genes nacionales extra-argentinos actualizaron su pertenencia a la
Argentina en forma convergente con otros sectores alineados por su natividad.
Esta convergencia se fundaba en la demanda al Estado argentino de la restau-
ración de la filiación. Su incumplimiento fue uno de los factores que, en el
plano interno, contribuyeron de manera definitoria al desprestigio de la insti-
tución armada como defensora de la Nación y, muy probablemente, a la caı́da
del régimen instaurado en 1976.

Extranjeros como ‘inmigrantes’

Muchos de los extranjeros que residı́an en la Argentina en 1982 se sumaron al


fervor patriótico. El régimen del Proceso de Reorganización Nacional presidi-
do por una Junta militar conformada por los tres comandantes en jefe de las
tres Fuerzas Armadas – Ejército, Marina y Fuerza Aérea – acababa de ocupar
las Islas Malvinas, intentando poner fin a 149 años de dominio británico. Los
sucesivos gobiernos, bonaerenses primero y argentinos después, reclamaron
ininterrumpidamente por vı́a diplomática los derechos argentinos arrebatados
por la ‘usurpación’ (Ferrer Vieyra 1992, Guber 1999)1. En 1982 el régimen
militar apelaba a otros medios.
El de Malvinas derivó, inmediatamente, en un conflicto internacional que
involucraba a un estado europeo, Gran Bretaña, y a dos estados americanos,
uno como contendiente, la Argentina, y el otro como aliado enemigo, los Esta-
dos Unidos. Durante los 74 dı́as de la ocupación diversos sectores estatales,
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sociales, polı́ticos, ideológicos, culturales, regionales, locales y provinciales de


la Argentina lograron producir algo inédito en lo que iba del siglo. La cohesión
tras una causa concebida como ‘anti-colonialista’ obligaba a inventar una ima-
gen de la Argentina que contrastaba con la que habı́a prevalecido, por lo me-
nos, en los seis años previos. El terrorismo de Estado o ‘guerra sucia’, la repre-
sión de toda protesta, la proscripción de algunos agrupamientos polı́ticos y
gremiales, la veda partidaria, y el alineamiento anticomunista con el bloque
Occidental y neoconservador de la OTAN, encabezado por Ronald Reagan,
presidente de los Estados Unidos, y por Gran Bretaña, cedieron a un exhultan-
te latinoamericanismo, la movilización popular y la celebración de la ‘argenti-
nidad’ donde antes campeaban las sospechas de ‘subversión’2.
En esta construcción participaron activamente agrupaciones de residentes
extranjeros en la Argentina. Alemanes, chinos, irlandeses, japoneses, corea-
nos, armenios, sirio-libaneses, europeos y asiáticos de ascendencia judı́a, co-
lombianos, venezolanos, bolivianos, peruanos, paraguayos y uruguayos, y por
supuesto italianos y españoles, desarrollaron una serie de actividades que se
sumaron a una definición estatal e histórica de la Nación.
Esta convergencia, fomentada por los medios de prensa, el Estado, los ciu-
dadanos argentinos y los mismos extranjeros encuadrados o no en dichas orga-
nizaciones, tenı́a lugar en un conflicto internacional y de cara a las alianzas
correspondientes: Gran Bretaña y el Commonwealth secundados por los Esta-
dos Unidos, Europa occidental, algunas pequeñas ex-colonias europeas en te-
rritorio americano, por un lado; la Argentina con América Latina y el Movi-
miento de Paı́ses no Alineados, por el otro3; y el fracturado bloque socialista
vocalmente anti-colonialista pero renuente a adoptar concretas medidas de
condena a Gran Bretaña en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,
en algún punto intermedio.
En este contexto, ser ‘extranjero’ podı́a cobrar signos distintos para cada
persona, según el alineamiento del Estado al que remitı́a su nacionalidad. Ası́
como las cuentas bancarias y el patrimonio de los residentes británicos en la
Argentina podı́an ser confiscados por alguna medida oficial que finalmente no
se materializó4, cada extranjero encarnaba, más allá de su voluntad, el alinea-
miento ‘natural’ del gobierno de su paı́s de origen. Por eso, y forzados por la
polarización bélica, estos extranjeros tomaron una posición inmediata y gene-
ralmente inequı́voca a favor de la República Argentina. Residentes en el paı́s
con familia, negocios y capitales, evidenciaron su público apoyo a la demanda
de soberanı́a para no alentar dudas sobre su lealtad nacional, especialmente si
eran europeos.
Este fin instrumental es el argumento más recurrente para explicar las mani-
festaciones de respaldo nacional que, como veremos, inundaron la escena pú-
blica en los 74 dı́as del conflicto. El apoyo explicitado, tanto por extranjeros
como por nativos, suele justificarse en la opresión que venı́a ejerciendo el régi-
men sobre la sociedad civil y polı́tica, y también en el control de la prensa y
amenaza siempre latente de un Estado basado en el terror. Sin embargo, y aún
cuando parte de esta argumentación fuera aplicable5, no alcanza para dar cuen-
ta de las formas y canales que adoptaron esos apoyos, los cuales se encuadra-
ron rapidamente en los cánones históricos con que los argentinos definı́an a su
Nación.
Desde la primera semana de lo que se designó entonces como ‘la recupera-
6 앚 Rosana Guber

ción’, los medios periodı́sticos argentinos advirtieron la presencia de ‘colectivi-


dades’ o ‘comunidades extranjeras’ en los largos listados de adherentes a la
‘gesta soberana’ y de contribuyentes al Fondo Patriótico instaurado por la Cá-
mara Argentina de Agencias de Cambio y el Ministerio de Economı́a. También
registraban su paso como manifestantes casi diarios a la Plaza de Mayo, Meca
de las demostraciones públicas y sı́ntesis espacial del Poder Ejecutivo Nacional
(Neiburg 1992), y al monumento al ‘General Don José de San Martı́n’, máximo
prócer de la independencia, donde las delegaciones extranjeras oficiales suelen
depositar ofrendas florales de visita en el paı́s. ‘Colectividades’ aludı́a, por lo
general, a grupos organizados en sociedades, asociaciones, clubes y centros
nacionales y regionales, siendo los más numerosos los de las penı́nsulas itálica e
ibérica que entre 1880 y 1945 proveyeron el mayor contingente inmigratorio.
En ese incesante desfile las ‘colectividades extranjeras’ actualizaban la defi-
nición de la Argentina como una nación que, según la carta constitucional de
1853 aún en vigencia, habı́a abierto sus brazos ‘a todos los hombres del mundo
que quieran habitar el suelo argentino’. Esta presencia resultaba natural en un
paı́s definido por los organizadores de su Estado moderno, por la historiografı́a
oficial, y por la sociedad civil, como un ‘paı́s de inmigración’. Pero para que las
colectividades participen en esta perspectiva de la argentinidad era necesario
su conversión de ‘extranjeros’ en ‘inmigrantes’. La Argentina, nación migrato-
ria, nacionalizaba en esta figura a los extranjeros de 1982, aunque la inmigra-
ción europea se hubiera interrumpido a fines de los ’40, y aunque la inmigra-
ción limı́trofe fuera denostada como indı́gena, mestiza y ajena al espı́ritu blan-
co y civilizado en este enclave europeo de América del Sur.
Ası́, un importante diario comenzaba su columna editorial recreando el cli-
ma porteño de principios de siglo, en pleno boom agro-exportador.

En estos dı́as ha podido escucharse cómo muchos hombres y mujeres, en


un castellano teñido de inflexiones y acentos de otras lenguas, hablaban de
la lucha argentina como de la suya propia. El apoyo de las comunidades se
ha hecho público de los modos más diversos, la manifestación callejera
inclusive (Cları́n 6 de Mayo, 1982).

Esos hombres y mujeres no eran sólo extranjeros. Si ‘La Argentina es un paı́s


forjado con la voluntad y el esfuerzo de millones de inmigrantes de todo el
mundo’ es porque

encontraron aquı́ un lugar en el que no se practican discriminaciones de


credos o razas, donde no existen diferenciaciones entre nativos y extranje-
ros, tal cual existieron y existen en paı́ses que se consideran entre los más
adelantados y civilizados (Ibid.).

