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Discurso

familiar entrega de la Medalla de Oro de la Villa de Pozuelo de Alarcón



La familia quiere compartir con vosotros algunas palabras, explicaros cuál es
nuestro pensar y sentir familiar, sobre los veinte años que nuestro padre pasó al
frente de este consistorio.
Comenzaremos así con una reflexión sobre su vida laboral en nuestra Villa,
hablando sobre su trabajo, más que como alcalde o político, como arquitecto-
urbanista. Esa era su profesión antes de llegar a la alcaldía y fue la que, a nuestro
modo de ver, le movió más intensamente al trabajo. El gran proyecto de su vida fue
el Plan General de Urbanismo de Pozuelo de Alarcón, al que dedicó infinitas horas
y que ha hecho desde los cimientos la gran ciudad en la que hoy la mayoría de los
aquí presentes tenemos la suerte de residir.
Cuando nuestro padre llegó hace más de cincuenta años a Pozuelo, porque
familiares suyos ya se encontraban por estos lares, ocupada uno de los más altos
cargos del funcionariado en el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo. Dejó ,allá
por el 83, su puesto como Director para hacerse, por petición de sus vecinos,
alcalde de la que hoy es esta hermosa ciudad.

Su formación en urbanismo hizo que cuando tomara posesión de su cargo, tuviera
la visión de un experto enriquecida con una amplísima experiencia. Ello, posibilitó
la planificación y ejecución en su totalidad, después de sus veinte años de mandato,
de un entorno urbano equipado para abastecer las necesidades y posibles
vivencias de una población que desde ese momento comenzaba a diseñar.

El ciudadano de Pozuelo fue su principal motor de trabajo, porque sabía que son
sus pobladores los que realmente dan el nombre a la ciudad. Para crear una
población moderna a la altura de sus vecinos, urbanizó el que hoy es un espacio de
habitabilidad coherente, íntegro y seguro, pero que sobre todo facilita con sus
trazados, una convivencia ejemplar entre sus habitantes.
Supo conjugar en nuestro municipio la calidez habitacional, con una amplísima
oferta cultural, educativa, empresarial y de ocio, que superaba ampliamente las
propuestas habituales de otras poblaciones de similares características. Sus
comunicaciones viarias, sus “nervios” como le gustaba denominarlas, y la
accesibilidad a la Villa desde prácticamente cualquier lugar, hicieron que el
municipio estuviese conectado con todo su entorno convirtiéndose así en una
referencia en logística y transporte público. Pozuelo se convirtió en una ciudad
compacta ,pero a la vez engañosa, puesto que su urbanismo procuró que la visión,
a no más de tres alturas, hiciera creer al observador, que nuestra localidad, no era
más que un tranquilo y pequeño lugar residencial en las lindes de Madrid.

Gracias a este potente desarrollo racional y estético, hoy es un privilegio poder
decir que eres “pozuelero”. Pozuelo crea orgullo y arraigo emocional entre sus
pobladores, generando una sensación de pertenencia que pocos municipios tienen
la suerte de poder abanderar y que se traduce en una percepción de cordura y
homogeneidad, que camina paralela a su trazado urbanístico. Podemos afirmar así,
que con el Plan de Urbanismo que Don José Martín-Crespo y sus colaboradores
crearon, se pudo asegurar el uso democrático de lo disponible, la atención a las
necesidades de sus habitantes, la integración de la diversidad y la inserción
intensiva de espacios de encuentro, imprescindibles para una población
cohesionada, como son las plazas, parques y jardines, que salpican todo nuestro
municipio y que contribuyen a que sea la gran ciudad europea que hoy es.

La arquitectura de nuestro suelo, gracias a una gestión entregada y honrada,
convirtió el urbanismo de nuestra ciudad, en urbanidad.

