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ADOLESCENTES, Catequesis de

NDC

SUMARIO: I. Quiénes son los preadolescentes: 1. Cambio físico, cambio


psicológico; 2. Un nuevo contexto social; 3. Hacia criterios éticos propios; 4.
Un Dios a imagen propia. II. Quiénes son los adolescentes: 1. Cambios físicos
y psicológicos; 2. Un nuevo contexto social; 3. Con criterios éticos propios; 4.
Un Dios a su imagen y necesidad. III. De cara a la evangelización y la
catequesis: 1. Reflexión y práctica de la catequesis de preadolescentes; 2.
Situación y retos de la catequesis de adolescentes. IV. Pistas específicas para
una catequesis de preadolescentes. V. Pistas específicas para una catequesis
de adolescentes: 1. Un Cristo que busca, llama e interpela; 2. Una fe que se
encarna y proyecta; 3. Un método que es el camino para la meta de la fe. VI.
Catequesis fuera del grupo. VII. La comunidad evangelizadora y los
catequistas.

Los niños son objeto de preferencia para Cristo: «Dejad que los niños se
acerquen a mí» (cf Mc 10,13-16). Y además, son modelo para los adultos: «Si
no os hacéis como niños...» (Mt 18,3). Y «al que escandalice a uno de estos...»
(Mc 9,42). Jesús sintió pena cuando aquel joven no le siguió (cf Mc 10,17-24).

La Iglesia madre cuida de todos sus hijos, pero con preferencia de los más
débiles (cf GE 1). Y entre los más débiles están los niños y los jóvenes. Por la
inmadurez propia, por lo desasistidos de la familia y de la sociedad, por la falta
de armazón humana y de fe, por el ambiente... Por otra parte, cuidar a los
niños, además de signo evangélico y modelo donde aprender la Iglesia adulta
o de adultos, es la mejor inversión. Si los niños de la más tierna edad no
pueden sobrevivir sin los padres o alguien que haga sus veces, tampoco el
adolescente que se abre a una vida nueva puede sobrevivir en su fe sin los
padres en la fe —la Iglesia—.

Lo que se dice de los jóvenes: que no sólo son objeto, sino también sujetos de
evangelización, se debe decir de niños y adolescentes. Los niños y los jóvenes
de hoy no son la Iglesia del mañana, son ya la Iglesia, hoy.

Como afirma el Directorio general para la catequesis (DGC), «en términos


generales, se ha de observar que la crisis espiritual y cultural que está
afectando al mundo tiene en las generaciones jóvenes sus primeras víctimas.
También es verdad que el esfuerzo por construir una sociedad mejor encuentra
en los jóvenes sus mejores esperanzas. Esto debe estimular cada vez más a
la Iglesia a realizar con decisión y creatividad el anuncio del Evangelio al
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mundo juvenil. A ese respecto, la experiencia muestra que es útil para la
catequesis distinguir en esas edades entre preadolescencia, adolescencia y
juventud, sirviéndose oportunamente de los resultados de la investigación
científica y de las condiciones de vida en los distintos países» (DGC 181).

I. Quiénes son los preadolescentes

Es fundamental conocer al preadolescente y al adolescente en sus


características fundamentales, para ayudarles en la iniciación y en la
maduración de la fe. Los evangelizadores, que se ocupan de la persona en su
aquí y su ahora, no sólo estudian lo más objetivamente la realidad de lo que
es el preadolescente —en transformación profunda y fundamentalmente
cambiante—, sino también de lo que subjetivamente cree ser. Y eso se
aprende sobre todo a través de la propia reflexión, observación, análisis,
diálogo y confrontación.

La preadolescencia es una etapa de la vida —algunos dicen que la etapa


ignorada u olvidada— que se define por su relación con la etapa de la
adolescencia. Y si se habla con precisión, la preadolescencia no puede
identificarse con una edad concreta: en el desarrollo de la persona influyen
múltiples factores fisiológicos, culturales, económicos, sociales... Con cierta
aproximación, se sitúa entre los 10 y los 14 años.

Está muy estudiado el papel del cuerpo en la psicología particular en esta


etapa. Bastante menos —aunque también es necesario— lo está el estudio de
la influencia del cuerpo social, a través de ideas, esquemas de valores,
estructuras, redes de comunicación... sobre la personalidad. Un chico o chica
de la misma edad tiene a menudo enfoques, reacciones, actitudes muy
diferentes en una gran ciudad que en ambiente rural, en el centro de la ciudad
que en un suburbio, en Europa que en Africa, entre emigrantes que entre
nativos, en ambiente hostil o en ambiente acogedor...