Soslayando la elevada proporción de inmigrantes que regresaron a sus paı́ses


de origen por la incertidumbre económica y polı́tica de la nueva tierra, y ante la
imposibilidad de ‘hacer la América’, el editorial sostenı́a la representación de
la Argentina como una tierra de promisión, pues el extranjero habrı́a ‘conser-
vado, en la medida en que lo ha querido, sus hábitos particulares, sus costum-
bres’ pero también ‘se ha integrado a la vida y el sentimiento nacionales’
(Ibid.). La Argentina era pluralista porque no discriminaba, pero también acri-
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soladora porque los habı́a ‘integrado’, según el editorialista, a diferencia del


racismo estadounidense. La asimilación argentina, entonces, habrı́a sido com-
pleta pues no sólo habı́a garantizado la incorporación de los extranjeros a los
beneficios – la libertad, la abundancia, el ascenso social, el trabajo – sino tam-
bién a las crisis polı́ticas y económicas que debieron atravesar los nativos. Y
pese a ello, destacaba la nota editorial, ‘ahora están de pie frente a la agresión y
en la defensa de las reivindicaciones argentinas’. El paı́s, entonces, tenı́a una
deuda hacia ellos que sólo se superarı́a saliendo ‘del estancamiento en que se
ve postrado, recuperar sus fuerzas y mover las palancas necesarias para reem-
prender la senda del crecimiento’ (Ibid.).
Los ‘extranjeros’ presentados como ‘inmigrantes’ se sumaban a la Nación
con los derechos que confiere haber padecido los mismos avatares que los
nativos. La integración, cuyas derivaciones veremos luego, era considerada
como natural ya que ‘la Argentina es un paı́s forjado con la voluntad y el
esfuerzo de millones de inmigrantes’. Por eso, el editorial proveı́a seguidamen-
te una historia de la inmigración que corrı́a paralelo a la historia de la Argenti-
na independiente y moderna. La narrativa comenzaba ‘Desde los albores de su
historia’, cuando ‘la Nación abrió sus puertas a los hombres de buena voluntad
de cualquier lugar del mundo que estuvieran dispuestos a fecundar su suelo y a
contribuir a su construcción’. La fecundación migratoria del territorio patrio
habı́a comenzado en una primera etapa en 1850, con irlandeses, escandinavos,
alemanes e ingleses; seguı́a entre 1875 y 1930 con cuatro millones ‘llegados de
España e Italia’, y terminaba en ‘las últimas décadas’ con inmigrantes de los
paı́ses limı́trofes (La Nación 17 de Mayo, 1982)6. La frase de la Constitución del
’53 – ‘la apertura del suelo argentino para todos los hombres de buena volun-
tad que quisieran habitarlo’ (Ibid.) – hacı́a de la Argentina un territorio recep-
tor de hombres moralmente aptos, no de genealogı́as étnicas. La ciudadanı́a
cı́vica no habı́a obligado a los inmigrantes a optar por una pertenencia formu-
lada en términos culturales sino, en todo caso, a prestar su lealtad a las institu-
ciones y a los sı́mbolos patrios, los mismos que en 1982 inundaban la prensa y la
vı́a pública, y que enarbolaban manifestantes nativos y extranjeros. En suma:
la narrativa constitucional y periodı́stica durante el conflicto recordaba el mar-
co interpretativo oficial de la invención de la Nación Argentina desde 1880 y
del lugar que deberı́an asumir las ‘colectividades’ durante los 74 dı́as del con-
flicto armado. El acuerdo era tan sólido en esto como en los derechos argenti-
nos a las Islas. Ahora bien: lo que suscitaba el fervor malvinero de los ex-
tranjeros no era sólo la necesidad de explicitar su apoyo en razones internacio-
nales, y no era, ciertamente, un diferendo diplomático por la redención suda-
tlántica. La transformación de los ‘extranjeros’ en ‘inmigrantes’ constructores
de la Nación Argentina, estuvo atravesada por un vı́nculo emocional que suele
encontrarse nutriendo buena parte de los rótulos de pertenencia a un pueblo
(peoplehood) ya se lo defina en términos raciales, étnicos o jurı́dicos (Verdery
1993). En este caso, el idioma del parentesco fue decisivo y central.

Madre adoptiva y madres abandónicas

A lo largo del conflicto las organizaciones de residentes extranjeros se aboca-


ron a desplegar ostensiblemente su argentinidad. La velocidad, firmeza y mul-
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tiplicidad con que las ‘colectividades’ irrumpieron en la escena pública no se


debı́a exactamente a la supuesta ‘memoria del contrato ciudadano’ de princi-
pios de siglo entre inmigrantes y Estado receptor, contrato que por otra parte
habı́a sido violado reiteradamente por el Estado ante argentinos y extranjeros
por igual (‘La Argentina es un paı́s /…/ donde no existen diferenciaciones
entre nativos y extranjeros’ habı́a señalado el editorial de Cları́n con sobrada y
vergonzosa razón). Se debı́a, más bien, a la asimilación de la relación social de
nacionalidad entre Estado y sociedad, en una imagen que, por razones que
luego veremos, venı́a cobrando enorme vigencia: la filiación.
Esta imagen ha sido clásicamente homologada al nacionalismo étnico y al
principio del ius sanguinis, por el cual la membrecı́a a un Estado-Nación de-
pende de la ascendencia y ‘la sangre’. Pero el nacionalismo cı́vico también
recurre a la filiación para nacionalizar a quienes nacen en el territorio, bajo el
supuesto de que ello les garantizará sus vı́nculos primarios y muy probable-
mente sus proyectos de vida. El contrato ciudadano es sólo en parte una deci-
sión individual, pues al nacer el Estado impone al nuevo ser su membrecı́a
(Brubaker 1992). La radicación de ‘plantas’ foráneas en el nuevo suelo se re-
presenta tan dependiente de las lı́neas ascendentes y descendentes que es co-
mún en los paı́ses de inmigración la incorporación de nuevos ciudadanos a
partir de la previa radicación de sus parientes.
Sin embargo, el uso de las metáforas y las figuras de ciudadanı́a varı́a históri-
ca y culturalmente. En la coyuntura de 1982 habı́a motivos suficientes para
asentar la nacionalidad en la filiación en un paı́s definido como ‘de inmigra-
ción’ que habı́a atravesado un sangriento proceso polı́tico, y que ahora enfren-
taba una situación bélica, todo esto bajo un régimen extremadamente autorita-
rio. En las páginas siguientes veremos que si bien la metáfora de la filiación es
inherente a la retórica nacionalitaria, sus usos y el tipo de parentesco por ella
aludidos cobraban por entonces un sentido particular.
La filiación permeó los discursos y las prácticas de los residentes extranjeros
y de los argentinos, recorriendo los lazos de parentesco en lı́nea ascendente
hacia padres y madres, colateral hacia los hermanos, y descendente hacia los
hijos. En la lı́nea ascendente, los diarios se encargaron de destacar la decisión
de un hombre de avanzada edad, autodefinido como ‘súbdito italiano’, que
decidió renunciar a su nacionalidad y adoptar la argentina; con la decisión de
sumarse al bloqueo europeo Italia desconocı́a ‘la existencia de millones de
consanguı́neos en la Argentina’ (Mauro Ruberto, en Cartas al paı́s, Cları́n 13
de mayo, 1982). Esta medida, un claro caso de elección ciudadana, extremaba
una práctica que no por cotidiana debı́a pasar desapercibida en ese contexto:
buena parte de las marchas de las colectividades unı́a los monumentos a los
héroes nacionales extranjeros – Artigas para los uruguayos, Bolı́var para co-
lombianos y venezolanos (Cları́n 26 de abril 1982) – con el monumento a San
Martı́n, el ‘Padre de la Patria’ argentina, poniéndolos al amparo de una misma
causa. Los colombianos, por su parte, expresaron su ‘sorpresa e indignación’
cuando Colombia se abstuvo de votar la aplicación del Tratado Interamericano
de Asistencia Recı́proca (TIAR) en la OEA para ası́ posibilitar una sanción
colectiva contra Gran Bretaña; especularon entonces que si el Libertador Si-
món Bolı́var estuviera vivo se hubiera ‘apuñalado el corazón’ y puesto rojo de
vergüenza (La Nación 22 de abril, 1982)7. Las instituciones mutuales, cultura-
les y comerciales italianas realizaron una campaña de recolección de firmas
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para presentar un memorial informativo al presidente Sandro Pertini (Cları́n


10 de mayo, 1982), mientras una comitiva de industriales italianos encabezada
por un importante empresario automotriz, viajó a Roma para entrevistarse con
autoridades polı́ticas y dirigentes de las cámaras industriales8.
La relación ‘ascendente’ daba, además, la oportunidad para articular la reivin-
dicación de las islas Malvinas con otras cuestiones pendientes de soberanı́a que
afectaban a los parientes en el paı́s de origen. El Cı́rculo de Profesionales Ar-
gentino-Árabes, por ejemplo, afirmaba que

La usurpación de territorios, sea cual fuere el paı́s que la realice, debe ser
combatida con todos los medios y en todos los ámbitos (La Nación 7 de
abril, 1982).