Para diseñar y gestionar esta gran ciudad, mi padre contó con una ayuda además
de inestimable, imprescindible. Un equipo humano que el llamaba “su segunda
familia” los funcionarios y trabajadores del Ayuntamiento. De ellos habló con
orgullo y familiaridad; orgullo por su dedicación y su profesionalidad.
Familiaridad, por su cercanía y su entrega personal al proyecto. Sabía que sin ellos
su trabajo no sería posible, ni si quiera imaginable, y que solo gracias a sus
esfuerzos e implicación, ese gran diseño que tenía en mente, podría materializarse.
Pasaron a formar parte habitual de nuestra vida familiar, muchos de sus
compañeros de labor. Los hermanos nos reunimos para hacer una lista con todos
sus nombres, porque su trabajo sólo fue realizable en colaboración con ellos, pero
salía tan larga, que sólo con los “imprescindibles”, habría recitado, al menos,
durante un par de horas y el tiempo apremia y la climatología también, y si
queremos descubrir la placa del, por breve tiempo, “Parque de las Minas”, hemos
decidido contenernos.
Pero aún así, no podemos desaprovechar esta ocasión para daros las gracias, y
haceros llegar que este reconocimiento es compartido, puesto que pensar nuestra
magnífica población, como la obra de un solo hombre, es pura quimera. Empleados
públicos, contratados y gestores políticos, fueron y son, el sostén de este proyecto
de tan dilatada envergadura social.

Hoy, a los aquí presentes, a nuestra extensa familia que son nuestros amigos, a los
ciudadanos de Pozuelo y a nuestra Alcaldesa con su corporación de gobierno, a los
concejales de Ciudadanos, PSOE y SPOZ, queremos agradecerles profundamente
este reconocimiento unánime a la labor y entrega de nuestro padre durante tantos
años. En Pozuelo, dejó una de las más importantes etapas de su vida, personal y
laboral. Este Ayuntamiento fue su pasión hasta el último día que estuvo entre
nosotros. Nuestro municipio y sus habitantes poblaron sus pensamientos cada día
y esta declaración pública de la que ha sido su labor, endulza de algún modo el
dolor de su ausencia en nuestras vidas.

Para terminar, y como ya avanzábamos al principio de estas palabras, la familia,
desearía hacer una aporte íntimo sobre cómo era nuestro padre. Como un sincero
obsequio hacia vosotros, nos gustaría compartir, parte de su vida privada y
demostrar con ello, cómo su trayectoria personal, fue en todo punto, paralela a su
vida familiar.
Pensábamos comenzar haciendo una especie de retrato ajustado pero sencillo, y,
sorprendentemente, el que nos pareció más acertado, no describía ni su discurso
ni sus reflexiones, ni tampoco su expresión. Lo que consideramos finalmente más
objetivo para describirle, es un somero recuerdo de cómo eran sus manos y cómo
las utilizaba.
Sus manos eran de un tamaño mediano, ni gruesas ni delgadas, pero sí eran sólidas
compactas y hábiles. Las utilizaba de modo incasable. Con ellas dibujaba y por ello
su piel siempre brillaba, porque el grafito de los minúsculos lápices que utilizaba,
se le adhería a la piel. No tenía miedo de utilizarlas en cualquier faena, eran de una
piel suave pero resistente. Las ennegrecía hundiéndolas en las tierra, plantando en
nuestro jardín o quitando las cortezas de los árboles en las aceras. Era muy
habilidoso con los dedos y pasaba el rato ensimismado deshaciendo nudos en hilos
y cadenas. Esos mismo dedos se movían rápidamente, siguiendo las líneas de los
libros que vorazmente leía. Desde que éramos pequeños, hasta que ya nos hicimos
tan mayores (diez o doce años aproximadamente) que ya no queríamos muestras
de cariño en público, tenía la costumbre de deslizar su dedo índice por el centro de
nuestro rostro, dibujando su perfil, en un gesto que parecía decir que estábamos
construídos perfectos, como todo padre cariñoso ve a sus hijos.

Pero el recuerdo más vivo de sus manos, es el de nuestro padre y nuestra madre,
entrelazados sus brazos y con los dedos de sus manos intercalados, haciendo en
simbólico parapeto de protección que aún hoy, después de algunos meses de su
pérdida, sigue activo en nuestra intimidad.

Gracias a que él apretó con una fuerza sorprendente hasta el último día, nuestras
manos, nuestro ánimo nunca desfalleció.

Nuestro padre, amaba con las manos, pensaba con las manos. Su pensamiento
adquiría volumen y se materializaba a través de ellas. Las ideas y los afectos
cristalizaron gracias a esas manos afanosas, con ellas nuestra ciudad tomó forma y
con ellas sus hijos, y su esposa, tomaron aliento.

Mi padre, si estuviera hoy presente, os las tendería en un apretón firme pero
delicado y con una tranquila y agradecida sonrisa, os daría las gracias.

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