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*La investigación de la cual este artı́culo forma parte, fue realizada con un subsidio doctoral de la
Fundación Antorchas. Una versión preliminar fue presentada al panel ‘Identidad en la Argentina:
crisol o pluralismo?’ en las ‘Primeras jornadas de la Identidad Nacional: Inmigración e Integra-
ción’ (1997).
4 앚 Rosana Guber
La usurpación de territorios, sea cual fuere el paı́s que la realice, debe ser
combatida con todos los medios y en todos los ámbitos (La Nación 7 de
abril, 1982).
La guerra que hoy enfrenta nuestro paı́s es “nuestra guerra” porque noso-
tros somos argentinos; ningún ciudadano que se sienta tal, puede menos
que luchar y morir, si es necesario, por esta causa justa (Susana M. Kessel-
man de Goren y Silvia E. Kesselman de Umansky, Cları́n 3 de junio, 1982).
La recuperación de la filiación
mero de jóvenes entre 15 y 40 años de edad. Por último, fue el Estado, en virtud
del carácter internacional de la contienda, el autor de la ‘recuperación’ arma-
da, el organizador de una estrategia diplomática exterior, y el conductor militar
de la trinchera argentina.
Ası́, desde la lógica estatal de 1982, los varones de 20 años debı́an compare-
cer en el Teatro de Operaciones sudatlánticas en virtud de sus deberes ciudada-
nos instaurados ochenta años antes, cuando la Argentina era el granero del
mundo y uno de los polos receptivos de emigrantes de Europa (también del
Cercano Oriente y de América del Sur). La iniciativa de la recuperación debı́a
mostrar a un Estado consustanciado con la causa pendiente de soberanı́a na-
cional, pese a las denuncias en su contra, seguramente anti-nacionales, que se
esgrimı́an en los foros internacionales desde 1977. De este modo, el Estado se
ubicaba en el polo dominante (y sumamente exitoso por lo indiscutido de su
posición y su decisión) de una relación que, bajo la argumentación patriótica,
convocaba a todos los sectores que se veı́an directamente interpelados por él,
para compensar favores que no ese régimen sino algún otro anterior, les habı́a
ofrecido.
Ahora bien. Hasta aquı́ describimos el lugar de los extranjeros residentes en
la Argentina durante el conflicto como similar y convergente con el que osten-
taban los argentinos nativos. Esta convergencia se explica, como ya dijimos, en
la caracterización que estadistas, analistas y población en general han hecho de
la Argentina como un paı́s de inmigración principalmente europea. Sin embar-
go, debemos subrayar un aspecto que revela la singularidad de los extranjeros
o sus descendientes autoadscriptos como hijos y nietos de inmigrantes. Sólo a
través suyo podemos visualizar el carácter (y el sentido) a la vez interno y
externo del conflicto y de la reciprocidad entre Estado y sociedad civil. Dicho
carácter se puso de manifiesto desde el principio, pues efectivamente Malvinas
era una guerra internacional que involucró a varios Estados, pero también fue
un conflicto donde la parte argentina incluı́a a varias generaciones, incluso de
extranjeros, encarnados (y desangrados) en ‘nuestros hijos, sobrinos y nietos’.
Por eso la intervención explı́cita de los extranjeros residentes en la Argentina,
convertidos instantáneamente en la reencarnación de los inmigrantes al grane-
ro del mundo, advertı́a el marco de la resolución, o irresolución, de las deudas
pasadas. De estas deudas pendientes la recuperación de los territorios usurpa-
dos en 1833 era sólo una.
En efecto, simbiotizado con las Fuerzas Armadas y con el régimen del Pro-
ceso, el Estado argentino perdió las islas el 14 de junio ante Gran Bretaña. Esta
noticia no fue leı́da como una derrota argentina, sino como un engaño del
gobierno militar a quienes lo habı́an respaldado en la épica patriótica. A ello se
fue agregando, progresivamente, un frondoso anecdotario que harı́an trascen-
der los ya ex-soldados que regresaban del frente, que contaba sobre las incle-
mencias del tiempo y las injusticias de la guerra, pero también sobre la irres-
ponsabilidad de la oficialidad y las comandancias, sobre los castigos desmedi-
dos por faltas menores de disciplina y sobre abusos de autoridad, sobre la
improvisación logı́stica y táctica en el frente que añadieron a los resultados
necesarios de una guerra, innecesarios padecimientos de hambre, frı́o y muerte
(Kon 1982, Esteban y Borri 1993, Guber 1999). El derroche de una sangre
(ahora) inmerecida por el Estado, ocupado por el régimen de las Fuerzas Ar-
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madas, emergı́a como una condena sin final ni redención posible al esfuerzo de
los ancestros por sembrar de habitantes (ahora) una falsa tierra de promisión.