Los armenios evocaban el 67 aniversario del genocidio turco, con la siguiente


leyenda:

La resignación ante la arbitrariedad no puede ser respuesta permanente


de un pueblo que respeta a todos los demás, pero que está dispuesto a
defender vigorosamente lo propio. /…/ Pretender resolver el problema de
las Malvinas a través del plebiscito es como quien soluciona por la misma
vı́a la cuestión de la Armenia ocupada por Turquı́a, territorio donde ya no
hay armenios porque todos fueron asesinados o deportados (Cları́n 23 de
abril, 1982)9.

Se referı́an ası́ a la propuesta británica de someter la soberanı́a del archipiélago


al voto plebiscitario de los kelpers o nativos malvinenses. Los griegos, por su
parte, recordaban la ocupación inglesa de Chipre, los guatemaltecos la de Beli-
ce, los venezolanos la del Esequibo, y los españoles la de Gibraltar (La Nación
26 de mayo, 1982).
En la lı́nea colateral, el respaldo a la causa argentina era la lógica compensa-
ción de la polı́tica, a veces más ideal que real, de ‘puertas abiertas’ donde los
extranjeros quedaban ‘en plena igualdad de derechos con sus propios hijos’, en
la obtención de ‘cobijo, trabajo digno, una segunda patria en la que pudieron
gozar a pleno de todos los atributos inherentes al ejercicio de la libertad’
(Ibid.). En una pancarta las asociaciones italianas proclamaban:

Hermanos argentinos: compadecemos al gobierno italiano porque no sa-


be lo que hace. Los italianos somos solidarios con ustedes, vivimos vuestra
hora histórica y compartimos un mismo destino (La Nación 17 de mayo,
1982).

Coherente con el mito de la nación migratoria, los extranjeros-inmigrantes


eran nacionalizados a través de lazos de parentesco como hermanos por adop-
ción de los nativos; era lógico que hubieran padecido juntos la misma (violen-
ta) historia.
A la lı́nea de parentesco descendente apeló el presidente de la colectividad
yugoslava cuando en un acto en la Plaza de Mayo afirmó que sus connacionales
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se han compenetrado profundamente con su nueva patria y han echado


raı́ces en esta tierra de promisión; aquı́ formaron sus hogares y educaron a
sus hijos en el culto de la honradez y el respeto a las instituciones y las
leyes argentinas. /…/ esos mismos hijos son los que nuestra colectividad
brinda para luchar en las Fuerzas Armadas y en el puesto de trabajo coti-
diano (La Nación 31 de mayo, 1982).

Por su parte, la Federación de Sociedades Españolas se fijó un ambicioso plan


de acción (La Nación 29 de abril, 1982), consistente en una marcha desde el
Monumento a San Martı́n hasta la Plaza de Mayo, un viaje a España de la
dirigencia de la Federación y ‘personalidades representativas’, y el envı́o de un
telegrama al Rey Juan Carlos donde decı́an estar ‘orgullosos de que sus hijos
hayan sido alistados para la defensa de la soberanı́a del paı́s que nos cobijó’ (La
Nación 1 de mayo, 1982).
Del entrelazado de estas tres lı́neas – ascendente, colateral y descendente –
resultaba una configuración parental de la Nación que respondı́a un importan-
te dilema sobre la pertenencia por filiación. Una ciudadana argentina de apelli-
do italiano (Ferraro de Pozzi) señalaba que esa respuesta debı́a expresarse en
términos de obligaciones mútuas o reciprocidad.

Nuestra tradición de paı́s de brazos abiertos atrajo nutridas corrientes de


inmigrantes del Viejo Mundo, que se fusionaron con los nativos de estas
tierras privilegiadas, hasta formar el gran crisol de razas que las puebla
/…/ la madre auténtica que acogió en su regazo a las almas de todas las
latitudes que requirieron su amparo, y como tal se brindó, dando y reci-
biendo beneficios en familiar y total integración.
Hay alguien en el mundo civilizado actual que lo ignore? Pese a ello, un
importante sector de ese mundo hoy ha vuelto la espalda a esa madre
generosa que recogió tan tiernamente a sus hijos disconformes, y lo ha
hecho en momentos que no por gloriosos son menos difı́ciles, demostran-
do una incomprensión e ingratitud inexcusables (La Prensa 20 de mayo,
1982).

La inmigración, convertida en protagonista principal de la causa de soberanı́a,


se sumaba a la Patria a través de una Nación concebida en clave de adopción:
otras madres, esto es, otros paı́ses del mundo civilizado habı́an entregado a sus
hijos a esta madre argentina para su crianza. En 1982 la madre adoptiva era
ignorada por aquellas madres abandónicas.
Esta concepción planteaba dos dilemas. En la lı́nea ascendente, ¿cuál era la
verdadera madre-nación de los inmigrantes: la adoptiva o la abandónica? En la
lı́nea descendente, ¿cuál era la verdadera nacionalidad de los hijos, la de origen
de sus padres o la de su nacionalidad adoptiva? Estos dilemas se habı́an susci-
tado reiteradamente a lo largo de la construcción de la Nación Argentina,
desde la gestación del Estado centralizado y el fomento de la inmigración de la
segunda mitad del siglo XIX, pasando por la admisión de los extranjeros des-
eables y el rechazo de los indeseables, la ley de residencia de 1902, las polı́ticas
de nacionalización escolar, militar, matrimonial y electoral; ahora volvı́an a
plantearse con el primer y único conflicto bélico en que se involucró la Repú-
blica Argentina desde 1870: Malvinas.
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El planteo y resolución de los dos dilemas era de vital importancia en una


coyuntura en la cual los padres – los inmigrantes – no sólo debı́an explicitar su
lealtad a la Argentina, a riesgo de ser considerados ‘enemigos técnicos’, sino
fundamentalmente para justificar la entrega de sus hijos en cumplimiento de su
deber con (y, eventualmente, dar la vida por) la Patria. En este contexto, ni el
planteo ni la resolución de los dilemas se apartaron de una concepción de
nacionalidad cı́vica10, con vértice principalı́simo en el Estado nacional.
Ası́, las marchas de las ‘colectividades’ se dirigı́an al monumento del Padre
de la Patria, a la Plaza de Mayo y las plazas centrales de los pueblos y ciudades,
sedes de los poderes ejecutivos nacionales, provinciales y municipales, y a la
‘Plaza de la República’ de Buenos Aires donde se levanta el emblema de los
porteños, el Obelisco, monumento levantado por un auténtico prócer del mo-
derno estado-nación argentino, Julio A. Roca. Sus participantes entonaban las
consignas en castellano, intercalándolas con el himno nacional (argentino), la
Marcha de las Malvinas y el flamear de banderitas de los estados nacionales de
origen y argentino.

Un millar de italianos, residentes en la Argentina, se reunió ayer por la


tarde frente a la Casa Rosada para testimoniar la adhesión de su colectivi-
dad por la recuperación de las Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur.
Portando banderas italianas y argentinas, y cartelones donde se condena-
ba al gobierno de Italia por haberse plegado al boicot decretado por el
Mercado Común Europeo contra la Argentina, el núcleo de manifestan-
tes, que representaba a casi dos decenas de organizaciones diversas, hizo
conocer su posición de solidaridad con el pueblo argentino (La Nación 14
de abril, 1982).