En esta etapa el niño abandona progresivamente su mentalidad, gustos y


esquema de valores infantiles, para adquirir, sin saltos bruscos, una
mentalidad y comportamiento más adulto. Este tiempo de ensayos e intentos
por dejar las cosas de niño y abrirse al nuevo mundo de adulto es como un
segundo nacimiento, con todo lo que comporta de dura adaptación: ni él se ve
el mismo, ni su entorno le parece igual. Desorientado y confundido ante tanta
novedad, sin entrenamiento para enfrentarse a ella, sin protección, no le queda
más que futuro, perspectivas nuevas, mirada diferente.

Edad de búsqueda de identidad, basculante, en dialéctica entre el pensar,


sentir y querer como niño y el pensar, sentir y querer como adulto. Con las
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debidas reservas, se habla de rasgos comunes, nunca definitorios ni
exclusivos, y menos aún exhaustivos.

1. CAMBIO FÍSICO, CAMBIO PSICOLÓGICO. El período de la


preadolescencia nunca es homogéneo en los cambios físicos —en chicos y en
chicas— ni lo es la manera de asumirlos, ni se sabe lo que repercuten en la
estructura de la personalidad.

Ante esta sensación de cambio y desarrollo, lo mismo siente orgullo y ganas


de vivir por las riquezas que descubre, que duda, miedo o culpabilidad... ¡Se
siente extraño! Sufre la ambivalencia de la satisfacción de entrar en el mundo
de los adultos y la confusión o desagrado por ver perdido el equilibrio de la
infancia. Se puede exteriorizar en crisis con rasgos de apatía, indisciplina,
terquedad, timidez, cambios bruscos, etc., que le hacen inseguro y difícil de
entender.

En la inteligencia, pasa del pensamiento intuitivo al pensamiento abstracto:


define, analiza, busca causas y atisba consecuencias. Esta dimensión racional
le abre al mundo de los ideales, de las ideas y de los valores, pero fácilmente
conlleva crisis religiosas y morales. Progresivamente adquiere sus propias
ideas, contrasta con los otros, a veces desde la oposición, como exploración
unas veces y como defensa otras.

Para huir de este mundo duro y hostil fantasea con frecuencia, consiguiendo
la realización de los deseos frustrados por la realidad, aunque sus fantasías
también van dirigidas a lo erótico-sexual y la ambición, al afán de posesión
material. El fantasear es más frecuente en las chicas; los chicos recurren más
a la acción.

2. UN NUEVO CONTEXTO SOCIAL. El preadolescente necesita crear nuevas


relaciones: las relaciones familiares no le satisfacen, se siente incomprendido
por los mayores, se aleja de ellos llegando incluso al rechazo. En el fondo de
esta actitud está una gran inseguridad y el deseo de llamar la atención para
que se le considere persona.

Su interés se centra en el mundo de los iguales, donde dará respuesta a su


necesidad de autonomía y de identidad personal: allí diferencia lo que es
adquirido, lo que es de su ambiente y lo que es ya propio suyo. Al final de esta
etapa suelen aparecer los amigos íntimos con quienes comparte la necesidad
de comunicación, de ser comprendido y aceptado. Aumenta la confianza en sí
mismo y refuerza su yo al identificarse con otro. La gran importancia que da a
los héroes nace de esta misma necesidad.

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3. HACIA CRITERIOS ÉTICOS PROPIOS. Este nuevo aprender a vivir, el
desarrollo cognoscitivo, el tipo de relaciones y su manera de situarse en el
mundo, conllevan, evidentemente, un desarrollo ético y moral muy cargado de
subjetivismo; pero conforme madura la personalidad, su capacidad de
interiorización, sus relaciones de iguales y la confrontación pacífica o violenta
con los adultos, va creando criterios más objetivos.

El factor que más contribuye a la conciencia moral es el descubrimiento de su


interior. Al conocer sus posibilidades cae en la cuenta de las responsabilidades
propias y ajenas. Es el paso de la moral heterónoma, venida de fuera, a la
moral autónoma, la que procede de dentro y supone autocontrol y capacidad
de interiorización. Gracias al progreso del pensamiento y a su capacidad de
juicio, capta los principios morales, reconoce el bien y el mal, enjuicia los
comportamientos y asume responsabilidades. En esa fase de la vida parece
lógica la incoherencia, a causa de factores muy fuertes que actúan sobre su
emotividad: inseguridad, descontrol de los impulsos, nervios, deseo de
autoafirmación, presiones y miedos, influjos... Unas veces aparece como
sumiso y hasta sometido a la autoridad moral mientras que otras, por
necesidad de afirmación, la rechaza.

Conforme se acerca a la adolescencia, va experimentando un cambio en los


intereses —intimismo, curiosidad sexual, subjetivismo— que, unido a su falta
de autocontrol hacen del preadolescente un ser irritable y agresivo. A ello
contribuye igualmente el mundo afectivo sexual: al tiempo que se abren a las
relaciones heterosexuales, el autoerotismo les desequilibra, rebaja su
autoestima y el yo ideal, se agudiza el conflicto y provoca ensimismamiento y
ansiedad.

