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ROOT – BERNSTEIN, Robert.

Cómo descubrir el arte


en la ciencia. En: “Facetas”. No. 92, II/1.991
“La gente piensa a menudo que la Ciencia es una disciplina eminentemente lógica: a través de la
observación, la deducción y el ensayo los investigadores olvidan sus creencias personales y sus
concepciones previas para alcanzar una comprensión objetiva del mundo. Haberse capacitado como
científico significa tener pleno dominio sobre la información factual y la metodología empírica.
Sin embargo según Bernstein, esta idea popular acerca de la ciencia no explica cómo conciben sus
ideas más originales los grandes pensadores. La forma en que los científicos relatan sus
descubrimientos lo ha convencido de que la imaginación y la empatía abiertas a la emoción y a los
sentidos, son tan cruciales para la ciencia como para el arte. “La mejor ciencia”afirma
Bernstein”surge de la combinación de la mente analítica con la sensibilidad estética”, dicha
combinación podría denominarse “ciencia sensual. “ El autor sostiene que el compromiso personal en
el campo de la ciencia es lo que los educadores deberían transmitir para preparar la siguiente
generación de investigadores.
Robert Bernstein es catedrático de ciencias naturales y fisiología en la Universidad de Michigan,
recibió el prestigiado premio MacArthur y es autor de Discovering, un examen heterodoxo de la
creatividad humana.

Durante largo tiempo, la música ha ejercido una influencia inusitada sobre el temperamento
científico. El matemático francés Joseph Louis Lagrange, que vivió en el siglo XVIII, decía que
trabajaba mejor escuchando música. La afición de Einstein por el violín es legendaria. El químico
norteamericano del siglo XIX Charles Martín Hall, que era además un pianista consumado corría
hacia el piano siempre que se le presentaba algún problema que parecía irresoluble, según cuenta
su hermana. Esta agrega que incluso “mientras tocaba con gran encanto y sentimiento, él pensaba
sin cesar en su trabajo y lograba enfocarlo con más claridad gracias al influjo de la música”. Sin
duda, a algunos científicos este arte les ha parecido estimulante en extremo: en sus últimos años
Charles Darwin descubrió que le resultaba doloroso asistir a conciertos, pues la música le
provocaba “divagaciones demasiado intensas”.

Incontables investigadores de todas las disciplinas de la ciencia atribuyen su


inspiración al hecho de que crecieron en familias aficionadas a la música. El físico
Víctor F. Weisskopf, del instituto Tecnológico de Massachusetts, rememoró en una
entrevista que, cuando niño, oía los ejercicios de su tía abuela que era concertista de
piano: “Recuerdo que de niño me sentaba debajo del piano mientras ella tocaba obras
de Beethoven; la música descendía sobre mí como agua y yo me sentía sumergido en
aquel océano de sonido”. El fisiólogo sueco P.F. Scholander relató una experiencia muy
similar: “En efecto la emoción ha sido un fuerte ingrediente en mi vida, ya sea que se
refiera a la música o a la ciencia. Cuando era muy pequeño, me arrastraba bajo el piano
de mi madre cuando ella practicaba, conmovido por oleadas de emoción ante la música
de Bach, Grieg y Sinding.

Desde luego el hecho de que los niños se sienten bajo el piano no asegura su éxito
futuro como científicos. Sin embargo, Qué tiene la música que la hace tan
inspiradora?, Cuál es la causa de esta unión entre las musas de la música y las de la
ciencia? Recientemente estos pensamientos invadían mi mente mientras escuchaba al
pianista Lorin Hollander. Me encontraba entre una docena de científicos y artistas,
músicos y educadores reunidos por la Asociación para Favorecer la Educación de
Personas Dotadas junto con el Colegio de Profesores de la Universidad Columbia.
Nuestra misión era discutir un currículo para una escuela secundaria de Israel, de
modo que se integraran las artes y las ciencias. La escuela no deseaba formar sólo
científicos como la Preparatoria de Ciencias Bronx en Nueva York ni meramente
artistas y músicos al estilo de la Preparatoria Fiorello H. De Artes Interpretativas en
la misma ciudad, sino aspiraba a inculcar en los estudiantes conocimientos y
habilidades de ambas disciplinas.