Por su parte, autoridades de las máximas organizaciones judeo-argentinas y del


gobierno se reunı́an para dar muestras de asimilación pluralista de sus respecti-
vos orı́genes. En un acto de los judı́os sefaradı́es su representante compartió el
palco con un General de Brigada y el presidente de todas las asociaciones
israelitas (DAIA) (La Nación 24 de mayo de 1982). Otra personalidad de esa
‘colectividad’ dijo, en los mismos términos que empleaban polı́ticos y gremia-
listas oriundos del paı́s, que ‘los argentinos no nos estamos moviendo por el
arrebato, sino que hemos decidido tomar, por los hechos, lo que nos correspon-
de por derecho’ (La Nación 22 de abril, 1982)11
Efectivamente, el dilema entre las madres fue claramente expuesto por
miembros de la colectividad hebrea ante lo que algunos de sus miembros en-
tendieron como una provocación. Con la creación del Estado de Israel, los
judı́os dejaron de plantearse como una nación diaspórica. Sin embargo, en los
1960 se consideraba a la argentina como la tercera colectividad hebrea detrás
de los EE.UU. y la Unión Soviética. La República Argentina habı́a recibido a
vastos contingentes de inmigrantes judı́os procedentes del este europeo y del
Medio Oriente, que huı́an primero de los pogroms zaristas y turcos de fines del
siglo XIX, y luego del antisemitismo del perı́odo de interguerras. Si bien no
faltaron en la turbulenta historia argentina brotes antisemitas, como en la lla-
mada ‘Semana Trágica’ de 1919, la polı́tica exterior simpatizante con el Eje del
gobierno argentino en el ’4012, y las eclosiones de antisemitismo de las Fuerzas
Armadas en la polı́tica represiva y las cámaras de tortura, ello no impidió que
12 앚 Rosana Guber

el matrimonio exogámico fuera la principal causa de reducción de ‘la colectivi-


dad judeo-argentina’.
A mediados de mayo del ’82, en pleno desarrollo bélico, el entonces Minis-
tro de Defensa israelı́ Ari Sharon afirmó, en estricta vena sionista-etnicista,
que

hay judı́os en el ejército británico destacado en las Malvinas y los hay


también en el ejército argentino y por lo tanto somos testigos de una con-
frontación en la que judı́os luchan entre sı́ en una guerra que no es la de
ellos (Cları́n 27 de mayo, 1982).

Varias voces le replicaron de inmediato desde la Argentina e Israel. Un sema-


nario israelı́ en español señalaba que cada uno de estos judı́os entendı́a que esa
guerra era la de su paı́s, y denostaba el discurso de Sharon como

dañino porque pone en manos de los conocidos antisemitas de siempre


una acusación perversa de deslealtad nacional justamente cuando esa le-
altad pasa por una verdadera prueba de fuego y de sangre,

y porque la mayor parte de los judı́os argentinos que se radicaron en Israel lo


hicieron no por despreciar su lugar de origen sino

en busca de la concreción de un ideal sublime y milenario y para concre-


tarlo dejaron con genuino dolor su paı́s de la infancia a la que por siempre
los unirán los lazos de cultura, fraternidad, nostalgia y agradecimiento
(Semanario Tiempo, en Cları́n 27 de mayo, 1982).

Del mismo modo, ‘argentinos de ascendencia judı́a’, como se autodenomina-


ron en esos dı́as los judı́os nacidos en la Argentina, esgrimieron que la doble
nacionalidad era un falso dilema y que la Constitución Argentina garantizaba
la libertad de culto, la igualdad de todos los hombres en sus derechos y obliga-
ciones como ‘defender nuestra Patria’. Ası́ lo entendı́an las dos autoras de una
carta de lectores, oriundas de la provincia del Chaco, de donde procedı́a un
extenso contingente de soldados:

La guerra que hoy enfrenta nuestro paı́s es “nuestra guerra” porque noso-
tros somos argentinos; ningún ciudadano que se sienta tal, puede menos
que luchar y morir, si es necesario, por esta causa justa (Susana M. Kessel-
man de Goren y Silvia E. Kesselman de Umansky, Cları́n 3 de junio, 1982).

En una página periodı́stica donde el comando del Teatro de Operaciones del


Atlántico Sur (TOAS) en Comodoro Rivadavia proveı́a información oficial
sobre las tropas y generalidades de táctica y estrategia bélicas, ocupó un lugar
central la asistencia de un joven rabino a ‘los soldados conscriptos que profe-
san la fe judı́a’. Asimismo, en un oficio religioso local ‘50 familias de la Socie-
dad Israelita de Comodoro Rivadavia rezaron por una paz justa para nuestro
paı́s’. Al evento habı́an concurrido autoridades militares y un capellán de la IX
Brigada de Infanterı́a con asiento en la región (Cları́n 15 de mayo, 1982). Los
soldados argentinos de origen hebreo podı́an pelear y hasta morir por su Pa-
Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe 71, octubre de 2001 앚 13

tria, sin desmedro de su identidad judı́a; al menos ası́ lo expresaba la autoridad


religiosa y ası́ lo actuaba el brazo armado del Estado, destacando sus dotes
asimilacionistas: la sangre de soldados judı́os se derramaba junto a la de otros
argentinos por la recuperación de las Islas Malvinas. La sangre de estos hijos
habı́a sido traı́da por sus progenitores desde otras naciones. Ahora se disolvı́a
en la tierra adoptiva de sus padres.
En suma, la Argentina se habı́a convertido en un gigantesco escenario donde
la Nación plural y única, diversa y asimilacionista, se actuaba a través de sı́mbo-
los estatal-nacionales que se derramaban al mundo en virtud de linajes ascen-
dentes, unı́an a los habitantes de la Argentina en términos de una hermandad
de sangre o putativa, y volvı́an al mundo en un campo de batalla internacional,
en virtud de una descendencia ‘netamente argentina’. Ası́ deberı́a constar,
años después, en las placas del cenotafio, el Monumento Nacional a los Caı́dos
en Malvinas de la Plaza San Martı́n, enclavado desde 1990 al pie de la barranca
sobre la cual se levanta el Monumento al Libertador. Allı́, grabados en 24
planchas de mármol negro apellidos ucranianos, polacos, franceses, gallegos,
vascos, italianos, judı́os y árabes, alternan con otros de raı́z indı́gena.

La recuperación de la filiación

De los dos paradigmas de ‘nacionalidad’ identificados por las ciencias polı́ticas


– el democrático-revolucionario y el etnicista – el caso argentino se encuadra
en el primero, según sus organizadores modernos y el sentido común nacionali-
tario de los argentinos (Botana 1984; Halperı́n Donghi 1992). Desde esta pers-
pectiva ‘la nación consiste en una soberanı́a colectiva basada en la participa-
ción polı́tica común’ (Hobsbawm 1990:18), resultando la nacionalidad de un
contrato entre el estado y quienes residen en su territorio, los ‘ciudadanos’
(Ibid.:22; Brubaker 1992). Según esta perspectiva la nación se erige sobre una
relación contractual basada en la libre decisión y elección individual13, y la
nacionalidad depende de la adhesión a derechos públicos y racionales univer-
sales. Este principio panhumanitario, frecuente en las naciones caracterizadas
como ‘de inmigración’, difiere del principio de nacionalidad de ‘pueblo único’
o ‘etnicidad’ en que la nación comprende a ‘todos aquellos que comparten una
lengua e historia comunes, o una “identidad cultural” más amplia’ (Verdery
1993:8; mi traducción). Este modelo considera a la nación como resultante del
espı́ritu del pueblo, siendo el Estado su más conspı́cuo representante (Green-
feld 1992).
Según se adopte uno u otro enfoque, el Estado y el parentesco expresado en
‘la sangre’, desempeñan un papel distinto. En la nacionalidad ciudadana el
Estado vela por el cumplimiento de un contrato por el cual el individuo cumple
con ciertas obligaciones y goza de ciertos derechos. En el planteo etnicista, el
Estado reproduce una pertenencia común fundada en la ascendencia de sangre
y en la tradición. De este modo, el parentesco y, más especı́ficamente, la filia-
ción, opera distinto en uno y otro caso. En el primero los lazos de sangre serı́an
contingentes y sólo se establecerı́an, en principio, siempre y cuando las perso-
nas renueven el contrato ciudadano. Los lazos de sangre en el planteo etnicista
son inexorables y acompañan a cada ser adondequiera que vaya. El Estado
debe velar por su suerte, allende las fronteras.
14 앚 Rosana Guber