4. UN Dios A IMAGEN PROPIA. El preadolescente busca y sintoniza con un


Dios que le ayude a comprenderse a sí mismo, a situar las causas de su
ansiedad, contradicciones y conflictos internos. Es la época del Dios cercano
y amigo, que le ofrece la seguridad que le falta. Un Dios confidente, en diálogo
íntimo, comprensivo ante su dolor y consuelo en su soledad. Un Dios a quien
rezar en la dificultad y de quien esperar la fuerza necesaria. Existen, sin
embargo, matices según sean los preadolescentes: más próximos a la
voluntad, a la norma o ley, a un Dios todopoderoso y sancionador, o más
atraídos por un Dios relacional, de bondad, proximidad y belleza.

Ahora, a la problemática psicológica el preadolescente añade la religiosa,


somete a crítica su fe en Dios, en el fondo o en las expresiones, pues sospecha
que la realidad o la imagen de Dios responden también a la herencia de los
mayores. No es, pues, raro que abandone las prácticas religiosas, al no
entenderlas en plenitud o por motivos de autonomía personal o por imitación
de los otros. Por el contrario, esta etapa de ideales y de modelos o héroes
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aproxima a Cristo como héroe al que imitar y a los valores interiorizados como
meta de fraternidad, libertad, justicia... Y además, el intimismo que vive le
favorece la vida de oración y la experiencia religiosa, clave para su futuro de
fe.

II. Quiénes son los adolescentes

La adolescencia continúa el proceso de cambio hacia la adultez comenzado


en la preadolescencia. El aspecto físico le asemeja cada vez más al adulto
pero no le hace adulto. Normalmente oscila entre los 14 y los 17 años.

Dos nuevas experiencias desconcertantes marcan al adolescente: la ruptura,


la muerte de la infancia y la frustración: el mundo no es tan perfecto como lo
vivía, lo creía y lo soñaba de niño. Cae la imagen ideal que se había hecho de
los padres. Si desconoce a los padres o experimenta la separación, también la
estructura familiar se tambalea, y con ella, el amor. Inventa nuevos modos de
ser y nuevos proyectos. Además, su situación se complica, pues muere
también el Dios de su infancia: había creído en un Dios poderoso y Cristo se
le aparece ahora como pobre eliminado del mundo.

1. CAMBIOS FÍSICOS Y PSICOLÓGICOS. El adolescente se muestra a


menudo displicente, huraño y agresivo, en la mayoría de los casos sin causa
aparente. La causa es interna y no aparece: ni la sabe explicar, ni se da cuenta
a veces, o la ve como producto de las actitudes de los demás. Se adentra en
su yo, a la vez atrayente, a la vez ignorado y con frecuencia desconcertante.
Obstinado y terco, necesita afirmarse, encontrar su identidad a través del
rechazo. Se afirma en la idea que se hace de sí mismo —unas veces
maravilloso, otras horrible—pero, por fin, es él mismo. Es hipersensible,
aunque a veces quiera jugar a duro. La necesidad de amar y ser amado marca
esta etapa, demostrando con ello que el adolescente va entrando en la
madurez afectiva. El poder amar le hace sentirse alguien: se proyecta, expresa
sus capacidades, se exalta emotivamente. Pero los fracasos afectivos son
difíciles de remontar, son elementos desestabilizadores que socavan incluso
los ideales. El mundo afectivo envuelve a menudo al adolescente.

La inteligencia se desarrolla, se objetiviza, le permite adentrarse más en el


mundo de las abstracciones. Ahora ya puede razonar, dialogar y discutir con
el adulto, sobre todo de temas de la familia, la sociedad, la cultura y la religión;
y está convencido de que en algunos temas está más preparado que los
adultos. Poco a poco va asimilando los cambios físicos y va ganando en
seguridad, al asumir su nueva imagen corporal y psicológica.

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2. UN NUEVO CONTEXTO SOCIAL. Fisiológicamente se ve adulto,
socialmente niño. Eso le dificulta la imagen de sí y la inserción social: todo
marcha a velocidades supersónicas, menos su integración social. Y es que,
además', la adolescencia pasa más desapercibida por la prolongación de la
escolaridad y la entrada más tardía en el mundo laboral, y también por la
precocidad de la pubertad —hoy se ve a las chicas de once años y a los chicos
de doce ya en la pubertad—.

Los adolescentes en ventaja cuentan todavía con tres sólidos pilares afectivos:
padres, amigos y grupo. Pero no son eternos. La relación con los padres sufre
debido a la necesidad de nuevas relaciones entre sus iguales, por la
autoafirmación progresiva y la conquista de la propia autonomía, y por el
descubrimiento de las limitaciones de sus padres. La reacción llega a veces
hasta el malestar, el desprecio y el odio, con eternas discusiones, abandono
del hogar, taciturnidez y aislamiento.