Ciertamente este ánimo fue parte del clima de desazón que se hizo sentir ni
bien se supo de la rendición. Una de las consignas entonadas por los manifes-
tantes en repudio a la noticia y a las Fuerzas Armadas, reprochaba al coman-
dante en jefe de entonces: ‘Galtieri, borracho, mataste a los muchachos’. Sin
aludir a Gran Bretaña, la guerra externa que acababa de concluir se habı́a
convertido en el campo (fallido) de pruebas del contrato ciudadano de 1910.
Fue en el marco de tal descontento que el régimen inició su veloz retirada hacia
una era democrática que cerrarı́a un siglo iniciado en la esperanza y la libertad.
Muchos episodios que tuvieron lugar en esta nueva etapa pueden leerse en
esta clave de ‘reciprocidad incumplida’ por el Estado en un campo donde las
fronteras externas e internas de la República Argentina como nación de nacio-
nes, se desdibujaban una y otra vez. En primer lugar, alentados por la declina-
ción económica y las recurrentes crisis motivadas en una deuda externa que se
duplicó durante Malvinas, muchos jóvenes argentinos apelaron al derecho de
nacionalidad de sus abuelos europeos y emigraron a esas tierras. Segundo, tras
las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida (1987), instrumentadas por el
primer presidente constitucional Raúl Alfonsı́n, y el indulto que su sucesor
Carlos Menem otorgó a los comandantes de las tres juntas del régimen militar,
quienes purgaban condena por crı́menes de lesa humanidad (1990), fueron las
cortes europeas las encargadas de iniciar sistemáticamente procesos judiciales
a militares y ex-militares argentinos por la muerte de ciudadanos europeos
residentes en este paı́s. Por último, fue Scotland Yard y no el gobierno argenti-
no, la encargada de investigar en 1993 el fusilamiento de prisioneros de guerra
argentinos – principalmente suboficiales y soldados – por las tropas británicas
en Malvinas. Cerrando un cı́rculo pendiente, estas medidas parecen dar cuenta
de un nuevo giro en la filiación fundacional de este paı́s de inmigrantes, revir-
tiendo la indiferencia de las madres (otrora) abandónicas, mientras la madre
adoptiva se muestra incapaz de resguardar a sus hijos. Ası́, el fundamento de
reciprocidad que liga al Estado con los sujetos ciudadanos, y oculta la violenta
desigualdad de la relación manifiesta en la entrega de un hijo para morir por la
Patria, pareció quebrarse, quién sabe si para siempre.
* * *
Notas
1. La historia de la ocupación de las islas Malvinas/Falklands es ciertamente compleja e intrinca-
da, y coincide con la expansión de los imperios coloniales en disputa por establecer puertos o
factorı́as en su búsqueda de un paso hacia el Océano Pacı́fico (Taiana 1985). Gran Bretaña,
España, Francia y, posteriormente la Argentina, han reclamado la soberanı́a sobre el archipié-
lago denominado por los holandeses ‘Sebaldinas’ (1600), y por los marineros franceses de
Saint Malo ‘Malouines’ (desde 1698) (Del Carril 1986, Groussac 1910/1982). Pero sólo la
Argentina y Gran Bretaña han sostenido sus respectivos derechos y reivindicaciones sobre
éste y otros dos archipiélagos que han permanecido relativamente deshabitados, las Georgias
del Sur y las Sandwich del Sur. Según la versión británica, las Falklands fueron ocupadas por el
Imperio de manera imprescriptible, en 1765, y tras su expulsión por una misión española en
1770, fueron recuperadas el 1 de enero de 1833 (ver Ferns 1979). La República Argentina
sustenta sus derechos a las Malvinas en que éstas habrı́an constituido un legado del Imperio de
España – que las ocupó con una colonia en 1766 por concesión de la previa colonia francesa de
Bougainville – en la contigüidad territorial y proximidad geográfica, y en la usurpación violen-
ta de las islas en 1833 cuando una flotilla británica expulsó al gobernador de la capital isleña
Puerto Luis, delegado de las Provincias Unidas del Rı́o de la Plata, poco tiempo después
República Argentina, y ocupó Puerto Luis imponiendo una administración colonial (ver
Groussac 1910/1982, Destefani 1982, Goebel 1927, Gamba 1985).