Mientras me envolvía la música de Hollander, medité sobre la explicación más sencilla


para esta empresa sencillamente quijotesca. Los organizadores de la escuela piensan
que, para abordar los asuntos mundiales modernos la gente debe recibir una educación
que le permita combinar los conocimientos técnicos con los métodos para resolver
problemas en muchos campos; pero mis colegas del simposio se mostraron escépticos
ante esa idea. Era prudente crear semejante currículo, en el que se integraran
verdaderamente las artes y las ciencias? Cómo se podría averiguar si daría buenos
resultados? Si tal cosa era posible, por qué nadie lo había intentado antes? Se podría
captar el raro don de las pocas personas que se habían destacado tanto en ciencia
como en arte, para transmitirlo siquiera a una élite muy selecta, para no mencionar el
caso de las mayorías? Bajo el hechizo de la interpretación de Hollander, vislumbré un
enfoque factible hacia nuestra meta.

Ya se trate de arte, historia, música o ciencia, el acto de comprender no es únicamente


una experiencia intelectual sino también sensual. El proceso de adentrarse en
cualquier disciplina suele ir acompañado de intensos sentimientos físicos y
emocionales, expresados con frecuencia en términos auditivos, cinestésicos o visuales.
Tales sentimientos no pueden separarse del acto mismo del descubrimiento. El
intelecto no funciona sin la participación del individuo como totalidad; por eso la
ciencia sólo puede florecer en la mente de personas sensibles y emotivas.

“Puede parecer extraño exigirle el mismo compromiso personal al científico y al


artista”, escribió el matemático y poeta Jacob Bronowski: “No obstante, el científico
representa, en relación al técnico, lo mismo que el artista frente al artesano”. Al
parecer la mejor ciencia surge cuando se conjugan una mente analítica y una
sensibilidad estética, en una combinación que podría llamarse ciencia sensual”.
El concepto de ciencia sensual puede parecerle extraño e incluso sacrílego a mucha
gente. Las concepciones populares presentan al científico como una máquina que
realiza investigaciones lógicas: hace observaciones empíricas, elabora y ensaya
hipótesis y deduce soluciones con gran pulcritud.Se podría decir que el objetivo de la
ciencia es evitar que las concepciones personales previas, intuitivas y subjetivas de
cualquier tipo, interfieran con el análisis objetivo del mundo. Sin embargo, esta
imagen de la ciencia enfoca solamente la forma como se comunican los hallazgos
realizados y omite el proceso por el que éstos se consiguen.

De acuerdo con el físico y filósofo Michael Polanyi, la comprensión empieza con el


“conocimiento personal”, la habilidad para ensanchar la mente o proyectarse uno mismo
en el objeto de estudio. El tema de investigación deja de ser algo externo: por un
acto de imaginación, el observador se identifica con el tema y se adentra en él. El
ejemplo mejor conocido es quizá el modo en que Einstein usaba el “experimento
pensado”, que él mismo describió así en una carta a su colega Jacques Hadamard: “Las
entidades físicas que parecen servir como elementos del pensamiento son ciertos
signos e imágenes más o menos claros, que pueden ser reproducidos y combinados
voluntariamente”. Así para formular sus ideas acerca de la influencia de la gravedad
sobre el tiempo, Einstein se imaginó a sí mismo dentro de un elevador de caída libre
mientras un rayo de luz rebotaba contra las paredes a fin de examinar la teoría
especial de la relatividad, imaginó como se vería un rayo luminoso en movimiento si él
personalmente lo persiguiera a la velocidad de la luz.

A pesar del ejemplo bien documentado de Einstein, esta técnica parece ser poco
común entre los científicos. En The Psychology of Invention in the Mathematical Field
(La sicología de la invención en el campo de las matemáticas), Hadamer menciona que
aun cuando varias imágenes visuales eran comunes entre los matemáticos investigados
por él, no ocurría lo mismo con las sensaciones cinestésicas y las impresiones auditivas.
En forma similar, la sicóloga Anne Roe, quien dirigió algunos de los primeros estudios
sicológicos de biólogos y físicos después de la Segunda Guerra Mundial, advirtió en
The Making of a Scientist (la formación de un científico), que casi la mitad de las
personas entrevistadas por ella empleaban imágenes visuales concretas en su trabajo,
pero ninguna informó que usara regularmente el pensamiento cinestésico para resolver
problemas.