Las amistades juegan un papel muy importante para reforzar el yo, abrir a la
alteridad y socializar; para intercambiar intimidad, problemas personales, la
vida sentimental, crisis religiosa... La vida social del adolescente está marcada
por la pertenencia a un grupo: allí amplía el abanico de relaciones, encuentra
compensación afectiva, realiza actividades de su gusto y conquista autonomía.
A veces abandona el grupo, si se ha encontrado una relación afectiva con el
otro sexo, que llega a ser plenificadora, preferente si no exclusiva.

Los grupos surgen de manera organizada: los hay que le vienen impuestos,
como la familia o la escuela, y los hay expresamente buscados por el interés.
Se siente mejor en los grupos que elige que en los que le vienen impuestos.
Las pandillas son otra forma de vivir la socialización. Surgen espontáneamente
y gustan de vivir al margen de la sociedad. El adolescente necesita ser
aceptado por los compañeros para aceptarse a sí mismo. Y las preferencias
de los compañeros se hacen ley para él.

3. CON CRITERIOS ÉTICOS PROPIOS. El adolescente se distancia cada vez


más de la conciencia moral recibida de los mayores, para guiarse por una
conciencia más racionalmente suya. A veces, el rechazo a los principios
morales heredados reviste formas de rebeldía. La moral para el adolescente
es más coherencia con la imagen de sí mismo que adhesión a la acción de
Dios.

Construir su vida requiere contar con modelos y normas. Su ética está marcada
por la meta de realizar su ideal, no forzosamente en clave de moral objetiva.
Rechaza los legalismos de una sociedad corrupta, pero es exigente consigo
mismo y con los demás hasta crear a veces un orden social rígido y con

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absolutizaciones. Si descubre metas que valen la pena, se decide
generosamente a seguirlas.

La sociedad, también aquí, va modelando al adolescente más a su imagen que


a la de la familia y el grupo. La sociedad va imponiendo cada vez más sus
criterios morales y su escala de valores.

4. UN DIOS A SU IMAGEN Y NECESIDAD. La dimensión religiosa sigue


también las leyes del cambio: las creencias de la infancia han sido pensadas,
sopesadas y contrastadas desde su propia experiencia y se rigen por opciones
personales. Pronto le surgirán conflictos entre religión, razón, ciencia y
pluralismo religioso. Es corriente considerar la religión como respuesta a los
problemas de la vida, y a Dios como la gran solución a los problemas (reza
para que le aprueben y para marcar un gol).

Además de sentir necesidad de confiar en alguien, siente deseos de


entregarse a acciones solidarias colectivas en beneficio de la humanidad. En
eso Cristo es modelo de vida: arriesga su vida, mantiene una actitud valiente
ante la libertad, la justicia, la autoridad... Y además es misericordioso. La
religión es, a veces, un elemento integrador de la personalidad del joven: las
circunstancias ambientales pueden contribuir a ello.

III. De cara a la evangelización y la catequesis

«En las regiones consideradas como desarrolladas, se plantea de modo


especial el problema de la preadolescencia: no se tienen suficientemente en
cuenta las dificultades, necesidades y capacidades humanas y espirituales de
los preadolescentes, hasta el punto de poder afirmar, en relación a ella, que es
una etapa ignorada. Actualmente, con frecuencia, los catequizandos de esta
edad, al recibir el sacramento de la confirmación, concluyen también el proceso
de iniciación sacramental, pero a la vez tiene lugar su alejamiento casi total de
la práctica de la fe. Es necesario tomar en cuenta con seriedad este hecho y
llevar a cabo una atención pastoral específica, utilizando los medios formativos
que proporciona el propio camino de iniciación cristiana» (DGC 181; cf IC 134-
138).

1. REFLEXIÓN Y PRÁCTICA DE LA CATEQUESIS DE


PREADOLESCENTES. La preadolescencia ha sido verdaderamente la edad
olvidada; no ha gozado de particular preocupación en la catequesis de la
Iglesia hasta tiempos muy recientes. Como en tantos otros campos, catequesis
y ciencias antropológicas van unidas. Los estudios psicológicos y sociológicos
de los preadolescentes, urgidos por la pedagogía del nuevo contexto
occidental y eclesial en un mundo tan plural, secularizado y abierto a las
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nuevas culturas, favorecen e impulsan la reflexión y la praxis de la catequesis
de los preadolescentes.

Y el mundo tan diversificado de estos, según los contextos sociorreligiosos,


obligan a diversificar mucho más las ofertas de evangelización en razón de la
cercanía o lejanía a la propuesta y vivencia cristiana, y en razón de situaciones
psicosociológicas generales, que exigen un tratamiento específico. En el
primer aspecto —cercanía o lejanía–, se mueven los preadolescentes de
ambientes creyentes (familiares, educativos y sociales); los de ambientes fríos
o cansados en la vivencia de la fe; los de ambientes claramente descreídos y
ajenos a la fe; los simplemente desinformados; los decididamente hostiles a la
fe o a un tipo de Iglesia... En el segundo aspecto, están los minusválidos, los
emigrantes desenraizados, los hijos de una sociedad muy en diáspora, las
minorías étnicas, los que viven serios traumas familiares, y un largo etcétera.