Ciertamente, estos modelos son sólo eso, modelos que no se presentan de


manera pura en la historia ni en la trayectoria de un paı́s. Más aún: las formas
de apropiación de argumentos de una u otra inspiración, son tan diversas como
para merecer estudios contextuales especı́ficos y detallados. En la Argentina el
campo nacionalitario ha sido representado hasta la década de los 1990 como el
estudio del nacionalismo doctrinario entendido como una orientación ideoló-
gica autoritaria y generalmente de derecha14. La ‘nacionalidad’ en sentido es-
tricto tendió a encuadrarse en el estudio histórico de la Organización Nacional
en la segunda mitad del siglo XIX, cuando sus gestores forjaron un Estado
centralizado y una nación inmigratoria, blanca, liberal y civilizada15. Ası́, ‘na-
cionalidad’ y ‘nacionalismo’ aparecen en la literatura como dos lı́neas distintas,
generalmente paralelas y frecuentemente contrapuestas, haciendo difı́cil en-
tender el crecimiento del nacionalismo no etnicista argentino a lo largo del
siglo XX, y la vigencia de una demanda territorial aparentemente insignifican-
te que hizo eclosión en 1982.
El análisis de los sentidos atribuı́dos a, y autoadscriptos por, el respaldo de
los extranjeros a la causa soberana durante los 74 dı́as del conflicto anglo-
argentino, permite tender un puente entre estas dos lı́neas de trabajo, revelan-
do parte del misterioso consenso a la causa territorial. Ese puente se asienta
sobre argumentos basados en los lazos de sangre, conjugados en una lógica no
etnicista aunque sı́, como veremos, regida por la apariencia de su imperiosa
necesidad.
La profusa y recurrente presencia de los extranjeros en la dramatización de
la nacionalidad argentina en los dı́as de Malvinas fue la ratificación de un espa-
cio simbólico que, sostenido activamente desde la sociedad civil, el Estado y la
prensa, se consideraba constitutivo de la Nación Argentina. Dicho espacio
apuntaba al papel que se ha atribuı́do a los extranjeros, principalmente de
origen europeo, en la formación del paı́s. Ese papel no era reminiscente del
perı́odo colonial como, por ejemplo, sucederı́a con la esclavitud o la importa-
ción de mano de obra ‘contratada’ (coolies), ni de una relación colonialista
(una figura que ciertamente evocaba la ocupación británica de 1833). Los ex-
tranjeros eran considerados como individuos libres, como descendientes de
aquéllos que integraron el aluvión migratorio de fines del siglo XIX y princi-
pios del XX contribuyendo a construir la gran Argentina de la carne y el pan.
Precisamente, y como vimos, para que los extranjeros de 1982 recrearan esta
definición de la Argentina como paı́s aluvional, abierto y promisorio, era nece-
sario convertirlos en ‘inmigrantes’.
Sin embargo, todos sabı́an que 1982 no era 1910. La evocación de la Argenti-
na del boom cerealero, la afluencia de vidas jóvenes (los inmigrantes), y la
instauración del voto masculino, obligatorio y secreto (1912), tenı́a lugar en un
contexto eficiente para la muerte, ineficiente para la economı́a y supresor de la
polı́tica16. Por eso, un editorial periodı́stico contrastaba el ingreso de las masas
migratorias a un paı́s de movilidad social, con el paı́s en crisis crónica que
vivieron sus descendientes. ¿Por qué evocar a 1910 en 1982? Porque durante
Malvinas la interlocución de estas dos épocas de la historia Argentina permitı́a
elaborar los sentidos del sacrificio presente. Dicha interlocución autorizaba la
generación de sentidos mediante las diferencias y las continuidades entre 1910
y 1982, articuladas en el marco de una relación de reciprocidad.
La reciprocidad fue argumentada desde ‘Un ensayo sobre el don’ de Marcel
European Review of Latin American and Caribbean Studies 71, October 2001 앚 15

Mauss (1923/1971) y la obra seminal de Bronislav Malinowski sobre el Kula


melanesio (1922-) como base del lazo social, no sólo de los llamados pueblos
primitivos sino también de las sociedades modernas (Boivin y Rosato 1998).
De este concepto y el debate que lo circunda, nos interesan aquı́ tres propieda-
des. La primera es que la entrega desinteresada obliga a la contraparte a devol-
ver el favor. La segunda es que la reciprocidad entre las partes se opera en el
curso del tiempo, y la tercera, como señalara Pierre Bourdieu, que la relación
establecida por reciprocidad puede reforzar relaciones desiguales de poder
(1976). El caso que nos ocupa permite revisar la relación de reciprocidad que
se estableció entre la sociedad civil y el Estado argentinos, entre el Estado
argentino y otros estados, y entre el Estado argentino y los extranjeros residen-
tes en el territorio nacional, en el marco de una nacionalidad ciudadana.
Buena parte del éxito de la iniciativa oficial en recuperar las islas Malvinas
residı́a, precisamente, en la performatividad de un acto recı́proco que vincula-
ba a los ciudadanos argentinos – muchos de origen migratorio – con el Estado,
en un lapso temporal de unos setenta años (1910). Los voceros de agrupaciones
de extranjeros, los nativos y la prensa entendı́an que el canal de esa reciproci-
dad residı́a en los lazos de filiación entre las naciones y las generaciones, cuyo
vértice obligado era el Estado argentino (bajo el régimen militar). Serı́a el
Estado quien resultarı́a como principal beneficiario, o damnificado, de la ac-
tualización de este intercambio.
En efecto, según vimos en los discursos y prácticas del perı́odo bélico, habı́a
cierto consenso de que ‘la recuperación’ de 1982 no era sólo de las islas sino
también la de lo sembrado en un glorioso pasado. Pero para que esta imagen
fuera plausible era necesario afirmar que, pese a ser un paı́s acostumbrado a los
cambios polı́ticos cataclı́smicos, se trataba de una misma nación, y por lo tanto,
de una misma entidad uniendo un mismo trayecto, el comprendido entre 1910
y 1982. Esta continuidad se expresaba en la permanencia de los sı́mbolos nacio-
nales y hasta en la misma reivindicación insular que llevaba ya 149 años (argu-
mento que no dejó de repetirse durante todo el conflicto). Pero estas abstrac-
ciones debı́an ser arraigadas en las relaciones sociales y en la cotidianeidad de
los residentes en el territorio patrio, sobre todo teniendo en cuenta que un
número ı́nfimo de argentinos conocı́a el archipiélago y un número más ı́nfimo
aún habı́a residido en él. El instrumento de esa radicación era una reciprocidad
argumentada en términos de parentesco, por medio de la cual argentinos y
extranjeros reinventaban una Argentina unida por una misma genealogı́a que
era tan nativa como extranjera, tan telúrica como cosmopolita. Mostraré a
continuación cómo se organizó ese argumento y qué lugar ocuparon los ex-
tranjeros en él.
La reciprocidad se argumentaba siguiendo dos lı́neas paralelas y convergen-
tes: una vinculaba a las naciones y la otra a las generaciones. Con respecto a la
primera, la imagen prevaleciente en los dı́as de la guerra era no sólo (ni tanto)
la de una nación luchando por su soberanı́a contra las potencias del mundo
colonial, como sı́ parecı́a ser la imagen de pueblos y gobernantes del Perú,
Venezuela, Bolivia y Uruguay fundada en un floreciente aunque fugaz latinoa-
mericanismo17. La imagen dominante en la Argentina era, más bien, la de una
nación que buscaba recuperar, al menos retóricamente, el lugar que habı́a ocu-
pado en el mundo metropolitano – civilizado, moderno – setenta años atrás.
Esta búsqueda la emprendı́a la Argentina, hija del Padre de la Patria General
16 앚 Rosana Guber