A pesar de todo, muchos científicos eminentes han mostrado una notable habilidad
para sentir empatía por sus temas de estudio. Mediante un ejercicio de imaginación, la
investigación científica se vuelve una especia de obra teatral, donde el científico
desempeña el papel principal. Cyril Stanley Smith, director de los aspectos
metalúrgicos del proyecto de la bomba atómica en Los Alamos durante la Segunda
Guerra Mundial, hizo una de las descripciones mas detalladas del proceso de
descubrimiento en una carta a un amigo. Smith escribió que, en el curso sobre
desarrollo de aleaciones, tuvo:
“Una impresión sobre cómo me comportaría yo si fuera cierta aleación, una sensación de dureza y
suavidad, de conductividad y fusibilidad, de deformabilidad e inductibilidad: todo esto en una
curiosa forma interiorizada y literalmente sensual, incluso antes de tener contacto sensorial con la
aleación real... ¡Todo el trabajo que realicé sobre las interfases se inició, en realidad, con la
combinación de una sensación muscular de aquellas interfases apretujándose entre sí!”.

El uso de la terminología científica, escribió, fue secundario ante sus exploraciones


táctiles: “La etapa de descubrimiento fue completamente sensual y las matemáticas
sólo sirvieron para comunicarlo a otras personas. Tal vez el descubrimiento ocurre
siempre así”. Tal vez sí. El matemático nortemaericano Stanislaw M. Ulam escribió
acerca de sus “intentos de hacer cálculos no mediante números y símbolos, sino con
sensaciones casi táctiles, combinadas con el razonamiento”. En la misma tónica Hannes
Alfven, el físico sueco ganador del premio Nobel, dijo que en lugar de meditar acerca
de ecuaciones, él prefiere “cabalgar sobre cada electrón o cada ion, tratando de
imaginar cómo se ve el mundo desde ese punto de vista y qué fuerzas lo impulsan hacia
la izquierda o la derecha”.

Muchos biólogos realizan sus investigaciones en formas igualmente antropomórficas.


La genetista Barbara Mc-Clintock, ganadora del premio Noble, atribuye sus hallazgos
revolucionarios a un desarrollo poco común de su capacidad para “sentir su organismo”.
En forma similar, el neurólogo inglés Charles Scott Sherrington invocó al espectro del
conocimiento de uno mismo, en relación con el neuroanatomista y premio Nobel,
Santiago Ramón y Cajal:
El trataba el ámbito microscópico como a un ser vivo habitado por entidades
capaces de sentir, actuar, anhelar y esforzarse como nosotros... Podía imaginar a
los espermatozoides como si fueran impulsados por una urgencia apasionada en
su rivalidad por penetrar el óvulo.
“Escúchenlo”, indicó Sherrington, “he pensado en qué medida habrá contribuido a su
éxito como investigador esa capacidad para lo antropomórfico”.
Este enfoque es tan importante que el premio Nobel, Joshua Lederberg, llegó a la
conclusión de que cada científico
Tiene que ser capaz de descubrir los atributos esenciales de algún elemento
activo de un proceso; debe imaginarse a sí mismo dentro de una situación
biológica. Yo tuve que pensar literalmente, por ejemplo “Qué sentiría si fuera
una partícula química de un cromosoma bacteriano?”. Debía tratar de entender
cual era mi entorno, dónde me encontraba, cuándo tendría que funcionar de
determinada manera, y así sucesivamente.

En otras palabras, Lederberg sostiene que el científico requiere aptitudes muy


similares a las de un dramaturgo, novelista o actor de primera línea. No basta delinear
la trama de la naturaleza, vestir a los personajes y escribir sus parlamentos: es
preciso darles vida. Sólo una imaginación sensual puede vivificar las palabras y
símbolos, estériles y estáticos por medio de los cuales tienen que transmitir los
científicos las sombras de sus conocimientos.

Entonces, es sólo por azar que no pocos de los más perceptivos científicos de los dos
siglos anteriores hayan desarrollado sus agudos poderes de observación, su sentido de
armonía de los datos, su apreciación de la forma, simetría y belleza de una teoría, su
comprensión visceral de la relación entre teoría y observación, independientemente de
su formación científica? En el siglo XIX; el francés Claude Bernard llegó a ser uno de
los fundadores de la fisiología moderna, después de haber fracasado en su intento de
ganarse un sitio como dramaturgo. Antes de realizar su trascendental trabajo
dedicado al estudio matemático de la genética y la enzimología, J.B.S. Haldane había
actuado en las obras teatrales de su hermana Naomi Mitchison y también fue aclamado
como ensayista y novelista.