2. SITUACIÓN Y RETOS DE LA CATEQUESIS DE ADOLESCENTES. «ES


necesario distinguir la adolescencia de la juventud, aun sabiendo la dificultad
de definir de modo claro su significado. De modo global, hablamos aquí de
aquella etapa de la vida que precede a la asunción de las responsabilidades
propias del adulto. Muchas situaciones, actitudes y problemas de carácter
general, relacionados con lo socio-cultural, comúnmente atribuidos a la
juventud, tienen mucho que ver con los mismos aspectos de la adolescencia.

a) Líneas generales comunes. Son muy distintas las situaciones, actitudes y


niveles de los adolescentes por cuanto se refiere a la fe, a su capacidad y
posibilidades de aceptar procesos de maduración. Hay adolescentes –cada
vez más– no bautizados o bautizados sin el mínimo proceso catequético;
adolescentes con ciertas vivencias cristianas, pero sin suficiente información
religiosa; adolescentes con grandes ansias de clarificaciones, de maduración
y de opciones radicales, y otros desinformados y ajenos al mundo de la fe, pero
no hostiles... La Iglesia cuida bien que mal los procesos de formación en
grupos de fe. Lo que no tiene debidamente planificados son los procesos
formativos de quienes no están en grupos de fe –la inmensa mayoría de
adolescentes creyentes–. Y, además, falla lamentablemente la conexión entre
catequesis específica y pastoral general de adolescentes. Así como la
conexión y articulación entre catequesis de niños, adolescentes, jóvenes y
adultos; entre catequesis parroquial y catequesis de congregaciones,
comunidades y movimientos; entre catequesis y evangelización; entre
catequesis y clase de religión; entre actividades de tiempo libre, de
voluntariado... y catequesis; entre catequesis en grupo e integración en la vida
parroquial; entre catequesis de confirmación y proceso de formación juvenil...

¿Cómo no dar mayor relieve a las mediaciones útiles para una catequesis
eficaz, como son la acción de grupo bien orientada, la pertenencia a
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asociaciones juveniles de carácter educativo, y el acompañamiento personal
del joven, en el que destaca la dirección espiritual?» (cf Directorio general de
pastoral catequética, DCG 87).

b) Procesos diferenciados. Si el adolescente es el centro, el que de alguna


manera impone los objetivos y contenidos catequéticos, los proyectos y
procesos no pueden ser uniformes: deben ser necesariamente muy
diferenciados, adaptados en la medida de lo posible a cada destinatario. Ello
obligará a diversificar la oferta hasta extremos insospechados: desde el
catecumenado en edad escolar y una catequesis que complete y culmine la
iniciación cristiana, hasta una catequesis sobre cuestiones específicas y
encuentros más o menos ocasionales e informales. Se nos imponen —más
que los que imponemos—itinerarios suficientemente ágiles, flexibles y
profundos, adecuados a la sensibilidad, problemática y posibilidades de esta
etapa.

La seriedad de la oferta debe contemplar la educación —en clave evangélica—


para la verdad, la justicia, la libertad, el amor y la sexualidad, la formación de
la conciencia, el planteamiento vocacional, el compromiso cristiano en la
sociedad y la responsabilidad misionera en el mundo. No pueden faltar la
dimensión teológica, ética, histórica, social... La formación intelectual, artística,
cívica, religioso-misionera, deben ir parejas, en conexión y progresión, de
forma que los adolescentes sean misioneros entre sus compañeros y agentes
de transformación de toda estructura y colectivo. Empeñarse en catequizar en
sentido estricto sin preparar previamente con acciones humanizadoras
tendentes a abrir a los valores humanos, a la trascendencia y a la fe, es en
buena parte desperdiciar recursos, sumar dificultades a la ya difícil aceptación
de la fe, e instalarse en la frustración o sensación de impotencia.

c) Responder a las necesidades. Resulta imprescindible conectar con los


intereses de los adolescentes y tratar de responder a sus necesidades: entre
las más importantes, el sentido de la vida y el sentido de Dios. Para ello resulta
obligado llegar —id y anunciad— a los foros donde ellos viven su vida —lugar
geográfico—, a las actividades que más les llenan —lugar psicológico— y al
fondo de su esquema de valores, experiencias y expectativas —lugar vital—.
Allí se entabla el diálogo que aspira a ser encuentro, porque fácilmente ellos,
al sentir que se les ama como son, nos amarán a nosotros y amarán lo que
nosotros amamos. O en el peor de los casos, con sus opciones y actitudes,
nos pondrán sobre las pistas de una buena catequesis.

