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BERNSTEIN Ciencia Creatividad
BERNSTEIN Ciencia Creatividad
Durante largo tiempo, la música ha ejercido una influencia inusitada sobre el temperamento
científico. El matemático francés Joseph Louis Lagrange, que vivió en el siglo XVIII, decía que
trabajaba mejor escuchando música. La afición de Einstein por el violín es legendaria. El químico
norteamericano del siglo XIX Charles Martín Hall, que era además un pianista consumado corría
hacia el piano siempre que se le presentaba algún problema que parecía irresoluble, según cuenta
su hermana. Esta agrega que incluso “mientras tocaba con gran encanto y sentimiento, él pensaba
sin cesar en su trabajo y lograba enfocarlo con más claridad gracias al influjo de la música”. Sin
duda, a algunos científicos este arte les ha parecido estimulante en extremo: en sus últimos años
Charles Darwin descubrió que le resultaba doloroso asistir a conciertos, pues la música le
provocaba “divagaciones demasiado intensas”.
Desde luego el hecho de que los niños se sienten bajo el piano no asegura su éxito
futuro como científicos. Sin embargo, Qué tiene la música que la hace tan
inspiradora?, Cuál es la causa de esta unión entre las musas de la música y las de la
ciencia? Recientemente estos pensamientos invadían mi mente mientras escuchaba al
pianista Lorin Hollander. Me encontraba entre una docena de científicos y artistas,
músicos y educadores reunidos por la Asociación para Favorecer la Educación de
Personas Dotadas junto con el Colegio de Profesores de la Universidad Columbia.
Nuestra misión era discutir un currículo para una escuela secundaria de Israel, de
modo que se integraran las artes y las ciencias. La escuela no deseaba formar sólo
científicos como la Preparatoria de Ciencias Bronx en Nueva York ni meramente
artistas y músicos al estilo de la Preparatoria Fiorello H. De Artes Interpretativas en
la misma ciudad, sino aspiraba a inculcar en los estudiantes conocimientos y
habilidades de ambas disciplinas.
A pesar del ejemplo bien documentado de Einstein, esta técnica parece ser poco
común entre los científicos. En The Psychology of Invention in the Mathematical Field
(La sicología de la invención en el campo de las matemáticas), Hadamer menciona que
aun cuando varias imágenes visuales eran comunes entre los matemáticos investigados
por él, no ocurría lo mismo con las sensaciones cinestésicas y las impresiones auditivas.
En forma similar, la sicóloga Anne Roe, quien dirigió algunos de los primeros estudios
sicológicos de biólogos y físicos después de la Segunda Guerra Mundial, advirtió en
The Making of a Scientist (la formación de un científico), que casi la mitad de las
personas entrevistadas por ella empleaban imágenes visuales concretas en su trabajo,
pero ninguna informó que usara regularmente el pensamiento cinestésico para resolver
problemas.
A pesar de todo, muchos científicos eminentes han mostrado una notable habilidad
para sentir empatía por sus temas de estudio. Mediante un ejercicio de imaginación, la
investigación científica se vuelve una especia de obra teatral, donde el científico
desempeña el papel principal. Cyril Stanley Smith, director de los aspectos
metalúrgicos del proyecto de la bomba atómica en Los Alamos durante la Segunda
Guerra Mundial, hizo una de las descripciones mas detalladas del proceso de
descubrimiento en una carta a un amigo. Smith escribió que, en el curso sobre
desarrollo de aleaciones, tuvo:
“Una impresión sobre cómo me comportaría yo si fuera cierta aleación, una sensación de dureza y
suavidad, de conductividad y fusibilidad, de deformabilidad e inductibilidad: todo esto en una
curiosa forma interiorizada y literalmente sensual, incluso antes de tener contacto sensorial con la
aleación real... ¡Todo el trabajo que realicé sobre las interfases se inició, en realidad, con la
combinación de una sensación muscular de aquellas interfases apretujándose entre sí!”.
