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Los niños son objeto de preferencia para Cristo: «Dejad que los niños se
acerquen a mí» (cf Mc 10,13-16). Y además, son modelo para los adultos: «Si
no os hacéis como niños...» (Mt 18,3). Y «al que escandalice a uno de estos...»
(Mc 9,42). Jesús sintió pena cuando aquel joven no le siguió (cf Mc 10,17-24).
La Iglesia madre cuida de todos sus hijos, pero con preferencia de los más
débiles (cf GE 1). Y entre los más débiles están los niños y los jóvenes. Por la
inmadurez propia, por lo desasistidos de la familia y de la sociedad, por la falta
de armazón humana y de fe, por el ambiente... Por otra parte, cuidar a los
niños, además de signo evangélico y modelo donde aprender la Iglesia adulta
o de adultos, es la mejor inversión. Si los niños de la más tierna edad no
pueden sobrevivir sin los padres o alguien que haga sus veces, tampoco el
adolescente que se abre a una vida nueva puede sobrevivir en su fe sin los
padres en la fe —la Iglesia—.
Lo que se dice de los jóvenes: que no sólo son objeto, sino también sujetos de
evangelización, se debe decir de niños y adolescentes. Los niños y los jóvenes
de hoy no son la Iglesia del mañana, son ya la Iglesia, hoy.
Para huir de este mundo duro y hostil fantasea con frecuencia, consiguiendo
la realización de los deseos frustrados por la realidad, aunque sus fantasías
también van dirigidas a lo erótico-sexual y la ambición, al afán de posesión
material. El fantasear es más frecuente en las chicas; los chicos recurren más
a la acción.
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3. HACIA CRITERIOS ÉTICOS PROPIOS. Este nuevo aprender a vivir, el
desarrollo cognoscitivo, el tipo de relaciones y su manera de situarse en el
mundo, conllevan, evidentemente, un desarrollo ético y moral muy cargado de
subjetivismo; pero conforme madura la personalidad, su capacidad de
interiorización, sus relaciones de iguales y la confrontación pacífica o violenta
con los adultos, va creando criterios más objetivos.
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2. UN NUEVO CONTEXTO SOCIAL. Fisiológicamente se ve adulto,
socialmente niño. Eso le dificulta la imagen de sí y la inserción social: todo
marcha a velocidades supersónicas, menos su integración social. Y es que,
además', la adolescencia pasa más desapercibida por la prolongación de la
escolaridad y la entrada más tardía en el mundo laboral, y también por la
precocidad de la pubertad —hoy se ve a las chicas de once años y a los chicos
de doce ya en la pubertad—.
Los adolescentes en ventaja cuentan todavía con tres sólidos pilares afectivos:
padres, amigos y grupo. Pero no son eternos. La relación con los padres sufre
debido a la necesidad de nuevas relaciones entre sus iguales, por la
autoafirmación progresiva y la conquista de la propia autonomía, y por el
descubrimiento de las limitaciones de sus padres. La reacción llega a veces
hasta el malestar, el desprecio y el odio, con eternas discusiones, abandono
del hogar, taciturnidez y aislamiento.
Las amistades juegan un papel muy importante para reforzar el yo, abrir a la
alteridad y socializar; para intercambiar intimidad, problemas personales, la
vida sentimental, crisis religiosa... La vida social del adolescente está marcada
por la pertenencia a un grupo: allí amplía el abanico de relaciones, encuentra
compensación afectiva, realiza actividades de su gusto y conquista autonomía.
A veces abandona el grupo, si se ha encontrado una relación afectiva con el
otro sexo, que llega a ser plenificadora, preferente si no exclusiva.
Los grupos surgen de manera organizada: los hay que le vienen impuestos,
como la familia o la escuela, y los hay expresamente buscados por el interés.
Se siente mejor en los grupos que elige que en los que le vienen impuestos.
Las pandillas son otra forma de vivir la socialización. Surgen espontáneamente
y gustan de vivir al margen de la sociedad. El adolescente necesita ser
aceptado por los compañeros para aceptarse a sí mismo. Y las preferencias
de los compañeros se hacen ley para él.
Construir su vida requiere contar con modelos y normas. Su ética está marcada
por la meta de realizar su ideal, no forzosamente en clave de moral objetiva.
Rechaza los legalismos de una sociedad corrupta, pero es exigente consigo
mismo y con los demás hasta crear a veces un orden social rígido y con
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absolutizaciones. Si descubre metas que valen la pena, se decide
generosamente a seguirlas.
¿Cómo no dar mayor relieve a las mediaciones útiles para una catequesis
eficaz, como son la acción de grupo bien orientada, la pertenencia a
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asociaciones juveniles de carácter educativo, y el acompañamiento personal
del joven, en el que destaca la dirección espiritual?» (cf Directorio general de
pastoral catequética, DCG 87).
La buena catequesis tiene como base una buena pedagogía, y esta nos dice
que siempre, y más en esta etapa, el ser humano busca seguridades (en
valores, personas y cosas), busca nuevas experiencias, sentirse útil en la vida
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y ser útil para los de su entorno, y amar y ser amado. Y lo mejor: la fe en Cristo,
vivida en Iglesia, responde a estas motivaciones-necesidades profundas.
La riqueza emotiva debe ser vista como tal, debidamente compensada, pero
jamás despreciada, manipulada o exaltada. La pasión es un componente de la
vida normal; la pasión por la vida y por los valores pertenece a la más pura
esencia evangélica. El mundo del símbolo, del arte, el sentimiento, la
trascendencia y la religiosidad, son valores a desarrollar, educar y evangelizar,
nunca a eliminar ni a infravalorar.
Cristo aparece como modelo, ayuda, fuerza y garantía. El presenta una moral
en buena medida acorde con la radicalidad típica del adolescente. La Iglesia,
por su parte, presenta innumerables testigos de una vida moral intachable. La
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oración, la interiorización de la Palabra, la revisión de vida y otros recursos a
mano ayudarán al adolescente a asumir actitudes morales cristianas.
La Iglesia puede ofrecer espacios donde se encarna este Cristo, tan cercano
al pensar y sentir de los adolescentes. Y los encuentros con Cristo se hacen
desde la afinidad: caminar en la misma dirección, en la confluencia de valores
y expectativas, partir de los intereses, necesidades, realizaciones,
posibilidades de los adolescentes (Santiago y Juan le seguían y Jesús se
volvió: ¿qué buscáis...?). Uno y otros se buscaban. Pero otro tipo de encuentro
se produce desde la divergencia: van en dirección contraria en intereses y
aspiraciones, y Cristo interpela (al joven rico: «déjalo todo y sígueme»; o a
Saulo: «¿por qué me persigues?»).
«Todo bautizado, por estar llamado por Dios a la madurez de la fe, tiene
necesidad y, por lo mismo, derecho a una catequesis adecuada. Por ello, la
Iglesia tiene el deber primario de darle respuesta de forma conveniente y
satisfactoria» (DGC 167).
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