La buena catequesis tiene como base una buena pedagogía, y esta nos dice
que siempre, y más en esta etapa, el ser humano busca seguridades (en
valores, personas y cosas), busca nuevas experiencias, sentirse útil en la vida

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y ser útil para los de su entorno, y amar y ser amado. Y lo mejor: la fe en Cristo,
vivida en Iglesia, responde a estas motivaciones-necesidades profundas.

IV. Pistas específicas para una catequesis de preadolescentes

Partiendo de las características más universalmente aceptadas del


preadolescente, ofrecemos unas pinceladas en relación con la catequesis de
estas edades y la maduración en la fe de dichos destinatarios.

a) La dimensión racional y crítica. El lenguaje de la fe, particularmente en esta


edad, no es especialmente lógico y discursivo, sino más bien simbólico,
alternativo con el de la ciencia y la filosofía; es más existencial que deductivo.
En esta etapa debería lograrse una nueva fundamentación y síntesis. El
catequista, los educadores y el grupo son claves para lograr la racionalización
y el equilibrio crítico, con el testimonio, las experiencias de vida, los tiempos de
reflexión-diálogo y un método que sepa combinar elementos simbólicos,
inductivos y deductivos.

b) La dimensión emotivo-sentimental. El adolescente suele cargar de


emotividad, a veces explosiva, sus pensamientos, opiniones y valoraciones,
hechos, situaciones, propuestas... Mundo afectivo, emociones y pasiones le
hacen vivir en un contexto con frecuencia subjetivo y distorsionado.

c) El «me gusta» o «no me gusta», la fuerza de lo inmediato gratificante, lo


instintivo y visceral, se imponen en su manera de optar y actuar, y también en
su manera de pensar.

La riqueza emotiva debe ser vista como tal, debidamente compensada, pero
jamás despreciada, manipulada o exaltada. La pasión es un componente de la
vida normal; la pasión por la vida y por los valores pertenece a la más pura
esencia evangélica. El mundo del símbolo, del arte, el sentimiento, la
trascendencia y la religiosidad, son valores a desarrollar, educar y evangelizar,
nunca a eliminar ni a infravalorar.

d) La dimensión ético-moral. Si toda actitud y acción cuenta con un


componente ético-moral, la búsqueda de autenticidad, de autonomía y de
actividad, en el adolescente, permite tomar conciencia de lo complejo de cada
situación, de los diferentes puntos de vista justificados, del obligado pluralismo,
de la importancia de la coherencia personal y de los riesgos de la vida moral.

Cristo aparece como modelo, ayuda, fuerza y garantía. El presenta una moral
en buena medida acorde con la radicalidad típica del adolescente. La Iglesia,
por su parte, presenta innumerables testigos de una vida moral intachable. La

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oración, la interiorización de la Palabra, la revisión de vida y otros recursos a
mano ayudarán al adolescente a asumir actitudes morales cristianas.

e) La dimensión asociativo-comunitaria. La exigencia del grupo de pertenencia,


muy sentida en la primera adolescencia, va abriéndose, poco a poco, a un
grupo de confrontación, donde se labra la propia autonomía y, posteriormente,
a un grupo donde se reflexiona, se elaboran y se llevan a cabo proyectos, como
exigencia de determinados ideales. El grupo cristiano, el grupo de
precatecumenado o comunidad eclesial, pueden al mismo tiempo llenar las
necesidades de la edad y estimular la encarnación de los valores, a través de
la interiorización, búsqueda en común, personalización y socialización de la
vida de fe.

V. Pistas específicas para una catequesis de adolescentes

El grupo o comunidad ayuda al adolescente, en su desconcierto, dudas,


búsqueda, contradicciones, radicalismos, utopías y generosidades —camino
de Emaús—, a descubrir lo importante de la presencia y el papel de Dios en la
búsqueda, el éxodo, la inseguridad, el vivir en eterno camino. Ofrece un
ambiente global de seguridad —no de proteccionismo—, donde se hace vida
la realidad que se propone, y que en buena parte el adolescente busca; una
realidad que no está totalmente enfrentada a sus intereses, enfoques,
necesidades y aspiraciones. La Iglesia institución —madre, maestra y testigo—
puede y debe asegurar estas dimensiones. Más próximamente, la Iglesia local,
a veces encarnada en movimientos, asociaciones o comunidades, de talla
humana, donde cada uno se siente y es percibido como persona y aceptado
en su realidad más profunda.

Además de la presencia institucional, está la del catequista, de categoría


humana y cristiana, con capacidad de ser modelo de identificación, o al menos
de convicción, para indicar metas, ayudar a encontrar o construir caminos,
acompañar durante el trayecto y testimoniar la vida y los valores. La catequesis
ayuda al adolescente a encontrarse a sí mismo, a estructurar su personalidad
y a multiplicar y proyectar sus posibilidades de realización hacia lo que sueña
y puede. Ayuda a encontrar en la fe valores capaces de apasionarle y polarizar
sus energías.

