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Tierra de cenizas

viernes, 12 de diciembre de 2008 17:04

Los edificios estaban en ruinas mientras la tierra retumbaba en la memoria. Se agitaba como si quisiese
negar lo acontecido. En el interior de uno de los grises edificios, derrotado ya por el paso del tiempo y la
guerra, haces de luz filtrados a través de las hendiduras de las paredes hacían resplandecer las motas de
polvo suspendidas en el aire. El techo, las paredes y el suelo conservaban las marcas de las explosiones.
Amplias manchas negras cruzaban los muebles y las pinturas que en otro tiempo fueron obras de arte.
Las ventanas tenían los cristales rotos por aquellos que intentaban escapar de la locura desencadenada.
Los cadáveres yacían por doquier; hombres, mujeres y niños alcanzados en su inútil huida por la
destrucción que se había abatido sobre cada pasillo, muertos por el fatal destino que les seguía los
pasos. Los grandes descarriadores de la locura habían golpeado con todo su poder sin importarles las
consecuencias.

Una figura, solitaria y silenciosa, caminaba entre los escombros. Su uniforme, antaño verde, estaba
desteñido y rasgado por todas partes. El color oscuro de la sangre quedaba plasmado sobre sus insignias
militares. El casco que le había salvado de una granada de mortero parecía un despojo. El color azul de
la paz estaba ennegrecido por el de la guerra. Cinco días habían pasado desde que su unidad había
muerto por un fuego cruzado de francotiradores. Cinco días vagando por tierra de cenizas. Anduvo unos
pasos por un pasillo en sombras aferrando su arma temeroso. Cruzó una habitación rápidamente y se
giró a su izquierda por instinto. Contempló su propia imagen reflejada en un espejo que colgaba torcido
sobre el mármol cuarteado. Suspiró. Aquella locura estaba llegando demasiado lejos.

Una nueva puerta apareció en sus sentidos. Se acercó lentamente y comprobó que estaba atrancada.
Lanzó una patada a la madera, que cayó hacia atrás, y entró apuntando en varias direcciones
nerviosamente. Era una estrecha habitación llena de cajas de cartón y basura esparcida por el suelo. En
una de las esquinas se distinguía la figura de una persona contraida en posición de miedo. Parecía
formar parte de la habitación. No resaltaba entre el color gris de la derrota. El soldado se acercó
colgándose el arma del hombro. Se agachó junto a la extraña figura y le toco suavemente la espalda. No
se movía. Ni siquiera se había percatado de la presencia de aquel hombre. Era una niña de unos ocho
años. Tenía el pelo desarreglado, lleno de suciedad, y llevaba un vestido roto y viejo, pero aún así
parecía un ángel caído en aquel infierno. Sus ojos estaban cerrados y sus labios cortados y secos, como
aquel que no ha bebido en días. El joven soldado, viendo que en aquellos días de desgracia había alguien
que había sufrido mucho más que él, la tomo en brazos. Salió a la calle, donde todo era devastación,
desechos y olor a muerte. El sol huía de allí y la oscuridad comenzaba a reinar. Avanzó rápido pegado a
las paredes de los edificios, intentando ser un blanco más difícil. El joven corrió durante horas con un
solo pensamiento: “Ella tiene que vivir”.

Su corazón estaba acelerado y podía sentir los latidos martilleando sus sienes. Se paró, apoyándose
junto a una esquina, y recobró el aliento. Asomó la cabeza lentamente, con el corazón acelerando su
ritmo cada vez más. Observó con una débil sonrisa una barricada al final de la calle y una tanqueta. Al
ver a lo lejos los cascos azules de sus compañeros un sentimiento de esperanza que hacía mucho tiempo
no sentía creció en su interior. Comenzó a correr como un desesperado llamándoles a gritos.

Parecía que todo transcurría a cámara lenta. Algunos soldados le empezaron a hacer señales con las
manos. Cuando faltaban veinte metros para encontrarse a salvo sonó el primer disparo. Le alcanzó en
una pierna y le hizo caer al suelo rodando. Los soldados que habían salido a su encuentro para advertirle
contestaron al fuego enemigo, intentando ganar tiempo. El joven se arrastraba por el suelo empujando
a la niña delante suyo. El segundo disparo le atravesó el pecho y tan solo pudo lanzar una última mirada
de incomprensión. A los pocos segundos el tiroteo cesó y el soldado murió. Quedo un pensamiento, solo
uno, en su atormentada mente: “Al menos la niña se salvará...”

Relatos Page 1
El joven militar de diecinueve años murió creyendo salvar una vida, pero nunca supo que la niña ya
estaba muerta cuando la encontró.

Relatos Page 2

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