San Martı́n, ahora en carácter de madre adoptiva, integradora de nativos y


extranjeros, con sus actos benéficos y también cruentos, en demanda de ayuda
a las madres de sangre que le habı́an entregado a sus hijos para la crianza. Esta
imagen era reproducida incesantemente por los medios de comunicación, los
voceros oficiales y, como vimos, también por los extranjeros alineados o no en
organizaciones nacionales. En esta reproducción el remanente del colonialis-
mo británico en el Atlántico Sur era referido no sólo como una injusticia, sino
como una flagrante falta de respeto, como una afirmación inconcebible tenien-
do en cuenta la estatura de un paı́s que fuera el granero del mundo y, además, la
madre nutricia de los hijos desamparados de Europa de principios de siglo
(XX). Por eso, una medida impulsada por el gobierno fue el envı́o por correo
regular de cartas standard a ciudadanos de otros paı́ses, firmadas por argenti-
nos o extranjeros en la Argentina. Acompañarı́a a la carta una foto del remi-
tente, en lo posible familiar, para corregir la ‘absurda idea de que los argentinos
somos indios y usamos plumas’ (Archivo TV Urioste).
Paralelamente, y como segunda lı́nea de reciprocidad, padres y madres en-
tregaban a sus hijos a la tutela militar. Como vimos, los extranjeros y los des-
cendientes del perı́odo aluvional justificaban el envı́o de sus hijos varones al
campo de batalla en gratitud por la receptividad de la Argentina a sus ances-
tros. A través de esta entrega se restituı́a la continuidad entre las generaciones
en una lı́nea eminentemente masculina; ası́ como la Argentina (una madre)
habı́a sido una ‘nación abierta a todos los hombres de buena voluntad’, la
conscripción de hijos varones permitı́a pagar en el campo de batalla el redobla-
do precio de la gratitud migratoria. Igual que en el intercambio entre naciones-
madres, el Estado ocupaba un lugar central en la conducción de los hijos varo-
nes, interponiéndose en la lı́nea de filiación como un artı́fice del sentido patrió-
tico de la gesta y del destino de sus ciudadanos. El consenso que prestó la
población a esta operación estatal sobre la masculinidad (nacional) de los ar-
gentinos fue evidente en la innecesaria advertencia oficial contra la deserción18,
y en el activo soporte de los padres (mucho mayor que las madres) a sus hijos,
cuando éstos eran reincorporados a la milicia en los últimos dı́as de marzo y
primeros dı́as de abril de 1982 (Kon 1982, Kamı́n 1984, Guber 1999).
Cabe entonces preguntarse, por un lado, a qué se debió en el contexto espe-
cı́fico de la contienda bélica, la centralidad del idioma de la filiación para dar
cuenta del respaldo popular y de los residentes extranjeros a la causa de sobe-
ranı́a, y por el otro, cómo concibieron estos residentes, en el contexto general,
el (in)cumplimiento de la debida reciprocidad entre las naciones y entre las
generaciones.
Empezando por el primer interrogante, el recurso habitual a la figura de la
articulación filial compensaba – y denunciaba – su efectivo quiebre. Este quie-
bre incorporaba a los extranjeros cum inmigrantes en las filiaciones truncas de
los argentinos nativos. En sentido ascendente, el argumento de la filiación in-
tentaba restaurar, en un paı́s de inmigración, la presencia de los antepasados
que quedaron en sus respectivos paı́ses de origen, legitimando el lugar de la
Argentina en Europa, la misma Europa que ahora se aliaba a Margaret That-
cher. Por eso extranjeros y descendientes de extranjeros se comportaban como
embajadores ad hoc del Estado argentino, presentando el reclamo insular co-
mo justo y legı́timo, no como un acto vandálico de militares autoritarios19. Es-
tos ‘tours’ de esclarecimiento eran semejantes a otros que el régimen ya habı́a
Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe 71, octubre de 2001 앚 17

ensayado entre 1977 y 1979, aprovechando la visibilidad internacional de la


Argentina cuando el campeonato mundial de football (1978), y el campeonato
mundial de football juvenil (1979). En dichas oportunidades comunicadores
mediáticos ligados al gobierno difundieron el slogan ‘los argentinos somos de-
rechos y humanos’, replicando a ‘la campaña anti-argentina’ (es decir, las de-
nuncias sobre violaciones masivas de derechos humanos a un número conside-
rable pero indeterminado de ciudadanos argentinos y extranjeros en el paı́s).
Esta experiencia, temporalmente demasiado próxima, enlazaba dos filiaciones
truncas, la ascendente y la descendente. Ahora, en 1982 el argumento de la
filiación se inscribı́a en una brecha no resuelta en la ostensible ruptura genera-
cional causada por la desaparición y el exilio, precisamente en el lustro previo y
bajo el mismo régimen autor de la iniciativa soberana.
Estas dos rupturas convergı́an en Malvinas – las islas y la guerra – converti-
das en un territorio de redención donde por fin se encontrarı́an las naciones
pobladoras de la Argentina y las generaciones, bajo el arbitrio único e indiscu-
tido del brazo armado del Estado argentino. Ese Estado, encarnado en las
Fuerzas Armadas, serı́a el responsable de llevar a los hijos-soldados al campo
de batalla para restituir las islas a la soberanı́a de la misma Nación que habı́a
cobijado a sus abuelos. Esta lógica, repetida una y otra vez en los testimonios
que citamos en la sección anterior, era idéntica a la que expuso en una solicita-
da la asociación ‘Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Polı́ti-
cas’. Aquı́, el parentesco nutrı́a y consolidaba la causa de Malvinas que, lejos de
desvanecerse por hallarse en manos del Proceso de Reorganización Nacional,
ratificaba y acrecentaba su legitimidad.

En momentos en que miles de jóvenes argentinos, entre ellos nuestros


hijos, sobrinos, nietos, están en el sur para defender nuestra Patria, no
podemos dejar de pensar en nuestros detenidos y desaparecidos, que se-
guramente hubieran apretado filas junto a los soldados y que no pueden
hacerlo por su injusta desaparición (Cları́n 8 de mayo, 1982)20.

Estos descendientes, ‘nuestros hijos, sobrinos, nietos’, defendı́an ‘nuestra Pa-


tria’ en las islas, como lo hubieran hecho los desaparecidos, bajo el comando
del mismo Estado artifice de su desaparición. En 1982 argentinos de diversos
orı́genes nacionales y polı́ticos compartirı́an la muerte en la turba malvinera y
en las aguas del Atlántico Sur.
El idioma del parentesco expresaba pues la legitimidad de ‘la recuperación’
de las islas en virtud de una reciprocidad que sellaba deudas abiertas en tres
momentos del pasado: 1833, 1910 y 1976. Malvinas se erigı́a, de pronto, como el
escenario donde se restaurarı́a por medio de la sangre, la continuidad diplomá-
tica pero también, y fundamentalmente, la continuidad entre las naciones
(abandónicas y adoptiva) y las generaciones (ascendentes y descendentes). En
cada una de estas instancias el Estado era una bisagra ineludible y un protago-
nista principal. Fue el Estado de la Provincia de Buenos Aires primero, luego
de la República, el encargado de sostener la reivindicación insular ante Gran
Bretaña desde su usurpación en 1833. Fue el Estado el encargado de fomentar
la inmigración ultramarina desde 1853, que alcanzó su clı́max en 1910. Fue el
Estado el autor de la Ley de conscripción obligatoria masculina en 1901; y fue
el Estado el responsable, al menos desde 1976, de desaparecer a un elevado nú-
18 앚 Rosana Guber

mero de jóvenes entre 15 y 40 años de edad. Por último, fue el Estado, en virtud
del carácter internacional de la contienda, el autor de la ‘recuperación’ arma-
da, el organizador de una estrategia diplomática exterior, y el conductor militar
de la trinchera argentina.
Ası́, desde la lógica estatal de 1982, los varones de 20 años debı́an compare-
cer en el Teatro de Operaciones sudatlánticas en virtud de sus deberes ciudada-
nos instaurados ochenta años antes, cuando la Argentina era el granero del
mundo y uno de los polos receptivos de emigrantes de Europa (también del
Cercano Oriente y de América del Sur). La iniciativa de la recuperación debı́a
mostrar a un Estado consustanciado con la causa pendiente de soberanı́a na-
cional, pese a las denuncias en su contra, seguramente anti-nacionales, que se
esgrimı́an en los foros internacionales desde 1977. De este modo, el Estado se
ubicaba en el polo dominante (y sumamente exitoso por lo indiscutido de su
posición y su decisión) de una relación que, bajo la argumentación patriótica,
convocaba a todos los sectores que se veı́an directamente interpelados por él,
para compensar favores que no ese régimen sino algún otro anterior, les habı́a
ofrecido.
Ahora bien. Hasta aquı́ describimos el lugar de los extranjeros residentes en
la Argentina durante el conflicto como similar y convergente con el que osten-
taban los argentinos nativos. Esta convergencia se explica, como ya dijimos, en
la caracterización que estadistas, analistas y población en general han hecho de
la Argentina como un paı́s de inmigración principalmente europea. Sin embar-
go, debemos subrayar un aspecto que revela la singularidad de los extranjeros
o sus descendientes autoadscriptos como hijos y nietos de inmigrantes. Sólo a
través suyo podemos visualizar el carácter (y el sentido) a la vez interno y
externo del conflicto y de la reciprocidad entre Estado y sociedad civil. Dicho
carácter se puso de manifiesto desde el principio, pues efectivamente Malvinas
era una guerra internacional que involucró a varios Estados, pero también fue
un conflicto donde la parte argentina incluı́a a varias generaciones, incluso de
extranjeros, encarnados (y desangrados) en ‘nuestros hijos, sobrinos y nietos’.
Por eso la intervención explı́cita de los extranjeros residentes en la Argentina,
convertidos instantáneamente en la reencarnación de los inmigrantes al grane-
ro del mundo, advertı́a el marco de la resolución, o irresolución, de las deudas
pasadas. De estas deudas pendientes la recuperación de los territorios usurpa-
dos en 1833 era sólo una.
En efecto, simbiotizado con las Fuerzas Armadas y con el régimen del Pro-
ceso, el Estado argentino perdió las islas el 14 de junio ante Gran Bretaña. Esta
noticia no fue leı́da como una derrota argentina, sino como un engaño del
gobierno militar a quienes lo habı́an respaldado en la épica patriótica. A ello se
fue agregando, progresivamente, un frondoso anecdotario que harı́an trascen-
der los ya ex-soldados que regresaban del frente, que contaba sobre las incle-
mencias del tiempo y las injusticias de la guerra, pero también sobre la irres-
ponsabilidad de la oficialidad y las comandancias, sobre los castigos desmedi-
dos por faltas menores de disciplina y sobre abusos de autoridad, sobre la
improvisación logı́stica y táctica en el frente que añadieron a los resultados
necesarios de una guerra, innecesarios padecimientos de hambre, frı́o y muerte
(Kon 1982, Esteban y Borri 1993, Guber 1999). El derroche de una sangre
(ahora) inmerecida por el Estado, ocupado por el régimen de las Fuerzas Ar-
European Review of Latin American and Caribbean Studies 71, October 2001 앚 19