Entonces, es sólo por azar que no pocos de los más perceptivos científicos de los dos
siglos anteriores hayan desarrollado sus agudos poderes de observación, su sentido de
armonía de los datos, su apreciación de la forma, simetría y belleza de una teoría, su
comprensión visceral de la relación entre teoría y observación, independientemente de
su formación científica? En el siglo XIX; el francés Claude Bernard llegó a ser uno de
los fundadores de la fisiología moderna, después de haber fracasado en su intento de
ganarse un sitio como dramaturgo. Antes de realizar su trascendental trabajo
dedicado al estudio matemático de la genética y la enzimología, J.B.S. Haldane había
actuado en las obras teatrales de su hermana Naomi Mitchison y también fue aclamado
como ensayista y novelista.
“Para cada ecuación, enunciado o idea que estudiara o se me ocurriera siempre intentaría mirar su
entorno, ver su continuación, con qué se relaciona, qué le falta... Algunos de mis profesores de
ciencia se esforzaban por enseñarnos a sentirla, pero sólo ahora, después de haberme dedicado a
ella por más de 20 años, me doy cuenta de lo cerca que estaba de lograrlo, desde el principio, gracias
a aquel personaje teatral”.
La consecuencia de tales ejemplos parece ser que las formas usuales de capacitación
científicas son inadecuadas para formar científicos creativos: se requiere
habilidades mas allá de la fluidez verbal y matemática. Quizá sea demasiado ambicioso
esperar que los educadores o científicos acepten con facilidad la idea de que la ciencia
puede enseñarse a través de experiencias en las artes plásticas, el teatro, la
literatura, la música o quizá incluso los deportes u otras disciplinas aparentemente
ajenas. No obstante, los estudiantes de ciencias que aprender, de algún modo, los
métodos eficaces de sus predecesores. Si dichos métodos incluyen el
autoconocimiento y la ciencia sensual, es preciso esforzarse para codificar y
transmitir estas formas de conocimiento.
Por otra parte, los científicos e ingenieros esperan incorporar así mismo el sentido del
tacto. El centro de investigaciones de la IBM en Nueva York ha desarrollado una
“pulsera mágica”, que logra convertir en movimientos tridimensionales las imágenes
captadas por un microscopio con explorador de túnel (un aparato con resolución
suficiente para mostrar los átomos de la superficie de un material).De este modo la
persona que lleve puesta la pulsera podrá palpar, por ejemplo, la estructura de los
átomos de las superficies de metales y aleaciones.
Estos dispositivos y otros que todavía están por inventarse son un espectacular
reconocimiento de la necesidad de una ciencia sensual, y una gran promesa como
herramienta de aprendizaje par el no iniciado. Sin embargo, la satisfacción que causa
la búsqueda del conocimiento personal y la emoción del descubrimiento científico, que
tantos investigadores disfrutan, no se pueden enseñar solamente con artefactos
mecánicos. Para que los científicos de hoy logren cautivar las mentes y las almas de
futuras generaciones, tendrán que transmitir en forma directa la alegría de sus
investigaciones y la espléndida sensualidad de las mismas.
Qué puede ser mas triste que esta confesión del matemático I.M. Singer?. “Jamás
había hablado de asuntos personales tales como mis emociones al hacer una
investigación”. Cuántos científicos podrían decir lo mismo? Cuántos tendrían el valor de
hacerlo? Cuántos más confunde la admirable tradición de parquedad y cuidadosa
supresión de toda exageración, con la tendencia “machista” de adoptar una actitud
imperdurable para encubrir lo que sienten al hacer ciencia? No debe asombrarnos que
muchos estudiantes crean que la ciencia es aburrida e inhumana. Por qué no
permitirles conocer las múltiples satisfacciones que Singer encontró en la creatividad?
“Me ... siento emparentado”, exclamó, “con los artistas y científicos del mundo. Una
exposición de Matisse me emociona e inspira. Corro después a mi casa y acometo con
vehemencia mis problemas de investigación, sintiendo que soy parte del mundo de
Matisse. Un buen ballet me afecta en forma similar”.