Su tendencia a la radicalidad y a la revisión sistemática, emotiva o visceral —


que él vive como lógica y racional—, exige testimonios personales e
institucionales muy vivos, y una fuerte dosis de realismo para alimentar
equilibradamente la utopía y la capacidad de aceptarse y comprenderse. La fe
encuentra cauces para vivir la dimensión evangélica que en esa fase de la vida
del adolescente atrae más o se puede vivir en mayor plenitud. Siempre será
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imprescindible la presencia ausente (no atosigante) del catequista, o la
ausencia presente (distancia geográfica, pero cercanía afectiva y de valores).

La referencia a la experiencia religiosa profunda de encuentro con Cristo,


radical como el adolescente, pero comprensivo, crítico e inconformista, y al
mismo tiempo misericordioso, utópico pero realista, unido al Padre pero unido
también a los hermanos, acerca a Cristo al adolescente, casi se le identifica en
las aspiraciones.

La Iglesia puede ofrecer espacios donde se encarna este Cristo, tan cercano
al pensar y sentir de los adolescentes. Y los encuentros con Cristo se hacen
desde la afinidad: caminar en la misma dirección, en la confluencia de valores
y expectativas, partir de los intereses, necesidades, realizaciones,
posibilidades de los adolescentes (Santiago y Juan le seguían y Jesús se
volvió: ¿qué buscáis...?). Uno y otros se buscaban. Pero otro tipo de encuentro
se produce desde la divergencia: van en dirección contraria en intereses y
aspiraciones, y Cristo interpela (al joven rico: «déjalo todo y sígueme»; o a
Saulo: «¿por qué me persigues?»).

2. UNA FE QUE SE ENCARNA Y PROYECTA. Desde estas mismas claves,


la fe cristiana se presenta como novedad: buena nueva. En ambientes
alejados, el evangelio tiene el encanto de conectar con la vida, lo más real de
la existencia, y conectar con los ideales de persona, familia, sociedad fraterna
y felicidad. Lo nuevo es lo que construye, lo que hace futuro. Y la fe se presenta
como realidad que hay que ir descubriendo y haciendo, lo mismo que la propia
personalidad. Hay que abarcarla e interiorizarla. El adolescente entiende
fácilmente que la fe auténtica no necesariamente forma parte del mundo adulto
que él tiende a rechazar, es la fe que adhiere vitalmente a Cristo en Iglesia. La
fe tiene mucho de utopía, de elemento unificador e impulsor de la personalidad.
Tiene mucho de absoluto y de definitivo. De construcción personal y de
perspectivas de futuro.

Los diversos movimientos juveniles tienden a introducir al adolescente en su


propia experiencia. Ofrecen, por tanto, un íter específico, y suficientemente
elaborado, de formación humana y religiosa. La propuesta se diferencia
notablemente dentro de cada movimiento.

3. UN MÉTODO QUE ES EL CAMINO PARA LA META DE LA FE. No basta


enseñar, hay que mostrar, atestiguar, hacer experiméntar. Para los
adolescentes de hoy vale lo que es tangible, experimentable, lo que grita,
congrega y arrastra: lo que para ellos es coherencia, testimonio sin equívocos.
Esta pedagogía exige: 1) Un estilo, talante y manera nueva de percibir, vivir y
expresar la fe. Hoy no convence el fiel practicante, dócil a la doctrina y
enseñanzas de la Iglesia. Se requieren creyentes de fe personalizada,
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experimentada, de colores vivos y llamativos o de servicio callado pero eficaz;
2) Un modo nuevo de vivir y participar en la comunidad cristiana. Será
necesario ofrecer experiencias concretas de comunidad, en el fondo tan
evangélicas como juveniles: acogedora y dialogante, profética y comprometida
con la causa de los humanos; 3) Un modo más cercano y vital de ser Iglesia.
Más en la línea de la praxis que de la doctrina y de las normas. Que ofrezca
razones para vivir, para luchar y para celebrar. Con micro-experiencias de una
Iglesia alternativa, que supere la excesiva institucionalización. En comunidad
sí, pero no una Iglesia que a menudo les aparece como fin a sí misma. Están
muy cerca del Concilio: una Iglesia de comunión y servicio; 4) Una metodología
que funcione no a ritmo de gustos e intereses, sino de necesidades y
posibilidades: la Iglesia no la hace cada generación ni depende del
subjetivismo personal, grupal o generacional. La actitud dialógica debe
practicarse a todos los niveles. Ciertamente no excluye ninguna idea ni
experiencia, pero tampoco toda la verdad surge del diálogo: hay una fe
confesada por millones de creyentes, que antes fue propuesta por Cristo y sus
elegidos, los apóstoles.

VI. Catequesis fuera del grupo

Hay adolescentes que, por circunstancias personales, familiares, sociales, etc.,


no forman parte de ningún grupo de catequesis con otros de su edad.