madas, emergı́a como una condena sin final ni redención posible al esfuerzo de
los ancestros por sembrar de habitantes (ahora) una falsa tierra de promisión.
Ciertamente este ánimo fue parte del clima de desazón que se hizo sentir ni
bien se supo de la rendición. Una de las consignas entonadas por los manifes-
tantes en repudio a la noticia y a las Fuerzas Armadas, reprochaba al coman-
dante en jefe de entonces: ‘Galtieri, borracho, mataste a los muchachos’. Sin
aludir a Gran Bretaña, la guerra externa que acababa de concluir se habı́a
convertido en el campo (fallido) de pruebas del contrato ciudadano de 1910.
Fue en el marco de tal descontento que el régimen inició su veloz retirada hacia
una era democrática que cerrarı́a un siglo iniciado en la esperanza y la libertad.
Muchos episodios que tuvieron lugar en esta nueva etapa pueden leerse en
esta clave de ‘reciprocidad incumplida’ por el Estado en un campo donde las
fronteras externas e internas de la República Argentina como nación de nacio-
nes, se desdibujaban una y otra vez. En primer lugar, alentados por la declina-
ción económica y las recurrentes crisis motivadas en una deuda externa que se
duplicó durante Malvinas, muchos jóvenes argentinos apelaron al derecho de
nacionalidad de sus abuelos europeos y emigraron a esas tierras. Segundo, tras
las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida (1987), instrumentadas por el
primer presidente constitucional Raúl Alfonsı́n, y el indulto que su sucesor
Carlos Menem otorgó a los comandantes de las tres juntas del régimen militar,
quienes purgaban condena por crı́menes de lesa humanidad (1990), fueron las
cortes europeas las encargadas de iniciar sistemáticamente procesos judiciales
a militares y ex-militares argentinos por la muerte de ciudadanos europeos
residentes en este paı́s. Por último, fue Scotland Yard y no el gobierno argenti-
no, la encargada de investigar en 1993 el fusilamiento de prisioneros de guerra
argentinos – principalmente suboficiales y soldados – por las tropas británicas
en Malvinas. Cerrando un cı́rculo pendiente, estas medidas parecen dar cuenta
de un nuevo giro en la filiación fundacional de este paı́s de inmigrantes, revir-
tiendo la indiferencia de las madres (otrora) abandónicas, mientras la madre
adoptiva se muestra incapaz de resguardar a sus hijos. Ası́, el fundamento de
reciprocidad que liga al Estado con los sujetos ciudadanos, y oculta la violenta
desigualdad de la relación manifiesta en la entrega de un hijo para morir por la
Patria, pareció quebrarse, quién sabe si para siempre.

* * *

Rosana Guber, Ph.D. en Antropologı́a, investigadora del CONICET – Argen-


tina, coordinadora del Centro de Antropologı́a Social del Instituto de Des-
arrollo Económico y Social (IDES), y de la Maestria en Antropologı́a Social
IDES-IDAES / Universidad Nacional de San Martin (Argentina). Investiga
cuestiones relativas a la nación, el nacionalismo, la memoria social, y el método
etnográfico. Ha publicado distintos artı́culos en la Argentina y en el exterior,
los libros El Salvaje Metropolitano (Buenos Aires, Legasa, 1991), La etnogra-
fia. Metodo, campo y reflexividad (Buenos Aires, Norma, 2001), y el volumen
‘Por que Malvinas?’ (Buenos Aires, Fondo de Cultura Economica, 2001).
⬍guber@arnet.com.ar⬎
20 앚 Rosana Guber

Notas
1. La historia de la ocupación de las islas Malvinas/Falklands es ciertamente compleja e intrinca-
da, y coincide con la expansión de los imperios coloniales en disputa por establecer puertos o
factorı́as en su búsqueda de un paso hacia el Océano Pacı́fico (Taiana 1985). Gran Bretaña,
España, Francia y, posteriormente la Argentina, han reclamado la soberanı́a sobre el archipié-
lago denominado por los holandeses ‘Sebaldinas’ (1600), y por los marineros franceses de
Saint Malo ‘Malouines’ (desde 1698) (Del Carril 1986, Groussac 1910/1982). Pero sólo la
Argentina y Gran Bretaña han sostenido sus respectivos derechos y reivindicaciones sobre
éste y otros dos archipiélagos que han permanecido relativamente deshabitados, las Georgias
del Sur y las Sandwich del Sur. Según la versión británica, las Falklands fueron ocupadas por el
Imperio de manera imprescriptible, en 1765, y tras su expulsión por una misión española en
1770, fueron recuperadas el 1 de enero de 1833 (ver Ferns 1979). La República Argentina
sustenta sus derechos a las Malvinas en que éstas habrı́an constituido un legado del Imperio de
España – que las ocupó con una colonia en 1766 por concesión de la previa colonia francesa de
Bougainville – en la contigüidad territorial y proximidad geográfica, y en la usurpación violen-
ta de las islas en 1833 cuando una flotilla británica expulsó al gobernador de la capital isleña
Puerto Luis, delegado de las Provincias Unidas del Rı́o de la Plata, poco tiempo después
República Argentina, y ocupó Puerto Luis imponiendo una administración colonial (ver
Groussac 1910/1982, Destefani 1982, Goebel 1927, Gamba 1985).
2. Sólo tres dı́as antes del desembarco argentino, más de un centenar de personas fue detenida
por participar en una protesta pública convocada por la Confederación General del Trabajo.
El coronel a cargo del ministerio del Interior calificó la movilización como ‘ejercicios de sub-
versión’, pero tres dı́as después los presuntos subversivos recuperaron su libertad en aras de la
‘recuperación nacional’.
3. La participación de los paı́ses latinoamericanos cubrió, sin embargo, un amplio espectro.
Mientras Chile prestó su territorio e inteligencia para las operaciones británicas, y Colombia
se abstuvo en votaciones decisivas de la OEA, Brasil y Uruguay mantuvieron una neutralidad
que perjudicó a Gran Bretaña, al no permitı́rsele transitar su espacio aéreo, marı́timo y terres-
tre. Panamá, Venezuela, Bolivia y sobre todo Perú dieron su respaldo a la causa argentina,
mediante materiales, personal, decisiones polı́ticas en foros internacionales y hasta con inicia-
tivas diplomáticas para el cese de fuego.
4. La inversa sı́ se concretó en los territorios del Commonwealth para con los residentes argenti-
nos.
5. Que las Fuerzas Armadas lograran el respaldo tan ansiado a comienzos de 1982 no pre-deter-
minaba ni sus formas ni los matices de su contenido. Además, y aunque regı́a la censura para
ciertas cuestiones – mantener elevada la moral patriótica de la población, secreto en las accio-
nes y su planificación, etc. –, el periodismo escrito y gráfico gozaba de un amplio margen que
dio lugar a la publicación de materiales inesperados. Ası́, por ejemplo, las noticias producidas
en las Islas Malvinas, se databan en un presunto Puerto Rivero, nombre aplicado a Port Stan-
ley por un grupo de jóvenes peronistas y nacionalistas, muchos de ellos futuros Montoneros,
en un operativo comando para afirmar la soberanı́a argentina, en 1966. Este bautismo de
hecho fue propagado en 1982 por los diarios argentinos de mayor edición, como Crónica,
Diario Popular y Cları́n, durante los casi 20 dı́as que Port Stanley careció de denominacion
oficial argentina.
6. Alejandro Grimson en su análisis de la inmigración boliviana a la Argentina advierte de los
relatos de integracion argentina de los extranjeros (1999).
7. En una encuesta dada a conocer el 18 de Mayo de 1982 sobre la opinión latinoamericana
acerca del conflicto, la agencia Gallup mostraba que el 93 por ciento de los colombianos
residentes en Colombia pensaba la Argentina ofrecerı́a lucha si Gran Bretaña tomaba las
islas, y el 84 por ciento apoyaba a la Argentina ante el conflicto. Esta encuesta, que obviamen-
te era aprovechada como instancia de propaganda pro-argentina, no incurrı́a sin embargo en
esquematismos: los brasileños se pronunciaban en un 87 y un 41 por ciento con respecto a los
mismos temas, Perú en un 95 y 94 por ciento, y Uruguay en un 85 y 74 por ciento (Cları́n 18 de
Mayo, 1982).
8. Los españoles se dirigieron al Rey Juan Carlos, los italianos al presidente Sandro Pertini, y los
griegos a Papandreu (La Nación 1 de mayo, 1982).
9. Solicitada de la Colectividad Armenia, Cları́n 23 de Abril, 1982. ‘Plebiscito’ se referı́a a la
propuesta británica de someter a consulta de los isleños la soberanı́a final de las islas.
Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe 71, octubre de 2001 앚 21