Abundan los relatos de inusitadas proezas atléticas de científicos: las habilidades


gimnásticas de Ramón y Cajal del físico Luis Alvarez, los campeonatos de tenis ganados
por los físicos Albert W. Michelson y Frederick A. Lindermann. Aun de Einstein se
dijo que tenía un intelecto tan sorprendentemente desarrollado, que sólo podía ser el
fruto del ejercicio diario.
El físico de la Universidad de Columbia, Jacob Shaham; ha comentado la influencia que
tuvo en su carrera científica un curso anterior de actuación. Shaham iba a
representar a un mendigo y, mientras aprendía su papel, se percató de que debía
incorporar a éste las experiencias de un limosnero. Pasó varias semanas persiguiendo
mendigos por las calles, estudiando sus gestos y expresiones faciales y posesionándose
de sus pensamientos. Esta experiencia, recuerda, jamás lo abandonó:

“Para cada ecuación, enunciado o idea que estudiara o se me ocurriera siempre intentaría mirar su
entorno, ver su continuación, con qué se relaciona, qué le falta... Algunos de mis profesores de
ciencia se esforzaban por enseñarnos a sentirla, pero sólo ahora, después de haberme dedicado a
ella por más de 20 años, me doy cuenta de lo cerca que estaba de lograrlo, desde el principio, gracias
a aquel personaje teatral”.
La consecuencia de tales ejemplos parece ser que las formas usuales de capacitación
científicas son inadecuadas para formar científicos creativos: se requiere
habilidades mas allá de la fluidez verbal y matemática. Quizá sea demasiado ambicioso
esperar que los educadores o científicos acepten con facilidad la idea de que la ciencia
puede enseñarse a través de experiencias en las artes plásticas, el teatro, la
literatura, la música o quizá incluso los deportes u otras disciplinas aparentemente
ajenas. No obstante, los estudiantes de ciencias que aprender, de algún modo, los
métodos eficaces de sus predecesores. Si dichos métodos incluyen el
autoconocimiento y la ciencia sensual, es preciso esforzarse para codificar y
transmitir estas formas de conocimiento.

Es interesante que unos cuantos científicos ya hayan intentado traducir algunos de


esos principios en tecnologías operantes. El químico Robert C. Morrison, de la
Universidad del Este de Carolina, entre otros, ha desarrollado programas de
computadora que transforman series de datos numéricos en tonos audibles. Como él
dice, el oído es un instrumento mucho más sensible que el ojo, para reconocer pautas
recurrentes. Por tanto, un investigador sería capaz de distinguir por medio de la
música temas repetitivos en análisis químicos, indicadores económicos y otras bases de
datos que tanto matemática como visualmente son demasiado complejos para un
análisis rápido. Susumo Ohmo, genetista de California, ha transcrito incluso
secuencias de ADN como evocadoras melodías.

Por otra parte, los científicos e ingenieros esperan incorporar así mismo el sentido del
tacto. El centro de investigaciones de la IBM en Nueva York ha desarrollado una
“pulsera mágica”, que logra convertir en movimientos tridimensionales las imágenes
captadas por un microscopio con explorador de túnel (un aparato con resolución
suficiente para mostrar los átomos de la superficie de un material).De este modo la
persona que lleve puesta la pulsera podrá palpar, por ejemplo, la estructura de los
átomos de las superficies de metales y aleaciones.

El grupo IBM se ha propuesto adaptar su pulsera mágica a un microscopio de fuerza


atómica-aparato capaz de medir las fuerzas de atracción que mantienen unidas las
moléculas, permitiendo así que el investigador palpe directamente las afinidades
químicas. Los trabajadores podrán manipular algún día materiales en pequeñísima
escala, gracias a esos dispositivos; así pues, éstos revisten particular interés para la
medicina. Un oftalmólogo está evaluando la pulsera mágica para extirpar tejido
cicatrizal de la retina de pacientes diabéticos. Un sistema telemicrorrobótico similar,
desarrollado por Ian W. Hunter de la Universidad McGill, en colaboración con sus
colegas ingenieros del Instituto Tecnológico de Massachusetts y de la Universidad de
Auckland, permite manipular células musculares individuales. Los estudiantes de
biología podrán tener así un conocimiento cinestésico directo del sistema muscular
humano.