2. Sólo tres dı́as antes del desembarco argentino, más de un centenar de personas fue detenida
por participar en una protesta pública convocada por la Confederación General del Trabajo.
El coronel a cargo del ministerio del Interior calificó la movilización como ‘ejercicios de sub-
versión’, pero tres dı́as después los presuntos subversivos recuperaron su libertad en aras de la
‘recuperación nacional’.
3. La participación de los paı́ses latinoamericanos cubrió, sin embargo, un amplio espectro.
Mientras Chile prestó su territorio e inteligencia para las operaciones británicas, y Colombia
se abstuvo en votaciones decisivas de la OEA, Brasil y Uruguay mantuvieron una neutralidad
que perjudicó a Gran Bretaña, al no permitı́rsele transitar su espacio aéreo, marı́timo y terres-
tre. Panamá, Venezuela, Bolivia y sobre todo Perú dieron su respaldo a la causa argentina,
mediante materiales, personal, decisiones polı́ticas en foros internacionales y hasta con inicia-
tivas diplomáticas para el cese de fuego.
4. La inversa sı́ se concretó en los territorios del Commonwealth para con los residentes argenti-
nos.
5. Que las Fuerzas Armadas lograran el respaldo tan ansiado a comienzos de 1982 no pre-deter-
minaba ni sus formas ni los matices de su contenido. Además, y aunque regı́a la censura para
ciertas cuestiones – mantener elevada la moral patriótica de la población, secreto en las accio-
nes y su planificación, etc. –, el periodismo escrito y gráfico gozaba de un amplio margen que
dio lugar a la publicación de materiales inesperados. Ası́, por ejemplo, las noticias producidas
en las Islas Malvinas, se databan en un presunto Puerto Rivero, nombre aplicado a Port Stan-
ley por un grupo de jóvenes peronistas y nacionalistas, muchos de ellos futuros Montoneros,
en un operativo comando para afirmar la soberanı́a argentina, en 1966. Este bautismo de
hecho fue propagado en 1982 por los diarios argentinos de mayor edición, como Crónica,
Diario Popular y Cları́n, durante los casi 20 dı́as que Port Stanley careció de denominacion
oficial argentina.
6. Alejandro Grimson en su análisis de la inmigración boliviana a la Argentina advierte de los
relatos de integracion argentina de los extranjeros (1999).
7. En una encuesta dada a conocer el 18 de Mayo de 1982 sobre la opinión latinoamericana
acerca del conflicto, la agencia Gallup mostraba que el 93 por ciento de los colombianos
residentes en Colombia pensaba la Argentina ofrecerı́a lucha si Gran Bretaña tomaba las
islas, y el 84 por ciento apoyaba a la Argentina ante el conflicto. Esta encuesta, que obviamen-
te era aprovechada como instancia de propaganda pro-argentina, no incurrı́a sin embargo en
esquematismos: los brasileños se pronunciaban en un 87 y un 41 por ciento con respecto a los
mismos temas, Perú en un 95 y 94 por ciento, y Uruguay en un 85 y 74 por ciento (Cları́n 18 de
Mayo, 1982).
8. Los españoles se dirigieron al Rey Juan Carlos, los italianos al presidente Sandro Pertini, y los
griegos a Papandreu (La Nación 1 de mayo, 1982).
9. Solicitada de la Colectividad Armenia, Cları́n 23 de Abril, 1982. ‘Plebiscito’ se referı́a a la
propuesta británica de someter a consulta de los isleños la soberanı́a final de las islas.
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