10. Sólo unos pocos grupos de extranjeros provenientes de naciones-estados euro-asiáticos de


afirmación etnicista – coreanos, armenios, japoneses y croatas – hicieron alarde de sus diacrı́ti-
cos étnicos, con sus grupos de danzas, trajes y comidas tı́picos.
11. Un viejo polı́tico democrático y máximo representante de un partido de centro-izquierda, don
Oscar Alende, dio su respaldo a la recuperación en estos términos: ‘En materia de soberanı́a,
no puede haber dos actitudes, sino la plena solidaridad nacional. Y cuando se trata del tema de
Malvinas, eso se fortalece con el indiscutible derecho de la Argentina a integrar su territorio
nacional’ (Cları́n 4 de abril 1982). Quien el 10 de diciembre de 1983 se convertirı́a en presiden-
te nacional por elecciones libres del 30 de octubre, Raúl Alfonsı́n, conducı́a en 1982 una lı́nea
interna reformista en la UCR, señaló que ‘Nosotros los argentinos sabemos cómo unirnos
cuando se trata de la defensa de grandes causas’ (Buenos Aires Herald 4 de Abril, 1982. Mi
traducción). E intentando diferenciar el júbilo popular y el respaldo de polı́ticos y gremialistas
a la recuperación, de sus autores materiales, el PRN, advirtió que ‘la opinión democrática
internacional no debe confundir el juicio crı́tico que merece la gestión del gobierno con la
justicia de un reclamo que une a todo el pueblo del paı́s’. ‘Las espontáneas /…/ manifestacio-
nes de solidaridad de los argentinos frente al intento de agraviar nuestra soberanı́a no impli-
can renuncia alguna a juicio crı́tico que puedan corresponder por el mal ejercicio o abuso del
poder’. La recuperación de las islas no era, decı́a, propiedad de ‘un gobierno autocrático /…/
sino que se inserta en históricas reivindicaciones anheladas por generaciones de argentinos’
(Cları́n 14 de Abril, 1982).
12. Esta fue una acusación emprendida por el gobierno de los Estados Unidos que empujaban a la
Argentina a abandonar su ‘neutralidad’ complaciente con Alemania e Italia. La acusación se
extendió a J.D.Perón. Gran Bretaña, en cambio, preferı́a que la Argentina mantuviera su
neutralidad para poder seguir proveyendo de carne al Reino Unido.
13. Esta idea de ‘contrato’ debe entenderse en forma relativa ya que el Estado asigna determina-
da nacionalidad al ciudadano al momento de su nacimiento. Años después, el Estado puede
apelar a rituales o instancias de confirmación de dicho contrato – jura de la enseña patria,
conscripción, etc. (Brubaker 1992).
14. Barbero & Devoto 1983; Buchrucker 1987; Navarro Gerassi 1968; Rock 1993. Desde otro
enfoque Quattrocchi-Woisson 1992.
15. Los trabajos de Halperı́n Donghi (1987, 1992) y de Natalio Botana (1984, 1985), entre otros,
dan lugar a la apertura de los más recientes análisis de la nacionalidad argentina. Ver también
en Carmagnani (coord.) (1993) los artı́culos de Chiaramonte, Botana y Bidart Campos.
16. Es notable que mientras el arribo de los inmigrantes de principos del siglo XX se evocaba en
1982 como la llegada a un suelo abierto donde sembrar las semillas del trigo y la descendencia,
el principal formato represivo que dio triste fama a la Argentina fuera la des-territorialización
de hombres y mujeres quienes, tras su desaparición y muerte sin funeral, no debı́an dejar
rastros de su paso por este mundo (y esta tierra) (Franco 1985, Newman 1991).
17. Los uruguayos residentes en la Argentina en el 2000 aún recuerdan la unidad que, pese a sus
diferencias polı́ticas, suscitó la causa malvinera (Brenda Pereira, comunicación personal).
18. El periodismo sólo difundió una a lo largo de los 74 dı́as, próxima a la finalización del conflicto.
19. Ası́ lo expresó un polı́tico al diario Cları́n (9 de Abril 1982). Por iniciativa del Ministro de
Trabajo, un brigadier de la Fuerza Aérea, sindicalistas de distintas lı́neas y gremios viajaron a
las internacionales obreras (Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Li-
bres – CIOSL; AFL-CIO con su central en EE.UU., y la Organización Regional Interamerica-
na de Trabajadores) y a las sedes de las organizaciones obreras de Italia, Francia, España,
México y Colombia en ‘misión de esclarecimiento’ sobre la justicia de los derechos argentinos
sobre Malvinas (Cları́n 11 de Abril 1982, 13 de Abril, 1982). ‘La idea es que viajen a paı́ses
donde hay gobiernos con ideologı́as afines a su ideario (de los “embajadores”) para explicar la
posición argentina sobre Malvinas’ Cları́n 9 de Abril 1982). Ası́ lo hizo la Democracia Cristia-
na en Italia, el Vaticano y Venezuela; los radicales en el Parlamento Latinoamericano; un
dirigente peronista ligado a la izquierda peronista en México, con su nutrida colectividad de
exiliados Montoneros y de la Juventud Peronista; otros justicialistas fueron a España, Estados
Unidos, Francia y Portugal (Cları́n 13 de Abril, 1982); los comunistas enviaron representantes
a la Unión Soviética y los socialistas a distintos puntos de América Latina (Cları́n 20 de Abril,
1982). Estas gestiones intentaban compensar el alineamiento de la Comunidad Económica
Europea con Gran Bretaña, y de obtener el apoyo del Tratado Interamericano de Asistencia
Recı́proca (TIAR) en la OEA. El Ministro de Acción Social, un marino, aclaró que polı́ticos y
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gremialistas ‘van espontáneamente y pagan de su bolsillo’ (Vicealmirante Carlos A. Lacoste,


en La Nación 14 de Abril, 1982).
20. En la misma lı́nea, y justificando su asistencia a la asunción del flamante gobernador militar de
Malvinas e Islas del Atlántico Sur, el 6 de abril, el secretario general de la Confederación
General del Trabajo razonó que pese a haber sido perseguidos, encarcelados y desconocidos
por ese mismo régimen, ‘los soldados que están en el territorio patrio recuperado son todos
hijos de trabajadores argentinos’ (Cları́n 7 de abril, 1982).

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