En forma similar, cabe imaginar la creación de un ambiente educacional donde la


experiencia auditiva, cinestésica y visual se relacione íntimamente con la enseñanza
teórica. Desde luego, el laboratorio para estudiantes es la respuesta tradicional a la
necesidad educativa de contacto sensorial con los principios fundamentales; ésta es
una tradición cuyos beneficios no deben menospreciarse. Pero el comportamiento de
las funciones matemáticas, por ejemplo, la trayectoria de un haz de rayos luminosos a
través de un sistema óptico complejo, o la configuración de una molécula orgánica de
gran tamaño que se desplaza por un canal en la membrana de una célula puede
analizarse gráficamente en un monitor de computadora. Esto también sería aplicable a
las técnicas mas ordinarias de las disciplinas humanísticas tradicionales.
Con ayuda de un coreógrafo, el profesor de física, Martín L Cohen, de la Universidad
de California en Berkeley, creó recientemente The Dance of the Electrons (La danza
de los electrones), una adaptación escenificada de la mecánica cuántica, que brinda a
espectadores y participantes una experiencia directa del comportamiento de los
electrones en un superconductor. En igual forma, por qué no alentar a los estudiantes
a que sigan el ejemplo de Jacob Shaham y consideren las ecuaciones como si fueran
obras de teatro? Por qué no insistir cuando menos, en que los investigadores escriban
las descripciones de los procesos físicos, parafraseando al finado premio Nobel de
física Richard Feynman, de modo que un estudiante de secundaria pueda entenderlos?
La faena de traducir las indigestas ecuaciones de la teoría en formas metafóricas y
analogía domésticas, reduciéndolas a aspectos esenciales de la percepción personal,
sería un ejercicio digno de ocupar un sitio en el gimnasio de Einstein.

Estos dispositivos y otros que todavía están por inventarse son un espectacular
reconocimiento de la necesidad de una ciencia sensual, y una gran promesa como
herramienta de aprendizaje par el no iniciado. Sin embargo, la satisfacción que causa
la búsqueda del conocimiento personal y la emoción del descubrimiento científico, que
tantos investigadores disfrutan, no se pueden enseñar solamente con artefactos
mecánicos. Para que los científicos de hoy logren cautivar las mentes y las almas de
futuras generaciones, tendrán que transmitir en forma directa la alegría de sus
investigaciones y la espléndida sensualidad de las mismas.
Qué puede ser mas triste que esta confesión del matemático I.M. Singer?. “Jamás
había hablado de asuntos personales tales como mis emociones al hacer una
investigación”. Cuántos científicos podrían decir lo mismo? Cuántos tendrían el valor de
hacerlo? Cuántos más confunde la admirable tradición de parquedad y cuidadosa
supresión de toda exageración, con la tendencia “machista” de adoptar una actitud
imperdurable para encubrir lo que sienten al hacer ciencia? No debe asombrarnos que
muchos estudiantes crean que la ciencia es aburrida e inhumana. Por qué no
permitirles conocer las múltiples satisfacciones que Singer encontró en la creatividad?
“Me ... siento emparentado”, exclamó, “con los artistas y científicos del mundo. Una
exposición de Matisse me emociona e inspira. Corro después a mi casa y acometo con
vehemencia mis problemas de investigación, sintiendo que soy parte del mundo de
Matisse. Un buen ballet me afecta en forma similar”.

Además de todos los demás propósitos de la educación científica, también debe


inspirar a los estudiantes para que exploren las variedades y virtudes de la percepción
personal creativa. Finalmente, como dijo el biólogo inglés C.H. Waddington en 1.969,
“los graves problemas del mundo sólo podrán ser resueltos por hombres completos, no
por quienes se nieguen a ser públicamente algo más que tecnólogos científicos puros o
artistas. En el mundo de hoy se tiene que ser todo o no se tiene que ser nada”. Los
científicos jóvenes, igual que sus camaradas artistas o músicos, deben capacitarse
para integrar el lenguaje del yo con el de la naturaleza: el científico tiene que
aprender a sentir para pensar. No sabemos todavía cuál será la forma precisa en que
podrá trasmitirse la ciencia sensual a los estudiantes. Sin embargo, a juzgar por el
número de científicos del pasado que de algún modo lo lograron, está claro que la gama
de soluciones educacionales no se ha agotado aún.

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