«Todo bautizado, por estar llamado por Dios a la madurez de la fe, tiene
necesidad y, por lo mismo, derecho a una catequesis adecuada. Por ello, la
Iglesia tiene el deber primario de darle respuesta de forma conveniente y
satisfactoria» (DGC 167).

«La pedagogía catequética es eficaz en la medida en que la comunidad


cristiana se convierte en referencia concreta y ejemplar para el itinerario de la
fe de cada uno... Junto al anuncio del evangelio de forma pública y colectiva,
será siempre indispensable la relación de persona a persona, a ejemplo de
Jesús y de los apóstoles. De este modo la conciencia personal se implica más
fácilmente, el don de la fe, como es propio de la acción del Espíritu Santo, llega
de viviente a viviente, y la fuerza de persuasión se hace más incisiva» (DGC
158).

La Iglesia, cuando no puede proponer procesos sistemáticos de formación en


la fe, proyecta la evangelización de los alejados y recurre a todos los medios
humanos y materiales. La vida familiar, las celebraciones sociales ocasionales,
los encuentros interpersonales esporádicos, el testimonio personal y
comunitario, la presencia cualificada de movimientos cristianos, los medios de
comunicación al alcance (radio, televisión, vídeos, revistas, carteles,
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canciones...), los momentos de reflexión en circunstancias y situaciones
especiales, los contactos a través de actividades de tiempo libre, voluntariados,
acciones o campañas conjuntas... pueden ser ocasión para que, aunque sea
mínimamente, se presenten valores evangélicos. Algunas veces ya es buen
logro desbrozar, desmontar prejuicios y predisponer positivamente a acoger la
propuesta.

Un caso particular es el de los adolescentes con minusvalías. Los


adolescentes con cualquier clase de minusvalía son objeto prioritario de
atenciones y de evangelización. Además de todos los medios ordinarios de
evangelización, la comunidad cristiana se ingenia para darles la preparación
posible y adecuada, y por lo tanto cualificada y específica. Lo que es opción
evangélica favorece la imagen pedagógica de la Iglesia: las opciones son muy
a menudo el lenguaje más claro.

VII. La comunidad evangelizadora y los catequistas

Afirma el Directorio «Ningún método, por experimentado que sea, exime al


catequista del trabajo personal, en ninguna de las fases del proceso de la
catequesis. El carisma recibido del Espíritu, una sólida espiritualidad y un
testimonio transparente de vida cristiana en el catequista constituyen el alma
de todo método, y sus cualidades humanas y cristianas son indispensables
para garantizar el uso correcto de los textos y de otros instrumentos de trabajo.
El catequista es intrínsecamente un mediador que facilita la comunicación
entre las personas y el misterio de Dios, así como la de los hombres entre sí y
con la comunidad. Por ello ha de esforzarse para que su formación cultural, su
condición social y su estilo de vida no sean obstáculo al camino de la fe; aún
más: ha de ser capaz de crear condiciones favorables para que el mensaje
cristiano recibido sea buscado, acogido y profundizado. El catequista no debe
olvidar que la adhesión de fe de los catequizandos es fruto de la gracia y de la
libertad, y por eso procura que su actividad catequética esté siempre sostenida
por la fe en el Espíritu Santo y por la oración. Finalmente, tiene una importancia
esencial la relación personal del catequista con el catecúmeno y el
catequizando. Esa relación se nutre de ardor educativo, de aguda creatividad,
de adaptación, así como de respeto máximo a la libertad y a la maduración de
las personas. Gracias a una labor de sabio acompañamiento, el catequista
realiza uno de los más valiosos servicios a la catequesis: ayudar a los
catequizandos a discernir la vocación a la que Dios los llama» (DGC 156).

A lo que nos dice el Directorio añadimos, resaltamos o especificamos algunos


aspectos del catequista de preadolescentes y adolescentes: inexcusable
cercanía física y psicológica; radicalidad en la esperanza, optimismo y
entusiasmo; testimonios inequívocos de la opción por Cristo y los demás;
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coherencia y constancia en la vida, en la relación y en el método; cultivo de los
valores humanos hasta poder ser modelo de identificación, dejando claro que
el protagonista, modelo y amigo que no falla, es Cristo; claridad de mente y
capacidad de hacer síntesis entre fe y cultura, con lenguajes de hoy; valorar a
la Iglesia, a la comunidad cristiana, al asociacionismo... para trabajar en equipo
y hacer Iglesia, no su Iglesia; espiritualidad de lo cotidiano, nunca excluyente
de las otras formas válidas de vivir la fe; dominio del método inductivo, de
técnicas y recursos, creativo y favorecedor de la creatividad; capaz de
compaginar utopía y realismo; abierto a lo global y a los detalles, a lo esencial
y a lo secundario; respetuoso de las situaciones y procesos de cada uno,
también de su propio papel de adulto educador; preocupado de su tarea de
orientador vocacional a lo largo de todo el proceso (cada uno donde pueda ser
más feliz trabajando por el Reino).

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